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“Del miedo a la paz”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 19 de abril de 2015
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17012989625_060c22ba7a_mDe su blog Juntos Andemos:

Anochece, las puertas están cerradas y el miedo es señor de la casa. La desazón de la incertidumbre y el desánimo de no saber si todo el camino recorrido ha servido para algo. La sombra de la culpa, como un presentimiento o una losa, sobrevolando la habitación. Ese es el paisaje en el que se encuentran los amigos de Jesús, después de su muerte.

La experiencia de los discípulos está tan cerca de la que, tantas veces, atraviesa la vida humana, que las palabras del evangelista Juan parecen escritas fuera del tiempo, escritas para todos los tiempos. El miedo, la inquietud y el desaliento siguen preguntando si hay respuesta y salida. Y la fe busca continuamente; espera, tenaz y atrevida, que Jesús siga vivo.

Cada vez que unos muros frenan la esperanza y el miedo ciega la fe, el evangelio repite, con toda su fuerza: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?… Paz». Y recuerda que «se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros». Recuerda que Jesús sigue dando la paz.

De alguna manera, los discípulos sentían que algo se había roto y que Dios había fallado en su promesa de que jamás les iba a abandonar. Juan de la Cruz expresa vivamente esa experiencia, que visita la existencia humana cuando menos se espera y por los caminos más diversos. Y lo decía así:

«Lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios».

Es el cerco de una soledad profunda y de un sinsentido porque se experimenta que los cimientos de la propia vida se remueven bajo los pies. «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?» —dirá Juan al iniciar su Cántico Espiritual. ¿Adónde se han ido la luz y la paz?

Juan es poeta y místico por su calado humano, porque ha vivido, porque ha sentido, porque sabe por propia experiencia qué es gemir y andar dolorido y cegado. Y así, dice pronto: «En este sepulcro de oscura muerte la conviene estar [a la persona] para la espiritual resurrección que espera».

Dedicará muchas de sus páginas a acompañar la estancia en el sepulcro, para que no se pierda la esperanza ni el miedo haga estragos, tapiando definitivamente la vida. Porque ese «primer día de la semana, al anochecer», ese momento de puertas cerradas, puede prolongarse y es necesario seguir esperando al que puede traer la paz.

Juan hablará de la visita del Señor. Cierta y segura. Y no dirá que tira abajo las puertas y deshace en un instante los dolores. Hablará de una visita que se hace presente desde el interior del ser. De una presencia que aflora, como «el silbo de los aires amorosos, [como] música callada». Lenta y silenciosa pero segura e indestructible.

Dirá: «Siente el alma cierta compañía y fuerza en su interior, que la acompaña y esfuerza tanto», que empieza a abrir sus puertas. Una presencia suave y oscura, que irá iluminando todo. Así visita el Resucitado y da su paz porque se comunica a sí mismo. «Muy poco a poco» –dirá Juan– porque «se hace al paso del alma».

Esa compañía va transformando la vida y renueva las fuerzas. Solo pide la confianza, el abandono en los brazos del Amor: «Venirse a poner en las manos del que la hirió, para que, despenándola, la acabe ya de matar con la fuerza del amor». No porque Dios haya sido el causante de la pena, sino porque Él es el que aguarda, desde siempre, en el corazón humano, como herida de amor capaz de sanar a la persona entera.

Por eso, Juan dice que del «amor, cuya propiedad es echar fuera todo temor, nace la paz del alma». Y Jesús, que es la presencia viva del amor de Dios hace la paz, disuelve los miedos, abre las puertas y restablece la confianza.

Cuando Jesús dice: «Paz a vosotros», comunica que lo que el Padre ha hecho en Él, quiere hacerlo en todos. Dios quiere dar vida sin medida y sin excepción, quiere resucitar a todos.

Dios devuelve a la persona la luz y la anchura, la paz y la fuerza de vivir, regalándose a sí mismo por completo. De tal modo, que Juan escribirá que está «Dios aquí tan solicito en regalarla con tan preciosas y delicadas y encarecidas palabras, y de engrandecerla con unas y otras mercedes, que le parece al alma que no tiene Él otra en el mundo a quien regalar, ni otra cosa en que se emplear, sino que todo Él es para ella sola».

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No te equivoques…

Martes, 7 de abril de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +

En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.

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“Haz de la vida un todo que te obligue.

