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“El recuerdo del padre: Una figura inaccesible e inolvidable”, por Felisa Elizondo, teóloga

Miércoles, 20 de noviembre de 2024

IMG_8150“Hay ataduras que vinculan de por vida a un hijo con su padre”

“El de un hijo con el padre es un vínculo único y universal, tan profundo que resulta imposible de ignorar”

“El padre de Erri de Luca volvió de América lamentando no haberse unido a algún grupo de la Resistencia y que trabajó para dar a los suyos comida, educación y zapatos”

“En distintas páginas y con alusiones siempre breves, pudorosas, a modo de confidencias, Erri de Luca nos deja entrever la silenciosa figura de su propio padre: un hombre dado al trabajo y llevando la vida honrada de tantos buenos vecinos”

Si en la literatura –desde los despertares del feminismo– muchas páginas han tratado de la relación, tantas veces conflictiva, de hijas y madres, también la paterno filial ha encontrado un espacio considerable que deja advertir que es éste un lazo fundamental en la experiencia humana. Así, aunque en los años sesenta oímos hablar hasta el cansancio de un “corte generacional” y alguien a quien citaremos más abajo llega a decir que “el 1900 ha excavado abismos entre padres e hijos”, son bastantes las firmas de autores conocidos que se vienen interesando por esa figura que dejó marcas en la memoria de su infancia que es algo así como una patria. A pesar de que “una generación se levantó contra los padres” –como señala ese mismo autor– la ligadura ata a padres e hijos con un lazo que el olvido no llega a difuminar.

Ya hace unos pocos años, el escritor mejicano Héctor Aguilar Camín en Adiós a los padres, un libro dedicado a la historia familiar, aunque el suyo fue un padre ausente, dejó escrito que “los padres son inaccesibles al conocimiento de los hijos pero no a su imaginación” y que se da la paradoja de que siendo “los dioses cotidianos” de nuestra infancia pasan a resultarnos rutinarios en los años siguientes para ser, al fin, “nuevamente esenciales al final de la vida”. Una constatación que encontramos en otras historias personales, incluidas las de la generación que se levantó contra los padres en el emblemático 68.

El tema se repropone una y más veces porque el de un hijo con el padre es un vínculo único y universal, tan profundo que resulta imposible de ignorar. En este espacio nos ceñiremos a su aparición en las páginas de un escritor al que no faltan frescura y originalidad: Erri de Luca.

Recuerdos y lecturas que se entrelazan

IMG_8148A partir de entrevistas y de anotaciones que se encuentran en las solapas de su veintena de libros, se puede saber que Erri de Luca tiene sesenta y dos años, que nació y creció en la Nápoles del bullicio y la miseria de la postguerra.

Sabíamos que su padre volvió de América lamentando no haberse unido a algún grupo de la Resistencia y que trabajó para dar a los suyos comida, educación y zapatos. Algo que el muchacho sintió como un privilegio respecto a los niños de la calle cuyas penurias le hicieron sentir vergüenza y rabia. Sentimientos que ahora, en su madurez, quiere expresar con palabras a modo de “un ramo de flores sobre la fosa común de su infancia”. Aquella pobreza callejera le empujó a una rebeldía juvenil que comportó desoír a su padre y dejar la casa “para ir a ninguna parte”. A dejar de lado otros posibles y canalizar sus energías en la adscripción a Lotta continua, un grupo que ensayó el lanzamiento de los adoquines romanos en las manifestaciones callejeras del final de los sesenta.

De Luca trabajó como obrero en oficios que encallecen las manos y como camionero en ayuda de la maltrecha Bosnia durante la guerra de los Balcanes. Con la dignidad de quien vive de la fatiga y no del éxito, ha mantenido siempre una vida sobria aprendida de su madre que daba cinco liras (de las de entonces) a las manos vacías y no como mera limosna. Empeñado en gastar su tiempo y sus energías en el lado de los vencidos, en causas casi perdidas. Un empeño que se trasluce en su mismo modo de escribir. Así, en años recientes ha alzado la voz para que no queden sin nombre los que en un viaje de “sólo ida” encuentran su tumba en el Mediterráneo, sin tiempo de arribar siquiera a la pequeña isla de Lampedusa, y se ha sumado a la protesta popular por la apertura de un túnel bajo la cadena alpina.

