Al Espíritu Santo
Empújanos con tu fuerza,
dinamízanos con tu viento,
danos tu sabiduría,
despiértanos con tu música,
muévenos con tu energía,
fraternízanos con tu amor,
tu puedes hacernos bailar con tu melodía,
Fuente Eclesalia
Empújanos con tu fuerza,
dinamízanos con tu viento,
danos tu sabiduría,
despiértanos con tu música,
muévenos con tu energía,
fraternízanos con tu amor,
tu puedes hacernos bailar con tu melodía,
Fuente Eclesalia
Del blog de la Communion Béthanie:
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua en este Año jubilar de la Misericordia…
La Resurrección y Pentecostés
La Cruz no será la última palabra, la libertad del Espíritu se atestiguará en la Resurección, pero la Resurrección será una confidencia hecha a los íntimos y no una proclamación a plena luz. Jesús no irá a confundir a sus enemigos mostrándoseles en un desafío que los mataría, es en una confidencia con sus íntimos que aparecerá como vencedor de la muerte bajo una forma de hombre libre, ya que sus manifestaciones se adaptarán a cada uno según lo que quieran significar para cada uno. Por otra parte, los discípulos no sabrán que hacer con esta Ressurección hasta que, consumidos por el fuego de Pentecostés, reciban este bautismo que los interioriza y les lleva a reconocer a Jesús como dentro de ellos mismos, Jesús siendo interior al hombre. La resurrección concierne a nuestra vida de hoy y cada uno de nosotros es llamado, con una urgencia infinita, a resucitar. Si Dios no es para nosotros el aliento de la libertad y del amor, entonces no es interesante. Él lo es sólo si verdaderamente aparece en el corazón de la vida como una fuente que no deja de renovarse haciéndola una aventura infinita.
Señor Padre, gracias por tu Espíritu que levantó a tu Hijo de los muertos. La Vida definitivamente ha triunfado sobre la muerte. Dame la gracia de vivir resucitando cada día, yo que soy tu hija, tu hijo, y que quiere seguir los pasos del Cristo vencedor.
*
Patricia Paz
Buenos Aires (Argentina).
ECLESALIA, 27/05/15.- En este mundo tan convulsionado necesitamos urgente un nuevo Pentecostés. En realidad lo que necesitamos es abrirnos a ese fuego y a ese viento del Espíritu que, a veces, parecería estar soplando en vano. ¡Es que estamos encerrados en nuestros cenáculos y no queremos abrir las puertas!
En aquél tiempo, relata el Evangelio, “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”(Hech 2,4). ¿Qué sería para los hombres y mujeres de hoy hablar en distintas lenguas? ¿Cuál sería el lenguaje que necesitamos para que cada uno “nos oiga hablar en su propia lengua”? (Hech 2,6) ¿Cómo tendríamos que mirarnos para descubrir en cada uno, sobre todo en el diferente, en el extranjero, la presencia amorosa de Dios?
Frente al drama de tantos desplazados que buscan con desesperación un lugar para vivir, de tantos inmigrantes de diferentes culturas que se trasladan en busca de mejores oportunidades, hay más muros que se alzan y más manos que se esconden, que espacios de acogida y brazos que sostienen. Hay miedo, mucho miedo, de distinta índole, pero miedo que aísla y en muchos casos despierta la violencia.
Hay también, por supuesto, muchísimas personas que están trabajando para aliviar esta situación, pero no alcanza. Porque para que alcance necesitamos que nuestros corazones se abran a la acción del Espíritu, que se conviertan. Necesitamos animarnos “a proclamar con nuestras lenguas las maravillas de Dios”(Hech 2,11), un Dios que nos invita a descubrir el Reino entre nosotros y hacerlo crecer. Este Dios que ha puesto en nuestras manos la posibilidad de lograrlo, sólo necesita que aceptemos libremente el desafío.
Esto es vivir Pentecostés, abrirse a lo que ya está como posibilidad, dejándonos transformar, sacudiendo nuestras comodidades y nuestros miedos. “Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes”. No hemos cambiado mucho, podríamos agregar sirios, rohingyas, sumnitas, chiitas, cristianos, sudacas, chicanos, todavía necesitamos re-conocernos y descubrir un lenguaje común de amor y empatía.
La Iglesia nació del Espíritu para proclamar hasta los confines de la tierra la Buena Noticia. Desde este Pentecostés animémonos a dar un paso más. La Ruah nos invita a construir una Comunidad fraterna, que trascendiendo todas las religiones sea capaz de abrir sus puertas y derribar sus muros para que nadie quede a la deriva…
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
De su blog Vivir y Pensar en la Frontera:
(Homilía en la Vigilia de Pentecostés)
El Espíritu desvelador de la Verdad os guiará por el camino
hacia la plenitud de la verdad (Jn 16, 13).
Espiritualidad es despertar a la vida. Espiritualidad cristiana es despertar a la realidad del Espíritu de Vida, que manifiesta a Jesús como Rostro y Símbolo de Abba, el Dios Padre y Madre.
El Espíritu transforma nuestra conciencia para reconocer por fe a Jesús, El Que Vive y hace vivir.
El Espíritu desvelador de la Verdad os guiará por el camino hacia la plenitud de la verdad (Jn 16, 13). Nos encaminará a la totalidad de la verdad, porque todavía no estamos en ella. Ninguna expresión social e histórica de espiritualidad puede arrogarse la exclusiva del Espíritu de Verdad.
Para la fe católica, la presencia del Espíritu “subsiste” (sub-sistit: está latente) también en la propia iglesia, pero sin que la Iglesia tenga monopolio sobre ella.
¿Creer en el Espíritu? Más bien, “creer desde el Espíritu”. ¿Creer a la Iglesia? Más bien, “creer en Dios, estando en la iglesia, comunidad reunida por el Espíritu, transmisora del mensaje de Jesús.
Nos santiguamos desde arriba hacia abajo: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”; originalmente, la fórmula era ascendente: desde el Espíritu, por Jesús, al Padre: In Spiritu per Filium ad Patrem.
El Espíritu es símbolo de la presencia continua y activa en el mundo de la Fuente Creadora de la Vida. Ese Espíritu hace creer y orar diciendo: ¡Abba, Padre, Madre! (Rom 8, 15).
¿Quién eres Tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me conduces como una mano materna,
y si me soltaras no sabría dar ni un paso.
Tú eres el espacio que rodea mi ser y lo envuelve en sí.
Abandonado de ti caería en el abismo de la nada,
de donde Tú me llamaste a la existencia.
Tú estás más cerca de mí que yo mismo
y eres más íntimo que mi intimidad.
Al mismo tiempo eres inalcanzable e incomprensible,
ningún nombre es adecuado para invocarte.
¡Espíritu Santo, Amor Eterno!
Tú eres el dulce manantial
que fluye desde el Corazón del Hijo hacia el mío,
el alimento de los ángeles y de los bienaventurados.
¡Espíritu Santo, Vida Eterna!
Tú eres la centella
que cae desde el trono del Juez eterno
e irrumpe en la noche del alma,
que nunca se ha conocido a sí misma.
Misericordioso e inexorable,
penetras en los pliegues escondidos de esta alma
que se asusta al verse a sí misma.
¡Dame el perdón y suscita en mí el santo temor,
principio de toda sabiduría que viene de lo alto!
¡Espíritu Santo, Centella penetrante!
Tú eres la fuerza con la que el Cordero
rompe el sello del eterno secreto de Dios.
Impulsados por ti, los mensajeros del Juez
cabalgan por el mundo con espada afilada,
y separan el reino de la Luz del reino de la noche.
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– “Paz a vosotros.”
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo.”
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
*
Juan 20,19-23
***
Ven, Espíritu Santo. Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir confiando en el amor insondable de Dios, nuestro Padre, a todos sus hijos e hijas, estén dentro o fuera de tu Iglesia. Si se apaga esta fe en nuestros corazones, pronto morirá también en nuestras comunidades e iglesias.
Ven, Espíritu Santo. Haz que Jesús ocupe el centro de tu Iglesia. Que nada ni nadie lo suplante ni oscurezca. No vivas entre nosotros sin atraernos hacia su Evangelio y sin convertirnos a su seguimiento. Que no huyamos de su Palabra, ni nos desviemos de su mandato del amor. Que no se pierda en el mundo su memoria.
Ven, Espíritu Santo. Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los interrogantes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y mujeres de nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe nueva que necesita esta sociedad nueva. Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos a lo que nace que a lo que muere, con el corazón sostenido por la esperanza y no minado por la nostalgia.
Ven, Espíritu Santo. Purifica el corazón de tu Iglesia. Pon verdad entre nosotros. Enséñanos a reconocer nuestros pecados y limitaciones. Recuérdanos que somos como todos: frágiles, mediocres y pecadores. Libéranos de nuestra arrogancia y falsa seguridad. Haz que aprendamos a caminar entre los hombres con más verdad y humildad.
Ven, Espíritu Santo. Enséñanos a mirar de manera nueva la vida, el mundo y, sobre todo, las personas. Que aprendamos a mirar como Jesús miraba a los que sufren, los que lloran, los que caen, los que viven solos y olvidados. Si cambia nuestra mirada, cambiará también el corazón y el rostro de tu Iglesia. Los discípulos de Jesús irradiaremos mejor su cercanía, su comprensión y solidaridad hacia los más necesitados. Nos pareceremos más a nuestro Maestro y Señor.
