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“ Que nuestras obras muestren que creemos en la resurrección”, por Consuelo Vélez

Martes, 19 de abril de 2022
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B24C242A-2FC6-4403-A037-A1CB72E9ABBBDe su blog Fe y Vida:

La vida cristiana gira en torno al misterio pascual

“‘Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe’ (1 Cor 15,14). La resurrección de Jesús fue la superación de su muerte con el ‘sí’ de Dios a toda su vida”

“Estamos cercanos a celebrar nuevamente el misterio pascual y podríamos preguntarnos qué gestos, qué signos, qué señales harían creíble para nuestros contemporáneos nuestra fe en la resurrección del Señor”

“Creemos en la resurrección y la testimoniamos cuando defendemos la vida, toda vida. Haría falta que nuestra voz se levante más claramente en todas las circunstancias donde la vida está en peligro”

“Creemos en la resurrección cuando nos ponemos del lado de las víctimas. Creemos en la resurrección cuando cuidamos la creación. Creemos en la resurrección cuando apostamos por una iglesia sinodal”

“La forma cómo la iglesia hoy está organizada, no está siendo un testimonio creíble para muchos. No podrá ser la iglesia en la que se palpe que la resurrección de Jesús nos convoca y nos anima en todo nuestro compromiso”

“Que la Semana Santa que celebraremos esta próxima semana, nos comprometa a dar un testimonio de la resurrección de Jesús a través de todas nuestras obras”

La vida cristiana gira en torno al misterio pascual. “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe (1 Cor 15,14), resurrección que no solo es un recuerdo del pasado, sino que se sigue viviendo cada vez que se pasa “de la muerte a la vida” en nuestra historia actual.

La resurrección de Jesús fue la superación de su muerte con el “” de Dios a toda su vida. Ante el aparente triunfó de aquellos que gestaron su asesinato, se fue generando un movimiento de seguidores que afirmaban que Jesús había resucitado y seguía vivo entre ellos. Y no se quedaban en repetir las frases sino en mostrar con su vida que eso era así. Se notaba por las obras y prodigios que realizaban en el pueblo (Hc 5, 12) y sobre todo por el amor que vivían entre ellos: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hc 4, 32).

Estamos cercanos a celebrar nuevamente el misterio pascual y podríamos preguntarnos qué gestos, qué signos, qué señales harían creíble para nuestros contemporáneos nuestra fe en la resurrección del Señor. Cómo decirles no solo con palabras, sino sobre todo con hechos, que la vida del Resucitado nos sigue impulsando hoy a comprometernos para transformar las realidades de muerte en realidades de vida. Intentemos proponer algunas actitudes pero que cada cual señale las que cree son más necesarias.

Creemos en la resurrección y la testimoniamos cuando defendemos la vida, toda vida y en todas las circunstancias. A veces los cristianos somos muy dados a levantar la voz cuando se habla del inicio de la vida o del final de la misma, pero olvidamos la vida de los niños, de los jóvenes, de los adultos y, sobre todo, la vida de los más empobrecidos, excluidos, marginados. Haría falta que nuestra voz se levante más claramente en todas las circunstancias donde la vida está en peligro. Ha sido muy valiosa la voz de los obispos del pacífico colombiano que han hablado claro y de manera contundente defendiendo la vida de sus comunidades de la convivencia de los alzados en armas con las fuerzas estatales. Verdaderamente han levantado su voz y corren peligro, pero si no hacen, desdicen del evangelio que predican.

C416E79D-5264-4ED3-B944-83CAF75710F7Creemos en la resurrección cuando nos ponemos del lado de las víctimas, de los que exigen sus derechos, de los que trabajan por hacer de este mundo, un lugar posible para todos y todas. Aquí muchos rostros encarnan esas realidades: las mujeres, los indígenas, los negros, los jóvenes, la población de diversidad sexual, los migrantes, y podríamos nombrar a otros colectivos que realmente son excluidos y marginados, que no gozan de los derechos que por ser personas les pertenecen.

Creemos en la resurrección cuando cuidamos la creación, casa común para el bien de toda la humanidad. Está siendo muy difícil que los gobiernos tomen las medidas necesarias para detener la devastación ambiental. Además, los poderosos nos convencen de que es necesario generar ingresos y por eso no se pueden tomar otras alternativas. Y entonces ¿cuándo empezaremos a cuidar la creación? Recordemos que la resurrección no es solo de las personas sino de toda la creación, como lo dice Pablo en la primera carta a los Corintios: “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (15, 28). La “nueva creación” como se suele llamar en los estudios de escatología no será algo nuevo que baje del cielo, sino este mismo mundo cuidado por quienes lo habitamos.

Creemos en la resurrección cuando apostamos por una iglesia sinodal, es decir, por una iglesia comunión, una iglesia donde todos y todas puedan sentirse en igualdad de condiciones, con los mismos derechos y deberes. La Iglesia es sacramento de Cristo Resucitado, por lo tanto, si no se esfuerza por mostrar los valores del reino, no puede hacer presente al Señor en medio de su pueblo. Y el papa Francisco ha propuesto el sínodo sobre la sinodalidad porque es consciente de que la forma cómo la iglesia hoy está organizada, no está siendo un testimonio creíble para muchos.

EB1B57A5-9159-49B7-8173-823D836E99A9Mientras no haya más espacios de participación para el laicado -mujeres y varones-, no se acabe el clericalismo -no sólo de los mismos clérigos sino de tanto laicado que lo fomenta- y mientras no sea una iglesia en salida, es decir, una Iglesia con las puertas abiertas que salga hacia las periferias humanas (…) que no tema herirse o accidentarse por salir a la calle en lugar de quedarse como una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…) Una iglesia con menos miedo a equivocarse y más a quedarse encerrada en sus estructuras, en las normas que la vuelven implacable, en las costumbres donde se siente tranquila mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ‘dadles de comer’ (Mc 6, 37) (Evangelii Gaudium nn. 46.49), no podrá ser la iglesia en la que se palpe que la resurrección de Jesús nos convoca y nos anima en todo nuestro compromiso.