Como en su recorrido, en su escritura y en párrafos cortos, casi entrecortados, asoma un fondo de convicciones firmes, la ética que ha sostenido sus peripecias, y que explica su estima de los gestos mínimos, los de las gentes que pasan sin ser notadas: “si quieres ser invisible, hazte pobre”, escribió la inteligente Simone Weil, y Erri no lo discutiría. Basta releer su poema sobre lo que considera valioso: Considero valore…

En el reciente A tamaño natural (Seix Barral 2022) ha reunido varias estampas con trazos que dibujan a su modo la relación de padres e hijos en relatos que saltan el tiempo desde el lejano Israel hasta los últimos meses de la Shoà. Son relatos y menciones que se entrelazan. Y en la trama se cruza su memoria personal, textos leídos y releídos, historias oídas y mirada detenida ante un cuadro excepcional de un pintor judío exiliado en París a comienzos del siglo XX.

En distintas páginas y con alusiones siempre breves, pudorosas, a modo de confidencias, Erri de Luca nos deja entrever la silenciosa figura de su propio padre: un hombre dado al trabajo y llevando la vida honrada de tantos buenos vecinos. Y el retrato de un hijo desobediente: “No por una colisión frontal, fue una lenta deserción, me fui dando bandazos sin dirección alguna […] a mí me alcanzó la llamada de una generación”.

Un padre nunca olvidado, aunque apenas habló con él más que del trabajo manual pero que le enseñó a encontrar agua bajo tierra con su bastón de fresno. Que no llegó a leer ninguno de sus libros aunque tampoco dejó de tenderle una mano sin preguntarle por sus andanzas y convicciones políticas cuando volvieron a darse momentos de cercanía.

Un padre al que –sin decirlo expresamente– parece dedicar la frase que el autor pone en boca de su admirado poeta Chagall y que suena como su propia confesión: “en la deuda de la gratitud se halla el remordimiento de haber dejado indefenso al padre árbol”. En más ocasiones, Erri ha repetido con acento que suena sincero que, de por vida, sigue siendo hijo.

Releyendo la akedà de Isaac

IMG_8146El sacrificio de Isaac, de Andrea Mantegna

Sin considerarse creyente, aprendió el hebreo antiguo, además del yidish, para leer las Escrituras en su lengua original: tanto aprecia su “sabiduría antigua” y aquellos relatos que se pierden en el tiempo. De ahí que entre los textos aparezcan unos cuantos nombres y episodios bíblicos.

Ya en Hora prima anotó su manera de leer el Libro: “Cada mañana, con la cabeza despejada y serena, acojo las palabras sagradas. He llegado a entender que acogerlas no significa aferrarlas, sino ser alcanzado por ellas, estar tan tranquilo que me deje agitar por ellas, tan indiferente y sin planes personales previos que pueda recibirlos de ellas, tan soso que me deje salar por ellas. Así he hospedado en mi casa las palabras de la Escritura sagrada”.

De ahí también que su “exégesis” resulte tan original como la que desplegó hace unos años en En el nombre de la madre releyendo el Evangelio de Lucas. En A tamaño natural nos sorprende al traducir y detenerse en el relato tradicionalmente conocido como “El sacrificio de Isaac” –que prefiere titular akedà siguiendo el original hebreo– en el que encuentra “la más severa historia entre padre e hijo” que narra la “atadura” irrompible que liga a un hijo con su padre. El traductor y lector que es Erri advierte que la Voz que arrojó a Abraham fuera de su tierra, pide ahora que “tome” nada menos que al hijo único y habido en la vejez de Sara: “la Divinidad –escribe– quiere verificar si basta con una invitación para desencadenar la obediencia de su oyente”.

En la lectura del extraño pasaje, con ayuda del Talmud, nuestro autor compara la enemistad y ruptura de Abraham con su propio padre, Teràn, con la sumisión máxima de Isaac, que no huye ni se defiende del suyo, aunque al caminar hacia el monte donde espera su final llore lágrimas que no brotan precisamente de “los manantiales de alegría” y “los pasos pesen plomo en la cuesta del Moria”.

