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Nos ha parecido al Espíritu Santo y a Nosotros. Democracia eclesial

Domingo, 4 de junio de 2017
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18814373_802514953259032_2957395311252763666_nDel blog de Xabier Pikaza:

Están todos reunidos: los cuatro líderes en primera fila (Santiago y Pedro a un lado, Pablo y Bernabé al otro), todo el pueblo cristiano en torno a ellos, escuchando para decidir. Ése es el tema de las dos primeras imágenes, el Pentecostés de la democracia cristiana del Espíritu Santo:

La comunidad entera debate sobre el problema (quiénes forman la verdadera iglesia, cuáles son sus compromisos). Han subido algunos de Antioquía (Pablo y Santiago) y se reúnen en Jerusalén, con Santiago y Pedro, y con todos. Hay un problema, deben resolverlo.

Los líderes aportan sus argumentos, aduciendo a la Biblia y a la propia experiencia de Jesús , expresando las diversas tendencias y visiones de las iglesias. Sin unos líderes buenos, capaces de defender sus posturas, pero dialogando en medio del pueblo no puede haber decisión cristiana.

Oran juntos, y deciden todos, líderes y comunidad en su conjunto, pues la palabra y la vida es de todos, de manera que la decisión surge de la búsqueda conjunta, de la oración y la conversación.

Al fin, todos ellos declaran, diciendo: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a Nosotros… Seguirá habiendo problemas: Santiago será siempre Santiago, y Pablo será Pablo… y Pedro deberá asumir su tarea y decir su palabra entre todos… para que al final decida “todo el pueblo” (nosotros…) y no sólo los tres líderes.

18765875_802513103259217_3080303065364721342_nEsta es la palabra clave de Pentecostés, según el relato del “primer concilio”, donde Pedro es Pedro por estar junto a otros, en medio de la Iglesia

Pedro es uno de los que hablan y votan, pero a su lado hay otros líderes (Santiago, Pablo…). Tienen ideas y prácticas muy distintas, pero se escuchan unos a otros, de manera que todos (ellos, todo el pueblo…) pueden entender, decidir y asumir el compromiso mutuo, en lo esencial (pues sigue habiendo entre ellos muchas diferencias).

No hay una iglesia jerárquica (no deciden nos por otros), sino una iglesia fraterna, donde dialogan y deciden todos…animados por unos líderes distintos entre sí, pero fraternos…

Sin duda, la iglesia tiene otros problemas vinculadas a su encarnación en el mundo de los pobres y a su apertura misionera a las naciones, como signo y sentido de Pentecostés. Pero sin esta democracia del Espíritu ella pierde su sentido y fundamento.
Por eso es importante volver a este Pentecostés del primer Concilio del Espíritu Santo, el año 49 d. C. Buen día a todos.

Nos ha parecido al Espíritu Santo y a Nosotros… El Espíritu es siempre Nosotros:

18881798_803893249787869_678267458961174625_nÉsta es la democracia del Espíritu Santo, que se expresa allí donde la comunidad reunida

Quiero precisar la función del Espíritu Santo en el conjunto de la Iglesia, a partir de la versión lucana del “concilio” de Jerusalén (Hech 15; cf. Gal 2, 1-10), donde la iglesia acepta como seguidores mesiánicos de Jesús (herederos de las promesas de Israel) a los cristianos de la gentilidad, aunque no sean judíos, ni se circunciden, ni cumplan gran parte de la ley nacional. Por su parte, las iglesias de la gentilidad aceptan la raíz judía de su fe, manteniendo la comunión con Jerusalén.

Este es el centro de Hech y del cristianismo: aquí se anudan y separan los hilos de la vida y ministerio de la iglesia, donde el Espíritu Santo de Pentecostés se revela a través del diálogo y decisión de toda la iglesia que dice: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a Nosotros. El Espíritu Santo habla así a través de toda la iglesia, con los apóstoles que dialogan/discuten, llegando a un acuerdo con toda la comunidad que asume y confirma su compromiso, a favor de la extensión universal de la Iglesia.

18767603_802510446592816_4589964107468717215_nTema: La Iglesia de Jerusalén, representada por Apóstoles y Presbíteros (15, 2.4.6.22.23), con todos los creyentes reunidos, decide que los cristianos gentiles no han de ser circuncidados, ratificando la conducta de Pablo y Bernabé, aunque les imponen ciertas condiciones (15, 22-35).

Protagonistas son los delegados de la misión gentil (Pablo y Bernabé), los cristianos fariseos (exigen circuncisión: 15, 5) y algunos mediadores como Pedro y Santiago (cf. 15, 7-21).

La presencia de Pedro, que ha salido de Jerusalén hacia el 43 (cf. Hech 12, 17), está atestiguada por Gal 2, 1-10 y por todo el texto de Hch 15. Pero Pablo y Hech 15 suponen que Pedro no pertenece ya a esa comunidad (presidida por Santiago), sino que actúa como misionero.

En el centro de la iglesia de Jerusalén (representante de todas las iglesias) está Santiago. Pedro y Pablo acuden al “concilio” como misioneros de tendencias distintas, para recibir la aprobación de Jerusalén.

La decisión de admitir a los gentiles en la comunión mesiánica, sin exigir que se circunciden parte de Pablo y en algún sentido de Pedro, pero la ha tomado la iglesia judía, que se sitúa así en una postura delicada ante el resto del pueblo… Leer más…

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Santa María de Pentecostés

Domingo, 4 de junio de 2017
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18814315_804420529735141_6824165819432081546_nDel blog de Xabier Pikaza:

María, la Madre de Jesús, aparece vinculada en Hech 1, 13-14 y Hch 2 con la venida y presencia del Espíritu Santo, de forma que Dios ratifica en el gesto y camino de la Anunciación:

En la Anunciación (Lc 1, 26-38) ella sola recibe (aunque como representante de todas las mujeres) el Espíritu de Dios, para así ser Madre de Jesús.

En Pentecostés (Hch 1-2) ella lo recibe con todos los creyentes, en el principio de la iglesia. De esa forma culmina el camino iniciado en la Anunciación, pasando de la promesa de Israel a la experiencia y plenitud de la iglesia. Así dice el texto:

«Subieron a la sala superior donde se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el celota y Judas el de Santiago. Todos estos perseveraban con un mismo interés en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,13-14).

18813198_804421206401740_8703562313808729578_nEn ese contexto quiero evocar de un modo sencillo (sin un estudio crítico de los hechos en su aspecto externo) el sentido alcance de la presencia de María en Pentecostés (como persona individual y como representante de toda la Iglesia), partiendo de reflexiones extendidas en varias entradas del Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015)

— María está presente en el comienzo de la Iglesia: ella ha realizado el camino de la fe y, unida a unos grupos especiales de seguidores de Jesús, forma parte de la Iglesia originaria.

— María ha recibido el Espíritu de Pentecostés, culminando de esa forma el camino que había comenzado con la anunciación.

— Ya no recibe el Espíritu de maternidad para engendrar al Cristo sino que recibe y comparte con los restantes cristianos el Espíritu Pascual de libertad y unión fraterna que le ofrece el mismo Jesús resucitado.

Estos son los temas que ahora trataremos, para terminar uniendo en perspectiva pneumatológica y mariana los motivos de la anunciación y pentecostés. Buen día a todos.
— En la imagen 1 (de El Greco), María aparece como receptora privilegiada (central) del Espíritu Santo, entre los “apóstoles” (con otra mujer, que debe ser Magdalena). Significativamente no aparecen los hermanos de Jesús.
— En la imagen 2 María se identifica (al menos virtualmente) con el Espíritu Santo (una tesis defendida, al menos en principio, por L. Boff, Urs von Balthasar y otros teólogos).
— En la imagen final… una visión de oriente. En vez de María aparece la llama de Dios.

1. Entre los apóstoles, las mujeres y los parientes de Jesús

18838995_804420856401775_2297157124192027352_nAlgunos consideran la presencia de María en el comienzo de la Iglesia como un dato sin valor histórico. Así ha dicho M. Goguel: «no hay ningún indicio válido que nos permita suponer que María ha formado nunca parte de la Iglesia» (La Naissance du Christianisme, Paris 1955, 141).

Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que hay no solamente indicios sino también certezas fundantes que nos llevan a descubrir la presencia de María en la Iglesia primitiva. Sólo así se explica no sólo Hch 1,14 sino también Jn 19,25-27 que nos habla de María como miembro de la comunidad del discípulo amado. Sólo así se explica la existencia de una intensa veneración mariana que encontramos en el fondo de Lc 1,48 y en todo el evangelio de la infancia.

La simple afirmación de la presencia de María en el comienzo pascual y pentecostal de la Iglesia suscita una serie de certezas que son determinantes para comprender el sentido de su vida y el sentido de todo el cristianismo primitivo. María nos conduce del encuentro individual con Dios, que se explicita en Lc 1,26-38, al encuentro comunitario de Hch 1,14. Así universaliza el valor de su experiencia y expande, en ámbito de unión fraterna, la misma realidad de su persona.

Por la pascua de Jesús, ella ha renacido dentro de la Iglesia o, mejor dicho, ha renacido como Iglesia, en unión con sus hermanos. De esa forma ha culminado la presencia del Espíritu en su vida: podía parecer en Lc 1,35 que el Espíritu se daba sólo a su persona, de una forma individual, aislada y ya perfecta. Pues bien, ahora descubrimos que aquello fue un primer momento en el camino; por el don pentecostal de Jesús, el Espíritu de María se convierte en Espíritu de todos, como misterio de amor que unifica a la comunidad de los creyentes.

Pero con esto podemos volver hacia los textos. Hch 1,14 nos ofrece una lista fundacional de los miembros primitivos de la Iglesia. Ellos forman el ejemplo, concreción y signo de todos los creyentes posteriores. Cada uno de los grupos tiene su propio sentido, una razón de ser y una función que cumplir dentro de la primitiva comunidad.

