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Para que pase el invierno (con carta al “pederasta” de Reus)

Jueves, 4 de diciembre de 2014
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imagesLeído en el blog de Xabier Pikaza:

Ya no tengo duda, nos espera un duro invierno, tiempos de inmensa decepción, gran frío, que deberán convertirse en época de siembra.

Nos habían educado para una Iglesia triunfante, vencedora de guerras como la de España (1936-1939), una iglesia que podía imponerse por su número y su brillo, dictando lecciones de moralidad y buen gobierno a todos.

Llenábamos los templos en el culto, todos eran nuestros, extendíamos al mundo entero nuestro ejemplo de Iglesia limpia y verdadera, frente a los demás poderes que debían estarnos sometidos.

A pesar del Vaticano II (1962-1965) ese proyecto de Iglesia se ha mantenido hasta ayer, de la mano de Mons Rouco en España (y en algún sentido de la mano restauradora de Juan Pablo II). Pero los últimos ecos de campana de ese tipo clerical y dominador de Iglesia se están apagando en España (no hablaré aquí de otros países).

People walk over a bridge in the grounds of the Charlottenburg Castle during heavy snowfall in BerlinSe anuncia a lo lejos una primavera, pero antes tiene que pasar el gran invierno, tiempo de frío y de do hogar, para descubrir la verdad de lo que somos (confesando lo que fuimos), pues sólo podremos ofrecer y extender nuestros valores si confesamos nuestras deficiencias y reparamos nuestros pecados. No estaría mala volver a las fuertes amenazas de Isaías y de Juan Bautista (¡es Adviento!) para poder esperar la primavera.

No se trata de pasar el invierno mano a mano, esperando que escampe y que pasen los hielos, sino comprometiéndonos a vivir en la verdad,con examen de conciencia, contrición de corazón, confesión de boca… y camino concreto de enmienda, no sólo unos pocos individuos (que serían los malos), sino todos, la Iglesia entera, pues somos en conjunto responsables, como seguiré diciendo.

Sólo así, en este largo invierno que vamos a pasar, se podrá encender la lumbre de la nueva primavera que esperamos en la Iglesia. Éste es mi diagnóstico, seguido por una carta dirigida a JA, a quien la prensa ha llamado el pederasta de Reus.

PARA QUE PASE EL INVIERNO

No puedo hablar de otros, voy en el mismo carro

Quizá estoy viendo el tema de manera demasiado narcisista, como clérigo que he sido intensamente a lo largo de cuarenta años (del 1963 al 2003), para retirarme después a la “vida privada”, escribiendo cada año un libro de teología o de vida cristiana, cosa que pienso seguir haciendo, Dios mediante, con Mabel, en los años que nos queden de vida.

No sé bien lo que podíamos haber hecho, pero es evidente que hemos hechos muchas cosas mal, y me refiero ya en concreto a los casos y casos y casos de pederastia clerical que se irán conociendo, fatídica y gozosamente en los próximos días y meses. Bastará leer la prensa: los cuatro o más de la presunta trama de Granada, el mercedario de Reus, el médico de Barcelona… Irán saliendo casos y casos, pues los hay, sin duda.

Fue una situación explosiva aquella de los seminarios masivos de los años cincuenta a los ochenta y hasta noventa del siglo pasado. Había “vocaciones” reales, se hizo mucha ayuda social (miles y miles y miles de españoles pudieran estudiar por los seminarios, y han sido después grandes profesionales…), pero en conjunto aquella situación, y un tipo de presbíteros que se formaron no habían pasado por el crisol y el cernidor de la madurez afectiva y personal.

Como otros muchos de mi generación, conozco (conocía) muchos casos, pero no se podía hablar, por un tipo de silencio y secretismo, porque sabías que en la Iglesia no se te escucharía, porque el Estado no tenía tampoco medios (ni voluntad, ni legislación) para intervenir en estos casos, o porque quizá (como otros muchos) no tuve la talla ni la valentía para entrar en esos temas.