Con este gesto extremo, Isaac, que ni se rebela ni defiende, “da peso a su padre”, que es como decir que le honra al máximo. Así supera a sus mayores por el extremo de la obediencia. Lo hace –cuida de anotar también De Luca– antes de que la Voz dicte en el Sinaí el mandato/deber de honrar al padre. Y para nuestro exégeta, este antiquísimo relato viene a mostrar que el nudo con que el hijo está atado al padre no es desatable, por lo que le resulta mucho más conforme con el original hablar no ya de “sacrificio” sino de “ligadura de Isaac.

Un cuadro de Chagall

IMG_8139En París, en el Museo de Arte e Historia del judaísmo, Erri de Luca descubrió el impresionante retrato a tamaño natural que en 1910 Marc Chagall hizo de su padre, al que había dejado en las lejanas orillas del Daugava, en Bielorrusia, donde levantaba cargas pesadas y removía arenques en salmuera con sus manos heladas.

Pocas descripciones conmueven como ésta, que se alarga saltando páginas y enlazando con otras, en la que Erri se detiene en el pincel de Marc Chagall, el hijo pintor que en la noche honra con un cerco rojo los ojos quemados del padre. Y con capas superpuestas de pintura negra sus ropas viejas oliendo a pescado y a sal:Para Marek –nombre original de Marc– el futuro está sobre el lienzo. Para un artista el futuro es terreno ya sembrado […] Marek en París absorbe, filtra, apesta a pintura […] Es el amanecer, el cuadro está terminado. Su padre está allí, frente a él ¿Puede un retrato equilibrar la brecha entre la obra del padre y la noche de gratitud de un hijo?”.

Y De Luca no olvida recordar que, en el siglo de promesas y masacres, el hijo, ahora asentado en las orillas del Sena, como quien nada río arriba, cumple con el deber imperioso de pintar el lugar donde llegó al mundo. Y vuelve con la memoria a la ribera de otro río para retratar a una figura que reúne toda su gratitud: la de un hombre vestido de negro, dibujado a tamaño natural. Se trata de Zakhar Chagall, su lejanísimo padre, el de las manos heladas y olientes: “es la culminación que alcanza la nostalgia”.

Las manos heladas no besadas –observa Erri– no están presentes: Marek/Marc no se atrevió a representarlas porque de aquel olor había huido y representaban algo de lo que no se enorgullecía. Las capas de color responden –añade el escritor que contempla en el museo la impresionante figura del padre lejano– “a un remordimiento y a una gratitud tardía”.

No es atrevido pensar que esos sentimientos que encontramos en esta cadena de recuerdos son los de muchos más hijos que reconocen, pese a todo lo pasado o silenciado en sus historias personales, que hay ataduras que vinculan de por vida a un hijo con su padre.

Fuente Religión Digital

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En reunión con el Papa, diácono critica a la Iglesia por su “impresionante falta de compasión” a las personas trans.

Jueves, 24 de octubre de 2024
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IMG_8084El Papa Francisco se reúne con la delegación del New Ways Ministry. De izquierda a derecha, la Dra. Cynthia Herrick, Laurie Dever, Deacon Ray Dever, Michael Sennett y Nicole Santamaría


A mediados de octubre, el Papa Francisco recibió a la hermana Jeannine Gramick, cofundadora del Ministerio New Ways, y a un grupo de católicos transgénero, intersexuales y aliados para una audiencia de 80 minutos en su residencia privada. En la audiencia, los asistentes ofrecieron testimonios personales al Papa.

Bondings 2.0 ha estado publicando esos testimonios en su totalidad, en el orden en que fueron presentados en la audiencia. Para leer más sobre la reunión del Ministerio New Ways con el Papa Francisco, haga clic aquí. Para testimonios anteriores, consulte la parte inferior de esta publicación.

El testimonio de hoy es del diácono Raymond y Laurie.

