Comentarios desactivados en “El perdón te libera”, por Miguel Ángel Mesa
De su blog Otro mundo es posible:
«Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar»
(Gandhi).
Los medios de comunicación nos ofrecen constantemente situaciones de enfrentamientos que producen enemistades, odios: guerras, conflictos entre países o etnias, entre empresas…; de unas estrellas mediáticas, deportivas, famosas, contra las demás; de unos partidos políticos contra otros de signo adverso…
Algo que cada vez se está dando con más frecuencia es la condena a alguien, sin que se haya sentenciado judicialmente su culpabilidad, como es obligatorio en un Estado de Derecho. Simplemente por los indicios, por las primeras pruebas, por los comentarios que se realizan en los mass-media y las redes sociales creemos que es suficiente para condenar a una persona, organismo o asociación. Se está perdiendo poco a poco la presunción de inocencia.
Y, por otra parte, tanto en la ciudadanía, como en algunos partidos políticos y asociaciones de diverso género, se aboga porque los presos cumplan íntegras las penas, que se amplíen estas a cadena perpetua, sin rebajas, e incluso, en casos más extremos, a que se implante la pena de muerte. La rehabilitación y recuperación de las personas que han cometido un delito, parece que no se acepta ni se contempla en la realidad de nuestro sistema penitenciario y en la opinión pública.
Resolver muchos de estos conflictos no es fácil, si no hay buena voluntad por ambas partes. Y si, a través de algún tipo de mediación, se resuelven sobre el papel alguno de estos enfrentamientos, suele quedar en el hueco de la memoria el resentimiento, la indignación, el odio larvado. Lo que conlleva el que a la más mínima provocación se reabra la herida.
Como dice Gandhi en la frase que encabeza esta página, no es nada fácil perdonar.Y quizá sea aún más difícil pedir perdón a quien se ha ofendido. Pero no hay nada que libere más interiormente que solicitar el perdón o que otorgarlo. Nos humaniza, engrandece y restablece la armonía perdida, tanto entre las personas individuales como en las relaciones sociales.
Jesús experimentó en su propia vida y en la de los demás el valor terapéutico del perdón: a quienes le ofendían y acosaban sin parar; a las personas que se sentían esclavizadas por el sentimiento, cierto o inducido, de haber pecado; hasta llegar a ofrecer el perdón a quienes le condujeron a la cruz… Setenta veces siete había que perdonar, es decir, siempre.
Deberíamos tener pues siempre a mano para resolver cualquier problema y cerrar la herida, el bálsamo de la comprensión y la disculpa. Y que no nos despierte el amanecer de un nuevo día sin solucionar cualquier situación que nos haya enfrentado con otra persona. De cualquier circunstancia, positiva o negativa, podemos recibir una enseñanza. Pero no digamos: «yo perdono, pero no olvido», porque la semilla de la cizaña estará siempre acechando en nuestro interior, sin dejar que sanemos por completo.
Sabiendo, por otra parte, que no son incompatibles la proclamación de la verdad y la justicia, con la compasión y el perdón. Que quienes intentan incluir, rehabilitar, no acallar nada, olvidar, perdonar en definitiva, como la única forma de reconciliación y verdadera convivencia fraterna, llevarán la dicha a sus vidas. Quienes han descubierto el tesoro del perdón, no dejan de esparcir y sembrar las semillas de un mundo nuevo, reconciliado, justo y en paz.
«Felices quienes al llegar el atardecer del día se sienten bien, porque han enterrado en el olvido todos sus rencores».
Comentarios desactivados en Cristo es la Transparencia
Dios mismo vino sobre la tierra como un pobre,
como un humilde.
Vino a través de Cristo Jesús.
Dios permanecería lejos de nosotros si
Cristo no fuera la transparencia.
Desde el comienzo Cristo estaba en Dios.
Desde el nacimiento de la humanidad,
era palabra viva.
Vino sobre la tierra para hacer accesible
la confianza de la fe.
Resucitado, hace su morada en nosotros,
nos habita por el Espíritu Santo.
Y descubrimos que el amor de Cristo se expresa ante todo
por su perdón y por su presencia continua dentro de nosotros.
*
“15 días con el Hermano Roger de Taizé “
escrito por Sofía Laplane
Editorial Ciudad Nueva
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.
Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.
En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías, que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.
Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús:
–Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pedro no sabía lo que decía. Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube. De la nube salió una voz que decía:
–Este es mi Hijo elegido; escuchadlo.
Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.
*
Lucas 9,28b-36
***
Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.
La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.
Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.
Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.
El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .
*
J. Corbon, La alegría del Padre, Magnano 1997
***
Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí.De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasanlas pruebas.
(El abrazo, de Juan Genovés. Congreso de los Diputados de España)
El perdón no debe ser ocasional, algo excepcional, sino que debe integrarse sólidamente en la existencia y ser la expresión habitual de las disposiciones de unos hacia otros. Deberás empezar por dominar la reacción de tu corazón ante la ofensa recibida -tu rencor, tu obstinación en tener razón- y deberás sentirte verdaderamente libre. Pero el perdón da el paso decisivo al renunciar al castigo del otro. Con ello abandona el principio de equivalencia, en el cual se contrapone el dolor al dolor, el perjuicio al perjuicio, la expiación a la falta, para entrar en el de la libertad interior. Aquí también se restablece un orden, no con pasos y medidas rígidas, sino con una victoria creadora. El corazón se ensancha […]. Jesucristo relaciona el perdón de los hombres con el de Dios. Este es el primero en perdonar, y el hombre no es más que su criatura. Por tanto, el perdón humano surge del perdón divino del Padre. El que perdona se asemeja al Padre. Actuando así, persuades al otro para que comprenda su error; creando con él la armonía del perdón, “habrás ganado a tu hermano”. Entonces vuelve a florecer leí fraternidad. El que así piensa aprecia al prójimo. Le duele saber que su hermano está en falta, como a Dios le duele el pecado, porque aleja de él al hombre. Y de la misma manera que Dios desea redimir al hombre caído, así el hombre instruido por Jesucristo sólo anhela que la persona que le ha ofendido reconozca su falta y vuelva así a la comunidad de la vida santa.
Jesucristo es el modelo de esta actitud. Él es el perdón viviente. que no sólo ha perdonado la culpa, sino que ha restaurado la verdadera “justicia“. Ha destruido cuanto de lo más terrible se había acumulado, cargado sobre sus espaldas la deuda que había de pesar sobre el pecador […]. Vivimos de la obra redentora de Jesucristo, pero no podemos disfrutar de la redención sin contribuir a ella.
*
Romano Guardini, El Seńor I,
Madrid 31958, 531-540, passim)
Comentarios desactivados en Francia se disculpa con la comunidad LGTB+
Eric Dupond-Moretti
El ministro de Justicia de Francia pide ‘perdón’ a la comunidad LGTB+ que fue perseguida durante cuarenta años.
