“Si alguna vez va a haber paz, no será auténtica hasta que cada individuo logre la paz dentro de [sí] mismo, expulse todos los sentimientos de odio hacia una raza o grupo de personas, o mejor, pueda dominar el odio y convertirlo en algo de lo contrario, tal vez incluso en el amor, ¿o es pedir demasiado? Es la única solución”.
Paz a vosotros, mis amigos,
que estáis tristes y abatidos
rumiando lo que ha sucedido
tan cerca de todos y tan rápido.
Paz a vuestros corazones de carne,
paz a todas las casas y hogares,
paz a los pueblos y ciudades,
paz en la tierra, los cielos y mares.
Paz en el trabajo y en el descanso,
paz en las protestas y en la fiesta,
paz en la mesa, austera o llena,
paz en el debate y el diálogo sano.
Paz en los sueños y retos sociales,
paz en los surcos abiertos de las labores,
paz en la pasión pequeña o grande,
paz a todos, niños, mujeres y hombres.
Paz en las plazas y caminos,
paz en los asuntos políticos,
paz en vuestras alcobas y ritos,
paz en todos vuestros destinos.
Paz luminosa y siempre florecida,
paz que, al alba, se levante viva
y a la noche, nunca muera,
paz para vivir en fraterna armonía.
Paz que abre puertas y ventanas,
paz que no tiene miedo a las visitas,
paz que acoge, perdona y sana,
paz dichosa y llena de vida.
La paz que canta la creación entera,
que el viento transporta y acuna,
que las flores le ponen perfume y hermosura,
y todos los seres vivos con ella se alegran.
Paz que nace del amor y la entrega
y se desparrama por mis llagas
para llegar a vuestras entrañas
y haceros personas nuevas.
Mi paz más tierna y evangélica,
la que os hace hijos y hermanos,
la que os sostiene, recrea y anima,
es para vosotros, hoy y siempre, mi regalo.
¡Vivid en paz, gozad la paz.
Recibidla y dadla con generosidad.
Sembradla con ternura y lealtad,
y anunciadla en todo tiempo y lugar!
Comentarios desactivados en Thomas Merton: un monje contemplativo comprometido con La Paz
Hoy se cumplen 108 años del nacimiento de Thomas Merton.
Thomas Merton es un autor norteamericano que admite múltiples lecturas. Es un monje trapense, un maestro espiritual, un hombre de diálogo, un humanista de hondas raíces cristianas, un pensadorque desafió las certezas de su tiempo, un promotor de la paz y la no-violencia, muy crítico consigo mismo y con cuanto le rodeaba.
Desde muy pronto se compromete con la lucha por la paz.Su madre era pacifista y se opuso a que su padre fuera a la guerra, afirmando que eso sería asesinar. Vive años convulsos. Nace en plena Guerra mundial, 1915, en un pueblo del pirineo francés, Prades, y muere en Bangkok en 1968. Su madre muere cuando tiene seis años y diez años más tarde muere su padre dejando en él un gran vacío y orfandad. Vive la II Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría, la Guerra del Vietnan (1955-1975), las luchas raciales entre blancos y afroamericanos, el llamado problema negro, y la lucha por los derechos civiles. Admira a Martín Luther King y considera el movimiento dirigido por él como el mayor ejemplo de fe cristiana en acción en toda la historia social de Estados Unidos.
Estudia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se incorpora al movimiento comunista juvenil, participa en mítines y huelgas, pero termina desengañado. Su juventud va a estar caracterizada por la típica bohemia estudiantil pero también participa en todas las publicaciones estudiantiles de la universidad, mostrando que la escritura va a ser una dimensión esencial de su personalidad. Es aquí, en la Universidad de Columbia, donde el Espíritu le mostrará su luz a través de amigos, profesores y lecturas. Lee las Confesiones de San Agustín y la Imitación de Cristo por recomendación de un monje hindú, y otros autores espirituales y autores ingleses como William Blake, Joyce, Gilson y Jacques Maritain. Todos le abren el camino de la fe y contribuyeron a su conversión y su bautismo en la iglesia católica. A los 27 años ingresa en la Abadía trapense de Getsemaní en Kentucky, US (1941), donde vivirá como miembro de la comunidad hasta su muerte. En mayo de 1949 recibe la ordenación sacerdotal.
Desde el silencio y la soledad del monasterio, desde su oración contemplativa, y su gran capacidad para escribir, Merton se convierte en la voz profética que denuncia la injusticia, los falsos dioses: el dinero, el poder, la mentira, la violencia… y clama por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la guerra nuclear. En el silencio de su celda le asalta la pregunta que Dios hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Cómo puedo ser un hombre de paz? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia? Busca respuestas a la II Guerra Mundial y observa el mundo en que vive con la mirada crítica del Evangelio.
No se desentendió de los problemas de su tiempo, lo que le ocasionó más de un conflicto con sus superiores, que se preguntaban qué pintaba un monje hablando del peligro nuclear. Intentó comprender lo que sucedía a su alrededor y abrir los ojos a sus contemporáneos. “Estoy de parte de la gente que está harta de la guerra y quiere paz para levantar su país… La tragedia del hombre moderno es que su creatividad, su espiritualidad y su capacidad contemplativa están sofocados por un súper ego que se ha vendido a la tecnología”.
Tras una primera etapa en la abadía en la que escribe textos maravillosos de meditación espiritual y su autobiografía La montaña de los siete círculos a los 33 años, con un éxito extraordinario de best-seller, Merton va a afirmarse en que escribir para él, es el único camino hacia la santidad y escribir se convertirá en un oficio divino y en su segunda naturaleza. En el silencio descubrirá que ser monje es una vocación preeminentemente social, convicción que creció aún más después de 1951 cuando recibe la ciudadanía americana y es nombrado maestro de novicios. El crecimiento social y espiritual de Merton es constante.
A partir de los años sesenta, comienza a involucrarse cada vez más en los temas sociales y en las protestas contra la guerra del Vietnan y la escalada nuclear, la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles. Su voz fue una de las de mayor influencia. La gente le escuchaba para encontrar luz en la oscuridad y claridad en medio de la confusión. Escribe sobre la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia. Clama proféticamente por la paz en el mundo y escribe: “Ser contemplativo no supone desentenderse del mundo y de sus problemas. El armarse hasta los dientes, no garantiza la paz (…) Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores”.
Merton anhelaba un mundo nuevo y poner sus talentos a sanar las heridas de ese mundo y lo llevará a cabo desde la Abadía de Getsemaní en Kentucky. En Semillas de destrucción escribe sobre la lucha pacífica contra la segregación y discriminación racial liderada por Martin Luther King. “El negro le ofrece al blanco un mensaje de salvación, pero el blanco está tan enceguecido por su autosuficiencia y su presunción que no reconoce el peligro que corre al ignorar la oferta”.
Gandhi y la no violencia es un dialogo entre dos maestros espirituales, Gandhi y Merton. Ambos están de acuerdo en afirmar que “el camino de la paz es el camino de la verdad, y la mentira, la madre de la violencia. La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. Es de esta división de la que surge el odio y la violencia…”.
Para Merton, la tarea de construir un mundo pacífico es la tarea más importante de su tiempo, pero también la más difícil. “La violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. El fin de la no violencia no es el poder sino la verdad”.
Ve la guerra como una tragedia evitable y cree que el problema de resolver el conflicto internacional sin violencia masiva se ha convertido en el problema número uno de su tiempo. Y citando a Kennedy afirma: “Si no terminamos la guerra, la guerra terminará con nosotros”.
En 1962 intenta publicar Paz en tiempos de oscuridad, pero fue vetada por sus superiores. Viene a ser su testamento profético sobre la paz y la guerra. Mucho de lo que se le había prohibido decir, comenzó a decirlo por aquel entonces el papa Juan XXIII y culminó con la publicación de la encíclica Pacem in Terris, en 1963. En ella se manifiesta contra la carrera armamentística y defensor del derecho a la vida como el derecho humano más elemental.
Merton se expresa así: “Me gustaría insistir por encima de todo en una verdad fundamental; que toda guerra nuclear, y, de hecho, la destrucción masiva de ciudades, poblaciones, naciones y culturas, independientemente del medio por el que se lleva a cabo, supone un crimen gravísimo que nos está prohibido, ya no únicamente por ética cristiana, sino por cualquier código moral sensato y serio”.
Merton hizo llegar textos mecanografiados de la obra prohibida a personas importantes e intelectuales de su época como el papa Juan XXIII, el cardenal Montini, Martin Luther King, Kennedy… y a personas participantes en sesiones conciliares. Es llamativo que la única condena especifica promulgada por el Vaticano II en la Gaudium et Spesse exprese en términos semejantes. “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras…es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que es preciso condenar con fuerza y sin vacilaciones”.
En 1962 es invitado a hacer una oración por la paz en la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos en la que entre otras cosas dice: “Señor Omnipotente… escucha compasivo esta oración que asciende a Ti, desde la confusión y la desesperación de un mundo en el que has sido olvidado, en el que no se invoca tu nombre, no se respetan tus leyes y se ignora tu presencia. Ayúdanos a controlar las armas que amenazan con dominarnos. Ayúdanos a emplear nuestra ciencia para la paz y el progreso, no para la guerra y la destrucción. Enséñanos a utilizar la energía nuclear para bendecir a los hijos de nuestros hijos, no para arruinarlos…”.
Le duele la indiferencia y la fe superficial de muchos norteamericanos que viene a ser un ligero barniz bajo grandes apariencias, sin compromiso ni rechazo de la violencia. “Nos guste o no, escribe, tenemos que admitir que ya estamos viviendo de hecho en un mundo postcristiano, es decir, en un mundo en el que los ideales cristianos y las actitudes cristianas se están viendo cada vez más relegados a una minoría. Es inquietante advertir ( …) que ya no solo los no cristianos sino incluso los propios cristianos tienden a pasar por alto la ética evangélica de la no-violencia y el amor, tachándola de sensiblera”.
Y desde una postura de responsabilidad cristiana pregunta, “¿a dónde nos está llevando la carrera armamentística nuclear? ¿Qué queremos hacer con la bomba atómica la menguante minoría cristiana de occidente? ¿Deshacernos de ella o utilizarla contra Rusia?”. Activista por la paz y los Derechos Humanos, Merton intentó abrir los ojos a sus contemporáneos y apoyó el movimiento pacifista y antirracista. Durante sus 20 años en la abadía de Getsemaní, se convirtió en un escritor contemplativo, crítico y en un monje atípico comprometido con la paz. Fue un hombre de fronteras: retirado del mundo, participó al mismo tiempo en la protesta antirracista y anti-Vietnam; místico cristiano y seguidor de Jesús, trata de ser un buen budista.