Permítanme comenzar contándoles acerca de mi familia. Mi esposa Laurie y yo hemos estado casados por 31 años, y he sido diácono en la iglesia por 15 años. Tenemos tres hijas adultas, la mayor de las cuales es una mujer transgénero de 30 años llamada Lexi. Sus problemas de identidad de género salieron a la luz hacia el final de la escuela secundaria y el comienzo de la universidad. Durante ese tiempo, casi la perdimos, ya que tuvo tres intentos de suicidio. Con nuestro amor y apoyo incondicional, finalmente salió del armario y realizó la transición completa, social, legal y médica, un proceso que llevó casi 10 años; si no lo hubiera hecho, probablemente no estaría viva hoy. Hemos reconciliado nuestro apoyo hacia ella con nuestra fe y estamos totalmente en paz con eso. La vida de nuestra hija fue lo primero. La vida siempre es lo primero. El amor siempre es lo primero.

Si puedo hablar honesta y francamente, me gustaría compartir dos pensamientos, basados en nuestros años de experiencia en la intersección de la familia y la iglesia. En primer lugar, reconozco las preocupaciones de la Iglesia con respecto a la teoría de género, pero hemos aprendido que simplemente no hay conexión entre la teoría de género y las personas transgénero, personas que luchan con la disforia de género tal como la define la profesión médica, algo que claramente no es una elección personal ni el resultado de alguna ideología. Debido a esta confusión, las personas transgénero están siendo excluidas de la vida de la Iglesia en demasiadas diócesis y parroquias: se les niegan los sacramentos, no se les permite asistir a escuelas católicas. Creo que eso es trágico y claramente incorrecto. Existe una necesidad desesperada de que la Iglesia hable, aprenda y discierna la verdad sobre estos temas.

En segundo lugar, lo que realmente me ha afectado más personalmente es la asombrosa falta de compasión dentro de gran parte de la Iglesia hacia las personas transgénero: personas como nuestra hija, personas que seguramente fueron creadas a imagen y semejanza de Dios, personas de todo el mundo que están lidiando con problemas de identidad de género sin culpa propia y que solo quieren vivir sus vidas con la misma dignidad y respeto que cualquier otra persona. Y quiero agradecerles personalmente la compasión que han demostrado hacia las personas transgénero.

Me duele decir esto, pero en este momento creo que, como iglesia, estamos haciendo más daño que bien en nuestro enfoque de la teoría de género y las personas transgénero. Estamos causando un daño real a estas personas y a las familias que las aman y las apoyan. Espero y rezo para que, en el espíritu del Sínodo, podamos comenzar a abrirnos a la verdad y discernir un mejor camino a seguir. Y espero y rezo para que todos podamos encontrar en nuestros corazones algo de misericordia y compasión genuinas para las personas transgénero, la misma misericordia y compasión que estamos llamados a mostrar por cada uno de los amados hijos de Dios.

—Diácono Ray Dever, 22 de octubre de 2024

Nicole Santamaria, “Intersex Catholic Tells Pope Francis a Story of Faith, Violence—And God’s Mercy” (Una persona católica intersexual le cuenta al Papa Francisco una historia de fe, violencia y la misericordia de Dios)

Michael Sennett, “In Audience with Pope, Transgender Catholic Says Gender-Affirming Care Is a Blessing“ (En audiencia con el Papa, católico transgénero dice que la atención que afirma el género es una bendición)

Fuente New Ways Ministry

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“Una maternidad más allá de las condiciones fisiológicas”, por Consuelo Vélez

Martes, 14 de mayo de 2024
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IMG_4555De su blog Fe y Vida:

Aunque falta mucho para que la igualdad de género sea una realidad en todas partes del mundo, se han hecho grandes avances y, quedan pocos lugares -legalmente- vedados para las mujeres. Digo, “legalmente” porque en los “imaginarios” -más difíciles de cambiar- aún persisten muchos prejuicios y limitaciones. Pero un aspecto que, tal vez, no se ha trabajado suficientemente es la maternidad como una posibilidad que solo tienen las mujeres y no los varones, de ahí, que se defienda que ese rasgo es lo propio de las mujeres y, en eso, debe consistir su mayor aporte a la sociedad y a la Iglesia.

En ese sentido, en varias partes del mundo, en el mes de mayo, se celebra el hecho de ser madres. Pero reflexionamos sobre algunos aspectos de la maternidad. Fisiológicamente, las mujeres tienen los órganos reproductores adecuados para llevar adelante la maternidad. Sin embargo, como en todos los aspectos humanos, ni todas las mujeres pueden ser madres por alguna razón fisiológica, ni todas llegan a serlo, bien sea por escoger un estilo de vida célibe o porque no concretaron una relación afectiva en su tiempo fértil o por opción, razón que se invoca más últimamente. Con esto quiero decir que, valorando inmensamente el hecho de poder ser portadoras de la vida, no necesariamente todas las mujeres lo son, de ahí que no es “universalmente” válido el aporte de las mujeres en relación con su maternidad.