Ven, Espíritu Santo. Haz de nosotros una Iglesia de puertas abiertas, corazón compasivo y esperanza contagiosa. Que nada ni nadie nos distraiga o desvíe del proyecto de Jesús: hacer un mundo más justo y digno, más amable y dichoso, abriendo caminos al reino de Dios.
José Antonio Pagola
Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar:
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo:
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
En el presente ciclo B pueden utilizarse tambien las siguientes lecturas:
Gálatas 5,16-25: El fruto del Espíritu.
Juan 15,26-27;16,12-15: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.
Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora ya el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan. ¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación está volviéndose especialmente problemática en los países desarrollados, pero también en las grandes ciudades de todo el mundo. Inmigrantes del campo, del interior, de otras provincias o países que lo dejan todo para buscar un trabajo, un hogar, un lugar donde recibir sustento y calidad de vida. A la desesperada son cada día más los que abandonan su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, aunque para ello haya que surcar mares tenebrosos en barcas desamparadas. Llegar a la otra orilla es la ilusión… Y cuando llegan, si es que los dejan entrar, comienza un verdadero calvario hasta poder situarse al nivel de los que allí viven. Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba «puerta de los dioses». Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. El ser humano quiso ser como Dios (ya antes lo había intentado en el paraíso a nivel de pareja, ahora a nivel político) y se unió (-se uniformó-) para lograrlo.
Pero el proyecto se frustró: aquél Dios, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió (en hebreo, “balal”) las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses (“Babel”). Tal vez nunca existió aquel mundo uniformado; quizá fue sólo una tentadora aspiración de poder humano. Después del castigo divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana. El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo. Pero hizo constar, ya desde el principio, que Dios estaba por el pluralismo, diferenciando a los habitantes del globo por la lengua y dispersándolos.
Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en el de los Hechos de los Apóstoles. Tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, «cincuenta días» (=«Pentecostés») después de la salida de Egipto.
Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido como de viento huracanado, lenguas como de fuego que consume o acrisola, Espíritu (=«ruah»: aire, aliento vital, respiración) Santo (=«hagios»: no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.
Por esto, recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Algunos han querido indicar con esta expresión que se trata de “ruidos extraños”; tal vez fuera así originariamente, al estilo de las reuniones de carismáticos. Pero Lucas dice “lenguas diferentes”. Así como suena. Poco importa por lo demás averiguar en qué consistió aquel fenómeno para cuya explicación no contamos con más datos. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación.
Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín “concertare”: debatir, discutir, componer, pactar, acordar). Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. “Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios”. Dios hacía posible el milagro de entenderse.. Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde. Ojalá que la reinventemos y no sigamos levantando muros ni barreras entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías de desarrollo o ni siquiera eso. Leer más…
Espíritu Santo es el don (el regalo) más grande de Jesús, que ha muerto para así darnos a Dios, de manera que hoy, Pentecostés, Cincuenta Días de Pascua, podemos decir que Dios es nuestro.
Lógicamente, allí donde el texto oficial del Padrenuestro dice: Venga tu Reino, muchos manuscritos antiguos interpretan y leen: ¡Venga tu Espíritu!, el mismo Dios-Amor que se expresa en el pan nuestro de cada día, el perdón de las deudas y a la vida perdurable.
— Amor de Dios en nosotros, eso es su Espíritu. Dejar que nos “invada” y transforme, en libertad y gozo para os demás: eso es Pentecostés.
Así lo supo el “beato” Óscar Romero, mártir/testigo del Espíritu de Dios,que levanta su mano derecho en signo de presencia, mientras una niña de la iglesia/humanidad lleva en su mano la Paloma del Espíritu, como la Virgen María (Imagen de Maximino Cerezo).
— A todos quiero desear un gran día de Pentecostés, un día largo y para siempre de libertad para el amor de todos (para todos), como justicia salvadora abierta a los más pobres. En esa línea quiero seguir recordando hoy a Romero, un hombre de Pentecostés, es decir, del amor hecho justicia.
Para ser más fiel al mensaje de esta Pascua de los Cincuenta Dios, quiero recordar y comentar hoy la palabra de Jesús que ha venido a liberar a los endemoniados, oprimidos por Belzebú, que (según la Biblia) es el Diablo de la “casa opresora” del “mundo”, como podrá ver quien siga leyendo. En esa gran “batalla de Jesús” a favor del amor hecho justicia seguimos implicados los cristianos. Feliz día a todos, no sólo a los cristianos.
1. UNA EXPERIENCIA CRISTIANA
Jesús, la obra del Espíritu Santo
Conforme a la experiencia de los evangelios, el Espíritu de Dios ha recibido eso un “contenido” cristiano por Jesús (no en contra de las otras religiones, sino asumiendo y potencia la vida y libertad de los hombres, en amor, en esperanza, en gracia).
* Jesús anuncia el reino como gracia. Superando el juicio de Dios que, conforme a Juan Bautista, amenazaba a todos (cf. Mt 3, 7-11), ha presentado a Dios como principio de nueva creación. Por eso, llevando a su meta la búsqueda israelita, nos conduce hasta el origen y meta de Dios a quien concibe presente ya en el mundo por el Espíritu (como Espíritu).
* Jesús ha realizado los signos de amor del Reino: ofrece perdón y camino de Dios a pecadores y expulsados de la alianza de su pueblo; llama a publicanos y perdidos al banquete de la vida; cura a posesos y expulsados, acoge a pobres y perdidos. De ese modo realiza la obra del Espíritu santo (=puro) en un mundo de impuros.
Desde ese fondo se entiende la raíz y centro del mensaje de Jesús. Los escribas de una Ley que se cierra en sí misma (judíos o cristianos) le acusan de estar “unido al Diablo”. Él responde en forma programática:
Si expulso a los demonios con el Espíritu de Dios
eso significa que el Reino de Dios está llegando a vosotros (Mt 12, 28).
En lucha contra aquello que destruya el hombre (el poder demoníaco):
Reino y Espíritu se unen, oponiéndose al poder demoníaco que oprime y perturba al ser humano, haciéndole esclavo de sí mismo y de la muerte, en una lucha en que los fuertes oprimen a los débiles (y encima les llaman endemoniados)
*Los demonios destruyen al humano. El judaísmo normal de aquel tiempo pensaba que debían expulsarse (curando a los humanos), pero había que hacerlo conforme a la ley, guardando el orden marcado por la estructura social israelita. Esa ley ayuda al pueblo en su conjunto (como sistema sacral), pero oprime a los más indefensos del sistema.
Con audacia y novedad insospechada, Jesús ha descubierto que el mismo Satán se esconde y actúa en el sistema sacral que oprime a los pobres. Por eso les cura, rompiendo (o poniendo en riesgo) el orden del sistema. Lógicamente, su gesto crea polémica: Jesús está acusando de diabólico al sistema legal del judaísmo; lógicamente, el sistema responde declarándole poseso.
* Jesús defiende su actuación extra- o supra-legal en favor de los proscritos de Israel (de los posesos e impuros), declarando que el Espíritu de Dios le sostiene precisamente en su labor de mensajero del reino y exorcista: no acepta el control de los escribas de Israel, sino que actúa como portador del Espíritu de Dios que desborda (rompe) el control del judaísmo.
Demoníaco es todo lo que oprime al ser humano. Propio del Espíritu es aquello que libera. De esas forma, frente a la nación-ley de Israel eleva Jesús el don poderoso del Espíritu: el reino de Dios.
El programa de Jesús, un Pentecostés continuado
Esta temática nos sitúa en el centro del mensaje y obra de Jesús que se presenta como portador de la libertad de Dios para todos los humanos, iniciando desde el centro de Israel la obra escatológica anunciada por los profetas:
El Espíritu del Señor está sobre mí;
– por eso me ha ungido para ofrecer la buena nueva a los pobres,
– me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos
(Lc 4, 18; cf. Is 61, 1-2; 58, 6).
Lógicamente, aquellos que entienden al Espíritu en clave cerrada, como poder divino al servicio de sus intereses religiosos y sociales, acusan a Jesús y quieren ajusticiarle, conforme al método tradicional del talión unánime, despeñándole de la roca de su pueblo. Pero Jesús escapa (cf. Lc 4, 28-30). El Espíritu que acoge a los marginados y cura a los enfermos se ha vuelto duro y conflictivo para aquellos que quieren mantener sus ventajas nacionales:
* Sabe y proclama Jesús que todos los pecados se perdonan, porque Dios es gracia y porque acoge a los pequeños y perdidos de la tierra: el Espíritu es perdón universal, comunión para todos los humanos, reino que rompe las fronteras legales y sacrales de un pueblo particular. Pues bien, ese Espíritu suscita el rechazo de los israelitas que quieren conservar su identidad sacral, su ley de santidad divina.
* Los que rechazan el perdón (no acogen y perdonan a los expulsados del sistema) quedan sin perdón. Así excluyen toda posibilidad de salvación, pues pecan contra el Espíritu Santo, es decir, contra el perdón y comunión de Dios, contra su reino (Mt 12, 31-32; cf. Mc 3, 28-30). Este no es pecado de los malos, sino de los piadosos que no aceptan el perdón social y religioso que Jesús ofrece a los “malos”.
Padre nuestro pneumatológico: ¡Venga tu Espíritu!
Llegando al final en esta línea, podemos afirmar que el Espíritu no es sólo el poder de libertad y perdón que lleva al Reino, sino el mismo reino de Dios, como ha sabido interpretar una variante textual de Lc 11, 2 que, en lugar de venga el reino, dice venga a nosotros tu Espíritu Santo. El mismo Espíritu es Reino: Dios hecho camino y culminación para los humanos.
