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“No es fácil entender la Pasión”, por José Mª Castillo

Martes, 22 de marzo de 2016
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paul and jesus atheism_thumb[1]De su blog Teología sin Censura:

No resulta fácil entender lo que vemos y vivimos cada Semana Santa. Porque no es fácil entender por qué, cada año y cuando llegan estos días, paseamos por nuestras calles imágenes de dolor, agonía y muerte, en procesiones de respeto y devoción. Y, lo que es más llamativo, exhibimos las imágenes del fracaso en tronos de exaltación triunfal, con música gregoriana, incienso de dioses y bandas de música, tambores y trompetas. Todo eso, que es la expresión más elocuente del empeño incomprensible por hacer, del fracaso más humillante de la vida, el triunfo soñado de nuestras más sublimes ilusiones.

¿Por qué sucede, en el ámbito de la religión, lo que a nadie se le ocurre imaginar en los demás sectores de la vida?

No sé si este fenómeno – tan claramente contradictorio – se produce, con tanta naturalidad, en la historia y las costumbres de otras religiones. En el cristianismo es un hecho, que tiene una historia de siglos, y unas raíces que se adentran en los orígenes de la Iglesia. Y es que, por más vueltas que le demos al asunto, no es fácil entender la pasión de Jesús.

¿Dónde está la clave del problema? En los escritos más antiguos de la Iglesia, los documentos que llamamos el Nuevo Testamento, hay dos teologías, que no se han integrado debidamente la una en la otra, sino que se pensaron y se escribieron independientemente la una de la otra. Y que, en cuestiones muy decisivas, nos vienen a decir cosas que no son fáciles de armonizar. La primera de estas teologías (la que primero se escribió) fue la de San Pablo (entre los años 45 y 55). La segunda fue la de los evangelios (después del año 70, hasta los años 90).

La diferencia más obvia, que se advierte entre estas dos teologías, es que la de los evangelios es una teología narrativa, o sea, está construida sobre la base de una serie de relatos mediante los que se nos explica la forma de vida o el proyecto de vida que llevó el protagonista de tales relatos, un modesto galileo del s. I, Jesús de Nazaret.

La teología de San Pablo es una “teología especulativa”, es decir, está construida sobre la base de una serie de reflexiones religiosas, que no se refieren ya directamente al humilde galileo, que fue Jesús, sino al Hijo de Dios, Mesías y Señor nuestro (Rom 1, 4), que es Cristo, el Resucitado que está junto al Padre del Cielo.

Esto supuesto – y como es lógico – estas dos teologías nos ofrecen dos explicaciones de la pasión y muerte de Jesús. Según la teología de los evangelios, la decisión de la muerte de Jesús la tomó la autoridad religiosa (el Sanedrín: sumos sacerdotes, senadores y maestros de la Ley). Y esta decisión fue aprobada por la autoridad política, el prefecto del Imperio. El motivo de la condena a muerte fue religioso (a Jesús se le acusó de ser un peligro para el templo, ser y actuar como un blasfemo y un delincuente); y fue político (como el gobernador mandó poner sobre la cruz).

Según la teología de San Pablo, Cristo murió en la cruz, no por decisión humana alguna (un asunto que Pablo nunca menciona), sino porque los pecados se expían por la sangre, lo que se refiere a Cristo que soporta la ira desatada de Dios sobre todos los pecadores (Rom 3, 19-20. 25). Así, sobre el Crucificado cayó el juicio destructor de Dios, que, con la muerte de Jesús, condenó “el pecado en su carne” (Rom 8, 3). Lo que representa que, para san Pablo, Jesús se hizo “maldición” (Gal 3, 13) y “pecado” (2 Cor 5, 21) por nosotros. En definitiva, la teología de Pablo viene a ser la aceptación del principio sobrecogedor que presenta la carta a los Hebreos: “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Heb 9, 22).

Resumiendo: la pasión de Jesús, según la teología narrativa de los evangelios, se explica porque Jesús, en el que está presente Dios y se nos revela Dios (Jn 1, 18; 14, 9; Mt 11, 27 par), se enfrentó al sufrimiento humano (enfermedad, pobreza, hambre, marginación, desprecio, humillación, odio…). Según la teología especulativa de san Pablo, la pasión de Cristo se explica porque Dios necesitó el “sacrificio” y la “expiación” de los pecados, para así redimir al hombre pecador.

Ahora bien, aceptando que en el Nuevo Testamento se encuentran estas dos explicaciones de la pasión y muerte de Jesús el Señor, el problema concreto que se suele presentar, en la enseñanzas de la Iglesia y en la vida de los creyentes, está en que la explicación de la pasión, que ofrece Pablo, se ha constituido, se presenta y se le pide a la gente que la viva como el dogma de fe de nuestra salvación. Mientras que la explicación de la pasión, que presentan los evangelios, se le explica a la gente como un criterio de espiritualidad para practicar la devoción y la caridad cristiana.

Por supuesto, sabemos que Pablo insistió en la caridad y el amor cristiano (1 Cor 13, 1-13; Gal 5, 13-24; Rom 13, 8-10). Como sabemos que los evangelios hablan, una y otra vez, de la fe y de la salvación. Pero téngase en cuenta que, cuando Jesús habla de “salvación”, se refiere a la “curación de enfermedades“. Es decir, en los evangelios, “salvar” es remediar el “sufrimiento“.

Por eso, cuando Jesús le decía a alguien: “Tu fe te ha salvado“, lo que en realidad le decía es: “Tu seguridad en mí te ha curado” (Mc 5, 34; Mt 9, 22; Lc 8, 48; cf. Mc 10, 52; Mt 8, 10. 13; 9, 30; 15, 28; Lc 7, 9; 17, 19; 18, 42). Y llama la atención que Jesús elogia la fe de un centurión romano (Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10), de una mujer cananea (Mt 15, 21-28; Mc 7, 24-30) o de un leproso samaritano (Lc 17, 11-19), todos ellos, personas que no tendrían la fe en el Dios de Israel. Sin duda alguna, lo central en la teología de Pablo es la victoria sobre el pecado. Pero, si nos atenemos, a la teología de los evangelios, lo central es la victoria sobre el sufrimiento.

Todo esto supuesto, me atrevo a decir que, mientras este asunto no tenga la debida y autorizada explicación (y aplicación a la vida), la Iglesia no podrá cumplir con su tarea y su misión en el mundo. En definitiva, con una teología desajustada y desquiciada, no podemos tener sino una Iglesia igualmente desajustada y desquiciada. En otras palabras, mientras Pablo siga siendo más determinante que Jesús, en la teología y en la gestión de la Iglesia, ni la Iglesia ni los cristianos vamos a ninguna parte.

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Pero ¿qué ocurrió realmente? El obispo John Selby Spong se pregunta por lo sucedido realmente en la Resurrección.

Lunes, 13 de abril de 2015
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tumblr_mfgtreAu0r1qgbloco1_1280Leído en la página web de Redes Cristianas:

I. PRESENTACIÓN

Antonio CARRASCOSA MENDIETA

El texto que ofrecemos de John S. Spong es un texto peculiar por tres razones[1]. Lo es por lo que tiene de novedoso dentro del discurso religioso habitual; lo es –y mucho más– por ser de un obispo de una iglesia cristiana; y también por ser de un tono distinto dentro del conjunto al que pertenece. Estas tres razones creemos que justifican sobradamente una presentación.

El objetivo de este trabajo es, en primer lugar, situar el texto de Spong en el conjunto del libro al que pertenece y subrayar, además, la intención del mismo, que es ayudar al creyente que busca, dentro de la fe, entender y saber decirse a sí mismo y a los demás dicha fe en el lenguaje y las categorías de su tiempo. Los cuatro primeros apartados quieren cumplir este primer objetivo. El quinto apartado se sitúa en otra óptica: señalar, primero, algunas consideraciones críticas desde el punto de vista exegético, así como indicar, después, ciertos puntos de afinidad entre Spong y Légaut*.