Thomas Merton y el Dalai Lama en 1968
Durante el último tramo de su vida, crece su interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad budista, que influyeron mucho sobre su pensamiento y escritos de los últimos años. Estudia la fe islámica, el misticismo sufí y el budismo zen, enriqueciendo a unos y a otros con su amplio conocimiento de la mística y espiritualidad católicas. Sus exploraciones interreligiosas, no fueron ejercicios académicos sino algo esencial a su apertura a Dios en todo momento, apertura al cambio y a la conversión allí donde pudiera tener lugar. Su apertura a las tradiciones orientales culminó con su viaje a Asia en 1968. Tuvo la oportunidad de visitar al Dalai Lama con quien aprendió técnicas de concentración. Muere en Bangkok (Tailandia) donde asistía a un encuentro interconfesional de superiores monásticos de Oriente.
Hoy, Merton es el máximo exponente del acercamiento entre ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su voz profética es de gran actualidad. Nos recuerda la necesidad vital de cultivar el mundo interior; que la paz es un don y una tarea; que la violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. Un buscador de Dios que intentaba descubrir el misterio de su existencia. Su voz profética nos hace conscientes de que en estos tiempos de crisis espiritual y de división entre los pueblos, el diálogo interreligioso es una necesidad urgente, que las religiones están llamadas a construir puentes, recomponer la unidad y a tejer una nueva humanidad fomentando la cultura del dialogo y la solidaridad.
Pilar Concejo
Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Cincinnati, Ohio y Licenciada en Historia Moderna por la Universidad de Valladolid. Ha ejercido la docencia en el Instituto de España en Londres, la Universidad de Ohio Wesleyan en USA y en la universidad San Pablo CEU, de Madrid.
Comentarios desactivados en Bernice King: “El amor es el combustible de la no violencia”
Reflexiones de la hija del líder y fundadora de The King Center en el “Martin Luther King Day“
La hija del activista de derechos humanos asesinado en el 68 pide a los estadounidenses que se unan como comunidad para transformar los sistemas que perpetúan la desigualdad
“Líderes religiosos como el Papa Francisco pueden ofrecer un mensaje positivo para promover la no violencia”
“Como cristianos debemos esforzarnos por preservar la humanidad y los valores fundacionales, ‘amor, respeto y dignidad’, que nunca pasan de moda. Debemos tomar la iniciativa”
| Devin Watkins
(Vatican News).- “Enviar mensajes es muy importante. Los mensajes sobre la no violencia, la paz y la compasión transmitidos por el Papa Francisco y compartidos con el mundo son importantes para nosotros”. La Doctora Bernice Albertine King, pastora de la Iglesia Bautista y fundadora de The King Center, ofrece algunas reflexiones en una entrevista a los medios de comunicación vaticanos, en el día en que Estados Unidos celebra el “Martin Luther King Day“. Desde 1986, esta fiesta federal, que se celebra el tercer lunes de enero, conmemora el legado del activista asesinado en 1968 e invita a todos a seguir sus pasos para mejorar la comunidad en la que viven.
Una comunidad de amor por un mundo en paz
El tema elegido en 2023 por el Centro King es“Cultivar una mentalidad comunitaria de amor para transformar los sistemas injustos”. La Doctora King, hija menor del ministro baptista, afirma que el tema resume la visión de su organización de promover “una comunidad de amor donde cese la injusticia y prevalezca el amor”.
“Al reflexionar sobre la situación actual del mundo en las cuestiones que mi padre llamaría el estandarte del triple mal -pobreza, racismo y militarismo-, nos pareció que seguimos repitiendo algunas cosas una y otra vez“, es la consideración de King, quien defiende que, en lugar de seguir este círculo vicioso, el Martin Luther King Day sea un acicate para que la sociedad estadounidense construya un “mundo justo, humano, equitativo y pacífico”.
On this day in 1929, Civil Rights Movement leader, Martin Luther King Jr. was born. Gone, but not forgotten.
Una mentalidad centrada en las personas y no violenta
Sin embargo, añade Bernice King, una sociedad mejor sólo puede lograrse cultivando una nueva mentalidad que adopte el concepto de “comunidad de amor”. El objetivo, añade, es transformar los sistemas injustos -como “el colonialismo, el apartheid, el racismo, el genocidio, la codicia, el militarismo y el egoísmo”- en una comunidad donde cada miembro sea valorado y reconocido en su dignidad específica.
Bernice King insta a reconocer que todos estamos interconectados en nuestra humanidad común y que podemos discrepar sin menospreciarnos unos a otros. “Podemos cooperar – afirma – sin transigir en cuestiones como la justicia”. Podemos asegurarnos de que los medios con los que intentamos conseguir algo están en consonancia con el fin. En otras palabras, “no es posible alcanzar un fin pacífico por medios violentos”. Las políticas gubernamentales que tienen a las personas en su centro son otra herramienta para lograr una “mentalidad de comunidad de amor”. Y el amor, dice la hija de Martin Luther King, debe sustentar todo esfuerzo por el bien común, el combustible para generar la no violencia.
Liderazgo religioso contra la crisis moral
Martin Luther King ganó el Premio Nobel, era ministro baptista de tercera generación y sus convicciones cristianas influyeron en su lucha por los derechos humanos. Sobre el papel de la religión a la hora de unir a las comunidades en cuestiones de justicia social, Bernice King afirma que los líderes religiosos pueden “todos juntos, inspirar un cambio enraizado en el amor, que busca crear un mundo justo, humano y equitativo”.
“La belleza de la religión, aunque haya diferentes religiones en el mundo, es que trasciende las doctrinas individuales, porque hay temas universales importantes para todas las religiones: el amor, la paz y la justicia son algunos de ellos”.
Bernice Albertine King cita al Padre Pierre Teilhard de Chardin, sacerdote jesuita y filósofo del siglo XX, para afirmar que en el corazón de nuestro deseo de construir un mundo más justo está la espiritualidad: “Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. No somos seres humanos que viven una experiencia espiritual”.
El amor para promover la justicia social
Como cristianos, Jesús nos encomendó la tarea de ser luz y sal de la tierra, señaló la Doctora King. “Ser luz“, observó, “exige que seamos una guía, que mostremos el camino, porque la luz es una guía. Y en cuanto a la sal, “conserva y da sabor, preserva los nutrientes que uno necesita“. Por ello, prosigue, como cristianos debemos esforzarnos por preservar la humanidad y los valores fundacionales, “amor, respeto y dignidad“, que nunca pasan de moda. “Debemos tomar la iniciativa”, insiste Bernice King, “porque nuestro mundo atraviesa una crisis moral. Está atravesando una crisis espiritual. Y quienes somos personas que vivimos del espíritu debemos tomar la iniciativa para garantizar esos principios y valores esenciales para la supervivencia de nuestra humanidad”.
Mensaje del Papa Francisco
Berenice Albertine King se reunió dos veces con el Papa Francisco, quien le envió una carta en el Martin Luther King Day de 2021. Considera que sus repetidos llamamientos a la paz, la no violencia y la compasión son una importante contribución a la creación de una sociedad mejor.
“En el mundo hay gente que escucha y presta atención al mensaje del Papa Francisco”
Para la hija de Martin Luther King, en lugar de los mensajes negativos que recibimos todo el tiempo de las películas, las noticias, la música y la publicidad, los líderes cristianos deben ofrecer a la humanidad de hoy un mensaje positivo. “Creo que es importante que quienes hablamos así lo hagamos con insistencia”, concluye. “En el mundo hay gente que escucha y presta atención al mensaje del Papa Francisco”.
Comenzar un año da la sensación de poder estrenar realidades nuevas, no porque cambien mágicamente las circunstancias, pero sí porque el calendario nos ayuda a tener la experiencia de que algo termina y algo comienza. ¿Qué deseamos que termine? ¿Qué soñamos que comience? A nivel personal cada uno tendrá muchos sueños. Pero a nivel social también podemos compartir muchos otros.
Ojalá termine la injusticia social de nuestro mundo donde la pobreza se agudiza y las condiciones de infrahumanidad se están volviendo normales. Esto no es querido por Dios. La buena noticia del reino anunciado por Jesús supone la transformación de estas situaciones: “Que los ciegos vean, se liberen los oprimidos, se proclame el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pero esto no se puede hacer realidad sin el compromiso de todos buscando estructuras sociopolíticas que lo hagan realidad. En Colombia estamos estrenando un gobierno que tiene esta intencionalidad de justicia. No es fácil concretarla y mucho menos cambiar una manera de funcionar muy injusta que ha sido la ejercida en toda nuestra historia. Pero sí podemos apoyar todo aquello que favorece a los más pobres, defenderlo y exigirlo. La transformación de la injusticia no se logrará mágicamente ni porque recemos mucho por ello. Será posible si vivimos una ciudadanía activa, capaz de discernir lo que signifique justicia social, apoyándolo decididamente.
Ojalá termine la irresponsabilidad ecológica. Hemos vivido en los últimos tiempos una inclemencia del tiempo muy grande. O lluvias copiosas o calores inaguantables. Y todo se debe al calentamiento global. No somos las grandes potencias que pueden tomar decisiones para impedir que continue el deterioro ambiental, pero si podemos convertirnos en líderes ambientales que, desde nuestras prácticas cotidianas, actuemos de otro modo, y con nuestro testimonio convoquemos a más personas a comprometerse con el cuidado de la creación. En este aspecto el papa Francisco ha hecho un aporte fundamental con la Encíclica Laudato si (2015) donde propone la ecología integral en estos términos: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar la naturaleza” (n. 139).
Ojalá terminen los conflictos y las guerras en todas las partes del mundo. La propuesta de “Paz total” del actual gobierno es un horizonte muy propicio para conseguir esta realidad. Lamentablemente más de uno se opone a esta propuesta porque se espera vencer al enemigo por la fuerza y hacerle pagar “con creces” por todos sus delitos. Es normal que se tengan estas expectativas, pero más humano y más cristiano es entender que a los enemigos no se les “vence” sino que se les “convence”. Es decir, solo el diálogo puede lograr la superación de todos los conflictos. En esto también el papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti (2020) nos señala el camino que se espera de la vida cristiana: “La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aún las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosle la buena batalla del encuentro!” (n. 217).
Ojalá terminen todas las violencias contra las mujeres. Hay violencias físicas, psicológicas, sexuales, simbólicas. Se dan en todos los ámbitos, en los espacios públicos y privados; en la sociedad y en las iglesias. Pero va creciendo la conciencia feminista y cada vez se hace más clara la reivindicación de todos sus derechos porque el respeto a la dignidad de las mujeres es una exigencia ética y cristiana. La praxis de Jesús muestra con creces su manera de ver a las mujeres al convertirlas en sus interlocutoras. Por ejemplo, la mujer sirofenicia dialoga con Jesús sobre el dar las migajas a los perritos, contrarrestando así la postura de Jesús de solo atender a las ovejas perdidas de Israel y consigue cambiarle su visión (Mc 7, 24-30) y después de su resurrección a la primera que se le aparece y le confía el llevar el anuncio al resto de los discípulos es a María Magdalena. Lamentablemente no se ha valorado suficientemente ese protagonismo femenino y por el contrario se le infravaloró, identificando a María Magdalena con la pecadora arrepentida, presentándola como prostituta perdonada por Jesús. Hoy en día esa confusión se ha aclarado, reconociendo en María Magdalena una mujer enferma, curada por Jesús, pero en ningún caso prostituta y, como ya dijimos, depositaria, en primer lugar, de la misión confiada por Jesús a sus discípulos (Jn 20, 11-18).