Que la Semana Santa que celebraremos esta próxima semana, nos comprometa a dar un testimonio de la resurrección de Jesús a través de todas nuestras obras. Los discípulos afirmaban: “Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello” (Hc 3, 15) y hoy somos nosotros los que hemos de seguir dando este testimonio. El Señor nos lo confía, esperemos no defraudarlo.

(Foto tomada de https://www.dialhope.org/en-verdad-ha-resucitado/)

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Feliz Pascua

Lunes, 18 de abril de 2022
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20120401211505d3db9aDe nuevo llega la primavera y lo hace, como cada año, brindándonos el mejor de los regalos: la Pascua. Llega, también como siempre, intentando despertarnos del largo, demasiado largo, letargo invernal, en el que da la sensación como si el aburrimiento, el tedio, el absurdo y, la muerte, que aún es peor, fueran necesarios o, por lo menos, estuvieran permitidos, para poder justificarnos de todo lo habido y por haber. Ese invierno de las ideas preconcebidas y de los prejuicios gratuitos que congelan en nosotros, hasta hacerlos morir en muchos momentos, sentimientos maravillosos que nos hubieran podido impulsar a vivir de otra manera, por no decir la única que existe para hacernos de verdad felices; sentimientos tales, como, el amor, la paz, la concordia, la generosidad, el perdón, la vida en definitiva. Es hora de despertar, continúa recordándonos la “primavera pascual”, de esa especie de somnolencia resignada y aceptada por la inmensa mayoría de los humanos, como si de un “sino” forzoso e inevitable se tratara. Bendita Pascua, que viene como “inclusiva” de todos y como no “exclusiva” de nada ni de nadie; puesto que no entiende de creyentes ni de incrédulos, ni tampoco de los que son de un signo o de otro; porque ella, la “Pascua”, es la manifestación más excelsa de la “Vida” y, por lo mismo, la única capaz de engendrar amor infinito, perdón sin condiciones y esperanza profunda. Una vida que es de todos y para todos, a pesar de que siempre haya el espabilado, el malicioso o el vete tú a saber qué de turno que pretenda arrebatársela a algunos, a muchos, para qué andar con rodeos, porque eso sí que lo tienen los pobres, que son muchísimos, abundantes hasta la saciedad.

Viene la Pascua a decirnos que, una vez ya despiertos de ese letargo, debemos ponernos en camino hacia nuevas metas, las únicas que conducen de verdad a la consecución de un universo respetado, en el que la naturaleza y el cosmos, en general, dejen de ser objeto de depredación, para convertirse en los compañeros imprescindibles de viaje; a ponernos manos a la obra de cara a la construcción de una humanidad igualitaria, donde ser hombre o mujer sea tenido como la gran oportunidad para un mayor crecimiento en valores de convivencia y de solidaridad, haciendo posible que juntas y juntos fomentemos, con urgencia, lo único que nos hace de verdad felices, como es el amor que no entiende, precisamente, de diferencias biológicas, morfológicas ni nada de lo que pueda estar relacionado con semejantes distinciones, ya que, precisamente, el amor anida y se cobija en lo más íntimo que tiene cada hombre y cada mujer, como es el corazón, siempre libre de sexos y otros distingos;  a disponernos en camino hacia la eliminación, también, de credos exclusivos que no hacen sino levantar muros que separan y dinamitar puentes que impiden el acercamiento mutuo; a adoptar una actitud de enérgica renuncia contra todo tipo de ideologías excluyentes, pensamientos fanáticos y totalitarios, que no pretenden sino subyugar y oprimir.

Es Pascua y, por tanto, es tiempo más que propicio para soñar sin miedos ni reticencias y para apostar de manera decidida por la utopía; se acabó ya el tiempo del “por si acaso”, del “me lo tengo que pensar” y de la cobardía egoísta y gandula disfrazada del “hay que ser prudentes”, etc. No se puede continuar diciendo que se “cree en la Pascua” y, a continuación, apostar por una vida cansina y aburrida, como si se nos estuviera obligando a vivir “por decreto”. Pascua es tiempo de optar y decidir de manera libre, pero también responsable; de avanzar sin mirar hacia atrás, aunque sí hacia los lados; de acompañar, respetando que cada cual siga su camino;  de acoger, sin pretender “catequizar”; de compartir, sin tener en cuenta cálculos ni porcentajes.

Es tiempo, pues, de felicitar y felicitarnos la Pascua, ya que ella viene cargada de las razones más profundas y serias, que jamás puedan llegar a existir, para poder entender que la esperanza ha dejado de ser el asidero de los cobardes, para pasar a convertirse en el trampolín seguro de los intrépidos. A la vez que nos recuerda, también, que el “creer” y el “esperar” han dejado ya de ser, de manera definitiva, la excusa para justificar el “no amar”, sino, al contrario,  para pasar a convertirse en la exigencia más punzante de cara a vivir ese amor hasta las últimas consecuencias.

¡FELIZ PASCUA!

Juan Zapatero

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“El nuevo rostro de Dios”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)

Domingo, 17 de abril de 2022
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Ya no volvieron a ser los mismos. El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente a sus discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era el resucitador de Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.

Dios es amigo de la vida. No había ahora ninguna duda. Lo que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero, si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que solo quiere la vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida. En adelante solo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen muerte.

Dios es de los pobres. Lo había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «Felices los pobres, porque tienen a Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni Pilato, la última decisión no es de Caifás ni de Anás. Dios es el último defensor de los que no interesan a nadie. Solo hay una manera de parecerse a él: defender a los pequeños e indefensos.

