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31 de Mayo. Domingo de Pentecostés. Ciclo A

Domingo, 31 de mayo de 2020
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Pentecostés

“- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

Recibid el Espíritu Santo.”

(Jn 20, 19-23)

Tú nos dejas tu Espíritu Santo, nosotras te habríamos pedido un manual de instrucciones. Suerte que no nos preguntaste.

Pero otros poderes que buscan manejarnos saben que, mezclada con nuestra ansia de libertad, llevamos una buena dosis de inseguridad. El miedo es la puerta ancha por la que desde siempre han entrado los dominadores de todos los tiempos.

Hoy se nos hace creer que somos libres si nos ponemos bajo el yugo del consumo. La publicidad es el manual de instrucciones. Ella nos explica cómo triunfar, cómo ser feliz, cómo tener éxito.

Alguien ha diseñado minuciosamente cómo debemos comportarnos, qué debe preocuparnos y también nos suministran los entretenimientos oportunos para que no pensemos demasiado.

Lo de la compensación- insatisfacción funciona a la perfección. Se crea una necesidad, un deseo. Se ofrece algo para satisfacer ese deseo. Pero solo de una manera parcial. Así de la compensación lo que recibimos es insatisfacción. Es el mecanismo del consumismo.

Sin embargo este sistema no genera gente feliz. Poco a poco vamos descubriendo sus engaños y resulta que solo la libertad que viene del Espíritu es la que le da sentido a la vida.

Esa falta de “manual de instrucciones” es lo que nos hace crecer en responsabilidad. Vencer nuestros miedos y hacer opciones valientes.

Jesús resucitado nos vuelve a recrear. Como al principio del Génesis (Gn 2, 7), sopla su aliento de vida y el Espíritu se une a nuestra humanidad, se hace compañía y fuerza trasformadora.

El Espíritu en su incansable labor nos despierta, generación tras generación. Nos libera de todos aquellos poderes engañosos. Y nos hace crecer en lo que somos: Hijas amadas.

Oración

A modo de oración te invito a escuchar esta canción con el hermoso texto de la secuencia del Espíritu (Solo haz clic aquí).

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es Espíritu y lo inunda todo.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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lengua-de-fuegoJn 20, 19-23

Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad separada

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con su propia vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy.

Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron encaminadas en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. “El que quiera ser primero sea el servidor de todos.” O, “no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se dejaba guiar por él.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a la Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados, o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Meditación

Dios-Espíritu es la base de todo proceso espiritual.
El místico, lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
La experiencia mística es conciencia de unidad
porque mi yo se ha fundido en el YO.
No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te encuentre a ti y te transforme.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Con las puertas bien cerradas.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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puertas-cerradasUn barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves; navegad en el mar y haced cosas nuevas (Paulo Coelho en El peregrino de Compostela)

31 de mayo. DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Jn 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo de los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: Paz con vosotros 

Apenas cierra Dios una puerta, y ya tiene una ventana abierta.

“El Señor asegura los pasos del hombre y se ocupa de sus caminos” (Sal 37, 23)

Y Jesús, esperándonos siempre con las puertas de su corazón abiertas de par en par, invitándonos a que entremos por ellas, disfrutemos del paisaje que desde su interior se contempla en plenitud de luz y de color: Turner y Monet lo hubieran tenido fácil para su paleta, siempre también saturada de irisaciones y sol.

La imagen de la puerta se repite 33 veces en la Biblia: 17 en el Antiguo Testamento y 13 en el Nuevo. En el Evangelio generalmente se refiere a la de la casa, la del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor.

Una puerta, que es Jesús, nunca está cerrada. Esta puerta está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Transcribimos algunas de las citas:

Entonces el sumo sacerdote Eliasib se levantó con sus hermanos los sacerdotes y edificaron la puerta de las Ovejas; la consagraron y asentaron sus hojas (Nehemías 3, 1)

Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria (Salmos 24, 7)

Le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza (Oseas 2,15)

Entonces Jesús les dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas (Juan 10, 7)

Pedid y os darán, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán (Mateo 7, 7)

Sus puertas nunca se cerrarán de día, pues allí no habrá noche (Apocalipsis 21, 25)

Y Paulo Coelho, en El peregrino de Compostela, nos invita a seguir navegando por un océano de puertas bien abiertas: “Un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves; navegad en el mar y haced cosas nuevas”. 

Pedro Soto de Rojas, poeta del Culteranismo, pide que le abran las puertas.

PERSUASIÓN

Traslada el curso de las rejas duro
con sordos pasos a las blandas puertas,
que, si pretendes las del alma abiertas,
rotas las tiene ya mi llanto puro.

Ya es pretérito el tiempo que, futuro,
pudiera hacer mis esperanzas ciertas;
las horas miro a mis espaldas muertas,
que pretendí para vivir seguro.

Abre las puertas, ángel riguroso,
para que goce con descanso amigo,
tras tormento de amor, de amor reposo;

abre, si no las puertas, un postigo;
abre, que amor no es mal contagioso
ni es, aunque tira flechas, enemigo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Pascua de Pentecostés. Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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pentecostes-8Jn 20, 19-23

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. En su despedida, Jesús nos embarca en su misión y para ella nos regala su Espíritu. Jesús se va de esta vida terrena pero nos deja su Espíritu que estará con nosotros todos los días para que renovemos la faz de la tierra.

En nuestro año litúrgico, Pentecostés cierra el ciclo Pascual. En el evangelio de Juan, el Día de la Resurrección (con todos los acontecimientos de ese día, “el primer día de la semana”) es el final del texto escrito, según dice el autor, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. En el fragmento que leemos hoy, el envío de los discípulos y la donación del Espíritu, cierra la misión terrenal de Jesús y abre el tiempo y misión de los discípulos.

El escenario en que Juan nos coloca hoy es el “primer día de la semana”; los discípulos están reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús “se aparece” y como corresponde a las apariciones después de muerto, lo primero que hace Jesús es mostrar sus manos y costado para que no crean que es una alucinación, para que confíen en lo que están experimentado, soy yo, el crucificado, no tengáis miedo. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Saludo habitual en el Jesús glorificado: Paz a vosotros. Contraste: Muertos de miedo y llenos de alegría por ver al Señor.

Este relato hay que leerlo como parte de la experiencia pascual de la comunidad de Juan. La comunidad experimenta que su vida ha sido transformada por Jesús, que son una nueva creatura gracias a que Jesús vive, es el Viviente y su Espíritu está con ellos y les empuja a la evangelización. Si no leemos el texto desde la experiencia pascual no entendemos nada.

En el primer día de la semana. ¿Qué día? ¿Qué semana? En el día de la Resurrección. El día de Juan no es de 24 horas de nuestros calendarios y relojes. Muerto Jesús, el tiempo del que hablamos no se mide por días, horas y minutos. Es ya eternidad. No tiempo, no espacio. No materia, sólo Espíritu y Vida. “El primer día de la semana” recuerda el Génesis. Es tiempo de nueva creación, del hombre nuevo. Del hombre re-nacido, en plenificación. Vuelto a nacer (Nicodemo). Con vida biológica y Vida divina, eterna, definitiva. Dios crea, Jesús y el Espíritu plenifican. He venido a que tengan Vida y Vida abundante. El Espíritu es “dador de Vida”. El hombre es barro pero “soplado”. Como el cristal. Materia con el Aliento de Dios. Con su Espíritu. Polvo, pero habitado por el Espíritu de Dios.

En el Génesis, libro de los orígenes, el soplo divino vivifica a la arcilla, en Pentecostés el soplo engendra Espíritu divino en los discípulos. Este Espíritu divino es luz, fuerza y libertad en ellos. El Espíritu inspira, sopla, alienta, empuja, arrastra. Todo esto es necesario para la misión encomendada. Todo son metáforas y símbolos: Viento, fuego, aliento, paloma (yo prefiero golondrina, por su libertad, más ágil que la paloma).

Soplo, Vida, Espíritu y envío. El Espíritu es necesario para la realización de la misión que Jesús va a encomendar a sus discípulos. Continuar el proyecto salvador-liberador iniciado por Jesús. Hacer realidad el reinado de Dios en la tierra. Trabajar por un mundo más humano, más digno y habitable para todos los hombres. Cumplir el sueño de Dios para la humanidad. Ser luz y sal del mundo. Espíritu es un don gratuito para servicio de la humanidad. Así tenemos que vivir los dones y frutos del Espíritu que aprendimos en el catecismo.

Hablemos de nuestra experiencia del Espíritu. La experiencia de Dios, de su Espíritu, en nosotros es como la experiencia de Dios que Jesús tuvo al salir de las aguas del Jordán. Como Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios y con su fuerza, confía en él y empieza su vida pública. Le empuja al desierto y de allí a Galilea, a Nazaret. Así en nosotros. Es Dios actuando en nuestra vida. Como luz, fuerza, aliento, ardor, paz, amor. Los dones y los frutos del Espíritu.

Hoy es el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. A los laicos nos dice Jesús hoy: “Como el Padre me envió, yo os envío. Os envío con la misma misión que a mí me dio el Padre: dar la vida por la Vida del mundo. Para eso os doy mi espíritu, el Espíritu del Padre. Que es luz y fuerza.” El Mensaje del papa Francisco al Congreso de Laicos celebrado en febrero en Madrid nos invitaba a: Caminar juntos en comunidad, con libertad interior y valentía. Es la hora de los laicos. La Iglesia, como pueblo de Dios en salida hacia los otros para echarles una mano, tocar sus heridas, animarlos, acompañarlos. Laico en salida: con iniciativa, en comunidad y sinodalidad. Nos animaba a ser protagonistas de la misión salvífica de Jesús en la vida cotidiana. Allí donde estamos. En este mundo y este siglo. Me gusta la definición de laico que he oído a Juan Antonio Estrada: cristiano en el mundo. Cristiano en la cotidianidad.

Para finalizar mi comentario y como resumen de lo dicho elevo mi oración glosando la Secuencia al E.S que rezamos hoy en la Liturgia: “Ven espíritu divino y renueva la faz de la tierra”. Traducción: No tienes que venir. Ya estás en nosotros. Ayúdanos a descubrirte, a tomar conciencia de tu luz y fuerza en nosotros. Renuévanos como personas e Iglesia. Renuévanos, es decir, libéranos del miedo, de la mediocridad, del clericalismo, de la indiferencia y ayúdanos a vivir con la fe-confianza en tu fuerza en nosotros y comprometidos con el reinado de Dios, en autenticidad y coherencia, con libertad, iniciativa y creatividad. Que así sea.

África De La Cruz Tomé,
31. 5. 2020.

Fuente Fe Adulta

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Paz

Domingo, 31 de mayo de 2020
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Montes-amanecerFiesta de Pentecostés

31 mayo 2020

Somos paz. De hecho, cuando no se añaden agitaciones mentales (y emocionales), la paz se hace manifiesta sin ningún esfuerzo. Solo cuando, por diferentes motivos –muchos de ellos, y los más graves, inconscientes–, entramos en la cavilación obsesiva, la paz se oculta a nuestra mirada; pareciera entonces que la alteración, la inquietud, el agobio, la inseguridad ocupan todo nuestro campo de consciencia, hasta el punto de llegar a escuchar una voz que repite machaconamente: “no hay salida”.