Qué cada etapa de la vida sea aceptada

hasta que haya logrado plenamente su fin,

es decir para que te haya enseñado

la paciencia, la armonía interior y la paz.”

*
El 11 de marzo, Vivir por el Espíritu.

***

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“Por la paz y la vida”, por Gema Juan OCD.

Jueves, 5 de febrero de 2015
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15072592446_a0761b50bd_mLeído en su blog Juntos Andemos:

«Un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor… Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho».

Estas podrían ser las palabras de un prisionero de guerra o las de un soldado, conducido por un túnel que lleva a otro puesto de combate. También las que siguen:

«Los dolores corporales tan incomportables… y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar… Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor».

Y estas, las de muchos recluidos o desplazados que no han tenido la suerte de ir a dar en un campo de refugiados, en condiciones humanas mínimamente dignas:

«Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve».

No es agradable leer estas palabras. Desde los lugares donde se vive con paz y seguridad, resultan exageradas y tal vez malsonantes, como si de alguna manera quisieran robar la tranquilidad y alterar las conciencias, sin necesidad.

Sin embargo, estas palabras no pertenecen a ninguna guerra, a ningún soldado o prisionero, a ningún refugiado. Las escribió una monja del s. XVI, Teresa de Jesús. Están escritas en un libro –Libro de la Vida– donde ella cuenta su historia de fe, su experiencia íntima de la salvación.

Desde Ucrania hasta Irak, pasando por Gaza o Siria, Honduras o Sudán… la lista de países donde está desatada o instaurada la violencia es demasiado larga para un mundo que cree ser civilizado. Las guerras, y el reguero que dejan, son infiernos y la ingente masa humana que desplazan vive el suyo particular.

Las duras palabras de Teresa relatan su experiencia del infierno. Impresiona hasta qué punto penetró en el misterio del mal. Esa vivencia la acompañará el resto de su vida y le llevó a decir: «Todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí». Quedó impreso en ella el horror que el ser humano puede vivir.

Teresa vivió esa experiencia como una de las mayores gracias recibidas, porque la visión del infierno abrió su vida a la compasión y al compromiso, de manera definitiva. Se asomó al sufrimiento humano desde los parámetros de la religiosidad de su tiempo, de modo que no podía ver refugiados o prisioneros, ni otras mil cosas, pero sí seres humanos que se perdían sin solución y no podía soportarlo.

Por eso, decía: «De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan… y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana».

El choque interno que sentía entre la inmensa misericordia que rodeaba su vida y la que parecía faltar en tantas otras, no le permitió quedarse quieta. No dudaba que la misericordia de Dios envuelve todo, pero sabía que los caminos humanos son muchas veces tortuosos y rompen la paz, hasta despojar de ella a otros.

Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad puede acercarse al infierno. Cerrar los ojos, hacer como que no pasa nada, no deja de ser algo inhumano. Teresa escribió que «en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada».

Es necesaria una respuesta. Desde unos mínimos, que ella no calla: «No me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito». Sería abrir la conciencia y ser consecuente.

Hasta acciones y elecciones vitales. Porque Teresa es la fundadora del Carmelo descalzo y ese Carmelo nació tras esta experiencia. Al darse cuenta de la inmensa necesidad humana que hay en el mundo, se dijo a sí misma: «Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese».

El compromiso cotidiano: orar, crear hermandad, hacer lo que está al alcance y vivir conforme a lo que se cree. Decir, como Teresa, «cueste lo que costare… aquí está mi vida». Todo, con tal de disminuir un poco los infiernos del mundo y de abrirlos al Dios de la vida, a quien ella decía: «No matáis a nadie -¡vida de todas las vidas!- de los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo; sino sustentáis la vida del cuerpo con más salud y daisla al alma».

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Escucha mi voz, Señor

Lunes, 12 de enero de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

 

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 Escucha mi voz, oh Señor,
porque es la de las víctimas de todas las guerras y de todo tipo de violencia
entre los individuos y los pueblos …

Escucha mi voz, oh Señor,
porque es la de todos los niños
que sufren y sufrirán
mientras la gente ponga su confianza
en las armas y la guerra …

Escucha mi voz, oh Señor,
cuando te ruego que insufles
en el corazón de todo ser humano
la sabiduría de la paz, la fuerza de la justicia
y la alegría de la amistad …

Escucha mi voz, oh Señor,
porque hablo en nombre de las multitudes que
en todos los países y todos los tiempos,
no quieren la guerra y
están dispuestos a recorrer el camino de la paz …

Escucha mi voz, oh Señor,
y danos la fuerza
para saber responder siempre al odio con el amor,
a la injusticia con un compromiso total con la justicia,
a la miseria con el compartir …

Escucha mi voz, oh Dios,
y concede al mundo tu paz eterna.