Es verdad que muchas lo son. Sin embargo, el hecho de fisiológicamente tener la posibilidad de ser portadoras de la vida ¿las hace “buenas” madres? ¿las capacita de manera “innata” para ser madres de esa nueva criatura? Me atrevo a responder que no porque la maternidad con todo lo que ello implica de amar a un nuevo ser, de ayudarle a desarrollarse desde lo que ese bebé es y desea, de darle las suficientes alas para que despliegue todas sus potencialidades, de amarle con generosidad, sin egoísmo, sin pedir nada a cambio, etc., no es algo innato que surge por el hecho de físicamente dar a luz. Por el contrario, esa realidad exige un aprendizaje, una permanente revisión, un disponerse a crecer, a confrontarse, a corregirse, a considerarse en camino del desarrollo del amor verdadero hacia otra persona, en este caso, de ese ser que logró desarrollarse en su vientre.

Y con todo lo anterior quiero sacar dos conclusiones. Lo primero es recordar que la maternidad es mucho más que lo biológico y por eso, aunque este mes se celebre el día de las madres y surja con tanta espontaneidad y cariño festejarlas y agradecerles sus desvelos y entrega, es importante recordar que ser madre es una tarea muy difícil que no puede improvisarse. Lamentablemente, hay demasiadas madres egoístas que prácticamente acaparan a sus hijos para sus propias necesidades. Hay tantas que ven en ellos su compañía, la realización de lo que ellas no pudieron ser, los casi “objetos” en quienes descargan sus frustraciones, miedos y exigencias. No faltan las que toman a sus niños como objeto de venganza contra sus parejas -esto también ocurre mucho en los varones y hemos asistido a casos muy dolorosos de varones que matan a sus propios hijos para vengarse de sus mujeres-. Pero no faltan madres que les impiden a los hijos crecer con sus padres y privarlos de muchas oportunidades también para castigar a su pareja. Esto de ser madres a imagen “del amor materno/paterno que Dios nos revela” (Is 49, 15-17), no es nada fácil y convendría repetirlo para que el don de la maternidad de los frutos que esperamos y sea más fácil engendrar una sociedad de hermanos/as como tanto la necesitamos.

Pero la segunda conclusión es que ni siquiera este aspecto fisiológico de la maternidad es tan propio de las mujeres que las haga tan distintas a los varones. Todos los seres humanos estamos llamados a amar con el mismo amor de Dios, ese amor del que habla la cita de Isaías, en que Dios mismo reconoce que, aunque una madre pueda olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida. Es decir, quien vive los valores del reino -sea mujer o varón- está llamado a vivir el amor incondicional del mismo Dios con todos los seres que le rodean. Esto no es cuestión de mujeres o varones. Es cuestión de humanidad.

Volvamos entonces con la igualdad de género. Las mujeres solo aportarán el amor que engendra vida y la deja desarrollar sin egoísmos ni exigencias para sí mismas, si aprenden a ser madres, revisando sus propios egoísmos y limitaciones y buscan crecer cada día en el aprendizaje de ese amor total y sin reserva. Pero no solo ellas están llamadas a vivirlo. Los varones, por ser imagen y semejanza de Dios, también pueden vivir ese amor incondicional -y de hecho hay varones que viven su paternidad con esa alta medida- aunque fisiológicamente no carguen en su seno al bebé que engendraron. No está de más recordar que la ternura, acogida, cuidado, protección no son valores por naturaleza femeninos, sino que son también masculinos y cada vez los vemos más explícitos en los varones.

Estos son tiempos de igualdad de género, pero también son tiempos de seguir en el aprendizaje del amor que construye un mundo más humano, más fraterno y sororal. Ni toda la responsabilidad es de las mujeres -es también de los varones y en la misma medida-, ni las mujeres saben hacerlo de manera innata, esencial, natural. Es evidente que no existe un instinto materno, sino que todo lo bueno que se supone debería darse, las mujeres también lo han de aprender, lo mismo que lo han de aprender los varones.