Dios resucita a los crucificados. Dios ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de tanto abuso y crueldad que se comete en el mundo. Dios no está del lado de los que crucifican, está con los crucificados. Solo hay una manera de imitarlo: estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen sufrir.

Dios secará nuestras lágrimas. Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora sabemos cómo es Dios. Un día él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado».

José Antonio Pagola

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“El debía resucitar de entre los muertos”. Domingo 17 de abril de 2022. Pascua de Resurrección

Domingo, 17 de abril de 2022
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26-pascuaC1 cerezoDe Koinonia:

Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Salmo responsorial: 117, 1-2. l6ab-17. 22-23: Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Colosenses 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Juan 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.

A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquel que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net

B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección. Leer más…

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Resurrección, mutación divina de la vida humana

Domingo, 17 de abril de 2022
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37AE7122-5E80-42D4-B19E-D5D9DCB79AEDDel blog de Xabier Pikaza:

Todo tenía que haber terminado. Los hombres han matado a Jesús, mensajero de la vida de Dios, hombre de amor sobre la muerte.  Humanamente todo tenía que haber terminado, muertos todos, por no aceptar la vida de amor de Jesús. Pero el amor de Dios en Jesús ha triunfado de la muerto. Y así confesamos que ha resucitado y que nosotros resucitamos con él. 

Tras haber recorrido como vencedores triunfales la travesía constantiniana (con esquemas platónicos y sistemas imperiales y/o feudales), para ser fieles al evangelio y retomar el principio de Jesús, los cristianos deben volver a su tumba Jesús, subiendo como Ezequiel al Carro de Dios que les lleva al exilio (fuera de los campos de poder, al valle de los huesos muertos), para ser testigos del Dios de la gracia, presente en los pobres y exilados (cf. Mc 16, 1-8; Mt 28, 16-20).

Resulta conveniente (inevitable) que caiga o se abandone un templo de violencia sagrada (imposición legal), no para elevar en su lugar otro (que todo cambie para seguir siendo lo mismo), sino para transformar la vida, en comunicación transpersonal, humanidad resucitada. Las dificultades actuales no se solucionan con unos pequeños cambios de estructura, sino que los cristianos abandonar (transcender) la estructura sacral del templo, para descubrir a Dios como vida de su propia vida[1].

La historia antigua ha culminado en la muerte de Jesús, que sus discípulos han interpretado como “desbordamiento de vida”, conforme al Arquetipo que había comenzado a expresarse en el Antiguo Testamento y que culmina en el Nuevo, en forma de revelación de Dios, plenitud y sentido (pervivencia) de la vida humana, en comunicación personal, pues el mismo Jesús muerto vive en aquellos que le acogen. Ésta es la gran transmutación, que podría estar simbolizada con algunas variantes en un tipo de “alquimia” superior que no se realiza ya en metales, sino en el mismo movimiento de la vida humana (cf. Hch 15, 28), en línea de elevación, pues sólo aquello (aquel) que muere puede re‒vivir (ser en los otros), mientras que aquel que quiera cerrarse en sí mismo acabará perdiendo aquello que es y tiene, pues “quien quiera salvar su vida la perderá”; sólo quien la pierda por los otros la encontrará en ellos (cf. Mt 10, 39; 16, 25 par.). En esa línea, el Ser‒en‒Sí‒Mismo de Dios (su En Sof, según la cábala) se expresa como Ser‒dándose, esto es, muriendo, para que sean los otros[2].

La muerte de Jesús no fue un castigo (sacrificio) impuesto por Dios, sino el don o regalo más hondo de su vida, la expansión de su conciencia, que consiste en morir para vivir en plenitud (resucitar) en los demás, en nueva creación (mutación), esto es, en comunicación personal abierta al futuro de la plenitud de Dios que será todo en todos (1 Cor 15, 28). Así releyeron y recrearon los cristianos el AT desde la experiencia pascual de Jesús. No condenaron y rechazaron la Biblia de Israel por violenta y contraria al amor universal (como hicieron muchos gnósticos), sino que la entendieron en clave de resurrección. No buscaron la coherencia entre el AT y NT en detalles secundarios, no ocultaron la intensísima violencia de muchos pasajes del AT, pero descubrieron en la trama a veces sinuosa y quebrada del pueblo de Israel un camino que desemboca en la vida y don del Dios que entrega su vida por los hombres[3].

Los cristianos entendieron (descubrieron) esa muerte como “resurrección”, experiencia de vida trans‒personal, pero no en abstracto, ni como algo que viene después, tras la desaparición de su cadáver, sino en el mismo gesto de entrega total que es resurrección. Morir como Jesús es dar la vida, sin volverse atrás, como siembra del trigo de Dios (Jn 12, 20‒33), que fructifica en la experiencia pascual de los discípulos, cuando descubren que él (Jesús) vive en ellos, abriéndoles los ojos, de manera que puedan compartir y compartan en amor lo que son, regalándose la vida los unos a los otros. La historia de un hombre como Jesús no acaba en su tumba física, sino que se expresa de un modo radical tras/por ella, en su recuerdo, en su influjo y presencia en aquellos que le han conocido, y que siguen quizá recreando su figura y actualizando su obra. En ese sentido, la resurrección no es negación de la muerte, sino ratificación del sentido (semilla) de esa muerte, como dadora de vida[4].

“Apariciones”: Experiencias de presencia, comunicación comunión personal

Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma intensa de presencia trans‒personal (en línea de transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en clave de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.