Amén.

coexist

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Tú me dices, Señor.

Jueves, 11 de diciembre de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Tú me dices, Señor:
“¡Da a cada uno el derecho al pan y al respeto,
y serás una estrella del compartir! “

Tú me dices, Señor:
¡Colma los barrancos del odio y de los celos que separan a los vivientes,
y serás una estrella del perdón!

Tú me dices, Señor:
” ¡Anuncia que toda viviente, de cualquier país,
de cualquier pecado, de cualquier inteligencia,
de cualquier trabajo, de cualquier religión,
es el hijo precioso de Dios, de la misma familia que tú,
y serás una estrella de acogida!”

Haz de nosotros estrellas, Señor,
estrellas tan brillantes en el negro de la tierra
¡Qué encontremos allí tu sonrisa de amor
alumbrando a todos los habitantes de la tierra!

*
Charles Singer
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Cuando el mundo se quiebra

Jueves, 20 de noviembre de 2014
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Cuando tu propio mundo se quiebra,
aunmenta tu conocimiento de Dios.
Eso generará la paz interior.

Cuando el mundo exterior se quiebra,
promueve la búsquedad de la verdad.
Eso generará la paz universal.

*

Rabí Nachman de Breslau (LM, I, 27)

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Shalom – Salam – Paz

Lunes, 21 de julio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Feliz el momento en el que estaremos sentados en el palacio

Tú y yo,

con dos  formas y dos rostros,  pero una sola alma.

Tú y yo.

Sentimos el Agua de Vida que fluye aquí en este preciso momento ,

Los colores del bosquecillo y los cantos de los pájaros

nos darán la inmortalidad

en el momento en el que entremos en el jardín.

Tú y yo

Las estrellas del cielo vendrán a mirarnos,

y les mostraremos la luna misma

Tú y yo

Tú y yo

Liberados de nosotros mismos nos uniremos en el éxtasis,

Felices y sin palabras vanas,

Tu y Yo.

Las aves del cielo de brillante plumaje

tendrán el corazón devorado por la envidia

En este lugar en el que seremos tan felices

Tú y yo,

Pero la gran maravilla

es que tú y yo, accurrucados en el mismo nido

Nos encontraremos en este instante

 El uno en Iraq, y el otra en Khorastant

Tú y yo

*

Rûmi

*

‘Que el Señor te bendiga y te guarde;
Que el Señor haga brillar su rostro sobre tí y te muestre su gracia;
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz.’

*

Torah, Libro de los Números (Números 6, 24-26)

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Guardemos la esperanza.

Jueves, 17 de julio de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Guardemos la esperanza

Siempre hay en alguna parte del mundo un loto que florece,

un niño que sonríe, un corazón que se abre…

Siempre hay en alguna parte dos manos levantadas para la oración,

dos brazos abiertos para la acogida…

Hay todavía unos caminos para la paz y la reconciliación.

Siempre hay una posibilidad para la amistad y el compartir.

En esta cadena invisible que nos une por encima de océanos y orillas,

cada uno de nosotros es un eslabón precioso…

Cada uno de nosotros es  sucesivamente:

El que da y el que recibe,

El que reconforta y el que es salvado. “

*

Monseñor Olivier Michel Marie Schmitthaeusler
Vicario apostólico de Phnom Penh en Camboya

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“Mística y violencia: apostar por la paz (III)”, por Gema Juan OCD.

Jueves, 3 de abril de 2014
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13045186935_91045a983c_mDe su blog Juntos Andemos:

Al comenzar esta reflexión, recordábamos con D. Sölle, esa parte esencial del mensaje cristiano que recuerda que el ser humano es capaz de cambiar. Y hemos visto que Juan de la Cruz propone un camino para hacerlo, para dejarse transformar.