“Lo siento por las personas homosexuales que, durante 40 años, sufrieron esta represión totalmente injusta”
Un ministro francés ha pedido disculpas a la comunidad LGBTQ+ del país por el modo en que fueron tratados entre 1942 y 1982.
El pasado miércoles por la noche, Francia expresó un sentido “perdón” hacia el colectivo LGTB+ que han sido perseguidos por su orientación sexual entre 1942 y 1982. Mientras el Parlamento debatía sobre cómo proceder con su rehabilitación.“Ha llegado el momento (…)de declarar esta noche, en representación de la República Francesa: perdón”, afirmó el ministro de Justicia, Eric Dupond-Moretti, ante la Asamblea Nacional.
Tras la presentación de un proyecto de ley que pretende indemnizar a las víctimas de las leyes antigays del pasado, el ministro de Justicia, Eric Dupond-Moretti, presentó sus disculpas “en nombre de la República Francesa“.
Jordan Henderson pide disculpas a la comunidad LGBTQ+ por su actuación en Arabia Saudí
Lil Nas X pide disculpas a la comunidad transexual tras bromear sobre su transición. “Lo siento por las personas -las personas homosexuales de Francia- que, durante 40 años, sufrieron esta represión totalmente injusta“, dijo.
Más de cuarenta años después de la despenalización, el Parlamento francés busca una forma de rehabilitar al colectivo LGTB+.
La homosexualidad se despenalizó en Francia en 1791 durante la Revolución Francesa. Sin embargo, el gobierno nazi de Vichy introdujo una edad de consentimiento desigual durante la Segunda Guerra Mundial, elevando la edad de consentimiento a 21 años para las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Finalmente se igualó en 1982.
En Francia, las personas LGBTQ+ también fueron perseguidas en la segunda mitad del siglo XX en virtud de una ley de indecencia pública introducida en 1960.
Aunque existe consenso sobre la aceptación de la responsabilidad del Estado, el Senado. La oposición de derecha tiene dominio, difiere de los diputados al rechazar la inclusión de una compensación financiera en la legislación.
La propuesta actualmente en debate, promovida por el senador socialistaHussein Bourgi, inicialmente contemplaba una indemnización de 10.000 euros para las personas homosexuales afectadas.
El nuevo proyecto de ley de indemnización se fue aprobado por unanimidad por la Cámara Baja del Parlamento francés durante la noche, pero ahora debe ser examinado por el Senado, que ya ha aprobado el reconocimiento del daño infligido a las personas LGBTQ+ desde 1942, pero que hasta ahora se ha resistido a las peticiones de indemnización y reparación.
Estimar un número exacto es complicado, pero según el experto Régis Schlagdenhauffen, hay al menos 10.000 condenas por violación de la edad de consentimiento. Es probable que la cifra sea aún mayor.
A pesar de ello, Dupond-Moretti señaló que para muchos será difícil demostrar la discriminación. Hervé Saulignac, quien presentó el texto en la cámara baja, estima que entre 200 y 400 personas podrían recibir una compensación.
Se calcula que al menos 10.000 personas -en su mayoría hombres homosexuales- fueron condenadas en virtud de leyes antihomosexuales durante las cuatro décadas de represión, y 50.000 más en virtud de leyes contra la indecencia pública. Aunque muchos han muerto, la BBC informó de que hasta 400 podrían tener derecho a indemnización.
Michel Chomarat, de 75 años, fue detenido durante una redada en un bar gay de París en 1977 y condenado en virtud de la ley: “Llevo casi 50 años luchando porque nunca acepté que me detuvieran y me condenaran”, dijo en declaraciones recogidas por France 24.
La votación fue una “agradable sorpresa“, declaró a la AFP Terrence Katchadourian, secretario general de Stop Homophobie. “El hecho de que Francia pida perdón… envía un bello mensaje a todo el mundo“, afirmó.
Joël Deumier, copresidente de SOS Homophobie, se hizo eco de este sentimiento, afirmando que la votación enviaba una “señal extremadamente fuerte“, pero señaló que “no puede haber reconocimiento sin reparación”.
La semana pasada, el Parlamento francés también votó a favor de consagrar el aborto en la Constitución, y el presidente Emmanuel Macron firmó oficialmente la enmienda el viernes.
Comentarios desactivados en “Pedir Perdón”, por Carmiña Navia Velasco.
Nos ha dejado espléndidas metáforas y una doctrina del
perdón que puede anular el pasado. (Esa sentencia la
escribió un irlandés en una cárcel.) Jorge Luis Borges, de
su poema: Cristo en la cruz.
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas
de que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
reconcíliate primero con tu hermano (a),
y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Del Evangelio de Mateo.
Me surgen muchos interrogantes cuando veo en la televisión a algunos hombres de armas: guerrilleros, paramilitares, militares… “pedir perdón”. Y siento que esas frases no son más que una retórica autodefensiva y que no muestran ni reflejan el menor “arrepentimiento”. Los interrogantes se duplican cuando el presidente de la República, pide perdón a las madres de jóvenes asesinados por el Estado, pero reduce esta petición, a una pequeña excusa en voz baja y a la carrera, al final de un extenso discurso en el que ha recopilado al infinito supuestas o reales ofensas de todos contra todos…
Me pregunto: ¿Qué es pedir perdón? ¿Qué es perdonar? ¿Se puede perdonar a quién no se ha arrepentido de lo hecho? ¿Qué significa realmente que la paz en Colombia pase por pedir perdón y perdonar? ¿Quién tiene que perdonar… a quién, cómo, cuándo? ¿Qué supone reconciliarse en un país en el que han sido atacadas no sólo “comunidades”, sino en el que se han destruido muchos miles de vidas de personas individuales, especialmente mujeres?
Me vienen a la mente unas palabras de la escritora italiana Natalia Ginzburg, que vivió en carne propia las consecuencias del fascismo. Voy a citarlas aunque sean un poco largas, porque me identifico con ellas:
Perdón y arrepentimiento son palabras que pertenecen a nuestra vida privada… verlas utilizadas en la vida política y pública las corrompe…
El arrepentimiento de quien haya cometido actos de violencia o de sangre, o de quien haya inducido a otros a cometerlos, tiene lugar en el secreto de su espíritu, se traduce en actos y pensamientos individuales y no debería tener ningún tipo de resonancia pública. Puede ser también un arrepentimiento completamente sincero, pero en el momento, nadie es capaz de conocer su sinceridad, su dolor, su intensidad y su medida…
En realidad el verdadero arrepentimiento nace de una zona desconocida para todos… Puede durar toda una existencia, de modo que sólo después de años y años se podrán distinguir sus signos desde fuera. No aporta ventajas prácticas ni utilidades de ningún tipo. Es un sentimiento de naturaleza privada y secreta. El verdadero arrepentimiento y el verdadero perdón son completamente gratuitos y en la mayoría de los casos secretos y silenciosos. (Natalia Ginzburg: Sobre el arrepentimiento y el perdón, en: Las tareas de la casa y otros ensayos – Lumen 2016).
