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El antes y el después.

Miércoles, 1 de junio de 2022
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pensativoTodo proceso que muestra un antes y un después tiene en medio una gran carga de trabajo personal que solo lo lleva a cabo quien cree que va a obtener un beneficio considerable. No nos fiamos de los tratamientos rápidos para quitarnos las arrugas, perder peso o incluso ganar mucho dinero sin casi esfuerzo.

Piensa en una decisión que has tenido que tomar en tu vida. ¿Qué carrera, el matrimonio, un hijx, la vida religiosa…? Decisiva no quiere decir negativa; algunas de ellas nos han ayudado a llegar donde estamos ahora. Sin embargo seguro que no ha sido algo dicho y hecho, sino un proceso que, si no hiciste antes de tomar la decisión, sí que habrás tenido que volver a visitar en algún momento para darle forma y vivir esa opción de una manera más acorde con tu realidad.

Muchas de las opciones por las que tenemos que optar, la sociedad nos las presenta como nuestra identidad: soy aquello en lo que trabajo, soy mi estado civil… y a medida que va pasando el tiempo abrumada por los cargos, las responsabilidades, lo que se espera de mí me pregunto: ¿Quién soy yo y cómo quiero “estar”?

Los primeros seguidores de Jesús necesitaron mucho valor para dejar todo atrás: familia, profesión, seguridades, para seguirle sin un programa concreto, haciendo camino al andar, dejando que Dios fuera marcando el paso, el día a día, el encuentro con aquellos a quienes Jesús se sentía llamado a liberar, a sanar a perdonar.

Esa falta de control sobre sus propias vidas les desconcertó y también desconcierta a mucha gente que empieza el camino con ilusión pero que al cabo de un tiempo se cansa de la desinstalación, de la falta de compresión, de las continuas contrariedades del camino; no deja a Jesús del todo, pero se ha perdido la ilusión del principio y eso tiene consecuencias a la larga.

Hay posibilidad de revertir esa trayectoria, sí, para nosotrxs también… ¿y cuál es?

Pues es precisamente a través de la nueva presencia de Jesús después de la Resurrección. Esa presencia, esa vida que no podemos ver, ni palpar ni escuchar con nuestros oídos, tiene la fuerza para resucitarnos, devolvernos la vida, la ilusión y des-centrarnos de nosotrxs mismos.

Hasta la muerte y resurrección de Jesús lxs discípulxs habían estado centrados en ellos mismos, buscaban su propia realización. A partir de la experiencia de la resurrección desaparece el miedo y exponen abiertamente lo que Jesús ha hecho en sus vidas. No temen lo que les puedan hacer las autoridades porque saben que no les van a quitar lo más preciado para ellxs, esa nueva dimensión en su relación con Dios.

Se saben guiadxs por la Ruah y allí donde están dan testimonio de lo que han visto y oído, obedeciendo a su fuero interno con la conciencia de que la misión a la que se les envía es universal.

Se ven como minúscula levadura en medio de una gran masa a la que ellos han “pertenecido” hasta ahora, y saben que la capacidad de “levantar” a algunos no les viene de sus propias fuerzas sino de enterrarse en medio de ella.

¿Qué ha cambiado entonces? ¿En qué les ha afectado la resurrección de Jesús?

Ahora no les guía el ánimo de destacar ni de ser los más importantes, ni la curiosidad de conocer a un nuevo maestro que apareció en Galilea, ni un proyecto de Reino a su estilo… Ahora se dejan guiar por la voz del resucitado que les acompaña en aquello que deben hacer y decir.

Han tomado una decisión basada en una experiencia que es un proceso largo y arduo pero que no lo cambian por nada.

¿Notas un antes y un después en ti?

Carmen Notario, SFCC

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Impersonalidad y pseudo-identidad.

Lunes, 26 de noviembre de 2018
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la-identidad-del-docentePara nosotros, occidentales, la palabra “impersonalidad” suele tener evocaciones negativas.