Explicando esta transformación en su Cántico espiritual, dirá que el cambio consiste en dejar a Dios hacer. Lo que Él hace es evacuar todo lo que tiene ajeno de Dios, es decir, todo lo que no es amor, porque –como dirá poco después– Dios no se sirve de otra cosa sino de amor. Por eso, para Juan, apostar por la paz es poder decir: ya no tengo otro oficio, ya solo en amar es mi ejercicio. Es cambiar el móvil de la vida: todo se mueve por amor y en el amor.

En un precioso artículo sobre reconciliación*, Elías López planteaba lo siguiente:

«La cuestión es: ¿Quién quiere convertirse en un cordero de Dios junto con Jesús, para llevar la herida de ser un trabajador por la paz, y para transformar la muerte por violencia en vida de resurrección? Necesitamos «místicos políticos» (que articulen acción-pasividad y palabra-silencio) entre personas corrientes».

Juan de la Cruz, herido de amor por Dios y por la vida, lo hizo. Su vida y sus escritos lo muestran claramente. La lectura política de sus escritos sigue en ciernes pero, en todo caso, él se revela como un claro cordero de Dios, un no violento, un servidor de la paz.

Que una vida sea ejemplar es importante, pero se puede pedir algo más. El más de crear comunidad, dando otra fuerza a la propia vida. La vida de Juan resulta ejemplar, es decir, inspira y mueve, anima y sostiene. Hace sentir que es posible otra dignidad humana, otra forma de estar en el mundo. Su vida muestra una apuesta práctica y concreta por la paz.

Teresa de Lisieux, hermana y discípula de Juan, escribió: «cuando un alma se ha dejado fascinar…, ya no puede correr sola… porque el amor llama al amor». Eso hace Juan, no corre solo, convoca, crea una red espiritual, es decir, una comunidad que es un tejido de relaciones que mantiene la fuerza del deseo profundo: hacer del amor el centro y, por tanto, generar un mundo más pacífico y justo. Una comunidad unida por aquella sabiduría amorosa que da sostén al empeño de algo mejor para todos.

Juan apuesta por la justicia que lleva a la paz. Desde su atención a los enfermos desahuciados, hasta la que presta a los muchachos pobres del barrio de Ajates, durante los cinco años que vive en Ávila, pasando por la acogida en sus conventos de gentes, incluso «retraídos», es decir, algún refugiado de la época, al que recibió como uno de los suyos.

Apuesta por la implicación. Nadie, al pensar en un místico, en un escritor de obras espirituales, imagina la cantidad de kilómetros que Juan llegó a recorrer, tratando de llevar luz y consuelo. En aquellos ásperos viajes, tropezó en más de una ocasión con reyertas violentas y situaciones deshonestas, y se involucraba en ellas para poner paz y orden. No pasaba de largo, no andaba ni vivía abstraído, ajeno a lo que le rodeaba.

También entre sus hermanos actuó como mediador de paz. Aunque deseaba el silencio y la soledad, no rehuía el compromiso de la fraternidad ordinaria, desde su condición de hermano y, más veces de las que deseó, de superior.

Basta, para terminar, recordar un gesto y unas palabras de Juan que lo muestran como ese cordero con el Cordero, siervo con el Siervo que fue Jesús. Como un hombre capaz de sembrar la paz en la vida cotidiana y, a la vez, capaz de provocar a lo largo del tiempo la apuesta por la paz, desde la experiencia profunda de Dios.

El gesto se produce en Baeza, cuando el provincial de los carmelitas calzados de Andalucía se presenta en la comunidad de Juan —descalzo ya—, con un decreto por el cual tenía potestad para corregir y castigar a los frailes descalzos –cosa que con mucho interés iba a hacer. Sucedió que la justicia ordinaria eclesiástica apresó al provincial y a sus acompañantes porque el decreto había sido revocado. La respuesta de Juan fue inmediata: intercedió para que soltaran a sus propios enemigos y los llevó a su casa para obsequiarlos.

Estas palabras pertenecen a sus cartas, a la última que se conserva, escrita poco antes de morir, a modo de testamento por la paz:

Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay; como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene.

* Revista Concilium, 349

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“Mística y violencia: apostar por la paz (II)”, por Gema Juan OCD.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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13045178335_436f59b1b9_mLeído en su blog Juntos Andemos:

La pregunta por la implicación de la mística en la vida real siempre está abierta. Como si la mística necesitara continuamente un permiso de residencia en el corazón de los sufrimientos humanos, de sus esperanzas y sueños. Sin embargo, el místico está en las mismas entrañas del mundo, también donde las preguntas no tienen respuesta. Allá donde la vida libra su batalla, a veces tan dura, con sus luces y sus sombras, sus dolores y sus alegrías.