La figura de John Shelby Spong no es nueva en nuestra revista. En la revista «Cuadernos de la diáspora» (nº 10) y en RELaT, Revista Electrónica Latinoamericana de Teología (nº 373), ya se publicó un fragmento de una obra suya anterior sobre las tradiciones recogidas en el Nuevo Testamento sobre el nacimiento y el origen de Jesús[2]. En la presentación de entonces ya se ofreció una información biográfica sobre el autor, a la que nos remitimos[3], y que completaremos con las últimas referencias bibliográficas, sobre todo, con algunas observaciones en relación con el tema de la Resurrección.

Dos etapas en la obra de Spong

Podemos distinguir dos etapas en la trayectoria de J. S. Spong como escritor, aunque esta división sea un tanto artificial. Spong fue obispo de la iglesia episcopaliana en Newark (Nueva Jersey, Estados Unidos) durante veintiséis años, hasta que se jubiló en 1999. En el tiempo en que ejerció el episcopado, escribió más de diez libros y numerosos artículos, que le han convertido en uno de los autores cristianos más conocidos en el área lingüística inglesa. Hasta 1998, a las puertas de su jubilación, Spong se enfrentó a las cuestiones morales y de conocimiento que, como obispo, se le planteaban. El tema de fondo de todas estas cuestiones era la búsqueda de una comprensión de la revelación bíblica acorde con el universo mental de nuestra época; una comprensión que superase la lectura fundamentalista, tan frecuente en su entorno, sin que esta superación supusiese abandonar la fe sino, por el contrario, reencontrarla en otro plano. Esta búsqueda le llevó a abordar temas de actualidad, considerados polémicos dentro del cristianismo, como, por ejemplo, los márgenes –o los extremos– de la figura histórica de Jesús, es decir, sus orígenes y su Resurrección, así como cuestiones éticas en torno a la sexualidad y a las fronteras de la vida. Como fruto maduro de este camino, Spong, a partir de su retiro, empezó una segunda etapa que podríamos denominar de síntesis, cuyo objetivo está consistiendo en repensar la imagen de Dios, la figura de Jesús, la plegaria y la Iglesia más allá del teísmo. Sus “Doce Tesis para una Nueva Reforma” pueden dar una idea suficiente de las inquietudes actuales de este obispo singular:

1. El teísmo, como forma de definir a Dios, ha muerto: ya no se puede pensar a Dios, con credibilidad, como un ser, sobrenatural por su poder, que habita en el cielo y está listo para intervenir periódicamente en la historia humana e imponer su voluntad. Por eso, la mayor parte del lenguaje teológico actual sobre Dios carece de sentido; lo cual nos lleva a buscar una nueva forma de hablar de Dios.

2. Dado que Dios no puede pensarse ya en términos teísticos, no tiene sentido intentar entender a Jesús como la encarnación de una deidad teísta. Por eso, la Cristología antigua está en bancarrota.

3. La historia bíblica de una creación perfecta y acabada, y la caída posterior de los seres humanos en el pecado, es mitología pre-darwiniana y un sin sentido post-darwiniano.

4. La concepción y el nacimiento virginales, entendidos literal y biológicamente, convierten a la divinidad de Cristo, tal como tradicionalmente se entiende, en imposible.

5. Los relatos de milagros del Nuevo Testamento no pueden interpretarse, en un mundo posterior a Newton, como sucesos sobrenaturales realizados por una divinidad encarnada.

6. La interpretación de la Cruz como un sacrificio ofrecido a Dios por los pecados del mundo es una idea bárbara basada en conceptos primitivos sobre Dios que deben abandonarse.

7. La resurrección es una acción de Dios: Dios exaltó a Jesús a la significación de Dios. Por consiguiente, no es una resucitación física ocurrida dentro de la historia humana.

8. El relato de la Ascensión supone un universo concebido en tres niveles y por eso no puede mantenerse, tal cual, en una época cuyos conceptos espaciales son posteriores a Copérnico.

9. No hay una norma externa, objetiva y revelada, plasmada en una escritura o sobre tablas de piedra, cuya misión sea regir en todo tiempo nuestra conducta ética.

10. La plegaria no puede ser una petición dirigida a una deidad teísta para que actúe en la historia humana de una forma determinada.

11. La esperanza de una vida después de la muerte debe separarse, de una vez por todas, de una mentalidad de premio o castigo, controladora de la conducta. Por consiguiente, la Iglesia debe dejar de apoyarse en la culpa para motivar la conducta.

12. Todos los seres humanos llevan en sí la imagen de Dios y deben ser respetados por lo que cada uno es. Por consiguiente, ninguna caracterización externa, basada en la raza, la etnia, el sexo, o la orientación sexual, puede usarse como base para ningún rechazo o discriminación.

Nota del autor: Estas tesis, que planteo para el debate, están inevitablemente formuladas de forma negativa. Es algo deliberado. Antes de que alguien pueda escuchar lo que es el cristianismo debe crear un espacio para esta escucha borrando las falsas concepciones del mismo. Mi libro Por qué el cristianismo debe cambiar o morir es un manifiesto que llama a la Iglesia a una Nueva Reforma. En él empecé a diseñar una visión de Dios que va más allá del teísmo, una comprensión de Cristo como presencia de Dios, y una visión de la forma que, en el futuro, pueden tener tanto la Iglesia como su liturgia…[4]

Estas doce tesis no son, ni mucho menos, “un brindis al sol”, algo formulado a la ligera sólo por el prurito de ser moderno. Detrás de ellas hay muchos años de búsqueda y de fidelidad tanto en el orden personal como en el específicamente intelectual. El libro del que hemos escogido publicar un capítulo es, por ejemplo, el trabajo previo a las tesis 7 y 8, de la misma manera que el libro del que publicamos un capítulo hace siete años está en la base de la tesis 4. Tanto el libro del que el mismo Spong dice en su Nota que surgen las tesis (Por qué el cristianismo…) como, sobre todo, el inmediatamente posterior[5] buscan expresar una fe en Dios y en Jesús independiente del teísmo y son, por tanto, el trabajo que hay tras las tesis 1 y 2. Todo esto indica, como decimos, el largo itinerario, la lenta maduración que subyace tras estas tesis vigorosas, en cierto modo polémicas y radicales que, como el autor también indica en su nota, se ofrecen no como un punto de llegada sino como materia para el debate y la discusión y como punto de partida para una búsqueda posterior.

Spong y la “doble verdad”

Hay un dato del autor que debe tenerse en cuenta desde el principio: Spong no es primeramente un teólogo o un exegeta erudito sino un pastor. Querer acercarse a su obra como a la de un teólogo o exegeta académico o universitario sería un error. Su interés como pastor de la Iglesia es ayudar al creyente a formular una fe acorde con su mentalidad, propia de su tiempo, y con el carácter adulto y maduro de su ser en otros terrenos; un ser que se sabe responsable, incompleto, en búsqueda, pero que sabe también su dignidad. Spong no escribe para el especialista bíblico sino para el cristiano que no termina de comprender los textos de su tradición dado que el universo mental al que pertenece es muy distinto. Esta preocupación es interna al movimiento de la fe que no quiere caer en la esquizofrenia de quienes viven lo religioso como una dimensión de su vida ajena al esfuerzo reflexivo y responsable que rige el resto de la misma.

Spong sabe que, en las distintas iglesias y a diferentes ritmos, los teólogos llevan siglo y medio respondiendo al reto de examinar las creencias, de diferenciar éstas de la fe y de dar a la fe un lenguaje inteligible en el universo mental actual. Los avances en materia bíblica permiten, en efecto, un acercamiento nuevo a los textos sagrados del cristianismo. Sin embargo, esta manera nueva de interpretar la Biblia apenas llega a los cristianos de base de las distintas confesiones.