Primero están los once cuyos nombres se citan expresamente (cf. también Lc 6,14-16). Ellos reciben el nombre de «apóstoles» (Hch 1,2) y se definen como acompañantes de Jesús en el camino de su vida y testigos de su resurrección (Hch 1,21-22). Dentro de la Iglesia primitiva ellos garantizan y atestiguan la continuidad entre el mensaje histórico de Jesús y la experiencia pascual. Son intérpretes de la fe y garantía de la unidad originaria de la Iglesia.

Junto a los apóstoles están las mujeres. El texto (syn gynaixin) resulta indeterminado y podría referirse a diferentes tipos de personas (por ejemplo a las esposas de los apóstoles). Pero es evidente que en el fondo de Lc-Hch ellas son, al menos, las mujeres que acompañaron a Jesús desde el principio: María Magdalena, Juana, la mujer del funcionario Cuza, Susana y muchas otras (cf Lc 8,3). Han servido a Jesús, le han visto morir (Lc 23,49); son testigos de su entierro (Lc 23,55-56) y, sobre todo, testifican el misterio de su tumba abierta (Lc 23,56-24,11)14. Sin su presencia en la primera comunidad la Iglesia hubiera perdido un elemento fundante de la historia y plenitud del Cristo.

Están, al mismo tiempo, los hermanos de Jesús que forman un grupo bien determinado, como en 1 Cor 9,5 (tois adelphois autou). Pertenecen a la vieja familia del Señor, interpretada en un sentido extenso, como entonces se entendía en el oriente 15: Ellos ofrecen el testimonio de la humanidad de Jesús, de su familia, tan insignificante, perdida y poco culta, en Nazaret de Galilea (cf. Mc 6,1-6). Han sido en un principio adversarios de Jesús y han rechazado su camino mesiánico (cf. Mc 3,20-21.31-35; Jn 7,3.5.10).

Pues bien, en un momento determinado, quizá a partir de la experiencia pas-cual de Santiago (cf. 1 Cor 15,7), que aparece como portavoz de todos ellos, estos familiares se han convertido (cf. 1 Cor 9,5; Gál 1,19), formando con apóstoles y mujeres el principio de la nueva Iglesia 16. Ellos aportan la prueba de los orígenes de Jesús, el re-cuerdo de su familia concreta entre los hombres. Un Jesús sin hermanos, sin crecimiento compartido, sin tradición asumida crítica-mente no sería verdaderamente humano.

Finalmente, como distinguiéndose de todos los grupos, está María, la madre de Jesús. Literariamente (si el kai tiene sentido conjuntivo respecto a lo anterior) se podría suponer que ella está integrada en el grupo de mujeres. Habría, según esto, tres grandes componentes de la Iglesia: apóstoles, mujeres y parientes. Sin embargo, es mucho más probable que ese kai (y) que le vincula a mujeres-parientes sea disyuntivo, de modo que ella forme grupo aparte.

18814271_804435479733646_477184484759729291_nMaría tiene su propia personalidad, aporta una experiencia irrepetible y diferente en el conjunto de la Iglesia17. Así lo suponemos en las notas que ahora siguen.
Para entender lo que implica el surgimiento de esta primera comunidad donde se encuentra María como miembro distinguido, es conveniente que tracemos, al menos de manera hipotética, el transcurso de los hechos 18. Los apóstoles, impactados por el juicio-cruz, se han dispersado, volviendo a Galilea, donde el mismo Jesús vuelve a su encuentro (cf. Mc 16,7; Mt 28,7.10).

Parece seguro que en esta conversión pascual ha intervenido poderosamente Simón (cf. Lc 22,32; 24,34; 1 Cor 15,5), que ahora confirma su nombre de Cefas-Pedro, fundamento de la Iglesia. Evidentemente, la experiencia pascual les lleva a Jerusalén, donde esperan la revelación definitiva de Jesús, Mesías de Israel, Hijo de Hombre escatológico. Las mujeres han quedado desde el principio en Jerusalén, donde han encontrado el sepulcro abierto. No sabemos lo que han hecho después. ¿Han corrido a Galilea para comunicar su experiencia a los apóstoles? (cf. Mc 16,7; Mt 28,10). No podemos precisarlo.

Lo cierto es que las hallamos luego en Jerusalén, formando la primera Iglesia, con los apóstoles (Hch 1,13-14) 21. Sobre los parientes no sabemos nada, a no ser que asumamos la hipótesis de un duelo transformado en experiencia pascual de resurrección. Según la costumbre judía, la madre y hermanos se habrían reunido una semana y luego un mes en llanto riguroso y luto por Jesús, el muerto. En un momento determinado, quizá por el testimonio de las mujeres y/o los apóstoles el duelo se habría convertido en gozo y canto, en experiencia de nuevo nacimiento. 22 Leer más…

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Domingo de Pentecostés. Ciclo A.

Domingo, 4 de junio de 2017
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Pentecostés El Greco0001Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete

En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

La versión de Juan 20, 19-23

El evangelio de Juan, en línea parecida a la de Pablo, habla del Espíritu en relación con un ministerio concreto, que originariamente sólo compete a los Doce: admitir o no admitir a alguien en la comunidad cristiana (perdonar los pecados o retenerlos).

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
― Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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Solemnidad de Pentecostes. 4 Junio, 2017

Domingo, 4 de junio de 2017
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pentecostes

“-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo.”

(Jn 20, 19-23)

Tú nos dejas tu Espíritu Santo, nosotras te abríamos pedido un manual de instrucciones. Suerte que no nos preguntaste.

Pero otros poderes que buscan manejarnos saben que, mezclada con nuestra ansia de libertad, llevamos una buena dosis de inseguridad. El miedo es la puerta ancha por la que desde siempre han entrado los dominadores de todos los tiempos.

Hoy se nos hace creer que somos libres si nos ponemos bajo el yugo del consumo. La publicidad es el manual de instrucciones. Ella nos explica cómo triunfar, cómo ser feliz, cómo tener éxito.

Alguien ha diseñado minuciosamente cómo debemos comportarnos, qué debe preocuparnos y también nos suministran los entretenimientos oportunos para que no pensemos demasiado.

Lo de la compensación- insatisfacción funciona a la perfección. Se crea una necesidad, un deseo. Se ofrece algo para satisfacer ese deseo. Pero solo de una manera parcial. Así de la compensación lo que recibimos es insatisfacción. Es el mecanismo del consumismo.

Sin embargo este sistema no genera gente feliz. Poco a poco vamos descubriendo sus engaños y resulta que solo la libertad que viene del Espíritu es la que le da sentido a la vida.

Esa falta de “manual de instrucciones” es lo que nos hace crecer en responsabilidad. Vencer nuestros miedos y hacer opciones valientes.

Jesús resucitado nos vuelve a recrear. Como al principio del Génesis (Gn 2, 7), sopla su aliento de vida y el Espíritu se une a nuestra humanidad, se hace compañía y fuerza trasformadora.

El Espíritu en su incansable labor nos despierta, generación tras generación. Nos libera de todos aquellos poderes engañosos. Y nos hace crecer en lo que somos: Hijas amadas.

Oración

A modo de oración te invito a escuchar esta canción con el hermoso texto de la secuencia del Espíritu (Solo haz clic aquí).

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es todo Espíritu y solo Espíritu.

Domingo, 4 de junio de 2017
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lengua-de-fuegoJn 20, 19-23

Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad personal.

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con la misma vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Jn escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lc. Esas distintas “venidas” nos advierte de que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Señor (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba”, sin el Espíritu de Jesús (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio, ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.

Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios, para que nosotros lleguemos a la misma experiencia.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleve en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, ser trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. “El que quiera ser primero sea el servidor de todos.” O, “no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.”

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todos entienden; lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familias, ni a los sacerdotes, ni a la Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia, entremos en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tiene que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Meditación

Dios-Espíritu en nosotros, es la base de toda contemplación.
El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
La experiencia mística es conciencia de unidad.
No porque se han sumado mi yo y Dios,
sino porque mi yo se ha fundido en el YO.
Todos los místicos llegan a la misma conclusión que Jesús:
“yo y el Padre somos uno”
No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te encuentre a ti y te transforme.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Pentecostés

Domingo, 4 de junio de 2017
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pentecostesHay más verdad en todas las religiones que en una sola (Schillebeeckx)

4 de junio. Domingo de Pentecostés

Jn 20, 19-23

Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros

Celebramos el nacimiento de la Iglesia, el pueblo de la Alianza nueva y eterna, no escrita en tablas de piedra, sino en nuestros corazones. Un pueblo del que están llamados a formar parte gentes de toda raza y condición para formar un solo cuerpo. Un pueblo diverso, pero con un lenguaje común -el amor de Dios derramado en nosotros- y no aquel en el que la autoridad religiosa actúa como el pastor de Jesús Carrasco en su libro Intemperie: silba, y el perro se levanta, corre hacia las ovejas díscolas que buscan nuevas hierbas y las atemoriza con sus ladridos para que regresen al redil. De esta manera la vida del rebaño queda paralizada para siempre bajo la férrea vigilancia del ojo acusador de perros y pastores, dispuestos siempre a dar la amedrentante voz de alarma. En tales condiciones, los discípulos no podrán nunca empezar a hablar en lenguas extranjeras como se apunta en Hechos 2, ni se podrá renovar la faz de la tierra, según reza el Salmo 104.

El historiador Flavio Josefo asegura a mediados del siglo I en Antigüedades de los judíos (16, 3,3) que Jesús “atrajo a muchos judíos y también a muchos de origen griego”.

El compositor ruso Stravinsky (1882-1971) fue un joven rebelde que a los 15 años abandonó la fe y la recuperó a los 45. En una confesión personal manifestó que no podía valorar los hechos que le habían llevado a descubrir la necesidad de la fe religiosa y que no obedeció a una decisión razonada. El recado recibido de la Iglesia de Pentecostés fueron para él los hechos. Le llegaron en formato de partitura del siglo XX, desnuda de abalorios rituales y de dogmas: “La música alaba a Dios. Lo hace de manera mejor que el propio templo y su decoración. Es el mayor ornamento que tiene la Iglesia”.