Se entiende que la pregunta permanezca abierta, porque se ha llamado mística a muchas experiencias pseudo-religiosas que producen ensimismamiento y un desentenderse de lo real. Experiencias que terminan por deshumanizar y que, por tanto, restan fuerza al empeño común por crear una vida y un mundo mejor.

Juan de la Cruz invita y enseña a vivir una experiencia de Dios sana y liberadora. Sus escritos piensan en la mucha necesidad que tienen muchas almas. Necesidad de aprender a vivir y a amar. Si es cierto que Juan habla directamente a los creyentes, presentando explícitamente un camino de unión con Dios a través del amor, también tiene conciencia muy clara de que el amor es un camino que pueden recorrer creyentes y no creyentes, y que la experiencia de liberación a través de él es posible para todos.

Por eso apunta que aunque no sea por su Dios, es decir, dejando aparte la condición creyente, hay mucho provecho en este camino, porque «adquiere libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad… adquiere más gozo y recreación en las criaturas… clara noticia para entender bien las verdades de ellas… las goza muy diferentemente, con grandes ventajas y mejorías… porque las gusta de verdad… porque penetra la verdad y el valor de las cosas».

Desde la conciencia de que la verdad y la justicia son las bases indispensables para crear la paz, nos acercamos al sentido de la no violencia en la mística de Juan de la Cruz. La no violencia es un principio de vida que afecta a todos los ámbitos: sociedad, convivencia próxima e intimidad. Un principio que presenta fuerzas positivas y rechaza la violencia para resolver conflictos.

La experiencia mística de Juan hace una propuesta muy positiva: recuperar el ser, recuperar la verdad de sí para vivir plenamente. Al menos, en plenitud creciente, siempre inacabada, porque siempre hay un futuro más prometedor para quien se abre a la luz. Juan propone un proceso por el cual se sale del autoengaño, donde la avaricia y la ambición cobran múltiples formas.

El desconocimiento de uno mismo –con la inseguridad e impotencia que genera– y la ambición –que pone por delante de todo el propio interés– producen violencia, sea cual sea el ámbito en el que se viven. Ambas cosas producen espejismos peligrosos y la necesidad creciente de tener poder –quizás el vicio más seductor y destructivo.

Pablo traduce la ambición diciendo que la raíz de todos los males es la pasión por el dinero y Colón, tan próximo ya a Juan, escribió que del oro se hace tesoro, y él es móvil de toda acción humana. Juan avisa: hay muchos al día de hoy, que sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero… haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin. Por eso propone que la existencia tenga otro móvil y otro fin y, sobre todo, muestra caminos para ser y vivir de un modo más constructivo, más positivo y más feliz.

Las nadas, tan mal entendidas, de este místico no son la negación de cuanto hay de bueno, sino una advertencia sobre el uso que hasta de lo bueno se puede hacer. Por eso, dice: cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos. Esta causa es el gozo desordenado, el mal uso o el abuso de los bienes.

Juan va a ir a las raíces de la violencia. Ha percibido que el afán de tener y de poder, cualquiera que sea la forma en que se represente y el modo en que se ejerza, produce violencia. Porque la razón y el juicio no quedan libres, sino anublados. Y marca una senda, como pedía Camus, para vivir en razón, porque la forma por la que Dios crea la paz en la persona es poniendo en razón todo su interior.

En más de una ocasión, hablará de la necesidad de una fuerte lejía para lavar y curar la sinrazón que puede apoderarse del ser humano. Porque la paz, lo mismo que la razón y el amor, no provienen de lo espontáneo, pero sí de lo más auténtico del ser. Esa lejía es la luz y sabiduría amorosa de Dios, que purga y dispone, pero a la vez, transforma.

Toda la apuesta espiritual sanjuanista está ligada a la transformación de la persona, a la confianza en que es posible renacer de otro modo, cambiar y vivir de pie sobre la verdad de uno mismo y de cuanto nos rodea. Juan está convencido de que el ser humano es capaz de vivir en paz y de generarla en su entorno.

Por eso dirá: bienaventurado el que, dejado aparte su gusto e inclinación –es decir, dejando de poner su propio interés por encima de cualquier otro—, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas. Esos serán llamados hijos de Dios, porque construyen la paz.