La razón de esta fractura no es la comprensible distancia que siempre hay entre especialistas y no especialistas en cualquier ámbito del conocimiento. Spong cree que, entre los responsables de las iglesias y entre los mismos teólogos y exegetas, existe el temor de que las perspectivas renovadas en la lectura e interpretación bíblica –patrimonio común ya de los estudiosos a pesar de las posturas diversas que existen entre ellos– provocarían, al llegar a los cristianos, un desmoronamiento insalvable de su fe[6]. Acostumbrados como están los fieles a sostener sus creencias sobre la base del literalismo bíblico y dogmático que hasta ahora se les ha inculcado con ahínco, ¿dónde iría a parar su fe si esta base literal se desmoronase? Ante este temor, los responsables de las iglesias, que no asumen a fondo la distinción entre fe y creencias, prefieren mantener lo que a Spong le parece una “doble verdad”: una verdad para los “especialistas”, teólogos, exegetas y gente informada, que asume, en mayor o menor medida, las exigencias del conocimiento crítico, y otra verdad para el “pueblo” al que se pretende mantener al margen, en un infantilismo impropio tanto de su madurez en otros terrenos como de la mentalidad de nuestra época.

Hay que reconocer, sin embargo, que muchos creyentes permanecen sin mayores problemas en este “infantilismo” que se ignora a sí mismo. Para ellos, no sólo Spong sino cualquier exegeta actual resultaría escandaloso e intolerable. Ahora bien, en el lado contrario, hay otros muchos cristianos a los que la lectura tradicional de la Biblia y la interpretación convencional de los dogmas les crean una tensión insostenible. Algunos de entre ellos permanecen en la iglesia con un sufrimiento, larvado o agudo, que sería evitable, y la mayoría, desgraciadamente, emigra silenciosamente y pasa a engrosar las filas de lo que Spong denomina la «asociación de antiguos alumnos del cristianismo».

La singularidad del obispo Spong y su misión como pastor incluye preocuparse de esta mayoría silenciosa, que considera importante para el futuro del cristianismo. Toda su obra es un intento de remediar esta fractura de la “doble verdad”, no sólo por mera honestidad intelectual –que también– sino por querer tomarse en serio la función de enseñar, inherente a la misión de un obispo. Spong es consciente de que mantener esta “doble verdad” está obrando, además, en contra de las Iglesias. Su preocupación es que los hombres y mujeres que quieren ser fieles a su tiempo y a su fe no tengan que elegir, erróneamente, entre abandonar la Iglesia por honestidad intelectual o seguir en ella al precio de hacer de sus creencias un feudo ajeno a la razón. La fe y la razón no son del mismo orden y, por tanto, no se excluyen. Sin duda, podremos discutir algunas de las interpretaciones de Spong, pero no podemos negarle su valentía y su responsabilidad. Otro sería el presente de nuestras iglesias si se diese, entre los responsables jerárquicos, un empleo honesto de la inteligencia, en el terreno de las fuentes y de las creencias, como el del obispo Spong[7].

Hacia una reconstrucción hipotética de los hechos

Spong no sólo se distancia de una perspectiva puramente académica por luchar contra la “doble verdad” sino por un segundo aspecto que el texto que presentamos refleja muy bien. Spong va un poco más allá de los resultados de la crítica académica y busca reconstruir, en un relato completo, aunque hipotético, qué serie de acontecimientos vivieron los discípulos, cuál fue el proceso, interior y exterior, en el que acaeció su certeza y evidencia de la Resurrección de Jesús. Leer más…

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“Se les escapó desnudo (Mc 14,52)”, por Dolores Aleixandre.

Domingo, 29 de marzo de 2015
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tumblr_n4795vxaML1s3px5po1_500De su blog Un grano de mostaza:

«Lo seguía también un muchacho envuelto en una sábana sobre la piel. Lo agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo» (Mc 14,51-52). En este personaje misterioso del evangelio de Marcos y más allá de las preguntas que despierta (¿por qué aparece ahí? ¿qué tipo de seguidor representa? ¿qué significa ese lienzo de lino que le arrebatan? ¿está anticipando al otro joven que aparecerá después en el sepulcro?…), nos es posible contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión.

Conocía los preceptos que acompañaban la celebración de la Pascua: «la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano…» (Ex 12,11) y se preparó para vivirla (“se dispuso” diría Ignacio) como aquel rey de la parábola que, antes de lanzarse a combatir, se sentó a calcular con qué fuerzas contaba (Cf. Lc 14,31).

¿Podemos saber algo sobre ello? “Saber” no es el verbo adecuado, como tampoco lo serían “constatar” o “comprobar”: el modo de aproximación sería una lectura contemplativa de las acciones y palabras de Jesús que preceden en Marcos al relato de la Pasión, disponiéndonos también nosotros a recibirlas, hospedarlas y ser alcanzados por ellas. Y esperar pacientemente, por si nos ofrecen algún indicio de cómo Jesús se iba disponiendo, cómo se iba simplificando, qué iba dejando atrás, qué convicciones y actitudes iba reforzando para que fueran el cinturón, las sandalias y el bastón que lo acompañarían en su viaje.

«Entró en Jerusalén y se dirigió al templo» (Mc 11,11)

La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén tiene un final extraño: en el comienzo, la narración se demora ofreciendo todo tipo de detalles: envío de dos discípulos para buscar al borrico, resultado de su búsqueda, diálogo con los que preguntan el por qué de su acción y más tarde descripción de los gestos y aclamaciones de la comitiva que le acompaña. En cambio, la conclusión de esa entrada se resume en un solo verso: «Cuando entró en Jerusalén se dirigió al templo y observó todo a su alrededor pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los doce» (Mc 10, 11).

Un viaje tan largo para un desenlace tan breve; tantos preparativos para una llegada que no suscita ninguna reacción; tanta solemnidad para entrar ahora en la ciudad a pie, sin cabalgadura, sin compañía y sin tumulto: un hombre solo haciendo un callado acto de presencia en el lugar que es para él «casa de oración» (Mc 11,17). Muy pronto se va a enfrentar con los que la han convertido en cueva de ladrones y va a pronunciar anuncios, enseñanzas y parábolas: ahora sólo importa su presencia de Hijo en ese espacio en que late la presencia de aquel a quien él llama Padre y que le ofrece tienda para hospedarse (Sal 15,1), recinto protector en el que guarecerse durante el peligro, escondite en el que abrigarse (Sal 27,5).

«Shema Yisrael: ´Adonay Elohenu Adonay ejad»: el Dios que es uno pide la respuesta de un corazón entero, único, no dividido y es eso lo que Jesús pone ante Él: ha dejado atrás cualquier pretensión de disponer de sí, cualquier previsión, estrategia o búsqueda propia. Está más allá de toda preocupación o inquietud: «Una sola cosa pido al Señor, eso voy buscando: habitar en su casa todos los días de mi vida…» (Sal 27,4). Había llegado para él el momento de descansar solo en Dios, de poner en Él solo la esperanza (Cf. Sal 62,6). Por eso aquella tarde no necesitaba ya hacer ni decir nada: le bastaba estar ahí, hacerse presente al Padre y contemplarlo todo con su mirada penetrante. Empezaba a anochecer. Ya era tiempo de emprender, silenciosamente, el retorno a Betania.

«Ha hecho una obra bella conmigo» (Mc 14,6)

Gracias a los evangelistas sabemos algo acerca de la extraña manera de Jesús de usar adverbios y adjetivos, tan poco coincidente con la nuestra: para él estaban dentro, cerca y arriba los que nosotros solemos considerar fuera, lejos y abajo y su criterio sobre lo más y lo menos, lo mucho o lo poco aparece con claridad en su juicio sobre el donativo de aquella viuda pobre: sus dos moneditas eran para él más que el mucho de los fariseos (Mc 13,43). Ella, junto a tantos otros pequeños, insignificantes y últimos, pertenecía a los que para el Reino son grandes, importantes y primeros.