El mayor y el más eficaz en su labor de evangelización para extender los valores cristianos, profundamente humanos. Un ornamento inconsútil, el manto de Jesús, que los soldados romanos echaron a suertes, y que hoy siguen vistiendo cuantos se sienten comprometidos con ellos. Una preciosa leyenda cuenta que fue tejida por su Madre a los doce años, y que él usó durante su vida en la tierra. Quizás lo más interesante del relato sea que la túnica sin costuras, crecía con él, al margen de si la prenda guardada en Argenteuil (Francia) tenga escasos visos de veracidad. Cada uno de nosotros la llevamos puesta, y lo único que cabe es preguntarse: ¿Crecemos también nosotros cada día con ella?

Es una túnica que nos envuelve a todos, que crece, se detiene o disminuye a ritmo de coro. Así lo expresa en positivo Thich Nhat Hanh cuando en Un canto de amor a la Tierra dice que “Si bien la energía de nuestros pensamientos, palabras y acciones es poderosa, todavía lo es más cuando nos reunimos con otras personas. Cuando formamos un grupo con el objetivo y el compromiso común de llevar a cabo una acción, generamos colectivamente una energía muy superior a la que lograríamos individualmente”.

El polémico y heterodoxo teólogo belga Edward Schillebeeckx (1914-2009) concretó la universalidad de ese Evangelio que Jesús nos propuso expandir, en esta frase: “Hay más verdad en todas las religiones que en una sola”.

José Antonio Pagola nos manifiesta este deseo imperativo de lo que él anhela sea esta Iglesia Apostólica, en su obra “Jesús. Aproximación histórica”, publicada por PPC.

AMAR A LA IGLESIA

Amo a la Iglesia tal como es, con sus virtudes y su pecado, pero ahora, cada vez más, la amo porque amo el proyecto de Jesús para el mundo: el reino de Dios. Por eso quiero verla cada vez más convertida a Jesús. No veo una forma más auténtica de amar a la Iglesia que trabajar por su conversión al Evangelio.

Quiero vivir en la Iglesia convirtiéndome a Jesús. Esa ha de ser mi primera contribución. Quiero trabajar por una Iglesia a la que la gente sienta como “amiga de pecadores”. Una Iglesia que busca a los “perdidos”, descuidando tal vez otros aspectos que pudieran parecer más importantes. Una Iglesia donde la mujer ocupe el lugar realmente querido por Jesús. Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren. Quiero una Iglesia de corazón grande en la que cada mañana nos pongamos a trabajar por el reino, sabiendo que Dios ha hecho salir su sol sobre buenos y malos.

Sé que no basta con hablar de la “conversión de la Iglesia a Jesús”, aunque pienso que es necesario y urgente proclamarlo una y otra vez. La única forma de vivir en proceso de conversión permanente es que las comunidades cristianas y cada uno de los creyentes nos atreviéramos a vivir más abiertos al Espíritu de Jesús.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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“Pentecostés: Libres como el viento”, José Mª Castillo

Domingo, 4 de junio de 2017
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imagesDe su blog Teología sin Censura:

Pentecostés es, para los cristianos, la fiesta del Espíritu. Y, como es sabido, la palabra “espíritu” es la traducción del griego “pneuma” (de ahí, “neumático”), que significa, a la vez, “espíritu” y “viento” (R. E. Brown).

Por eso, sin duda, Jesús le dijo a Nicodemo: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5). ¿Qué significa “nacer del agua y del Espíritu”? Jesús lo explica enseguida: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8).

El viento es libre. Y tiene tanta libertad, que nadie puede encadenarlo. Por eso dice Jesús que no se sabe ni de dónde viene, ni a dónde va. Es el símbolo perfecto de la libertad indomable. Una libertad que está allí donde está el Espíritu, el “pneuma”, o sea: el “espíritu”. Teniendo en cuenta que Jesús no destaca la “fuerza” del viento, que puede llegar a ser un huracán. Lo que Jesús destaca es la “libertad” del viento, que no se deja esclavizar, someter o dominar.

En esta sociedad en que vivimos, cuando nos imaginamos que somos más libres que nunca, ahora –precisamente ahora– es cuando estamos más controlados, más sumisos y además encantados con esta atractiva esclavitud que nos han impuesto.

La particular eficacia de este sistema consiste en que “no actúa a través de la prohibición y la sustracción, sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes” (Byung-Chul Han). Porque la fuerza, que nos somete, no es el “poder opresor”, sino el “poder seductor”. No le faltaba razón a El Roto cuando, no hace mucho, puso en una de sus mordaces viñetas la figura de un gran mandatario, que le estaba diciendo a la gente: Las dictaduras son innecesarias: ya nadie desobedece.

Por más que nos quejemos de los corruptos y los violentos, cuando veo en el autobús, por la calle o en la sala de espera, a la mayoría de la gente, sobre todo si es gente joven, enganchada al móvil, un móvil que está perfectamente controlado, no se sabe dónde, ni por quién, ni para qué, entonces pienso, con pena y rabia, que “el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. Y su permisividad, incluso en su amabilidad, esconde su negatividad y se ofrece como libertad”.

El día que la fiesta de Pentecostés sea, de verdad, la fiesta de los hombres y mujeres libres como el viento, ese día habremos nacido de nuevo. Y en este mundo empezará a ser posible superar la contradicción que hoy nos parece insuperable: armonizar la libertad con la igualdad. ¿Una utopía? Sí. Por la fuerza del Espíritu.

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El lenguaje del amor

Domingo, 4 de junio de 2017
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pentecostes-espiritu-santo-y-fuegoJuan Zapatero Ballesteros, sacerdote
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 02/06/17.- Siempre me ha llamado la atención de manera muy especial la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, correspondiente al capítulo 2, versículos 1-11, que se leen la misa de la fiesta de Pentecostés. Se trata del pasaje donde se dice que “Estando reunidos los Apóstoles en un mismo lugar, se oyó como una gran ventada apareciendo de inmediato una especie de lenguas de fuego que se pusieron encima de la cabeza de cada uno de ellos”. La gente que había llegado a Jerusalén a celebrar la fiesta, procedente de lugares diversos -continúa relatando el mismo libro- comprendían todo lo que los Apóstoles decían, a pesar de que venían de zonas y lugares donde se hablaban lenguas diferentes.

Dejando de lado la relación que pueda tener este hecho, en sentido contrario, claro está, con el de la Torre de Babel que narra el libro del Génesis, diferentes biblistas y estudiosos de las Sagradas Escrituras han intentado interpretar lo que este hecho puede encerrar. Una de estas interpretaciones consiste precisamente en afirmar que los Apóstoles recibieron a partir de aquel momento el don de la glosolalia, según la cual recibieron la capacidad de hablar idiomas desconocidos por ellos, pero que, a su vez, correspondían a las lenguas diversas de quienes se encontraban allí presentes, razón por la cual estos entendían perfectamente lo que aquellos hablaban.

Siempre he creído que semejante interpretación suponía rizar demasiado el rizo. En todo caso me quedo con la alocución italiana “Si non e vero es ben trobato”; pero sin pretender llegar más allá, ¡solo faltaba! Eso sí, no he dejado de dar vueltas intentando buscar una explicación que satisficiera mi inquietud respecto a lo que en este texto se dice. “Todos comprendían lo que decían los Apóstoles, a pesar de proceder de diferentes lugares y ser diferentes sus lenguas”. Llegados a este punto, podríamos decir que es el lenguaje de los signos el que todo el mundo entendemos por lo que a la hora de expresarnos se refiere. Pero no es aquí donde quiero llegar; para mí existe un lenguaje mucho más universal y que además resulta totalmente irrefutable. Dicho lenguaje no es otro que el del amor manifestado a través de las buenas obras. No en vano, el pueblo lo expresa de manera muy sencilla, pero plenamente inteligible “Obras son amores y no buenas razones”.

Por tanto, si nos ceñimos a Pentecostés, fuera bueno que dejásemos de lado todo lo que se refiere a la mente, a la ciencia, al intelecto, para centrarnos totalmente en el corazón como símbolo del amor, de donde procede toda obra buena. Así pues, en Pentecostés no hay que buscar sabiduría, ni cosas por el estilo, sino transformación profunda del corazón, dejando de ser de piedra para convertirse en un corazón de carne, tal y como dice el profeta (EZ 11,19). Dicho esto, Pentecostés significa para mí que los Apóstoles pasaron a convertirse en personas comprometidas con el bien hacia toda persona; lenguaje irrefutable y a la vez inteligible por todos hombres y mujeres. De tal manera que caen por tierra todas las demás realidades que no hacen más que dividirnos y separarnos, como son entre otras, las ideologías, las creencias, las razas, las culturas, las formas de pensar, etc.

Por ello, a pesar de que pueda ser un tanto osado, me atrevería añadir a las palabras de san Pablo “El amor no pasa nunca”, otras que dijeran “Y además transciende tiempo y espacio”, razón por la cual toda persona lo comprende y comprenderá siempre.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Su aliento: antídoto para los des-alentados

Domingo, 4 de junio de 2017
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pentecostes-8Leo el texto con vosotr@s: Juan 20,19-23. Os invito a sentaros tranquilamente con la Palabra en las manos y hacer espacio interior para acogerla. Ayuda un ambiente de silencio como ausencia de ruidos y un silencio ausencia de otras voces interiores que reclaman atención, compromisos, eficacias… Para conseguirlo te puede ayudar una respiración consciente y sosegada, y así, despacio y con cariño ir leyendo, como si recibieras una carta de alguien a quien amas y tardaba en llegar.

Leemos el texto y tratamos de comprenderlo.

Ya anochecido: los discípulos y discípulas “están en la noche” a oscuras, no ven claro el siguiente paso como comunidad incipiente.

Aquel día primero de la semana: el mismo día en que comienza la nueva creación

Estando atrancadas las puertas: el miedo por la hostilidad que sienten a su alrededor les hace sentir a la intemperie, desamparados, por ello se encierran y protegen de “los otros”.

Jesús se hace presente en el centro: que significa punto de referencia, factor de unidad, fuente de vida.

Paz con vosotros: es el Shalom que Él ya experimenta porque ha vencido al mundo y a la muerte. Es el Shalom que les desea para que vivan en plenitud.

Les mostró las manos y el costado: la permanencia de estas señales indica la permanencia de su amor.

