Perversión del lenguaje.
El lenguaje es la expresión palpable de nuestra mente, y hasta tal punto lo es, que muchos psicólogos afirman que se pueden conocer los contenidos y los procesos mentales analizando el lenguaje. Un hecho evidente es que somos incapaces de pensar sin apoyarnos en él, y algunos llegan a afirmar que el límite de su mundo es el límite de su lenguaje… Pero ese mecanismo que permite transformar las ideas en palabras, también actúa en sentido contrario permitiendo manipular la mente por medio del lenguaje.
Una herramienta así no podía ser ignorada por la progresía demagógica, y una de sus principales batallas es imponer un lenguaje adaptado a sus fines. El problema es que algunos medios de comunicación ─bien sea por candidez o por connivencia─ deciden adoptarlo, contribuyendo así a su consolidación. Todos hemos leído muchas veces expresiones como “lucha armada” para referirse al terrorismo, “conflicto colectivo” para referirse a una huelga salvaje con barricadas, o “libertad de expresión” para calificar insultos, calumnias o amenazas.
Pero cuando más perniciosa resulta esta perversión es cuando se aplica a los valores humanos o las facultades humanas; por ejemplo, a la libertad. La libertad es la facultad que más nos distingue de los animales irracionales. Descartes afirma que “La libertad es la idea innata más importante de todas, porque refleja el sometimiento del cuerpo al alma, de las pasiones irracionales a la voluntad del sujeto”. Marx, por su parte, afirma que “El ser humano solo va a ser libre cuando se libere del deseo de poseer, de consumir y de oprimir: cuando se contente solo con lo necesario y ejerza plenamente su humanidad”. Pero nosotros llamamos libertad a hacer lo que nos “apetece”; es decir, a seguir estrictamente lo que marcan nuestros “apetitos”; a vivir esclavos de ellos (lo que implica que llamamos libertad a lo que es esclavitud).
Otro concepto pervertido es la felicidad. La felicidad es un atributo netamente humano solo alcanzable con el ejercicio de las facultades humanas como el amor o la amistad. Sócrates afirma que felicidad se logra “al seguir la reglas básicas y eternas de lo que es bueno y lo que es malo” y añade que la virtud es condición necesaria y suficiente para ser feliz. Pero nosotros ─mucho más listos─ llamamos felicidad al confort, a la obtención de deseos, y en definitiva, a algo que se puede comprar con dinero (con gran regocijo de las multinacionales), renunciando en buena medida al logro de la auténtica felicidad.
Tampoco tiene desperdicio nuestra concepción de progreso. En buena lógica, el “progreso humano” solo tiene sentido en relación a su dimensión humana, lo que significa que una sociedad progresa cuando avanza en solidaridad, tolerancia, compasión, libertad, igualdad, amistad o desprendimiento, es decir, cuando avanza en humanidad. Pero nosotros llamamos progreso al desarrollo tecnológico; a la capacidad de comprar más artefactos o acceder a más servicios; a la consolidación de un sistema que entroniza la competencia descarnada y machaca a los débiles… es decir, llamamos progreso a la consolidación de un sistema inhumano. Así mismo, llamamos progresista a quien busca la justicia a través de la bronca y el conflicto; a quien supedita lo racional y espiritual a lo instintivo; es decir, a quien supedita nuestra humanidad a nuestra animalidad.
Y todo esto no pasaría de ser una anécdota si no estuviese contribuyendo a crear una cultura que ha provocado la mayor crisis de sentido de la historia, triturado valores capaces de dar sentido a la vida; deshumanizado y esclavizado a los ciudadanos, destrozado nuestro hábitat y condenado a los que vengan detrás a una vida asquerosa.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Doctor Ingeniero del ICAI
Fuente Fe Adulta
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