Esas apariciones no son imaginaciones de algo que externamente no se ve, sino sentimiento y certeza radical de la presencia de aquel que ha vivido y muerto regalando su vida, como vida de Dios, como principio de renacimiento, un modo superior de entender (experimentar) el pasado y de comprometerse en el presente, desde el don de Dios en Jesús, en forma de mutación antropológica. Desde ese fondo pascual, la vida cristiana es una experiencia de renacimiento, la certeza vital de unos hombres y mujeres que se sienten/saben ya resucitados, tras haber pasado de la muerte a la vida, es decir, de una vida que es muerte (pues desemboca en ella) a la muerte que es vida en el Reino de Dios.

En un sentido, las apariciones, que Pablo ha recogido de forma oficial en 1 Cor 15, 3-7, podrían entenderse como simples visiones (manifestaciones) sobrenaturales de unos entes superiores, favorables o desfavorables (dioses, difuntos, demonios…), un tema que encontramos en muchas religiones. Pero, desde la perspectiva marcada por el Antiguo Testamento, esas apariciones han de entenderse como expresión de un modelo más alto de vida, en línea de mutación humana y comunicación transpersonal. No se trata de “ver” en forma milagrosa, sino de vivir de un modo nuevo (de renacer desde Cristo), superando/cumpliendo el arquetipo anterior, iniciando una forma superior de comunicación que comienza precisamente ahora, con la resurrección de Jesús[5].

‒ “Ver” a Jesús resucitado, descubrir su presencia. Sus seguidores saben y afirman que ellos mismos son él, es decir, que él vive en ellos y que ellos forman parte de su vida, pues son el mismo Jesús renacido, presente, mesiánico. En ese sentido, la visión‒presencia de alguien que han muerto tras haber dado la vida a (por) aquellos que les siguen forma el arquetipo o símbolo central de una humanidad, que nace y vive en (de) aquellos que mueren, en un mundo donde nada ni nadie acaba totalmente, sino que todo deja huella y sigue siendo (existiendo) al transformarse, no en línea de eterno retorno de lo que ya era (nada se crea, nada se destruye, sino que se transforma), sino de creación de lo que ha de ser. Leer más…

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Tres protagonistas inesperados. Domingo de Pascua de resurrección. Ciclo C.

Domingo, 17 de abril de 2022
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Juan-20-Resureccion-tumba-vacia-Maria-Magdalena-Pedro-JuanDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:

Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

  1. a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
  2. b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

― Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

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Domingo de Pascua de Resurrección. Ciclo C

Domingo, 17 de abril de 2022
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1D-de-Pascua

 

“- Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.”

(Jn 20, 1-9)

Que en Dios no hay tiempo ni espacio, es algo que sabemos bien a estas alturas de la vida. En muchos sitios leemos o escuchamos que “la historia se repite”; que no se trata de algo lineal sino circular; las modas, las cosas, las situaciones, todo vuelve.

Sin perder esta idea de vista centrémonos en el evangelio de hoy. La primera persona que aparece es María Magdalena, ella sola. El texto nos dice que: “el domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol,…”. Veamos, el domingo antes de salir el sol aparece alguien de género femenino, sola. ¿No te evoca a algo? Algo así como a un caos en el que dijo Dios: “que exista la luz”. El día primero.

Y continúan los dos textos. En el del Génesis, la primera vez que las palabras de Dios se refieren a sí mismo, después de ir creándolo casi todo, dice un “Hagamos a los hombres a nuestra imagen”. Hagamos, en plural. Y en el evangelio de hoy, la primera palabra que utiliza María de Magdala para referirse a sí misma, también es un plural: “sabemos”. Aparece sola en escena, y cuando va donde Pedro y Juan y les cuenta que Jesús no está en el sepulcro, en lugar de decir “no sé donde lo han puesto”, habla en plural. No sabemos… pero ¿quiénes no sabemos?

La historia se repite, vivimos en una dimensión circular, todo vuelve… incluso el principio, la creación. Todo, la VIDA también; y vida en abundancia.

Oración

Bendita seas, Trinidad Santa.

Solamente en ti encontramos la Vida Eterna.

Solo tú. Eso es todo.

Amén.

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En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron la verdadera Vida.

Domingo, 17 de abril de 2022
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Resurrección

DOMINGO DE PASCUA (C)

Jn 20,1-9

En este día de Pascua, debemos recordar a Pablo: si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Su Vida era la misma de Dios. Por lo tanto la posibilidad de que no resucitara es absurda. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Seré seguidor de Jesús solo en la medida que viva la misma Vida de Dios como él.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec­ción no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esto es clave para salir del callejón en que nos encontramos por interpretar los textos de una manera literal.

La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación con el ser que estuvo vivo. Pero la muerte devuelve el cuerpo al mundo de la materia de manera irreversible.

¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que no hay tiempo. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.

Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, sin antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedar a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús que a la vida biológica tan apreciada.

No debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida.
Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Vio y creyó.

Domingo, 17 de abril de 2022
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HE-RISEN-708x350@2xJn 20, 1-9

«Entró también el otro discípulo… vio y creyó»

Los textos de la resurrección coinciden entre sí hasta el momento en que las mujeres encuentran la losa removida y el sepulcro vacío, pero a partir de ahí son tantas las discrepancias en los relatos, que solo son entendibles asumiendo que la intención de sus autores no es la descripción de hechos, sino la expresión de una experiencia que cambió la vida de aquellos hombres y el rumbo de la humanidad.

Pongámonos en situación. A Jesús lo prenden el jueves por la noche y lo crucifican el viernes. Desde que lo prenden, los hombres del grupo permanecen atrancados por miedo a los judíos esperando el momento de huir a Galilea. Las mujeres se muestran más enteras, y las vemos primero al pie de la cruz, y luego yendo el primer día de la semana a ungirle al sepulcro.

Mateo afirma que las mujeres que van el domingo de madrugada al sepulcro son María Magdalena y María la Madre de Santiago, y añade que Jesús se les aparece a todos juntos dentro de la casa a continuación. Allí los cita para Galilea y les encarga la misión: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».