Por supuesto, celebremos en este mes de mayo el amor de tantas madres que han sabido vivir un amor generoso y entregado por sus hijos. Mucho que agradecer y mucho que reconocer. Pero, tomemos conciencia de lo mucho por aprender. En este último sentido, si a las jóvenes se les ayudara a no “idealizar” esa característica de ser madres, sino que se les mostrara la responsabilidad que supone, tal vez habría menos embarazos indeseados y, con eso, menos mujeres y varones que en lugar de amar como se esperaría lo hicieran, solo llenan el mundo de más dolor y egoísmo, al no saber amar bien ni a sus propios hijos.

No olvidemos que el amor incondicional de nuestro Dios es una llamada para mujeres y varones que, a imagen y semejanza suya, están llamados a vivirlo y a transparentarlo. No es más quien tiene las condiciones físicas para portar una nueva vida ni menos quien solo lo engendra. Ni tampoco quienes no tienen hijos por la razón que sea. Todos los seres humanos, con sus condiciones propias, pueden testimoniar el proyecto de amor de Dios sobre la humanidad, con la riqueza, particularidad y pluralidad que absolutamente cada ser humano tiene.

 (Foto tomada de: https://zubietxe.org/madres-con-mayuscula/)

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19.3.15. San José, una fiesta del padre

Jueves, 19 de marzo de 2015
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JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett MillaisDel blog de Xabier Pikaza:

Hoy, 19 III 15, se celebra la fiesta de San José, a quien el NT presenta como esposo de María (cf. Lc 2, 48; Jn 1, 45; 6, 42), ejecutor de la obra de Dios (cf. Mt 1, 18–2, 33; Lc 1, 26–2, 52. La tradición católica ha destacado su importancia como “padre humano” del Hijo de Dios, el mayor de todos los santos, al lado de María, su esposa:

‒ Es Patrono de Padres, sean físicos (hoy es su día), sean putativos (por eso a los que llevan el nombre de José se les llama Pe-Pes, de José PP: Padre Putativo…), sean padres físicos; todos por igual aparecen protegidos por Jesús, en la tradición católica

‒ Es Patrono de Niños sin Padre, pues lo fue del Hijo de Dios, que nació sin protección sobre un mundo de violencias y envidias… como los niños perdidos y abandonados; pero José le recogió (recogió con María al hijo de Dios, reconociendo y cuidando como suyo al hijo de María)

‒ Es Patrono de la Iglesia, familia de Jesús, que él protegió (como declaró el Papa León XIII, hace algo más de un siglo, al destacar su importancia para los cristianos). Es Patrono de “Seminaristas” (de jóvenes que se preparan para hacer el oficio de Jesús), y de monjas (que habitan en la casa de Jesús)… Es Patrono de viudos, pues una tradición dice fue viudo y que acogió a María abandonada, con su Niño, Hijo de Dios…

‒ Se la ha considerado Patrono de la Buena Muerte, pues se supone que murió en manos de Jesús y de María y que así protege en la muerte a quienes le invocan. Se la he hecho Patrono de Trabajadores, carpinteros y obreros: Así aparece el 1 Mayo, un Día llamado de José Operario

Es Patrono de Novios, es decir, de aquellos que buscan mujer buena, pareja para compartir con ella la vida; por eso, la tradición apócrifa le presenta con la Vara del Amor florido en la mano. Es Patrono de maridos turbados (que se piensan engañados por sus mujeres) o de buenos maridos, trabajadores y cariñosos, que se fían de ellas.

A todos buen día y felicidad, en la fiesta de José.

Unos datos bíblicos (Mt 1, 18-25)

Mateo presenta a José como Hijo de David (Mt 1, 20), es decir, como un heredero de las promesas mesiánicas, un hombre «justo» (dikaios) que cumple lo que exige y pide la ley divina (Mt 1, 19). Lógicamente, él tenía que presentarse como trasmisor de las promesas mesiánicas, como alguien capaz de decir a Jesús lo que ha de ser, la forma en que debe comportarse, como portador de la voluntad y de la misión de Dios para su hijo.