Puesto que hemos concedido un valor absoluto a nuestra personalidad, asociamos la palabra “impersonal” a la anulación de lo que más estimamos: nuestra persona, nuestra individualidad.

Efectivamente, la palabra “impersonalidad” tiene una acepción negativa: denominamos así a aquello que diluye la persona, que “despersonaliza”. Pero esta palabra puede tener otra acepción, la que ha tenido para la sabiduría; en este segundo sentido no es sinónimo de “infra-personal” sino todo lo contrario, de “trans-personal”; no alude a aquello que niega o diluye la persona, sino a lo que la supera –sin negarla- porque es más originario que ella.

La sabiduría nos dice que lo impersonal es el sustrato y la realidad íntima de lo personal; que no lo excluye, sino que lo sostiene; que, por eso, para ser plenamente personales tenemos que ser plenamente impersonales.

[…]

Es dejar de otorgar un valor absoluto a lo que llamamos “mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis acciones, mi vida, mi persona…”; comprender lo ridícula y miope que es nuestra tendencia a hacer que el mundo orbite en torno a nuestro limitado argumento vital –el definido por nuestro yo superficial-.

Equivale a cesar de dramatizar nuestras experiencias, de ver el mundo como el mero telón de fondo de dicho drama, y a las demás personas como los actores secundarios del mismo.

Es sentir que las alegrías y los dolores de los demás son tan nuestros como nuestros dolores y alegrías, que el cuerpo cósmico es tan nuestro como nuestro propio cuerpo; desistir de ser los protagonistas de nuestra particular “novela” vital, para convertirnos en los espectadores maravillados, apasionados y desapegados a la vez, del drama de la vida cósmica, del único drama, de la única Vida.

El Testigo nos sitúa directamente en el foco central de nuestra identidad. Ahí somos presencia lúcida, atenta, consciente, que es una con todo lo que es. Esta Presencia lúcida que constituye nuestra Identidad central es la misma en todo ser humano. Es nuestra Identidad real, pues es lo permanente y auto-idéntico, mientras que nuestro cuerpo-mente no hace más que cambiar.

Esa Identidad central nada tiene que ver con la pseudoidentidad que depende de algo tan frágil y fraudulento como la memoria.

Mónica Cavallé

Boletín semanal E. M. Lozano

(Mónica CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Oberon, Barcelona 2002, pp.213-214; editada posteriormente en Kairós, Barcelona 2011).

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“Lo que somos, en una metáfora”, por Enrique Martínez Lozano.

Sábado, 18 de agosto de 2018
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pensamiento-criticoMe parece claro que la única cuestión decisiva, de la que pende todo lo demás, no es otra que comprender la respuesta adecuada a la pregunta “¿quién soy yo?”.

De cara a facilitarla, quiero proponer una metáfora. Cuando vemos una sala, nuestra mente tiende a identificarla por los objetos que percibe en ella: las paredes, el techo, las columnas, las puertas y ventanas…, en definitiva piensa que la sala es un conjunto cerrado y delimitado que contiene determinados objetos.

La realidad, sin embargo, es bien diferente: lo que define a la sala no es nada de aquello, sino sencillamente el espacio, que es lo único que permanecerá cuando todo lo demás se venga abajo. Al aparecer los objetos citados, surge con ellos una forma concreta que el espacio adopta, pero la entidad real que hace posible la sala es justamente ese mismo espacio. Y este no es en absoluto diferente del que se halla “fuera” de la sala: en realidad, se trata siempre del único y mismo espacio, que las paredes levantadas no separan en absoluto, por más que sea esa la impresión que percibe nuestra mente.

Como ocurre con la sala, también a nosotros mismos tendemos a definirnos por los objetos que nuestra mente percibe: el cuerpo, los pensamientos, los sentimientos, las emociones, las reacciones, nuestra biografía… Y sin embargo, todo ello está cambiando constantemente, mientras que hay “algo” en nosotros –aquello que somos– que permanece. Eso que permanece inalterable es justamente el espacio en el que aparece todo lo demás, la espaciosidad consciente que constituye el fondo o realidad última de todo lo que es y de donde brotan, sostenidas por ella, todas las formas.