Si nos situamos en el ámbito de Jesús y del evangelio, un arrepentimiento verdadero -a mi juicio el único que demanda el perdón- se traduce, se muestra, en metanoia, es decir en cambio radical, en transformación… vida nueva que asume los valores que antes negó y pisoteó. Jesús habla de nacer de nuevo… ¿Qué significa esto en nuestro país, en hombres (y alguna vez mujeres) que despojaron a otros de sus tierras, que asesinaron, que violaron, que acabaron con las vidas de tantas y tantas personas? A mi juicio no son tolerables esas “pedidas de perdón o excusas” en la televisión, que no hacen otra cosa que esconder dinámicas perversas que la mayoría de las veces se mantienen de diferentes formas. ¿Cómo traducir lo moral a lo jurídico? Porque no bastan leyes, ésas se saltan fácilmente, se trata de una transformación de actitudes y sentimientos.
Nos dice: Vladimir Jankélévitch:
El arrepentimiento implica drama y vida moral: vida moral, es decir, acto de contrición; vida moral, es decir, pesar vergonzoso, acompañado del sabio propósito de mejorar en el porvenir, endosando valerosamente el sufrimiento; el arrepentido da vueltas y vueltas al recuerdo de la culpa y procura redimirla. El tiempo del arrepentimiento, por oposición a los veinte años huecos de la prescripción, es, por tanto, una plenitud meditativa y recogida: lo que opera en el arrepentimiento es la sinceridad del lamento y el ardor intensivo de la resolución. 3
El arrepentimiento es redentor porque es, ante todo, una voluntad activa de redención… (Vladimir Jankélévitch: El perdón).
Ante un arrepentimiento de esta naturaleza en el que haya lágrimas y transformación, la víctima puede y tal vez, debe…reunir fuerzas para que el perdón la visite y la cobije. Pero no son estas las actitudes que nos encontramos en los grupos que asisten a la JEP (Justicia Especial para la Paz) buscando negociar su propia impunidad y muy lejos de buscar una auténtica reparación. ¿Cuántos de los machos violadores tienen sentimientos de culpa? No creo que la conozcan.
Todo este panorama se complejiza mucho más si hablamos (o mejor si sentimos) de la realidad de la violación y los vejámenes sexuales contra las mujeres. En el proceso colombiano se habla de: El macrocaso 11 se denomina “Violencia basada en género, violencia sexual, violencia reproductiva, y otros crímenes cometidos por prejuicio basados en la orientación sexual, la expresión y/o identidad de género diversa en el marco del conflicto armado colombiano”. Víctimas de las cuales el 89,2% son mujeres. Un porcentaje del que indudablemente hay una altísima proporción de violaciones.
¿Cómo las mujeres podemos perdonar las violaciones -que en ciertas circunstancias son una real epidemia- en medio de una sociedad violadora? Rita Segato habla con mucha lucidez de La guerra contra las mujeres:
Mi escucha de lo dicho por estos presidiarios, todos ellos condenados por ataques sexuales realizados en el anonimato de las calles y a víctimas desconocidas, respalda la tesis feminista fundamental de que los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y fantasías y les confiere inteligibilidad. (Rita Segato: La guerra contra las mujeres). Ella llama a esa estructura profunda el mandato de la masculinidad en la sociedad patriarcal.
Nuestras dinámicas sociales no se arrepienten de las violaciones y los feminicidios, por el contrario, las producen. Desde el inconsciente colectivo más antiguo, aún el religioso, las violaciones se incitan y promueven. Zeus y Júpiter las figuras máximas de los panteones griego y romano son unas divinidades violadoras, raptoras de mujeres… y disponen de las mujeres o ninfas a su antojo y según su capricho. Por otro, lado Mahoma se casa con una de sus mujeres cuando ésta es una niña de seis años y una de las tribus del judaísmo está fundada sobre un rapto y violación masiva de mujeres, narrada en el libro de los Jueces.
¿Hacia dónde miramos las mujeres? ¿Cómo podemos perdonar violencias y violaciones masivas en una sociedad que propicia e incita a ese tipo de prácticas?
Definitivamente la reconciliación social no puede pasar por un perdón que no se ha pedido desde el fondo del alma. Para que haya reconciliación se tiene que pasar por una trasformación que reconozca ese “mandato” del que habla Segato y lo transforme en invitación a la acogida, al ágape, al encuentro, sólo así los varones podrán llevar su ofrenda ante el altar, sólo así anularemos los pasados de horror. Sólo así no veremos más pantomimas de “perdón” en las televisiones. La reconciliación de las mujeres con su entorno, pasa por arroparse entre ellas en círculos de sanación y de sororidad.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 24º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Una cosa a la que rara vez presto atención durante la Misa es la oración inicial. Hoy es diferente por alguna razón: “Míranos, oh Dios, Creador y gobernante de todas las cosas, y, para que podamos sentir la obra de tu misericordia, concédenos servirte con nuestro corazón”.
Debo admitir que tuve que leerlo un par de veces para asimilar completamente su profundidad. Me ayudó a reformularlo: “Míranos, oh Creador, para que, sirviéndote con el corazón, podamos sentir la obra de Dios. tu misericordia.”
Esta oración tocó algo profundamente en mí. Es al servir a Dios con el corazón (no con las manos ni con la cabeza) que vemos la misericordia de Dios en acción.
¿Cómo servimos a Dios con nuestro corazón? ¡La primera lectura de hoy de Sirach da la respuesta perfecta! No es viviendo con ira y enojo ni buscando venganza. Es viviendo con una actitud de perdón. “Perdona la injusticia de tu prójimo”, escribe el autor. “Acordaos del pacto del Altísimo y pasad por alto las faltas”.
Me gustaría contarles una historia sobre una amiga que falleció el año pasado. Era una monja anciana amada por todos en su parroquia. ¡Conocía a todos por su nombre y era una persona que tenía una capacidad increíble para amar a todos! Ella era el tipo de persona que te hacía sentir especial e importante. Cuando ya no pudo permanecer físicamente en el convento local, la parroquia tuvo una celebración en su honor. Cuando se le preguntó durante el evento qué palabras sabias tenía para ofrecer, ella simplemente respondió: “Siempre da el beneficio de la duda”. ¡Estas sabias palabras fueron su secreto que la liberó para amar a todos por quienes son, sin importar qué!
“Siempre da el beneficio de la duda”. Cuando haces eso, no hay necesidad de perdonar porque, en primer lugar, no hubo ninguna ofensa. Al aceptar ese consejo, podemos verdaderamente servir con el corazón y ver la misericordia de Dios obrando a través de él.
Al otorgar conscientemente el “beneficio de la duda”, me siento mucho más libre y menos ofendido cuando hay injusticia. Puedo distanciarme de su acción y ver su realidad de otra manera. No estoy poniendo excusas por las decisiones del otro; Estoy reformulando su acción de tal manera que me doy cuenta de que ni siquiera tienen otra opción porque no son libres dentro de sí mismos.