Marcos añade también que tras mostrarse a los discípulos y encomendarles la misión, es llevado al cielo y está sentado a la derecha del Padre.

Lucas nos da dos versiones radicalmente distintas; una en su Evangelio y otra en Hechos. Según la primera, las mujeres que van a ungirle —entre las que incluye también a Juana—, corren a contárselo a los discípulos pero no les creen. No obstante, Pedro va al sepulcro y lo comprueba. Ese mismo día, Jesús camina un largo trecho con dos seguidores que vuelven descorazonados a su casa de Emaús, y por la tarde se presenta donde están reunidos los discípulos y les encomienda la misión. Finalmente los saca camino de Betania y es elevado al cielo.

En la versión de Hechos, Lucas afirma que se aparece a los discípulos a lo largo de cuarenta días, y que luego se eleva en presencia de ellos hasta que una nube lo oculta a sus ojos.

Juan sitúa solo a María Magdalena en la escena del sepulcro. Cuando regresa a casa para contarlo, se encuentra con Pedro y Juan y los tres vuelven corriendo al sepulcro. Los hombres van a contar la noticia y María se queda sola llorando. Se le aparece Jesús, la consuela y le dice que va a subir al Padre. Juan sitúa ese mismo día la primera aparición a los discípulos, y la repite ocho días después. En un segundo epílogo, Jesús se encuentra con sus discípulos en el lago Genesaret, a donde han vuelto y retomado sus ocupaciones habituales…

Tal como habíamos dicho, son evidentes las contradicciones que presentan estos textos, pero a pesar de ellas, todos participan de tres elementos comunes que sobresalen sobre todo lo demás. El primero es la misión, el segundo, la efusión del Espíritu y el tercero, la exaltación de Jesús a la derecha del Padre.

En el fondo de todos los relatos encontramos un testimonio fundamental: Jesús se muestra vivo tras su muerte. Y nuestra tendencia natural es a dudar, pero dentro del simbolismo que encierran los textos, encontramos un hecho que no tiene explicación sin haber mediado una experiencia extraordinaria capaz de remover el ánimo de aquellos hombres hasta extremos inconcebibles.

Y es que un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho, aquellos hombres se presentan de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que lo han visto vivo después de su muerte y han recibido de él una misión.

«Varones israelitas, escuchad estas palabras —es Pedro quien les habla—: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley (los romanos). Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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He visto al Señor y me ha dicho esto.

Domingo, 17 de abril de 2022
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Domingo-de-Resurreccion-Ciclo-C-5-660x330Jn 20, 1-9

Es ya un lugar común identificar a María de Magdala con el domingo de resurrección pues cada año leemos el relato, que preservó el evangelio de Juan, sobre su encuentro con Jesús resucitado la mañana de Pascua. Pero lo curioso es que el Domingo de Pascua no se suele leer la parte más significativa de su experiencia sino el primer momento en el que ella se encuentra el sepulcro vacío y se lo cuenta a Pedro y Juan y ambos se acercan a constatar el hecho. El relato se cierra con la profesión de fe del “discípulo amado” y se renuncia a recordar el encuentro que Magdalena tienen a continuación con Jesús y el mandato que recibe.

Hoy, la invitación es a encontrarnos con esta mujer cuyo testimonio fue central para impulsar de nuevo a la misión a la comunidad de Jesús. Ella supo atravesar el dolor y la impotencia que suponía la cruz de Jesús y abrirse a la Vida que Dios le regalaba en su encuentro con el Maestro. Ella tuvo la audacia de confiar en lo que no parecía posible. A través de su fe pudo buscar sentido a lo acontecido e inviar a su comunidad a hacer lo mismo.

Magdalena en la memoria del evangelio según Juan [1]

La aparición a María Magdalena en el evangelio de Juan está enmarcada en la construcción literario-teológica que define el capítulo 20 de este evangelio. El capítulo se construye a través de cuatro episodios que describen como fue creciendo y ahondándose la fe en Jesús en la primera comunidad a partir de los acontecimientos pascuales. Más allá de los rasgos personales de los protagonistas, lo que se resalta es el carácter prototípico de la experiencia vivida por la comunidad en su conjunto (Jn 20, 1-18). Este proceso encarnado en los primeros seguidores y seguidoras de Jesús es propuesto como referente para las generaciones futuras (Jn 20, 30-31).

La figura de María Magdalena aparece en los dos primeros episodios. En ellos va a encarnar un itinerario hacia la fe desarrollado en varias secuencias narrativas. Los dos primeros versículos la muestran perpleja ante lo que ve. Sola llega al sepulcro y lo encuentra vacío (Jn 20, 1). En este momento no es capaz de ver más que la ausencia de Jesús en él y sale corriendo a contárselo a Pedro y al discípulo amado (Jn 20,2). Los tres regresan al sepulcro y contemplan los signos que permanecen tras la desaparición del cuerpo: las vendas de lino y el paño de la cabeza que había recubierto el cuerpo de Jesús. El texto dice que el discípulo amado vio y creyó, es decir interpreto los signos a la luz de los recuerdos de Jesús. Pero esto no parece suficiente y los discípulos regresan a casa y guardan silencio.

Los versículos siguientes describen un segundo paso en la fe (Jn 20, 3-18). María Magdalena se encuentra ante el sepulcro llorando la pérdida del maestro. En su dolor vuelve a interrogar a los hechos, buscando comprender lo que ha pasado. El encuentro con los ángeles primero y con Jesús después, la encaminan a comprender la hondura que lo que está viendo y a verbalizar su confesión de fe.