2. REFLEXIÓN POSTERIOR
La pregunta no es saber si Dios existe, sino si está o no está entre nosotros (Éx 17, 7).
Ciertamente, el cristiano sabe que Dios se encuentra con nosotros, como amor y fuerza que procede de Jesús y que nos lleva (por Jesús) hasta la nueva realidad de la vida ya reconciliada, a la Ciudad-Esposa de Ap 21-22. Pero él debe actualizar y cultivar esa presencia, dentro de la iglesia, en un camino de transformación histórica.
Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete
En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).
La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)
En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.
La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.
La versión de Juan 20, 19-23
El evangelio de Juan, en línea parecida a la de Pablo, habla del Espíritu en relación con un ministerio concreto, que originariamente sólo compete a los Doce: admitir o no admitir a alguien en la comunidad cristiana (perdonar los pecados o retenerlos).
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
― Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).
El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.
El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).
Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.
Gabriel Mª Otalora*, gabriel.otalora@outlook.com
Bilbao (Vizcaya).
ECLESALIA, 22/05/15.-
Del Espíritu nos hablan Mateo, Juan así como Lucas en los Hechos, al menos en tres ocasiones; y Pablo en sus cartas a los Corintios y Gálatas. El término parakletos, que literalmente significa “aquel que es invocado”, significan cosas tan reconfortantes como mediador, defensor, consolador, el que viene en nuestra ayuda. Es la fuerza de Dios que nos transforma para infundir amor por encima de nuestras debilidades y miserias. Es, en definitiva, el que nos da luz y fuerza para mantenernos en la esperanza y firmes en la fe del amor.
Confieso que durante años, el Espíritu Santo era el gran desconocido para mí. Poco a poco, ha ido revelándose hasta resultar una experiencia de Dios maravillosa. Como dice el papa Francisco, es el Espíritu Santo el que permite al cristiano el tener la “memoria” de la historia y de los dones recibidos por Dios.
En Pentecostés (el quincuagésimo día después de la Pascua de Resurrección) que a su vez tiene el trasfondo de la fiesta judía de la manifestación de Dios en el Sinaí, el Espíritu Santo al descender sobre los apóstoles, les hace salir de sí mismos para convertirlos en testigos de las maravillas de Dios. Y esta transformación obrada por el Espíritu se refleja en la multitud que acudió al lugar y que provenía “de todas las naciones”, porque todo el mundo escucha las palabras de los apóstoles como si estuvieran pronunciadas en su propia lengua.
Éste es un efecto esencial de la acción del Espíritu que guía y anima el anuncio del Evangelio: la unidad, la comunión. Es la contraposición a Babel como signo de la soberbia y el orgullo del hombre que quería construir con sus propias fuerzas, sin Dios, “una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo”. Aunque la mayoría prescinde de que el Espíritu Santo vive dentro de nosotros y que lo hemos apagado hasta negar de manera práctica su existencia tan real como nuestra vida.
Pero los cristianos de Occidente tenemos un problema: vemos este domingo como una fiesta más de la Iglesia, fiesta de precepto (qué lenguaje, Dios mío) y festivo laboralmente hablando. Pero no es una festividad religiosa más, sino uno de los grandes días del año, en el que recordamos y proclamamos la fuerza de Dios-Amor irrumpiendo en el mundo a través de aquellas pobres criaturas humanas, acobardadas y con poca fe, los mismos que en el relato de la Ascensión todavía le preguntan a Cristo si era ese el momento en que iba a darse, por fin, la liberación política de Israel. Una fiesta que nos interpela con amor nuestra falta de fe y por tanto de valentía para la denuncia profética y el compromiso con la Buena Nueva. En Pentecostés se derrama la victoria de la Resurrección a toda la humanidad de la mano de los cristianos abiertos al amor de Dios solidaria y responsablemente. Es el gran día que debiera convertirse en el signo de la iluminación del mundo sobre las tinieblas. El chispazo que alumbre el triunfo del amor sobre todo lo demás.
Por muy pobre que nuestro bagaje de amor, solo encontraremos en el Dios de Pentecostés su fuerza sanadora y transformadora buscando lo mejor de cada persona. Es la única petición que Dios concede siempre: la revelación a quien se la pide con fe. Es decir, con ganas: Dios no cumplirá todos nuestros deseos, como cualquier madre o padre sensato, pero sí cumple todas sus promesas; y una de las más claras es que “Mi Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”.
En esta sociedad tan materialista y a la vez tan golpeada por la crisis de valores, llena de lázaros abandonados a su suerte, Dios nos renueva su fidelidad invitándonos a despertar el amor inmenso que late en nuestro interior como la fuerza del Espíritu Santo. Un tesoro dormido por la mediocridad, el egoísmo y la desesperanza. Ante una nueva fiesta de Pentecostés, dejémonos invadir por el Espíritu. Es la mejor oración, lo que más necesitamos para nosotros y para irradiar a este mundo desnortado.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
(*) Autor del libro Compasión y misericordia. San Pablo, 2014)
Me han pedido de lejos (América) una Catequesis de Vigilia de Pentecostés, y me permito colgarla también de este lugar.
Estoy convencido de que tú, amigo o comunidad, parroquia o grupo, habéis organizado ya la Gran Vigilia de Dios de este 23-5-15, día de Oscar Romero, hombre de fuego de Dios, pero quizá puedan ayudarte las reflexiones que siguen:
– ¿Cómo prepararnos para el fuego del Dios de Jesús, si ese fuego se enciende y arde cuando? ¡No podemos, y sin embargo, debemos hacerlo: Uno a uno, juntos en familia o comunión cristiana!
‒ ¿Cómo hacerlo nosotros, si es el mismo Dios que debe alentar en nuestra vida, abriendo caminos, tendiendo puentes, curando enfermedades, perdonando pecados, llenando todo de amor y de justicia?
‒ ¿Cómo estar dispuestos a escuchar la voz, abriendo el pecho para el fuego, los ojos para la luz, los oídos para la voz, la mano para el trabajo y el abrazo…? ¿Cómo, cómo, cómo…?
Con esas y otras preguntas he redactado esta catequesis, que ha de empezar con la lectura y la oración compartida en torno al principio del libro de los Hechos (Hch 1-2). También tú empieza leyendo ese pasaje, para traducirlo así en tu vida. Quizá te baste y puedas seguir por ti mismo. Por si te ayudan te ofrezco las siguientes reflexiones.
— En el primer Pentecostés del año 30 comenzó la Iglesia de Jesús, retomando la gran inspiración del judaísmo antiguo, pero abriendo un camino de fuego y palabra para todas la naciones, y así lo ha puesto de relieve este pasaje del libro de Hechos (Hch 1-2).
— En este Pentecostés 2015 debe recomenzar tu camino por el fuego y la palabra de Dios. Toma un tiempo de reposo, para abrir así tu “alma”, con aquellos con quienes compartes tu andadura de estudio y práctica cristiana, en línea de catequesis, desde tu pasado cristiano, buscando un futuro más lleno de Dios y justicia, con todos los hermanos.
Que el hermano Romero de América, de toda la Iglesia, beatificado hoy en San Salvador avive tu fuego, impulse tu camino, con María de Pentecostés.Buena Vigilia y Pascua del Fuego de Dios, este año 2015, con todos y para todos.
1. COMIENZO, Hch 1-2. LUGARES Y GENTES
El comienzo de esta catequesis será leer cuidadosamente el texto, empezando por Hch 1, la Ascensión del Señor (Monte de los Olivos) y la reunión de los primeros cristianos en la Iglesia (en el Cenáculo, habitación alta de una casa, posiblemente la sala de la Última Cena, donde se alojaban, Hch 1, 13). Después se pasas del Cenáculo a la calle, donde empieza la misión. Este comienzo es muy significativo y merece la pena que nos fijemos bien en algunos detalles. Éstos son los que yo destacaría. Vosotros, los lectores, podéis destacar otros.
Comencemos por los lugares:
‒ Monte de los Olivos (Hch 1, 1-12; cf. 1, 12). Éste es el monte de la última oración de Jesús (en el huerto de ese monte). Era el monte donde muchos judíos esperaban que llegara el Reino de Dios, según el libro de Zacarías (Zac 14, 4). Dios mismo dividiría ese monte en dos, y vendría con gloria, para imponer su reinado… Pero Jesús resucitado lleva a sus discípulos a ese monte…para decirles que el Reino no llega de esa forma por ahora… Más aún, en vez de traer el Reino de esa forma “se va” (sube al cielo…), y confía su tarea a sus discípulos: ¡que reciban el Espíritu Santo y que vayan al mundo entero como discípulos suyo (Hch 1, 8).
‒ Cenáculo (Hch 1, 12-26). Una sala amplia (la sala superior, para reuniones)… en una casa amplia, de las que había en Jerusalén para celebrar la pascua y las grandes fiestas, cuando venían los peregrinos… Ésta es la casa de la reflexión (oración…, diálogo, estudio). Será una casa para nueve días, la primera gran “novena” de la iglesia, desde la Ascensión a Pentecostés. Ése tiempo de la casa (del retiro de grupo, de la búsqueda común) es fundamental… Éste es un tiempo fundamental, no a solas, sino en grupo… para ver juntos, para recordar, para planear, para compartir…
‒ La calle (Hech 2). Pero los discípulos no pueden quedarse en el cenáculo, en clausura miedosa, en nostalgia dolorida, esperando que llegue Jesús y que resuelve él nuestra tarea. Nos ha dejado una misión, tenemos que afrontarla, recibiendo el Espíritu, saliendo a la calle, empezando por Pedro (hoy el Papa Francisco), todos… Ésta es la misión, la gran tarea. Salir a la calle de Jerusalén, a la plaza, a los mercados y escuelas, a los lugares de marginación, diciendo que Jesús ha tocado nuestra vida con su Espíritu.