Ojalá la iglesia clerical y piramidal se vuelva cosa del pasado y vivamos una iglesia sinodal donde laicado y clero participen de manera conjunta y, especialmente, la voz del laicado sea escuchada, valorada y respetada. El Espíritu Santo reside en todos los miembros del Pueblo de Dios y si no se acoge su voz en el laicado la iglesia no puede ser conducida por el Espíritu. Es muy importante que se vaya plasmando esta reforma eclesial porque hemos tomado más conciencia de la urgencia de la misma. Las palabras del papa Francisco al inicio de su pontificado “quiero una iglesia pobre y para los pobres” (Evangelii Gaudium. 2013, n. 198) marca el camino de la reforma y del camino sinodal que estamos procurando.
Podríamos seguir enumerando realidades que quisiéramos que terminen y los deseos que tenemos de un mundo más justo y en paz. Pero lo importante es que cada persona haga su propia lista y comience el año con el compromiso de trabajar por hacerla realidad. El Señor está de nuestra parte y nos llena de bendiciones para vivir a plenitud este nuevo año que gratuitamente nos ha dado.
Basta abrir los ojos a la realidad y vemos que algo que existe en el mundo a todos los niveles es la diferencia, la riña, los grupos opuestos, la división. Y una de las cosas más difíciles de conseguir es vivir en paz.
Guerras en todo el mundo, riñas, peleas, mala convivencia. Caín y Abel en todos los aspectos, Ahora me están comentando las dificultades que están sufriendo en muchos colegios, al restringir las normas de castigo a los niños porque estamos habituados al castigo.
Veo que en el mundo, en general, hay mediadores, personas e instituciones dedicadas a crear diálogo con las personas de convivencia más difícil. Y a otros niveles están la ONU, los jueces y personas o instituciones para fomentar la convivencia partiendo del diálogo. Pienso en instituciones como la comunidad de san Egidio…
Tenemos soluciones terribles como pueden ser las guerras, las cárceles, los hogares protegidos.
Es mucho más fundamental ayudar a que cada persona se valore en su justo ser, en su saber vivir en compañía. Y eso a todos los niveles personales, vecinales, autonómicos, estatales, mundiales.
Me gustaría que la ONU fuese más efectiva y más activa, que tuviera mayor valor y autoridad entre países, que los mediadores pudieran ejercer con autoridad.
Tenemos actualmente divididas a las personas. A los que no cumplen con las reglas de la sociedad, les metemos en cárceles, pisos tutelados, les infringimos castigos. Pero lo cierto es que como adultos trabajamos poco ayudando a sacar lo bueno que hay en cada persona y tratar de que aflore lo positivo de cada uno. Con castigos, a nivel que sea, no conseguimos educarnos, ser personas responsables y no aprendemos a convivir en paz. Es preciso luchar y trabajar hasta que consigamos aquello que nos lo dice el profeta Isaías: ”Habitarán juntos el lobo y el cordero”. Y todos tenemos dentro un poco de lobos y otro poco de cordero. Dejemos aflorar la paz, la Justicia, el amor, la fraternidad, y habrá paz.
Comentarios desactivados en ¡Paz a todos los hombres de mala voluntad!
Hoy es el día en el que celebramos el Día Internacional del Orgullo Gay, en recuerdo del levantamiento dela comunidad LGTBI frente a la opresión social y el acoso policial en The Stonewal Inn ubicado en el barrio neoyorquino de Greenwich Village. Se cita a estos disturbios como la primera ocasión, en la historia de Estados Unidos, en que la comunidad LGBTI luchó contra un sistema que perseguía a los homosexuales con el beneplácito del gobierno, y son generalmente reconocidos como el catalizador del movimiento moderno pro-derechos LGBTI en Estados Unidos y en todo el mundo.
Jesús nos invita a despojarnos del miedo, a levantar la cabeza, a dejar las opresiones y decir alto y claro a los que detentan el poder en las distintas iglesias: ¡Somos creyentes, somos cristianos, somos personas LGTBI, somos Hijos e Hijas de Dios! ¡Nada ni nadie nos va a parar!
Y, a pesar de los avances, no podemos olvidar a quienes han caído en el camino victimas de la homofobia, de la Transfobia… Homofobia y Transfobia que hoy es jaleada por partidos de derecha y extrema derecha: Rusia, Hungría, Polonia… y hasta los Gobiernos de la Comunidad de Madrid o Castilla y León que, para asegurarse un puñado de votos no dudan en gobernar con la extrema derecha y eliminar las leyes LGTBI…
Por eso, gritamos fuerte con este texto que hemos recogido del blog de la Communion Béthanie:
¡ Paz a todos los hombres de mala voluntad!
Qué cese toda venganza y toda llamada al castigo.
Los crímenes sobrepasan toda medida,
hay demasiados mártires…
También, no midas sus sufrimientos al peso de tu justicia, Señor,
y no deja estos sufrimientos al cargo de los verdugos,
para hacerles pagar una factura terrible.
Qué todo sea pagado de otra manera.
Ponte a favor de los verdugos,
de los delatores,
de los traidores
y todo hombre de mala voluntad,
el coraje y la fuerza espiritual de los demás,
su humildad,
su dignidad,
su lucha interior constante y su indecible esperanza,
la sonrisa que estanca sus lágrimas,
Su amor,
sus corazones quebrantados que permanecen firmes y confiados a la misma muerte, sí,
hasta los momentos de la más extrema debilidad…
Qué todo esto sea depositado delante de Ti,
Oh, Señor,
para el perdón de los pecados,
como rescate para el triunfo de la justicia.
¡ Qué el bien sea contado, no el mal !
Y qué las víctimas se queden en la memoria de los que les persiguen,
no como una pesadilla,
no como de los espectros atados a sus pasos,
sino como apoyos en su propio esfuerzo
para reducir la furia de sus pasiones criminales.
No pedimos nada más.
Y cuando todo esto se acabe,
da a las víctimas el vivir,
Señor,
hombres entre los hombres,
y que la paz vuelva sobre nuestra pobre tierra,
paz para todos los hombres de buena voluntad
y para todos los demás.
Esta oración procede de los archivos de un campo de concentración en Alemania *
Comentarios desactivados en Cuando Jesús de Nazaret habla de paz…
A propósito de Jn 14,23-19*
José Rafael Ruz Villamil
Yucatán (México)
ECLESALIA, 06/06/22.- En el año 63 a.C., el general romano Cneo Pompeyo Magno toma y declara Siria provincia romana bajo la administración de un gobernador. Poco después y en el mismo año, Pompeyo llega a Jerusalén de algún modo convocado por dos hermanos de la dinastía de los asmoneos —Hircano II y Aristóbulo II— para dirimir sus diferencias en relación con el título de rey de Israel. Pompeyo pone fin al conflicto de los tales hermanos con la conquista y anexión de Jerusalén y Judea a la provincia de Sira —y, por consiguiente, a Roma— y con la designación de Hircano como sumo sacerdote del templo de Jerusalén y, a la vez, como etnarca de lo que a partir de entonces vendría a ser el reino vasallo de Judea. Lo anterior viene a ser como el final de una campaña exitosa emprendida por Pompeyo bajo el pretexto de someter a los piratas que, en el Mediterráneo, saquean las naves cargadas de trigo egipcio para la todavía nominalmente república de Roma.
En realidad, Pompeyo no hizo otra cosa que someter y anexar a Roma algunos países de Oriente que habían resistido su dominio, en el contexto del proceso globalizador del Mundo Antiguo que acabara siendo sometido a lo que, a partir de finales del primer tercio del siglo I, viene a ser llamada la pax romana: “Las victoriosas campañas de Pompeyo en Oriente fueron el catalizador de la vasta expansión no sólo de territorios y de pueblos controlados por Roma, sino también de cuantiosos bienes y riquezas canalizados hasta ella. Se trataba de una muy significativa extensión de lo que los romanos entendían como su imperium…” (así R. A. Horsley, Jesús y el Imperio, Estella 2003).
En efecto, la situación del antiguo reino de Israel a partir de la conquista de Pompeyo vino a resultar un tanto similar a otros momentos de su larga historia de sometimiento, pero ahora con las particularidades propias de Roma. De este modo, la ahora llamada provincia de Judea pasa a ser un estado semindependiente: Hircano, sumo sacerdote y etnarca, se convierte en un gobernante cliente que, en su caso, está más bien controlado por un tal Antípatro, soldado idumeo que resulta designado como gobernador militar al lado del etnarca. A partir de entonces, Judea paga tributo a Roma y se obliga a prestar apoyo a las directrices y acciones militares romanas que se efectúen en el Mediterráneo Oriental, a cambio de la protección y del respeto de una autonomía muy relativa dentro de sus fronteras.
Para efecto económicos, la administración romana recurre a la institución de los publicanos creada en un alarde de hipocresía política como recurso para recaudar los abundantes impuestos de Pérgamo —reino que Roma recibe en 133 a.C. como legado o donación— al tiempo que el Senado sostiene que es el respeto el único tributo que la República necesita y exige. Es a partir de entonces cuando se subastan los contratos de recaudación al sector privado que avanza al Estado el total de lo esperado por recaudar. Esto supone sumas astronómicas que sólo algunos ciudadanos extraordinariamente pudientes pueden pagar individualmente, aunque suelen entre ellos crear empresas —en el sentido más estricto del término— que, en las provincias, contratan a soldados, marineros y carteros para obtener la recaudación directa, en la que el beneficio lo es todo y cuanto más obsceno, mejor. Y es que no se trata únicamente de conseguir el tributo oficial, sino la mayor cantidad posible como ganancia: de hacer falta, los publicanos prestan dinero a los deudores con intereses ruinosos para, después, arrebatarles todo dejándolos como aparceros o jornaleros en el mejor de los casos, o como mendigos en el peor; aunque siempre queda, en el caso de los judíos, unirse a las filas de la resistencia armada que opera en forma de guerrillas.
Tales son, pues, los componentes esenciales de la pax romana: el sometimiento del aparato politico-religioso por la vía de las armas, y la expoliación económica de la sociedad: una paz asentada en la punta de las lanzas y en el filo de las espadas, una estabilidad socioeconómica consecuencia de la violencia. Tal es, por consiguiente, el contexto socioeconómico del cuarto evangelio cuando recuerda a Jesús de Nazaret hablando de paz.