       La alteración nace de la mente pensante en el momento mismo en que no aceptamos lo que nos ofrece el instante presente. Pero la mente tiene también motivos que explican su funcionamiento:

  • tendencias ancestrales, como el afán de controlar todo y la exigencia de que todo responda a sus expectativas, así como el egocentrismo que busca el propio beneficio;
  • mecanismos disfuncionales, heredados o aprendidos en la infancia, como la obsesión compulsiva, la rigidez o la culpa;
  • experiencias dolorosas, más o menos traumáticas, que han dejado huella en forma de heridas, de vacíos y de mecanismos de defensa, que terminan volviéndose contra el propio sujeto;

      Todo ese material, fruto de lo heredado y lo aprendido, fue modelando el cableado neuronal, del que depende nuestro modo de pensar, de sentir, de actuar… Con lo cual, a la hora de cambiar aquellos funcionamientos disfuncionales, nos topamos con la arraigada inercia cerebral que los tiende a repetir una y otra vez. Eso explica que, a pesar de tantos esfuerzos, comprobemos que nuestros intentos de cambio parezcan fracasar repetidamente.

         La buena noticia se llama ahora, desde la ciencia, neuroplasticidad. La inercia puede revertirse con una práctica perseverante que permita, en un proceso de reeducación, establecer nuevas conexiones neuronales y, con ello, un modo nuevo y creativo de relacionarnos con nuestra propia mente.

     En esa tarea de reeducación ocupan un lugar destacado la práctica de la atención –centrada en el cuerpo, en la respiración, en la acción que desarrollamos…–, la observación de la mente y el silencio, unido todo ello al cuidado del amor humilde e incondicional hacia sí mismo.

      Decía más arriba que toda alteración nace de la mente pensante. Pues bien, cuando aprendemos a observarla, la “mente pensante” se va silenciando y va ocupando más espacio la “mente observada”. La primera nos tiraniza sin límite; la segunda nos sirve con docilidad.

        En ese camino venimos a descubrir que la paz no es “algo” que hayamos de conseguir o que tengamos que recibir de una divinidad exterior. Paz es lo que somos en todo momento. Y lo experimentamos siempre que somos capaces de silenciar nuestra mente pensante.

¿Vivo mi mente como “dueña de casa” o como servidora?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La Torre de Babel es como una campaña electoral. Pentecostés es entendimiento

Domingo, 31 de mayo de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Jesús, inclinando la cabeza, entregó su espíritu (Jn 19,30).

El relato de Pentecostés, como el de la Ascensión no son hechos estrictamente históricos en el sentido de que fuesen hechos espectaculares con “fuegos artificiales incluidos” (lenguas de fuego).

En la tradición (evangelio) de Juan Pentecostés acontece en la cruz, cuando Jesús: inclinando la cabeza entregó su espíritu a aquella pequeña comunidad naciente simbolizada en la madre del Señor y el Discípulo amadO, que estaban al pie de la cruz.

Pentecostés es la presencia, la continuidad del espíritu del Señor en los creyentes y en las comunidades cristianas.

  • No me imagino que tengamos una trilogía de dioses: Padre, Hijo y Espíritu al estilo de los eclesiásticos que se nos imponen en las diócesis (iglesias locales): un obispo y unos cuantos vicarios. Dios y Pentecostés no son nada de eso, ni se aproxima lo más mínimo. Ni el Espíritu es el nuncio o embajador de Dios en la tierra
  • Además sería una barbaridad pensar que el Espíritu hablara exclusivamente por voz de los obispos, como si tuvieran el monopolio de la revelación. El Espíritu habla por medio los creyentes [1], habla por medio de la cultura, de los acontecimientos de cada día, habla por voz de los necesitados.

         Rahner explicaba un poco -solamente un poco- estas cosas, y decía: Lo que Dios sea en sí mismo, “hacia adentro” (la Trinidad inmanente) lo desconocemos del todo. Lo que sí sabemos es lo que Dios ha hecho por nosotros (Trinidad económica): salvarnos. De manera que lo que sabemos y hemos recibido de Dios por medio de Jesús es salvación y solamente salvación.

Por otra parte, toda persona tenemos un modo de ser, un tono vital. Toda institución tiene un estilo, un talante.

Unos tienen un hálito legalista: no dan un paso “si no es en presencia de su abogado”, otros viven en misericordia. Francisco, el obispo actual de Roma tiene un espíritu evangélico de cercanía a los pobres, de apertura. El espíritu del P Arrupe respecto de la Iglesia y de la Teología de la Liberación era completamente diferente al espíritu de Ratzinger.

No es lo mismo ir al tribunal eclesiástico de la diócesis que a la mesa de Aterpe (comedor social): el tono y el espíritu son muy distintos. Las comunidades eclesiales suelen tener un espíritu, un estilo: los pobres presiden la vida de las Hijas de la Caridad. La contemplación y el trabajo rigen la vida contemplativa de las abadías y monasterios, es el estilo (espíritu) de la vida monacal benedictina, Císter, etc. La inserción en el mundo, en la vida laboral es el carisma del movimiento de los “curas obreros”.

No es lo mismo el espíritu eclesial del Vaticano II que conocimos y vivimos que el espíritu en el que hemos vivido y estamos viviendo durante los cuarenta años posteriores al Concilio y a Pablo VI. Hemos vivido un esquema eclesiástico acartonado, más bien alcanforado y con nostalgia de formol.

Todos tenemos un espíritu y vivimos en un estilo.

  1. Jesús tenía un buen espíritu: santo: paz, alegría y misión

Jesús tenía y tiene un buen espíritu, un Espíritu santo. Jesús tenía y vivía (vive) de un ideal [2], que es el Reino de los cielos: “Reino de justicia de amor y de paz”, solemos cantar en nuestras liturgias. ¿Qué otra cosa es el Reino de Dios sino libertad, justicia, perdón y paz? Y ¿qué otra cosa es el espíritu cristiano sino libertad, bondad, misericordia y acogida?

A modo de ejemplo, -siempre limitado-, cuando un chico y una chica se casan, son dos personas, “tú y yo”. Pero desde su encuentro -en esa vida- surge un “nosotros”, una familia que tiene un modo, un espíritu peculiar de entender la vida, de celebrar, de trabajar.

El espíritu de Jesús y de Dios Padre es bueno, porque entre ellos brota la bondad, que anima, consuela, hace comprender la vida…

         Los primeros momentos de la iglesia los vivieron casi a oscuras (al atardecer) a pesar de que ya era de día en la mañana de Pascua, y bien encerrados y con miedo (¿confinados?).

Cuando Jesús, el Señor, se hace presente en una persona en una comunidad, en una diócesis confiere alegría, paz, ilusión, misión (salida) y perdón.

También hoy vivimos con miedo a todo: a la pandemia, a las ideologías, a una jerarquía (no todos) ultramontana. El miedo es más fuerte que todas las seguridades. El miedo es muy humano, y la salida del miedo está en la confianza y la confianza en JesuCristo, que es la piedra angular, la roca que nos salva

Vivimos encerrados a pesar del mandato de Jesús y de que Francisco desea una “Iglesia en salida”: Id por todo el mundo…

La lectura del libro de los Hechos nos dice que terminaron por entenderse los que hablaban lenguas e intereses diversos. Se llenaron de un tono conciliador y de entendimiento. El mito de la Torre de Babel es lo más parecido a la lucha por el poder en una campaña electoral o en el “fuego cruzado” de los nombramientos eclesiásticos. Cuando es el espíritu es el poder, no hay quien se entienda. En Pentecostés hay un buen espíritu, un espíritu santo: amor, paz, comprensión. Por eso, se entendieron. La mayor parte de los siete dones del Espíritu de Jesús, hacen referencia al entendimiento, la comprensión, la sabiduría, etc…

  1. Un texto muy significativo

Jesús no hizo nunca una campaña electoral, pero sí que en su discurso programático de Jesús, cuando comienza su tarea en Nazaret podemos ver que:

El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia de Dios. (Lucas 4,18-19)

         El espíritu cristiano, el espíritu de Jesús es buena noticia (Evangelio), libertad, audacia, luz (atardecer), bondad, gratuidad, alegría, paz y perdón. entendimiento y comprensión

El Espíritu de Jesús vendrá a nuestra vida personal, a nuestras parroquias, a nuestra diócesis, a las comunidades religiosas en la medida en que busquemos y vivamos en verdad (luz), libertad y en paz, respetándonos y perdonándonos; amando y buscando la verdad, respetando a “partos, medos, elamitas, vascos y españoles, blancos y negros.

El Espíritu del Señor estará entre nosotros cuando seamos capaces de respetar y cultivar con libertad y sin totalitarismos teologías diversas, plurales, la teología de la liberación y otras más clásicas, celebrando con creatividad la Eucaristía, la penitencia con absolución individual y general.

Vivir en tal estilo de Jesús es bueno, hace bien, construye nuestra vida.

  1. La persona espiritual no triunfa en esta vida.

Muchas veces no nos será fácil ni cómodo vivir conforme al Espíritu de Jesús. La persona espiritual no triunfa en esta vida: ni en el orden político, ni en el orden económico, ni en el cultural, ni en el eclesiástico. Pensemos en tantos y tantos que han amado la Verdad, la Utopía, la cultura, el Reino de Dios; pensemos en tantos y tantos que han vivido y han muerto humildemente, entregados a la misión, a la Verdad, al sindicalismo, a la ciencia; médicos entregados a su vocación y a los enfermos, humildes maestros vocacionados y entregados, religiosos y religiosas sencillos que han vivido del idealismo del Reino de Dios, padres y madres de familia que han procurado sembrar el Espíritu del Señor.

Solía decir el P. Llanos que él vivió el evangelio como un fracasado. Su esperanza fue siempre más escatológica que histórica. Mantuvo una esperanza y un espíritu fuertes entendidos simplemente el término de un deseo transcendente, una nostalgia de Dios.

  1. Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el espíritu santo.

         “Exhalar el aliento” es la misma expresión que emplea el Génesis cuando Dios inspira su hálito vital sobre el barro humano.

Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. (Gn 2,7).

         Los humanos por nosotros mismos somos un puñado de barro. Muchas veces en la vida andamos, como los primeros discípulos, tristes, decepcionados por las mil circunstancias que nos pueden sobrevenir.

Nos hace bien vivir del espíritu del Señor, tener su tono vital, “consuelo” y bondad. Necesitamos también unos ideales nobles y sanos, un espíritu bueno para llegar a ser vivientes, humanistas, creativos. Algo de todo eso es el espíritu que Dios y Cristo nos infunden. Vivimos cuando estamos impregnados de respeto, convivencia, libertad, paz.

Recibid espíritu santo

[1] Resulta curioso cómo en el Vaticano I  la infalibilidad era una prerrogativa del papa, en el Vaticano II la infalibilidad se amplía al colegio episcopal (colegialidad. Y ya el papa Francisco dice que la infalibilidad es una nota de toda la Iglesia (laicos incluidos).

[2] los que somos de mayo del 68´, le llamaríamos utopía.

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30-31 de mayo del 2020 Pentecostés con los once, las mujeres, María y los hermanos de Jesús: Eclosión de vida, ocultamiento de mujeres

Sábado, 30 de mayo de 2020
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Pentecostes_0c883f5a325ae5bb91169650abffa9d9Del blog de Xabier Pikaza:

Hech 1, 13-14: Vigilia por excelencia, la Gran Noche de espera de creación de los cristianos

Expuse hace dos días la promesa de Jesús, según el Evangelio de Juan: Conviene que  me vaya, para que venga el Espíritu. Esta noche, 30-31 de Mayo, en el contexto de Pentecostés, celebramos  el cumplimiento de esa promesa:

«Subieron a la sala superior donde se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el celota y Judas el de Santiago. Todos estos perseveraban con un mismo interés en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,13-14).

¡Un lujo, un robo/ocultamiento de mujeres!