Sabemos lo poco que le impresionaba la grandeza de las edificaciones del templo que tanto admiraban sus discípulos (Mc 13,1-2) y en la escena del joven que acudió a él llamándole «Maestro bueno”, conocemos su reacción ante otro adjetivo:

«- ¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno» (Mc 10,18).

Y sobre lo bello ¿qué opinaba? Solo conservamos su apasionada defensa del gesto de la mujer que ungió su cabeza con perfume: «¡Dejadla! Ha hecho una obra bella conmigo» (kalós en griego es a la vez “bello” y “bueno”). Para él, la acción de la mujer no era sólo un ejemplo de generosidad o de bondad sino de belleza y así se va a recordar «allí donde se anuncie la buena noticia» (Mc 14,3-9).

El narrador se detiene en detalles sobre la calidad y el valor del frasco y del perfume, como si pretendiera conectar con lo que suele ser la reacción normal y espontánea ante lo valioso: guardarlo, retenerlo, administrarlo con cuidado y precaución. Por eso sorprende que el gesto de la mujer sea tan inadecuado e imprudente tratándose de un recipiente tan costoso y de un perfume tan exquisito: «lo rompió» y «lo derramó». La opinión de los asistentes a la cena (qué derroche, qué desperdicio, cuánto despilfarro, qué afrenta para los pobres…) descubre cuánto valoraban las posesiones caras y qué modo de manejarlas les parecía apropiado y satisfactorio. Pero la opinión de Jesús es otra: él encuentra bella la acción excesiva, desbordante y carente de medida de la mujer, tan parecida a su manera de amar. Por eso le brinda el juramento solemne de que su gesto, nacido de la gratuidad del amor, va a convertirse en una profecía viva de la que todos podrán aprender.

Como en tantas otras ocasiones, estaba dejando atrás la instintiva costumbre humana de retener y guardar y se adentraba en el ámbito de la gratuidad. Aquel frasco hecho mil pedazos sobre el suelo, se convertía en la parábola silenciosa que el Padre le narraba aquella noche y que convocaba su existencia al vaciamiento y a la entrega. Pero estaba también la promesa de que aquel perfume derramado y libre que él iba entregar cuando llegara su hora, iba a convertirse en la vida y la alegría del mundo. Y en su extrema y paradójica belleza.

«Al atardecer llegó con los doce» (Mc 14,17)

En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes. Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar. Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

«Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza. Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

«El Hijo del hombre se va» (Mc 14,20)

Hay muchas maneras de narrar las cosas. En lugar del enunciado: «mi final está próximo», «emprendo el camino hacia la muerte»…, o alguna otra expresión semejante, en el anuncio de Marcos se elude el término “muerte” o el verbo “morir” y aparece el verbo hypagō que sugiere un modo de caminar no escogido por propia iniciativa sino guiado, conducido, sometido, bajo presión de algo o de alguien. “Irse” no significa “morir”, aunque haya que pasar por ahí: es el modo de caminar de Jesús como «Hijo del hombre», es consecuencia de haber elegido una determinada forma de existir. Según el texto, él no « se entrega» sino que «es entregado». Han sido su manera de vivir, sus elecciones, sus palabras, sus gestos, sus compañías, las que han ido tejiendo la trama en la que ahora tropieza y queda apresado. Con frecuencia, para hablar de situaciones así empleamos frases como: “él se lo ha buscado”, “se veía venir…”, “ahora, que se atenga a las consecuencias…”. Y esas son precisamente las causas del hypagō: si no se hubiera señalado tanto, si hubiera sido un poco más prudente, si hubiera medido más sus palabras, si no hubiera frecuentado ciertas compañías, si no hubiera provocado a los poderosos, si…

Y además ¿no ha elegido entrar en lo más hondo de la condición humana?, ¿no se ha atrevido a descender a donde están los últimos?, ¿no ha abrazado su misma condición, comportándose como un hombre cualquiera? No puede quejarse ahora y por eso «se va» de esa manera: sometido a las leyes que rigen la vida de los que carecen de privilegios, arrastrado por las consecuencias de sus opciones, aplastado por los resultados de conductas que podía haber evitado.

«El Hijo del hombre se va…», sometido como tantos seres humanos al poder de la violencia y de la injusticia pero promete: «Cuando sea puesto en pie, iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14,28). El “Pastor herido” se pone a la cabeza de quienes avanzan tras él recorriendo su «camino nuevo y vivo» (Heb 10,20). Y lo hacen con la confianza de saberse precedidos por el que no retuvo ávidamente la elección de su propio destino y se dejó conducir por Otro, también por las cañadas oscuras de la humilde obediencia.

«Servir y dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45)

«Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor» (Is 63,16). Posiblemente algún sábado en la sinagoga escucharía Jesús esta invocación profética que hablaba de Dios como go’el. Y aprendería también en las tradiciones de su pueblo que, cuando la vida de alguien estaba en juego, ahí tenía que estar su go’el como pariente más próximo para hacerse cargo de su rescate (Lv 25, 47); y que si era sometido a la esclavitud, se arruinaba o moría sin descendencia, su go’el debía acudir a liberarle, a pagar sus deudas e impedir que su nombre se perdiera para siempre (Cf. Lv 25,25; Rt 4,1-11). Había sido un paso de gigante para Israel atreverse a invocar al Altísimo como go’el , considerarle como su familiar más próximo, recordarle que era cosa suya sacarles de la opresión y arrancarlos de la muerte.

«El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos» (Mc 10,45), afirmó Jesús un día, como quien ha comprendido y asumido el sentido de su existencia: quería estar junto a sus hermanos cuando su vida estuviera en juego, cuando peligrara su libertad, cuando les amenazaran la ruina y el olvido. No había venido a establecer principios, a imponer normas o a corregir errores, sino a alcanzar a los que se sentían lejos de Dios, sanar sus heridas, contarles historias de pastores que buscan y de hijos que vuelven a casa. Estaba entre ellos para querer a cada uno tal como era y a ponerse a su lado para llevarle más allá de donde estaba, hacia esa vida buena y abundante de la que afirmaba poseer el secreto.

Por eso se compadeció de la situación de aquella mujer encorvada y la enderezó (Lc 13,10-17); por eso sintió el clamor de vergüenza de la mujer del flujo de sangre y su respuesta fue hacer fluir hacia ella la fuerza sanadora que había recibido del Padre (Mc 6,21-34); por eso supo ver en la sirofenicia una oveja perdida más allá de la casa de Israel y curó a su hija (Mt 15, 21-28); por eso se dejó atraer por la llamada silenciosa del hombrecillo que le observaba oculto detrás de las ramas de una higuera y le pidió hospedarse su casa (Lc 19,1-10).

Había elegido estar entre sus hermanos como uno de tantos, sirviendo en los lugares de abajo, allí donde estaba la gente más hundida por sentencias que los aplastaban: “está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”… Él hacía saltar por los aires aquellos yugos y los levantaba hacia la vida con la autoridad de su palabra: «queda limpio», «vete en paz», «recobra la vista», «está dormida», «¡sal fuera! ».

Realizó en medio de ellos los signos de su presencia de go’el y dominó el arte de acoger, amparar y ofrecer asilo entre sus brazos a las vidas heridas y a los cuerpos maltrechos de tantos hombres y mujeres: apiñados en torno a él, le escucharon proclamarlos «dichosos”, probaron el mejor de los vinos en una boda de pueblo, se sentaron en la hierba y comieron pan y peces hasta saciarse.

La noche en que iba a ser entregado, se quitó el manto, y con él toda pretensión de poder o de dominio. Se ciñó la toalla y, de rodillas, como el último de todos, fue lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir el Nombre sobre todo nombre.

«Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 14,22)

Una vez contó la historia de un hombre que, para guardar su cosecha, derribó sus graneros y construyó otros mayores (Lc 12,18). Era una conducta incomprensible para él, que no sabía nada sobre acumular, guardar o retener y que tenía costumbres pródigas: dar, perder, dejar, vender, derramar, partir, entregar. Había nacido a la intemperie para que ninguna barrera le separara de nosotros y para hacer desaparecer cualquier miedo al tocar la carne frágil de un niño; murió fuera de los muros de la ciudad, sin protección ni defensas, porque nada hay tan vulnerable como el costado de un hombre crucificado. Sobre su cruz pusieron un titular malintencionado y equívoco que le arrebataba la verdad de su nombre y le imponía una identidad que nunca pretendió: ser «Rey de los judíos» (Jn 19,19).

Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la escena final de la vida de Jesús coincide con la de su nacimiento: en Belén lo contemplamos en un establo, un lugar abierto, sin puertas, cerrojos o alambradas. En el Calvario echan a suertes su túnica y vuelve a estar tan desnudo como en el pesebre. No era un extraño final para alguien que, a lo largo de toda su vida, había formado parte del colectivo de los que carecen de estrategias para proteger lo suyo: desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado. Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los posesivos para decir «mi Padre» y «mis hermanos».

«Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echando a suertes lo que le tocaba a cada uno» (Mc 15,24). La expresión griega es escueta: tís tí are, «quién cogía qué» sería su traducción elemental; o esta otra: “que cada cual coja lo que quiera”. Una trampa compleja y sombría, tejida con ocultos intereses, había caído sobre él atrapándolo como a un pájaro en la red de un cazador, pero él escapaba desnudo y su libertad despojada se convertía en la palabra definitiva de Dios al mundo. Ya no le quedaba nada, salvo su amor hasta el extremo y la túnica que ahora echaban a suertes. Le habían escuchado decir: «Mi vida es para vosotros: tomad, comed…» Ahora esas palabras cobraban un nuevo sentido: cada uno podía tomar de él lo que quisiera.

Y seguir haciendo lo mismo en memoria suya.

Dolores Aleixandre

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Into the wild.

Martes, 12 de agosto de 2014
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Tanta personas viven en circunstancias desgraciadas y sin embargo no toman la iniciativa para cambiar su situación. Porque están condicionados a una vida de seguridad,  conformidad, y  conservadurismo, que puede parecer dar una tranquilidad de espíritu, pero en realidad nada es más peligroso para un espíritu aventurero que un futuro asegurado. El núcleo básico del espíritu de vida de un hombre es su pasión por la aventura. La alegría de la vida viene de nuestros encuentros con nuevas experiencias, y pues no hay alegría más grande que la de tener un horizonte cambiante sin cesar, para tener cada día un sol nuevo y diferente.”

 

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Extracto de la película “Into the wild”

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El amor caníbal.

Jueves, 7 de agosto de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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De golpe, estábamos apasionadamente, torpemente, escandalosamente, terriblemenente enamorados el uno del otro; desesperadamente, debería añadir, porque no habríamos podido apaciguar este frenesí de posesión mutua más que absorbiendo y asimilando hasta la última partícula, el cuerpo y el alma el uno del otro.

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Vladimir Nabokov

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Razón y Pasión.

Sábado, 19 de julio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Vuestra alma es, a menudo, un campo de batalla donde vuestra razón y vuestro juicio combaten contra vuestras pasiones y vuestros apetitos.

Ojalá pudiera yo ser el pacificador de vuestras almas, y transformar la discordia y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y melodía.

Pero, ¿cómo podría yo hacerlo a menos que vosotros mismos fuerais también pacificadores, o mejor aún, amigos de todos vuestros elementos?.

Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma navegante.

Si vuestras velas o vuestro timón se rompen, sólo podréis navegar a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar.

Porque la razón, si reina por sí sola, restringe todo impulso; y la pasión, abandonada a sí misma, es un fuego que arde hasta su propia destrucción.

Así, que vuestra alma eleve vuestra razón a la altura de vuestra pasión, y así esta última podrá cantar; y que dirija vuestra pasión para que ella pueda vivir una resurrección cotidiana y, como el fénix, renazca de sus propias cenizas.

Quisiera que considerarais vuestro juicio y vuestros apetitos como lo haríais con dos huéspedes queridos en vuestra casa.

Ciertamente, no honraríais a un huésped más que al otro, porque quién presta más atención a uno de los dos, pierde el amor y la confianza de ambos.

Cuando, entre las colinas os sentáis a la sombra fresca de los álamos blancos, compartiendo la paz y la serenidad de los campos y de los prados, entonces, que vuestro corazón diga en silencio: “Dios reposa en la Razón”.

Y cuando la tempestad y el viento poderoso sacudan los bosques, y el trueno y el relámpago proclamen la majestad de los cielos, entonces, que vuestro corazón diga con temor y respeto: “Dios actúa con pasión“.

Y ya que oís un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, también vosotros deberíais reposar en la Razón y moveros en la Pasión.

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Khalil Gibran, “El Profeta

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Asombro.

Sábado, 26 de abril de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Desde este día, cada instante de mi vida tomó por mí el sabor de novedad de un don absolutamente inefable. Así he vivido en una estupefacción apasionada y casi perpetua. Llegaba muy rápido a la embriaguez y me complacía en marchar en una suerte de asombro. “

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André Gide, en ” Los alimentos terrestres

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II. ¿Pero qué ocurrió realmente?”, por John Shelby Spong.

Lunes, 21 de abril de 2014
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 david-lachapelle-jesusLeído en la página web de Redes Cristianas

Una reconstrucción especulativa

«Todos lo abandonaron y huyeron» (Mc, 14, 50).

«Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como al trigo. Pero yo he orado por ti, para que permanezcas en la fe. Y tú, cuando vuelvas sobre ti, afianza a tus hermanos» (Lc 22, 31-32).

La cuestión y el camino recorrido

Pero, ¿qué ocurrió realmente? No basta con decir qué no ocurrió. Es fácil identificar los elementos legendarios de los relatos de la Resurrección. Ángeles que descienden en medio de terremotos, que hablan y hacen rodar las piedras; tumbas que están vacías; apariciones que desaparecen; hombres ricos que ponen sepulcros a disposición; ladrones que hacen comentarios desde las cruces de su tortura… Todo esto son leyendas; leyendas sagradas, añadiría yo, que, sin embargo, no dejan de ser leyendas.

El rechazo del valor histórico de estos detalles bíblicos, tan familiares como legendarios, no concluye, sin embargo, nuestra búsqueda de lo que ocurrió; simplemente nos traslada a otro nivel, donde nos planteamos otra cuestión: ¿Qué fue y cómo debió de ser lo que ocurrió para que diera origen a todos estos detalles legendarios que se acumularon en torno a la Resurrección? ¿Por qué se acumularon? Cientos de millones de personas han vivido y muerto sobre esta tierra sin que a su alrededor se hayan forjado leyendas semejantes.

Y eso que algunas fueron famosas y poderosas. ¿Por qué, entonces, se formaron en torno a aquel hombre y en aquel tiempo y lugar? ¿Quién era y es Jesús de Nazaret? ¿Por qué los acontecimientos ocurridos después de su muerte poseen semejante poder? ¿Qué pudo contribuir a unos cambios tan drásticos como la transformación de unas vidas, la supresión del miedo y de la desesperación, la aparición de un nuevo coraje, la redefinición de Dios y unos nuevos modelos de culto? ¿Qué ocurrió para que la gente empezase a decir de Jesús de Nazaret, con un convencimiento reverencial: «¡La muerte no puede retenerle!» y «¡Hemos visto al Señor!»?