La repetición del saludo introduce la misión que ha de ser cumplida como Él la cumplió.

Sopló y les dijo: Recibid Espíritu Santo…: Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu, que crea la nueva humanidad.

Pecado: según el texto supresión de la vida que impide la realización del proyecto creador.

Me impacta enormemente la actualidad del texto en cuanto a la necesidad de Shalom, de luz, de su presencia en nuestro centro. La necesidad de saber que permanece con nosotros, viendo sus señales hoy.

Me pregunto ¿De verdad envía su aliento? ¿Qué hacemos con el Aliento Creador que infunde la Vida de Dios?

Su soplo, como en Génesis, hace posible la nueva creación: la nueva humanidad o comunidad, la del Espíritu.

Se nos invita a pasar al paradigma del Espíritu. A dejar que su aliento haga emerger la comunidad que sea icono del Dios de Jesús en el mundo de hoy.

Pentecostés no ocurre en el Templo sino en las personas. Si hemos dejado entrar la noche su presencia en nuestro centro irá acercando el crepúsculo.

Si necesitamos evidencias, la experiencia de Resurrección nos acercará a sus manos que expresan su manera de hacer y a su costado, su manera de sentir.

Pero lo más importante es que Jesús Resucitado “sopló y les dijo: Recibid Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos”.

Entiendo que se nos invita a ser comadronas de la vida del Espíritu en las personas y en las comunidades. Somos enviados y enviadas a liberar la Vida que tiene que continuar el proyecto creador en nosotros, en nuestras comunidades y en nuestro cosmos.

“Liberar la Vida”, ser co-creadores, crear espacios nuevos, como vino nuevo en odres nuevos. Salir de la teoría y aceptar que la Palabra nos llene de su aliento, quitando el des-aliento y podamos gestar esa Vida, y colaboremos con los y las gestantes, como dice Francisco: sin envidias, sin calumnias…con corazones de niñas.

Ahora, después de todo el proceso, dejo que mi espíritu creador y creativo emerja y descubra a otros emergentes espíritus creativos y nos pongamos “manos a la obra”.

Como tarea práctica te invito a que localices en tu vida las etapas de cambio a las que te atreves a llamar “pentecostés” porque te han hecho descubrir su Presencia en ti de un modo nuevo, más vivo y vigoroso. Porque te han hecho ver a las personas y al mundo con reverencia, porque te han liberado de estrecheces y opresiones patriarcales, porque te han convertido en comadrona…

Feliz Pentecostés. ¡Feliz Espíritu Emergente!

Magdalena Bennásar Oliver

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Festividad de Pentecostés.

Domingo, 4 de junio de 2017
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comentarios_desglose_ilustComentarios a las dos primeras lecturas

Pentecostés cierra el ciclo Pascual y el año litúrgico. Pentecostés abre nuestro tiempo, el tiempo que se vive en la fe y para la Misión, en el Espíritu de Jesús, esperando la plenitud.

Es la celebración de algo muy íntimo de nuestra fe: la fe en la presencia del Viento de Dios, que transforma la vida de los humanos, para hacer de la humanidad EL REINO.

Hechos 2, 1-11

Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente, un ruido del cielo como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

Enormemente sorprendidos, preguntaban:

– ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

El ruido de un viento recio, llamaradas sobre cada uno, hablar en diversas lenguas. Todo esto son hermosos símbolos de la presencia del Espíritu, que es un viento de Dios, un fuego de Dios, una Palabra universal. La comunidad de los que siguen a Jesús, la comunidad entera, hombres y mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea al Calvario, llena del Espíritu de Jesús.

Lucas ha mostrado en el capítulo 1º que Jesús “no está”. El capítulo 2º corrige la afirmación: Jesús “está”, porque está su Espíritu. Y este va a ser el argumento profundo de todo el libro: la presencia del Espíritu de Jesús en la comunidad de los que han creído en Él.

Corintios 12, 3b-7. 12-13

Nadie puede decir “Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor. Y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Texto sencillo y denso: la fe en Jesús es ya un trabajo del Espíritu, ese viento de Dios que actúa en nosotros. Luego, todos los dones de cada uno, sus carismas al servicio de la comunidad… Pero el alma de todo eso es el Espíritu de Jesús, el Espíritu de hijos, el viento del Padre, el que actuó en Jesús y actúa ahora en la comunidad de los creyentes. Y no importa que sean judíos o no: el Espíritu ha soplado en todos, de esa Agua hemos bebido todos.

En la comparación de Pablo, la Iglesia es como un cuerpo: todos somos miembros, todos tenemos una función: Jesús es la Cabeza (o el corazón, sería lo mismo). Y en cada miembro actúa el Espíritu para bien del Cuerpo entero. El Espíritu de Dios es en la Iglesia como el alma en un cuerpo: lo anima, lo hace vivo. La Iglesia tiene una vida nueva, la que le da la nueva alma, el Espíritu de Jesús.

Esta es, por tanto, la Nueva Creación. Pablo presenta a Jesús como “el hombre nuevo”, el Primogénito de los Hijos. Ese es nuestro Espíritu. Ese es el “hombre nuevo”, re-creado a imagen del Hijo. Esa es la vocación de todo ser humano.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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Pentecostés en los diarios de Thomas Merton

Jueves, 26 de mayo de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“14 de mayo de 1967. Pentecostés.

Relámpagos, truenos y lluvia a intervalos toda la noche, y ahora, al amanecer, lo mismo. El valle encantador entre gris y verde, ahi afuera hacia el sur, nubes brumosas desplazándose a baja altura por encima de las colinas y los bosques y, por encima de estas, pesadas nubes de color metálico oscuro. La semioscuridad lluviosa poblada de lirios de color amarillo pálido y el blanco nuboso haciendo florecer masas verdes del seto de rosales. Salí hace un momento y un halcón emprendió su raudo vuelo: había estado esperando sobre la cruz o en el álamo grande.

La vuelta a la unidad, al fundamento, el espacio sagrado interno paradisíaco donde mora el hombre arquetípico en paz y en Dios. El viaje hacia ese espacio, a través de una esfera de aridez, dualismo, sequedad, muerte. La necesidad de valor y de deseo. Por encima de todo, fe, alabanza, obediencia a la voz interior del Espíritu, rechazo del abandono o del compromiso.

Lo que hay de ‘erróneo’ en mi vida no es tanto una cuestión de ‘pecado’ (aunque también es pecado) sino de inconsciencia, confusión, flojedad, relajación, desaparición del deseo, falta de valor y decisión, de suerte que me dejo arrastrar por un movimiento extraño y me someto a sus dictados. El curso del ‘mundo’ que yo conozco no es el mío. Continuamente me veo desviado hacia un camino que no es el mío y no conduce hacia donde yo estoy llamado. Solo si voy por el camino que debo seguir puedo serle de alguna utilidad ‘al mundo’.

Como mejor puedo servir al mundo es manteniendo la debida distancia y salvaguardando mi libertad.”

*
Thomas Merton
Diarios (1960-1968)
Tomas Sanchez

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“Espiritualidad XXI”, por José Arregi

Sábado, 21 de mayo de 2016
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CE0LMHNXIAE3m94Leído en su blog:

Mañana, lunes 16 de mayo, en el centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián, presentaremos el curso “Espiritualidad en el siglo XXI”. Se impartirá en Arantzazu durante el curso 2016-2017, un sábado al mes. Enseñarán conocimiento y experiencia testigos cualificados de nuestro tiempo y del Espíritu más allá del tiempo, más acá del espacio: sociólogas, psicólogas, artistas, científicos, filósofos, teólogos. Unos creyentes, otros agnósticos, pero ¿qué importan esas etiquetas para la espiritualidad? Nuestras aserciones no valen más que nuestras dudas, y nuestras certezas valen menos que nuestras preguntas, y todas las creencias –creaciones mentales, al fin y al cabo– no valen sino en la medida en que nos abren al Infinito más allá de nuestra mente. ¿Qué somos todos, al fin y al cabo, sino buscadores y caminantes, alumbrados por la sed y por el agua?

Necesitamos espiritualidad como necesitamos respirar. Hoy todavía, hoy sobre todo. Avanza el siglo XXI, y persiste la crisis, más aun, se agrava. La crisis económica es una crisis política. La crisis política es una crisis ética. La crisis ética es una crisis cultural. La crisis cultural es una crisis espiritual. Todas las crisis son una, como son uno el grito de la tierra y el grito de los pobres, el grito de la vida. Los pobres, la Tierra, la Vida reclaman una “valiente revolución cultural”, como ha escrito el papa Francisco. Y no será posible una revolución cultural sin una espiritualidad profunda.

Una espiritualidad de la vida. De la sensibilidad y del cuidado, de la emoción de la belleza, de la fe en la bondad. Una espiritualidad profética: realista, sí, pero también crítica e insumisa; pacífica, sí, pero también subversiva de todos los sistemas que nos ahogan. Una espiritualidad de la paz y de la justicia, pues no puede existir la una sin la otra. Una espiritualidad política, para una política planetaria digna de ese nombre, no prisionera de la Bolsa y de los paraísos fiscales.

Una espiritualidad que nos haga admirar el Misterio Que Es en el cosmos sin medida, en el cielo estrellado, en la piedrecilla del camino, en la hoja que vuelve a brotar, en los ojos de un niño, en el rostro de un refugiado o de un inmigrante. Una espiritualidad que nos abra los ojos para contemplar el universo como un inmenso corazón que late, la Tierra como un gran organismo que respira y quiere seguir respirando. Una espiritualidad que nos llene de asombro, respeto y humildad, de profunda compasión y ternura por todo lo que es, sufre y goza. Somos hermanos de todos los seres. Somos interser. Todos los seres intersomos.

Una espiritualidad que nos enseñe a estar presentes: a nosotros mismos, al otro, a todos los seres. A vivir el presente, sin aferrarnos al pasado ni temer el futuro, y a desapegarnos cada día de la ilusión de nuestro ego, fuente de tanto sufrimiento. Una espiritualidad que nos enseñe a vivir en la Presencia Buena que lo envuelve todo y habita en todo. A vivir atentos a lo Real que se manifiesta y se va haciendo, sin cesar, en todo lo real. A ser libres y hermanos. A escuchar el grito de los seres heridos. A presentir y acoger la Paz que sostiene y mueve todo, a sumergirnos en ella tanto en la meditación como en la acción.