No resulta, entonces, difícil inferir a que se refiere el Maestro cuando puntualiza la diferencia de la paz que da el mundo —la pax romana— con la paz que él ofrece a los suyos. Y es que la referencia primera de Jesús es, desde luego, el concepto de paz encerrado en el término shalom que evoca mucho más que la mera ausencia de violencia. Y es que “para los antiguos hebreos, la palabra shalom significaba un estilo de vida personal y social que no se agota en la simple ausencia de conflictos armados […]. Shalom designa unas condiciones positivas de paz, alegría, reciprocidad humana, armonía social, justicia […]shalom implica abundancia, buena salud, cercanía y calor humanos. Shalom es algo que abraza la entera vida comunitaria; es algazara y música y danza en las calles” (así H. Cox, El cristiano como rebelde, Madrid 1968). O bien y de manera más sintética, shalomes fundamentalmente el bienestar en el sentido más amplio de la palabra.
Ahora bien, el shalom de Jesús hunde sus raíces en la tradición profética de Israel que piensa en el enviado de Yahvé como un príncipe de la paz: “Grande es su señorío, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia.” (Is 9,6); que “proclamará la paz a las naciones” (Zac 9,10); que hará una alianza de paz: “Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna…”(Ez 37, 26). Así, la paz que Jesús deja a sus discípulos tiene su origen en los intereses de Dios que, por definición y por naturaleza, están orientados a la restauración de la dignidad del hombre como consecuencia del reconocimiento del mismo Dios como Padre Creador y origen de cuanto existe, y, correlativamente, como la referencia única y absoluta para entender al mundo y al hombre mismo.
Es así que la paz que Jesús ofrece acaba siendo como una derivación de la adhesión y el seguimiento a él mismo para continuar, como discípulo y en los conceptos propios del evangelio de Juan, la obra del Padre, esto es su presencia en el mundo y en la historia de los hombres como un desafío y, al mismo tiempo, como una genuina alternativa al establishment global que viene a ser el continuador —en términos asombrosamente similares tanto en lo referente a la dominación y al sometimiento sociopolítico como al expolio económico— de la pax romana.
*«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho estas cosas estando entre ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se lo enseñará todo y se recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde. Han oído que les he dicho: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean».
La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.
Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio.
Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas.
*
H. J. M. Nouwen, Pan para el viaje,
PPC, Madrid 1999
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Cristo y Magdalena, Auguste Rodín. (En torno a 1894)
¿Acaso no estamos llamadas a ser profetas? ¿No estamos invitadas a ser constructoras de paz ya que esto es lo que hacen las hijas de Dios? ¿No estamos todas inmersas en un proceso de discipulado en el que nuestro Maestro pasaba largas noches en oración, sincronizando su corazón con el corazón de su Abba?
Sí, soy llamada, soy invitada. Todos lo somos.
Las imágenes de la guerra se ciernen por todas partes. En el centro y en el corazón de Europa, se está dando una guerra que, si se expande, como una gran ola o un tsunami, podría extenderse por todo el planeta.
Como mujeres consagradas, me atrevo a decir que con nuestro corazón sincronizado con el corazón de Jesús podemos, como Gandhi y otros a lo largo de la historia, detener los tambores de guerra.
No más guerras mundiales ni holocaustos; no más guerras de Vietnam o África Central o América Central, o guerras en Irak o Afganistán.
Somos constructoras de paz, somos pueblo de Dios, somos hijas de Dios; nuestras conversaciones con nuestro Abba deberían ser más efectivas que todas las demás conversaciones, las que están teñidas por el interés y el poder: el Satanás en la vida de Jesús y en la nuestra.
Jesús va al desierto para enfrentarse a aquellos poderes que podrían impedirle convertirse en hijo de Dios. Y en el desierto, según el Evangelio de Marcos 1, 12-14, no hay tentaciones específicas: sólo existe “el tentador”, el gran ego, la sed de poder, de éxito y de control que puede cambiar la faz de la tierra en minutos, hoy.
Esta es la gran sombra que se expresa como “la noche o la oscuridad” en los Evangelios. Y es precisamente cuando Jesús experimenta la oscuridad y la confusión que se retira. Y allí permanece hasta el nuevo amanecer, hasta que vuelve a tener luz interior.
Thich Nhat Hanh, monje budista y pacifista, murió recientemente en Vietnam, su país de origen.
Su muerte ha hecho que su legado haya saltado a la portada de muchos periódicos, pantallas y mentes. Fue pacifista durante la Guerra de Vietnam, y por ello estuvo exiliado en Francia, cerca de Burdeos, en Plum Village, hasta hace unos años. Él define mindfulness: la atención plena, como “la energía de estar consciente y despierto al momento presente”.
Muchas personas de todo el mundo están tratando de vivir conscientemente despiertas. Este monje, junto con muchos otros, como el trapense Fr. Thomas Keating en nuestra tradición cristiana ofrece un proceso o método para ayudarnos a despertar, a tomar conciencia, a vivir en el presente.
Todo comienza simplemente concentrándonos en nuestra respiración: inhalar y exhalar y dejar que todo nuestro ser haga el resto, ayudado de unas sencillas pautas.
Con esta práctica de inspiración Zen, que nos ayuda a estar presentes y despiertas, muchas creemos que podemos cambiar el mundo cambiándonos a nosotras mismas. Si todas nos conectamos, a través de la meditación, con el latido del cosmos y con el latido de los demás, el equilibrio volverá a todo ya todos.
Hace años, estaba participando en un Capítulo muy difícil con mi anterior congregación. Debido a la intensidad y tensión creada por los diferentes puntos de vista, era difícil para las participantes mantenernos serenas incluso durante el tiempo de oración.
Yo era una de ellas, me sentía ansiosa y muy cansada de discusiones. De pronto, vi a una hermana francesa, sentada en nuestra capilla, en total quietud. Y yo también me senté e hice lo mismo, simplemente concentrándome en mi respiración y en mi postura corporal.
Después de un rato noté un silencio profundo, una calidad diferente de silencio a mí alrededor. Abrí los ojos y todo el grupo de más de 40 mujeres estábamos en silencio y en oración.
Nuestro mundo había cambiado en cuestión de minutos. Nuestras mentes se despertaron y calmaron. Nuestros rostros estaban relajados y cuando finalmente continuamos nuestras conversaciones, nuestras mentes habían sido “conducidas” por el Espíritu a otro nivel de conciencia. El diálogo era posible de nuevo.
Fue todo un regalo. Sé que muchas hermanas hacemos este tipo de meditación. Al mencionar esto, simplemente trato de transmitir mi profunda preocupación por la inmensa guerra que está ocurriendo. Tengo la convicción de que podemos ayudar a cambiar la calidad de las conversaciones por la paz, uniendo todas nuestras energías y enfocándonos conscientemente en Shalom, Plenitud, Paz.
Para concluir, para las que prefiramos un estilo diferente de contemplación, ofrezco una escultura de Rodin para dar luz: Cristo y Magdalena, creo que no necesita traducción, o tal vez solo la interpretación de cada corazón contemplativo. Eso es lo que hace el arte; permite al ojo contemplativo transformar y encarnar lo contemplado.
Para mí, esta escultura resume nuestros votos: dejamos que su cabeza y su rostro descansen sobre nuestro hombro; escuchamos los latidos de su corazón en un abrazo de amor total por su cuerpo, un cuerpo hecho realidad en las personas que sufren hoy. Deseamos con todo nuestro ser abrazar el dolor con el Amor del Amado.
Estoy segura de que si sincronizamos nuestros corazones con el corazón de Cristo, podemos cambiar la energía negativa y oscura que nos ensombrece y permea no sólo Europa, sino a la humanidad entera, en paz y luz.
El cuerpo de Cristo es el cuerpo de la Tierra, y también el cuerpo de cada ser humano amenazado por los tambores de guerra. Las imágenes son estremecedoras. Pero también lo es la reacción de acogida a millones de refugiadas y refugiados en un éxodo interminable, en busca de la Paz.
Sincronicemos todos nuestros corazones, la Paz no puede esperar.
Es uno de los escasos testimonios que nos queda de una inspiración religiosa en Rodin. La obra corresponde tal vez a la reutilización de un primer Cristo desaparecido, ejecutado bajo la influencia del escultor Augustin Préault (1809-1879) y que forma parte de la tradición romántica.
A este Cristo flaco y doliente, cuya cabeza demasiado pesada parece volcar hacia un lado, se aferra una mujer, la Magdalena, cuyo origen procede de una figura de damnada diseñada para La Porte de l’Enfer [La Puerta del Infierno], y convertida posteriormente en La Méditation [La Meditación], musa del Monumento a Victor Hugo. El conjunto, traducido en mármol para el Barón Thyssen, en torno a 1905, subraya, como lo describe Rilke, “el contraste entre ambos cuerpos, rotundamente forzado por el mármol, (que) da en primer lugar una impresión de tristeza sin límites, que se desprende de este sujeto”.
Comentarios desactivados en Me quedé sin palabras I
Mari Paz López Santos
Madrid
ECLESALIA, 28/03/22.- Hace un par de meses me regalaron un libro que, aunque sabía de él, no me atraía en ese momento adentrarse en sus páginas por el tema en sí, aunque soy seguidora incondicional del autor: el escritor y monje cisterciense Thomas Merton.
El libro se titula “Paz en tiempos de oscuridad – El testamento profético de Thomas Merton sobre la guerra y la paz” (Editorial Desclée de Brouwer, S.A., 2006).
A mediados del pasado mes de febrero empecé a leer el libro. Agradeciendo desde el prólogo (a cargo de Jim Forest amigo y biógrafo de Merton) la explicación de la trayectoria de acontecimientos y problemas de la publicación de este libro.
Dice Forest:
“El libro que el lector tiene en sus manos tenía la intención de haberse publicado en el año 1962. Si bien Thomas Merton se sentiría muy satisfecho de que después de transcurridos cuarenta años (la edición original corresponde al 2004) esta obra del amor pueda finalmente estar en las librerías y bibliotecas, también se sentiría muy apenado por el hecho de que, lejos de limitarse a ser un recuerdo conmovedor procedente de un tiempo pasado, el libro continúa siendo tan oportuno como relevante”.
PRÓLOGO, PÁG. 9
Tanto el título como el subtítulo me inquietaban. Merton se presenta, desde la portada, como profeta de su tiempo y, desgraciadamente, para la realidad del nuestro.
El 24 de febrero pasado el inicio de la invasión de Ucrania paso de posibilidad a hecho concreto, real y abominable.
Una guerra en el más amplio sentido de la palabra, ahí al lado, en las mismas puertas de Europa. Me quedé sin palabras. Ni habladas ni escritas. Dejé en una estantería el libro de tal forma que veía continuamente la portada, abandoné la lectura.
Al cabo de unos días me quedé mirando el libro que parecía retarme a continuar lo que había empezado.
¡De acuerdo, hno. Thomas Merton, cuéntame tú, a mí no me salen las palabras en este tiempo oscuro! Ayúdame a buscar y encontrar con otros esa Paz que genere Vida en medio del sinsentido de la Guerra y la Hipocresía política vinculada al Poder económico que ahoga a los de siempre. No olvidemos revisar la Historia, paso a paso. No olvidemos tampoco que hay muchas guerras activas en este mismo momento en el mundo. No olvidemos que la del botón nuclear puede ser la Penúltima.
