El 14 de diciembre falleció, colmado de años–95– y de virtudes –la más importante, la opción por las mayorías empobrecidas– el cardenal franciscano brasileño Dom Paulo Evaristo Arns, obispo auxiliar y arzobispo de Sâo Paulo durante más de treinta años (1966-1998), que brilló con luz propia en los diferentes campos del saber y de la vida religiosa y política de su país y de América Latina. Primero como profesor, maestro y teólogo, luego como obispo de la liberación y profeta. Formado intelectualmente en la Sorbona de París en lengua, literatura y filosofía clásicas, fue profesor de dichas disciplinas e infundió en el alumnado el espíritu humanista, el amor y el gusto por la cultura clásica. Enseñó literatura patrística a los estudiantes de teología, a quienes fomentó el estudio de las obras de los Padres de la Iglesia, algunas de cuales tradujo. Cuenta Leonardo Boff que la última vez que lo visitó en el convento de religiosas donde residió en las afueras de Sâo Paulo lo encontró leyendo los sermones de Juan Crisóstomo en griego. Pero, sobre todo, enseñó a pensar crítica y creativamente. Fue además un excelente escritor con una amplia bibliografía.
Obispo y profeta
El cardenal Arns fue obispo y profeta, dimensiones difíciles de compaginar en una misma persona. El obispo suele ejercer el poder eclesiástico al servicio de la institución religiosa que lo ha elegido y en alianza con el poder político. El profeta, por el contrario, es un visionario que muestra al jerarca la desnudez que se esconde tras sus ornamentos sagrados, la vacuidad de las pompas y vanidades sobre las que se asienta artificialmente, la falta de coherencia entre lo que predica y lo que vive, la bisutería en la que está envuelta su supuesta misión trascendente y, en fin, la falta de autoridad moral cuando se aleja de la ética de las Bienaventuranzas.
Fue su talante profético lo que llevó al cardenal Arns a desposeerse de los atributos episcopales autoritarios y alejarse de los conciliábulos eclesiásticos y políticos para ubicarse en el mundo de la exclusión y en el lugar de las mayorías populares marginadas de la muy poblada urbe de Sâo Paulo y hacer suyos sus sufrimientos y esperanzas. Y a fe que lo consiguió, sin por ello renunciar a su actividad como obispo, pero no como vigilante de la ortodoxia, sino como impulsor de la reforma conciliar y de experiencias eclesiales comunitarias. Su talante profético se alimentaba del espíritu franciscano al que nunca renunció como pudiera esperarse que hiciera cuando logró llegar a la cúpula de Iglesia católica brasileña. Francisco de Asís fue siempre su guía evangélica.
El cardenal Arns fue testigo privilegiado y protagonista de la vida religiosa y política de Brasil durante toda la segunda mitad del siglo XX. Vivió y sufrió en carne propia y en primera línea los horrores y la barbarie de la dictadura militar de seguridad nacional de su país, que duró 21 años. En sus sermones, escritos y declaraciones públicas denunció proféticamente los crímenes, las torturas y las sistemáticas transgresiones de los derechos humanos por los militares y defendió la democracia. Especial empeño puso en la condena de la tortura a la que eran sometidos los activistas de los derechos humanos.
Es de destacar el apoyo prestado a los dominicos presos y torturados, entre ellos Frei Betto, prestigioso escritor y teólogo de la liberación, frente a la actitud cómplice de algunos de los superiores dominicos. Denunció la represión contra la clase trabajadora y apoyó sus luchas y reivindicaciones. La confrontación directa con la dictadura le acarreó controles policiales y persecución política, que no le hicieron bajar el tono de sus críticas. En su lucha contra la dictadura, defensa de los derechos humanos y opción por los pobres siguió el ejemplo del profético arzobispo brasileño Helder Cámara, de quien se consideraba discípulo.
En la senda de la teología de la liberación
La II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (Colombia) en 1968 fijó como prioridad para la Iglesia del continente la creación de comunidades cristianas de base, que definió como “el primero y fundamental núcleo eclesial” y “factor de promoción humana y desarrollo”. El cardenal Arns, fiel a la eclesiología comunitaria de Medellín, impulsó y animó la creación de dichas comunidades. Gracias a su iniciativa y a la de otros obispos, en Brasil llegó a haber cerca de 80.000 comunidades eclesiales de base ubicadas preferentemente en zonas rurales y en los suburbios de las grandes ciudades. Este fenómeno dio lugar a lo que Leonardo Boff llamó “eclesiogénesis: las comunidades de base reinventan la Iglesia”.
Arns destacó por defender la teología de la liberación y a sus principales cultivadores, muchos de ellos teólogas y teólogos brasileños perseguidos por el Vaticano. La hizo realidad en su actividad pastoral siguiendo su metodología: análisis crítico de la realidad, interpretación liberadora de la Biblia y orientación a la praxis, y conforme al principio de la opción radical por los colectivos empobrecidos. Apoyó a las teólogas y los teólogos de la liberación en momentos de persecución, tribulación y condena. Leonardo Boff contó con la compañía y la solidaridad de sus hermanos franciscanos los cardenales Arns y Lorscheider durante el proceso al que fue sometido por el cardenal Raztinger siendo presidente del ex Santo Oficio, quien le sancionó con la imposición de un tiempo de silencio.