El hecho, accesible a cualquiera, de poder observar todo aquello que reconocemos en nosotros –cuerpo, mente, psiquismo, historia…– es signo evidente de que no somos nada de ello. Como en el caso de la sala, aquello que no se ve es lo que hace posible que aparezca lo que nos resulta perceptible.

Si en aquel caso nos preguntábamos qué es lo que queda cuando desaparecen todos los objetos (paredes, tejado, columnas, puertas, ventanas…), al referirnos a nosotros mismos, podemos hacernos unas preguntas similares: ¿qué es lo que permanece cuando vemos lo que cambia en nosotros?; ¿qué es eso que observa y no puede ser observado?

La respuesta es evidente: en el caso de la sala, el espacio; en nosotros, la consciencia o presencia consciente.

Una vez comprendida nuestra identidad, cualquier otra cuestión queda automáticamente “recolocada” en el marco adecuado.

La indagación siempre conduce al mismo resultado: la clave radica en comprender lo que somos y vivir en conexión consciente con ello. Todo lo demás –diría Jesús de Nazaret– “se nos dará por añadidura”.

Enrique Martínez Lozano

Boletín Semanal, vía Fe Adulta

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Me enfado… y no respiro

Martes, 19 de diciembre de 2017
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enfado

Del blog del Monasterio de las Monjas Trinitarias de Suesa:

Sí, sí, enfado, esa palabra tan poco navideña pero tan tremendamente cotidiana.

No hace mucho estuve hablando con una persona de unos 40 años. A esa edad una ya tiene argumentos suficentes para estar enfadada o para estar muy agradecida, o incluso para las dos cosas.  Esta persona parece haber optado por lo primero, o esa esla conclusión que saqué yo después del encuentro. No me atrevería nunca a juzgarla a ella, desconozco su historia, sus motivos, las heridas de su alma, pero su conversación trasluce una negatividad que me llamó la atención. No importaba el ema de conversación, daba igual que hablásemos depolítica, de ecología, de potentados o de gente sencilla,… no importaba el tema (ni se me ocurrió sacar el tema de la fe, o de la Iglesia, demasiado arriesgado), el espíritu de sus palabras era el mismo. Ni una alabranza, ni un reconocimiento, ni una sola siembra positiva. Todo era violencia y negatividad.

Me pregunto qué sucede para que se huela tanta violencia verbal en el ambiente. Las mismas bromas en las conversaciones, los comentarios en las redes sociales, las imágenes que nos enviamos a través de los diferentes dispositivos,… mucha, mucha violencia. Si todo eso lo pudiéramos convertir en materia… ¿cuánto pesaría?, ¿cuánto ocuparía?

Me pregunto también qué es lo que nos construye como personas, como sociedad civilizada. Qué aporta a mi alma según qué comentarios, gestos, ¿no es más sano contar hasta diez que escupir violencia? Si además está demostrado que aquello que envías vuelve a ti con mayor energía, ¿qué se gana dejándole ganar a la crueldad, al menosprecio, a lo fatuo?

Si tuviera que construir físicamente mi vida escogería buenos materiales, usaría el mejor cemento, buena piedra que durase, que protegiera, que invitara a compartir en su interior.

Podemos generar en nuestras entrañas aquellos sentimientos que nos conduzcan a la paz, a la belleza, ¿no es mejor?, ¿no es más apasionante la tarea?

Pues eso, que si me enfado, no respiro.

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Ser

Jueves, 18 de mayo de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Podemos abandonar progresivamente nuestros ideales acerca del hombre que deberíamos ser, o del que creemos que queremos ser, o del que creemos que los demás creen que  queremos o deberíamos ser.