Las personas LGBTQ+ (incluyéndome a mí), las personas de color, los inmigrantes y muchos otros marginados de la sociedad a menudo se encuentran en el punto de mira de personas enojadas, justas, incluso intolerantes y llenas de odio. Sus acciones no son aceptables, pero eso no tiene por qué quitarme mi libertad interior. En lugar de asumir su odio y permitir que me impacte negativamente, trato de acordarme de darle “el beneficio de la duda” y, cuando lo hago, veo al “otro” como la víctima de tanto odio y dolor. , una víctima que ha absorbido tanto que se ha convertido en su vida. No quiero darles tanto poder. Y en mi cambio de actitud, ¡sé que la misericordia de Dios está obrando a través de mí!
Comentarios desactivados en El perdón siempre espera “… Se abrazaron y se besaron mutuamente”
Después de haber compuesto el bienaventurado Francisco las predichas alabanzas de los creaturas que llamó Cántico del hermano sol, aconteció que se produjo una grave discordia entre el 0bispo y el podestá de la ciudad de Asís. El obispo excomulgó al podestá, y éste mandó pregonar que ninguno tratara de vender ni de comprar nada al Obispo, ni de celebrar ningún contrato con él.
El bienaventurado Francisco, que oyó esto estando muy enfermo, tuvo gran compasión de ellos, y más todavía porque nadie trataba de restablecer la paz, Y dijo a sus compañeros: “Es para nosotros, siervos de Dios, profunda vergüenza que el obispo y el podestá se odien mutuamente y que ninguno intente crear la paz entre ellos”. Y al instante, y con esta ocasión, compuso y añadió estos versos a las alabanzas sobredichas:
“Loado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues por ti, Altísimo, coronados serán”.
Llamó luego a uno de sus compañeros y le dijo: “Vete al podestá y dile de mi parte que tenga a bien presentarse en el obispado con los magnates de la ciudad y con cuantos ciudadanos pueda llevar”.
Cuando salio el hermano con el recado, dijo a otros dos compañeros: “Id y cantad ante el obispo, el podestá y cuantos estén con ellos el Cántico del hermano sol. Confío en que el Señor humillará los corazones de los desavenidos, y volverán a amarse y a tener amistad como antes”.
Reunidos todos en la plaza del claustro episcopal, se adelantaron los dos hermanos y uno de ellos dijo: “El bienaventurado Francisco ha compuesto durante su enfermedad unas alabanzas del Señor por sus creaturas en loor del mismo Señor y para edificación del prójimo. Él mismo os pide que os dignéis escucharlas con devoci6n”. Y se pusieron a cantarlas.
Inmediatamente, el podestá se levantó y, con las manos y los brazos cruzados, las escuchó con la mayor devoción, como si fueran palabras del evangelio, y las siguió atentamente, derramando muchas lágrimas. Tenía mucha fe y devoción en el bienaventurado Francisco.
Acabado el cántico de las alabanzas, dijo el podestá en presencia de todos: “Os digo de veras que no solo perdono al obispo, a quien quiero y debo tener como mi Señor, sino que, aunque alguno hubiera matado a un hermano o hijo mío, le perdonaría igualmente”. Y, diciendo esto, se arrojó a los pies del obispo y dijo: “Señor, os digo que estoy dispuesto a daros completa satisfacción, como mejor os agradare, por amor a nuestro Señor Jesucristo y a su siervo el bienaventurado Francisco”.
El obispo, a su vez, levantando con sus manos al podestá, le dijo: “Por mi cargo debo ser humilde, pero mi natural es propenso, pronto a la ira: perdóname”. Y, con sorprendente afabilidad y amor, se abrazaron y se besaron mutuamente”
*
“Espejo de perfección“, X,101,
en san Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, 773-774.
***
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?“
Jesús le contesta:
-“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”
Comentarios desactivados en “Perdonar siempre”. 24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)
A Mateo se le ve preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando» (Mateo 24,12).
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
Comentarios desactivados en “No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Domingo 17 de septiembre de 2023. Domingo 24º Ordinario
Leído en Koinonia:
Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor. Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.
El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.
El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.
En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.
Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?
La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.
En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.
En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.
En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 24 TO. Mt 18, 21-35. La parábola del perdón… Perdón de Iglesia ¿política de perdón?
Del blog de Xabier Pikaza:
Esta parábola recoge la experiencia central del evangelio de Mateo:Una ley puramente “judicial”, impuesta por ejércitos, estados y/o grandes corporaciones del capital/mercado, en forma de justicia de talión, sin amor/perdón, se condena a sí misma y condena a muerte al conjunto de la humanidad
| X Pikaza Ibarrondo
PARABOLA
18 21 Entonces, se adelantó Pedro y le dijo: Señor ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le tendré que perdonar? ¿Hasta siete veces? 21 No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.
22 Por eso se parece, el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara. 26 El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. 27 El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
28 Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 El consiervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
31 Sus consiervos, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor le llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Lo mismo hará también con vosotros mi Padre del cielo, si si perdona de corazón a su hermano.
EL TEMA CENTRAL DE LA HISTORIA HUMANA ES EL PERDÓN
– Esta parábola evoca el perdón incondicional del Dios de Jesús, sin límites ni condiciones, por pura gratuidad. No es un perdón para aquellos que pueden devolver lo recibido, sino para todos, por siempre, de manera que se cumpla de esa forma el Padrenuestro, “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos, Perdónanos de tal manera que nosotros podamos perdonarnos unos a los otros”…
− Quien no perdona queda en manos de su destrucción. No es que Dios le juzgue y condene desde fuera, sino que él mismo se juzga y condena, como dice Jesús en lenguaje parabólico. La parábola añade que el “Rey” no perdonará a quien no perdone, sino que le pondrá en manos de verdugos hasta que pague todo lo que debe (pero ese final ha de entenderse de un modo simbólico, pues no hay hombre que pueda pagar desde la cárcel una deuda tan grande como la que aquí se evoca) [1].
Esta parábola pudo haber tenido otro encuadre y sentido, pero Mateo la introduce en este contexto de Iglesia, recordando que ella no es una comunidad de perfectos, sino de perdonados que se perdonan, no sólo las ofensas, sino las deudas de dinero, como en el Padrenuestro (¡Mt 6, 12). Pedro ha preguntado (¿cuántas veces debo perdonar…?: 18, 21), y Jesús le responde contándole la parábola de un rey que perdona a su siervo una deuda enorme (diez mil talentos, como unos quinientos millones de dólares), recordándole que él debe perdonar a su vez a sus consiervos [2].