Una espiritualidad con religión o sin religión, pero siempre más allá de la religión en cuanto sistema de creencias, ritos y normas, bajo la autoridad de un clero sagrado y masculino. La espiritualidad se está emancipando de las religiones: he ahí uno de los rasgos fundamentales de la revolución cultural de nuestro tiempo, ya emprendida hace 2.500 años por Confucio y Laozi en China, por Buda y Mahavira en la India, por Isaías y Jeremías en Israel, por Heráclito y Parménides en Grecia. Y luego por Jesús.

¿Se abrirá nuestra sociedad, laica por fin, a la brisa, al Silencio, al Misterio creador que une y mueve todo? ¿Se librarán nuestras religiones tradicionales, el cristianismo y el islam en especial, de sus lenguajes, creencias y estructuras del pasado? ¿Se dejarán prender por la chispa, la llama, el fuego de Pentecostés?

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Obras ES /3. Consolar, soportar, dialogar

Jueves, 19 de mayo de 2016
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consolar01Del blog de Xabier Pikaza:

Termina con esta postal la exposición de las siete obras de misericordia espirituales (propias del Espíritu Santo), que he querido poner de relieve con ocasión de la fiesta de Pentecostés.

El mismo Espíritu de Dios consuela a los tristes, nos consuela y hace que nosotros podamos consolar a los demás, como dice San Pablo en Rom 8 y 2 Cor 1. Por eso le llamamos Consolador o Paráclito: Fuente y sentido de todo consuelo profundo.

Éstas son las tres últimas: consolar a los tristes, soportar las adversidades de la vida y dialogar con el misterio (esto es, pedir a Dios por vivos y difuntos), descubriendo y realizando así el sentido de la vida como diálogo con Dios, dialogando (en lo que podamos) con todos los hombres y mujeres.
Cada lector podrá destacar una de ellas.

images— Para algunos, la más importante será el consuelo, que consiste en acompañar y animar a los tristes, angustiados, abatidos, levantando la “moral” de los demás, para caminar con ellos.

— Otros insistirán en la paciencia activa, entendida como aguante en las adversidades. No se puede consolar si uno se deja hundir, si se deprime por nada, si no sabe mantenerse en un mundo cargado de riesgos.

Paciencia activa es el aguante, es decir, la resistencia , como ha puesto de relieve el libro del Apocalipsis. No es una resistencia resentida, sino un gesto de compromiso activo con la vida, a favor de los demás, en esperanza.

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— Finalmente, la más importante de todas las obras es la oración, entendida como diálogo, con Dios y con los otros. No se trata simplemente de pedir, sino de pedir y dar, de acompañar a los demás en el camino (y de un modo especial al mismo Dios).

La oración nos vincula sobre el campo de la vida, como a la pareja del cuadro de Millet, con la pareja orando al mediodía el Ángelus. Ambos dialogan así y se vinculan, no sólo con el campo en que trabajan, sino con el Dios creador, con los vivos y difuntos.

Como verá quien lea la postar entera, sigo tomando como referencia la obra que hemos escrito J. A. Pagola y un servidor con el título de Entrañable Dios. Las obras de misericordia (Verbo Divino, 2016). Allí he puesto de relieve el origen y sentido de las obras de misericordia corporales y espirituales (por utilizar este lenguaje, quizá poco apropiado, de la tradición teológica, pues también las obras llamadas corporales, tomadas de Mt 25, 31-46, son obras espirituales).

CONSOLAR AL TRISTE

El perdón era la obra central de la misericordia (era la cuarta, estaba en medio de las siete). Pues bien, tras el perdón, como despliegue ulterior del proceso educativo, viene el consuelo, en la línea de las bienaventuranzas que han sido y siguen siendo la lección más honda de la escuela de Jesús, cuando decía «felices los que lloran, porque serán consolados» (Mt 5,5). No son felices porque lloran (ni porque tienen hambre, ni son pobres…), sino porque recibirán consuelo de otros (serán saciados, heredarán el Reino).
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Esta es sin duda una obra de Dios, el gran consolador, pero es, al mismo tiempo, una obra de la comunidad cristiana, entendida como escuela de consuelo para los tristes.

En este contexto se inscriben las palabras simbólicas de Pablo, cuando afirma que la tierra entera gime, en dolores de parto, y nosotros los seres humanos gemimos con ella, esperando la liberación que proviene de Dios, viniendo de los hermanos que nos ofrecen su consuelo (Rom 8,21-24; cf. 2 Cor 1,3-7). Así lo recordaba una propuesta esencial de Ignacio de Loyola: «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae, comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (Ejercicios espirituales 224). Pero en nuestro caso no se trata solo de unos amigos que se consuelan entre sí, sino de la misma escuela cristiana entendida como tiempo y tarea de consuelo.

Los cristianos forman una comunidad de consolados y consoladores, empezando por las mujeres de Pascua (cf. Mt 28,5.9), a las que Jesús decía «no temáis, alegraos». En la base del testimonio de Jesús y de la escuela cristiana sigue estando el testimonio de aquellas mujeres de la tumba vacía, que cambiaron su oficio de plañideras por el de consoladoras, anunciando a todos que Jesús se hallaba vivo, iniciando así una obra de educación por (para) el consuelo, que han realizado y siguen realizando sobre todo las mujeres en la Iglesia.

No ha llamado Jesús a los creyentes para llorar junto a una tumba, sino para que sean testigos de la alegría de Dios, para anunciar la resurrección de su Hijo (¡la nuestra!), en la línea de las experiencias de pascua. Sin duda hay otros temas de educación pascual, pero sin consuelo acaban siendo insuficientes, de forma que la Iglesia corre el riesgo de hacerse escuela de muerte, un culto de cementerio (cf. El papa Francisco, Evangelii Gaudium —El gozo del Evangelio—, 2013). Hay momentos de tristeza, vinculados con el luto a los muertos y la opresión de los débiles, pero han de estar al servicio del consuelo más alto de pascua.

En esa línea ha de entenderse la revelación bíblica, partiendo de Ex 34,6-7, donde el mismo Dios aparece como rahum y hannun, con entrañas maternas, lleno de gracia y de consuelo. Así han de mostrarlo los creyentes, en un mundo amenazado por la tristeza, en el que muchos buscan el consuelo no solo de terapeutas profesionales, sino de augures y videntes que no logran alcanzar el fondo humano/divino del alma amenazada por la depresión, angustia y tristeza:

Depresión psicológica. Se ha venido extendiendo no solo entre los mayores, sino entre niños y adolescentes; como un bajón vital, que tiene varias causas (soledad familiar, miedo a lo desconocido, incapacidad de afrontar el futuro…) y que parece extenderse cada vez con más fuerza, pudiendo convertirse en una gran pandemia. Este es un problema universal, pero afecta especialmente a las sociedades que parecen más adelantadas. Leer más…

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Las obras del Espíritu Santo 2. Corregir y perdonar

Miércoles, 18 de mayo de 2016
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13006502_589978524512677_9210146826564605329_nDel blog de Xabier Pikaza:

Ayer presenté las dos primeras obras de misericordia espiritual, es decir, las dos primeras obras del Espíritu Santo (enseñar y aconsejar). Hoy presento las dos siguientes: Corregir y perdonar. Estas obras van en la línea de la cuarta estrofa del Himno al Espíritu Santo:

Riega la tierra en sequía.
Sana el corazón enfermo.
Lava las manchas.
Infunde calor de vida en el hielo.
Doma al espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

La novedad está en que esas obras no las realiza el Espíritu Santo desde fuera, como si fuera un poder externo, independiente de nosotros, sino a través de aquello que nosotros vamos impulsando, promoviendo, realizando, como testigos y portadores del Espíritu de Cristo. Somos nosotros los que podemos y debemos:

Regar la tierra en sequía, sanar el corazón enfermo,
domar el espíritu indómito, guiar al que tuerce el sendero…

Nosotros mismos somos portadores del Espíritu de Cristo, realizadores de su obras, que es nuestra siendo de él, del mismo Espíritu Divino de Pentecostés.

Éstas son pues las dos siguientes obras del Espíritu Santo: corregir y perdonar. Así lo indicaré a continuación. Sigo tomando el texto de mi libro Entrañable Dios, las Obras de Misericordia. Continúa la semana de Pentecostés, buen día.

CORREGIR AL QUE YERRA

Tras el consejo viene la denuncia y corrección, como supieron los profetas, y como ratifica Jesús cuando proclama: «Se ha cumplido el tiempo y llega el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). La corrección se expresa así en forma de conversión: Jesús ha creído en la capacidad de cambio de los seres humanos, y por eso les corrige, a fin de que se conviertan, es decir, para que empiecen a pensar de otra manera (con meta-noein, pensar de un modo distinto, más alto).

Ese cambio de mente, para dejar el pasado y pensar/obrar de otra manera constituye un momento clave de la educación, promovida por el Espíritu Santo. En esa línea, como signo y anuncio del Reino, han de entenderse las correcciones que están en el fondo de las antítesis (Mt 5,21-48), en las que Jesús polemiza con escribas y fariseos, mostrándoles el riesgo en que se encuentran, pidiéndoles que cambien: «Habéis oído que se ha dicho, yo en cambio os digo…».