*

Pema Chödrön

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“¿Qué es una persona?” por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 16 de enero de 2017
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quintoInteresante artículo que hemos leído en Fe Adulta

¿Qué es una persona? He aquí la cuestión más fundamental a la que se enfrentan todas las psicologías. Las diferentes psicologías suponen perspectivas diferentes y subrayan diferentes dimensiones. A partir de ellas construyen lo que con frecuencia parecen imágenes radicalmente diferentes de la naturaleza humana. Por lo común se considera que tales puntos de vista son opuestos; pero es más probable que representen partes de una compleja totalidad multidimensional. El modelo transpersonal que aquí presentamos no se propone negar otros modelos, sino más bien enmarcarlos en un contexto más amplio, que incluya estados de consciencia y niveles de bienestar que no tienen cabida en los modelos psicológicos anteriores.

Las dimensiones principales de este modelo son la consciencia, el condicionamiento, la personalidad y la identidad. Bajo estos encabezamientos resumiremos lo que nos parece representativo de los principios básicos de un modelo transpersonal, y compararemos con ellos los supuestos tradicionales de Occidente.

La consciencia

Este modelo transpersonal considera que la consciencia es la dimensión central que sirve de base y de contexto a toda experiencia. Respecto de la consciencia, las psicologías tradicionales de Occidente han mantenido diferentes posiciones, que van desde el conductismo, que prefiere ignorarla, dadas las dificultades que plantea su investigación objetiva, hasta los enfoques psicodinámicos y humanistas, que la reconocen pero que generalmente prestan más atención a los contenidos que a la consciencia per se, como contexto de la experiencia.

Un modelo transpersonal considera nuestra consciencia habitual como un estado restringido por una actitud defensiva ante la vida. Este estado habitual se encuentra inundado, en medida tan notable como poco reconocida, por un flujo continuo de pensamientos y fantasías, en gran parte incontrolables, que responden a nuestras necesidades y defensas. En palabras de Ram Dass: “Todos somos prisioneros de nuestra mente. Darse cuenta de esto es el primer paso en el viaje de la liberación”.

La consciencia óptima se considera como un estado considerablemente más amplio y potencialmente accesible en cualquier momento, a condición de que se pueda relajar la contracción defensiva. Por lo tanto, la perspectiva fundamental en crecimiento señala la necesidad de abandonar esa contracción defensiva y apartar los obstáculos que se oponen al reconocimiento de esa potencialidad de expansión siempre presente, aquietando la mente y reduciendo la deformación perceptiva.

La tarea fundamental que da la clave de muchas realizaciones es el silencio de la mente. En verdad, cuando se detiene el mecanismo mental se hacen toda clase de descubrimientos, y el primero es que si la capacidad de pensar es un don notable, la capacidad de no pensar lo es aún más.

Desde la perspectiva transpersonal se afirma que existe un amplio espectro de estados ampliados de consciencia, que algunos son potencialmente útiles y funcionalmente específicos (es decir, que poseen algunas funciones no accesibles en el estado habitual, pero carecen de otras) y que algunos de ellos son estados verdaderamente superiores. “Superior” se usa aquí en el sentido de que poseen todas las propiedades y potencialidades de los estados inferiores, más algunas adicionales. Además, una vasta bibliografía proveniente de diversas culturas y disciplinas del crecimiento da testimonio de que tales estados superiores son alcanzables. Por contra, el punto de vista tradicional en Occidente sostiene que no existe más que una gama limitada de estados, por ejemplo, la vigilia, el sueño, la embriaguez, el delirio. Aparte de ello, a casi todos los estados alterados se los considera nocivos y se ve en la normalidad la situación óptima.

Si nuestro estado habitual se considera a partir de un contexto expandido, de ello resultan algunas implicaciones inesperadas. El modelo tradicional define la psicosis como una percepción de la realidad que, además de estar deformada, no reconoce la deformación. Visto desde la perspectiva de este modelo, el nuestro habitual satisface esta definición en tanto que es sub-óptimo, ofrece una percepción deformada de la realidad y no alcanza a reconocer esa deformación. De hecho, cualquier estado de consciencia es necesariamente limitado y solo relativamente real. De aquí que, desde esa perspectiva más amplia, se pueda definir la psicosis como un estar apegado a -o encontrarse atrapado en- un solo estado de consciencia, cualquiera que sea.