A Albert Einstein se le atribuye este pensamiento que habría pronunciado después de la Segunda Guerra Mundial: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”. Él sabía de esto.
Sigo “escuchando” a Thomas Merton a través de su libro, llegaré hasta el final. Pero la vida, como siempre, me va poniendo delante pequeñas cosas que suelen tener que ver con lo que me preocupa, ilusiona, deseo…
“Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos son llamados hijos de Dios”. La archiconocida bienaventuranza me puso con los pies en la tierra.
Soy ciudadana del mundo, de un mundo complejo y violento; soy parte de la humanidad que camina a través de los tiempos infectada, por lo que bien dice Merton, es “la tentación primigenia y la raíz de todas las demás. ‘Seréis como dioses…’ (Gn 3, 5)” (Pág. 281).
Pero también soy cristiana, y esto me pone delante una complicada pregunta: ¿Cómo vivir esta bienaventuranza con la guerra a nuestras puertas?
Quien me hizo la pregunta también me regaló, gracias a Dios, dos consejos previos a contestarla. Uno, tratar de no perderme en quien tiene la culpa o teorizar sobre lo que deberían hacer las grandes potencias; el otro, no olvidar que la bienaventuranza se dirige a cada uno de nosotros para que seamos levadura en medio de la masa.
Os animo a haceros esa pregunta desde lo personal y compartirla con otros.
Hasta aquí puedo llegar, de momento, con el libro y con la pregunta. Si algo sale más adelante… segunda parte.
Comentarios desactivados en “Religiones por la Paz” propone una oración por Ucrania y un viaje de líderes religiosos a Kiev
Piden evitar “un ciclo interminable de violencia y trauma”
Una oración interreligiosa y un momento de silencio juntos para invocar la paz en Ucrania: es la iniciativa para hoy, 24 de marzo, promovida por la asociación internacional “Religiones por la Paz”en colaboración con la “Asociación Patient“
Afirman: “La primera parte de este viaje será elevar una oración común por la paz, un momento compartido por representantes de diferentes confesiones”
El siguiente paso, anuncian, será organizar el viaje de una delegación de líderes religiosos y una reunión en Kiev para que, “con su presencia orante y pacífica, inviten a las partes beligerantes a iniciar una tregua y participar en negociaciones concretas”
Los miembros del Comité Juvenil Internacional de “Religiones por la Paz” también han escrito un mensaje en el que “condenan la violencia y la pérdida de vidas, la falta de respeto por la ley y el desprecio por los derechos humanos y piden el cese inmediato de hostilidades”
(Agencia Fides) – Una oración interreligiosa y un momento de silencio juntos para invocar la paz en Ucrania: esta es la iniciativa promovida para hoy, 24 de marzo, por la asociación internacional “Religiones por la Paz” (Religions for Peace) en colaboración con la “Asociación Patient”, con sede en Polonia, con el objetivo de garantizar el apoyo y la solidaridad, por parte de los creyentes de diferentes confesiones religiosas, a las personas afectadas por la crisis humanitaria derivada de la guerra en Ucrania.
Una nota de“Religiones por la Paz”, enviada a la Agencia Fides, afirma: “La primera parte de este viaje será elevar una oración común por la paz, un momento compartido por representantes de diferentes confesiones: la oración y el silencio se vivirán simultáneamente, a nivel virtual, en muchos lugares del mundo, por grupos de personas que no pueden reunirse en presencia, grupos de personas de buena voluntad que se reunirán compartiendo un momento de silencio e invocación a Dios, expresando la cercanía con la mente y con el corazón al pueblo de Ucrania”.
El siguiente paso, como anuncian, será organizar el viaje de una delegación de líderes religiosos y una reunión en Kiev para que, “con su presencia orante y pacífica, inviten a las partes beligerantes a iniciar una tregua y participar en negociaciones concretas”. Los líderes religiosos, se subraya, “simplemente abogan por una resolución pacífica del conflicto y la reconciliación de los pueblos”. “Todos los creyentes de Europa, de cualquier comunidad religiosa, están llamados a unirse a este esfuerzo para detener el ruido de las armas y erradicar el odio del corazón de los pueblos”, se afirma en la nota.
En los últimos días, los miembros del Comité Juvenil Internacional de “Religiones por la Paz”también han escrito un mensaje en el que “condenan la violencia y la pérdida de vidas, la falta de respeto por la ley y el desprecio por los derechos humanos”, y dicen estar “profundamente preocupados por esto, especialmente por los jóvenes a los que se les roba un futuro pacífico”.
“Sin un camino hacia la paz y la diplomacia, las heridas de este conflicto sólo perpetuarán un ciclo interminable de violencia y trauma”, advierte el Comité, compuesto por jóvenes de diferentes religiones, que pide “un cese inmediato de las hostilidades y el compromiso de los líderes políticos y religiosos para resolver esta guerra y evitar más violencia en el futuro”.
Comentarios desactivados en ¿Pero está Dios en Ucrania?
Il Sismografo es un blog en el que desde Roma un periodista chileno, Luis Badilla, recoge toda la información sobre hechos relacionados con la Iglesia en todo el mundo. Es una fuente extraordinaria de información que se está haciendo insustituible. De este blog sacamos este gran texto sobre el papa y lasituación de Italia, que coincide mucho con lo que yo expresaba ayer en mi carta al papa. AD.
“¡Te lo suplico, Dios mío,
trata de existir, al menos un poco, por mí,
abre tus ojos, te lo suplico!
No tendrás nada que hacer más que esto,
estar al tanto de lo que pasa: ¡es muy poco!
Pero, Señor, haz el esfuerzo de ver, ¡te lo ruego!
Vivir sin testigos que lo vean, ¡qué desgracia!
Por eso, forzando mi voz,
grito, grito:
Padre mío,
te lo ruego
y lloro:
¡Tú existes!”
Se trata de “La oración de un ateo creyente”, compuesta en el momento de la disidencia religiosa por un escritor ruso, Aleksandr Zinoviev, nacido en el ateísmo, y que, después de haberse adentrado en una búsqueda espiritual, fue expulsado, por esta razón, de su país. Una “oración” que me ha vuelto a la mente en estos días de tanto desastre. Y que irrumpe, casi pidiendo explicaciones al cielo, como una protesta angustiada.
“¿Pero está Dios en Ucrania hoy? Y si lo está, ¿por qué permite todo esto? ¿Por qué dejas morir a tanta gente inocente?” Ya ha miles de víctimas, especialmente ancianos, mujeres, niños. Ciudades devastadas, destruidas. Millones de personas huyendo, desarraigadas de sus tierras. Se habla de negociaciones, y, mientras tanto, seguimos devastando, matando. Seguimos en las redes sociales proponiendo diariamente la “historia” de la guerra, como si la guerra fuera un cuento de hadas o, peor aún, un espectáculo.
“¿Pero está Dios en Ucrania hoy?” Sí, por supuesto, es una cuestión ya arruinada desde el principio por el peso inevitable de la retórica que lleva consigo. Y, sin embargo, frente a lo monstruoso de lo que está sucediendo, es una pregunta que un creyente no puede sino hacerse a sí mismo. Hasta que, asombrado, llega a preguntarse: “Pero ¿es Dios quien está en silencio? ¿O son, más bien, los que permanecen en silencio, en un silencio culpable, quienes deberían exigir la radicalidad del Evangelio, hablar de paz y justicia en nombre de Dios?”
Y aquí me encuentro con el punto doloroso y cruel: ¿qué están haciendo los hombres de la Iglesia para evitar que continúe esa horrenda carnicería en Ucrania? Se necesitarían profetas, verdaderos profetas, quienes, abandonando la reticencia y la cautela, desarrollaran de manera plena, libremente, su función, como conciencia crítica de la comunidad humana. Profetas, verdaderos profetas, que, sin temor a pronunciar palabras llamando a las cosas por su nombre y condenando, invocaran la intervención de Dios, su juicio, sobre la crueldad de los hombres.
¿Y qué tenemos? Hasta ahora, solo ha habido un pequeño movimiento. Nunca una acusación directa y explícita contra Putin, llamándolo por su nombre, condenándolo por la invasión de un país soberano, por haber puesto en marcha el mecanismo perverso de una guerra. Ni una sola vez se ha hecho referencia a Rusia, a sus pretensiones hegemónicas, en sus comunicados, en sus discursos.
Ya conocíamos a las Iglesias ortodoxas, divididas entre sí, y demasiado apegadas a sus respectivos poderes temporales para permitirnos criticarlas. Pero lo más sorprendente ha sido la actitud de la Iglesia Católica, que desde hace décadas, especialmente desde el Concilio Vaticano II, ha desempeñado un papel protagonista en el mundo, en favor de la pacificación, de la justicia y de la solidaridad.
Es cierto. El Papa Francisco ha hecho algunos gestos de cierto significado, pero acompañados también de algunas contradicciones. Fue a visitar al embajador ruso ante la Santa Sede para expresar su fuerte preocupación por la guerra que había estallado; pero tal vez hubiera sido mejor (como lo hizo al día siguiente con la llamada telefónica al presidente Zelensky) expresar primero su solidaridad con el pueblo ucraniano. En el Ángelus del 27 de febrero, lanzó un llamamiento para el fin de la guerra, pero muy brevemente, después de una larguísima reflexión singular sobre la lectura del Evangelio, y, por supuesto, sin nombrar nunca ni a Putin ni a Rusia.
También es cierto que, mientras tanto, ha desarrollado una movilización extraordinaria en el frente humanitario, en particular en la acogida de refugiados. Pero está claro que, aunque es una obra muy valiosa, el compromiso de la Iglesia Católica no puede limitarse al de una ONG.
¿Y, entonces? Tal vez sería necesaria una decisión verdaderamente profética de Francisco. Deje de lado todas las dudas y condicionamientos de la diplomacia vaticana. Deshágase de razones tales como que es el representante de Cristo en la tierra, y olvídese de que es un jefe de Estado. Tome un avión y salga hacia Kiev, cite al patriarca ortodoxo de Moscú Kirill en la Plaza Majdan, en el centro de la capital ucraniana. Recen juntos, por la paz, por la reconciliación entre esos pueblos. Oren juntos, para pedirle al único Dios que evite la locura de una nueva guerra mundial.
Hay algo que, seguramente, lograrán. Al menos, ese día, como sucedió aquel 27 de octubre en Asís con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Paz, las armas estarán en silencio, nadie morirá.
Comentarios desactivados en ¡Malditas sean todas las guerras!
Malditas las industrias de armamento
que se alimentan perpetuando los conflictos.
Malditas las mentes criminales
que nos privan de convivir, dialogar
y entendernos de forma cordial,
tratándonos como seres humanos.
Malditas sean las leyes injustas
y las decisiones despiadadas
que solo buscan el enfrentamiento.
Malditos los organismos internacionales
y las organizaciones de defensa
que fomentan o permanecen indiferentes
ante la muerte de tantas víctimas inocentes
y el recrudecimiento de las hostilidades.