En la parábola se cruzan y fecundan dos temas: (a) La gratuidad del rey,
Gran parte del judaísmo sacral de finales del Segundo templo (del 515 aC al 70 dC), funcionaba como una institución de perdón, centrado en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Los judíos aparecían así como pecadores que pueden y deben ser perdonados, utilizando para ello el medio (legal/sacral) que Dios les había concedido (purificaciones y sacrificios de templo), para mantener el orden existente. Pues bien, Jesús proclama que ese perdón del templo es no sólo insuficiente, como había supuesto Juan Bautista, al enfrentarse con fariseos y saduceos (3, 1-10), sino contrario a la verdad de Dios, que perdona gratuitamente, haciendo que los hombres puedan perdonarse entre sí (cf. Padrenuestro: 6, 9-13), sin necesidad de instituciones de dominio religioso, propias de los sacerdotes aliados a los opresores (Roma, Herodes Antipas). El perdón que Jesús quiere, ofrece y pide, es personal y social, espiritual y económico, político y eclesial, en un sentido fundante, distinto de otros tipos de perdón interesado:
− El perdón no es indiferencia, sino recuerdo más hondo del Dios Palabra que libera, transforma y recrea la vida de los hombres, desde su amor activo, no para que quede todo como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo todo, desde los más pobres, en comunión activa, que se funda y expresa en la ayuda a los niños y pequeños.
− El perdón de Dios se hace perdón interhumano. Jesús no ofrece un perdón separado (desde fuera), sino que pide a los hombres que se acojan (se perdonen) unos a los otros, de un modo gratuito y creador, desde los niños y excluidos (los pequeños), que aparecen así como privilegiados de Dios, principio y signo de un perdón que debe ofrecerse a todos.
− Este perdón no empieza exigiendo conversión previa a los pecadores (¡que paguen lo que deben!), sino ofreciéndoles el don del Reino, sin obligarles a pagar la deuda (cosa que además sería imposible), como muestra 18, 21-35: Dios perdona a su deudor una suma millonaria, sin condiciones previas, es decir, simplemente por piedad, porque él así lo quiere, superando un tipo de equivalencia legal.
− Éste es un perdón que crea perdón, y que lo hace sin más condiciones ni principios que el amor activo del Dios de Jesús, que ha querido que el perdón se extienda, que pueda expresarse y extenderse en forma de comunión de gratuidad. Dios sólo pide a los perdonados que se perdonan entre sí, unos a otros, pues todos aparecen y actúan como sacerdotes de la única comunidad de perdonados, desde los más pequeños, los hermanos de Jesús asesinado, portadores de un perdón gratuito (con Jesús).
¿PERDÓN ECLESIAL, PERDÓN POLÍTICO?
El sistema político/económico no conoce perdón, sino, a lo sumo, indulto o amnistía, para provecho propio. Pues bien, en contra de eso, como ha puesto de relieve Hanna Arendt, la mayor aportación de Jesús al camino de la paz ha sido el fundarla en el perdón. Su paz no nace de la victoria de los fuertes, sino del perdón de los vencidos. Ciertamente, no va en contra de la justicia, pero la trasciende; no proviene de los que vencen y se imponen por ley sobre los otros, sino de aquellos que, siendo vencidos y estando derrotados, responden perdonando [3].
El riesgo de un perdón interesado.La paz cristiana brota del perdón, pero de un perdón gratuito, que se expresa en forma de proyecto de no-violencia activa, partiendo de las víctimas. Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de perdón que tendía a estar controlado por sacerdotes y políticos, al servicio del sistema. Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas, Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor:
Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano). En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores.
Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista.Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse. No todos los implicados suelen estar de acuerdo con esas amnistías, ni en el plano legal, ni en el personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta lo bastantes sólido como para permitir excepciones en el cumplimiento de la Ley, en circunstancias de fuerte cambio político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social. Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal [4].
Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia.
El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de un Dios de los poderoos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del templo. No es Jesús quien perdona, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley.
Jesús, un perdón gratuito. Los profetas de Israel identificaban la justicia con la liberación de los oprimidos. Pues bien, siguiendo en esa línea (cf. Lc 4, 18-19, con citas de Isaías), Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia del perdón, ofreciéndolo en nombre de Dios y pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, ellos mismos, desde abajo (y no por obra del templo o del sistema político). Este perdón de los pobres y excluidos de la sociedad, que responden con amor no-violento a la violencia del sistema, es el punto de partida de la paz mesiánica.
El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz [5].
Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza (un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder.
Perdón, antes de conversión. Sacerdotes y políticos perdonaban a los convertidos, que volvían al redil de la buena Ley. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores reparar el pecado, los culpables arrepentirse. La misma Ley que condenaba al pecador le ofrecía un camino de perdón, si se convertía y volvía al orden. Jesús, en cambio, ha empezando perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a los hombres que se perdonan. De esa forma ha invertido el camino de la Ley: no exige arrepentimiento y expiación para perdonar, sino que empieza perdonando, el arrepentimiento vendrá después.
En este contexto diremos que el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales.
Evangelio, textos del perdón.Esos textos están en el centro del Sermón de la Montaña y se vinculan a otras dos palabras esenciales de los evangelios (no juzgar, amar a los enemigos). Sólo se puede perdonar allí donde, superando la Ley del talión (el puro juicio legal), hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, superando la esclavitud del pasado y abriendo un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Jesús no ha trazado un programa político para sacerdotes o gobernantes, sino un camino de no-violencia creadora, a partir de las víctimas, trazando un proceso de trasformación humana, que puede influir en las mismas instituciones sociales y sacrales de la sociedad establecida.
Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada.
El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
Argumentos para perdonar (Eclesiástico 27,33-28,9)
La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.
El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Pedro y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).
El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:
«Por un cardenal mataré a un hombre,
a un joven por una cicatriz.
Si la venganza de Caín valía por siete,
la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).
Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma a Caín como modelo contrario: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.
Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.
La parábola
Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.
3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.
La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio
Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.
El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.
Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo, es un esfuerzo.
El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar y, de hecho, aquellas personas que han sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.
Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.
A fin de cuentas, el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.
Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?
El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestros intereses pueden soportar.
Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.
Oración
Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!
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DOMINGO 24º (A)
Mt 18,21-35
El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre como comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.
La frase “setenta veces siete“, no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las ofensas.
La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios), el empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.
Lo que llamamos perdón solo puede nacer del amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este falso perdón es la famosa frase “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque el otro no obró por malicia sino por ignorancia. Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad o deseo de hacer daño por parte de otro que me quiere mal es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien.
La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le presenta la inteligencia a la voluntad. La voluntad no tiene ninguna posibilidad de discernir si algo es bueno o es malo, depende del conocimiento de cada uno. Nuestro problema en relación con el pecado es que nuestro conocimiento es siempre limitado y de ese modo con frecuencia creemos que es bueno para mí lo que en realidad es malo. Digo para mí, porque pecado es siempre un mal para mí. Si tengo la sensación de que el perjudicado es el otro, nunca corregiré mis fallos.
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en la que es objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.
No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. Descubrir, después de un fallo que Dios me sigue queriendo, me llevará a recuperarme de la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.