Jesús nos ha dejado su tarea:
Ha culminado su camino, ha realizado su obra: Ha proclamado el mensaje, ha muerto y ha resucitado. Ciertamente, el sigue con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos, como sabe y dice Mt 28, 16-20, pero está de otra manera, no como antes. Está de un modo más honda, dejándonos su tarea, para que nosotros la continuemos.
Es bueno que él se haya ido, como dice el texto de la Ascensión (Hch 1, 1-11). Se ha ido, se han cubierto las “nubes” de Dios, en la altura, donde está “sentado” (culminada su obra) y “de pie” caminando con nosotros. Nos ha dejado con pena, no podemos tocarle como antes (como le quería tocar María Magdalena)… Pero es bueno que Jesús se haya ido, de una forma externa, para darnos su Espíritu (como dice él mismo en su discurso de despedida: Jn 13-17). Leer más…
Del blog de Xabier Pikaza:
He reflexionado por tres días sobre el Espíritu Santo, culminando en una reflexión teológica de cierta dificultad. Retomo ese motivo, para preparar la celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad, del próximo domingo.
El tema de fondo es la personalidad del Espíritu Santo, que es quizá el más difícil y más hondo (y a la vez el más sencillo y luminoso) de la teología cristiana. Así lo expongo, retomando algunos rasgos de un libro dedicado hace algún tiempo a este problema.
1) El estudio del Espíritu se encuentra ligado al constitutivo esencial de las personas. Así lo ha visto una línea que comienza en Agustín, se explicita en Anselmo y por medio de Tomás de Aquino llega a nuestros Dios. En esta línea el Espíritu Santo no es persona sino un modo de culminación personal del ser que conociéndose se ama, culminando así su proceso de realización individual.
2) El Espíritu ha podido verse como amor dual. En una línea en la que avanza también san Agustín y que ha influido mucho en nuestro tiempo se concibe et espíritu a manera de amor de comunión o encuentro mutuo que liga a las personas. Sistematizando esta perspectiva algunos le definen como el nosotros personal que liga al Padre con el Hijo en el misterio divino.
3) Dando un paso más, algunos han interpretado el Espíritu a manera de “tercero”, como fruto que surge del amor dual del Padre y del Hijo, en el misterio trinitario.
4) Finalmente, partiendo de las líneas anteriores, muchos piensan que el Espíritu se debe interpretar como misterio escatológico, la fuerza de Dios que nos conduce, en una opción de libertad, hacia el futuro de la nueva sociedad reconciliada, como en otro tiempo decía el abad Joaquín de Fiore.
Constitutivo personal del Espíritu Santo.
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Esos son los modelos que quiero desarrollar en lo que sigue. He comenzado presentándolos juntos para que se vea la unidad del tema y también por otra causa: algunos, cuando escuchan que se habla del Espíritu como ámbito de amor piensan que estamos destruyendo su sentido más profundo, el valor de su persona. Pues bien, en contra de eso, debemos indicar que la persona o personalidad del Espíritu se encuentra velada en el misterio: podemos esbozar un poco su verdad, pero nunca llegaremos a entender totalmente su hondura. Tampoco debemos olvidar que, como dice la tradición, las personas de la trinidad no son unívocas: cada una es persona de una forma, como ingénito (Padre), como engendrado (Hijo), como procedido (Espíritu). Pues bien, sobre el sentido y presupuestos de esa procesión pneumatológica hablaremos brevemente en lo que sigue.
1) La primera perspectiva entiende la persona del Espíritu en la línea de la realización del ser que culmina su proceso amándose a sí mismo.
Más que persona (en el sentido moderno) el Espíritu es modo final de la personalización de un sujeto que, conociéndose, s¿ ama, es decir, descansa en sí mismo, ratificando y fijando así su propia realidad. En ese aspecto puede llamarse culminación de Dios: su proceso personal queda completado y clausurado, de manera que Dios es como aquel que se ha hecho plenamente, en proceso de conocimiento y amor.
Dios no es una línea siempre abierta que jamás llega al descanso, no es un círculo que vuelve sin cesar sobre sí mismo. Dios es línea o círculo cumplido y su descanso, esto es, la plena realización de su proceso es el Espíritu Santo. Por eso se le llama amor, porque en amor culmina el encuentro del ser (de Dios) consigo mismo. En esta perspectiva se pone de relieve el movimiento de la naturaleza divina que se sabe, dualizándose en Padre e Hijo, y se ama, trinitarizándose en Padre-Hijo (que aman) y Espíritu que es fuerza y realidad del mismo amor cumplido.
Los comentaristas suelen discutir sobre la forma en que Tomás de Aquino ha concebido este proceso final de espiración de amor en el que surge el Espíritu Santo. Pero la opción dominante es la de aquellos que suponen que este amor no es el amor duql de Padre e Hijo que se encuentran sino el mismo amor de esencia de la naturaleza divina que, sabiéndose (siendo Padre-Hijo) se ama a sí misma:
La virtud espirativa significa la esencia divina afectada por la relación de espiración activa en cuanto se encuentra en el Padre y el Hijo… De donde se sigue que el Padre y el Hijo son un sólo principio virtual del Espíritu Santo, en cuanto que una misma es la virtud espirativa y el acto de espiración de los dos… De donde podemos decir que son dos los que espiran y uno solo el espirador (cf. M. Cuervo, en Introducción a Santo Tomas, S.T II, BAC, Madrid 1953, 236).
Padre e Hijo, que se distinguen entre sí al conocer, ya no se distinguen al amar. Por eso aman los dos como uno solo, con el amor de la esencia divina que vuelve hacia sí misma y en ella descansa. De esta forma se completa el proceso personal del Dios que es divino, persona, siendo dueño de sí mismo, conociéndose y amándose. Situados ante esta solución, los autores ortodoxos han protestado enérgicamente.
Ellos suponen que esta unión de Padre e Hijo en el origen del Espíritu supone una vuelta hacia el dominio de la esencia: no son ya las personas que actúan como tales sino la misma esencia de Dios que al amarse suscita (espira) el amor pleno y final del Espíritu Santo (cf. V. Lossky, o. c. 56). Pero el problema resulta, a mi entender, aún más complejo: no se trata de ver si hay primacía en la esencia o las personas; se trata de entender y de fijar el modelo de persona que ha yen el fondo del esquema.
Pues bien, en este esquema, que sigue la línea de la teología de occidente tal como viene a culminar en Barth y Rahner (cf. temas 13, 16), a Dios se le concibe como persona única, absoluta, que se despliega y se realiza en tres momentos o personas relativas. Por eso, en este plano relativo era mejor no hablar más de personas: al encontrarse consigo mismo, en conocimiento-amor, Dios es divino; pertenecen a su propio despliegue personal el conocerse-amarse, que en términos simbólicos se llaman Padre-Hijo y Espíritu, pero es mejor no atribuirles el nombre de personas. De esta forma se resalta la unidad ternaria de Dios, la unicidad de su persona que puede interpretarse de una forma neomodalista.
2) La segunda perspectiva entiende la persona del Espíritu partiendo de la unión dual del Pudre e Hijo como personas distintas que se aman.
Recordemos las bases tradicionales, agustinianas de este esquema, que después Ricardo de san Víctor ha desarrollado de forma sistemática. Ahora queremos recordar que muchos investigadores piensan que el mismo Tomás de Aquino, defensor de esta postura en sus primeras obras (De Potentia; Super Sent.),la ha seguido defendiendo hasta el final de su vida. Entre ellos quiero destacar a F. Bourassa, autor de los análisis más hondos sobre el sentido y consecuencias del amor común (de comunión) en el misterio trinitario. Padre e Hijo ya no aman como esencia que se vuelve hacia sí misma, para completar su realización; se aman entre sí como personas diferentes que sólo manteniendo su propia diferencia pueden encontrarse y unirse una a la otra.
Este no es amor de esencia sino amor de personas que, ratificando su propia distinción, la sellan en gesto doble de entrega mutua. Los amantes son por tanto dos y su amor es recíproco y sólo puede mantenerse en la medida en que los dos son diferentes. Hay un doble acto de amor, pero el amor con que se aman es el mismo, porque uno y otro se entregan de manera total, sin reservarse nada. Por eso, en esta línea, el Espíritu santo se puede interpretar como el amor de comunión hecho persona: no es amor de uno o de otro, es de los dos y de esa forma es medio que les une; pero, al mismo tiempo es un amor, como persona comparativa que les vincula y unifica.
Hasta aquí la reflexión de los diversos autores parece concordante. Las dificultades comienzan cuando se pretende precisar lo que supone esa Persona-Amor qrre es el Espíritu Santo. Aquí empiezan a cruzarse y distanciarse los caminos, en una búsqueda eficaz pero difícil de eso que podíamos llamar constitutivo propio del Espíritu. Dos son a mi entender las tendencias principales, una de tipo ambital, otra más dual (de nostreidad divina):
La tendencia ambital es quizá la más común. Son muchos los que piensan que al Padre hay que entenderle como sujeto personal, porque engendra desde el fondo de sí mismo al Hijo Jesucristo. Tambíén el Hijo es persona, porque así le vemos en Jesús, como sujeto que actúa, acoge la llamada de Dios Padre y le responde. EL Espíritu, en cambio, aparece como persona ambital, campo de amor en que se encuentran Dios y Cristo: es la fuerza de Dios de la que Cristo nace (y resucita); es el amor que Cristo ofrece al Padre para que nosotros podamos realizamos. Leer más…
Del blog de Xabier Pikaza
Ésta es la tercera reflexión sobre el Espíritu Santo, y he querido plantearla de un modo teórico, para aquellos que este día de Pentecostés tengan tiempo para entrar en temas de teología.