Tal como sugería que haríamos al principio de este libro, nos hemos esforzado por entrar en aquellos momentos nacientes de la historia de nuestra fe, en el «big bang» de los comienzos de la historia cristiana. Hemos buscado y encontrado una nueva lente, la lente del midrásh, con la que leer nuestros relatos sagrados. Hemos intentado experimentar y sentir los problemas que tuvieron los escritores del siglo I cuando intentaron transmitir –sin duda tras el hecho de la vida terrena de Jesús ya consumada– el poder y el significado latentes en aquel momento crítico en que nació el cristianismo.

Con nuestra mentalidad del siglo XX, hemos procurado abarcar la realidad del mundo en que se escribieron los Evangelios; mundo en el que no había ni libros ni periódicos ni fotografías ni bibliotecas ni emisoras de radio ni de televisión ni reporteros ni, desde luego, ningún testigo presencial.

Hemos visto cómo el cristianismo, con la destrucción, por obra del ejército romano, de Jerusalén, que era el centro judío del cristianismo, cambió en el año 70 d.C. Hemos anotado algunos de los cambios que se operaron cuando esta historia de fe tan profundamente judaica empezó a flotar en un mar que era, ante todo, gentil, en el que no se conocían ni las tradiciones fundacionales judías ni su visión original del mundo. Vimos, pues, cómo las experiencias que eran familiares al pueblo judío se distorsionaron al transferirse a un ambiente no judío, y fueron mal interpretadas por mentes no judías.

Sentimos el dolor de unas comunicaciones rotas cuando un mundo cristiano formado por gentiles, profundamente ignorantes de la manera judía de escribir y de entender la Escritura, procedió, sobre la base de una mala interpretación del carácter sagrado de unas palabras, a imponer la autoridad de la inerrancia literal de dichas palabras. Y advertimos, asimismo, cómo la historia de la fe cristiana iba embelleciéndose, y cómo se resaltaban los elementos milagrosos y se desarrollaban las leyendas.

Cuando pudimos ver de forma manifiesta el desarrollo de tales modelos en los escritos que poseemos, compuestos entre los años 70 y 100 d.C., empezamos a comprender que otro tanto debió de ocurrir entre los años 30 y 70, cuando todavía no se habían puesto por escrito los recuerdos. En este túnel inexplorado del tiempo, ¿cómo fueron embelleciéndose los hechos, cómo fue destacándose lo milagroso y cómo fueron creciendo las leyendas? Cuando avanzamos a través de este proceso en el tiempo, advertimos qué poco sólido es el terreno, cuán movediza es la arena y cuán resbaladizas son las pendientes por las que se desliza nuestra frágil comprensión de la realidad y de la fe.

Hemos analizado los propios textos bíblicos, y han demostrado ser poco fiables si lo que buscamos son hechos objetivos y detalles consistentes. Los relatos evangélicos de la Resurrección presentan pocas coincidencias si atendemos a los hechos tal como éstos se exponen literalmente. Con todo, en medio de esta confusión de pormenores, queda claro un testimonio poderoso acerca de una determinada realidad que fue proclamada con especial intensidad: «La muerte no puede retenerle. Hemos visto al Señor».

Por eso procuramos penetrar en el significado de las palabras que aquellos primeros cristianos utilizaron y captar así la esencia de la experiencia que habían vivido, así como el significado que habían encontrado en Jesús. Hemos visto cómo interpretaron a Jesús –y a lo sucedido con él– sirviéndose de imágenes y títulos familiares en el judaísmo como los de profeta-mártir, héroe salvífico, víctima de un sacrificio expiatorio, siervo sufriente e hijo del hombre. Pero esto no nos dice todavía por qué tales palabras e imágenes les parecieron apropiadas. Por eso tenemos que seguir preguntándonos: ¿Qué ocurrió para que estas palabras e imágenes se aplicasen a Jesús?

En nuestra búsqueda de pistas que nos ayuden a entrar en el túnel oscuro que media entre la muerte de Jesús en torno al año 30 y los textos escritos acerca de la Resurrección, tenemos que sacar ahora algunas conclusiones a partir de las pistas que hemos estudiado.

He llamado la atención, en primer lugar, sobre los datos que apuntan claramente al hecho de que fue en Galilea, y no en Jerusalén, donde nació el momento de la Pascua de Resurrección. Una vez establecido esto, encajaron muchas otras cosas. Si Galilea fue primordial, entonces los ángeles de la tumba vacía, la propia tumba con su piedra imponente desplazada y las visitas de las mujeres, es decir, toda la tradición funeraria ha de dejarse de lado y considerarse como una suma de hechos no objetivos sino narrativos.

Estos elementos de la tradición fueron, pura y simplemente, mitos y leyendas surgidos más tarde, en un contexto jerosolimitano, entre gente que era incapaz de contar de otro modo el significado trascendente que había captado y que resucitó el núcleo mismo de sus vidas. La primacía de Galilea significa, además, que todos los relatos de apariciones (con su pretensión de ser manifestaciones físicas del cuerpo muerto que, de alguna manera, habría sido revivificado y habría salido del sepulcro) son leyendas y mitos que no pueden tomarse en sentido literal. El Jesús resucitado no comió pescado literalmente en Jerusalén. Tomás no tocó las llagas físicas de sus costado. La Resurrección puede significar muchas cosas pero estos detalles no forman literalmente parte de su realidad. Afirmar que Galilea es el emplazamiento primario de la experiencia de la Resurrección es un paso decisivo que, además, la misma Biblia parece reconocer, tal como vimos.

Nuestra segunda pista era que, cualquiera que fuese la realidad de la experiencia de la Resurrección, Pedro fue la persona decisiva en el corazón de la misma. Tal como vimos, los mismos Evangelios parecen testificarlo de forma profunda y obvia. De manera que este hecho nos llevó a considerar la probabilidad de que muchas de las cosas dichas a Pedro y de Pedro en los Evangelios, incluido el cambio de su nombre, fueron episodios posteriores y no anteriores a la Resurrección.

Nuestra tercera pista apuntó a la enigmática conexión existente entre la Resurrección y la comida. El pan partido, en primer lugar, y el vino distribuido, de forma secundaria, se agregaron durante nuestro examen, de un modo único y persistente, a lo que debió de ser la experiencia de la Resurrección. Lo cual podría significar que cada comida, cada historia de alimentación recogida en los Evangelios podría muy bien ser un relato no anterior sino posterior a la Resurrección.
Nuestra cuarta pista consistió en ver que cualquier referencia literal de tiempo deducida de la expresión de «el tercer día» había que dejarla de lado. Vimos que este símbolo evolucionaba desde «después de tres días» hasta «el tercer día» bajo la influencia de otras expresiones como «el primer día de la semana» y «el día del Señor». Identificamos además esta expresión con una tradición posterior, que se desarrolló en Jerusalén.

En consecuencia, separamos el momento de la experiencia de la Resurrección de cualquier referencia temporal, de modo que ésta pudo flotar libremente, sin datación alguna, antes de insertarse en una referencia específica.

Por último, analizamos las tradiciones funerarias de los distintos Evangelios y consideramos los episodios de José de Arimatea y de Nicodemo como leyendas forjadas en la tradición de Jerusalén. Y descubrimos, además, en el libro de los Hechos, en un discurso atribuido a Pablo, algo que muy bien podría ser un fragmento de un hecho verídico que, por rememorado, no acabó de desaparecer. Según este fragmento, Jesús habría sido enterrado por quienes lo ejecutaron, tal como correspondía a los criminales convictos, lo cual podría haber sido especialmente cierto con él puesto que todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron[21].

A través de todas estas pistas, acabamos por regresar al momento de la muerte de Jesús: un momento que parecía estar conectado con la celebración de la Pascua judía si bien el modo exacto de tal conexión es una fuente de conflicto entre los distintos Evangelios. Llegados a este punto, quiero intentar re-crear aquí el momento, entrar en la experiencia y buscar la realidad que irrumpió en el mundo y cambió la faz de la historia de los hombres. ¿Qué ocurrió, pues, de hecho?