Según confesión del propio Boff, durante el proceso, Arns, refriéndose al documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, que condenaba esta corriente teológica sin matices, le acusó a Ratzinger en estos términos: “Usted ha asumido la visión de los enemigos de esta teología [de la liberación], que son los militares latinoamericanos y los grupos conservadores del episcopado… Espero de Usted un nuevo documento, positivo ahora, que reconozca esta forma de hacer teología a partir del sufrimiento de los pobres y en función de su liberación”. Ratzinger tuvo en cuenta la petición de Arns y en 1986 la CDF publicó la Instrucción en positivo Libertatis conscientia. Sobre libertad y liberación. Este testimonio es una muestra más de que el cardenal-arzobispo de Sâo Paulo no se doblegó ante ningún poder, tampoco ante el eclesiástico.
Arns, entre los Santos Padres de América latina
El cardenal Paulo Evaristo Arns pertenece a la generación de los obispos-profetas que pusieron en práctica el paradigma del cristianismo liberador en América Latina en la dirección marcada por la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín. Iniciaron un nuevo modelo episcopal que, inspirándome en el teólogo de la liberación José Comblin, resumo en las siguentes características:
– Fueron más allá de la mera administración episcopal y consideraron que se principal misión era testimoniar con su vida el Evangelio en la sociedad.
– Pusieron su mirada y dirigieron su acción más allá de la Iglesia local y ejercieron su influencia liberadora fuera de los límites diocesanos que tenían asignados.
– Vivieron la colegialidad entre “obispos amigos”, asumiendo las causas de los oprimidos, consolándose y solidarizándose en medio de las persecuciones e intimidaciones que venían del Vaticano y de los poderes políticos, económicos y militares.
– Ejercieron la libertad personal como condición necesaria para luchar por la liberación de los grupos humanos oprimidos, sin ceder a las amenazas de castigos.
– Su ministerio pastoral se caracterizó estuvo guiado por la opción ético-evangélica radical por las personas y los colectivos empobrecidos.
– Muchos fueron objeto de persecución tanto dentro como fuera de la Iglesia sin por ello dejarse intimidar y algunos sufrieron el martirio por mor de la justicia. Esa fue la confirmación de la verdad de su mensaje y de la autenticidad de su vida
– Practicaron el ecumenismo, pero no de carácter doctrinal o institucional, sino en sus actitudes evangélicas en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador y la práctica de la justicia.
– Provocaron divisiones dentro del episcopado, el sacerdocio y los feligreses por sus actitudes solidarias con el mundo de la exclusión social, de la marginación étnico-cultural y de la discriminación sexista.
A esta generación de obispos, que Comblin llama “Santos Padres de América Latina”, pertenecen, entre otros, el chileno Manuel Larraín, precursor de Medellín; el ecuatoriano Leonidas Proaño, obispo de los indios; los mexicanos Samuel Ruiz, obispo de los indígenas de Chiapas, y Sergio Méndez Arceo, cofundador de Cristianos por el Socialismo; los brasileños Helder Cámara, obispo de los pobres y “voz episcopal universal” y militante de la resistencia a la dictadura militar; Antonio Batista Fragoso, “pobre entre los pobres” y militante de la resistencia contra el régimen militar, y Aloisio Lorscheider, defensor de la teología de la liberación; el argentino Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura militar de su país; el salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado por su compromiso con la justicia; el guatemalteco Juan Gerardi, asesinado tras presentar el Informe “Guatemala: nunca más”; el español-brasileño Pedro Casaldàliga, obispo-poeta-revolucionario y defensor de las comunidades indígenas.
Durante las más de tres décadas que duraron los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI la generación de los obispos latinoamericanos de Medellín fue sustituida gradualmente por otra generación episcopal: la de quienes antepusieron la ortodoxia a la ortopraxis, prefirieron la fidelidad a Roma a la fidelidad al pueblo sufriente, se sometieron a la autoridad del Vaticano en vez de obedecer a la autoridad de las víctimas, se declararon guardianes del depósito de la fe en vez de caminar por la senda de la esperanza y transmitirla a las mayorías desesperanzadas.
Hubo, con todo, obispos que siguieron el camino liberador de sus predecesores, pero la dirección del cristianismo latinoamericano ya no fue la marcada por Medellín y Puebla, ni la vivida en las comunidades de base, ni la prensada desde la teología de la liberación. Quizá con el papa Francisco se vuelva a caminar en aquella dirección. Pero ese “quizá” solo puede hacerse realidad en cada parcela local y en el mundo global saliendo de los guetos eclesiásticos, yendo a las periferias existenciales, trabajando codo con codo con los movimientos sociales y puesta la mirada puesta en Otro Mundo Posible, desde donde construir Otra Iglesia Posible.
De aquella generación de “Santos Padres de América Latina” nos queda Pedro Casaldàliga, debilitado físicamente, es verdad, pero lúcido intelectualmente y en plenitud de facultades proféticas, como demuestra su mensaje con motivo de la muerte del cardenal Arns, a quien llama “protector fraterno en la caminada” y “profeta de nuestra América”. Él, dice, “supo atender a todas las llamadas, en favor de los derechos humanos, en diálogo ecuménico, enfrentando la injusticia, confortando a los pobres, denunciando y anunciando…, viviendo el evangelio en varias situaciones de la vida que tocó vivir”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” y autor de La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant lo Blanch, València).
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