El Sínodo extraordinario de los Obispos católicos sobre la familia, convocado en el Vaticano desde el 5 al 19 de Octubre de 2014, se interrogará sobre numerosos temas, desde las uniones «de parejas que viven juntas sin matrimonio religioso o civil», al acompañamiento de los divorciados de nuevo casados, a las uniones de personas del mismo sexo, al problema de la educación de sus hijos. Temas sobre los cuales la Iglesia Católica vuelve por fin a reflexionar y a interrogarse.
Varios grupos y movimientos católicos italianos e internacionales, a pocas horas del comienzo del Sínodo de los Obispos, han decidido organizar en Roma (Italia) para el próximo Viernes 3 de Octubre de 2014 la conferencia internacional “Los caminos del Amor” que quiere proponer a algunos teólogos, procedentes de varias partes del mundo, un tema desafiante: «Qué pastoral con las personas homosexuales y transexuales». Porque en efecto no se puede hablar de familia sin hablar de todas las familias, incluyendo a aquellas que han tenido, que tienen y que tendrán que enfrentarse con la homosexualidad.
“Los caminos del Amor”. Conferencia internacional para una pastoral con las personas homosexuales y transexuales (Roma, 3 de Octubre de 2014)
Aula magna de la Facultad de Teología Valdense, via Pietro Cossa 40, Roma (Italia), entrada libre
Sitio web: http://waysoflove.wordpress.com/
Facebook https://www.facebook.com/waysoflove2014
Email lestradedellamore@gmail.com
James Alison: De la imposibilidad a la responsabilidad: apuntes para una pastoral católica gay
Si un domingo por la noche voy calle abajo de donde se ubica mi departamento en São Paulo, hay algo de lo que puedo estar seguro: encontraré cientos de chicos; en realidad, chicos gays y lesbianas de entre 14 y 18 años de edad.
Emos, góticos, con mohicanos y piercings, con la marca de diseñador de su ropa interior cuidadosamente visible, y con cuanta variedad en el vestir sea imaginable como demostración de toda la ansiedad y la gloria de la adolescencia. ¿Y por qué justo allí? Pues bien, hay un club grande en la esquina, en este que es el más popular de los dos principales barrios gays de São Paulo, que alberga una “matiné” o “función para menores de edad” los domingos por la tarde.
Hay realmente varios clubes de ese tipo, pero éste es el mejor ubicado.
Así es que, desde alrededor de las 4 p.m. y hasta cerca de la medianoche, los chicos que no serían capaces de entrar en un club regular a las horas nocturnas normales, pueden divertirse; cosa que hacen, tanto en el club como fuera de él, para disgusto de los conductores locales que se ven obligados a avanzar muy lentamente, ante la ineficacia del semáforo y bajo la mirada de una discreta presencia policiaca destinada principalmente a proteger a los jóvenes de brotes de violencia ocasionales.
Al fin y al cabo, de cuando en cuando los “cabezas rapadas” deciden envalentonarse, apareciéndose para dar a “los maricones” una ligerita paliza dominical. Para mi gran sorpresa, nunca he visto adultos depredadores merodeando al acecho de chicos menores de edad. En realidad, no estoy del todo seguro si los chicos siquiera se darían cuenta de que alguien lo intentara, dado que parecen encontrarse tan completamente inmersos en su propio mundo. Si alguien lo intentara, entonces, bueno, la actitud puede ser un arma fulminante, y estos chicos poseen actitud por montones.
¿Por qué comencé con esta imagen? Si ustedes me hubieran dicho, hace quince o veinte años, que algo como esto sería considerado realmente como muy normal en una ciudad importante, lo hubiera pensado imposible.
La total normalidad, la adorable aunque ligeramente histérica banalidad adolescente de todo esto es lo que parecería imposible. Hasta donde puedo entender, he aquí una generación cuya introducción en el mundo del cortejo, de las citas y de formar parejas, sucede al mismo tiempo que la de sus contemporáneos de la escuela media y de la secundaria, teniendo como fondo la misma música, moda, arranques de angustia, competencias de berridos y demás.
A pesar de que los chicos de mi barrio son capaces de expresarse de una forma particularmente libre, el hecho de que su patrón de relación sea con personas del mismo sexo no parece ser, en ningún sentido, la característica más llamativa o importante de cuanto rige sus vidas.
Ahora bien, permítanme llevarlos aún más abajo de la misma calle, justo pasando mi puerta delantera, de hecho. Al principio, no podrán notarlo, en medio de todas las formas normales de vida gay de acera, con grandes multitudes de hombres que se vuelcan a las calles para platicar pacíficamente fuera de los bares (las lesbianas tienden a congregarse en barrios ligeramente distintos); pero, si se quedan por ahí un buen rato, tengan por seguro que se darán cuenta de ello: la presencia de un número significativo de los que en el Reino Unido llamamos rent boys, “chicos de alquiler” en Estados Unidos “hustlers” y que en México se conocen como chichifos.
En cualquier caso, trabajadores sexuales. Uno de ellos una vez me hizo ver algo que yo no habría notado por mí mismo: si uno de sus colegas tiene joyas, por sencillas que éstas sean, es muy probable que no estén consumiendo drogas.