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Mt 18, 21-35
«Hasta setenta veces siete»
John Locke, filósofo empirista inglés y padre del liberalismo moderno, defiende que el orden natural establecido por Dios nos empuja a cultivar la tolerancia, el respeto a la personalidad y la fraternidad entre los hombres, y, desde esta concepción, imagina un estado perfecto de paz, benevolencia y ayuda mutua al que llama “Estado de la Naturaleza”. En esta sociedad los ciudadanos serían más felices, al concebir la vida desde el respeto, la ayuda y el compromiso.
Pero Locke es consciente del carácter utópico de esta sociedad (porque siempre será necesario proteger a los ciudadanos honrados de aquellos otros que no lo son), y reduce sus expectativas de convivencia hasta desembocar en lo que él llamó “Estado Civil”, que todos conocemos.
El Estado Civil basa la convivencia en las leyes. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y eso está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía inmadura a la que le falta mucho trecho por recorrer. Porque la ley deja a la persona a sus fuerzas, le pone preceptos que debe cumplir, le amenaza, le castiga, pero no le cambia el corazón… y el mal prevalece. En una sociedad madura se siembran unos valores que cambian a la persona por dentro y ya no es necesario mandarle nada.
Ello no significa que se pueda prescindir de las leyes, sino que el énfasis debe ponerse en el arraigo de esos valores y no en la promulgación leyes y más leyes. Y es que la convivencia se puede imponer (o tratar de imponer) y se puede sembrar. Si se siembra tarda un tiempo en dar fruto, pero cuando lo da, da el ciento por uno…
Y éste es el estilo de Jesús, el estilo del Reino, que lo fía todo al poder de la semilla o la acción de la levadura.
En Jesús hemos visto que el modo humano de vivir es perdonando, no llevando la cuenta de las ofensas recibidas, dejando siempre lugar a la concordia, no exigiendo de nadie la perfección… Es decir, hemos visto que el perdón es uno de los puntos clave de la buena Noticia (y es, además, un excelente test para medir la sinceridad de nuestra fe). El episodio de la mujer adúltera que iba a ser lapidada por los santos de Israel es una buena muestra del talante de Jesús, pero quizá la mejor de ellas sea la del propio Jesús perdonando en la cruz a quienes le están crucificando.
Los cristianos anhelamos una sociedad basada en el perdón, pero no estamos en ella y a lo máximo que podemos aspirar por el momento es a que prevalezca la justicia. Sin embargo, quien sigue a Jesús no se conforma, y se ve llamado a trabajar para propiciar otro tipo de convivencia; para hacer posible el perdón; para que la cultura del perdón y la concordia acabe empapando el mundo.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Este relato de Jesús nos invita a perdonar. Siempre. Pero no es evidente cómo definiría el texto evangélico el perdón. Si prestamos atención a la narración siguiente, no se refiere a un perdón que olvida o que elimina las acciones pasadas. Todo lo contrario. Es un perdón absoluto, de todo. Pero solo se puede dar en un contexto de justicia. De hecho, el “señor” exigirá con posterioridad aquello que ya había perdonado. Quien perdona no pierde el derecho de reclamar y de recuperar lo que ha perdido.
La falsa idea de que perdonar es olvidar es antievangélica. Las relaciones que propone Jesús son siempre dinámicas, y el perdón no es un punto final. Es una gracia para reestablecer relaciones que nos empoderan mutuamente. Pero es una gracia exigente. Quien recibe el perdón se compromete a entrar en la dinámica del perdón, y perdonar a su vez. No puede seguir viviendo como si debiera todavía, como quien tiene miedo a que se le reclame algo, como quien tiene derecho a exigir. Ha de vivir como quien recibe gratuitamente y por tanto es capaz de dar gratuitamente.
La dignidad de quien perdona queda subrayada en este texto. Las personas podemos perdonamos siempre, absolutamente. Pero manteniendo lo que es nuestro. En este sentido el perdón exige la justicia El perdón exige acciones misericordiosas. Y la justicia es la reacción a la atención. El “señor” del relato conoce las acciones posteriores de su deudor perdonado, le informan sobre él, y, al no seguir este la dinámica del perdón, el señor reacciona exigiendo todo lo adeudado ya perdonado.
A diferencia de los “siervos” que han de perdonar setenta veces siete, este señor perdona una vez y luego exige hasta la última moneda. Se muestra intransigente, exigente, radical y brutal. Hasta que el deudor entienda que debe mucho pero que todo puede perdonarse. Y fundamentalmente hasta que descubra que él también puede entrar en la dinámica de una justicia que nace de la misericordiosa atención a quien está en situación de fragilidad.
El Reino que anuncia Jesús se hace así presente entre quienes perdonan en el marco de una justicia exigente y radical que obliga a la reciprocidad y al cuidado de los demás.
Algo me dice que esta parábola o, al menos, su final no proviene de Jesús. Quien pide perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18,22) o quien dice que “Dios es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35) no puede presentar a Dios como alguien que “entrega a los verdugos” al que comete una mala acción.
El final de la parábola casa bien con lo que suele ser la forma de funcionar del ego y su adhesión a la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente” y “el que la hace, la paga”). Tal como termina la parábola, el ansia justiciera del ego se apacigua porque el empleado injusto ha recibido el castigo que merecía.
El ego, pues, ha retorcido la parábola hasta hacer que la conclusión de la misma entrara en contradicción con el objetivo anunciado en el comienzo.
Tal contradicción suele pasar desapercibida habitualmente, porque las personas religiosas recurren a aquel “principio” según el cual “Dios es bueno, pero también justo”. Sin embargo, la cuestión nuclear sigue en pie: ¿dónde queda la novedad del mensaje de Jesús?, ¿qué se ha hecho de la gratuidad que constituye uno de los núcleos básicos de todo su mensaje?
El señor de la parábola debería saber que todo el mal que hacemos -también el que más nos subleva- es fruto de la ignorancia, que consiste en no saber lo que somos. Y que, visto en profundidad, el perdón significa comprender que no hay nada que perdonar.
Por todo ello decía que ese final de la parábola no pudo ser pronunciado por alguien que, según las palabras que Lucas pone en su boca, tras ser torturado y crucificado, fue capaz de decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y en definitiva -podríamos añadir en la misma línea- porque no saben lo que son. Todo lo cual no justifica, evidentemente, cualquier acción. Sin embargo, nos permite comprender -no justificar- a quien la hace y rescata la novedad limpia del mensaje de Jesús, caracterizado por la gratuidad.
Comentarios desactivados en El perdón no arregla el pasado, pero mejora el futuro.
La Verdad es libre:
01.- El odio en la vida humana.
El rencor, la ira, la venganza son pasiones –pulsiones- humanas, muy humanas. El odio puede estar presente en la familia, en la vida social, política, en las guerras y largas postguerras, en la iglesia y comunidades religiosas, en las relaciones humanas…
Frente a las pulsiones humanas de envidia, furor, venganza, Jesús nos sitúa ante la experiencia del perdón. Es la propuesta evangélica ante la realidad frecuente al resentimiento y agresividad: perdonar.