Como cada estado de consciencia no revela más que su propia imagen de la realidad, de ello se sigue que la realidad tal como la conocemos (y esa es la única forma en que la conocemos) también es solo relativamente real. Dicho de otra manera, la psicosis es el apego a cualquier realidad aislada. En palabras de Ram Dass: “Crecemos con un plano de existencia al cual llamamos real. Nos identificamos totalmente con esa realidad como algo absoluto y desechamos las experiencias que no son congruentes con ella”.

Lo que Einstein demostró en física es igualmente válido en todos los demás aspectos del cosmos: toda realidad es relativa. Cada realidad es válida solo dentro de determinados límites; no es más que una versión posible de la manera de ser de las cosas. Hay siempre múltiples versiones de la realidad. Despertarse de cualquier realidad aislada es reconocer que su realidad es relativa.

De tal modo, la realidad que percibimos refleja nuestro propio estado de consciencia, y jamás podemos explorar la realidad sin hacer al mismo tiempo una exploración de nosotros mismos, no solo porque somos, sino también porque creamos, la realidad que exploramos.

El condicionamiento

Respecto del condicionamiento, el enfoque transpersonal sostiene que la gente está mucho más encerrada y atrapada en su condicionamiento de lo que se da cuenta, pero que es posible liberarse de él. El objetivo de la psicoterapia transpersonal es esencialmente sacar a la consciencia de esa tiranía condicionada de la mente, una meta que se describe con más detalle en el epígrafe dedicado a la identidad.

Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado en detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente al deseo y significa que el resultado del no cumplimiento del deseo será dolor. Por consiguiente, el apego desempeña un importante papel en la causa del sufrimiento, y para la cesación de este es fundamental la renuncia al apego. La asociación con él trae desdicha interminable. Mientras seguimos apegados, seguimos poseídos; y estar poseído significa la existencia de algo más fuerte que uno mismo.

El apego no se limita a los objetos o personas externos. Además de las formas familiares de apego a las posesiones materiales, a determinadas relaciones y al status quo dominante, puede haber apegos igualmente intensos a una determinada imagen de sí mismo, a un modelo de comportamiento o a un proceso psicológico. Entre los apegos más fuertes que observan las disciplinas de la consciencia están los que nos ligan al sufrimiento y a la sensación de indignidad. En la medida en que creamos que nuestra identidad se deriva de nuestros roles, de nuestros problemas, de nuestras relaciones o del contenido de la consciencia, el apego resultará reforzado por la zozobra de la supervivencia personal. Si renuncio a mis apegos, ¿quién seré y qué seré?

La personalidad

La mayor parte de las psicologías anteriores han concedido un lugar central a la personalidad y, de hecho, muchas teorías psicológicas sostienen que las personas son su personalidad. Es interesante señalar que el título que más comúnmente han recibido libros sobre la salud y el bienestar psicológico ha sido The Healthy Personality (“La personalidad sana”). Por lo común se ha considerado que la salud es algo que implica principalmente una modificación de la personalidad. Sin embargo, desde una perspectiva transpersonal, a la personalidad se le concede relativamente menos importancia. Se la ve más bien como un solo aspecto del ser, con el que el individuo puede identificarse pero sin que sea necesario que lo haga. En cuanto a la salud, se considera que implica principalmente un distanciarse de la identificación exclusiva con la personalidad, más que una modificación de ella.

De manera semejante, el drama o la historia personal que cada uno, hombre o mujer, puede contar de sí mismo se enfoca también desde un ángulo diferente. De acuerdo con Fadiman, los dramas personales son un lujo innecesario que se introduce en un funcionamiento pleno y armónico. Son parte de nuestro bagaje emocional y generalmente para una persona es benéfico alcanzar cierto grado de desapego o desidentificación respecto de sus propios dramas y de los dramas personales ajenos.