Es insuficiente no matar; hay que superar el odio. No basta el talión («ojo por ojo…»), hay que amar al enemigo, etc. En esa línea de corrección se sitúa su gesto final de «purificación» del templo (Mc 11,15-17 y par.), cuando descubrimos que no le ha bastado criticar y corregir de palabra, sino que lo ha hecho con un gesto intenso de protesta (cosa que ha motivado su condena a muerte). En ese aspecto quiero citar un rasgo de la corrección de Jesús, desde la parábola de la oveja extraviada (errante), que pierde su rumbo y debe ser rescatada del peligro por el pastor:

Oveja errante (Mt 18,12-14). A diferencia de lo que pasa en Lc 15,4-7, la oveja de la parábola de Mateo no está simplemente perdida (apolesasa), sino que va errante/planea (planêthê), se aleja del rebaño de las otras cien ovejas y de esa forma se extravía, de manera que el pastor ha de salir a buscarla. Esto significa que el educador cristiano no busca solo a la perdida (quizá sin causa propia), sino que deja todo para a encontrar a la que «planea» (va errante) por su ignorancia o culpa, como los astros caídos de la tradición apocalíptica del judaísmo tardío (libros de Henoc) y del primer cristianismo (Orígenes). Mateo supone así que Jesús busca a la errante, no para obligarla a volver, sino para corregir su rumbo y ofrecerle su perdón, si es que se deja.

Esta es una parábola eclesial, que no trata en principio de ovejas de otros grupos, sino de miembros de la comunidad que se han separado de ella (de su comunión) y andan vagando perdidas. Pues bien, la parábola asegura que Jesús los busca con pasión, alegrándose de recibirlos de nuevo en su grupo. Desde ese fondo se vinculan dos rasgos o elementos paradójicamente cercanos.

(a) Las ovejas son libres, de forma que pueden marcharse y errar (trazar sus caminos).

(b) Pero el pastor/educador las busca, no para castigarlas u obligarlas a volver, sino para ofrecerles espacio en su rebaño.

Corregir es buscar, es perdonar y amar. La tarea del pastor/educador empieza cuando busca a la oveja errante, mientras ella sigue perdida, sin pensar en convertirse. No es la oveja la que se empieza arrepintiendo y busca al pastor, como en la parábola del hijo pródigo que vuelve a casa, sino que es el mismo pastor el que va por los campos a buscarla (cf. Lc 15,11-32). A diferencia del padre que espera, el pastor de esta parábola (cf. también Lc 15,4-7) no se limita a esperar, sino que se arriesga y abandona la seguridad de las noventa y nueve ovejas fieles del rebaño para buscar a la errante, que ha querido perderse ella misma (o se pierde de hecho), y no hace nada por volver, aunque el texto parece suponer que al fin se deja ayudar, cuando el pastor la encuentra.

En este contexto, ‘corregir’ no es amonestar, ni condenar, sino buscar, procurando de todas las maneras el cambio no solo de la oveja errante, sino el resto de aquellas que quieren extraviarse o se pierden.

El evangelio de Juan ha reformulado esta parábola de la corrección añadiendo que el buen pastor (= educador) arriesga su vida por sus ovejas porque las conoce (= las ama), y porque también ellas le aman (cf. Jn 10,14-16), en un gesto de intimidad amorosa que define todo este evangelio. En esa línea puede hablar de un discípulo amado porque sabe que hay un maestro amante, conforme a la pedagogía helenista que establece relaciones de amor muy profundas entre maestro y discípulo (cf. Jn 13,21-26; 19,26-27: 20,1-10; 21,20-23).

Confesión, un tipo de corrección. Esta parábola del pastor nos sitúa ante un tipo de educador de calle, que sale en busca de la oveja extraviada, logrando convencerla a fin para que vuelva, integrándose en la escuela común de los noventa y nueve «hermanos» creyentes o en la vida de conjunto de la sociedad. A diferencia de eso, los confesores (corregidores oficiales) de la tradición posterior de la Iglesia (a partir del siglo X-XI y sobre todo desde el XIII) han venido a presentarse más como educadores establecidos, que no salen a buscar a las ovejas, pero las esperan y acogen en santuarios e iglesias desde donde esperan, acogen y corrigen a los que yerran y acuden a su sacramento.

Estos confesores sacramentales no han ido a buscar a las perdidas, pero las reciben si vienen, y las corrigen y perdonan, porque han recibido poder eclesial y/o social para ello. En ese contexto, la corrección más profunda de la Iglesia se ha realizado a través de la confesión, por la que el pecador reconoce el mal realizado y manifiesta un propósito de enmienda, iniciando así un proceso dialogal, que solo alcanza un resultado positivo si el mismo pecador reconoce su pecado y recibe el apoyo del buen maestro (confesor) y de la comunidad educativa, que le recibe de nuevo y le ofrece una oportunidad de transformación. Leer más…

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Espíritu Santo, ven…

Domingo, 15 de mayo de 2016
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“Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano, Cristo queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un dominio, la misión proselitismo, el culto una evocación, la praxis humana una moral de esclavos…

Pero en el Espíritu Santo el cosmos es elevado a gemidos de parto del Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa comunión, la autoridad un servicio, la misión es un pentecostés, la liturgia un memorial y una anticipación, la praxis humana queda divinizada”

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Ignacio IV,
patriarca de Antioquía

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Pentecost-fire

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros.

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

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Juan 14, 15-16. 23b-26

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“Invocación”. Pentecostés – C (Juan 14,15-16.23b-26)

Domingo, 15 de mayo de 2016
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8-PENTECOSTES-300x294Ven, Espíritu Creador, e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!

Ven, Espíritu Santo, y recuérdanos las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él, iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a escuchar solo a Jesús!

Ven, Espíritu de la Verdad, y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros; seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!

Ven, Espíritu del Padre, y enséñanos a gritar a Dios «Abba» como lo hacía Jesús. Sin tu calor y tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!

Ven, Espíritu Bueno, y conviértenos al proyecto del «reino de Dios» inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!

Ven, Espíritu de Amor, y enséñanos a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!

Ven, Espíritu Liberador, y recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida, sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven, Espíritu Santo, y contágianos la libertad de Jesús!

José Antonio Pagola

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“El Espíritu Santo os lo enseñará todo”. Domingo 15 de mayo de 2016. Pentecostés

Domingo, 15 de mayo de 2016
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33-pentecostesC cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11:  Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Salmo responsorial: 103:  Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan 20,19-23:  Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

En el presente ciclo C pueden utilizarse tambien las siguientes lecturas:

Romanos 8, 8-17: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Juan 14, 15-16. 23b-26: El Espíritu Santo os lo enseñará todo

Nota 1: Este año, como ciclo C, hay otras lecturas posibles este día; consúltese esta fecha en el calendario litúrgico (http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario), o directamente aquí:

http://servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20100523&cicloactivo=2010&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0

Nota 2: Como casi todas, Pentecostés no es una fiesta originariamente cristiana (propuesta por Jesús) ni siquiera israelita (decidida por Israel), sino una celebración que es parte de una cultura religiosa que siempre está en evolución, y se acomoda y se enriquece con el transcurso del tiempo y la sucesión de las distintas vivencias del pueblo. Como «Fiesta de las Semanas» o «de la Cincuentena», en Israel fue una fiesta netamente agraria, que celebraba el inicio de la cosecha. Se celebraba siete semanas (cincuenta días) a partir de la Pascua, para dar gracias a Dios por la nueva cosecha (cf. Ex 23,16;34,22; Lv 23,15-21; Dt 16,9-12). En el judaísmo tardío se transformó en festividad plenamente religiosa: pasó a ser memoria del don de la Ley en el Sinaí al pueblo liberado de Egipto. Para recordar o estudiar la interesante «prehistoria» de las festividades cristianas, casi desconocida, y muy iluminadora, recomendamos el clásico libro de Thierry MAERTENS, «Fiesta en honor de Yahvé». (Puede ser recogido en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca).

Sugerencias para la homilía (Escritas para el Diario Bíblico Latinoamericano en un ciclo anterior por el biblista Silvio Báez, recientemente nombrado obispo auxiliar de Managua, a quien agradecemos).

El Espíritu es la misma vida de Dios. En la Biblia es sinónimo de vitalidad, de dinamismo y novedad. El Espíritu animó la misión de Jesús y se encuentra también a la raíz de la misión de la Iglesia. El evento de Pentecostés nos remonta al corazón mismo de la experiencia cristiana y eclesial: una experiencia de vida nueva con dimensiones universales.

La primera lectura (Hch 2,1-11) es el relato del evento de Pentecostés. En ella se narra el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús al final del evangelio de Lucas y al inicio del libro de los Hechos (Lc 24,49: “Por mi parte, les voy a enviar el don prometido por mi Padre… quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto”; Hch 1,5.8: “Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días… ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo”).

Con esta narración Lucas profundiza un aspecto fundamental del misterio pascual: Jesús resucitado ha enviado el Espíritu Santo a la naciente comunidad, capacitándola para una misión con horizonte universal. El relato inicia dando algunas indicaciones relativas al tiempo, al lugar y a las personas implicadas en el evento. Todo ocurre “al llegar el día de Pentecostés” (Hch 2,1). Pentecostés es una fiesta judía conocida como “fiesta de las semanas” (Ex 34,22; Num 28,26; Dt 16,10.16; etc.) o “fiesta de la cosecha” (Ex 23,16; Num 28,26; etc.), que se celebraba siete semanas después de la pascua.

Parece ser que en algunos ambientes judíos en época tardía, en esta fiesta se celebraban las grandes alianzas de Dios con su pueblo, particularmente la del Sinaí que estaba directamente relacionada con el don de la Ley. Aunque Lucas no desarrolla esta temática en el relato de Pentecostés, seguramente conocía esta tradición y es probable que haya querido asociar el don del Espíritu, enviado por Cristo resucitado, al don de la Ley recibido en el Sinaí. En la comunidad de Qumrán, contemporánea a Jesús, Pentecostés había llegado a ser la fiesta de la Nueva Alianza que aseguraba la efusión del Espíritu de Dios al nuevo pueblo purificado (cf. Jer 31,31-34; Ez 36).

El texto de los Hechos da otra indicación: “estaban todos juntos en un mismo lugar” (Hch 2,1). Con estas palabras se quiere sugerir que los presentes estaban unidos, no sólo en un mismo sitio, sino con el corazón. Aunque no se habla de una reunión cultual, no sería extraño que Lucas imaginara a los creyentes en oración, esperando la venida del Espíritu, de la misma forma que Jesús estaba orando cuando el Espíritu bajó sobre él en el bautismo (Lc 3,21: “Mientras Jesús oraba… el Espíritu Santo bajó sobre él”; Hch 1,14: “Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de los hermanos de éste”).