 Un lujo de mujeres: Ciertamente, están once (Doce menos uno), lo que queda del proyecto  fracasado de los Doces de Jesús… Pero todo lo demás son casi sólo mujeres: las mujeres sin más, es decir, las compañeras de Jesús, a las que se añade  María, su madre, y un un grupo de hermanos/familiares de Jesús, entre los que puede haber varones (Santiago, Cleofás…), pero entre los que hay sobre todo mujeres.  Éste es un campo poco estudiado de la historia primitiva de la Iglesia, en la que intervienen, sobre todo, mujeres de la familia de Jesús.

16.4.1.El-Descenso-del-Espiritu-Santo_Evangelio-de-Rabula_siglo VIUn robo de mujeres. Basta fijarse en las “imágenes” canónicas, es decir, oficiales de Pentecostés. Sistemáticamente se han borrado las mujeres “amigas” de Jesús (con Magdalena, Salomé…) y las mujeres de la familia (entre ellas varias marías). Este es un “robo inocente”, es decir, no intencionado… y por eso peor, más delictivo. Es el robo no leer los textos, de respetar los orígenes… En el Pentecostés del libro de los Hechos la mayoría son mujeres… Pero todas han sido borradas,  para quedar sólo con Doce Varones (¡olvidando que son once fracasados)… y una mujer de honor en medio.

    Muy piadoso el icono de los Doce Obispos con la Madre en el centro… olvidando la función de la Madre de Jesús… con el sentido de los once primeros. Hay mucho camino recorrido, pero mucho que tiene que ser desandado, para retomar la marcha en la buena dirección.

Esta representación oficial de Pentecostés en la Iglesia ha sido un robo de mujeres. Ha servido para exaltar a Once varones santos (todos los clérigos de la iglesia posterior), con una mujer  única, que es muy-muy importante, pero que no es la única, ni está cumpliendo aquí (en estos iconos de los doce con ella) su verdadera función evangélica.

 El 95% de las representaciones de Pentecostés ponen a 11/12 varones que se han “apoderado” del Espíritu de Jesús, con una mujer en medio (que es la Madre, muy importante como signo, pero sin autoridad real). Haced un esfuerzo, buscad en google: Pentecostés, imágenes o iconos. Tendréis que sudar para encontrar un pentecostés de mujeres (1):

Quién es quién en Pentecostés de Hechos

Primero están los once varones, cuyos nombres se citan expresamente (cf. también Lc 6,14-16, pero con judas).Son un grupo importante, pero no son los “Doce para siempre”. Ellos garantizan la continuidad entre la vida-mensaje de Jesús y el comienzo de la Iglesia. Pero no están todos… Son once, número siempre imperfecto… El Espíritu Santo no viene sobre el “colegio apostólico”, porque el colegio se ha roto en la muerte de Jesús y todos los esfuerzos por recrearlo han sido vanos. Son importantísimos, son esenciales….

Pero son el grupo fracasado de Jesús, y sólo desde ese fracaso pueden volver a empezar… Hecho los pone al principio, pero no son el principio del principio de la Iglesia, donde aparecen con igual o más importancia las mujeres de la cruz, de la tumba vacía y de la pascua. Los iconos de Pentecostés les  ponen sin embargo sólo a ellos, con la madre. Menos mal que hay algunos clásicos como El Greco que meten alguna mujer más junto a la Madre.

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Junto a los once están las mujeres. El texto (syn gynaixin) resulta indeterminado y podría referirse a diferentes tipos de personas (por ejemplo a las esposas de los apóstoles). Pero es evidente que en el fondo de Lc-Hch ellas son, al menos, las mujeres que acompañaron a Jesús desde el principio: María Magdalena, Juana, la mujer del funcionario Cuza, Susana y muchas otras (cf Lc 8,3). Han servido a Jesús, le han visto morir (Lc 23,49); son testigos de su entierro (Lc 23,55-56) y, sobre todo, testifican el misterio de su tumba abierta (Lc 23,56-24,11)14.

Sin su presencia en la primera comunidad la Iglesia hubiera perdido un elemento fundante de la historia y plenitud del Cristo. Todo nos lleva a pensar que el Pentecostés de la Iglesia empezó con ellas. Ellas fueron las primeras que recibieron el Espíritu de Jesús, en un lugar familiar, llamado el “cenáculo”, que es algo así como el lugar donde ellas recrean la comunidad de Jesús… Sin estas mujeres no había habido Pentecostés. Éste es su lugar, el Cenáculo de la Iglesia, la Cámara del Espíritu Santo, según la tradición: 

2574802Están, al mismo tiempo, los hermanos/as de Jesúsque forman un grupo bien determinado, como en 1 Cor 9,5 (tois adelphois autou). Pertenecen a la familia del Señor, interpretada en un sentido extenso, como entonces se entendía en el oriente 15: Ellos ofrecen el testimonio de la humanidad de Jesús, de su familia, tan insignificante, perdida y poco culta, en Nazaret de Galilea (cf. Mc 6,1-6). Han sido en un principio adversarios de Jesús y han rechazado su camino mesiánico (cf. Mc 3,20-21.31-35; Jn 7,3.5.10). Pues bien, en un momento determinado, quizá a partir de la experiencia pascual de Santiago (cf. 1 Cor 15,7), que aparece como portavoz , estos familiares han aceptado a Jesús (cf. 1 Cor 9,5; Gál 1,19), formando con los once  y mujeres amigas el principio de la nueva Iglesia.

   Lo más sorprendente de estos hermanos/as de Jesús de los que nos habla con toda precisión Mc 3 y M 6, están representados básicamente por mujeres.  En contra de la visión que ofrece Pablo de los “hermanos-varones” de Jesús, el evangelio de Marcos (con los otros tres) ofrece una auténtica saga de las hermanas/familiares de Jesús. Ellas forman con las mujeres/amigas el principio de Pentecostés.

mujeres-1080x627Ellos aportan la prueba de los orígenes de Jesús, el recuerdo de su familia concreta entre los hombres. Un Jesús sin hermanos, sin crecimiento compartido, sin tradición asumida crítica-mente no sería verdaderamente humano.

En medio, entre las mujeres y los  hermanos de Jesús, está su madre, a la que se llama con su nombre,  María. Literariamente (si el kai, es decir “y” que le une a las mujeres ) se podría suponer que ella está integrada en el grupo de mujeres. Habría, según esto, tres grandes componentes de la Iglesia: apóstoles, mujeres y parientes. Sin embargo, es mucho más probable que ese kai (y) que le vincula a mujeres-parientes sea disyuntivo, de modo que ella forme grupo aparte. María tiene su propia personalidad, aporta una experiencia irrepetible y diferente en el conjunto de la Iglesia17. Así lo suponemos en las notas que ahora siguen.

Qué hace cada grupo

Para entender lo que implica el surgimiento de esta primera comunidad donde se encuentra María como miembro distinguido, es conveniente que tracemos, al menos de manera hipotética, el transcurso de los hechos que van de la pascua a Pentecostés

Los once, impactados por el juicio-cruz, se han dispersado, volviendo a Galilea, donde el mismo Jesús vuelve a su encuentro (cf. Mc 16,7; Mt 28,7.10). Parece seguro que en esta conversión pascual ha intervenido poderosamente Simón (cf. Lc 22,32; 24,34; 1 Cor 15,5), que ahora confirma su nombre de Cefas-Pedro, fundamento de la Iglesia 19. Evidentemente, la experiencia pascual les lleva a Jerusalén, donde esperan la revelación definitiva de Jesús, Mesías de Israel, Hijo de Hombre escatológico. Pero ea conversión de Simón está vinculada de manera radical a las mujeres amigas de Jesús, según Mc 16, 1-8. Sin ellas no habría podido haber Pentecostés en la Iglesia.

PentecostesLas mujeres han quedado desde el principio en Jerusalén, donde han encontrado el sepulcro abierto. No sabemos cómo han seguido actuando después. ¿Han corrido a Galilea para comunicar su experiencia a los apóstoles? (cf. Mc 16,7; Mt 28,10). No podemos precisarlo. Lo cierto es que han hecho lo que han hecho: Unas mujeres nos han sobresaltado, dicen los de Emmaús (Lc 23). Sin este sobresalto de las mujeres no habría existido Pentecostés. Lo cierto es que las hallamos luego en Jerusalén, formando la primera Iglesia, con los apóstoles.

Estas mujeres forman el sobresalto fundante de la Iglesia…, ellas han sido y siguen siendo Pentecostés… por más que una y otra vez, pintores de cuadros y jerarcas varones de la Iglesia las hayan expulsado fuera del lugar oficial del Espíritu Santo…  Sin ellas no puede hablarse hoy de Pentecostés de la Iglesia

Sobre la integración de los parientes/hermanos de Jesús  sabemos poco, quizá porque estudiamos poco las cosas profundas.   Podemos suponer que ellos hicieron un  fuerte por Jesús, un duelo transformado en experiencia pascual de resurrección y de Pentecostés. Según la costumbre judía, la madre y hermanos se habrían reunido una semana y luego un mes en llanto riguroso y luto por Jesús, el muerto. En un momento determinado, quizá por el testimonio de las mujeres, quizá por eclosión interior, su llanto se hizo fiesta, la ausencia de Jesús se volvió Pentecostés(2).

   Este Pentecostés de los “hermanos/hermanas” de Jesús fracaso en un sentido… Triunfaron los pagano-cristianos, con Pablo. Quedó asfixiada la Iglesia judeo-cristiana de los hermanos/hermanas de Jesús, “cogidos” como entre un pinza, entre los cristianos gentiles y los judíos rabínicos… Estos hermanos/hermanas de Jesús tienen que ofrecernos todavía su versión de Pentecostés, para que la iglesia renazca de verdad. 

María, la madre. En este espacio pascual, que ha de entenderse como nuevo nacimiento, encontramos a María. Ella, que había recorrido un largo camino de fidelidad fundado en la presencia maternal y engendradora del Espíritu (cf. Lc 1,26-38), debe caminar de nuevo, muriendo con Jesús y renaciendo en el conjunto de la Iglesia. Pues bien, ahora no se encuentra sola, no tiene una palabra propia, aislada, irrepetible (como en Lc 1,38). Su palabra se ha vuelto universal y su experiencia es experiencia de todos los creyentes que, en torno a ella, esperan la plenitud de Jesús resucitado.

¿Qué hacen los diversos miembros Iglesia reunidos? Quizá al principio lloraban por el hijo, hermano, amigo asesinado. Pero el llanto se convierte en gozo (cf. Jn 20.11-18), el dolor en nuevo nacimiento (cf. Jn 16,19-21). Enriquecidos por la nueva presencia de Jesús, sus fieles se han juntado porque esperan ya el fin de este mundo. El mismo Señor había anunciado la llegada de su Reino

Unión y oración

¿Esperaban la llegada del Reino de Dios?  Así lo supone la pregunta del “día” de la Ascensión: «¿Es este el tiempo en que vas a establecer el reino de Israel?» (Hch 1,6). Jn 20,19 nos dice que los fieles de Jesús se hallaban reunidos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En una actitud semejante, de gozo desbordado y de temor, parecen encontrarse los grupos de que trata Hch 1,13-14. Dos son las palabras que describen su experiencia: unanimidad y plegaria. 23

Los fieles se mantenían unánimes (homothymadon), en gesto que recuerda y anticipa la actitud posterior de la Iglesia ya constituida (Hch 2,44-47; 4,32-35). Pues bien, en nuestro caso, la nueva comunión no es todavía consecuencia del Espíritu, que debe revelarse. La comunión deriva de Jesús y es principio de manifestación definitiva de su Espíritu. Hasta ahora los diversos grupos se encontraban separados: apóstoles, hermanos, mujeres… La misma madre de Jesús había hecho su camino aislada. De ahora en adelante todos ellos forman como un cuerpo, van constituyendo y realizando esa nueva personalidad comunitaria que es la misma verdad personal del Espíritu de Dios que se explicita sobre el mundo.