El odio y la venganza están presentes en la humanidad desde que el ser humano es humano, desde Caín y Abel.
Caín y Abel es un relato, un mito que trata de explicar por qué existe el mal. Caín y Abel no han existido nunca pero existen todos los días, en toda la historia de la humanidad, ¿En qué familia, comunidad, pueblo o iglesia no hay distanciamientos, enfrentamientos, odios, etc.?
02.- Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc 23,34).
Nos hace bien recordar el último gesto del Señor en la cruz. Jesús murió con el perdón en sus labios y en su corazón:
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc 23,34).
Hoy estarás conmigo en el Paraíso, (Lc 23,43)
Lo último que hace Jesús a su muerte es lo que hizo durante toda su vida: perdonar.
Es frecuente escuchar –ver y vivir- actitudes como: “perdono, pero no olvido”, o incluso, “ni perdono, ni olvido”. ¡Cómo no ser conscientes de que haya familias que no se hablen, hermanos totalmente enemistados, ciudadanos enfrentados por motivos políticos, ideológicos!
También hay actitudes hondamente cristianas. Hay personas, posturas de una gran altura humana, moral, espiritual, que saben perdonar
03.- Dios y Jesús perdonan siempre.
Nos han enseñado que Dios es muy justo y que no tiene más remedio que condenar. Sin embargo lo que podemos apreciar en Jesús y en el Dios de Jesús es otra cosa: Dios es alianza, es perdón, reconciliación. Dios no se hace respetar a golpe de condenación, sino de perdón.
Dice el salmo 129,4: de Ti procede el perdón, y así infundes respeto. Dios se hace respetar no a bofetadas ni por condenaciones, sino por su bondad. El Dios de Jesús no infunde miedo, sino perdón.
Jesús durante toda su vida, hasta su muerte, siente misericordia, lástima, compasión, perdón.
He sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva … y proclamar un año de gracia (de perdón) del Señor. (Lc 4,18-19)
Un Dios justiciero y vengativo no es el Dios de Jesús. Nuestro Dios es acogedor, perdonador siempre y con todos. En ocasiones, en alguna teología y pastoral, da la impresión de que a los católicos nos molesta que Dios sea bueno y perdonador. (A veces da la impresión de que lo que salva el evangelio lo condena la Iglesia).
04.- Él odio hace daño a todos.
Ya en el campo, Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. Dios dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó el Señor: ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde la tierra. (Gn 4,1-9).
La envidia y el odio hacen daño a todos: desde Caín y Abel hasta Rusia y Ucrania, pasando por nuestras familias. El odio y la venganza de la tierra impregnan a toda la humanidad: la sangre de tu hermano clama al cielo.
05.- Perdonar es un proceso de sanación.
El perdón es un proceso de sanación.
No es fácil restañar viejas heridas, más o menos sangrantes, que ocupan el pensamiento y los sentimientos y deja secuelas profundas.
La decisión de perdonar sana nuestro corazón, nuestra vida.
Resentimiento significa re-sentir, “volver a sentir”, estar siempre hurgando en la herida. Necesitamos perdonar para no hacernos más daño a nosotros mismos, así como tampoco transmitir más odio a los demás.
Perdonar hace bien a todos, al que pide perdón y al que lo regala, (gracia).
Creo que a Jesús, como a nosotros, le hacía bien perdonar: a Él y los demás. A Dios le hace bien perdonar y a nosotros nos sana ser perdonados y perdonar.
Solamente el perdón rompe la espiral de la violencia interior, personal, y exterior
El perdón pone en orden y en paz la vida.
No hay patria, ni dinero, ni herencia, ni poder, ni placer por encima del ser humano y de una convivencia sana y sensata.
Naturalmente que en muchas circunstancias, las relaciones no podrán volver a ser como lo fueron, si lo fueron, porque siempre quedan en el fondo de nuestro ser viejas palabras, viejas memorias, a veces difíciles de controlar. Las pulsiones están ahí. Hay que poner razón en los sentimientos. Hay que ser razonables en la vida y dejar de lado, aparcar viejas cuestiones, porque si llevas en cuenta los delitos, ¿quién y cómo podremos vivir?
06.- Sin perdón no hay comunidad, ni eucaristía.
Cuando las heridas continúan abiertas, mal cerradas o cerradas en falso, es muy difícil una vida personal y comunitaria sana, sea familiar, religiosa o cívica. Coexistiremos, pero sin perdón, la vida será difícil, ¿o no lo está siendo en el orden político y eclesiástico?
La Eucaristía es la asamblea de los que nos sentimos reconciliados y con la buena voluntad de perdonar
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Comentarios desactivados en Cristo es la Transparencia
Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.
Dios mismo vino sobre la tierra como un pobre,
como un humilde.
Vino a través de Cristo Jesús.
Dios permanecería lejos de nosotros si
Cristo no fuera la transparencia.
Desde el comienzo Cristo estaba en Dios.
Desde el nacimiento de la humanidad,
era palabra viva.
Vino sobre la tierra para hacer accesible
la confianza de la fe.
Resucitado, hace su morada en nosotros,
nos habita por el Espíritu Santo.
Y descubrimos que el amor de Cristo se expresa ante todo
por su perdón y por su presencia continua dentro de nosotros.
*
“15 días con el Hermano Roger de Taizé “
escrito por Sofía Laplane
Editorial Ciudad Nueva
***
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
“Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
– “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.”
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
– “Levantaos, no temáis.”
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
– “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”
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Mateo 17,1-9
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***
Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.
La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.
Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.
Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.
El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .
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J. Corbon, La alegría del Padre, Magnano 1997
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Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí.De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasanlas pruebas.
Comentarios desactivados en Jairo del Agua: ¿Qué haces con tus muertos? Lo importante es lo que «vive en ti» del que se fue y no el funeral o la tumba.
Los muertos que te duelen son aquellos con los que tienes un vínculo de afecto, muy particular o generalizado por tu compasión humana.
La separación definitiva de ese “ser querido” es lo que duele. A la “aceptación y cura” de ese dolor lo llamamos duelo.
Es ancestral el “culto a los muertos” y la arqueología lo ha demostrado con creces. Es el intento de conservar los vínculos con el que se fue. La raíz de esa reacción humana ante la muerte está en el amor (esencia del hombre).
Por eso nos preocupa si sufrió o no, si estaba acompañado y asistido, dónde y cómo murió. Por eso queremos estar, ver, acompañar, tocar, despedir… Algo que a tantísimos miles de personas se les está negando en estos días.
En nuestro corazón el silencioso deseo de que todo sea o haya sido como lo hubiéramos querido para nosotros. Es la expresión más cristiana del amor: “amar al prójimo como a uno mismo”.
¿Y cómo es el “culto a los muertos” en nuestra práctica católica? Pues paradójicamente al revés, echando sal en la herida: Cargamos al muerto de cadenas, deudas y pecados para convertirnos en “salvadores”, que pagan por su rescate, y así sentirnos aliviados. Es decir, acudimos a “ritos funerarios externos” que, según la ideología que nos inculcaron, son remedio santo para aliviar al muerto. Y a los vivos sufrientes que los zurzan, que se conformen con el rito y paguen.