No hay quizá en la historia de la reflexión humana un tema más apasionante que el del Espíritu de Dios, tal como ha sido planteado por la gran teología. Tres son los presupuestos o bases de ese tema y así quiero exponerlos de forma introductoria, realizando un ejercicio teológico, desarrollado de un modo más preciso en mi Enquiridion Trinitaris (Sec. Trinitario,Salamanca 2005,págs. 497-510).
a) Me apoyo por un lado en la certeza de que existe y se actualiza sobre el mundo el rostro trascendente de aquel Dios que nos sostiene y acompaña.
b) Estoy convencido, como cristiano, de que esa revelación de Dios se expresa plenamente en el camino de Jesús, de manera que el Espíritu de Dios es la fuerza, misterio y presencia divina de Jesús.
c) La presencia y obra del Espíritu culmina haciendo que surja un humano agraciado, gratificante . Así queremos destacarlo en las tres notas que siguen.
Una reflexión sobre el Espíritu
(1) La experiencia cristiana del Espíritu remite a la transparencia (actuación) del Dios trascendente.
Cristiano no es aquel que se interroga sobre el fondo racional del cosmos, ni tampoco el que pretende trasformar todas las cosas a raíz de unos supuestos de futuro no alienado.
Cristiano es, ante todo, el que con gesto de profundo desasimiento y de sorpresa agradecida ha descubierto que toda su existencia se halla en manos de un poder gratificante que pertenece a Dios. Ya en el Antiguo Testamento, el Espíritu remite al misterio de la presencia trascendente y creadora de Dios.
El camino del misterio debemos andarlo de nuevo cada día, conscientes de que nunca se acaba de entender a Dios y nunca se responde plenamente a su presencia. En esa línea, volvemos a encontrarnos cerca de los profetas de Israel, preguntándonos por la actuación de Dios, por la urgencia de su juicio y los caminos de su fidelidad. Si algún día olvidamos que el Espíritu es “de Dios” (trascendente, imprevisible, creador), acabaremos identificándolo con el mecanismo de un cerebro electrónico o el engranaje de una transformación social. Ese día no sólo se habrá silenciado el Espíritu de Dios; se habrá anegado el humano.
(2) Según el cristianismo, el Espíritu se personaliza o por lo menos acaba concretándose por medio de Jesús y de iglesia.
Va tomando un rostro, ofrece un tipo de profundidad, muestra un camino de actuación. Se trata del Espíritu de la trascendencia (de Dios) sobre el fondo de la historia de Jesús; es la capacidad de superar el mundo (resurrección) en ese campo bien concreto del seguimiento de Jesús hasta la muerte; es, en fin, la presencia del encuentro transformante (amor Padre-Jesús) en el gesto cotidiano del compromiso del humano por el humano.
Habiendo recibido por Jesús un rostro (el rostro de su presencia), el Espíritu sigue siendo el irrepresentable, pues ninguna de las formas y caminos de este mundo logra reflejarle.
(3) Finalmente, el Espíritu se expresa y realiza históricamente su misterio de vida y comunión por la Iglesia, es decir, en el despliegue de la humanidad.
Irrepresentable por sí mismo, el Espíritu de Dios se expresa en la vida y amor de los hombres. Allí donde un hombre se trasciende y trascendiéndose vive en comunión de amor con los demás está el Espíritu de Dios.
De manera especial el Espíritu debe hacerse transparente en el campo de la vida de la iglesia: en aquella comunión donde se expresa la herencia de Jesús, donde se proclama su palabra y se rememora su acción. En ese campo podemos hablar de la Iglesia como icono del Espíritu. Pero también se puede y debe hablar del rostro del Espíritu allí donde los hombres de diversas religiones o culturas proyectan y suscitan ámbitos de encuentro humano enriquecido, abriendo caminos de historia, es decir, de futuro.
El nervio de la confesión cristiana se identifica con la afirmación paradójicamente misteriosa, sólo aceptable en plano religioso, de que al mismo Dios eterno constituye, en la riqueza de su vida inmanente, la verdad y hondura de aquello que se actualiza entre nosotros por Jesús, en el Espíritu. En otras palabras, Dios mismo (y no una imagen disociable de su ser), es quien se expresa y quien actúa por Jesús y como Espíritu en el mundo.
Traducido en términos teológicos, estos significa que la inmanencia de Dios es su economía y viceversa. El problema se ha planteado y se plantea en el momento en que se quiere precisar esa afirmación.
Espíritu de Dios, la Vida humana, Dios en la historia
Un tipo de hermeneútica usual, menos cristiana, enraizada todavía en el dualismo platónico (o postplatónico) de eternidad y tiempo, inmutabilidad divina y cambio histórico, ha trazado entre la trinidad en sí y sus manifestaciones económicas un esquema de participación derivada, en el que se distinguen y separan dos niveles.
(1) Dios existiría primero separado, en plano eterno, sin cambios y sin tiempo, sin mezcla de historia. Leer más…
Del blog À Corps… À Coeur:
¿ Qué palabra tener
Que mantenga vivo
Y atraviese el espesor de la muerte?
¿ Qué verbo de carne
Puede levantar el pesado entorpecimiento
De los vivos sin vida,
Despertar la luz enterrada?
¡ Tarea imposible –
Pero la Palabra
Venida de lo Alto
Desangra al corazón herido –
El deseo
en palabras de amor repudiado
– Revelación Suprema –
Abre a la conversación vertical!
*
Eric de Rus, Vivir en incandescencia, Ad Solem, 2013
***
Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿ Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Contribuye a difundir la experiencia interior de Dios. Pásalo.
Leído en Koinonia:
Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo
El relato de Hechos que leemos en la primera lectura es una construcción del escritor lucano. Su finalidad es eminentemente teológica. No es un acontecimiento cronológico sino kairótico en la misma línea de la fiesta de la ascensión que celebramos y comentamos el domingo pasado. Lucas recoge la «fiesta de las semanas» del antiguo Israel. Esta fiesta se celebraba para conmemorar la llegada del pueblo al Sinaí. La entrega de las tablas de la Ley a Moisés en medio de truenos relámpagos y viento huracanado.
El redactor de Hechos toma los elementos simbólicos de resonancia cósmica para manifestar que es una intervención de Dios. Quiere significar la irrupción del Espíritu Santo en la historia humana. Es el comienzo de la etapa definitiva en la historia de la salvación. Es el comienzo de la predicación del evangelio por parte de la Iglesia apostólica. Estos elementos también recuerdan el anuncio profético del «Día del Señor». Este pasaje entrelaza elementos históricos y escatológicos. El Espíritu empuja a la Iglesia más allá de las fronteras geográficas y culturales. Por eso todos entienden el mensaje en su propia lengua. Allí se han dado cita todos los pueblos hasta entonces conocidos indicando la universalidad del mensaje evangélico. Otro elemento importante es el aspecto comunitario: los discípulos están reunidos en comunidad y el anuncio inaugura una nueva comunidad.
En la primera de Corintios Pablo enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la Comunidad eclesial. Conciente de las divisiones que se vivían al interior de esta comunidad insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de la Iglesia. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo y no sólo para la santificación individual. El Espíritu articula interiormente la misión de Jesús y la misión de la Iglesia.
El cuarto evangelio presenta dos escenas contrastantes. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.
Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.
La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad nos llenan de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen a cabalidad para seguir luchando contra todas las formas de pecado que deshumanizan y alienan al ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos. No es necesario hacer tanta bulla para decir que el Espíritu está actuando. Muchas veces no lo sentimos porque actúa en forma muy sencilla a través de gestos que pueden pasar desapercibidos.
¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Conocemos personas que actúan bajo la acción del Espíritu? ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?
Del blog de Xabier Pikaza:
Nos preparamos para celebrar la fiesta del amor de Dios ya culminado, la fiesta del su Espíritu, la Vida de Dios, que Jesús nos ha dado. San Juan de la Cruz vivió esta fiesta, y penetrando en ella dijo:
El rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado entre azucenas olvidado.
Reclinó su rostro, se dejó llenar por el latido y el aliento del Amado, y supo que todo se había ya cumplido. Ésta es la fiesta de la Vida que se expresa y expande por Jesús, ya fiesta del gran gozo todo lo transforma y que vence a la muerte:
— Es la fiesta del que dice ¡Ya Señor,no sigas pero sigue, que no puedo, y necesito poder , pues se rompen los vasos de gozo de mi vida y sólo así soy yo mismo, en ti que me das la vida. Ésta es la fiesta del que sale de sí, porque le sacan (ek-stasis de amor), descubriendo y sintiendo así que vive en otro, en el Dios que le da vida.
— Es la fiesta del que entra del todo (en-stasis) y descubre las más honda lámpara de fuego de su vida, el fuego que le arde y enamora, diciendo ¡Ahora sé por qué he vivido! Es la fiesta del que sabe y saborea sabiendo que Dios le ama y le regala su vida, con todos y cada uno de los hombres y mujeres, de los niños y mayores con quienes se sabe divino, pues el vino de Dios pasa por sus venas y las llena de gozo y de gracia.