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“Mística y violencia: apostar por la paz (I)”, por Gema Juan OCD.

Sábado, 29 de marzo de 2014
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13045301253_7e132e8aa9_m Leído en su blog Juntos Andemos:

a paz es uno de los deseos esenciales de la humanidad desde sus orígenes, desde que el ser humano es tal y se encuentra enfrentado a fuerzas negativas que nacen de su interior o le acosan desde fuera. Por ello, cada generación puede y debe hacer su apuesta por la paz, construyendo sobre lo recibido. Y cada presente pide creatividad, empuje y una elección clara para llevar la paz adelante.

A donde quiera que llegue nuestra mirada en el tiempo, la historia de las civilizaciones cuenta la facilidad con que la violencia cobra peso y se extiende. Hace poco más de tres décadas, el psicólogo Otto Klineberg escribía: «Existe la impresión generalizada de que nos encontramos en una era de violencia, de que presenciamos un estallido excepcional de comportamientos violentos en todo el mundo. Basta, sin embargo, un breve repaso de los datos históricos para comprobar que las generaciones anteriores pudieron haber llegado a una conclusión análoga con igual justicia»*.

Hoy volvemos a tener esa impresión, la violencia se expande y encuentra lugar en el ámbito familiar y en las calles que transitamos, pero también mantiene unos tristes altos vuelos, en forma de guerras y terrorismo, cada vez más sofisticados.

La violencia –decía Häring– es una enfermedad mortal y solo una alternativa real puede curarla. Él proponía la alternativa evangélica de la no violencia. Y la verdad como uno de los medios indispensables para crear esa alternativa. Verdad que desenmascara la falsa paz, la mentira que rompe la armonía entre los seres humanos. Verdad que destapa la injusticia, del tipo que sea, porque sin justicia es imposible la paz.

Él mismo recordaba que quien está preso del engaño y la mentira, la avaricia y la ambición de poder del mundo, ni puede tener paz ni puede estar al servicio de la misma. Lo mismo decía Juan de la Cruz: «¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día!».

De alguna manera, las sociedades tienden a domesticar cuanto molesta, de modo que adormecen la conciencia crítica y la acción. Hoy, en nuestros periódicos, parece normal encontrar al lado de un crimen, un anuncio de cosmética y junto al número de muertos de la última guerra o guerrilla, la promoción de un crucero. No ocupan más espacio los muertos por causa de necesarias migraciones o el número de parados, que el número de goles de las ligas que se siguen. Y todo ello es otra forma de violencia porque consume, poco a poco, la humanidad que estamos llamados a ser.

La violencia es como una marea que afecta a la intimidad tanto como a la vida de las sociedades, en cualquier parte del mundo. Como otra peste, de la que el mismo Camus había dicho: «La única batalla razonable es el compromiso por la paz… elegir definitivamente entre el infierno y la razón».

En medio de esto ¿qué hacen los místicos? ¿Les importa todo esto? Y, la mística ¿aporta algo?

La enfermedad de la violencia es curable, pero es necesario un cambio profundo. ¿Es posible? D. Sölle insistía en que uno de los mensajes fundamentales del cristianismo es que los hombres son capaces de conversión. Y aún añadía que «fe significa tener participación en el poder creativo y sanador de Dios».

Pues bien, ahí tiene su campo la experiencia mística, en el punto que reconoce a Dios como la mano amorosa que puede curar y transformar el corazón humano, y al creyente como quien puede dar paso a esa transformación, como quien es capaz de cambiar. Dios aumenta la anchura humana hasta lo insospechado y así, Juan de la Cruz decía que el ser humano tiene capacidad infinita porque lo que en él puede caber, que es Dios, es profundo e infinito.

Apostar por la paz es elegirla y procurarla. Es crearla, inventarla hasta sacarla de los pozos profundos donde a veces está hundida. Merece la pena la apuesta porque, como decía Juan, «no puede el hombre humanamente en esta vida poseer cosa mejor que aquello que trae paz y tranquilidad y recto y ordenado uso de la razón».

Antes y después de afirmar tal cosa, dedica muchas páginas a mostrar por qué caminos se va hacia la paz y por cuáles hacia la intranquilidad y el desasosiego profundo, los caminos por los que, finalmente, se llega a la violencia, cualquiera que sea la forma en que se ejerza.