Mi convicción definitiva

Para empezar, permítaseme una afirmación obvia: ¡Después de todo, no se puede más que especular! En definitiva, en esta investigación se llega a un punto en el que uno tiene que decir sí o no a Jesús, y sí o no al significado de su vida. La línea ya está trazada y sólo hemos de decidir si queremos traspasarla por la fe o si rehusamos dar el paso y nos apartamos de esta tradición. Al final, al margen de la hondura en la búsqueda en las Escrituras, de la profundidad del análisis de los detalles textuales y de las otras cuestiones que pueden suscitarse, hay que pronunciarse: o Cristo es la fuente de resurrección que está dentro de nosotros o debemos confesar, honestamente, que hemos llegado a perder la fe en él.

La especulación acerca de lo que ocurrió no puede sustituir al convencimiento de que ocurrió algo real. Leer más…

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“El obispo Spong se pregunta por lo sucedido realmente en la Resurrección”, por John Selby Spong

Domingo, 20 de abril de 2014
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pic1_quentin_elias_shirt_off_bulge_001Leído en la página web de Redes Cristianas

Pero ¿qué ocurrió realmente?

I. PRESENTACIÓN

Antonio CARRASCOSA MENDIETA

El texto que ofrecemos de John S. Spong es un texto peculiar por tres razones[1]. Lo es por lo que tiene de novedoso dentro del discurso religioso habitual; lo es –y mucho más– por ser de un obispo de una iglesia cristiana; y también por ser de un tono distinto dentro del conjunto al que pertenece. Estas tres razones creemos que justifican sobradamente una presentación.

El objetivo de este trabajo es, en primer lugar, situar el texto de Spong en el conjunto del libro al que pertenece y subrayar, además, la intención del mismo, que es ayudar al creyente que busca, dentro de la fe, entender y saber decirse a sí mismo y a los demás dicha fe en el lenguaje y las categorías de su tiempo. Los cuatro primeros apartados quieren cumplir este primer objetivo. El quinto apartado se sitúa en otra óptica: señalar, primero, algunas consideraciones críticas desde el punto de vista exegético, así como indicar, después, ciertos puntos de afinidad entre Spong y Légaut*.

La figura de John Shelby Spong no es nueva en nuestra revista. En la revista «Cuadernos de la diáspora» (nº 10) y en RELaT, Revista Electrónica Latinoamericana de Teología (nº 373), ya se publicó un fragmento de una obra suya anterior sobre las tradiciones recogidas en el Nuevo Testamento sobre el nacimiento y el origen de Jesús[2]. En la presentación de entonces ya se ofreció una información biográfica sobre el autor, a la que nos remitimos[3], y que completaremos con las últimas referencias bibliográficas, sobre todo, con algunas observaciones en relación con el tema de la Resurrección.

Dos etapas en la obra de Spong

Podemos distinguir dos etapas en la trayectoria de J. S. Spong como escritor, aunque esta división sea un tanto artificial. Spong fue obispo de la iglesia episcopaliana en Newark (Nueva Jersey, Estados Unidos) durante veintiséis años, hasta que se jubiló en 1999. En el tiempo en que ejerció el episcopado, escribió más de diez libros y numerosos artículos, que le han convertido en uno de los autores cristianos más conocidos en el área lingüística inglesa. Hasta 1998, a las puertas de su jubilación, Spong se enfrentó a las cuestiones morales y de conocimiento que, como obispo, se le planteaban.

El tema de fondo de todas estas cuestiones era la búsqueda de una comprensión de la revelación bíblica acorde con el universo mental de nuestra época; una comprensión que superase la lectura fundamentalista, tan frecuente en su entorno, sin que esta superación supusiese abandonar la fe sino, por el contrario, reencontrarla en otro plano. Esta búsqueda le llevó a abordar temas de actualidad, considerados polémicos dentro del cristianismo, como, por ejemplo, los márgenes –o los extremos– de la figura histórica de Jesús, es decir, sus orígenes y su Resurrección, así como cuestiones éticas en torno a la sexualidad y a las fronteras de la vida. Como fruto maduro de este camino, Spong, a partir de su retiro, empezó una segunda etapa que podríamos denominar de síntesis, cuyo objetivo está consistiendo en repensar la imagen de Dios, la figura de Jesús, la plegaria y la Iglesia más allá del teísmo. Sus “Doce Tesis para una Nueva Reforma” pueden dar una idea suficiente de las inquietudes actuales de este obispo singular:

1. El teísmo, como forma de definir a Dios, ha muerto: ya no se puede pensar a Dios, con credibilidad, como un ser, sobrenatural por su poder, que habita en el cielo y está listo para intervenir periódicamente en la historia humana e imponer su voluntad. Por eso, la mayor parte del lenguaje teológico actual sobre Dios carece de sentido; lo cual nos lleva a buscar una nueva forma de hablar de Dios.

2. Dado que Dios no puede pensarse ya en términos teísticos, no tiene sentido intentar entender a Jesús como la encarnación de una deidad teísta. Por eso, la Cristología antigua está en bancarrota.

3. La historia bíblica de una creación perfecta y acabada, y la caída posterior de los seres humanos en el pecado, es mitología pre-darwiniana y un sin sentido post-darwiniano.

4. La concepción y el nacimiento virginales, entendidos literal y biológicamente, convierten a la divinidad de Cristo, tal como tradicionalmente se entiende, en imposible.

5. Los relatos de milagros del Nuevo Testamento no pueden interpretarse, en un mundo posterior a Newton, como sucesos sobrenaturales realizados por una divinidad encarnada.

6. La interpretación de la Cruz como un sacrificio ofrecido a Dios por los pecados del mundo es una idea bárbara basada en conceptos primitivos sobre Dios que deben abandonarse.

7. La resurrección es una acción de Dios: Dios exaltó a Jesús a la significación de Dios. Por consiguiente, no es una resucitación física ocurrida dentro de la historia humana.

8. El relato de la Ascensión supone un universo concebido en tres niveles y por eso no puede mantenerse, tal cual, en una época cuyos conceptos espaciales son posteriores a Copérnico.

9. No hay una norma externa, objetiva y revelada, plasmada en una escritura o sobre tablas de piedra, cuya misión sea regir en todo tiempo nuestra conducta ética.

10. La plegaria no puede ser una petición dirigida a una deidad teísta para que actúe en la historia humana de una forma determinada.

11. La esperanza de una vida después de la muerte debe separarse, de una vez por todas, de una mentalidad de premio o castigo, controladora de la conducta. Por consiguiente, la Iglesia debe dejar de apoyarse en la culpa para motivar la conducta.

12. Todos los seres humanos llevan en sí la imagen de Dios y deben ser respetados por lo que cada uno es. Por consiguiente, ninguna caracterización externa, basada en la raza, la etnia, el sexo, o la orientación sexual, puede usarse como base para ningún rechazo o discriminación.

Nota del autor: Estas tesis, que planteo para el debate, están inevitablemente formuladas de forma negativa. Es algo deliberado. Antes de que alguien pueda escuchar lo que es el cristianismo debe crear un espacio para esta escucha borrando las falsas concepciones del mismo. Mi libro Por qué el cristianismo debe cambiar o morir es un manifiesto que llama a la Iglesia a una Nueva Reforma. En él empecé a diseñar una visión de Dios que va más allá del teísmo, una comprensión de Cristo como presencia de Dios, y una visión de la forma que, en el futuro, pueden tener tanto la Iglesia como su liturgia…[4]

Estas doce tesis no son, ni mucho menos, “un brindis al sol”, algo formulado a la ligera sólo por el prurito de ser moderno. Detrás de ellas hay muchos años de búsqueda y de fidelidad tanto en el orden personal como en el específicamente intelectual. El libro del que hemos escogido publicar un capítulo es, por ejemplo, el trabajo previo a las tesis 7 y 8, de la misma manera que el libro del que publicamos un capítulo hace siete años está en la base de la tesis 4.