Como introducción a esta fiesta quiero comentar con libertad los dos pasajes principales de la liturgia del domingo, el Día de Dios que es Espíritu de Cristo.
1. Textos.
(Juan 20,19-23:
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
Hechos de los Apóstoles 2,1-11
(a: El fuego y la palabra). Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
(b. La comunión de amor universal). Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”
Pentecostés de Jesús
Este es un día de gozo, de plenitud de amor. No es día de reflexión. A pesar de ello, para los que quieren reflexionar quiero indicar algunos rasgos del Pentecostés de Jesús, siguiendo las reflexiones de ayer. El Espíritu que ha actuado como palabra y presencia materna en el nacimiento de Jesús, sigue actuando en el conjunto de su vida, como presencia de amor, fuerza divina que le anima y unge, haciéndole Mesías, como indica de un modo privilegiado el texto sobre la expulsión de los demonios (Mt 12, 28; Lc 11, 20): si es que expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios es que el reino ha llevado a vosotros.
De esa forma se vinculan Espíritu y Mesías. Ambos expresan y realizan la misma acción salvadora de Dios: Jesús en cuanto humano concreto, el Espíritu en cuanto poder que suscita su vida (encarnación), que le unge para la tarea del reino (bautismo) y que le resucita, brotando de su entrega (Pascua y Pentecostés). Así aparecen ambos vinculados:
– Encarnación como repliegue de Dios en Jesús. Jesús ha surgido por obra del Espíritu, de manera que su encarnación debe entenderse como culminación del camino profético: allí donde la palabra profética llega a su culmen y se expresa (encarna) en una vida humana surge el Mesías a quien podemos llamar el humano del Espíritu. Esta es la nota esencial del Pentecostés del Antiguo Testamento.
– Pascua-Pentecostés como despliegue del Dios de Jesús, que se abre al conjunto de la humanidad. El Dios de Jesús se expande y se hace Dios de todos. Así podemos afirmar que el Espíritu es la verdad de su palabra y el poder de su mensaje; es la fuerza de amor y de vida que proviene de Jesús resucitado y que realiza (expande, continúa) su acción de reino sobre el mundo entero.
– Vida de Jesús, Pentecostés del evangelio. Como intermedio entre las dos perspectivas anteriores viene a situarse la vida pública de Jesús, que viene a presentarse como Mesías del Espíritu, desde el Bautismo (cf. Mc 1, 9-11), pasando por la misión liberadora (Lc 4, 18-19), hasta la consumación en la cruz, cuando entregó su vida en manos de Dios, para salvación de los humanos, por medio del Espíritu (cf. Hebr 9, 14)
Queremos insistir en ese último momento, en eso que pudiéramos llamar Pentecostés de la vida histórica o del evangelio. El portador y presencia del Espíritu en el mundo es el mismo Jesús de Nazaret en su tarea concreta de “ungido de Dios”, de portador de humanidad, de salvación, en medio de la tierra. Esta es la verdad radical del mesianismo, el centro de las obras de Dios. Aquí culmina el camino anterior (el Espíritu se ha expresado del todo, suscitando a Jesús); aquí se centra y arraiga lo que sigue (realizada su obra por la pascua, Jesús ofrece el Espíritu a todos los humanos).
Encarnación de Dios, unción del Espíritu Santo
El Espíritu se hallaba antes vinculado al profetismo, al camino de búsqueda humana, a la maternidad mesiánica. Ahora, nacido Jesús, el Espíritu se expresa totalmente por su vida, de tal modo que en ella y por ella actúa Dios. Así se puede hablar de un misterio (revelación de Dios) y dos misterios: encarnación personal, efusión pneumatológica:
– Hay una encarnación personal de Dios en Jesús. El Logos o palabra de Dios, a quien llamamos Hijo eterno, se identifica con el mismo Jesús de Nazaret. Él es revelación de Dios, es el humano plenamente realizado. Sin esta encarnación personal carece de sentido todo lo que sigue. De ahora y para siempre, el Espíritu de Dios es espíritu de encarnación dentro de la historia humana.
– Hay una “unción” o efusión del Espíritu de Dios por medio de Jesús. Si sólo hubiera encarnación, la iglesia no sería más que una expansión del Cristo individual y los cristianos un momento de su “cuerpo”, de manera que ellos acabarían perdiendo su identidad e independencia. Pues bien, en contra de eso, la encarnación (Jesús es el Hijo de Dios) va unida a la efusión del Espíritu, expresado por medio de su vida y de sus obras, como fuente de libertad y principio de comunión. Así decimos que el Espíritu “ungido” a Jesús para hacerle liberador de los humanos, para expresarse de esa forma a través de sus acciones (H. Mühlen).
Por eso llamamos a Jesús el Mesías del Espíritu, Mesías de la acción liberadora y del programa de comunión abierto para todos los humanos. En el centro de la experiencia cristiana y de la teología se sitúa así el misterio de las relaciones entre Jesús como Cristo individual (como humano concreto que es Hijo de Dios) y Cristo comunitario, ungido por el Espíritu para crear libertad y comunión abierta a todos los humanos.
De esa forma se vinculan desde el principio el aspecto personal-individual de Jesús, que es un humano concreto, y su aspecto personal-comunitario, abierto por el Espíritu a todos los humanos. En el primer caso podemos hablar de encarnación, por utilizar una terminología ordinaria de la iglesia. En el segundo caso podemos hablar de efusión o expansión del Cristo, por medio del Espíritu, ofreciendo comunión a todos los humanos.
El Cristo Jesús y el Cristo humanidad
No es que haya dos cristos separados, sino uno sólo que es, al mismo tiempo, el humano individual (encarnación de Dios en Jesús) y el humano completo de la comunidad o iglesia (apertura por medio del Espíritu). De esta forma se vinculan el despliegue humano de Jesús (como persona individual perfecta) y el camino de encuentro o comunión entre los humanos. Por medio de la unción mesiánica de Jesús, el Espíritu Santo viene a mostrarse como principio de comunión interhumana, fuente de vida y amor expandido y expresado como iglesia.
La misión del Espíritu santo en la naturaleza humana de Jesús es lo que la Escritura llama unción de Jesús con el Espíritu santo. Entre encarnación y unción no se puede hablar de una diferencia temporal sino lógica. Tal diferencia es, a nuestro parecer, fundamentalmente identica a la distinción entre encarnación e iglesia, en la medida en que la iglesia comienza verdaderamente por la unción de Jesús. (H. Mühlen, El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca. Trinitario, Salamanca 1974, 248)
Los dos misterios (del Hijo y del Espíritu) quedan de esa forma unificados. El problema consiste en precisar sus relaciones: la forma en que el Espíritu depende del Hijo, mostrando, al mismo tiempo, su personalidad; el problema está en descubrir que la unción (o efusión) del Espíritu depende de la encarnación pero no se identifica simplemente con ella.
Como podrá observarse, distinguimos y unimos la encarnación (Jesús es el Hijo eterno de Dios) y la unción (Jesús ha recibido el Espíritu, realizando su obra mesiánica al servicio de los demás, siendo así el Cristo). Si por un imposible hubiera encarnación sin unción de! Espíritu, Jesús encerraría en sí mismo la filiación divina, sería Hijo de Dios por aislado, sin expresar en el mundo el misterio del reino. En ese caso, la humanidad seguiría perdida, el “padre” divino de ese Jesús no sería el Dios cristiano. Pero encarnación y unción se unen en la historia salvadora: Jesús ha recibido el Espíritu de Dios para expandirlo, para abrir la comunión divina a todos los humanos, para hacer así posible el surgimiento de la historia mesiánica. En esta perspectiva pueden unirse dos misterios:
– El Espíritu de Dios en la Trinidad. Conforme a la visión cristiana, al interior del misterio trinitario, el Espíritu es la unión de amor que liga al Padre con el Hijo; así podemos definirle como comunión, historia de amor.
– Por la encarnación, ese mismo Espíritu (eterna comunión divina), viene a expresarse en el mundo como principio de unión (comunión histórica) entre y para los humanos; de esa forma vincula a Jesús con los cristianos (y a los cristianos entre sí).
Así podemos afirmar que el misterio cristiano tiene dos facetas o rasgos: es el misterio del Cristo, Hijo de Dios, y de la unión mesiánica de todos los humanos en el Cristo. Un Jesús, Hijo de Dios, sin Espíritu no sería Cristo, sino una especie de Señor que domina desde arriba la vida de los hombres y mujeres de la tierra.
Es el Espíritu el que unge a Jesús como Mesías, en camino de redención (de reconciliación) que se expande a todos los humanos. Por eso, desde ahora, para los cristianos, el Espíritu se identifica con la obra de Jesús, con su proyecto de reino, expresado como buena nueva de evangelio. De esa forma podemos afirmar que el Espíritu se encarna por medio de Jesús:
– El Espíritu de Dios ha suscitado y guiado a Jesús, haciéndole Cristo, Mesías. No basta le encarnación (decir que Jesús ha nacido por obra del Espíritu). Hay que dar un paso más y afirmar que el Espíritu se expresa por medio de la obra de Jesús, por medio del mensaje y entrega de su vida.
– Según eso, el Espíritu pertenece a la entraña de Jesús, al camino de su vida. A través de su entrega por los demás, en camino que culmina con la muerte, Jesús ido abriendo un camino de libertad y comunión interhumana, abierta a todos los perdidos de la tierra).
La Vida que Jesús expande con su vida, vida de Dios para toda la humanidad: eso es el Espíritu. El Amor que se expresa y confirma en su entrega en favor de los demás, ese es el amor divino. Eso significa que la encarnación del Espíritu en Jesús ha venido a explicitarse y expandirse en el misterio de la gracia abierta a todos los humanos.
