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Viaje por la periferia

Viernes, 27 de septiembre de 2024
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IMG_7140Una preciosa reflexión que nos ha conmovido…

Cuando viajo, me siento llena de curiosidad por saber quién va a sentarse a mi lado. Me gusta tener un compañero o compañera de viaje. Sin embargo, es cada vez más raro poder conversar. Algunos se instalan y abren el ordenador, a menudo para trabajar, aunque otros miran películas para pasar el tiempo.

Mis compañeros de viaje tienen una vasta gama de costumbres. Hay quienes aprovechan el viaje para estudiar, o para maquillarse, algunos no levantan ni un minuto los ojos de un libro que imagino apasionante. La mayor parte de las veces nos saludamos al llegar y cuando nos levantamos para bajar del tren. Me gusta mucho cuando son niños quienes se sientan a mi lado, el tiempo pasa rápido, podemos charlar y a veces jugar.

En el último tren que tomé tuve un encuentro a la vez muy hermoso y conmovedor. A mi lado se sentó un muchacho joven. Llevaba camiseta de manga corta y pantalón corto, y sus brazos y sus piernas estaban cubiertos de tatuajes. Creo que no tenía ni un centímetro de piel que no estuviera ocupado por ellos. No quería mirar intensamente esos dibujos tan extraños y para mí incomprensibles, pero no conseguía apartar mis ojos de ellos.

A un momento dado sentí la mirada del muchacho, que me preguntó: “¿Te gustan los tatuajes?”. Pregunta delicada, porque justamente yo me estaba diciendo que no me gustaban nada. Me sorprendí a mí misma contestándole: “Son curiosos e interesantes”.

A partir de ahí, empezó una larga conversación. Me preguntó si era de “la cruz roja”, seguramente debido a mi ropa no muy a la moda. Cuando contesté que era religiosa, una hermanita de Jesús, una cascada de preguntas empezó: ¿qué hacen las monjas? ¿por qué te hiciste monja? ¿qué haces y dónde vives? ¿Por qué las monjas no se pueden casar?

Intenté contestar sus preguntas que me llegaban al alma, pero cuanto más hablaba, más me daba cuenta de estar a mil leguas de su universo. Tenía la impresión de utilizar un lenguaje incomprensible y vacío, de que mis palabras no conseguían alcanzarle. Hasta que dije que había vivido muchos años en los suburbios de dos grandes ciudades, y al oír la palabra “periferia” su mirada se iluminó. Entonces, me tomó de la mano y me dijo: “ahora voy a hacerte viajar por mi periferia”, y empezó a explicarme los tatuajes de sus brazos uno tras otro, haciéndomelos tocar con el dedo.

“Mi corazón se revuelve dentro de mí, mis entrañas se estremecen.”  Estas palabras de un salmo me habitaron el corazón a lo largo de este viaje sagrado hecho de esperanzas y de decepciones; de búsqueda de sentido y de caída en el no-sentido; de amor, de deseo y de desilusión; de drogas, de cárcel, de deseo de redención y de una vida, como él decía, “normal”. Después me hizo tocar el tatuaje de una cruz, una lágrima y un corazón que tenía grabado un nombre que no conseguí leer.  “Fue a partir de ahí”, me dijo, “que me empecé a levantar”.

Sin que nos diéramos cuenta, llegó a la estación donde debía bajarse. Tomó deprisa su equipaje y me pidió si podía darme un beso para despedirse. “Claro que sí”, le respondí. Se iba ya, pero se volvió y me dijo: “yo no puedo hacerlo, pero tú que hablas con ese Jesús, háblale también de mí, de mi historia… puede ser que él comprenda” y se bajó corriendo. El tren partió, confié su vida al Señor de la Vida, pero… ¡me di cuenta de que no sabía su nombre!

Espontáneamente, le llamé Carlos. Sí, Carlos… uno de los tantos Carlos de la Historia, de nuestra Historia.

Hta. Anna Serena

Fuente Hermanitas de Jesús

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“Iglesia fuera de los muros”, por Oscar Fortin

Domingo, 9 de marzo de 2014
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12792747955_1d17ff64c2Leído en Humanismo en Jesús.

NOTA: Hace algunos años, asistimos a un fenómeno donde las personas de buena fe llegaban al deber de apostar la fe a la cual les había asociado su bautismo y su cultura religiosa. Este fenómeno me interpeló en particular y dio lugar, en 2009, a esta reflexión sobre esta Iglesia fuera de los muros. Desde entonces, nos ha llegado el papa Francisco cuya mirada lleva más allá de los muros.