Benditos sean quienes salen a las calles
para gritar: «No a la guerra, a todas las guerras»;
quienes buscan cualquier resquicio
que dé una oportunidad a la paz;
quienes acogen y cuidan a las personas heridas
y desplazadas por los combates.
Benditos sean quienes sacan a la luz
las raíces del conflicto y trabajan por eliminar
los obstáculos para que los acuerdos
sean sinceros y duraderos en el futuro;
quienes despliegan una gran humanidad
para recrear la humanidad perdida
en los enfrentamientos y el odio inhumano.
Comentarios desactivados en Carta de Simone Weil a Georges Bernanos
Una misiva muy iluminadora precisamente ahora con motivo del conflicto ruso-ucraniano-internacional
“Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable”
“Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan”
“Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir”
“Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos”
| Simone Weil
La escritora Simone Weil participó en la Guerra Civil española y formó parte de la Resistencia Francesa. En esta carta, publicada en ‘El viejo topo’, dirigida al intelectual orgánico Georges Bernanos, cristiano a conciencia, llama la atención sobre las ejecuciones que se realizan invocando una ideología.
Estimado señor:
Por ridículo que sea escribir a un escritor, que está siempre, por la naturaleza de su oficio, inundado de cartas, no puedo resistirme a hacerlo después de haber leído Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me afecta; el rural Diario de un cura es a mis ojos el más hermoso, al menos de los que he leído, y ciertamente un gran libro. Pero aunque me hayan podido gustar otros libros suyos, no tenía ninguna razón para importunarle escribiéndole.
En cuanto a este último es otra cosa; he tenido una experiencia que responde a la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida, en apariencia —solamente en apariencia— en un espíritu muy distinto.
Yo no soy católica, aunque —lo que voy a decir parecerá presuntuoso a cualquier católico, dicho por un no católico, pero no me puedo expresar de otra manera— nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco elevada, yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías se han dirigido hacia los grupos que se identificaban con las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que he tomado conciencia de que tales grupos son de una naturaleza que hace extinguirse cualquier simpatía.
El último que me había inspirado alguna confianza era la CNT española. Había viajado un poco por España antes de la guerra civil; muy poco, pero lo suficiente para sentir el amor que es difícil no experimentar hacia ese pueblo; yo había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y sus defectos, de sus aspiraciones más legítimas y de las menos legítimas. La CNT, la FAI eran una mezcla asombrosa, donde se admitía a cualquiera, y donde, en consecuencia, se podría encontrar inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu de fraternidad y, sobre todo, la reivindicación del honor tan hermosa entre los hombres humillados; me parecía que aquellos que iban allí animados por un ideal prevalecían sobre aquellos a los que impulsaba la violencia y el desorden.
En julio de 1936 yo estaba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, desear todos los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936.
Un accidente me hizo abreviar forzosamente mi estancia en España. Estuve algunos días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una quincena de kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar en que recientemente las tropas de Yagüe han pasado el Ebro. Después en el palacio de Sitges transformado en hospital; después nuevamente en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses. Dejé España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde, voluntariamente no he hecho nada. No sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya, como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.
He conocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance la ignominia de algunas historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos a golpes de garrote. Sin embargo, lo que oí bastaba. Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Cuántas historias se agolpan bajo mi pluma… Pero sería demasiado largo; ¿y para qué? Una sola bastará. Estaba en Sitges cuando llegaron, vencidos, los milicianos de la expedición de Mallorca. Habían sido diezmados. De cuarenta muchachos jóvenes que habían salido de Sitges, habían muerto nueve. Sólo se supo a la vuelta de los otros treinta y uno. La misma noche siguiente se hicieron nueve expediciones punitivas, se mató a nueve fascistas, o supuestamente tales, en esta pequeña ciudad donde, en julio, no había pasado nada. Entre esos nueve, un panadero de unos treinta años, cuyo crimen era, me dijeron, haber pertenecido a la milicia de los «Somatén»; su anciano padre, del que era hijo único y el único sostén, se volvió loco.
Otra: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países cogió, después de una escaramuza, a un joven de quince años que combatía como falangista. Nada más ser cogido, temblando por haber visto cómo morían sus camaradas junto a él, dijo que se le había enrolado a la fuerza. Se le registró, se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de falangista. Se le envió a Durruti, jefe de la columna, que tras haberle expuesto durante una hora las bellezas del ideal anarquista le dio la elección entre morir y enrolarse inmediatamente en las filas de aquellos que lo habían hecho prisionero, contra sus camaradas de la víspera. Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable. La muerte de este joven héroe no ha dejado nunca de pesar sobre mi conciencia, aunque no lo haya sabido sino después.
Y esto otro: en una aldea que rojos y blancos habían tomado, perdido, retomado, vuelto a perder, no sé cuántas veces, los milicianos rojos, habiéndola vuelto a tomar definitivamente, encontraron en las cuevas un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro jóvenes. Razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos hemos retirado, han permanecido aquí y han esperado a los fascistas, es que son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron inmediatamente, después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos.
Una última historia, ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír.
En Barcelona se mataba como media, en forma de expediciones punitivas, a una cincuentena de hombres por noche. Proporcionalmente, era mucho menos que en Mallorca, puesto que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes; por otra parte, se desarrolló allí durante tres días una sangrienta batalla callejera. Pero tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien. Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término muy amplio.
En cuanto a mí, tuve el sentimiento de que, cuando las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad.
Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima.
Una atmósfera así borra pronto el objetivo mismo de la lucha. Pues no se puede formular el objetivo más que reconduciéndolo al bien público, al bien de los hombres, y los hombres tienen un valor nulo. En un país en que los pobres son, en su gran mayoría, campesinos, el mayor bienestar de los campesinos debe ser un objetivo esencial para todo grupo de extrema izquierda; y esta guerra fue tal vez, ante todo, al principio, una guerra por y contra la repartición de tierras. Y bien, esos míseros y magníficos campesinos de Aragón, tan dignos bajo las humillaciones, no eran para los milicianos siquiera un objeto de curiosidad. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad —al menos yo no vi nada de eso, y sé que robo y violación eran merecedores, en las columnas anarquistas, de pena de muerte— un abismo separaba a los hombres armados de la población desarmada, un abismo semejante al que separa a los pobres y a los ricos. Se sentía en la actitud siempre algo humilde, sumisa, temerosa de unos, en la soltura, la desenvoltura, la condescendencia de los otros. Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos.
Podría prolongar indefinidamente estas reflexiones, pero debo limitarme. Desde que estuve en España, oigo, leo todo tipo de consideraciones sobre España, y no puedo citar a nadie, aparte de usted, que se haya sumergido, que yo sepa, en la atmósfera de la guerra española y lo haya resistido. Usted es monárquico, discípulo de Drumont: ¿qué me importa? Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba.
Lo que dice del nacionalismo, de la guerra, de la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado igualmente al corazón. Yo tenía diez años cuando el tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota con toda la exaltación de los niños en período de guerra. La voluntad de humillar al enemigo vencido, que se desbordó por todas partes en ese momento (y en los años que siguieron) de una manera tan repugnante, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me son más dolorosas que las que éste pueda sufrir.
Temo haberle molestado con una carta tan larga. No me queda más que expresarle mi más sincera admiración.
Dios fuerte y misericordioso,
que destruyes las guerras y derribas a los soberbios;
aparta de nosotros la destrucción y las lágrimas,
para que todos podamos llamarnos,
en verdad, hijos tuyos.
Por Jesucristo, Nuestro Señor
Paz a vosotros, mis amigos,
que estáis tristes y abatidos
rumiando lo que ha sucedido
tan cerca de todos y tan rápido.
Paz a vuestros corazones de carne,
paz a todas las casas y hogares,
paz a los pueblos y ciudades,
paz en la tierra, los cielos y mares.
Paz en el trabajo y en el descanso,
paz en las protestas y en la fiesta,
paz en la mesa, austera o llena,
paz en el debate y el diálogo sano.
Paz en los sueños y retos sociales,
paz en los surcos abiertos de las labores,
paz en la pasión pequeña o grande,
paz a todos, niños, mujeres y hombres.
Paz en las plazas y caminos,
paz en los asuntos políticos,
paz en vuestras alcobas y ritos,
paz en todos vuestros destinos.
Paz luminosa y siempre florecida,
paz que, al alba, se levante viva
y a la noche, nunca muera,
paz para vivir en fraterna armonía.
Paz que abre puertas y ventanas,
paz que no tiene miedo a las visitas,
paz que acoge, perdona y sana,
paz dichosa y llena de vida.
La paz que canta la creación entera,
que el viento transporta y acuna,
que las flores le ponen perfume y hermosura,
y todos los seres vivos con ella se alegran.
Paz que nace del amor y la entrega
y se desparrama por mis llagas
para llegar a vuestras entrañas
y haceros personas nuevas.
Mi paz más tierna y evangélica,
la que os hace hijos y hermanos,
la que os sostiene, recrea y anima,
es para vosotros, hoy y siempre, mi regalo.
¡Vivid en paz, gozad la paz.
Recibidla y dadla con generosidad.
Sembradla con ternura y lealtad,
y anunciadla en todo tiempo y lugar!
Comentarios desactivados en Thomas Merton: un monje contemplativo comprometido con La Paz
Thomas Merton es un autor norteamericano que admite múltiples lecturas. Es un monje trapense, un maestro espiritual, un hombre de diálogo, un humanista de hondas raíces cristianas, un pensadorque desafió las certezas de su tiempo, un promotor de la paz y la no-violencia, muy crítico consigo mismo y con cuanto le rodeaba.
Desde muy pronto se compromete con la lucha por la paz.Su madre era pacifista y se opuso a que su padre fuera a la guerra, afirmando que eso sería asesinar. Vive años convulsos. Nace en plena Guerra mundial, 1915, en un pueblo del pirineo francés, Prades, y muere en Bangkok en 1968. Su madre muere cuando tiene seis años y diez años más tarde muere su padre dejando en él un gran vacío y orfandad. Vive la II Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría, la Guerra del Vietnan (1955-1975), las luchas raciales entre blancos y afroamericanos, el llamado problema negro, y la lucha por los derechos civiles. Admira a Martín Luther King y considera el movimiento dirigido por él como el mayor ejemplo de fe cristiana en acción en toda la historia social de Estados Unidos.
Estudia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se incorpora al movimiento comunista juvenil, participa en mítines y huelgas, pero termina desengañado. Su juventud va a estar caracterizada por la típica bohemia estudiantil pero también participa en todas las publicaciones estudiantiles de la universidad, mostrando que la escritura va a ser una dimensión esencial de su personalidad. Es aquí, en la Universidad de Columbia, donde el Espíritu le mostrará su luz a través de amigos, profesores y lecturas. Lee las Confesiones de San Agustín y la Imitación de Cristo por recomendación de un monje hindú, y otros autores espirituales y autores ingleses como William Blake, Joyce, Gilson y Jacques Maritain. Todos le abren el camino de la fe y contribuyeron a su conversión y su bautismo en la iglesia católica. A los 27 años ingresa en la Abadía trapense de Getsemaní en Kentucky, US (1941), donde vivirá como miembro de la comunidad hasta su muerte. En mayo de 1949 recibe la ordenación sacerdotal.