Así se implica el místico. Lo veremos en su vida y en su palabra. Su experiencia y su vida vuelta a Dios le llevan a hacer tres cosas: vivir vuelto a los demás, implicándose en su sufrimiento, intentando abrir caminos que hagan mejor la vida de todos. Tratar por todos los medios de transmitir aquello que ha comprendido —en parte por ello, mística y escritura están tan ligadas. Y, por último, crear redes, romper aislamientos a través de la confianza que produce el desvelamiento de lo auténticamente humano y a través de la experiencia compartida.

*

«Las causas de la violencia desde una perspectiva socio-psicológica», en La violencia y sus causas, Editorial de la Unesco, 1981.

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“Caín y Abel”, por José Arregi.

Martes, 4 de marzo de 2014
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cain-abel-1Leído en su blog:

Caín es el asesino culpable, y Abel es la víctima inocente. Parece muy claro. Pero nuestros juicios son inseguros, a menudo arbitrarios. En muchas guerras, un Caín vencedor es declarado Abel, y Caín el Abel vencido. En cualquier caso, si Caín el malo no puede ser vencido, negociamos con él, en nombre del realismo; si podemos vencerlo sin negociar, entonces apelamos al derecho con énfasis y sentenciamos solemnemente: “Nunca se debe negociar con Caín”. Y hacemos como que creemos la mentira, o tal vez nos la creemos.

La historia de Siria y de Ucrania son el último ejemplo de nuestro oscilante criterio: Europa y Obama proclamaban, seguramente con razón, que el presidente sirio Bachar el Asad es un genocida, pero tenía aliados poderosos (Rusia e Irán, incluso China), y todo el mundo se ha avenido a negociar con él como lo más razonable. En el caso del presidente ucranio Yanukóvich, por el contrario, Europa y Obama se declaraban dispuestos a negociar con él hasta el último día, a pesar de sus matanzas, pero, inesperadamente derrotado a última hora, ya lo acusan de asesinato masivo y lo juzgarán por ello (si pueden, lo que parece muy dudoso, pues Rusia y el gas siberiano se interpondrán de nuevo).

Haríamos bien en modular nuestros juicios. Haríamos bien, sobre todo, en ponernos cada uno, al menos por un instante, en el lugar del otro, primero en el lugar del asesinado, pero también en el lugar del asesino declarado Caín. También Caín lleva un signo sagrado en su frente.

Recordemos la historia bíblica. Caín y Abel eran hermanos, hijos del mismo amor, de la misma carne. Eran muy distintos: “Abel se hizo pastor, y Caín agricultor” (Génesis 4,2). Dos modos de ser, dos modos de vida, dos civilizaciones. Y luchan entre sí, o al menos el uno lucha contra el otro, por envidia, por odio. Caín es figura del malo, Abel es figura del justo. Caín es el “culpable”, Abel es el justo. Pero miremos más de cerca: el texto no nos sitúa en ese registro de la “culpa” y de la “inocencia”.

¿De dónde le viene a Caín su odio a Abel? El relato bíblico lo “explica” de manera desconcertante: “El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, y se fijó menos en Caín y su ofrenda” (4,4-5). La inexplicable preferencia de “Dios” por Abel sería la causa del rencor de Caín y de su asesinato. Es comprensible que Caín, al verse postergado, sienta envidia de Abel? Pero ¿es comprensible que “dios” discrimine a Caín? Es una forma de hablar. Una manera de decir que la envidia de Caín es incomprensible. Al decir que “dios” es el “último culpable” del odio y del crimen de Caín, el relato no quiere en absoluto imputar a “Dios, sino “excusar” de alguna forma a Caín. Es una manera de decir que Caín no es la razón y la fuente última de su envidia y de su odio o de su crimen. Nadie es culpable absoluto.

Si hoy quisiéramos identificar las razones de este asesinato originario, investigaríamos las circunstancias económicas o sociológicas y las condiciones psicológicas o genéticas o biológicas, y tendríamos razón. Pero ése no es el asunto en el libro del Génesis (ni ésa es la cuestión última en todos los crímenes). La cuestión última es la responsabilidad, no la culpa. Y al decir “responsabilidad”, no me refiero a quién tiene la culpa y quién ha de pagar por el crimen, sino más bien a quién responde de esta situación y está dispuesto a hacerle frente y repararla.

