Trinidad y/5. Trinidad. Dios Persona en la vida de los hombres
La Trinidad es la forma de ser persona en Dios (y de Dios):
‒ Cerrado en su identidad individual o puramente humana, el hombre no sería persona, en el sentido radical de la palabra. Todos los intentos de fundar su personalidad del hombre separándole de Dios (por dominio de sí, trabajo material o puro encuentro intramundano) son al fin insuficientes, en sentido cristiano. Quizá podamos añadir que, en un plano puramente antropológico, el hombre (varón/mujer) es un camino de búsqueda personal, un ser que tiende a sí mismo, desde y con los otros, no una persona estricta, pues esa palabra (persona), elaborada en perspectiva teológica (aplicada a Cristo de forma trinitaria), sólo puede entenderse en relación con el Dios de Jesús.
‒ El hombre es persona, en sentido cristiano, haciéndose persona en Dios, por medio de Cristo, que la primera persona humana (desde el Padre-Dios, que es primera persona trinitaria). Jesús despliega, así, en forma humana el misterio divino del Hijo de Dios, realizando al mismo tiempo, en forma divina, su relación plena con los hombres. Sólo en su encarnación (es decir, en su historia personal) se puede afirmar que él es persona divina siendo, al mismo tiempo (surgiendo así en la historia como) persona humana. En esa línea decimos que él ha podido realizar y ha realizado, en plenitud, en una historia humana su mismo itinerario personal de Hijo de Dios (y que él ha realizado en forma divina su itinerario humano) .
De esta forma culmina la reflexión trinitaria, que me ha venido ocupando en los últimos días. Gracias a todos los que me han seguido en este camino fuerte de “estudio” del Dios cristiano.
1. Tema de nuestro tiempo, un tema “eterno”.
Estas reflexiones podía haber terminado la postal anterior, pero he querido añadir, casi a modo de apéndice, unas ideas sobre la identidad del Espíritu Santo, en línea de esperanza, evocando abriendo un camino de estudio sobre la persona y tarea del Espíritu Santo (Señor y Dador de Vida, Concilio de Constantinopla I), que no ha sido todavía suficientemente analizado, y menos aún resuelto, por la teología.
La primera idea que debemos tener firme es que, como sabe la tradición teológica, las personas de la Trinidad no son unívocas (las “tres” iguales), sino que cada una “es” de una forma distinta, el Padre como ingénito que engendra, el Hijo Jesús como engendrado que entrega la vida al Padre, dándola a los hombres, y el Espíritu como el amor que procede del Padre (por el Hijo), abriendo un camino de historia y comunicación interhumana, impulsando por dentro a los hombres para que sean personas en comunión y esperanza de vida.
(a) Una tradición que va de San Agustín a Santo Tomás (con K. Barth y K. Rahner) tiende a decir que, en sentido estricto, Dios es sólo una persona, que se revela en tres modos internos de subsistencia.
(b) Pues bien, en contra de eso, en la línea de Ricardo de San Víctor y Juan de la Cruz, vengo afirmando que Dios es Uno siendo comunión de personas, del Padre con el Hijo Jesús, en el Espíritu Santo, abriendo así un camino en el que su misma realidad eterna (inmanencia) se expresa e identifica con su economía (con el despliegue de la historia de la salvación).
En esa línea he venido diciendo que ser persona es un estar abierto no sólo hacia el futuro de uno mismo y de los otros, sino al mismo Dios, como ha puesto de relieve una tradición teológica, que podemos centrar en Joaquín de Fiore, monje calabrés que en el siglo XII, que anunciaba el cumplimiento definitivo de la historia desde una perspectiva trinitaria: ha pasado el tiempo del Padre, que vino a definirse como servidumbre; también se ha realizado ya el tiempo del Hijo, desplegado como infancia o sumisión filial; viene ahora el reino del Espíritu, abierto hacia la plena libertad en el amor. Pues bien, en ese itinerario de Dios, que se desvela plenamente como Espíritu en la historia de los hombres, estamos implicados nosotros, no sólo de una forma contemplativa (conocer el misterio), sino activa, comprometiéndonos con Dios y por Dios, en la línea ya evocada al tratar de San Juan de la Cruz y de Etty Hillesum, cuando decía que “tenemos que ayudar a Dios”.
Con esto hemos entrado, imperceptiblemente, en un dominio nuevo. Hemos pasado de un plano más teórico, en el que importan las definiciones conceptuales bien precisas, al espacio de la praxis donde las cosas sólo se entienden comprometiéndose por ellas, dejándose cambiar en el intento de cambiar el mundo y conociendo en la medida en que uno hace (se hace). Este cambio de nivel, que puede entenderse como ruptura epistemológica, nos capacita para interpretar cristianamente el misterio del Espíritu, en línea de compromiso creyente y de transformación de la historia.
En esa línea he venido suponiendo que el hombre tiene, por su misma humanidad, una estructura personal abierta hacia el misterio, de manera que puede escuchar a Dios si Dios le habla (como supone K. Rahner). Pero la verdad concreta de su vida, la realidad de su persona, sólo puede entenderse como resultado de la gracia, como inclusión en el misterio Trinidad por medio de Jesús, el Cristo, en una historia. En sentido originario podríamos decir no existen más personas que las trinitarias: el encuentro de Dios Padre con el Hijo en (por) el Espíritu. Por eso, los hombres sólo pueden ser personas, como dueños de sí mismos en un gesto de apertura hacia los otros, en apertura radical al Dios de Cristo, superando así las barreras de la muerte, si es que se introducen (de un modo consciente o sin saberlo) en la vida del misterio trinitario (tal como se expresa en la pascua de Jesús).
Ciertamente, el tema de la persona se puede situar en otros planos: familiares y sociales, jurídicos y económicos… Pero sólo adquiere su verdadero contenido cristiano y su verdad en Jesucristo, en referencia mesiánica (en perspectiva trinitaria). Así decimos que, en sentido radical, el hombre es libre porque está abierto al infinito, per ser hijo de Dios Padre que le ha “redimido”, es decir, la ha creado plenamente en Jesucristo, concediéndole dignidad infinita; es persona porque él puede y debe realizarse como hijo de Dios, desde la experiencia de su Espíritu. Leer más…
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