Dado que son gente pobre, las drogas que pueden permitirse son del tipo más nocivo y adictivo —crack y metanfetaminas—, y la ruta que lleva de la primera dosis a la pérdida total de la autoestima y, con ella, la de la ropa decente y los accesorios, es vertiginosamente rápida. Por lo tanto, si el muchacho había comenzado a consumir drogas, ya habría vendido sus joyas para la siguiente dosis.
Algunos de estos muchachos ejercen su profesión en sitios regulares (y se expresan con respeto de sus clientes habituales), porque es una forma de hacer dinero rápido.
Para otros, especialmente los de los barrios periféricos más pobres de la ciudad, donde son muy fuertes las presiones para hacerse machos mientras crecen, esta es la manera de adaptarse tanto a “salir del armario”, como a poder costear una noche en el centro de la ciudad; ya que, según su modo de hablar, si lo hacen por dinero, entonces no son realmente homosexuales. Después de que se espabilan un poco, se acostumbran a ser gays y, una vez que eso ocurre, la cuestión del dinero es una parte menos decisiva en sus vidas.
Algunos lo harán como una forma de derrochar tras una semana de trabajo en la construcción o en la peluquería; otros están involucrados con hombres mayores, acostumbrados a pagar los platos rotos por ellos y comprometidos en una relación.
Otros, habiendo ganado demasiado dinero, demasiado pronto, a cambio de unos cuantos trucos, y habiéndolo gastado igual de rápido, quedan inmersos en un ciclo de autoaborrecimiento e inutilidad para emplearse, incapaces de tolerar el mero aburrimiento, el trabajo duro y el bajo salario rutinario propio del único tipo de trabajos para los cuales están calificados.
En la esquina hay un café internet, donde todos los habitantes de la calle pueden conectarse en línea, chatear, concertar citas y actualizar sus páginas web con nuevas y cada vez más arriesgadas fotografías.
El popurrí constante de tonos para teléfono celular indica que la cita ha quedado fijada, los tratos cerrados y así sucesivamente. El anonimato total que ofrece el mundo de internet y del teléfono celular parece haber quitado una buena porción de deshonra a la prostitución masculina. Después de todo, no existe forma alguna en que un observador casual pueda saber si lo que está sucediendo tiene una connotación solamente amistosa o tiene implicaciones profesionales.
Y este mundo se aproxima codo con codo, se superpone e incluso penetra en ese mundo de los adolescentes de domingo que describí anteriormente; bastante a menudo, imperceptiblemente.
Los mismos factores sociales que hacen a un mundo posible, han dado también su rostro actual y su forma a la otra realidad. Bienvenido a mi mundo. Me encanta, me encanta vivir en medio de esto. Me siento tan aliviado de compartir la sensación de libertad que viene con la ruptura de la imposibilidad.
He llegado a deleitarme en el sonido imperdible de la risotada de una imperial drag queen brasileña a las tres de la mañana, más estridente y aún más tierna que el más arrogante chillido de la cacatúa de la selva. Y sin embargo, en medio de mi privilegio de vivir en semejante barrio, tengo un enorme reto en cuanto a mi responsabilidad.
Verán ustedes, en la ciudad en la que vivo, una ciudad de aproximadamente dieciocho millones de personas, en donde el desfile anual del orgullo gay cuenta con un mínimo de tres millones de personas —y esa es la cifra dada por la policía—, no hay una pastoral católica para la comunidad LGBTQ.
En una ciudad nombrada en honor al apóstol Pablo, la cual es también la ciudad más grande en el país, con la mayor población católica en el mundo, nuestra Iglesia está totalmente ausente de cualquier implicación realista en la vida del segmento de la sociedad que en Brasil lleva por nombre “GLS”, Gays, Lesbianas y Simpatizantes (aquellos con afinidades similares).
Y de nuevo estamos frente a un tipo diferente de imposibilidad, ya que, por supuesto, nuestra Iglesia en Brasil depende de la misma enseñanza que en todas partes.
La enseñanza actual de las congregaciones romanas, que tiene como premisa que todos los seres humanos son intrínsecamente heterosexuales y que las personas homosexuales están objetivamente desordenadas.
El recientemente nombrado primado de Bélgica, monseñor Léonard, calificó la enseñanza de la Iglesia con bastante precisión cuando indicó, para consternación de la prensa local, que en su opinión ser homosexual es igual que sufrir de anorexia, en otras palabras: una patología del deseo.
Dicha enseñanza no puede reconocer que ser gay es una variante minoritaria no patológica que ocurre regularmente en la condición humana; porque, si lo reconociera, algunas consecuencias fluirían de ello: la pertinencia de ciertas formas de relación, incluyendo un elemento sexual, a pesar de que éstas no tuvieran ninguna función procreadora posible.
Y, en consecuencia, la pertinencia de ciertas formas de reconocimiento civil y litúrgico de tales relaciones. Leer más…
General, Iglesia Católica
Consejo Pastoral de la Diversidad Sexual, Homosexualidad, Iglesia Católica, Italia, James Alison, Pastoral, Roma, Sínodo de los Obispos
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