No tiene sentido decir hoy (año 2014) que debíamos haber denunciado sin más en el 1960 o incluso en el 1990 por eso, porque simplemente no se podía, ni civil, ni religiosamente. Ahí está el “pecado”, que la Iglesia entonces no se diera cuenta (o no quisiéramos darnos cuenta, ni la sociedad civil), que así pasáramos y triunfáramos sobre los “cadáveres” (los marcados sexuales y afectivos) de cientos de jóvenes y de adolescentes utilizados.

Voy a recordar un tiempo viejo

No puedo tratar aquí de nuestra vida en el seminario, con sus grandísimos valores, con sus duras sombras. No tengo aún distancia para recordar detalles, aunque en conjunto fue un tiempo de apuesta por Dios y su Evangelio, en una comunidad mercedaria a la que quiero, pues fue y sigue siendo mi casa. Hay varios casos más, pero quiero recoger aquí uno que me ha marcado hasta el día de hoy, en lo positivo y negativo.

Hacia el 1974, recién llegado de profesor a Salamanca, conocí a una familia normal de otra región. Uno de sus hijos venía a estudiar a la ciudad y trabé gran amistad con sus padres y con la hija pequeña, un sueño de niña (unos 14 años) que me habló de la catequesis, pues quería conocer cosas y cosas de religión y yo era “teólogo”, algo que le sonaba muy alto.

A los dos meses me llamó el padre. La niña había tomado las pastillas, y la habían podido salvar in extremis con un lavado de estómago. Tomé el primer tren, recorrí cientos de kilómetros y hablé con la niña (me dejaron con ella) una tarde entera en un parque, bajo un sol invernal enfermo. No hice más que escuchar, dejé que me hablara, y me hablo llorando. El caso era claro. El cura catequista, en quien ella más confiaba, había intentado violarla. No supo reaccionar de otra manera, se le rompió su vida por dentro, y a la mañana siguiente, tomó pastillas y pastillas de aspirinas y otras cosas que encontró en la casa, cuando fueron sus padres al trabajo…

Despertó a la vida otra vez por suerte, porque alguien volvió a casa y la vio inconsciente. Simplemente lloré con ella, y le dije que lo contara a su padre, que yo llamaría al obispo… Ella se me puso en pie y me hizo jurar: “Al padre no”, porque tenía una escopeta en casa y mataría al cura, “al obispo tampoco”, porque se enterarían todos los de la catequesis… Lo dejé así, la niña “salió”, y desde aquel día no fue nunca más a misa… (su padre sospechó algo, pero quizá no quiso saber más, simplemente me dio un grandísimo abrazo, su madre siguió llorando).

Aquella niña, BI, y tiene tres hijos (y un marido que me quiere muchísimo, pues sólo el conoce bien el caso, ni lo supo su hermano, ya muerto …). Hice mal entonces, no llamé al obispo. Fue hace 45 años. Todo era turbio, el cura aquel una HP…, pero la niña “salió” (aunque no ha bautizado a sus hijas); yo no estaba preparado para la verdad. Ni sé lo que habría hecho el obispo. Yo sabía hebreo, además de arameo, pero no me habían preparado para un caso como ése.

He conocido por “dirección espiritual” (antes se llamaba así) o por “murmuración clerical” bastantes casos más, en momentos en que se pensaba que ese era un “daño colateral”. La solución solía ser clara. Si el asunto llegaba a conocerse, se expulsaba al niño, y se mandaba al cura a Filipinas o a la Republica de Islandia (por inventar dos nombres). Lo que importaba es que todo siguiera, que la Iglesia tuviera la cara limpia.