Los fieles se mantienen en plegaria, se reúnen para orar (en proseukhé).El texto posterior dice que «estaban sentados» (Hch 2,2), quizá en actitud litúrgica de celebración del pentecostés judío. Ciertamente, su plegaria se halla abierta hacia el futuro de Jesús a quien esperan como el gran libertador, que ha de venir a transformar su vida antigua, inaugurando el Reino sobre el mundo.

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“Anunciar a Jesús guiados por el Espíritu”, por Consuelo Vélez.

Lunes, 8 de julio de 2019
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im27340anunciad-la-salvacion-pngDe su blog Fe y Vida:

Después de la resurrección del Señor Jesús, los apóstoles esperaban que Él restaurara el reino de Israel. Pero Jesús les dice que no son esos planes los que Él va a realizar, sino que les enviará el Espíritu Santo para que ellos sean sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra. Así lo relata el libro de Hechos de los Apóstoles. Más aún, continúa diciendo el texto, que después Jesús sube al cielo y los apóstoles se quedan mirando hacia arriba. Entonces, se aparecen unos ángeles que les dicen ¿qué hacen mirando al cielo? El mismo Jesús que ha subido al cielo, volverá. En realidad, lo que querían decir era que, de una vez por todas, vivieran como resucitados, es decir, se dedicaran al anuncio del reino hasta que Jesús volviera.

Por eso, celebrar la resurrección y alegrarnos porque la vida ha vencido la muerte, solo tiene sentido cuando lo testimoniamos con nuestra propia vida. Jesús resucitado ha de vivir a través nuestro. Ahora nos toca la tarea hasta que él vuelva. Y ¿cuál es la tarea de los que nos sentimos discípulos de Jesús resucitado? Seguir anunciando el reino de Dios con todo lo que este conlleva. El reino de Dios es justicia social, es fraternidad, es inclusión de todos, es paz, es generosidad, es reconciliación, es amor. Todo eso es lo que estamos llamados a vivir para hacer posible la resurrección en nuestra realidad. Cada uno debe pensar cómo puede hacerlo posible en su vida. Y no dudar en dedicarse a hacerlo real. La gracia del espíritu de Jesús no nos faltará para realizar esta tarea. En tiempos como estos, donde hay tanta necesidad de personas dispuestas a transformar la realidad para que el reino de Dios se haga presente, ojalá, Jesús pueda contar con nosotros plenamente.

Si seguimos el relato del libro de Hechos, vemos que después de la ascensión del Señor a los cielos, Jesús cumple su promesa de enviar al Espíritu Santo. Todos estaban reunidos y de repente se oyó un estruendo como de un viento recio que soplaba y llenó toda la casa donde estaban. Se aparecieron, entonces, unas lenguas parecidas al fuego, y se asentaron en la cabeza de los que estaban allí reunidos. De esa manera quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les inspiraba que hablaran. Muchos otros que estaban allí presentes, los escucharon hablar en su propia lengua y se quedaban asombrados. Pero otros se burlaban, creyendo que estaban borrachos.

La experiencia de Pentecostés puede considerarse el impulso definitivo para la expansión de la iglesia. Desde los inicios se constata que es una invitación libre que muchos pueden acoger pero que también muchos otros pueden rechazar. La fe no se impone, sino que se comunica y ha de aceptarse libremente. Gracias a ese momento inicial, hoy podemos palpar como, siglo tras siglo, en medio de muchas luces y sombras, el empuje evangelizador no cesa y la experiencia de ser movido por el Espíritu de Jesús continúa en muchas personas. Es interesante el dato de que cada uno oía a los discípulos hablar en su propia lengua. Significa sin duda, la necesidad de inculturar el mensaje en los diferentes contextos y abrirse a los nuevos desafíos. No es que en el mundo haya menos fe. Tal vez es que no sabemos hablar en el lenguaje actual. Dejemos entonces que el Espíritu nos ayude a reconocer cómo anunciar hoy a Jesucristo confiados en que, así como abrió los corazones de los primeros, hoy también lo sigue haciendo con todos aquellos a los que llega el mensaje que anunciamos.

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Ante una iglesia que muere. Es tiempo del Espíritu

Martes, 11 de junio de 2019
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fuego-espiritu-santoDel blog de Xabier Pikaza:

Pentecostés 2. Una historia de amor

Retornar al principio, la Iglesia es Pentecostés

Muchos piensan que la iglesia está acabando en occidente, con la muerte del entorno sagrado y la vejez de sus instituciones. Pues bien, en contra de eso, en este  tiempo de Pentecostés, quiero afirmar que nuestro tiempo (a principios del siglo XXI) es un momento bueno para que la Iglesia eleve su palabra y su experiencia de Dios, que es camino de amor, entrega apasionada, enamorada, en la que cada persona es en sí saliendo hacia las otras (siendo en ellas).

En ese fondo se vinculan el amor que es Dios en sí (Trinidad inmanente) y el amor entre los hombres (Trinidad económica, enamoramiento, iglesia). No hay dos verdades, una de Dios, otra de los hombres. No hay dos leyes o formas de ser: una de potencia (Dios), otra de sometimiento (los hombres). Dios existe en sí, siendo proceso y culminación, camino y meta, dolor y gracia, en la vida de los enamorados y en la iglesia. En ese contexto podemos añadir que Dios es la hondura y sentido trascendente e inmanente de la vida humana, en su identidad individual (esquema trinitario de San Agustín), en su despliegue racional (modelo de Hegel) y en el diálogo comunitario, en gratuidad (Ricardo de San Víctor)… En ese contexto quiero presentar la visión de Juan de la Cruz sobre el Espíritu Santo.

1.PRINCIPIO TEÓRICO:  EL ESPÍRITU SANTO

Pentecostes De forma erudita quiero recordar siete formas de plantear el tema del Espíritu Santo en la tradición de la Iglesia. Todas son aproximaciones

  (1) Los Padres griegos entendieron a Dios como el ser originario que se expande y se expresa en su Dýnamis (Logos) y en Enérgeia (Pneuma), de manera que todo es despliegue y comunión de vida, sin volverse nunca totalidad impositiva, sin dejar de ser infinito en su ser y en su hacerse, en su ser que es hacerse .

(2) San Agustín  Interpretó la Trinidad desde el modelo de la mente que se sabe y ama: soy (Padre) al conocerme (idea, Hijo) y amarme, Espíritu Santo). Este modelo, que aplica a Dios un esquema de personalización individual (en conocimiento y amor), es bueno, pero olvida o margina el aspecto comunitario y dialogal de la Trinidad, pues la comunicación inter-personal es inseparable de la intra-personal.

(3) Ricardo de San Víctor afirma que Dios persona (Padre) al darse gratuitamente, suscitando de su entraña al Hijo, para compartir con él el gozo de ser, espirando juntos, en amor compartido, la gracia suprema del Espíritu Santo: la comunión que es Dios se expresa en cada comunión inter-humana.

(4) Hegel describió la Trinidad de Dios como un proceso histórico y social que desborda la interioridad personal (San Agustín) y el diálogo de un grupo pequeño (Ricardo de San Víctor). Su esquema es sugerente y sitúa el tema trinitario en el centro de la Ilustración moderna, abriendo un campo de experiencia y búsqueda racional que debe ser asumido por los teólogos. De todas formas, Hegel puede correr el riesgo de entender a Dios como necesidad lógica, como una ley del pensamiento, negando su libertad personal para el amor y la comunicación de libertades.

(5) Los nuevos planteamientos de la teología de género, que estaban empezando a desarrollarse. lo mismo que el diálogo con las religiones , han abierto nuevos campos de experiencia y compresión trinitaria, en diálogo con la antropología cultural y con las grandes culturas espirituales del mundo.

(6)  Otros autores, como Amor Ruibal y Zubiri  han hecho en España, volvieron a la visión original de los Padre Griegos, no para repetirla, sino para re-formular la Trinidad y el pensamiento cristiano desde la perspectiva del dinamismo del ser y de la relación personal, abriendo un camino teológico que aún no ha culminado.

(7) Finalmente, los grandes pensadores trinitarios del siglo XX (S. Boulgakov, K. Barth y K. Rahne) han querido entender la fe trinitaria desde la perspectiva del despliegue del espíritu, es decir, de la auto-revelación y auto-donación de Dios, abriendo caminos que aún debemos recorrer. El futuro de la reflexión trinitaria está abierto, el camino se nos muestra como apasionante. Gracias a Dios, no existen soluciones dadas, sino misterios y tareas que se abren a medida que llamamos a su puerta, para abrirse y abrirnos de nuevo ante nuevos misterios.[1]

CON SAN JUAN DE LA CRUZ

    1003-large_defaultA partir de lo anterior quiero recordar en este tiempo del Espíritu Santo  la teología de San Juan de la Cruz… elaborando con (desde) él una visión del Espíritu Santo.

Dios es amor enamorado, que vive en sí viviendo fuera de sí; pero en un “fuera” que no es exterioridad sino interioridad compartida, como he destacado en un libro titulado precisamente   Amor de hombre, Dios enamorado. Una alternativa.  No se trata de una alternativa más, sino que esta es la alternativa cristiana, el descubrimiento emocionado de la novedad de Dios. La Cábala judía había supuesto que Dios se retiraba, suscitando en su interior un tipo de vacío, para que pudiera surgir de esa manera el mundo, la historia de los hombres. Pues bien, entrando en ese silencio y vacío de misterio, la tradición cristiana confiesa que Dios es amor enamorado, comunión que abre un espacio y camino de amor para los hombres.

           San Juan de la Cruz ha superado una ontología de la sustancia (del ser en sí, absoluto), lo mismo que una filosofía moderna del pensamiento y de la ley, de la dialéctica racional y la violencia,  para pensar y presentar al hombre, desde una perspectiva metafísica, como relación de amor, como un viviente que sólo existe y se mantiene en la medida que se entrega y relaciona, desde y con los otros, vinculando de esa forma esencia y existencia, ser y hacerse, intimidad y encuentro interhumano.

Sólo al interior del Dios enamorado podemos hablar de un amor de hombre  pues el hombre no existe encerrándose en sí mismo (como sujeto de posibles accidentes, ser explicado y definido por sí mismo), sino sólo recibiendo el ser de otros y abriéndose a ellos, viviendo así en la entraña del mismo ser divino (que es relación de amor, encuentro de personas). Más que animal racional o constructor de utensilios, pastor del ser o soledad originaria, el hombre es auto-presencia relacional, ser que se descubre en manos de sí mismo al entregarse a los demás, en gesto enamorado de creación y vida compartida. Leer más…

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En la persona de su Espíritu

Lunes, 10 de junio de 2019
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Del blog de Amigos de Thomas Merton:

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“Es importante que todos, tanto en Occidente como en Oriente, recordemos la necesidad que tenemos del Espíritu Santo, no como algo fuera de lo normal, como una ocurrencia repentina, sino como una realidad siempre presente, algo que forma parte de nuestras vidas.

El Espíritu Santo es una dimensión central y primaria en el estadio presente de nuestra existencia, porque es él quien lleva adelante la obra de formar la nueva creación y de transformarlo y restaurarlo todo en Cristo”.

“Cuanto más estamos solos tanto más estamos juntos; y cuanto más nos hallamos en sociedad, la verdadera sociedad de la caridad, no de las ciudades, tanto más estamos con Él a solas. Pues en mi alma y en la tuya hallo al mismo Cristo que es nuestra Vida, y Él se halla a Sí mismo en nuestro amor, y todos juntos hallamos el Paraíso, que es compartir Su Amor por Su Padre en la Persona de Su Espíritu”.