Lucas utiliza en primer lugar el símbolo del viento para hablar del don del Espíritu: “De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso y llenó la casa donde se encontraban” (Hch 2,2). Aunque los discípulos estaban a la espera del cumplimiento de la promesa del Señor resucitado, el evento ocurre “de repente” y, por tanto, en forma imprevisible. Es una forma de decir que se trata de una manifestación divina, ya que el actuar de Dios no puede ser calculado ni previsto por el ser humano. El ruido llega “del cielo”, es decir, del lugar de la trascendencia, desde Dios. Su origen es divino. Y es como el rumor de una ráfaga de viento impetuoso.

El evangelista quería describir el descenso del Espíritu Santo como poder, como potencia y dinamismo y, por tanto, el viento era un elemento cósmico adecuado para expresarlo. Además, tanto en hebreo como en griego, espíritu y viento se expresan con una misma palabra (hebreo: ruah; griego: pneuma). No es extraño, por tanto, que el viento sea uno de los símbolos bíblicos del Espíritu. Recordemos el gesto de Jesús en el evangelio, cuando “sopla” sobre los discípulos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22), o la visión de los esqueletos calcinados narrada en Ezequiel 37, donde el viento–espíritu de Dios hace que aquellos huesos se revistan de tendones y de carne, recreando el nuevo pueblo de Dios.

“Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos” (Hch 2,3). Lucas se sirve luego de otro elemento cósmico que era utilizado frecuentemente para describir las manifestaciones divinas en el Antiguo Testamento: el fuego, que es símbolo de Dios como fuerza irresistible y trascendente. La Biblia habla de Dios como un “fuego devorador” (Dt 4,24; Is 30,27; 33,14); “una hoguera perpetua” (Is 33,14). Todo lo que entra en contacto con él, como sucede con el fuego, queda transformado. El fuego es también expresión del misterio de la trascendencia divina. En efecto, el ser humano no puede retener el fuego entre sus manos, siempre se le escapa; y, sin embargo, el fuego lo envuelve con su luz y lo conforta con su calor. Así es el Espíritu: poderoso, irresistible, trascendente.

El evento extraordinario expresado simbólicamente en los vv. 2-3 se explicita en el v. 4: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Dios mismo llena con su poder a todos los presentes. No se les comunica un auxilio cualquiera, sino la plenitud del poder divino que se identifica en la Biblia con esa realidad que se llama: el Espíritu. Se trata de un evento único que marca la llegada de los tiempos mesiánicos y que permanecerá para siempre en el corazón mismo de la Iglesia. Desde este momento el Espíritu será una presencia dinámica y visible en la vida y la misión de la comunidad cristiana.

La fuerza interior y transformadora del Espíritu, descrita antes con los símbolos del viento y del fuego, se vuelve ahora capacidad de comunicación que inaugura la eliminación de la antigua división entre los seres humanos a causa de la confusión de lenguas en Babel (Gen 11). “Y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les concedía expresarse” (v. 4). En Jerusalén, no en la casa donde están los discípulos, ni en el espacio cerrado de unos pocos elegidos, sino en el espacio abierto donde hay gente de todos las naciones (v. 5), en la plaza y en la calle, el Espíritu reconstruye la unidad de la humanidad entera e inaugura la misión universal de la Iglesia.

El pecado condenado en el relato de la torre de Babel es la preocupación egoísta de los seres humanos que se cierran y no aceptan la existencia de otros grupos y otras sociedades, sino que desean permanecer unidos alrededor de una gran ciudad cuya torre toque el cielo. El Espíritu debe venir continuamente para perdonar y renovar a los seres humanos para que no se repitan más las tragedias causadas por el racismo, la cerrazón étnica y los integrismos religiosos.

El Espíritu de Pentecostés inaugura una nueva experiencia religiosa en la historia de la humanidad: la misión universal de la Iglesia. La palabra de Dios, gracias a la fuerza del Espíritu, será pronunciada una y otra vez a lo largo de la historia en diversas lenguas y será encarnada en todas las culturas. El día de Pentecostés, la gente venida de todas las partes de la tierra “les oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,6.8). El don del Espíritu que recibe la Iglesia, al inicio de su misión, la capacita para hablar de forma inteligible a todos los pueblos de la tierra.

En el evangelio se narra la aparición del Señor Resucitado a los discípulos el día de pascua. Todo el relato está determinado por una indicación temporal (es el primer día de la semana) y una indicación espacial (las puertas del lugar donde están los discípulos están cerradas).

La referencia al primer día de la semana, es decir, el día siguiente al sábado (el domingo), evoca las celebraciones dominicales de la comunidad primitiva y nuestra propia experiencia pascual que se renueva cada domingo. La indicación de las puertas cerradas quiere recordar el miedo de los discípulos que todavía no creen, y al mismo tiempo quiere ser un testimonio de la nueva condición corporal de Jesús que se hará presente en el lugar. Jesús atravesará ambas barreras: las puertas exteriores cerradas y el miedo interior de los discípulos. A pesar de todo, están juntos, reunidos, lo que parece ser en la narración una condición necesaria para el encuentro con el Resucitado; de hecho Tomás sólo podrá llegar a la fe cuando está con el resto del grupo.

Jesús “se presentó en medio de ellos” (v.19). El texto habla de “resurrección” como venida del Señor. Cristo Resucitado no se va, sino que viene de forma nueva y plena a los suyos (cf. Jn 14,28: “me voy y volveré a vosotros”; Jn 16,16-17) y les comunica cuatro dones fundamentales: la paz, el gozo, la misión, y el Espíritu Santo.

Los dones pascuales por excelencia son la paz (el shalom bíblico) y el gozo (la járis bíblica), que no son dados para el goce egoísta y exclusivo, sino para que se traduzcan en misión universal. La misión que el Hijo ha recibido del Padre ahora se vuelve misión de la Iglesia: el perdón de los pecados y la destrucción de las fuerzas del mal que oprimen al ser humano. Para esto Jesús dona el Espíritu a los discípulos. En el texto, en efecto, sobresale el tema de la nueva creación: Jesús “sopló sobre ellos”, como Yahvé cuando creó al ser humano en Gen 2,7 o como Ezequiel que invoca el viento de vida sobre los huesos secos (Ez 37). Leer más…

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Dom 15.5.16. Pentecostés 1. Las obras del Espíritu Santo (educación y consejo)

Domingo, 15 de mayo de 2016
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pentecostesDel blog de Xabier Pikaza:

Año tras año he venido repitiendo en esta fiesta, desde 2007, el tema y teología del Espíritu Santo, y así podrá verlo quien lo quiera, buscando en mi blog de RD.

Pues bien, este año he querido hablar de las Obras del Espíritu Santo, que se identifican con las obras del misericordia espirituales, esto es, Espíritu Santo, obras que iglesia viene proponiendo desde finales de la Edad Media.

Empezaré recordando, a modo de ejemplo que suele hablarse los siete “dones” del Espíritu Santo, en la línea de Is 11, para evocar después los siete frutos, citados por San Pablo en Gal 5, 22. Pero me detendré después en las obras del Espíritu Santo, que son obras de misericordia humana, pero son, al mismo tiempo, obras de la misericordia de Dios, que es el Espíritu Santo.

En esa línea, Pentecostés es la fiesta de Dios como Espíritu de amor/vida que se manifiesta y actúa en la vida de los hombres. Pero es al mismo tiempo la “fiesta y compromiso” de los hombres, que se van haciendo espirituales, en un gesto de amor mutuo, de experiencia de vida.

Como el tema es largo, publicaré hoy sólo las dos primeras obras (enseñar, aconsejar) A lo largo de la Semana de Pentecostés publicaré las cinco siguientes.

Como verá quien siga leyendo, según el evangelio, la primera “obra” del Espíritu Santo es la enseñanza (el Espíritu Santo os lo enseñará todo…). En esa línea, las obras del Espíritu Santo comienzan por la enseñanza. Buena Vigilia y día de Pentecostés.

Evangelio de Pentecostés: Juan 14, 15-16. 23b-26 (extracto)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros… Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

1. SIETE DONES, SIETE FRUTOS

a. Siete dones (Is 11, 1-3)

La tradición católica ha puesto de relieve los siete dones o espíritus de los que habla la traducción latina de Is 11, 1-3 (cf. Catecismo de la Iglesia católica 1992, num 1831). El texto original hebreo habla sólo de de seis espíritus:

«Un retoño brotará del tronco de Jesé y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y temor de Yahvé. Él se deleitará en el temor de Yahvé».

La traducción de la Vulgata ha interpretado el texto, añadiendo un don:

Y descansará sobre él el Espíritu del Señor:
Espíritu de sabiduría y entendimiento,
Espíritu de consejo y fortaleza,
Espíritu de ciencia y de piedad,
y le llenará el Espíritu del temor de Dios.

Al final del texto hebreo se repetía, por paralelismo literario, el espíritu de temor; pero EL texto latino pone «piedad» en lugar de la primera vez en que aparece temor. De esa forma quedan los siete dones del Espíritu, que la tradición católica ha destacado.

Esos siete dones son la expresión más alta del “espíritu mesiánico”, es decir, de la presencia y acción del Espíritu Santo en la vida de los que siguen a Jesús:

sabiduría y entendimiento,
consejo y fortaleza,
conocimiento y piedad
y temor de Dios.

b. Los siete frutos (Gal 5, 22)

San Pablo conoce y expone, en un lugar privilegiado de su obra, los siete frutos del Espíritu Santo, es decir, los frutos que produce en el creyente la presencia y obra del Espíritu Santo. San Pablo los contrapone a las obras de la “carne”, es decir, de la vida estéril de aquellos que se cierran en su egoísmo (Gal 5, 19-21) que son:

fornicación, impureza, desenfreno,
idolatría, hechicería,
enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos,
envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas.