Los “viejos” de Salamanca conocemos incluso un sonado caso de suicidio de un seminarista (fue el año 1975 o 1976). El rector de su seminario (que después ha sido un cargo clave en la Iglesia de España) habló en el sermón (¡un sermón impresionante, de poner los pelos de punta!) del Dios que a todos perdona y que recibe al suicida en el cielo; pero no aludió a las razones de su muerte, que parecían bien claras (al menos en las murmuraciones de los compañeros del muerto).

imagesq¡Dios, Dios, qué grande eres!, pensé tras el sermón…, pero no hicimos nada. Aquel seminarista no tuvo la suerte de BI, Dios le recibió en su seno. Pero nuestra Iglesia (¡la mía, yo era protagonista de ella!) tenía manchadas las manos, y más que las manos. Nos habían enseñado a “recibir al destino”, pero no supimos (o no quisimos) ver las razones humanas del mal, ni el suicidio de aquel adolescente (que había llegado al fin, a diferencia de lo que pasó con mi amiga BI (que a Dios gracias no guarda rencor de muerte, y me quiere aunque yo siga siendo cura, como ella me dice: ¡No, no lo has dejado, eres cura, pero de otra forma! Así me dice cada vez que nos vemos).

No nos habían educado para ir al fondo de la verdad, el mundo civil no tenía leyes ni interés en ese campo, el mundo de la Iglesia miraba al otro lado. Y así torcimos la mirada, como si nada pasada, cuando pasaba muchísimo. Yo leía a Hegel (me interesaba muchísimo la Fenomenología del Espíritu cap. 4), traducía cosas del hebreo, publicaba libros sobre Los Orígenes de Jesús (donde llegué a barruntar el tema). Pero no supimos ver lo que había muy cerca de nosotros, quizá por obediencia debida, por sacralización de las instituciones clericales. No sé si tenemos culpa de ello, pero sí responsabilidad. Somos en parte una generación “perdida” para el evangelio.

Dejé un tipo de clero el año 2003

Lo dejé a pesar de que me sentía muy bien en la Orden de la Merced, lo dejé básicamente por cuestiones doctrinales (me “expulsaron” de la Pontificia) y por búsqueda y encuentro de un amor concreto, radicalmente limpio, sin volver nunca la mirada al otro lado, con M., con la que vivo, con la bendición de Dios y de la Iglesia, con la firma voluntad de volver a los orígenes del evangelio.

Desde entonces no conozco ya por dentro (paso a paso) lo que ha pasado dentro de las instituciones, pero M. y yo hemos preferido vivir en un pueblo pequeño, casi como ermitaños… Pero han pasado muchísimas cosas buenas, entre ellas tres.

(a) La sociedad civil ha empezado a interesarse por la pederastia, y con toda razón considerada ya como crimen, y en ese camino debemos seguir, con todas las consecuencias, con tolerancia cero. Nuestra sociedad civil es mucho más justa y madura que en los años 60 al 90 del siglo pasado. Damos gracias a Dios por ello, estamos mucho mejor que en los tiempo gloriosos de un nacional-catolicismo que permitía de algún modo el abuso a los niños, para gloria del sistema.

(b) La Iglesia ha decidido abrir sus armarios, para que se conozcan sus “trapos sucios”, primero por presión externa (a partir de USA, a finales del siglo pasado), después por voluntad interna de verdad y de evangelio, primero con Benedicto XVI, luego con Francisco. Está siendo una apertura dolorosísima, pero necesaria humanamente, y sobre todo, evangélicamente. Si no realiza esta apertura de armarios (con verdad radical, sin exhibicionismos) nuestra iglesia se muere en dos generaciones.

(c) La gente (en especial muchos abusados) empieza a hablar, tiene que hablar, y es bueno que lo haga. Algunos como el seminarista del 1976 ya no hablarán (en este mundo, aunque su sangre sigue clamando); otros como la niña BI no hablarán por pudor, por salud mental… Pero otros muchos hablarán, algunos por simple desahogo, otros por voluntad de verdad, otros incluso con rabia (y algunos para conseguir dinero, como en USA).

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