El camino que recorre desde que ve la piedra rodada del sepulcro al comienzo del relato hasta su confesión de su fe al final, es la síntesis de su itinerario como creyente. Su diálogo con el resucitado irá mostrando el proceso de ese itinerario. Al comienzo la presencia de Jesús es extraña y desconocida, lo confunde con un jardinero (Jn 20, 15). Pero Jesús toma la iniciativa y la llama por su nombre y ella entonces lo reconoce (Jn 20, 16). El reconocimiento viene acompañado por una revelación y un envío a la comunidad (Jn 20, 17). María regresa a la comunidad y proclama su fe: he visto al Señor y narra su encuentro con él (Jn 20, 18).

María Magdalena, en su encuentro con Jesús, lo llama maestro, reconociéndose, así como discípula y capacitándose para recibir una enseñanza nueva, ahora a la luz de la experiencia pascual (Jn 2016-17). En las palabras que Jesús le dirige se cumple lo que él les había anunciado en los discursos de despedida: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 20). Ahora María comprende y corre a anunciar a los demás discípulos/as: “He visto al Señor y que le había dicho estas palabras” (Jn 20, 28). Ella en la perspectiva joánica se hace portadora de la auténtica revelación. Ella entra a formar parte de aquellos o aquellas por los/as que otros/as llegaran a creer (Jn 17,20).

María de Magdala, modelo de fe

Los relatos que evocan el encuentro de Magdalena con Jesús resucitado la proponen como paradigma de fe para todo/a creyente. Su testimonio encarna para nosotros/as ese camino que va de la incertidumbre y la oscuridad de la cruz, a la luz y las certezas hondas que emergen en el encuentro personal con el Resucitado.

Ella es modelo de actuación para todo aquel o aquella que quiera hacer el camino de encuentro con Jesús, el Cristo y se quiera configurar con él, viviendo su fe en una comunidad construida desde los valores del reino.

Ella fue enviada por el Resucitado a anunciar lo que había visto y experimentado. Sus palabras apenas vislumbradas en los textos evangélicos iluminaron, sin duda, el corazón de la primera comunidad. Hoy, su figura, su fe sigue siendo provocadora de experiencia e indicador que oriente el caminar de todos aquellos o aquellas, que se arriesguen a ser discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret.

Carme Soto Varela

[1] Cfr. Carme Soto Varela “María Magdalena, discípula y testigo”, Reseña Bíblica, 77, (2013), 35-43.

Fuente Fe Adulta

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Desarrollar nuestra capacidad de ver

Domingo, 17 de abril de 2022
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Entender-comprenderDomingo de Pascua

17 abril 2022

Jn 20, 1-9

En el relato, se dice que los dos discípulos vieron lo mismo y, sin embargo, únicamente Juan “vio” (en el lenguaje del cuarto evangelio: “creyó”).

Hay un “ver” asociado a la vista y a la mente que, incapaz de trascenderlas, se queda en las apariencias o en las formas. Pero hay otro “ver” que, naciendo de la atención, provoca asombro, amplía la mirada y hace posible la comprensión.

En el primer caso, hemos quedado encerrados en el “pensar”; en el segundo, nos situamos en el “atender” y el silencio de la mente. Si aquel va asociado a la rutina, este es siempre novedad. Porque pensar es volver una y otra vez sobre la ya sabido (o mentalmente elaborado), mientras que atender implica dejarse sorprender por lo nuevo (que nos había quedado oculto).

La mente nos ayuda a entender; la atención, a comprender. Y no es lo mismo. Como dice la filósofa Teresa Gaztelu, “al entender, nuestra mente se representa una realidad: hace un dibujo o un `mapaʼ que refleje lo más fielmente posible lo dibujado; al comprender, no nos re-presentamos una realidad, sino que la presenciamos de forma directa y con todas las dimensiones de nuestro ser (cuerpo, mente, espíritu)”.

La teología, siguiendo la huella de Aristóteles y Tomás de Aquino, define la verdad como “adaequatio rei et intellectus”, es decir, como “correspondencia” entre la realidad y la idea que nuestra mente se hace de ella. Sin embargo, con los datos que hoy nos aportan las ciencias, sabemos que la trampa radica en el hecho de que nuestra mente no ve la realidad, sino solo una interpretación mental de la misma; con frecuencia sin ser consciente de ello, lo que la mente ve es una imagen que ella misma ha elaborado.

“Si comprender es ver algo en sí mismo -sigue diciendo Teresa Gaztelu-, para comprender necesitamos mirar las cosas con desapego, sin pretensión personal -de que las cosas sean de una determinada manera-, evitando colarse uno mismo en escena”.

Pues bien, esto solo es posible gracias a la atención, capacidad que se halla en todos nosotros y que podemos educar o entrenar hasta llegar a ser diestros en ella. Atendiendo lo que hacemos en cada momento, observando la mente, practicando el silencio… Silenciada la mente pensante, juzgadora y etiquetadora, se abrirá paso la comprensión: habremos pasado del “entender” al “comprender”, habremos empezado a “ver”, más allá de las apariencias y más allá de nuestras ideas previas.

¿Vivo más en el pensar o en el atender?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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PASCUA: A la resurrección se llega antes y mejor por el amor (Discípulo Amado y Magdalena)

Domingo, 17 de abril de 2022
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bae060cf906ba936be6661b91a909090Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Jesús ha muerto.

María Magdalena, las mujeres, Pedro y el Discípulo Amado se topan con los signos de la muerte: la losa del sepulcro quitada, vendas, sudario.

Es lo que ven, lo que comprueban.

La pregunta que se hicieron aquellas mujeres es la misma que nos hacemos nosotros: ¿quién nos removerá la losa, el problema de la muerte, del sepulcro?

¿Qué hay tras la muerte?

Sin embargo Jesús no está en el sepulcro ni vivo ni muerto. Algo creyó aquí San Pablo cuando escribía: la muerte ya no tiene dominio sobre Él. (Rom 6,8-9)

02.- Magdalena.