Desde el silencio y la soledad del monasterio, desde su oración contemplativa, y su gran capacidad para escribir, Merton se convierte en la voz profética que denuncia la injusticia, los falsos dioses: el dinero, el poder, la mentira, la violencia… y clama por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la guerra nuclear. En el silencio de su celda le asalta la pregunta que Dios hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Cómo puedo ser un hombre de paz? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia? Busca respuestas a la II Guerra Mundial y observa el mundo en que vive con la mirada crítica del Evangelio.
No se desentendió de los problemas de su tiempo, lo que le ocasionó más de un conflicto con sus superiores, que se preguntaban qué pintaba un monje hablando del peligro nuclear. Intentó comprender lo que sucedía a su alrededor y abrir los ojos a sus contemporáneos. “Estoy de parte de la gente que está harta de la guerra y quiere paz para levantar su país… La tragedia del hombre moderno es que su creatividad, su espiritualidad y su capacidad contemplativa están sofocados por un súper ego que se ha vendido a la tecnología”.
Tras una primera etapa en la abadía en la que escribe textos maravillosos de meditación espiritual y su autobiografía La montaña de los siete círculos a los 33 años, con un éxito extraordinario de best-seller, Merton va a afirmarse en que escribir para él, es el único camino hacia la santidad y escribir se convertirá en un oficio divino y en su segunda naturaleza. En el silencio descubrirá que ser monje es una vocación preeminentemente social, convicción que creció aún más después de 1951 cuando recibe la ciudadanía americana y es nombrado maestro de novicios. El crecimiento social y espiritual de Merton es constante.
A partir de los años sesenta, comienza a involucrarse cada vez más en los temas sociales y en las protestas contra la guerra del Vietnan y la escalada nuclear, la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles. Su voz fue una de las de mayor influencia. La gente le escuchaba para encontrar luz en la oscuridad y claridad en medio de la confusión. Escribe sobre la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia. Clama proféticamente por la paz en el mundo y escribe: “Ser contemplativo no supone desentenderse del mundo y de sus problemas. El armarse hasta los dientes, no garantiza la paz (…) Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores”.
Merton anhelaba un mundo nuevo y poner sus talentos a sanar las heridas de ese mundo y lo llevará a cabo desde la Abadía de Getsemaní en Kentucky. En Semillas de destrucción escribe sobre la lucha pacífica contra la segregación y discriminación racial liderada por Martin Luther King. “El negro le ofrece al blanco un mensaje de salvación, pero el blanco está tan enceguecido por su autosuficiencia y su presunción que no reconoce el peligro que corre al ignorar la oferta”.
Gandhi y la no violencia es un dialogo entre dos maestros espirituales, Gandhi y Merton. Ambos están de acuerdo en afirmar que “el camino de la paz es el camino de la verdad, y la mentira, la madre de la violencia. La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. Es de esta división de la que surge el odio y la violencia…”.
Para Merton, la tarea de construir un mundo pacífico es la tarea más importante de su tiempo, pero también la más difícil. “La violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. El fin de la no violencia no es el poder sino la verdad”.
Ve la guerra como una tragedia evitable y cree que el problema de resolver el conflicto internacional sin violencia masiva se ha convertido en el problema número uno de su tiempo. Y citando a Kennedy afirma: “Si no terminamos la guerra, la guerra terminará con nosotros”.
En 1962 intenta publicar Paz en tiempos de oscuridad, pero fue vetada por sus superiores. Viene a ser su testamento profético sobre la paz y la guerra. Mucho de lo que se le había prohibido decir, comenzó a decirlo por aquel entonces el papa Juan XXIII y culminó con la publicación de la encíclica Pacem in Terris, en 1963. En ella se manifiesta contra la carrera armamentística y defensor del derecho a la vida como el derecho humano más elemental.
Merton se expresa así: “Me gustaría insistir por encima de todo en una verdad fundamental; que toda guerra nuclear, y, de hecho, la destrucción masiva de ciudades, poblaciones, naciones y culturas, independientemente del medio por el que se lleva a cabo, supone un crimen gravísimo que nos está prohibido, ya no únicamente por ética cristiana, sino por cualquier código moral sensato y serio”.
Merton hizo llegar textos mecanografiados de la obra prohibida a personas importantes e intelectuales de su época como el papa Juan XXIII, el cardenal Montini, Martin Luther King, Kennedy… y a personas participantes en sesiones conciliares. Es llamativo que la única condena especifica promulgada por el Vaticano II en la Gaudium et Spesse exprese en términos semejantes. “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras…es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que es preciso condenar con fuerza y sin vacilaciones”.
En 1962 es invitado a hacer una oración por la paz en la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos en la que entre otras cosas dice: “Señor Omnipotente… escucha compasivo esta oración que asciende a Ti, desde la confusión y la desesperación de un mundo en el que has sido olvidado, en el que no se invoca tu nombre, no se respetan tus leyes y se ignora tu presencia. Ayúdanos a controlar las armas que amenazan con dominarnos. Ayúdanos a emplear nuestra ciencia para la paz y el progreso, no para la guerra y la destrucción. Enséñanos a utilizar la energía nuclear para bendecir a los hijos de nuestros hijos, no para arruinarlos…”.
Le duele la indiferencia y la fe superficial de muchos norteamericanos que viene a ser un ligero barniz bajo grandes apariencias, sin compromiso ni rechazo de la violencia. “Nos guste o no, escribe, tenemos que admitir que ya estamos viviendo de hecho en un mundo postcristiano, es decir, en un mundo en el que los ideales cristianos y las actitudes cristianas se están viendo cada vez más relegados a una minoría. Es inquietante advertir ( …) que ya no solo los no cristianos sino incluso los propios cristianos tienden a pasar por alto la ética evangélica de la no-violencia y el amor, tachándola de sensiblera”.
Y desde una postura de responsabilidad cristiana pregunta, “¿a dónde nos está llevando la carrera armamentística nuclear? ¿Qué queremos hacer con la bomba atómica la menguante minoría cristiana de occidente? ¿Deshacernos de ella o utilizarla contra Rusia?”. Activista por la paz y los Derechos Humanos, Merton intentó abrir los ojos a sus contemporáneos y apoyó el movimiento pacifista y antirracista. Durante sus 20 años en la abadía de Getsemaní, se convirtió en un escritor contemplativo, crítico y en un monje atípico comprometido con la paz. Fue un hombre de fronteras: retirado del mundo, participó al mismo tiempo en la protesta antirracista y anti-Vietnam; místico cristiano y seguidor de Jesús, trata de ser un buen budista.
Durante el último tramo de su vida, crece su interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad budista, que influyeron mucho sobre su pensamiento y escritos de los últimos años. Estudia la fe islámica, el misticismo sufí y el budismo zen, enriqueciendo a unos y a otros con su amplio conocimiento de la mística y espiritualidad católicas. Sus exploraciones interreligiosas, no fueron ejercicios académicos sino algo esencial a su apertura a Dios en todo momento, apertura al cambio y a la conversión allí donde pudiera tener lugar. Su apertura a las tradiciones orientales culminó con su viaje a Asia en 1968. Tuvo la oportunidad de visitar al Dalai Lama con quien aprendió técnicas de concentración. Muere en Bangkok (Tailandia) donde asistía a un encuentro interconfesional de superiores monásticos de Oriente.
Hoy, Merton es el máximo exponente del acercamiento entre ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su voz profética es de gran actualidad. Nos recuerda la necesidad vital de cultivar el mundo interior; que la paz es un don y una tarea; que la violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. Un buscador de Dios que intentaba descubrir el misterio de su existencia. Su voz profética nos hace conscientes de que en estos tiempos de crisis espiritual y de división entre los pueblos, el diálogo interreligioso es una necesidad urgente, que las religiones están llamadas a construir puentes, recomponer la unidad y a tejer una nueva humanidad fomentando la cultura del dialogo y la solidaridad.
Pilar Concejo
Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Cincinnati, Ohio y Licenciada en Historia Moderna por la Universidad de Valladolid. Ha ejercido la docencia en el Instituto de España en Londres, la Universidad de Ohio Wesleyan en USA y en la universidad San Pablo CEU, de Madrid.
Comentarios desactivados en Leone Gianturco: “Desmond Tutu encarnó el poder de la fe profunda en una vida vida diferente”
“Se inspiraba en el concepto africano de ‘ubuntu'”
La Iglesia y el mundo están de luto por la muerte del arzobispo anglicano Desmond Tutu, que falleció el domingo 26 de diciembre a la edad de 90 años
Símbolo de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, ganó el Premio Nobel de la Paz en 1984. En un telegrama, el Papa recordó su compromiso con la igualdad y la reconciliación
Leone Gianturco (Sant’Egidio) relata el día de su encuentro en 1988: “su fe y su fuerza moral son inolvidables”
| Andrea De Angelis
(Vatican News).- “No hemos negado nuestro pasado, hemos mirado a la bestia a los ojos”. Así hablaba el arzobispo Desmond Tutu, uno de los símbolos de la lucha contra el apartheid, fallecido el 26 de diciembre a los 90 años, de su compromiso al frente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, creada en 1994 a instancias del Presidente Nelson Mandela y que fue presidida por el propio arzobispo a instancias del Jefe de Estado sudafricano.
Un hombre de paz
El 16 de octubre de 1984, Monseñor Tutu recibió el Premio Nobel de la Paz. El comité del premio internacional más famoso del mundo citó su “papel como figura unificadora en la campaña para resolver el problema del apartheid en Sudáfrica”. Dos años más tarde, se convirtió en la primera persona de piel negra en dirigir la Iglesia Anglicana en Sudáfrica: fue el 7 de septiembre de 1986.
El Arzobispo era un hombre de paz, un servidor de Cristo y también se inspiraba en el concepto africano de “ubuntu”, que indica una visión de la sociedad en la que cada persona está llamada a desempeñar un papel importante, con una preocupación natural por los demás y, en consecuencia, por la promoción y el mantenimiento de la paz.
“No hay futuro sin perdón”
Entre los muchos que lo conocieron, la Comunidad de Sant’Egidio también recuerda al clérigo sudafricano, identificando la “fuerza de la paz” como su legado.
Numerosos miembros de la Comunidad coincidieron con él a lo largo de los años. Entre ellos está Leone Gianturco, de la Sección Internacional de San Egidio, que en una entrevista con Radio Vaticano – Vatican News recuerda su encuentro cuando fue a Roma, el 26 de mayo de 1988, a inaugurar la “Tienda de Abraham”, la primera casa de la Comunidad dedicada a los refugiados.
