Con estos amigos, al Papa no le hacen falta enemigos. Los cardenales tienen, todos, un título de una iglesia romana. Son una especie de cabildo de la diócesis de Roma. Es decir, como consiliarios del Pontífice en su condición de Obispo de Roma. Pero tienen un problema: que envejecen. Y por muy cardenal que sea uno, no está exento de los achaques de la edad. Y el más benévolo de éstos es el chocheo. Yo no sé si no debería haber una especie de ITV cardenalicia, cada año, para retirarles esa condición pública de honor. Porque si fuera uno cualquiera, tomando una buena cerveza en una cervecería de Colonia, el que ha proferido una auténtica barbaridad, que más abajo aclaro, no se habría montado el revuelo que se ha organizado.
Pero es que ha sido el cardenal de Colonia, Joachim Meisner, el que ha soltado esta perla, en una reunión con una comunidad neo-catecumenal: “Cada una de vuestras familias vale fácilmente por tres familias musulmanas”. Este señor cardenal, de 80 años, no debe haber leído el Evangelio, o lo ha olvidado. Ni la Biblia, en la que, insistentemente, se recuerda que es Dios quien escruta el corazón, y los riñones, y la mente, y los entresijos de las personas. Alguien tendrá que advertir a sus eminencias, -otro título fantásticamente evangélico-, que no son quienes para juzgar a nadie, ni a título individual ni familiar. Y, de paso, repetirle aquello de que “las prostitutas os precederán en el Reino de Dios”.
Hace unos días fue en nonato cardenal Sebastián, a quien, por cierto, el parlamento de Navarra le ha dedicado una especie de moción de censura por sus palabras, el que despotricó, sin medida, y sin ápice de misericordia, contra las mujeres que abortaban, como si ese fuese un trago dulce y agradable, y contra los homosexuales, y el feminismo. O el cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani Thorne, quien llegó a afirmar que los derechos humanos son una “cojudez”, (estupidez, idiotez, en el lenguaje coloquial peruano).
¡Ojalá que el papa Francisco pueda acabar con todo este escándalo de tanto príncipe y eminencia en su Iglesia! Alguno puede pensar, objetándome: ¿Es que los títulos y los honores son malos en la Iglesia? Malos, no sé. Pero antievangélicos, seguro, desde luego, con toda seguridad. Hablando de los poderes y gobernantes del mundo, criticándolos, por su abuso y su codicia, termina: “pero entre vosotros, no sea así. El que quiera ser el primero, sea el último, y el servidor de todos”. Es chocante, y nos debería extrañar a todos, que lo que más llama la atención, y a algunos molesta, y a otros escandaliza de Francisco, es que demuestre sin rubor que cree, confía, y quiere pautar su actuación eclesial por el Evangelio. Sin querer hacer de menos a sus antecesores en la sede romana, es preciso decir que si los papas, durante siglos, han creído en el Evangelio, han tenido serios problemas para demostrarlo, con esa sacralización que han permitido de su persona. Nunca debían permitir el tratamiento cotidiano de “Santo Padre”. Santo solo Dios, y, todos los bautizados, por participación en la santidad divina.
Y volviendo a los cardenales, el hecho de su elevación, por tradición, a alturas principescas y eminentes, ya es, de por sí, como he dicho, un tremendo hándicap para vivir la sencillez y el servicio que nos enseñó Jesús en el Evangelio. Pero la cosa se complica cuando, como hemos visto más arriba, esas alturas provocan una altivez y orgullo desmedidos, que los hace capaces, o se lo creen, de juzgar, condenar, y pontificar sobre cualquier aspecto de la vida, sobre todo de índole moral, social y político. Me recuerda, y me inclina, demasiadas veces, a da la razón, a un buen periodista, bueno como profesional, pero con tantas luces de análisis crítico como mala leche, cuando escribió: “Pero fulano, que es cardenal, ¿puede creer en Dios?”. Pero esta no es de las veces en que consienta que el agudo columnista me incline a esa duda temeraria.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
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