La Cruz Gloriosa
Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.
Estaríamos enajenados hasta el punto de permitirnos el lujo de buscar a Dios, en las horas cómodas del ocio, en templos lujosos, en liturgias pomposas y a menudo vacías, y de no verle, oírle y servirle allí dónde está, y nos espera, y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima de la injusticia de la que somos, muy a menudo, cómplices?
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Don Helder Camara,
“Un pensamiento para cada día”,
Médiaspaul, 2010
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Orar, es penetrar despacio, tranquilamente,
En el silencio de Dios,
Dejar a Dios darse y darme su silencio,
Para que pueda dejar mi corazón
latir al unísono del suyo,
dejar mi respiración entrar
En la respiración de Dios,
Dejarme penetrar por Su presencia,
Darme cuenta cada vez más
de que Dios está dentro de mí,
No, evidentemente, para evitar a mis hermanos
Sino para llevarles más,
Porque es verdaderamente imposible acercarse al crucificado
Sin acercarse a los crucificados del mundo entero.
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Jean Vannier
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En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
1Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.
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Juan 3,13-17
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Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.
Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.
El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.
La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.
Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada – y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.
La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado .
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G. di S. M. Maddalena,
Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss
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La Iglesia católica Romana, muchos grupos protestantes y ortodoxos celebran la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre, ya que ese día es el aniversario de la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335 de la era actual, tras haber sido descubierta la cruz por Santa Elena. También se dice que ese día se conmemora la recuperación de la Cruz por Heraclio en el 628 de manos de los persas, quienes la habían llevado a Ctesifonte tras tomar Jerusalén en 614. En la liturgia se tiene constancia de esta celebración desde el siglo IV. En la liturgia romana celebra este día como “fiesta del Señor“, segunda categoría litúrgica entre las fiestas de los santos, celebrándose en todas las iglesias. Si cae en domingo, tiene preferencia ante la celebración dominical. El color litúrgico del día es el rojo. Tradicionalmente, en esta fiesta se exponen las reliquias de la Santa Cruz, si existen en el templo, u otras cruces.
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