La peregrina es cauce para la evolución.
El mundo sería diferente si personas concretas, a lo largo de la historia, no se hubieran atrevido a salir de los moldes.
Recordando los inicios del cristianismo, con Juan Bautista sumergiendo a las personas en el Jordán, con sabor a exigencia, no puedo menos que valorar mucho que Jesús, según el texto, se sumergiera.
Jesús se sumerge y: experimenta, escucha, siente, evoluciona.
Ese paso de Jesús es determinante para la evolución de una religiosidad.
Él nos acerca el abrazo fresco de Dios, recibido en las aguas. Lo que para otros fue purificación, perdón…para él es de un empoderamiento imparable. Esa experiencia le cambia. Le hace evolucionar.
Y yo, ¿me sumerjo? Hoy poco nos atemorizan los predicadores… gracias a Dios hemos madurado, pero la pregunta importante es si el agua me atrae, si me sumerjo en “el Jordán” por voluntad propia.
Sumergirnos es necesario para evolucionar, y así contribuir al desarrollo de procesos nuevos o de los que vamos tomando consciencia en nosotras y en los otros.
Sumergirme es sinónimo de dejar a Dios, la Vida, trabajar en mí. El agua, con su irreductible misterio, con su capacidad de gestar vida, es también un símbolo de dejar lo viejo para dejarme sumergir en lo de Dios, nunca viejo, nunca gastado. Como el agua, se la puede ver sucia, pero no vieja. El agua que corre, que fluye, siempre es nueva. Cuando se detiene, se encharca y se pudre. Se convierte en fuente de infección. Dios: Ruah, aire, aliento, espíritu, dinamismo, puro fluir.
Se encharca el agua y por ende la evolución de aquel maravilloso inicio, cuando nos atrevimos a sumergirnos, cuando Ruah fluía y alentaba nuestra vida. Necesito sumergirme de nuevo.
Vivo muy cerca del Camino del Norte (Camino de Santiago). El peregrino y la peregrina forman parte de nuestro paisaje. Ellas y ellos caminan. Es otra manera simbólica de adentrarse en caminos desconocidos, para descubrir su mapa interior. Sí, maravilloso trazado que intuimos está, y no acabamos de descubrir.
Para ello, hay que sumergirse en el paisaje que te va acompañando e invitando a entrar, a soltar, a escuchar.
A un lado el mar, el acantilado, el ruido del agua, que recuerda la del Jordán del que todos procedemos, porque allí surgió un proyecto que evoluciona con nosotros.
Al otro, la vida, las gentes, el ajetreo, el dolor y el amor con sus pasiones y rutinas…todo, desde el Camino se reinterpreta. Por un lado el mar, su bravura, su frescura e intrepidez, por el otro, las gentes con nuestras infinitas capacidades en desarrollo, en evolución, regaladas a la humanidad, o, estancadas en nuestros miedos empequeñecedores.
¡Nutramos al peregrino que llevamos dentro! Dejemos que se sumerja en el agua y en el paisaje, hermoso y hoy amenazado. El agua nos acompaña.
Colaboremos con la evolución adentrándonos en “nuestros Jordán”. Y disfrutemos, disfrutemos del paisaje de fuera descubriendo así el de dentro.
Y si te apetece, prueba de orar, ahí, afuera. Lo vas a disfrutar. Deja, poco a poco, emerger tu mapa interior. Contémplalo y agradece, agradece… todo. Lo bueno, lo buenísimo y lo difícil y tortuoso. Así es el camino.
Normalmente después de una tortuosa subida, difícil y larga, hay un paisaje de los que cortan el aliento.
Por nuestra parte, para dejar emerger el mapa interior y fruir del exterior, preparamos una liturgia en el bosque o en la playa, o en los acantilados… todos los meses en un sitio diferente, afuera, donde la vida evoluciona y los humanos nos engrandecemos, somos iguales, somos Uno.
Y, una Pascua cerca de peregrinos, para entender el camino, dejándonos acompañar por sus preguntas y sus experiencias… y para estar cerca de los que sí caminan, y aprender de ellos y ellas, y disfrutar con ese fluir de vida.
Es una pequeña manera de colaborar con la evolución y de seguir evolucionando.
Magda Bennásar Oliver
Fuente Fe Adulta
Imagen, del libro Gadea. La peregrina de Santiago de Compostela, de José Antonio Adell Castán
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