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Thomas Merton

pentecostes

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Un nuevo Pentecostés para la Iglesia de hoy

Lunes, 10 de junio de 2019
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2018-05-20-pentecostes-01-426x380JuanZapatero Ballesteros
Sant Feliú de LLobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 03/6/19.- “Residían en Jerusalén judíos devotos de todas las nacionalidades que había bajo el cielo. La gente quedó desconcertada, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua ” (Act 2, 5-6).

El hecho de oír decir que vivimos en un mundo globalizado ya no nos sorprende. Los medios de comunicación nos lo evidencian a cada instante. Resulta difícil ignorar el bienestar de los países ricos y la miseria en que se encuentran sometidos casi dos tercios de los habitantes del planeta. Por otra parte, las diferencias culturales y religiosas son un hecho al que nos hemos acostumbrado a verlo ya como signo de riqueza, en vez de considerarlo un impedimento para la convivencia; aunque a nivel práctico nos resulte complicado muchas veces vivirlo como tal riqueza.

Se engaña quien sigue pensando que el cristianismo es en sí mismo la religión verdadera, que hay que imponer a los demás, puesto que el resto de las religiones están equivocadas. Sabemos, por ejemplo, que la religión cristiana no es la más numerosa, sólo por utilizar el hecho cuantitativo.

Por otra parte, existe, al menos en teoría, una tendencia cada vez mayor de cara a respetar las formas y maneras de pensar, de creer, de opinar, etc. de las personas entre sí. He puntualizado la expresión “en teoría”, porque la vida real deja mucho que desear, sobre todo en ciertos lugares y momentos.

Vistas así las cosas y con una constatación similar, fuera una ingenuidad por parte de la Iglesia creerse que se encuentra todavía en una época de cristiandad; donde la última palabra la tiene ella y, por lo mismo, todo el mundo la debe acatar.

Por lo tanto, si nos atenemos a las palabras del comienzo, yo diría que en nuestro mundo vive, al igual que en aquella fiesta de Pentecostés en Jerusalén, gente de toda raza, condición, cultura y religión. Gente, por tanto, bien plural y diversa que espera “buenas noticias” que le hagan la vida más ligera para conseguir vivir lo más feliz posible.

Insisto, pues, que es ante esta sociedad plural y diversa que se encuentra nuestra Iglesia de hoy. Y, en contra de lo que a menudo piensa o imagina la propia Iglesia, esta sociedad plural y diversa no tiene ningún interés de verla como enemiga o contrincante.

Al contrario, esta sociedad tan cansada como está, lo que espera es que haya personas y colectivos que la alarguen la mano para levantarse y poder continuar caminando. ¡Y ya le gustaría que la Iglesia la ayudara!

Por eso, yo diría que la sociedad de hoy en día espera de la Iglesia fundamentalmente dos cosas. Por un lado, un lenguaje inteligible para todas personas. Un lenguaje entendido no sólo como palabras, sino como manera de actuar y de hacer. Esto quiere decir que se está haciendo demasiado tarde como para que los dogmas se sigan manteniendo como algo esencial. Como tampoco tiene ningún sentido seguir hablando de preceptos y de obligaciones, sobre todo a nivel litúrgico y sacramental, los incumplimientos de los cuales conllevaría un pecado (por usar el mismo lenguaje eclesial) que a su vez supondría una pena; que, a su vez, valga la redundancia, quedaría expiada con otros cumplimientos de los cuales es mejor no hablar.

La gente de nuestro mundo plural espera también un cambio en la manera de vivir, más pobre, humilde y solidaria, de las personas que se consideran cristianas. De todas y de todos: empezando por el fiel más bajo hasta acabar con el Obispo de Roma (el Papa).

Espera también unas liturgias más sencillas, que ayuden a la gente que las celebra a conectar de verdad con la infinitud del Dios amor. Liturgias que hoy en día, en cambio, no hacen sino conducir a todo lo contrario, como es al aburrimiento, debido muchas veces al lenguaje que allí se utiliza y a las parafernalias que siguen los que las presiden: sacerdotes y, sobre todo, obispos y Papa.

Esta nuestra sociedad plural de hoy espera que la Iglesia haga todos los esfuerzos y más por inculturalizarse; es decir, bajar a los niveles que las demás personas, según épocas y países, puedan entender. No a la inversa: es decir, esperar o exigir que los demás se pongan a su nivel que, si no cambian las cosas, continuará por mucho tiempo siendo el nivel “romano” (o europeo, para ser más exactos). Y así podríamos seguir añadiendo un largo etc.

La segunda cosa sobre la que quisiera incidir es sobre este lenguaje evangélico que debería usar la Iglesia, dejando bastante de esquina o arrinconando del todo el lenguaje del Derecho Canónico.

Un lenguaje cargado de amor, de perdón, de misericordia, de comprensión, de piedad, etc. hacia todo un montón de personas que, por circunstancias diversas, sufren mucho.

Ahora estoy pensando en parejas que han fracasado en su proyecto de compartir sus vidas y que, después de haberlas rehecho, se las impide participar de lleno en la comunión eclesial.

También me vienen a la mente aquellas otras que, por mantener una orientación sexual diferente, no sólo quedan excluidas de participar también de manera plena en la Iglesia, sino que se las niega la posibilidad de celebrar públicamente su proyecto de vivir juntos el amor.

O aquellos sacerdotes o religiosos que, debido a una ley tan inhumana y opuesta a la Ley Natural, como es el celibato obligatorio, por muy arraigo que posea a nivel de Tradición dentro de la Iglesia, se les aparte del ministerio sacerdotal; cuando al fin y al cabo el sacerdocio es una llamada (una vocación) a celebrar en medio de una comunidad los misterios de la salvación; mientras que el celibato es sencillamente un carisma.

Y ya que he comenzado con la experiencia de aquel Pentecostés de hace dos mil años en Jerusalén, quisiera terminar lanzando al aire una pregunta: ¿no será que nuestra Iglesia de hoy en día tiene mucho miedo, confía demasiado en sus estructuras y poco en el Evangelio, y por eso vive encerrada, como un día vivieron encerrados también los apóstoles en Jerusalén?

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Espíritu Santo, ven…

Domingo, 9 de junio de 2019
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“Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano, Cristo queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un dominio, la misión proselitismo, el culto una evocación, la praxis humana una moral de esclavos…

Pero en el Espíritu Santo el cosmos es elevado a gemidos de parto del Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa comunión, la autoridad un servicio, la misión es un pentecostés, la liturgia un memorial y una anticipación, la praxis humana queda divinizada”

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Ignacio IV,
patriarca de Antioquía

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Pentecost-fire

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros.

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

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Juan 14, 15-16. 23b-26

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Jesús nos envía al Espíritu para que pueda llevarnos a conocer del todo la verdad sobre la vida divina. La verdad no es una idea, un concepto o una doctrina, sino una relación. Ser guiados hacia la verdad significa ser insertados en la misma relación que tiene Jesús con el Padre; significa llegar a ser partner en un noviazgo divino. Esa es la razón por la que Pentecostés es el complemento de la misión de Jesús. Con Pentecostés, el ministerio de Jesús se hace visible en plenitud. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en ellos, su vida queda «cristificada», esto es, transformada en una vida marcada por el mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. La vida espiritual, en efecto, es una vida en la que somos elevados a ser partícipes de la vida divina.

Ser elevados a la participación de la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no significa, sin embargo, ser echados fuera del mundo. Al contrario, los que entran a formar parte de la vida espiritual son precisamente los que son enviados al mundo para continuar y llevar a término la obra iniciada por Jesús. La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos inserta de manera más profunda en su realidad. Jesús dice a su Padre: «Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí» (Jn 17,18). Con ello nos aclara que, precisamente porque sus discípulos no pertenecen ya al mundo, pueden vivir en el mundo como lo ha hecho él (cf. Jn 17,15s). La vida en el Espíritu de Jesús es, pues, una vida en la cual la venida de Jesús al mundo -es decir, su encarnación, muerte y resurrección- es compartida externamente por los que han entrado en la misma relación de obediencia al Padre que marcó la vida personal de Jesús. Si nos hemos convertido en hijos e hijas como Jesús era Hijo, nuestra vida se convierte en la prosecución de la misión de Jesús.

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H. J. M. Nouwen,
Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular,
PPC, Madrid 2000.

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“El Espíritu es de todos”. Pentecostés – C (Jn 20,19-23)

Domingo, 9 de junio de 2019
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08-PENTEC-CNuestra vida está hecha de múltiples experiencias. Gozos y sinsabores, logros y fracasos, luces y sombras van entretejiendo nuestro vivir diario llenándonos de vida o agobiando nuestro corazón.

Pero con frecuencia no somos capaces de percibir todo lo que hay en nosotros mismos. Lo que captamos con nuestra conciencia es solo una pequeña isla en el mar mucho más amplio y profundo de nuestra vida. A veces, se nos escapa, incluso, lo más esencial y decisivo.

En su precioso libro Experiencia espiritual, K. Rahner nos ha recordado con vigor esa «experiencia» radicalmente diferente que se da siempre en nosotros, aunque pase muchas veces desapercibida: la presencia viva del Espíritu de Dios que trabaja desde dentro nuestro ser.

Una experiencia que queda, casi siempre, como encubierta por otras muchas que ocupan nuestro tiempo y nuestra atención. Una presencia que queda como reprimida y oculta bajo otras impresiones y preocupaciones que se apoderan de nuestro corazón.

Casi siempre nos parece que lo grande y gratuito tiene que ser siempre algo poco frecuente, pero, cuando se trata de Dios, no es así. Ha habido en ciertos sectores del cristianismo una tendencia a considerar esa presencia viva del Espíritu como algo reservado más bien a personas elegidas y selectas. Una experiencia propia de creyentes privilegiados.

Rahner nos ha recordado que el Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón del ser humano pues el Espíritu es sencillamente la comunicación del mismo Dios en lo más íntimo de nuestra existencia. Ese Espíritu de Dios se comunica y regala, incluso, allí donde aparentemente no pasa nada. Allí donde se acepta la vida y se cumple con sencillez la obligación pesada de cada día.

El Espíritu de Dios sigue trabajando silenciosamente en el corazón de la gente normal y sencilla, en contraste con el orgullo y las pretensiones de quienes se sienten en posesión del Espíritu.

La fiesta de Pentecostés es una invitación a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en todos nosotros, no para presentarla como un trofeo que poseemos frente a otros que no han sido elegidos, sino para acoger a ese Dios que está en la fuente de toda vida, por muy pequeña y pobre que nos pueda parecer a nosotros.

El Espíritu de Dios es de todos, porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido ni anhelo que brota del corazón de sus hijos e hijas.

José Antonio Pagola

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“El Espíritu Santo os lo enseñará todo”. Domingo 09 de junio de 2019. Pentecostés

Domingo, 9 de junio de 2019
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33-pentecostesC cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11:  Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Salmo responsorial: 103:  Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan 20,19-23:  Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

En el presente ciclo C pueden utilizarse tambien las siguientes lecturas:

Romanos 8, 8-17: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Juan 14, 15-16. 23b-26: El Espíritu Santo os lo enseñará todo

Nota 1: Este año, como ciclo C, hay otras lecturas posibles este día; consúltese esta fecha en el calendario litúrgico (http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario), o directamente aquí:

http://servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20100523&cicloactivo=2010&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0

Nota 2: Como casi todas, Pentecostés no es una fiesta originariamente cristiana (propuesta por Jesús) ni siquiera israelita (decidida por Israel), sino una celebración que es parte de una cultura religiosa que siempre está en evolución, y se acomoda y se enriquece con el transcurso del tiempo y la sucesión de las distintas vivencias del pueblo. Como «Fiesta de las Semanas» o «de la Cincuentena», en Israel fue una fiesta netamente agraria, que celebraba el inicio de la cosecha. Se celebraba siete semanas (cincuenta días) a partir de la Pascua, para dar gracias a Dios por la nueva cosecha (cf. Ex 23,16;34,22; Lv 23,15-21; Dt 16,9-12). En el judaísmo tardío se transformó en festividad plenamente religiosa: pasó a ser memoria del don de la Ley en el Sinaí al pueblo liberado de Egipto. Para recordar o estudiar la interesante «prehistoria» de las festividades cristianas, casi desconocida, y muy iluminadora, recomendamos el clásico libro de Thierry MAERTENS, «Fiesta en honor de Yahvé». (Puede ser recogido en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca).