En ese contexto añade san Pablo los nueve frutos del Espíritu (que por paralilismo con lo anterior deberían llamarse obras del Espíritu Santo), que están mucho mejor estructurados que las obras de la carne (que eran al menos quince…):

amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, continencia (Gal 5, 22)

De esos nueve frutos del Espíritu, que forman un esquema completo, que consta de nueve miembros (3 por 3) sólo quiero citar y comentar aquí los tres primeros, que forman una clara unidad:

‒ El primer fruto del Espíritu es el amor. Más que fruto se le podría llamar identidad, conforme a todo lo indicado: el espíritu de Dios se identifica en sí como con el amor, como supone 1 Cor 13. Comparando este pasaje con otros de San Pablo, podemos añadir que el amor es la verdad del Espíritu Santo, es decir, del perdón creador que Dios ofrece a los humanos en el Cristo.

‒ El segundo fruto es el gozo… que nace del amor y que aparece como signo del Espíritu. Frente al mensaje del Bautista, que puede condensarse como voz amenazante de juicio (cf. Mt 3, 7-12), el Espíritu del Cristo viene a presentarse como llamada desbordante a la alegría. Quizá pudiéramos añadir que el amor mismo se vuelve gozo: es el amor que ya no juzga, no se impone, no pretende nada por la fuerza, nada teme.

‒ El tercer fruto del Espíritu es la paz. En la trilogía anterior la paz venía antes que el gozo, ahora aparece después, como despliegue y culminación de ese gozo del Espíritu. Se trata, sin duda, de una paz interna, pero es claro también que ella se expresa en las diversas circunstancias de la vida externa, como expresión de la reconciliación humana lograda por el Cristo.

Amor, gozo y paz… Esta es la más perfecta definición del Espíritu Santo y de la vida del cristiano. Esto es el Espíritu de Dios, esto es Pentecostés. Del amor brota de un modo natural el gozo de la vida, la felicidad de ser amados y amar, en camino donde emerge la paz y se supera la violencia de la “carne” que conduce a la lucha y a la muerte entre todos los humanos.

2. SIETE OBRAS DE MISERICORDIA

imagessinfotogif(El tema ha sido desarrollado en Entrañable Dios. Las obras de Misericordia)

Las obras de misericordia “espirituales” constituyen la mejor definición vital del Espíritu Santo, es decir, de la acción del Espíritu en Pentecostés. Estrictamente hablando, las obras de misericordia eran seis, y habían sido formuladas en Mt 25, 31-46: dar de comer/beber al hambriento y sediento, acoger/vestir al exilado y desnudo, visitar y ayudar al enfermo y encarcelado. Pues bien, desde el final de la Edad Media, la Iglesia ha querido añadir unas obras de misericordia espirituales, que se identifican con la acción y presencia del Espíritu santo en la vida de la iglesia.

Estas siete obras ofrecen un precioso ideario y camino de educación y maduración cristiana (humana) y pueden entenderse como la gran obra del Espíritu Santo que actúa y se manifiesta en la misma vida humana (en la acción y el compromiso de maduración de los hombres).

De un modo muy significativo, estas obras pueden entenderse como los siete escalones o grados de un camino de presencia del Espíritu Santo desde enseñar al que no sabe hasta orar por vivos y difuntos, como han formulado hacia el final del Medioevo en los catecismos y tratados de moral. Este es el Pentecostés de la Iglesia:

enseñar al que no sabe,
dar buen consejo a quien lo necesite,
corregir al que yerra,
perdonar la injurias,
consolar a los tristes,
soportar con paciencia las adversidades y defectos de los otros
y orar por los vivos y difuntos.

1. ENSEÑAR AL QUE NO SABE.

Estrictamente hablando, esta primera obra de misericordia (este primer Pentecostés) es una tarea de justicia (en la línea de las obras corporales de Mt 25, 37, propias de los justos) y retoma el motivo fundamental del mensaje y vida de Jesús, profeta y maestro de sabiduría, que impartió su enseñanza al pueblo llano, mal guiado y educado por pastores y escribas que tendían a ponerse al servicio de los privilegiados. Leer más…

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Domingo de Pentecostés. Ciclo C.

Domingo, 15 de mayo de 2016
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pentecostes1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una catequesis poco feliz ha hecho que muchos cristianos, sobre todo de mayor edad, vean al Espíritu Santo como algo raro, que no desempeña ningún papel en sus vidas. Las lecturas de este domingo podrían ayudarles a cambiar de opinión.

  1. El Espíritu Santo: orador y traductor simultaneo (Hechos 2,1-11).           

Los frecuentes viajes que realizamos hoy día nos han hecho conscientes de la importancia de los idiomas. Cuando solo se trata de comprar un bocadillo o un refresco no es problema. Pero hablar de la persona de Jesús y de su mensaje en las más diversas regiones del imperio romano no era nada fácil. Omitiendo otros muchos pueblos, la lectura de Hechos menciona a partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, cretenses y árabes. ¿Cómo pudieron los primeros cristianos proclamar el evangelio en idiomas tan distintos? Indudablemente, aprendiendo con enorme dificultad la lengua de cara región, como hicieron más tarde los misioneros en todas partes del mundo.

El libro de los Hechos hablará de muy diversas actuaciones del Espíritu. Pero Lucas quiere comenzar por este episodio programático: si el evangelio se ha extendido por todo el mundo ha sido gracias al Espíritu Santo. Todo ha sido obra suya: el mensaje y la capacidad de traducirlo a cada lengua. El mensaje lo resumen los protagonistas en cuatro palabras: “las maravillas de Dios”. Lo que no acaban de entender es cómo ha sido posible ese fenómeno de traducción simultánea.

Para contar este acontecimiento, Lucas se inspira en relatos del Antiguo Testamento. Cuando Dios se revela a Moisés en el Sinaí: “hubo truenos y relámpagos y una nube espesa sobre el monte… y toda la montaña temblaba” (Ex 19,16.18). Por otra parte, el profeta Joel había anunciado que la venida del Espíritu iría acompañada de “prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra: sangre, fuego, columnas de humo”. Lucas no es tan tremendista. Le basta el ruido de un “viento recio” y lenguas de fuego, que no aterrorizan a nadie, sino que se posan suavemente sobre cada uno. El viento tiene estrecha relación con el Espíritu (en hebreo y en griego se usan la misma palabra para ambas realidades). Las lenguas anticipan ese don asombroso de hablar distintos idiomas.

  1. El Espíritu Santo y el sentirnos hijos de Dios (Romanos 8,8-17).

          Jesús nos enseñó a llamar a Dios “Padre”. Pero muchos lo siguen viendo como juez severo, dispuesto a castigar nuestros pecados, que infunde temor; otros, como un ser lejano, desinteresado de nuestros sufrimientos y preocupaciones. Si somos cristianos, si estamos bautizados y hemos recibido el Espíritu, ¿cómo podemos pensar de esa manera?

  La carta a los Romanos ilumina este contraste. Hemos recibido un espíritu de hijos, el Espíritu atestigua que somos hijos de Dios y herederos suyos. Pero no somos los hijos de un millonario que heredarán todo automáticamente mientras se dedican a derrochar la fortuna de la familia. Además de ser hijos hay que sentirse hijos, dejándose llevar por el Espíritu; para heredar con Jesús hay que compartir su pasión. En muchas ocasiones, lo difícil será conjugar estas dos experiencias: la del sufrimiento, la pasión, y la de la paternidad de Dios. Esa fe necesaria para llamar a Dios “Padre”, como hace Jesús en el huerto de los olivos, incluso cuando están cerca el sufrimiento y la muerte. Y esto lo conseguimos gracias al Espíritu.

  1. El Espíritu Santo, un premio sorpresa (Juan 14,15-16.23b-26).

“Si te portas bien, tendrás un premio”, dicen muchos padres a sus hijos. “Si me amáis y guardáis mis mandamientos, tendréis dos premios”, dice Jesús a sus discípulos. El primero será un ser misterioso que les servirá de consuelo cuando Jesús esté ausente. El segundo, la visita del mismo Padre y de Jesús, no una visita rápida y de compromiso sino quedarse con nosotros de forma permanente. Y termina aclarando quién es ese ser misterioso del primer premio: el Espíritu Santo. Este regalo no es un objeto inerte que nos limitamos a contemplar. Nos recuerda todo lo que dijo Jesús y nos enseña a cómo ponerlo en práctica. Consuelo, enseñanza y recuerdo, tres efectos del Espíritu en todos nosotros.

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Domingo de Pentecostés. 15 mayo, 2016

Domingo, 15 de mayo de 2016
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Pascua16

“…el Espíritu Santo, (…),

será quien os lo enseñe todo

y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”
(Jn 14, 26)

¡Bienvenida, Santa Ruah!

Año tras año te espero impaciente, esta noche es como la noche de Reyes, vienes tú con tus siete dones y yo te espero entre ilusionada y nerviosa.

¿Qué me regalarás este año? Y sea el año que sea, y me encuentre como me encuentre, ¡aciertas! Me das justo lo que necesito.

Fortaleza, Piedad, Temor de Dios, Ciencia, Sabiduría, Entendimiento y Consejo ¡SIETE! Y aunque con los años ya me han ido tocando todos, y alguno más de una vez, la verdad es que siempre son nuevos.

Pero te diré algo: es verdad que me ilusiona recibir algo de ti, pero sobre todo me ilusiona recibirTE a ti Espíritu Santo, como esa hermosa persona de la Trinidad que eres, conversar contigo, dejar que seas tú quien me lo enseñe todo y me vayas recordando las palabras y los gestos de Jesús.

Sí, me gusta descubrirte como presencia cercana, viva. Como presencia amiga. Más, mucho más que un fuego, una paloma … También tú, Santa Ruah, eres Trinidad, eres Dios como lo son el Padre y el Hijo. Y es así, cercana como una mano amiga, como te descubro yo en mi vida. Y me alegra inmensamente tenerte de nuevo entre mis cosas, en mi cotidianidad en este tiempo especial, en este nuevo pentecostés.

¡Bienvenida Santa Ruah! ¡Entra! y ponlo todo a tu gusto, ¡estás en tu casa!

Entra en nuestra Iglesia y en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y en nuestros corazones y haz lo que tú sabes: ¡descolócanos!

¡Haz sonar la música del Reino! ¡Y sácanos a bailar! a danzar, que nada ni nadie se quede quieto.

Y para terminar oremos con esa oración que resuena a través de los siglos:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

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