    Los cuatro evangelistas nos narran cómo las primeras en llegar al sepulcro fueron algunas mujeres. Mateo, Marcos y Juan sitúan entre estas mujeres a Magdalena.

    San Juan presenta a Magdalena (de Magdala) al final de su evangelio, al pie de la cruz

Magdalena, la resurrección de Jesús desde el Cantar de los Cantares

    La clave de lectura de todo el pasaje de la Magdalena y la resurrección está en el Cantar de los Cantares (un canto de bodas, de amor del AT).

  • Magdalena –comenta un santo Padre- “lo amó vivo, lo amó muerto, lo amó resucitado”. Al Señor llegamos siempre por vía del amor.
  • Magdalena se levanta muy temprano, cuando todavía está oscuro (Cantar de los Cantares 3,1 / Jn 20,1). En la noche de la vida, buscamos el amanecer.
  • Magdalena (la mujer del Cantar de los Cantares) se pone a buscarlo por la ciudad santa de Jerusalén (CC 3,2 / Jn 20,1). (Nietzsche nos condenó a vivir errantes por una inmensa noche, y en esas estamos en el momento cultural actual).
  • Ambas mujeres, la del Cantar de los Cantares y Magdalena, preguntan a las personas con quienes se encuentran: los guardias de la ciudad / los ángeles / el jardinero, si lo han visto, (CC 3,3 / Jn 20,13.15).
  • La esposa del Cantar de los Cantares y Magdalena terminan por encontrar al amado. (CC 3,4a; Jn 20,17).

No es una interpretación forzada, ni mucho menos.

El amor es lo que le hace llegar a Magdalena, y a todos, a la fe (confianza) en la Resurrección, en la vida.

 

03.- El discípulo amado y Pedro

         El Discípulo amado es todo creyente que se siente amado. El que ama, como Magdalena, llega a la fe, llega a la confianza en el Señor. Y llega antes porque se siente amado.

(No es día ni momento para hacer contraposiciones entre el Discípulo Amado y Pedro, pero la figura del discípulo amado aparece siempre positivamente ante la figura de Pedro).

         La figura cristiana clave de la tradición de Juan es el Discípulo Amado.

         A la fe en el resucitado se llega antes por el amor (Discípulo Amado)

03.1.    El Discípulo Amado.

La figura del “Discípulo Amado” es propia y exclusiva de la tradición de Juan. El Discípulo Amado aparece cinco veces en el Evangelio de Juan y en las cinco ocasiones aparece contrapuesto a Pedro:

  1. En la Cena quien más cerca está de Jesús (no es una cuestión meramente física) y quien entiende lo que allí está ocurriendo es el “Discípulo Amado“. Pedro no es consciente de lo que se está viviendo.(Jn 13, 23 ss)
  2. Pedro reniega de Cristo por tres veces en la Pasión, mientras que el Discípulo Amado le sigue hasta la cruz y recibe el encargo de acoger a la madre de Jesús, naciendo así la Iglesia. (Jn 19, 35-37). El creyente nsa en Cristo, como Cristo descansa en el Padre.
  3. Tras la resurrección (Jn 21) el Discípulo Amado reconoce inmediatamente a Cristo en el lago de Tiberíades: ¡Es el Señor! mientras que Pedro sigue dudando.
  4. Ahora, camino del sepulcro, el “Discípulo Amado” llega antes que Pedro a la fe en Cristo resucitado. (Jn 21, 7).
  5. Jn 21, 20 es el enigmático texto final en el que aparecen Pedro y el Discípulo Amado.

El “Discípulo Amado” es la figura de todo creyente libre, carismático, que sigue a Cristo por la fuerza del amor (representada por esta figura del “Discípulo a quien Jesús quería“) y no por la ley, representada por la figura de Pedro.

Se llega antes a la fe en el Señor por la fuerza del amor, que por la fuerza de la ley. El Discípulo Amado es un modo de ser en la Iglesia.

03.2.    Algunas consideraciones desde el Discípulo Amado:

  1. El Discípulo Amado en el evangelio de Juan es el personaje masculino de creyente y de vida en amor, como el femenino es Magdalena.
  2. El Discípulo Amado es el íntimo de Cristo (el creyente es íntimo de Cristo), lo mismo que Cristo tiene intimidad con Dios, el creyente tendrá también por la fe esa inmediatez e intimidad con Dios.
  3. El Discípulo Amado es el primero que reconoce al Señor resucitado. (En el sepulcro y en el lago).
  4. La Iglesia nace al pie de la cruz (Jn 19, 26).

Jesús nos entrega su espíritu (Pentecostés): (Jn 20, 22)

Del costado de Cristo brota agua y sangre (Espíritu): es un bautismo como en las bodas de Caná: agua y sangre, agua y vino:(Jn 2, 1-12; 19, 31-34).

La Iglesia nace con la pequeña comunidad representada en María y el Discípulos que son el núcleo de la Iglesia naciente

Admitiendo de buen grado el ministerio de Pedro, la figura de Pedro, el “Discípulo Amado” es una advertencia para que lo Eclesiástico y la ley no sofoquen lo Pneumatológico, la dimensión abierta, carismática de la comunidad cristiana. (Si en la Iglesia ha de venir algún cambio, vendrá por el amor, no por la ley).

04.- Feliz Pascua.

¿Quién nos removerá la losa, el peso y el problema de la muerte, del sepulcro? La losa de la muerte de Jesús y de nuestra muerte.

El amor. Quien remueve la losa de la muerte es el amor.

    Magdalena y el Discípulo a quien Jesús ama –que somos todos- llegan a creer en la vida y en la resurrección por el amor.

    Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.

    Tenemos prisa –corrieron– por vivir y vivir en paz.

    Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…

Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua y corramos hacia la vida.