Del blog de Xabier Pikaza:
Pentecostés,Ciclo A. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11. Nos acercamos a la fiesta de Pentecostés, culminación de las fiestas cristianas, tiempo que podemos decir y decimos.
Quiero contar durante tres días algunos rasgos del Espíritu de Dios, presencia creadora, amor materno… volviendo al principio de la Biblia Hebrea, para caminar hacia Jesús para reflexionar después con algunos teólogos rusos, que han insistido en la “maternidad” del Espíritu de Dios.
Ésta será la primera epifanía, el primer pentecostés, en la línea del Antiguo Testamento, que culmina en la venida de Jesús, el Cristo.
De Dios venimos, en Dios nacemos. Formamos parte de la Historia humana de su Espíritu. Felices los que lo sepan (lo sepamos), felices los que podamos vivir para que se exprese y expanda en el mundo el Espíritu de Dios.
Ruah, aliento de Dios o Espíritu
Al decir que Dios es Espíritu, estamos diciendo que Dios no es un “ser cerrado en sí”, sino apertura, ser para los otros. A Dios le llamamos Espíritu porque es fuerza creadora, aliento en que las cosas y humanos se sustentan. Siendo reales, las cosas son en Dios. Teniendo autonomía, el humano existe únicamente desde el ámbito de Espíritu divino.
En otras palabras, el Espíritu es el espacio abierto del amor y realidad que Dios suscita en torno suyo, Dios mismo como fuerza expansiva y como trasfondo de vida de los humanos, como seno maternal y fecundante en que podemos llegar a la existencia verdadera.
Por eso, el hombres nunca vive desde sí ni para sí; existe inmerso en el Espíritu divino y caminando hacia el futuro (el nuevo nacimiento) a que el Espíritu le abre.Ciertamente, el ser humano tiene ruah, aliento y vida propios. Pero su aliento es vacilante, su vida siempre corta, amenazada por la muerte, deficiente.
Por eso, el humano sólo es ruah de verdad, sólo existe de manera profunda, esperanzada y creadora si se deja penetrar y transformar por el Espíritu divino. Dios existe en la medida en que se expresa (se actualiza) como fuente de ser y realidad, en el Espíritu. El ser humano existe (tiene realidad) en cuanto está fundamentado (protegido y potenciado) en el Espíritu.
El Espíritu no es esencia cerrada, sino acción y presencia
La Escritura de Israel no se ocupa de la “naturaleza” divina en sí. Para el Antiguo Testamento, el Espíritu es Dios en cuanto actúa de manera eficaz sobre los seres, de manera que ruah es, una noción teológica; la noción del encuentro entre Dios y las criaturas, la dependencia indigente del humano y la omnipotencia bienhechora de Dios, la experiencia y fuerza de la gracia.
La ruah no es una entidad ni divina ni humana, sino un modo de ser y un modo de existir. ¿Se podría definir utilizando el término participación? Ese término nos parece equívoco, pues deja suponer un parentesco de esencia… Por eso preferimos el término dependencia relacional (o, mejor dicho, relación entitativa), … (D. Lys, Rûach: le Souffle dans l´AT, PUG, Paris 1962, 557-358). Esta dependencia relacional que constituye el contenido del Espíritu en el Antiguo Testamento tiene dos vertientes.
(a) Desde Dios, el Espíritu es la abertura libre y creadora por medio de la cual ha hecho surgir al humano con quien puede dialogar en forma personal.
(2) Desde el ser humano, el Espíritu es la acogida, hallarse sostenido en ese campo fecundante del amor divino y abierto hacia el encuentro con Dios y hacia la propia plenitud humana. Precisamos estos rasgos:
– Ruah es la acción (o la presencia) de Dios que vítaliza el ser del mundo y de una forma peculiar la historia de los humanos. No es propiedad ontológica del ser de lo divino a se (existente por sí mismo), sino expansión de amor con que ese Dios que actúa sin cesar haciendo que la vida nazca y que los humanos lleguen a alcanzar la salvación.
– Ruah es la misma hondura de vida de los seres humanos en el mundo. Ella sustenta el cosmos y la historia, pero se explicita en nosotros de forma vacilante, limitada, siempre débil. Ciertamente, la existencia de los humanos tiene en Dios su fundamento. Sin embargo, en las actuales condiciones de la historia es como un soplo que se pierde, una llamita que dejada en soledad viene a apagarse.
– Ruah es fuerza de esperanza, de manera que desborda las actuales condiciones de la vida. Nos hallamos en Dios y abiertos al futuro; nuestra verdadera realidad no se apoya en las propiedades que tenemos (aquello que ahora somos) sino, más bien, en el misterio vitalizante del Espíritu divino.
El Espíritu, un futuro. La esperanza del hombre
El verdadero ser del humano no ha nacido todavía, está escondido en esperanza. El humano es como un germen que se está gestando y puede (debe) nacer en plenitud. Sabemos, ciertamente, que Dios es como padre: dirige el mundo en su palabra y traza leyes de vida para los humanos. Pero, al mismo tiempo, Dios recibe y ofrece aspectos maternales, sobre todo allí donde le vemos como Espíritu de vida y fuente de realidad para los humanos.
Ciertamente, la aportación religiosa fundamental del pueblo israelita no ha estado en aplicar a Dios los símbolos del padre y/o de la madre sino en descubrirle como trascendente. Pero, al mismo tiempo, ese Dios trascendente se hace fuerza y principio de futuro, se hace maternidad a través de la profecía.
Este concepto de Dios traduce la experiencia original de una trascendencia que se expresa para los humanos como fuente de vida. Así lo han puesto de relieve los profetas de Israel, así lo ha recogido la iglesia cristiana al afirmar que el Espíritu habló por los profetas. Hablar significa aquí abrirse, abriendo un campo de futuro. Hablar significa comunicarse, en palabra que se vuelve principio de existencia para los humanos:
El Espíritu profético es aquel poder de Dios que abre a los hombres hacia el futuro de su plena realización, en la justicia y plenitud humana. Por eso, el mismo Dios del Antiguo Testamento recibe rasgos de Espíritu, dentro de esto que llamamos su primera epifanía. Conforme a la visión israelita, el Espíritu actúa en los humanos como fuerza de vida y esperanza, dirigiendo su vida hacia el surgimiento del mesías (hacia la nueva humanidad, el humano pleno).
El surgimiento de esa nueva humanidad (del Cristo) es obra de Dios y humanos. Es la obra del Espíritu de Dios que se ha autoexpresado en Jesús totalmente, expresándose así fuera de sí mismo (sin perderse). Es la obra de la humanidad que alcanza en Jesús aquella plenitud hacia la que estaba dirigida. Por eso afirmamos que esta primera epifanía (todo el AT) culmina allí donde Jesús ha nacido del Espíritu por medio de María.
El Espíritu, una maternidad. No hemos nacido del todo todavía
El Espíritu acaba apareciendo así como signo de la maternidad escatológica de Dios. Conforme a una imagen judía, popularizada en clave cristiana por Ap 12, podemos presentar al Dios de Israel como mujer en dolores de parto; es mujer fecundada por el Espíritu de Dios, llena de la palabra, enriquecida por la profecía. Es mujer de la esperanza que puede dar a luz, haciendo así que nazca el “hijo” de Dios, la nueva humanidad vencedora del mal (de la serpiente), ya reconciliada.
Para muchos cristianos, esta imagen de la mujer profética, llena de la palabra, fecundada por el Espíritu, que alumbra al Hijo de Dios, se ha expresado simbólicamente en ya María; en ella se concreta y visibiliza, se vincula y alcanza su plenitud, la maternidad del Dios del AT y de la humanidad que busca plenitud. De esa común maternidad de Dios y los humanos ha nacido Jesús, el Hijo de Dios Padre. Hasta entonces el Espíritu podía actuar sólo en parte y realizar su acción sin expresar su realidad del todo. Ahora ha actuado de forma definitiva, haciendo surgir la totalidad de Dios en medio de los humanos.
Utilizando un lenguaje dogmático posterior (propia de las iglesias cristianas), podemos decir que este Pentecostés del Antiguo Testamento va del Padre al Hijo (Jesús) por medio del Espíritu y se expresa o culmina de una forma paradigmática en el descenso del Espíritu sobre Israel (María), para el nacimiento del Hijo de Dios. En este contexto y dentro del nivel de simbolismo en el que estamos situados, resulta coherente que algunos textos (que la iglesia ha dejado al margen de su Escritura canónica) afirmen que Jesús es Hijo del Espíritu, como dice el Evangelio a los Hebreos (K. Aland, Synopsis quattuor evangeriorum, Stuttgart 1965, 27. Cf. E. Hennecke, NT Apocrypha I, London 1963, 163-164).
Teólogos rusos. Maternidad hipostática de Dios.
S. Boulgakov (Le Paraclet, Paris 1946, 215-217) decía que las funciones del Espíritu y María (vistas simbólicamente) se unifican: la obra del Espíritu de Dios que suscita al Cristo se realizan en concreto (humanamente), dentro de Israel, por medio de María. Esta María no ya (sólo) una mujer concreta, sino el signo (un signo muy importante) de la maternidad de Dios como Espíritu. Siguiendo en esa línea, podemos añadir que el seno materno de María (Israel, humanidad) constituye sobre la tierra la realización (la concreción) del ámbito materno del Espíritu divino.