La identidad

Es un concepto al que se asigna importancia decisiva y que conceptualmente se extiende más allá de los límites que son tradicionales en Occidente. Las psicologías tradicionales han reconocido la identificación con los objetos externos y la han definido como un proceso inconsciente en el cuál el individuo se asemeja a alguna cosa o siente como alguna otra persona. Las psicologías transpersonales y las orientales también reconocen la identificación externa, pero sostienen que la identificación con procesos y fenómenos internos (intrapsíquicos) es aún más importante. Aquí se define la identificación como el proceso en virtud del cual algo es vivenciado como el sí mismo. Además, este tipo de identificación pasa inadvertido para la mayoría de nosotros, incluyendo psicólogos, terapeutas y estudiosos de la conducta, dada la gran medida en que nos afecta a todos. Es decir que estamos tan identificados que jamás se nos ocurre siquiera cuestionar aquello que con tal claridad nos parece que somos. Las identificaciones consensualmente validadas pasan inadvertidas porque no se ponen en tela de juicio. Es más, cualquier intento de cuestionarlas puede chocar con considerables resistencias. Los intentos de despertarnos antes de tiempo suelen ser castigados, especialmente por quienes más nos aman. Porque ellos, a quienes Dios bendiga, están dormidos. Piensan que cualquiera que se despierte, o que se dé cuenta de que lo que se toma por realidad es un sueño, se está volviendo loco. Leer más…

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Fiel a tu Naturaleza

Sábado, 26 de noviembre de 2016
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“Mantenerse fiel a tu naturaleza

– en un mundo que trata de hacer de tí otra persona -.

es el más grande de los éxitos”

*

Ralph Waldo Emerson,
ensayista y filósofo del siglo XIX.

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Decir No.

Lunes, 9 de febrero de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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 No sé decir “no”… No logro decir “no“.

¡Cuántas veces oímos estas expresiones o las utilizamos nosotros mismos! ¿Será que hemos sido educados para decir “sí”? La tradición cristiana, desde los numerosos “sí” de la Biblia, sean los de la llamada a la vocación profética como el “sí” de María en la Anunciación todavía nos forma hoy.

Por eso, me gusta mucho el encuentro de Jesús con este hombre invitado a seguirle, el que “se fue todo triste porque tenía grandes bienes”.  A su manera, supo, pudo decir “no”. Veo allí el signo de la libertad que suscita Jesús en cada uno de sus interlocutores. No es un gurú. No fuerza a nadie a seguirle. ¡Frente a su mensaje, deja a cada uno la posibilidad de decir “sí” o “no”!

Posiblemente tenemos en mente que decir “sí” es más fácil, es menos arriesgado. Esto parece más gratificante porque se debe complacer al otro. ¿En realidad ¿no es la pendiente fácil para cultivar tu propia satisfacción y mimar tu “yo”?

¿Decir “sí” no es querer cueste lo que cueste, ser querido por todo el mundo? Ilusión pura, muy ciertamente. Ser amado, por todos es no ser querido por nadie, es perder tu personalidad. Ciertamente el miedo a decir “no” viene del miedo a cortar las relaciones. ¡Queremos vivir tanto la fusión que el “sí” es más tranquilizador! Como si se pudiese estar en armonía con todo el mundo.

Al contrario, decir “no” es querer instaurar una relación en un clima de verdad que nos libra de engaños, relaciones falsas que no resisten al tiempo. Decir “no” es, también, afirmar la propia personalidad; ser el “autor” de tí mismo.

Es más bien el miedo a confrontarse, a decirse de verdad lo que conduce a la pérdida de la relación. El intercambio y el debate hacen la riqueza de la confrontación. Son el lugar privilegiado para medir nuestras propias capacidades, para tomar nota de nuestras propias convicciones como para domar nuestras debilidades. De la confrontación nace un mejor encuentro con uno mismo.

¿No es un camino exigente: toma en consideración la diferencia?

¿No es esto lo que conduce a “hacer la verdad “?

¿Estamos dispuestos a escuchar a alguien decirnos “no”?

¿Estamos en suficiente armonía con nosotros mismos para decir “no”?

*

Texto encontrado en una iglesia

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