Sugerencias para la homilía (Escritas para el Diario Bíblico Latinoamericano en un ciclo anterior por el biblista Silvio Báez, recientemente nombrado obispo auxiliar de Managua, a quien agradecemos).

El Espíritu es la misma vida de Dios. En la Biblia es sinónimo de vitalidad, de dinamismo y novedad. El Espíritu animó la misión de Jesús y se encuentra también a la raíz de la misión de la Iglesia. El evento de Pentecostés nos remonta al corazón mismo de la experiencia cristiana y eclesial: una experiencia de vida nueva con dimensiones universales.

La primera lectura (Hch 2,1-11) es el relato del evento de Pentecostés. En ella se narra el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús al final del evangelio de Lucas y al inicio del libro de los Hechos (Lc 24,49: “Por mi parte, les voy a enviar el don prometido por mi Padre… quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto”; Hch 1,5.8: “Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días… ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo”).

Con esta narración Lucas profundiza un aspecto fundamental del misterio pascual: Jesús resucitado ha enviado el Espíritu Santo a la naciente comunidad, capacitándola para una misión con horizonte universal. El relato inicia dando algunas indicaciones relativas al tiempo, al lugar y a las personas implicadas en el evento. Todo ocurre “al llegar el día de Pentecostés” (Hch 2,1). Pentecostés es una fiesta judía conocida como “fiesta de las semanas” (Ex 34,22; Num 28,26; Dt 16,10.16; etc.) o “fiesta de la cosecha” (Ex 23,16; Num 28,26; etc.), que se celebraba siete semanas después de la pascua.

Parece ser que en algunos ambientes judíos en época tardía, en esta fiesta se celebraban las grandes alianzas de Dios con su pueblo, particularmente la del Sinaí que estaba directamente relacionada con el don de la Ley. Aunque Lucas no desarrolla esta temática en el relato de Pentecostés, seguramente conocía esta tradición y es probable que haya querido asociar el don del Espíritu, enviado por Cristo resucitado, al don de la Ley recibido en el Sinaí. En la comunidad de Qumrán, contemporánea a Jesús, Pentecostés había llegado a ser la fiesta de la Nueva Alianza que aseguraba la efusión del Espíritu de Dios al nuevo pueblo purificado (cf. Jer 31,31-34; Ez 36).

El texto de los Hechos da otra indicación: “estaban todos juntos en un mismo lugar” (Hch 2,1). Con estas palabras se quiere sugerir que los presentes estaban unidos, no sólo en un mismo sitio, sino con el corazón. Aunque no se habla de una reunión cultual, no sería extraño que Lucas imaginara a los creyentes en oración, esperando la venida del Espíritu, de la misma forma que Jesús estaba orando cuando el Espíritu bajó sobre él en el bautismo (Lc 3,21: “Mientras Jesús oraba… el Espíritu Santo bajó sobre él”; Hch 1,14: “Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de los hermanos de éste”).

Lucas utiliza en primer lugar el símbolo del viento para hablar del don del Espíritu: “De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso y llenó la casa donde se encontraban” (Hch 2,2). Aunque los discípulos estaban a la espera del cumplimiento de la promesa del Señor resucitado, el evento ocurre “de repente” y, por tanto, en forma imprevisible. Es una forma de decir que se trata de una manifestación divina, ya que el actuar de Dios no puede ser calculado ni previsto por el ser humano. El ruido llega “del cielo”, es decir, del lugar de la trascendencia, desde Dios. Su origen es divino. Y es como el rumor de una ráfaga de viento impetuoso.

El evangelista quería describir el descenso del Espíritu Santo como poder, como potencia y dinamismo y, por tanto, el viento era un elemento cósmico adecuado para expresarlo. Además, tanto en hebreo como en griego, espíritu y viento se expresan con una misma palabra (hebreo: ruah; griego: pneuma). No es extraño, por tanto, que el viento sea uno de los símbolos bíblicos del Espíritu. Recordemos el gesto de Jesús en el evangelio, cuando “sopla” sobre los discípulos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22), o la visión de los esqueletos calcinados narrada en Ezequiel 37, donde el viento–espíritu de Dios hace que aquellos huesos se revistan de tendones y de carne, recreando el nuevo pueblo de Dios.

“Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos” (Hch 2,3). Lucas se sirve luego de otro elemento cósmico que era utilizado frecuentemente para describir las manifestaciones divinas en el Antiguo Testamento: el fuego, que es símbolo de Dios como fuerza irresistible y trascendente. La Biblia habla de Dios como un “fuego devorador” (Dt 4,24; Is 30,27; 33,14); “una hoguera perpetua” (Is 33,14). Todo lo que entra en contacto con él, como sucede con el fuego, queda transformado. El fuego es también expresión del misterio de la trascendencia divina. En efecto, el ser humano no puede retener el fuego entre sus manos, siempre se le escapa; y, sin embargo, el fuego lo envuelve con su luz y lo conforta con su calor. Así es el Espíritu: poderoso, irresistible, trascendente.

El evento extraordinario expresado simbólicamente en los vv. 2-3 se explicita en el v. 4: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Dios mismo llena con su poder a todos los presentes. No se les comunica un auxilio cualquiera, sino la plenitud del poder divino que se identifica en la Biblia con esa realidad que se llama: el Espíritu. Se trata de un evento único que marca la llegada de los tiempos mesiánicos y que permanecerá para siempre en el corazón mismo de la Iglesia. Desde este momento el Espíritu será una presencia dinámica y visible en la vida y la misión de la comunidad cristiana.

La fuerza interior y transformadora del Espíritu, descrita antes con los símbolos del viento y del fuego, se vuelve ahora capacidad de comunicación que inaugura la eliminación de la antigua división entre los seres humanos a causa de la confusión de lenguas en Babel (Gen 11). “Y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les concedía expresarse” (v. 4). En Jerusalén, no en la casa donde están los discípulos, ni en el espacio cerrado de unos pocos elegidos, sino en el espacio abierto donde hay gente de todos las naciones (v. 5), en la plaza y en la calle, el Espíritu reconstruye la unidad de la humanidad entera e inaugura la misión universal de la Iglesia.

El pecado condenado en el relato de la torre de Babel es la preocupación egoísta de los seres humanos que se cierran y no aceptan la existencia de otros grupos y otras sociedades, sino que desean permanecer unidos alrededor de una gran ciudad cuya torre toque el cielo. El Espíritu debe venir continuamente para perdonar y renovar a los seres humanos para que no se repitan más las tragedias causadas por el racismo, la cerrazón étnica y los integrismos religiosos.

El Espíritu de Pentecostés inaugura una nueva experiencia religiosa en la historia de la humanidad: la misión universal de la Iglesia. La palabra de Dios, gracias a la fuerza del Espíritu, será pronunciada una y otra vez a lo largo de la historia en diversas lenguas y será encarnada en todas las culturas. El día de Pentecostés, la gente venida de todas las partes de la tierra “les oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,6.8). El don del Espíritu que recibe la Iglesia, al inicio de su misión, la capacita para hablar de forma inteligible a todos los pueblos de la tierra.

En el evangelio se narra la aparición del Señor Resucitado a los discípulos el día de pascua. Todo el relato está determinado por una indicación temporal (es el primer día de la semana) y una indicación espacial (las puertas del lugar donde están los discípulos están cerradas).

La referencia al primer día de la semana, es decir, el día siguiente al sábado (el domingo), evoca las celebraciones dominicales de la comunidad primitiva y nuestra propia experiencia pascual que se renueva cada domingo. La indicación de las puertas cerradas quiere recordar el miedo de los discípulos que todavía no creen, y al mismo tiempo quiere ser un testimonio de la nueva condición corporal de Jesús que se hará presente en el lugar. Jesús atravesará ambas barreras: las puertas exteriores cerradas y el miedo interior de los discípulos. A pesar de todo, están juntos, reunidos, lo que parece ser en la narración una condición necesaria para el encuentro con el Resucitado; de hecho Tomás sólo podrá llegar a la fe cuando está con el resto del grupo.

Jesús “se presentó en medio de ellos” (v.19). El texto habla de “resurrección” como venida del Señor. Cristo Resucitado no se va, sino que viene de forma nueva y plena a los suyos (cf. Jn 14,28: “me voy y volveré a vosotros”; Jn 16,16-17) y les comunica cuatro dones fundamentales: la paz, el gozo, la misión, y el Espíritu Santo.

Los dones pascuales por excelencia son la paz (el shalom bíblico) y el gozo (la járis bíblica), que no son dados para el goce egoísta y exclusivo, sino para que se traduzcan en misión universal. La misión que el Hijo ha recibido del Padre ahora se vuelve misión de la Iglesia: el perdón de los pecados y la destrucción de las fuerzas del mal que oprimen al ser humano. Para esto Jesús dona el Espíritu a los discípulos. En el texto, en efecto, sobresale el tema de la nueva creación: Jesús “sopló sobre ellos”, como Yahvé cuando creó al ser humano en Gen 2,7 o como Ezequiel que invoca el viento de vida sobre los huesos secos (Ez 37). Leer más…

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Hechos 1-2: Ante la Iglesia del Tercer Milenio:Vigilia y fiesta de Pentecostés

Domingo, 9 de junio de 2019
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5EFBBD05-C59B-451C-83CE-53AC6594442EDel blog de Xabier Pikaza:

Ante la iglesia 2000

 Faltan aún 10 años para que empiece la iglesia 2000, es decir, los 2000 años de una Iglesia del Espíritu Santo que, según la cronología oficial, empezó el año 30. Ante la próxima llegada del año 2030 ofrezco esta reflexiones y tareas dramáticas de la Iglesia de Pentecostés.

Comenzábamos hace 20 años (año 1999) la celebración del segundo jubileo del Nacimiento de Jesús. Fue hace muy poco  (¿qué son 20 años?) con el Papa Juan Pablo II, con una ilusión mezclada de nostalgia y miedo.

Dentro de 10 años (el 2030) celebraremos el segundo jubileo de la Iglesia, con el papa Francisco… o con aquel que le suceda. Será un jubileo bien distinto; han pasado y seguirán pasando muchas cosas desde el 1999. Tenemos que volver de nuevo al año 30 (el año 0), al comienzo de la Iglesia…

En ese contexto quiero ofrecer una reflexión de comienzo de la nueva Iglesia, desde el fuego de Dios de Pentecostés... Pondré de fondo la pascua de Jesús, con las narraciones y experiencias de María Magdalena y de María, la madre de Jesús, de Pedro y de Pablo, del Discípulo amado. Pero insistiré en el testimonio de Luchas en en libro de los Hechos (Hch 1-2). Quiero que sea una vigilia de alabanza y preparación para el tercer milenio de la Iglesia.

Preparación. Ante el fuego de Dios.