Por eso, el ángel le dice que acepte y cuide a María, su esposa (Mt 1, 18-25), y a Jesús, el niño que ha nacido de Dios. Frente al varón dominador que duda de su esposa y la utiliza, frente al hombre que pretende «conquistar» a las mujeres y tomarlas como territorio sometido, se eleva aquí la voz más alta del ángel de Dios pidiendo al varón José que respete a la mujer María, aceptando lo que Dios realiza en ella. En el principio de la historia de la liberación cristiana está la fe de este buen varón José, que se ha dejado cambiar, convirtiéndose de algún modo en cristiano ante María.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor (Mt 1, 18-25. cf. Is 7, 4)

– Este evangelio no insiste en el aspecto biológico de la generación de Jesús. Por eso, las confesiones cristianas han podido interpretar esa generación de formas distintas, como indica gran parte de la exégesis protestante: se puede aceptar el mensaje más hondo del texto sin entender la virginidad de un modo biológico. Es más, algunos llegan a afirmar que sólo prescindiendo del motivo biologista puede entenderse de forma radical el mensaje de ruptura y nueva creación humana que el ángel ofreció a José y con él a los nuevos cristianos “rejudaizados”, que tendemos a quedar prendidos en las mallas de una religión genealógica y patriarcalista.

– El texto guarda un silencio reverente y paradójico respecto de María… No dice ninguna palabra sobre su manera de actuar, no se esfuerza por entrar en su intimidad. Esa actitud es lógica: nosotros, miembros de una sociedad patriarcalista, estamos representados por José; y así en José debemos convertirnos. Pero, siendo lógico, ese silencio puede volverse turbador y hace que muchos quieran abrir de nuevo las puertas al mito: es como si la persona histórica de María no contara; es como si Dios pudiera utilizarla en secreto, haciéndola instrumento mudo de su obra.

Desde aquí se entienden las tres explicaciones antiguas sobre los hermanos de Jesús

Hipótesis de Elvidio… de muchos Padres de la Iglesia.

Los hermanos de Jesús eran como él, hijos de José y María. El nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo se entiende, según eso, en sentido religioso, no físico. Jesús ha nacido en el seno de familia grande, quizá compleja, con los problemas que eso implica. José fue el padre de esa casa grande, un hombre bueno, un padre “espiritual” en el sentido más profundo de ese término. Esa casa grande de José donde nació Jesús, la casa de María, es signo de la casa de Dios, de la Iglesia donde nacen a la vida de la fe los creyentes.

Hipótesis del Proto- evangelio de Santiago, del siglo II.

José habría sido un viudo ya anciano, a quien casaron con María, para protegerla de las malas lenguas. Según eso, los hermanos de Jesús serían hijos de José, viudo al casarse con María. Eso supondría que José cuidó no sólo a sus propios hijos, sino a los de María, una mujer “tocada” (enriquecida) por Dios. Tuvo según eso una gran familia, de hijos propios y “ajenos”, todos hijos suyos. Cuidó al hijo ajeno como a los propios, es ejemplo de padre, en una familia donde hay hijos de diverso padre y madre… como sucede en muchos casos en la actualidad:

Pues bien ¿qué significó para Jesús crecer entre hermanastros?

¿Cómo se distinguían unos de los otros?

Hipótesis de San Jerónimo.

Desde finales del siglo IV, primeros del V se extendió la hipótesis defendida por un defensor exaltado de la virginidad, como era san Jerónimo, monje y biblista que se daba con una piedra en alguna parte del cuando tenía tentaciones (así aparece en mil imágenes de miles de iglesias).
Jerónimo intento demostrar que los hermanos de Jesús eran primos, hijos de un hermano de José o de una hermana de María y para ello hizo diversas conjeturas textuales y legales que muchos han seguido haciendo hasta hoy.

Ésta es la hipótesis que ha seguido en general la Iglesia católica. Tanto José como María habrían hecho voto de castidad… Y de esa forma, en un hogar sin relaciones sexuales, pero con amor intenso, nació el Hijo de Dios, solo entre dos solitarios (María y José), solo, sin hermanos, familia propia.

José, padre de una familia compleja

Sea cual fuere la solución “externa” que se tome, José aparece en el Evangelio como padre de una familia llena de tensiones,cargada de riquezas, pero también de dificultades.