“Si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo” (4,4-6), dice la voz divina a Caín. Es decir: “No busques culpables, Caín, fuera de ti ni siquiera en ti mismo; obra bien, y podrás levantar tu frente, alegrar tu cara. Y créelo, tú eres capaz de obrar bien, eres capaz de ser bueno”. En eso consiste la responsabilidad.

La cuestión más decisiva no es identificar la culpa y al culpable –¡tantas veces juzgamos de acuerdo a intereses ocultos o simplemente por error!–. La cuestión decisiva es curar las heridas infligidas, primero del que ha sido herido y luego también del que ha herido. Y nada remediamos castigando al malhechor, sino ayudándole a ser responsable y bienhechor, a reparar el daño en el otro y en sí. Impedir que vuelva a delinquir es una condición necesaria, pero no suficiente.

Así hace “Dios” en el relato del Génesis. No “castiga” a Caín, aunque pueda parecerlo en una lectura superficial. “Dios” se erige en primer lugar, eso sí, como testigo de Abel: ocupa su lugar vacío, y en su lugar toma la palabra, se hace su portavoz. “Dónde está tu hermano?” (4,9), pregunta a Caín, y le impide huir a la indiferencia y al olvido, seguir encerrado en sí mismo, cuando aquel le responde: “No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (4,9). Sí, lo sabes, debes saberlo. Sí, eres el guardián de tu hermano, debes serlo, pues forma parte de tu propio ser.

Si dejas de serlo, dejarás de ser tú mismo, condenarás tu propio ser. “La sangre de tu hermano me grita desde la tierra” (4,9). ¿Se trata acaso de una áspera acusación por parte de un Juez soberano? No, no se trata de acusación, ni de imputación, ni de severa petición de cuentas, ni de imposición de castigo, aunque el vocabulario (“la tierra te maldice”, “andarás errante y vagando por el mundo”…) pudiera sugerirlo.

“Dios” no castiga a Caín ni lo maldice. Le interpela y le hace tomar conciencia de su ser y de su acción. Pero no lo hace para que en adelante se arrastre bajo la angustia de su culpa, sino más bien al contrario: para que sea consciente de su propia dignidad, recupere la confianza en sí mismo, sea capaz de obrar bien y pueda seguir caminando sin miedo como hermano de su hermano muerto y de todos sus hermanos vivos. Caín ha de vivir, aunque se errando por la tierra, como sucede en realidad con todos los seres humanos, sean Caín o sean Abel.

Caín tiene miedo: “El que me encuentre me matará” (4,14). No, nadie podrá matarte. Dios es testigo defensor de Abel, pero también es testigo defensor de Caín. “Y el Señor puso una marca a Caín, para que no lo matara quien lo encontrase” (4,15).

No es lícito matar al asesino. La venganza hace daño también al que se venga. El castigo del llamado culpable no cura a la víctima inocente. Lo que cura al uno y al otro es la humanidad: que el malhechor no haga daño y se vuelva bienhechor, que el asesino se vuelva guardián y protector de la vida del hermano, que la víctima abra su corazón y acceda a ponerse en el lugar del asesino.

¿Pero será posible? La señal grabada por Dios en la frente de Caín afirma que sí. “Dios” lo cree posible. Dios es esa posibilidad y esa fe, es esa señal de salvación en la frente de Caín, más allá de todos los crímenes y heridas de esta tierra. Más allá también de nuestros criterios, tan inciertos, y a menudo tan contradictorios, sobre la culpa y la inocencia, sobre Caín y Abel.

José Arregi

Para orar

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.

(Oración franciscana por la paz)

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Cántico de Simeón.

Domingo, 2 de febrero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

“Ahora, Señor,

según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo

irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.”

*

NT3, Lc 2, 29-32

***

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Para vivir en paz …

Martes, 28 de enero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

¡ Haz las paces con tu pasado,

para que no se eche a perder tu presente!

No puedes cambiar la manera

como te ven los demás. ¡ Suelta la presa!

Expresa gratitud.

¡ Todo te llegará!

¡ Nadie es responsable de tu felicidad,

aparte de tí!

No te compares con los demás.

¡ No sabes lo que el futuro les reserva!

Párate un momento a pensar.

¡ Es humano el no tener  respuesta para todo!

¡ Sonríe,

no  todos los problemas del mundo están

sobre tus hombros!

***

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