Voces se elevan cada vez más en el mundo cristiano para denunciar autoridades y doctrinas que no cuadran más con el Espíritu evangélico y el mundo de hoy. Es necesario visitar los blogs que tratan de la Iglesia para realizar que un malestar profundo está allí como una brasa que se enciende al menor soplo de viento. La ola de apostasías que conocio la Iglesia Católica da a estas voces el carácter trágico de las cuestiones que plantean.

 En uno de los comentarios sobre este debate que alimentaba los intercambios de entonces, yo hacía la siguiente reflexión: ¿No asistimos a la aparición de una Iglesia “fuera de los muros”, una iglesia que no llega más a reconocerse en esta Iglesia “vaticana y doctrinal” reconociéndose, no obstante al mismo tiempo, en los “Evangelios” y los “grandes testigos ” que se inspiran de ellos? ¿La fe no desborda muchísimo los límites institucionales de la “Iglesia vaticana”, hondando sus raíces en un “don personal del Espíritu”? En este sentido, hay sin duda mucho más creyentes que pensamos en la diáspora del mundo que en la Iglesia oficial. ¿No se reúne el Cuerpo de Cristo en quienes vive su Espíritu?”

 Hoy, más que en el pasado, realizamos los límites de todo encuadro exterior. La historia nos revela, en efecto, cómo las múltiples formas de enmarco han sido en general, lugares privilegiados de abuso de poder y de manipulación de los espíritus, vedados de ambiciosos, hipócritas y dominadores. En muchos casos, los templos, construidos de manos de hombre como son las jerarquías políticas, económicas, eclesiales, sociales y culturales, se apoderan sutilmente las conciencias individuales y colectivas para mejor manipularlas. Bajo la influencia de estas jerarquías hemos sido todos y todas, a la vez y en distintos grados, víctimas y solidarios de crímenes y horrores cometidos contra la humanidad. Los Gobiernos que sostenemos, las religiones que defendemos, los organismos que apoyamos tienen, todos, las manos manchadas de algunos crímenes o injusticias. Si tenemos requisiciones a presentar por las ofensas recibidas, tenemos igualmente que pedir perdones por las faltas cometidas por una u otra de estas instituciones de las que nos afirmamos solidarios.

 La conciencia grita en cada uno de nosotros algo que se impone como una fuerza que interpela, como una pasión que empuja a actuar. A la manera de Sócrates (Apología), oímos la voz del dios que nos invita a tomar el camino de la Verdad que libera de los aparatos y falsedades. A la manera de Jeremías e Isaías, oímos la voz de Iahvé que dice de preocuparnos más aún del culto que consiste en aprender a hacer el bien, a buscar lo que es justo, a garantizar los derechos al oprimido, a hacer justicia al huérfano, a defender la viuda y el extranjero (Is.1, 17; Jer. 22,3). A la manera de Jesús, oímos el sermón de la montaña que nos devuelve hacia las cosas esenciales de la vida. ¿San Pablo no nos dice que somos el templo del Espíritu Santo que está en nosotros y que nos viene de Dios? (1 Cor.6, 19) Este lenguaje, que remonta a varios milenios, ha sido constantemente recogido por los sabios y profetas de todas las épocas y, de una determinada manera, por la conciencia que vela en cada uno de nosotros. Ella nos recuerda estas verdades fundamentales a las cuales está convivida la humanidad entera.

 Entramos pues en una nueva era en que se confirma esta profecía de Jeremías:

 “Cuando llegará el tiempo, realizaré con mi pueblo otra alianza: pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que enseñarse mutuamente diciéndose los unos a los otros: ¿conozcan al Señor? Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande”).

 Cada ser humano lleva en él al espíritu que está en el centro de la conciencia. Corresponde a cada uno tanto de atraparlo como de dejarse atrapar, de distinguirlo a través de todo lo que lo invade y solicita. No podemos remitir sobre los demás las responsabilidades de las decisiones que tomamos, las solidaridades que asumimos y los comportamientos que adoptamos. De ahí la importancia de distinguir esta voz de la conciencia, la única capaz de conducirnos a la verdad, a la justicia, a la libertad y a la felicidad. “Todo me está permitido, pero no todo me conviene.” (Pablo, 1 Cor, 6, 12). La fe misma de la comunidad estará siempre allí para ayudar a este discernimiento y para apoyar este compromiso al servicio de una humanidad que aspira a la verdad, a la justicia, a la paz y a la bondad.

 Nadie puede detenernos en este compromiso. Nos es profundamente personal.

 Concluyo con las recientes palabras del papa Francisco a los sacerdotes, obispos y cardenales:

 No deben considerarse propietarios de poderes especiales o dueños de la Iglesia.”

 Oscar Fortin

 Traductor:Marius Morin

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