– ¿Cómo prepararnos para el fuego del Dios de Jesús que es el Espíritu, si ese fuego se enciende y arde cuando quiere, no cuando nosotros lo mandemos? ¡No podemos, y sin embargo, debemos hacerlo: Uno a uno, juntos, en familia o comunión cristiana!

‒ ¿Cómo hacerlo nosotros, si es el mismo Dios que debe alentar en nuestra vida,abriendo caminos, tendiendo puentes, curando enfermedades, perdonando pecados, llenando todo de amor y de justicia?

‒ ¿Cómo estar dispuestos a escuchar la voz, abriendo el pecho para el fuego, los ojos para la luz, los oídos para la voz, la mano para el trabajo y el abrazo…? ¿Cómo, cómo, cómo…?

Con esas y otras preguntas he redactado esta catequesis, que ha de empezar con la lectura y la oración compartida en torno al principio del libro de los Hechos (Hch 1-2). También tú empieza leyendo ese pasaje, para traducirlo así en tu vida. Quizá te baste y puedas seguir por ti mismo. Por si te ayudan te ofrezco las siguientes reflexiones.

— En el primer Pentecostés del año 30 comenzó la Iglesia de Jesús, retomando la gran inspiración del judaísmo antiguo, pero abriendo un camino de fuego y palabra para todas la naciones, y así lo ha puesto de relieve este pasaje del libro de Hechos (Hch 1-2).

— En este Pentecostés 2019 debe recomenzar tu camino por el fuego y la palabra de Dios. Toma un tiempo de reposo, para abrir así tu “alma”, con aquellos con quienes compartes tu andadura de estudio y práctica cristiana, en línea de catequesis, desde tu pasado cristiano, buscando un futuro más lleno de Dios y justicia, con todos los hermanos.

Que  toda la Iglesia avive tu fuego, impulse tu camino, con María de Pentecostés. Buena Vigilia y Pascua del Fuego de Dios, este año 2015, con todos y para todos.

COMIENZO, Hch 1-2. LUGARES Y GENTES

Al comienzo de esta catequesis será leer cuidadosamente el texto de Hch 1, la Ascensión del Señor (Monte de los Olivos) y la reunión de los primeros cristianos en la Iglesia (en el Cenáculo, habitación alta de una casa, posiblemente la sala de la Última Cena, donde se alojaban, Hch 1, 13).

Después se pasa del Cenáculo a la calle, en Hch 2, donde empieza la misión. Este comienzo es muy significativo y merece la pena que nos fijemos bien en algunos detalles. Éstos son los que yo destacaría. Vosotros, los lectores, podéis destacar otros.

Comencemos por los lugares:

‒ Monte de los Olivos (Hch 1, 1-12; cf. 1, 12). Éste es el monte de la última oración de Jesús (en el huerto de ese monte). Era el monte donde muchos judíos esperaban que llegara el Reino de Dios, según el libro de Zacarías (Zac 14, 4). Dios mismo dividiría ese monte en dos, y vendría con gloria, para imponer su reinado… Pero Jesús resucitado lleva a sus discípulos a ese monte…para decirles que el Reino no llega de esa forma por ahora… Más aún, en vez de traer el Reino de esa forma “se va” (sube al cielo…), y confía su tarea a sus discípulos: ¡que reciban el Espíritu Santo y que vayan al mundo entero como discípulos suyo (Hch 1, 8).

‒ Cenáculo (Hch 1, 12-26). Una sala amplia (la sala superior, para reuniones)… en una casa amplia, de las que había en Jerusalén para celebrar la pascua y las grandes fiestas, cuando venían los peregrinos… Ésta es la casa de la reflexión (oración…, diálogo, estudio). Será una casa para nueve días, la primera gran “novena” de la iglesia, desde la Ascensión a Pentecostés. Ése tiempo de la casa (del retiro de grupo, de la búsqueda común) es fundamental… Éste es un tiempo fundamental, no a solas, sino en grupo… para ver juntos, para recordar, para planear, para compartir…

‒ La calle (Hech 2). Pero los discípulos no pueden quedarse en el cenáculo, en clausura miedosa, en nostalgia dolorida, esperando que llegue Jesús y que resuelve él nuestra tarea. Nos ha dejado una misión, tenemos que afrontarla, recibiendo el Espíritu, saliendo a la calle, empezando por Pedro (hoy el Papa Francisco), todos… Ésta es la misión, la gran tarea. Salir a la calle de Jerusalén, a la plaza, a los mercados y escuelas, a los lugares de marginación, diciendo que Jesús ha tocado nuestra vida con su Espíritu.

Jesús nos ha dejado su tarea:

Ha culminado su camino, ha realizado su obra: Ha proclamado el mensaje, ha muerto y ha resucitado. Ciertamente, el sigue con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos, como sabe y dice Mt 28, 16-20, pero está de otra manera, no como antes. Está de un modo más honda, dejándonos su tarea, para que nosotros la continuemos.

Es bueno que Jesús  se haya ido, como dice el texto de la Ascensión (Hch 1, 1-11). Se ha ido, se han cubierto las “nubes” de Dios, en la altura, donde está “sentado” (culminada su obra) y “de pie” caminando con nosotros. Nos ha dejado con pena, no podemos tocarle como antes (como le quería tocar María Magdalena)… Pero es bueno que Jesús se haya ido, de una forma externa, para darnos su Espíritu (como dice él mismo en su discurso de despedida: Jn 13-17). Leer más…

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Domingo de Pentecostés. Ciclo C.

Domingo, 9 de junio de 2019
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pentecostes1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que Pablo encontró cierta vez en Éfeso un grupo de cristianos desconocidos. Algo debió de resultarle raro porque les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando comenzasteis a creer?” La respuesta fue rotunda: “Ni siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo”. Si Pablo nos hiciera hoy la misma pregunta, muchos cristianos deberían responder: “Sé desde niño que existe el Espíritu Santo. Pero no sé para qué sirve, no influye nada en mi vida. A mí me basta con Dios y con Jesús”. Esta respuesta sería sincera, pero equivocada. Las palabras que acaba de pronunciar las ha dicho impulsado por el Espíritu Santo. Tiene más influjo en su vida de lo que él imagina. Y esto lo sabemos gracias a las discusiones y peleas entre los cristianos de Corinto.

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Los corintios eran especialistas en crear conflictos. Una suerte para nosotros, porque gracias a sus discusiones tenemos las dos cartas que Pablo les escribió. La disputa que originó la lectura de hoy no queda clara, porque el texto, para no perder la costumbre, ha sido mutilado. Quien se toma la pequeña molestia de leer el capítulo 12 de la 1ª carta a los Corintios, advierte cuál es el problema: algunos se consideran superiores a los demás y no valoran lo que hacen los otros. Como si un arquitecto despreciase, y considerase inútiles, al delineante que elabora los planos, al informático que trabaja en el ordenador, al capataz que dirige la obra y, sobre todo, a los obreros que se juegan a veces la vida en lo alto del andamio.

La sección suprimida en la lectura (versículos 8-11) describe la situación en Corinto. Unos se precian de hablar muy bien en las asambleas; otros, de saber todo lo importante; algunos destacan por su fe; otros consiguen realizar curaciones, y hay quien incluso hace milagros; los más conflictivos son los que presumen de hablar con Dios en lenguas extrañas, que nadie entiende, y los que se consideran capaces de interpretar lo que dicen.

Pablo comienza por la base. Hay algo que los une a todos ellos: la fe en Jesús, confesarlo como Señor, aunque el César romano reivindique para sí este título. Y eso lo hacen gracias al Espíritu Santo.

Esta unidad no excluye diversidad de dones espirituales, actividades y funciones. Pero en la diversidad deben ver la acción del Espíritu, de Jesús y de Dios Padre. A continuación de esta fórmula casi trinitaria, insiste en que es el Espíritu quien se manifiesta en esos dones, actividades y funciones, que concede a cada uno con vistas al bien común.

Además, el Espíritu no solo entrega sus dones, también une a los cristianos. Gracias al él, en la comunidad no hay diferencias motivadas por el origen (judíos – griegos) ni por las clases sociales (esclavos – libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también elimina las diferencias basadas en el género (varones – mujeres). Hoy día somos especialmente sensibles a la diferencia de género. No podemos imaginar lo que suponía en el siglo I las diferencias entre un esclavo (por más cultura que tuviese) y un ciudadano libre, ni entre un cristiano de origen judío (algunos se consideraban lo mejor de lo mejor) y un cristiano de origen pagano, recién bautizado (para algunos, un advenedizo). [Solo hay un tema en el que ha fracasado el Espíritu: en unir a independentistas y nacionalistas].

En definitiva, todo lo que somos y tenemos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos: Os manifiesto que nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no es movido por el Espíritu. Hay diversidad de dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de funciones, pero el mismo Señor; diversidad de actividades, pero el mismo Dios, que lo hace todo en todos. A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, forman un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido del mismo Espíritu.

¿Cómo comenzó la historia? Dos versiones muy distintas.

            Si a un cristiano con mediana formación religiosa le preguntan cómo y cuándo vino por vez primera el Espíritu Santo, lo más probable es que haga referencia al día de Pentecostés. Y si tiene cierta cultura artística, recordará el cuadro de El Greco, aunque quizá no haya advertido que, junto a la Virgen, está María Magdalena, representando al resto de la comunidad cristiana (ciento veinte personas, según Lucas). Pero hay otra versión muy distinta: la del evangelio de Juan.

            La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            Lucas es un entusiasta del Espíritu Santo. Ha estudiado la difusión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Siria, la actual Turquía y Grecia. Conoce los sacrificios y esfuerzos de los misioneros, que se han expuesto a bandidos, animales feroces, viajes interminables, naufragios, enemistades de los judíos y de los paganos, para propagar el evangelio. ¿De dónde han sacado fuerza y luz? ¿Quién les ha enseñado a expresarse en lenguas tan diversas? Para Lucas, la respuesta es clara: todo es don del Espíritu.

            Por eso, cuando escribe el libro de los Hechos, desea inculcar que su venida no es solo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Algo que se prepara con un largo período de oración (¡cincuenta días!), y que acontecerá en un momento solemne, en la segunda de las tres grandes fiestas judías: Pentecostés. Lo curioso es que esta fiesta se celebra para dar gracias a Dios por la cosecha del trigo, inculcando al mismo tiempo la obligación de compartir los frutos de la tierra con los más débiles (esclavos, esclavas, levitas, emigrantes, huérfanos y viudas).

            En este caso, quien empieza a compartir es Dios, que envía el mayor regalo posible: su Espíritu. Y lo envía no solo a los apóstoles (los obispos) sino a toda la comunidad, «unas ciento veinte personas».

            El relato de Lucas contiene dos escenas (dentro y fuera de la casa), relacionadas por el ruido de una especie de viento impetuoso[1].

            Dentro de la casa, el ruido va acompañado de la aparición de unas lenguas de fuego que se sitúan sobre cada uno de los presentes. Sigue la venida del Espíritu y el don de hablar en distintas lenguas. ¿Qué dicen? Lo sabremos al final.

            Fuera de la casa, el ruido (o la voz de la comunidad) hace que se congregue una multitud de judíos de todas partes del mundo. Aunque Lucas no lo dice expresamente, se supone que la comunidad ha salido de la casa y todos los oyen hablar en su propia lengua. Desde un punto de vista histórico, la escena es irreal. ¿Cómo puede saber un elamita que un parto o un medo está escuchando cada uno su idioma? Pero la escena simboliza una realidad histórica: el evangelio se ha extendido por regiones tan distintas como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia y Cirene, y sus habitantes han escuchado su proclamación en su propia lengua. Este “milagro” lo han repetido miles de misioneros a lo largo de siglos, también con la ayuda del Espíritu. Porque él no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios».

            Al llegar el día de pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.

            Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios».

La versión de Juan 20, 19-23

            Muy distinta es la versión que ofrece el cuarto evangelio. En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

El final lo constituye una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!».

            Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

            Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».

            Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».

Reflexión final

            Los textos dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. Hoy es buen momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu y lo que podemos pedirle que más necesitemos.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo fenómeno es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

[1] Es lo que sugiere el texto litúrgico, que traduce ruido en los dos casos. El texto griego usa dos palabras distintas: “ruido” (h=coj) y “voz” (fwnh,). Cabe pensar que el ruido del viento se escucha solo en la casa, y lo que hace que la gente se reúna es la voz de la comunidad cristiana que alaba a Dios.

 

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Domingo de Pentecostés. 09 junio, 2019

Domingo, 9 de junio de 2019
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“…el Espíritu Santo, (…),

será quien os lo enseñe todo

y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

(Jn 14, 25-26)

 

¡Bienvenida, Santa Ruah!

Año tras año te espero impaciente, esta noche es como la noche de Reyes, vienes tú con tus siete dones y yo te espero entre ilusionada y nerviosa.

¿Qué me regalarás este año? Y sea el año que sea, y me encuentre como me encuentre, ¡aciertas! Me das justo lo que necesito.

Fortaleza, Piedad, Temor de Dios, Ciencia, Sabiduría, Entendimiento y Consejo ¡SIETE! Y aunque con los años ya me han ido tocando todos, y alguno más de una vez, la verdad es que siempre son nuevos.

Pero te diré algo: es verdad que me ilusiona recibir algo de ti, pero sobre todo me ilusiona recibirTE a ti, Espíritu Santo, como esa hermosa persona de la Trinidad que eres, conversar contigo, dejar que seas tú quien me lo enseñe todo y me vayas recordando las palabras y los gestos de Jesús.

Sí, me gusta descubrirte como presencia cercana, viva. Como presencia amiga. Más, mucho más que un fuego, una paloma… También tú, Santa Ruah, eres Trinidad, eres Dios como lo son el Padre y el Hijo. Y es así, cercana como una mano amiga, como te descubro yo en mi vida. Y me alegra inmensamente tenerte de nuevo entre mis cosas, en mi cotidianidad en este tiempo especial, en este nuevo pentecostés.

¡Bienvenida Santa Ruah! ¡Entra!, y ponlo todo a tu gusto, ¡estás en tu casa!

Entra en nuestra Iglesia y en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y en nuestros corazones y haz lo que tú sabes: ¡descolócanos!

¡Haz sonar la música del Reino! ¡Y sácanos a bailar! a danzar, que nada ni nadie se quede quieto.

Y para terminar oremos con esa oración que resuena a través de los siglos:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No podemos pensar un Dios que no sea Espíritu

Domingo, 9 de junio de 2019
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07278g-entender-espiritualidadJn 20,19-23

Rematamos el tiempo pascual con tres fiestas. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo y vivirlo.

Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada de Dios ESPÍRITU. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés, en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.

El relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lc nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad; no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos que había utilizado ya el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.

El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lc narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, convertida en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. En Jn, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día de Pascua.

No es fácil superar errores. No es un personaje distinto del Padre y del Hijo, que anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO más allá de toda imagen antropomórfica. No es un don que nos regala el Padre o el Hijo sino Dios como DON absoluto que hace posible todo lo que podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.

Es difícil interpretar la palabra “Espíritu” en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante es una fuerza invisible pero eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades. El significado primero era el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida y nos abre una perspectiva muy interesante.

En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: “concebido por el Espíritu Santo.” “Nacido del Espíritu.” “Desciende sobre él el Espíritu.” “Ungido con la fuerza del Espíritu.” “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.

En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu. De esa fuerza, nace la comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.

La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo… que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.

No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas, a las que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos debíamos proponernos como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, psicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos el campo de posibilidades.

La experiencia del Espíritu es de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado para justificar privilegios y poder.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

En la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender como hemos ido devaluando la presencia del Espíritu en la celebración de la eucaristía: Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hace sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder especial, que ha llegado a ser mágico, a las palabras que hoy llamamos “consagración”.

La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones ideológicas. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.

Meditación

Toda vida espiritual es obra del Espíritu.
Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo.
Yo necesito a Dios para ser.
Él me necesita para manifestarse.
No debo manipularlo, sino dejar que me cambie.
No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Paz con vostros

Domingo, 9 de junio de 2019
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36244E4A-285A-4918-83FC-34692789685CLa paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia (Baruch Spinoza)

9 de junio. FESTIVIDAD DE PENTECOSTÉS

Hch 2, 1-11

De repente vino del cielo un ruido -¿pero es que puede haber ruido en el cielo?- como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban (v 2)

Los discípulos, como es natural, estaban todos asustados, y su temor necesitaba que los ruidos de la tierra se calmaran. Los ecos de las voces del entorno son trompetas estridentes que nos impiden escuchar al Espíritu, que sin cesar nos habla.

Jn 20, 19-23.

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: Paz con vosotros (v19)

Shalom: Paz a vosotros. Quiere decir: “Que Dios os conceda todo lo necesario para vivir en amistad con Él, en fraternidad con el prójimo, y calma dentro de vosotros mismos”. Con y en vosotros.

San Pablo dijo a los Filipenses: Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros.

Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con la Ley no escrita en tablas de piedra sino en el corazón de los creyentes. Un cuerpo místico de Cristo, dado a luz espiritualmente por la Virgen María, y no en un establo de pastores con vacas y con bueyes, sino en una sala de palacio en el Reino de los cielos con ángeles y trompetas.

“Que haya paz en todos los tiempos”, dicen los Vedas, los libros más antiguos de la India. Y Confucio dice en el primer capítulo de La gran sabiduría:

“Cuando se alcanza el verdadero conocimiento, entonces la voluntad se hace sincera; cuando la voluntad es sincera, entonces se corrige el corazón […]; cuando se corrige el corazón, entonces se cultiva la vida personal; cuando se cultiva la vida personal, entonces se regula la vida familiar; cuando se regula la vida familiar, entonces la vida nacional tiene orden; y cuando la vida nacional tiene orden, entonces hay paz en este mundo. Desde el emperador hasta los hombres comunes, todos deben considerar el cultivo de la vida personal como la raíz o fundamento”

“Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar” (Winston Churchill). Una tierra abonada que nos hace crecer como personas, sorteando el peligro de quedarnos siendo perennemente enanos, no sólo físicamente, que sería lo menos importante, sino moral y espiritualmente. Cuando un hombre no puede progresar, deja de ser un hombre.

Baruch Spinoza, un judío bíblico del siglo XVII, se acordó del Pentecostés evangélico y dijo: La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia.

Con frecuencia llama Jesús a nuestra mente y nos pide posada. Abrirle el corazón es lo sensato.

ÉL, YO Y MI CASA

Una noche de amores llamó a mi puerta.

………………………..

Yo le esperaba.

……………………….

Y al abrirla me dijo:

Paz a esta casa”.

Nos hicimos Uno, nos hicimos dioses.

Él, yo, la puerta y ¿cómo no? … ¡la casa!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El soplo del Espíritu: Osadía y lucidez

Domingo, 9 de junio de 2019
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pentecostes-8Jn 20, 19-23

Con la fiesta de Pentecostés terminamos el tiempo de Pascua. Este acontecimiento cierra un ciclo que revela la identidad trascendente de Jesús y de todo ser humano en su dimensión más profunda, dando pleno sentido a nuestra fe cristiana. En este texto del evangelio de Juan, simbólicamente narrado, la consciencia de la resurrección ocurre en el primer día de la semana. Nace una nueva interpretación del tiempo que parece haber superado la percepción judía. La resurrección ocurre al amanecer, el soplo del Espíritu al atardecer. El día queda completado como un movimiento que integra toda la realidad de la vida.

Para comprender este texto, sería interesante mirar cómo se va desarrollando el proceso de transformación de los discípulos(as) tan tremendamente importante. Se dan tres posiciones conectadas entre sí, pero al mismo tiempo reveladoras de lo que ocurre en todo camino humano y creyente. La primera posición nos habla de cómo estaban situados los discípulos tras la muerte de Jesús: con miedo y las puertas bien cerradas. Esta posición es lógica tras la experiencia de fracaso que habían vivido. Cuando la frustración vital nos viene se despierta toda una gama de sensaciones paralizantes, la desconfianza se convierte en un obstáculo para ver con lucidez lo que ocurre. Ellos están cerrados al cambio; el perímetro de sus vivencias bordea la vida de Jesús que había terminado en tragedia. Sin expectativas y sin perspectiva.

Necesitaban, realmente, una experiencia que rompiera esta espiral de desesperanza. Y es esta desesperanza la que se convierte en roca de fe para una nueva visión del ser humano. Son capaces de percibir a Jesús en medio de ellos y comprender la dimensión humana y divina del resucitado. Jesús es historia viva y se convierte en el espejo de toda la humanidad: vivimos en este mundo, pero existe una realidad trascendente, atemporal y eterna que nos abre a una nueva dimensión de sentido. Y se genera la segunda posición: todos miran al centro, perciben a Jesús en medio de ellos y se llenan de alegría. Esta alegría no es una euforia que les evade de la realidad sino una vivencia muy profunda como fruto de haber descubierto el “centro” y todo lo que brota de ese lugar; el centro personal pero también el centro comunitario.

En una perspectiva diferente de esta escena podemos ver a todos alrededor y Jesús como foco central. En la raíz de esta experiencia nace la Iglesia, la comunidad cristiana querida por Jesús. Todos los miembros equidistantes con respecto al centro, ocupando la misma órbita, pero en responsabilidades diferentes. Nos recuerda al texto de Marcos 3 31-35 cuando María de Nazaret va a buscar a su hijo porque ya estaba en conflicto evidente con el judaísmo. Es la escena más limpia y completa de la Iglesia naciente: María, los hermanos y hermanas alrededor y vinculándose a Jesús a través de su Palabra. ¿Y qué nos ha pasado? ¿Por qué nos cuesta tanto sentirnos cómodos e identificados con esta imagen de la Iglesia? Una escena que vuelve a repetirse en Pentecostés, pero con una nueva presencia: el Espíritu de Jesús.  Es este el parto de la Comunidad cristiana que ha cambiado el miedo por la alegría y la confianza, la cerrazón por la apertura, la verticalidad jerárquica por la circularidad de los seguidores y seguidoras. Es el parto del discipulado de iguales, una posición creyente en la que la referencia de esta Comunidad no es un cargo, un ministerio patriarcal, un liderazgo, una doctrina o una moral dogmatizada, sino Jesús vivo como Espíritu en medio de los creyentes, insuflando, fuerza, libertad, unidad, energía de amor, diversidad de carismas y moviendo hacia la plenitud.

Arraigados ya en esta experiencia, aparece la tercera posición movida por el soplo del Espíritu con la invitación a recibirle en cada momento de la vida. Una nueva posición de osadía y lucidez para percibir aquello que hay que transformar. Jesús cede toda la responsabilidad al discipulado y los acompaña desde el centro, empodera su presencia en la historia como cocreadores(as) de una nueva humanidad; no estamos ante un envío para anunciar un mensaje que repite frases mecánicamente sino para discernir lúcidamente aquello que debe ser integrado, perdonado según el texto bíblico y lo que debe ser denunciado, pecados retenidos como apunta Juan.

Hagamos de esta fiesta de Pentecostés una oportunidad para renovar nuestra fe, nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia de iguales que Jesús quería, nuestro vínculo con su Espíritu y nuestra identidad trascendente inseparable de Dios.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

9 de junio de 2019

Fuente Fe Adulta

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