Así se ha podido decir que el Espíritu santo es la maternidad hipostática de Dios, como seno fecundante de amor en el que Dios, siendo trascendente, suscita y expresa su vida. “El Espíritu santo no sustituye al Padre, pero crea el estado maternal como poder espiritual de concebir, de acrecentar el ser” (P. Eudokimov, La mujer y la salvacion del mundo, Barcelona 1970, 237; cf. 235-238, 160 s, 206 s, 216 s.).Resumiendo esta experiencia, podemos afirmar:
– Dios no es solamente el Padre original y trascendente que está lejos de los humanos y les manda cumplir sus mandamientos, sino que es (se expresa) como fuente de Espíritu, principio fundante de vida para los humanos. Si Dios fuera simplemente un Padre de ese tipo (alejado, legal) no podría hablarse de salvación. Dios y el ser humano se hallarían separados para siempre. Si, al contrario, no fuera más que el ámbito materno del Espíritu no habría distinción fundamental entre humano y lo divino, habría un panteísmo. Nuestra experiencia nos conduce a precisar los dos momentos: sin dejar de ser el Padre trascendente, Dios es campo maternal en que se hace (surge) nuestra vida.
– Jesús procede de Dios como efecto del Espíritu: nace de la obra, presencia fecundante de la ruah de Yahvé en la historia; al mismo tiempo le llamamos Hijo, la expresión del Padre que, siendo trascendente, se ha expresado (se autoaliena) de manera total en Jesús de Galilea. Así presentaremos al Espíritu como fuente y seno de vida de Dios que se expresa originando al Hijo. En esta misma perspectiva algunos textos cristológicos centrales, como los que pres entan el bautismo de Jesús y su resurrección (cf. Rom 1, 3-4) como obra del Espíritu.
Así culmina la primera epifanía del Espíritu, allí donde pasamos del habló por los profetas el se encarnó por obra del Espíritu santo. El Espíritu de Dios realiza su obra por la encarnación: allí donde el humano se expresa plenamente como humano, en apertura a Dios, en diálogo con todos humanos, descubrimos la presencia del espíritu.
Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete
En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).
La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)
En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.
La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.
La versión de Juan 20, 19-23
El evangelio de Juan, en línea parecida a la de Pablo, habla del Espíritu en relación con un ministerio concreto, que originariamente sólo compete a los Doce: admitir o no admitir a alguien en la comunidad cristiana (perdonar los pecados o retenerlos).
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
― Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).
El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.
El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).
Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.
Leído en la página web de Redes Cristianas
El Espíritu Santo nos unge para seguir fielmente a Jesús en su Misión.
Nota previa: En la etapa anterior, vemos como el Espíritu conduce a Jesús al Desierto y le acompaña para vencer las Tentaciones que deformarían su identidad como Mesías. O sea en negativo vemos en lo que rechaza Jesús, la deformación del Mesías, lo contrario al Proyecto de Dios. En esta etapa vemos en positivo como el Espíritu lo unge para realizar su Misión conforme con el Corazón de Dios. Y nos preguntamos por nuestra Misión.
VER.
1.- Si vemos el ambiente que nos rodea, en la práctica para muchos cristianos a)Digamos en pocas palabras ¿Cuál es la Misión de Jesús?
b) Valoremos y analicemos las afirmaciones siguientes- de lo que suele pensar la gente que nos rodea o con la que tratamos o la que participa en nuestros Proyectos:
– ¿Su Misión es sobre todo hacer Milagros y responder así a nuestra Oraciones?
– ¿Su misión es estar en cada uno de nosotros-as y darnos la salvación individualmente y sin que esto tenga que ver con la situación del mundo que nos rodea ni con el cambio que sería necesario hacer en nuestra sociedad? ¿Lo principal que le interesa a Jesús en nuestra salvación eterna?
-La Misión de Jesús ¿es perdonarnos nuestros pecados?
– La Misión de Jesús ¿es sobre todo consolarnos en nuestras penas?
2.- Pensando ahora en nosotros mismos digamos en pocas palabras ¿Cuál es la Misión de Jesús , su identidad como Mesías? ¿Cómo vemos a Jesús nosotros?
3.- Digamos ahora en pocas palabras ¿Cuál es nuestra Misión como Comunidades y en qué se parece o se diferencia de la Misión de Jesús?
4.- En lo que recogimos de lo que mucha gente piensa sobre la Misión de Jesús ¿dónde aparece o no aparece la acción del Espíritu Santo? Y ¿por qué?
5.-Cuándo formulamos la Misión de las Comunidades ¿aparece allí el Espíritu Santo? Sí o No, y ¿por qué?
JUZGAR:
1.-Jesús ya ha predicado y hecho milagros fuera de Nazaret pequeño poblado-ranchería o comarca donde vivió y trabajó. Sus vecinos y conocidos se dicen ¿no es este el artesano que conocimos? ¿de dónde le viene todo esto? Desean y esperan sobre todo que haga Milagros a favor de ellos. También quieren escuchar su palabra.
Y Jesús en la Sinagoga va a presentarse, va a decirles quién es El y cuál es su Misión.Busca y halla un texto del Profeta Isaías (texto del 3er Isaías escrito al regreso del destierro en Babilonia) y Jesús empieza diciendo claramente: El Espíritu , me ha ungido, me ha consagrado….La palabra Cristo o Mesías quiere decir eso: Ungido y Consagrado, y lo es por el Espíritu Santo.
2.- Nosotros y en general los cristianos hablamos de la Misión de Jesús, pero no solemos hablar del Espíritu Santo en relación con la Misión de Jesús, a no ser ahora lo digamos por estar preparando la celebración de Pentecostés. Para Jesús es fundamental la acción, la consagración o unción del Espíritu Santo, pero para nosotros es algo irrelevante o que simplemente ni aparece. Y ya hemos visto en las etapas anteriores que el Espíritu Santo está presente y actúa desde la Encarnación de Jesús, en su conciencia de ser el hijo muy amado del Padre, y es el Espíritu el que lo conduce, lo empuja y lo acompaña al Desierto para ser tentado y definir su Misión, el sentido verdadero de su Mesianismo. Y ahora dando sentido a todas sus palabras nos dice, proclama: El Espíritu me ha consagrado para…
Pregunta: Podemos preguntarnos a) ¿Por qué nosotros no explicitamos la acción del Espíritu Santo en la Misión de Jesús? b) ¿Por qué probablemente tampoco lo hacemos al explicitar la Misión de nuestras Comunidades, y nuestra propia Misión personal y familiar?
-Si por el Bautismo somos consagrados como discípulas-os de Jesús ¿ no deberíamos vivir esto como fiel respuesta a la acción, al Actuar del Espíritu Santo en nosotras-os?
3.- Jesús nos dice expresamente que está Consagrado, Ungido por el Espíritu para Anunciar la Buena Noticia a los Pobres, la liberación a los Oprimidos y proclamar el Año de Gracia (de Justicia y Reconciliación también social) Si contrastamos esto con la predicación de Juan Bautista, y quizá con nuestra propia predicación, vemos que Juan Bautista habla sobre todo del pecado y de la conversión para ser buenos judíos y recibir al Mesías- y habla también del castigo si no nos convertimos. Jesús empieza a hablar de la Buena Noticia- claro también hablará y denunciará el pecado como lo contrario a la Buena Noticia de Dios, y lo diráen relación con esa Buena Noticia y el Amor Misericordioso de nuestro Buen Padre Dios.
4.-Jesús hizo Milagros conmovido en su corazón ante el dolor y la exclusión humana, pero no fue un curandero, ni médico. Hizo Milagros , pero en relación a la Buena Noticia de Dios
5.- Cuando preguntamos que es el Reino de Dios, se suele responder la Justicia, la Solidaridad etc… y eso es verdad en parte, pero allí ¿dónde aparece la Buena Noticia de Dios- pues se habla del Reino y de la Justicia, sin embargo no se explicita que eso, que esa vida Digna, es el sueño de Jesús, su Misión, el Reino de Dios? y cuándo hablamos del Reino de Dios ¿ aparece allí la Acción el Actuar, el impulso, la Inspiración del Espíritu Santo? Tal vez ahora en Pentecostés es un momento de convertirnos de reconocer, explicitar y abrirnos a la Acción del Espíritu Santo.
6.- Si meditamos o analizamos una de las formulaciones de nuestra Misión podemos sin duda reconocernos y alegrarnos por esta Misión, pero me vuelvo a preguntar y les pregunto:¿dónde se explicita ahí la acción del Espíritu Santo?
7.- Como insisten hoy los teólogos es muy importante no solo ver al Cristo Resucitado o exaltado ya en la Gloria, sino verlo en relación con el Jesús histórico que vivió, caminó y luchó, y fue ejecutado en nuestra historia caminando semejante a nosotros en todo , excepto en el pecado. Pero insisten en que el seguimiento fiel de Jesús histórico, no lo podemos separar, sino ver indisolublemente ligado en Jesús y en nosotros a la Acción del Espíritu Santo.
ACTUAR:
Para nuestro Actuar podemos tomar el texto de Lucas al hablar de la Ascensión de Jesús al cielo: Ustedes serán Bautizados en el Espíritu Santo (Hechos 1,5) Van a recibir la fuerza del Espíritu para ser mis Testigos en Jerusalén, Samaria y hasta los límites de la tierra(Hechos 1,8), y podemos preguntarnos 1.- ¿Qué vamos a hacer en nuestras familias y Comunidades para tener más conciencia y explicitar más y reconocer e invocar la Acción del Espíritu en Jesús y en nosotras-os y nuestras Comunidades?
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