– Gianturco, partamos de su recuerdo personal del arzobispo Tutu:
Su fuerza moral es inolvidable, al igual que su fe cristiana. Recuerdo que cuando vino a Trastevere a inaugurar la “Tierra de Abraham”, me di cuenta inmediatamente de que estaba ante alguien que hablaba con la Palabra de Dios. Tutu había encarnado su vocación, su servicio al Evangelio en la acción contra toda injusticia. Era una personalidad que te hacía temblar un poco el pulso, pero también te tranquilizaba porque era muy humano.
– Una humanidad que también afloró cuando, al frente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, dijo que el mero hecho de escuchar los atroces relatos de lo ocurrido durante los años del apartheid le causaba un gran sufrimiento. A pesar de ello, fue capaz de continuar su búsqueda de la verdad, de promover la reconciliación…
Sí, de alguna manera enraizó esa humanidad en una fe profunda. Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz, era conocido por su lucha contra el apartheid, y en cierto modo también se convirtió en una figura incómoda porque estaba en contra del asesinato de colaboradores negros por los propios negros. Había superado todas las barreras también gracias a su profunda fe en una vida diferente, con un pueblo en conflicto que debía ser conducido a la reconciliación.
Al frente de esa Comisión se embarcó en un viaje difícil, repitiendo que no hay futuro sin perdón. Para perdonar, había que pasar por el sufrimiento de esas terribles historias. Cuando fue a Ruanda se puso a llorar ante aquel genocidio, era una persona que vivía los dramas de su tiempo de forma directa, incluso atrevida. En su fe encontró la fuerza para enfrentar todo esto.
– Una de sus lecciones fue que es mucho más fácil juzgar que promover la reconciliación. ¿Sigue siendo válida esta lección hoy en día?
Ciertamente, lo que nos llamó la atención como Comunidad de Sant’Egidio fue precisamente esta empatía, este rechazo a banalizar el perdón. No se puede perdonar a “bajo precio“, hay que pasar de la indignación que cada uno siente cuando le hieren, al relato, a la búsqueda de la verdad.
Todos estos son pasos que no son fáciles, pero que permiten llegar a una verdadera reconciliación. Tutu, en su profunda humanidad, también comprendió el problema de la pena de muerte y siempre estuvo en primera línea para condenarla. Acostumbraba a visitar a los condenados a muerte, precisamente porque para él era paradójica la idea de que una justicia hiciera morir a alguien por un acto violento. El perdón, en cambio, era el camino que permitía a los esclavizados por el odio admitir sus faltas y luego superarlas.
– En su telegrama de condolencia, el Papa habló de la contribución de Tutu a la promoción de la igualdad racial. ¿Este aspecto también es de gran actualidad?
Sí, su lección es fuerte porque, viviendo la desigualdad racial, luchó por la superación del racismo a todos los niveles. Nos enseñó que todas las formas de discriminación son erróneas; considerar al otro como diferente de uno mismo es perjudicial, es estúpido, va contra toda lógica cristiana y humana.
En el funeral de Mandela, Tutu se indignó porque había pocos de esos blancos que habían trabajado junto al presidente. Quería que participaran, porque Tutu estaba realmente en contra de todo tipo de racismo. Esa es la fuerza de su testimonio. Adoptó una posición, pero no fue partidista, en el sentido de que su único bando era un mundo de igualdad.
Comentarios desactivados en “ Si conociéramos el camino de la paz… ”, por José Arregi
De su blog Umbrales de Luz:
Los profetas de Israel habían anunciado la paz –el Shalom– para otro tiempo, el futuro mesiánico en el que habría de llegar el Mesías, el rey descendiente de David, “príncipe de la Paz” (Is 9,5), rey descendiente de David. Entonces, escribió Isaías, “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4-5). Entonces “habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos (…). Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque el conocimiento de Dios colmará la tierra como las aguas el mar” (Is 11,6.9). Entonces gozarán las gentes la paz de la RAE: no habrá guerras ni armas, nadie provocará ni padecerá ningún daño ni desastre. Entonces la Tierra rebosará de paz, como los mares rebosan de agua. Podrá ser un futuro lejano o cercano, futuro en todo caso. “Entonces”. Pero será, no os resignéis. Resistid.
¿Qué sería de la historia de la humanidad sin ese sueño, sin ese impulso y acicate de la utopía? Ernst Bloch, marxista crítico, pensador de la esperanza, explicó perfectamente los dos aspectos o funciones que desempeña la utopía: la función crítica o negativa y la función operativa o positiva; crítica del presente por un lado, esperanza eficiente y constructiva del futuro por otro lado. No podemos conformarnos con la permanente guerra que vemos, ni con la mera crítica de lo que tenemos. Construyamos hoy la casa de la paz del futuro, la ciudad de paz.
¿Y si no logramos construirla? Aunque nunca lo logremos, merece la pena que intentemos en paz conseguir la paz. Eduardo Galeano lo dijo perfectamente: La utopía es horizonte; no se puede alcanzar el horizonte, pues se aleja a medida que avanzamos hacia él, pero el horizonte nos muestra por dónde caminar, hacia dónde avanzar.
A Jesús le movía el mismo espíritu de los profetas, su clamor de esperanza: habrá paz sin angustia en los corazones, habrá paz sin injusticia en la Tierra. Pero a esa antigua esperanza profética Jesús le dio un nombre nuevo: “reinado” o “reino de Dios”. Y, sobre todo, introdujo una novedad en su profético: “El reinado de Dios, a saber, la supresión de todas las injusticias y opresiones, la curación de todas las enfermedades y malestares, la desaparición de todas las inquietudes y angustias, no es para luego, es para hoy. El reino de Dios ya viene, está llegando, haciéndose presente. ¿Queréis una prueba? Ved cómo los enfermos empiezan a curarse. Ahora es el momento de la gran paz”. ¿Habló así el Jesús histórico? Así parece, en efecto, pero no nos interesa tanto lo que el Jesús histórico pensó, dijo o hizo exactamente, sino la figura inspiradora que nos ofrecen los relatos, releídos libremente, “espiritualmente”.
El mensaje de esperanza de Jesús debió de tener cierto eco y éxito en el pueblo llano de Galilea, especialmente entre los pescadores y campesinos de la zona del lago Genesaret. Sin embargo, el reto era ganarse a Jerusalén, y allí se encaminó, y allí “fracasó”. La élite social –los “saduceos”– y religiosa –los principales sacerdotes y escribas– de la “ciudad santa” prefería “la paz del orden” que dirá San Agustín 400 años después más bien que la paz subversiva que anunciaba el joven profeta galileo. Y decidieron que era mejor quitarlo de en medio. Sabemos lo que siguió. Jerusalén se convirtió para Jesús en encrucijada y viacrucis. (El fracaso será, sin embargo, reconocido como martirio y, por lo tanto, como pascua, resurrección).
Jesús presintió lo que le venía, pero no lo rehuyó, lo afrontó. Y no lo afrontó con violencia, sino con tristeza, la tristeza de ver que la ciudad santa se negaba a la paz y, al negarse a ella negaba su propio nombre y su ser. Pues Jerusalén, como se sabe, significa en hebreo “ciudad de la Paz”, y era desde antiguo la imagen de todos los sueños y esperanzas de paz. Al avistar la ciudad desde lejos, los peregrinos la saludaban deseándole la Paz, Shalom, y cantando llenos de alegría: “Vivan en paz los que te aman. Reine la paz dentro de tus muros. En nombre de mi familia y de mis amigos te digo de todo corazón: La Paz contigo” (Sal 122,6-8). También para Jesús, escuchar Jerusalén significaba respirar la paz, decir Jerusalén significaba ofrecer la paz. Había llegado a la ciudad como peregrino, quizá albergando la ardiente esperanza de que, justamente con ocasión de su peregrinación, iba a reventar y florecer el reinado de Dios, la paz plena transformadora de todo, la paz renovadora de todas las cosas.
Pero no. Tampoco esta vez sucedió. Intuyéndolo, y mirando a la ciudad desde el monte de los Olivos, lloró sobre ella y en tono de pesar y lamento más que de queja y reproche le habló diciendo: “¡Ay Jerusalén, si en este día comprendieras tú también el camino de la paz!” (Lc 19,42). “¡Si supieras cómo encontrar la paz!”. No hay palabras de condena. Pero el camino a la paz es más difícil de lo que Jesús había creído al principio, y no solo en los notables de Jerusalén, sino incluso en aquellas y aquellos que le siguen más de cerca y peregrinan con él. Y en el mismo Jesús, a quien pronto se describe bañado en sudores de angustia en el huerto de Getsemaní, perdida la paz, y poco después gritando en la cruz, perdido también Dios… ¿Cómo podríamos reprocharle haber perdido la paz?
Nadie pierde ni quita la paz a sabiendas, sino por ignorancia. Nadie pierde y quita la paz a propósito, sino por impotencia. Incluso quien provoca una guerra la provoca con el propósito de lograr una paz a su manera. Quien hace daño lo hace en busca de algún beneficio. Quien renuncia a la paz lo hace porque no conoce la paz, no porque no la quiera o porque prefiera el enfrentamiento. No hay enemigo que no prefiera la paz, no hay malhechor que prefiera el mal. Somos errantes que no encuentran el camino, no culpables. Tal vez fue esto lo que el mismo Jesús comprendió, incluso mejor que cuando habló con dolor a Jerusalén, cuando sufrió la congoja de Getsemaní y de la cruz. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Y su última palabra es el Todo, vacío y plenitud que queda cuando todo se ha perdido: “Padre, en tus manos confío mi aliento vital” (Lc 23,46). Lo que queda es el eterno Aliento de la Vida.
Desde esta su última palabra y desde su plenitud de aliento nos habla también a nosotros, como nos hablaría cualquiera que ha encontrado el camino de la paz a través de la angustia, nos hablaría con pesar y compasión: “¡Ay si encontraras el camino de la paz! ¡Si supieras distinguir entre la apariencia de la paz y el don de la paz, entre la paz del poder y la paz de la misericordia, entre la paz del Imperio y la paz del Aliento, entre la paz ilusoria y la paz verdadera! ¡Si dejaras de castigarte a ti mismo y al prójimo y dejaras que la paz que te habita te guíe por el camino de la paz! ¡Si comprendieras que, como para todos los peregrinos, también para ti lo esencial no es la meta sino el camino, que el camino mismo es el destino! Está en tus manos. Tienes a mano el camino de la paz, abierto ante ti: en ti mismo, en el prójimo, en la naturaleza, en todo cuanto es. Levántate y camina en paz”. Caminemos en paz.
Todos los caminos –tú mismo, tu prójimo, la naturaleza, todo cuanto es– son uno, como una es la paz. El caminante de la paz recorre a la vez todos los caminos. Y no para llegar alguna vez a la paz plena y definitiva, sino para seguir el camino en paz aun cuando pierda la paz. El horizonte de la paz nos guía en el camino.
(Versión libre del artículo publicado en euskera en la revista Hemen, n. 68 / 2020, octubre-diciembre, pp. 8-11)
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