1) Pudo tener muchos hijos, entre ellos a Jesús, y los educó para la vida, para la esperanza… Es muy posible que en su casa hubiera espacio para otros niños: primos o sobrinos. Era hombre de familia abierta.

2) La familia de los “hijos de José” fue probablemente una “familia de cruces”, de acogida de hermanos y primos, de sobrinos y niños quizá abandonados…No es la familia de idilio de papá, mamá y niño bonísimo, limpio y cuidado… sino la familia abierto, donde siempre hay espacio para uno más.

3) Por eso es bueno recordar hoy a Jesús, signo especial de Dios Padre, heredero de la tradición de José, que acoge a todos, sin distinción de origen legal o no legal, físico o putativo… Un Dios de todos y para todos… se expresa en José, a quien hoy podemos venerar como padre de hijos propios y ajenos, creando familia, con María… Una familia en la que pudo crecer Jesús, familia de cruces donde todos eran acogidos-

Por eso es bueno recordar a José como padre, al lado de María, Madre.

Se dice que estamos en un tiempo de crisis del “padre”, una crisis que tiene razones coyunturales, culturales y sociales. Pues bien, éste es un tiempo bueno para reflexionar sobre ello, retomando la figura de San José, el «padre del Hijo de Dios», como vengo diciendo.

En el principio de todo amor humano están los padres, que no son ya simples engendradores, como en los animales, sino verdaderos creadores, pues ellos acogen al niño con amor y le educan con su cuidado y palabra, a lo largo de los largos años de “gestación extrauterina”. La verdadera paternidad humana no es la de tipo biológico, que puede ser efecto de una relación momentánea o de un banco de semen masculino. Auténtico padre es quien acoge y educa al niño en el amor y palabra. La verdadera maternidad no es tampoco la meramente física, pues en ese plano se podría acudir a una madre de alquiler y, quizá, algún día, a una máquina compleja que sirva de útero para la gestación del semen fecundado, como había imaginado ya hace tiempo A. Huxley, Un mundo feliz (1932).

Ciertamente, parece que los meses de gestación en el útero materno establecen un tipo de relaciones especiales (¿de amor?) entre la madre y el embrión, de manera que resulta difícil prescindir de una “gestación natural” de los niños. Pero, estrictamente hablando, no se puede descartar, por principio, la posibilidad de que se fabriquen un día úteros mecánicos, como incubadoras muy avanzadas donde se deposita el semen fecundado, para que se despliegue hasta el momento de su nacimiento. Sea como fuere, la maternidad más honda no está ligada ya ni al vientre (puede haber, como he dicho un vientre externo), ni a los pechos de la madre física (muchos niños se alimentan ya desde ahora sin leche materna), como sabía ya Jesús (cf. Lc 11, 27-28).

La maternidad auténtica se sitúa en el nivel de la acogida personal, del cuidado y la palabra, que van acompañando y suscitando al niño a lo largo de sus primeros años. También la paternidad (¡sobre todo la paternidad!) debe situarse en el plano de la palabra y del cuidado, de la fe y de la entrega personal al servicio de la nueva vida, en comunión con la madre. Aquí entra José, el esposo de la “madre de Dios” (el padre del Hijo de Dios).

Dios, un tema de padre (y de madre).

Desde ese fondo puede reinterpretarse la visión del evangelio, que ha puesto de relieve la paternidad/maternidad estrictamente humana no sólo de los padres biológicos, sino del conjunto de la comunidad, que debe acoger en amor y palabra a los niños. Jesús vivió en un tiempo de crisis de padre; eran muchos los niños abandonados, en la calle; pues bien, ellos han de ser, conforme al evangelio, los primeros destinatarios del amor cristiano (cf. Mc 9, 32-37; 10, 13-16). En ese contexto podemos aludir al Dios padre-madre como experiencia de gratuidad y palabra creadora, en un gesto social abierto hacia los marginados, es decir, hacia aquellos que, en general, en aquel tiempo carecían de un padre legal que les reconociera. En este contexto de ausencia, Jesús presenta a Dios como auténtico padre-madre: como aquel que regala a los hombres la vida y les acompaña, en un proceso de engendramiento gratuito y gozoso. Leer más…

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