La fuerza real de un funeral (de cualquier religión) es el “acompañamiento” a los vivos y las “muestras de afecto”. Es el “acto social y fraterno” lo que vale, el rito no vale nada, solo es el motivo para coincidir con los que lloran.
Es decir, la respuesta religiosa ante la muerte no solo es insuficiente y desenfocada, además es incoherente. Se limita a “pedir a Dios” que sea bueno con el muerto y le proporcione la paz cuanto antes. Lo que es absurdo, porque Dios no puede ser más que Bondad y Paz infinitas. Es tanto como pedirle a la luz que ilumine.
Se perdió la ocasión de ocuparse de los vivos, de consolar su llanto, de reconocer la “presencia silenciosa del Abba de Jesús” abrazando a los sufrientes como ya ha abrazado al que pasó a la eternidad. Él sí estuvo presente en su lecho de muerte y en todo momento. Puedes relajar tu ansiedad y el dolor de tu ausencia en el último suspiro: Estuvo siempre acompañado y amado.
Se perdió la ocasión de recordarnos que ante el “misterio de la muerte” no cabe más que ACEPTAR nuestra limitación, nuestro “no saber”. No se nos ha revelado cómo es el desembarco. Solo sabemos -por revelación y certeza interior- el destino: Amor Infinito en el que “somos, nos movemos y existimos” (He 17,28), también tras la vida física.
Hay demasiada ficción novelada y siniestra imaginación sobre la muerte y los muertos. Todos los cuentos míticos sobre purgatorios e infiernos son incoherentes con el Abba revelado por Cristo. Lo único que sabemos es que no sabemos nada sobre el viaje al otro lado y los horizontes luminosos de la eternidad. Nadie volvió para contarlo. Y las llamadas apariciones y revelaciones particulares no son más que proyecciones de lo que esas personas ya tenían dentro por aprendizaje o imaginación.
El gran consuelo para los que sufren es la SEGURIDAD de la ESPERANZA que mana del Padre amante del que nos fiamos por fe y experiencia interior. Pero nuestros ritos funerarios discurren por la incoherencia de la “obsesión por los pecados y la necesidad de expiarlos”, herencia del judaísmo que no hemos conseguido superar. Por eso insisten en pedir y pedir perdón y un buen destino para el viajero, a quien ya abrazó el Padre en la “Estación Termini”.
Quienes hablan de los “méritos de Cristo”, aplicados en la Misa al rescate del muerto, no saben lo que es amor. Hablan teóricamente del amor divino, su misericordia, su ternura… Y olvidan su esencia: la GRATUIDAD, sin la cual NO hay verdadero amor.
Por eso sobran las indulgencias (qué pretensión tan necia de “ser como dioses”), los sufragios, responsos, sacrificios y expiaciones que nos hemos inventado para minorar el temor ante un justiciero “jefecillo tribal”, figura humanoide a la que hemos reducido al Abba.
Si crees que me equivoco, cógete el Evangelio y relee pasajes como los de la “adúltera”, el “hijo pródigo”, la “oveja perdida”, el “perdón a los enemigos”, etc. Y escucha a Pablo: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza…” (1Tes 4,13).
No, no hay que preocuparse por los muertos. Pasado el umbral de la eternidad ya están en brazos de la Misericordia y la Paz. No hay oraciones ni rescates que aplicar y muchísimo menos si son de pago (puro pecado de simonía).
Son los vivos, son las personas que sufren las que nos deben preocupar. ¿Y qué mejor remedio para el dolor que saber que tu ser querido ya llegó a la resurrección y la paz?
Los funerales deberían ser para los “vivos” que sufren el desgarro de la despedida, sobre todo si fue inesperada. El apoyo firme sería la ESPERANZA cierta que acabo de describir.
Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua, el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.Los que mueren, mueren para vivir.
¿Podemos hacer algo por los difuntos?¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? La respuesta es un rotundo NO. La eternidad es inalcanzable para nosotros y ellos tampoco pueden alcanzarnos porque viven en el Amor Infinito que no necesita influencias ni intermediarios porque lo llena todo con su Plenitud.
Las “preces” por los difuntos y la mayoría de nuestras “oraciones de petición” no son más que un intento infantil de alumbrar con linternitas el sol o las estrellas.
La acción de los difuntos sobre nosotros se reduce a la “vida de ellos” que permanece en nosotros. El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida.
Te propongo estos tres avances como los tres efectos de un funeral cristiano:
1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste, muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concienciarlos.
2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas.
Y recuerda: Perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender y desistir de vengarte (hay terribles venganzas sicológicas contra los muertos). Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron y se fueron sin aliviar tus heridas.
3. Imitar el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar a tus difuntos. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concienciar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.
La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos.
¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería, obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.
Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no los necesitan.
Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios clericales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
Comentarios desactivados en El arzobispo de Canterbury Justin Welby pide disculpas por la complicidad de la Iglesia anglicana con la trata de esclavos
El arzobispo de Canterbury, en pleno proceso de compensación a las comunidades víctimas
La Iglesia de Inglaterra se disculpó este martes por los vínculos económicos que uno de sus organismos tuvo con la esclavitud
“Lo lamento profundamente”, dijo el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, al pedir disculpas. “Ha llegado el momento de actuar frente a este pasado vergonzoso”, añadió
El informe publicado el martes sigue a las revelaciones de junio de 2022 según las cuales el llamado Church Commissioners tenía “vínculos históricos” con la trata transatlántica de esclavos. Concretamente, africanos
| RD/Agencias
La Iglesia de Inglaterra se disculpó este martes por los vínculos económicos que uno de sus organismos tuvo con la esclavitud, en pleno proceso de compensación a las comunidades victimas.
“Lo lamento profundamente”, dijo el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de la iglesia anglicana. “Ha llegado el momento de actuar frente a este pasado vergonzoso“, añadió.
El informe publicado el martes sigue a las revelaciones de junio de 2022 según las cuales el llamado Church Commissioners tenía “vínculos históricos” con la trata transatlántica de esclavos.
Este organismo fue creado en 1948, en parte con una donación de un fondo que se remonta a la reina Ana en 1704, con el objetivo de ayudar a los clérigos más pobres.
El informe revela que el fondo de la reina Ana había invertido “cantidades significativas” en la South Sea Company, que comerciaba con esclavos africanos. Además también recibió donaciones de personas relacionadas con el comercio de esclavos y la economía de las plantaciones.
“Church Commissioners lamenta profundamente los vínculos de sus predecesores con la trata transatlántica de esclavos“, declaró la organización en un comunicado y prometió un fondo de 100 millones de libras (unos 121 millones de dólares) durante los próximos nueve años para “un futuro mejor y más justo para todos”.
El dinero se destinará en particular a las “comunidades que se han visto afectadas por la esclavitud”.
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