Tanto el libro del que el mismo Spong dice en su Nota que surgen las tesis (Por qué el cristianismo…) como, sobre todo, el inmediatamente posterior[5] buscan expresar una fe en Dios y en Jesús independiente del teísmo y son, por tanto, el trabajo que hay tras las tesis 1 y 2. Todo esto indica, como decimos, el largo itinerario, la lenta maduración que subyace tras estas tesis vigorosas, en cierto modo polémicas y radicales que, como el autor también indica en su nota, se ofrecen no como un punto de llegada sino como materia para el debate y la discusión y como punto de partida para una búsqueda posterior.

Spong y la “doble verdad”

Hay un dato del autor que debe tenerse en cuenta desde el principio: Spong no es primeramente un teólogo o un exegeta erudito sino un pastor. Querer acercarse a su obra como a la de un teólogo o exegeta académico o universitario sería un error. Su interés como pastor de la Iglesia es ayudar al creyente a formular una fe acorde con su mentalidad, propia de su tiempo, y con el carácter adulto y maduro de su ser en otros terrenos; un ser que se sabe responsable, incompleto, en búsqueda, pero que sabe también su dignidad. Spong no escribe para el especialista bíblico sino para el cristiano que no termina de comprender los textos de su tradición dado que el universo mental al que pertenece es muy distinto. Esta preocupación es interna al movimiento de la fe que no quiere caer en la esquizofrenia de quienes viven lo religioso como una dimensión de su vida ajena al esfuerzo reflexivo y responsable que rige el resto de la misma.

Spong sabe que, en las distintas iglesias y a diferentes ritmos, los teólogos llevan siglo y medio respondiendo al reto de examinar las creencias, de diferenciar éstas de la fe y de dar a la fe un lenguaje inteligible en el universo mental actual. Los avances en materia bíblica permiten, en efecto, un acercamiento nuevo a los textos sagrados del cristianismo. Sin embargo, esta manera nueva de interpretar la Biblia apenas llega a los cristianos de base de las distintas confesiones.

La razón de esta fractura no es la comprensible distancia que siempre hay entre especialistas y no especialistas en cualquier ámbito del conocimiento. Spong cree que, entre los responsables de las iglesias y entre los mismos teólogos y exegetas, existe el temor de que las perspectivas renovadas en la lectura e interpretación bíblica –patrimonio común ya de los estudiosos a pesar de las posturas diversas que existen entre ellos– provocarían, al llegar a los cristianos, un desmoronamiento insalvable de su fe[6]. Acostumbrados como están los fieles a sostener sus creencias sobre la base del literalismo bíblico y dogmático que hasta ahora se les ha inculcado con ahínco, ¿dónde iría a parar su fe si esta base literal se desmoronase? Ante este temor, los responsables de las iglesias, que no asumen a fondo la distinción entre fe y creencias, prefieren mantener lo que a Spong le parece una “doble verdad”: una verdad para los “especialistas”, teólogos, exegetas y gente informada, que asume, en mayor o menor medida, las exigencias del conocimiento crítico, y otra verdad para el “pueblo” al que se pretende mantener al margen, en un infantilismo impropio tanto de su madurez en otros terrenos como de la mentalidad de nuestra época. Leer más…

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“Jesús asesinado. Un linchamiento del poder”, por Nicolás Alessio, teólogo

Viernes, 18 de abril de 2014
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7Leído en la página web de Redes Cristianas

“Hay que matarlos a todos”, gritaban exaltados algunos judíos. Son ” galileos de mierda” se escuchaba por todos lados.

La sangre corría por el cuerpo de ese nazareno pero no calmaba los instintos asesinos. La corona de espinas punzantes se hundía más y más en la piel.

“Que muera, que muera, él y sus seguidores! Que no quede ninguno vivo”.

“Son delincuentes, ladrones, ratas, peligrosos para nuestra seguridad”. Eran los argumentos escuchados.

Cuando dando un fuerte grito, exhaló su espíritu, uno de los presentes dijo “este no jode más”.

La muerte de Jesús se pareció mucho a un linchamiento popular. Sin embargo había una gran diferencia. Se la cubrió de legalidad. Tanto los Jefes de Israel como las Autoridades Imperiales quisieron hacer las cosas con prolijidad. Fue un linchamiento prolijo, meticuloso, cuidando los detalles.

Un hombre apasionado y convencido de sus pasiones, siempre es molesto. La libertad de los que aman con pasión asusta a los mediocres.

12El nazareno, despojado de sueños de gloria, con solo un par de sandalias gastadas, partiendo el pan para mendicantes enfermos, pidiendo agua a la mujer del pozo de mala fama por sus muchos maridos y encima samaritana, no era un buen ejemplo para los moralistas. Era un turbulento.

Recibiendo caricias en su piel de la prostituta de Magdala, comparándose con una gallina que quiere reunir sus polluelos, sentado en la mesa de los despreciados, liberando a ciegos y sordos, castigados por algún pecado de sus antepasados, dejando ir a la mujer adúltera que querían apedrear, no era un buen ejemplo para las buenas costumbres de los puros. Era un transgresor

Rompiendo protocolos sagrados y legalidades intocables no tuvo problemas en curar durante el Sábado en el Templo o castigar a látigo limpio a cuantos profanaban la “casa de su Padre” y peor aún, gritó a los cuatro vientos que desde el Rey hasta el último esclavo leproso o maldito es “hijo de Dios” y tienen los mismos derechos. Era un sedicioso.

Pero lo que realmente molestaba del profeta era su palabra filosa. La que corta como espada de doble filo. Porque su palabra abría los ojos, ayudaba a pensar, proponía otras verdades, cuestionaba tradiciones incuestionables, desnudaba hipocresías, desenmascaraba mecanismos del poder, rompía pactos de silencio, convocaba a reaccionar, organizaba a los pobres, devolvía las esperanzas, levantaba a los caídos. “Habla como quien tiene autoridad” decían sus oyentes.

Autoridad fuertemente cuestionada. “Jesús entró en el templo, y mientras enseñaba se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le dijeron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, quién te ha dado esta autoridad?”

4Obvio, qué autoridad podía tener alguien de un linaje vulgar, un obrero constructor, que no tenía ningún título honorífico, ni dinero, ni prestigio social, ni influencias políticas, que por lo tanto no pertenecía a la élite judía ni a ninguna familia acomodada. No fue sacerdote, no fue levita, no fue escriba, no fue maestro de la ley, no fue fariseo, no perteneció al Sanedrín ni a los Ancianos del pueblo. Por eso no sorprende aquella pregunta de Natanael: “De Nazaret puede salir algo bueno?”

Los excluidos, los maltratados sociales, vieron en Jesús persuasión, coherencia, sabiduría, originalidad, creatividad, fortaleza en sus dichos y en sus gestos. Empatía con sus vidas.

La “autoridad” de Jesús reside en su capacidad de rescatar, de acompañar, de convencer, de conducir, de integrar, de armonizar, de incluir. El es el que promueve, el que ayuda a avanzar, a crecer, a germinar, a desplegarse.

Nada que ver con la autoridad del que grita órdenes o sanciona leyes para castigar. Mucho menos la autoridad que se cree vocera de Dios o pretende hablar “en nombre” de Dios, como la de sus verdugos. Jesús hablaba “de” Dios, de su cercanía, ternura, compasión, misericordia. De su Reino.

Había que silenciarlo. Jesús los incomodaba, los cuestionaba. Había que ponerle un límite definitivo. Pero no había que hacerlo con cuidado. Sectores populares podrían reaccionar. La pena romana para los sublevados y facinerosos era lo oportuno.

Idearon la maquinaria legal. Fue un crimen premeditado. Fue un linchamiento desde el poder.

Semana Santa 2014

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