 

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Domingo de Resurrección

Domingo, 17 de abril de 2022
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103023819_oHermanos y hermanas, no es posible celebrar la Pascua si no estamos dispuestos a revisar las opciones de fondo de nuestra vida; si no nos sentimos urgidos por la alegría que siembra en nuestro corazón la utopía de un futuro distinto y urgente. Oremos.

Verdaderamente has resucitado Jesús

• Que la Iglesia promueva la vida de dentro, para abrir los ojos de la fe por medio del amor y de la intimidad con el Resucitado porque sólo el amor nos hace gozar y ser testigos de lo increíble, de lo invisible.

Verdaderamente has resucitado Jesús

• Que los creyentes nos dejemos alcanzar por el Resucitado y así anunciemos a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y donde otros sólo ven ausencia y muerte, nosotros proclamemos Presencia y Vida.

Verdaderamente has resucitado Jesús

• Que la celebración de esta Pascua nos lleve a leer los signos que tenemos en la vida y nos involucremos acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia…

Verdaderamente has resucitado Jesús

• Que el Resucitado suscite entre hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida, enviados a hacerse presentes allí donde “se produce muerte”.

Verdaderamente has resucitado Jesús

Padre bueno, hoy nos sentimos llenos de gozo al celebrar la Resurrección de Jesús, concédenos la gracia de ponernos tras las huellas de tu Hijo resucitado, reconocerlo en el que tenemos al lado y… dejarnos encontrar por Él.

Vicky Irigaray

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Resurrección: historia de mujeres para todos (hombres y mujeres)

Martes, 23 de abril de 2019
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57485442_1213996768777513_5218566022633619456_nDel blog de Xabier Pikaza:

Apariciones de Jesús

Pascua de Jesús, Feliz Resurrección

La muerte (ejecución judicial) de Jesús (y sus dos compañeros de Cruz) fue un viernes al atardecer, víspera de Pascua, y ellos fueron sepultados pronto, para no dejar los cadáveres al aire, impidiendo que se celebrara la fiesta (Jn 19, 31). Los evangelios añaden que, pasado el sábado, unas mujeres corrieron al sepulcro para ungir el cadáver de Jesús, que había sido enterrado sin ritos funerarios, pero siguen diciendo que no le hallaron en el sepulcro, sino a un ángel que les dijo[1]:

Ha resucitado, no está aquí. Mirad dónde le habían colocado. Pero, marchad, decid a sus discípulos y a Pedro que ha resucitado y os precede a Galilea; allí le veréis como os dijo (Mc 16,6-7).

Esas palabras condensan en línea simbólica la novedad cristiana como experiencia radical de mujeres ante un sepulcro vacío en el que no está Jesús (ni pueden estar los otros dos, enterrados con él). Externamente es difícil precisar el carácter externo (superficial) de ese sepulcro vacío, porque el relato de la tumba vacía de Jesús es el anuncio de la tumba vacía de la historia de los hombres y mujeres, empezando por los crucificados: La tumba se abre, Dios  no está en la muerte, está en el camino de la vida, que empieza de nuevo en Galilea.

240px-Resurrection_(24)En un plano superficial, no sabemos si a Jesús le enterraron sólo (sin los otros dos crucificados) en una tumba excavada en la roca, poniendo ante ella una losa, que podía correrse, viendo el interior vacío, o si le enterraron con sus compañeros en una fosa de condenados comunes, donde era muy difícil separar su cuerpo de los cuerpos de los enterrados. En plano profundo, la liturgia cristiana ha sabido siempre que a Jesús le enterraron con todos los asesinados, empezando por Adán y Eva y por Abel (con su asesino Caín)… para empezar así un camino de resurrección. Esto es lo que anuncian los iconos pascuales de la iglesia antigua.

Por eso, la novedad del evangelio no está en una tumba aislado, sino en la tumba de todos los asesinados  y el hecho de que (en contra de lo podía esperarse) los cristianos (empezando por las mujeres) no cerraron la fe en Jesús en una tumba, sino que la abrieron… Vieron la tumba abierta, la muerte vencida, descubriéndole a él resucitado, para reiniciar con él (y con todos los asesinados) el camino del Reino, centrado en su presencia pascual, en la palabra de su mensaje, en el mensaje de su vida, en su vida hecha evangelio, buena nueva de Dios [2].

Desde ese momento, en el principio de la Iglesia no hallamos ningún rastro de búsqueda de tumba, sino una experiencia fuerte de presencia de Jesús en sus seguidores. Los mismos evangelio de Marcos y Mateo que dicen que las mujeres amigas de Jesús fueron a “visitar” su tumba el domingo de Pascua siguen afirmando que no le encontraron allí, sino que el ángel de Diose les marcó un camino nuevo: «Id a Galilea… allí le veréis» (en vez de decirles: «traed aquí a sus discípulos para que vean que la tumba se halla abierta… »).

s-l300Aquellas mujeres no organizan peregrinaciones turístico-religiosas para ver la tumba de Jesús vacía... La tumba está vacía, todas las tumbas del mundo… El cristianismo empieza como peregrinación de unas mujeres y luego de todos los creyentes hacia la vida nueva de Jesús, que empieza en Galilea. Este es el primer camino de la Iglesia, el de unas mujeres que empiezan a ir desde la tumba abierta de Jesús hacia la vida de los hombres retomando el camino y proyecto de Jesús desde Galilea.

Esto es lo que cuenta la gran historia de las apariciones o encuentros de Jesús con los primeros cristianos, las experiencias pascuales, de las que seguiré hablando en los próximos días. Hoy me limito a presentar una lista general de apariciones, es decir, de experiencias pascuales narradas por los evangelios. Al final tenemos que poner la nuestra, la de cada uno de nosotros [3].

Lista general de tradiciones

                  No se pueden armonizar de manera historicista, en una tabla cronológica, pues se sitúan en perspectivas distintas y responden a diversas preguntas e intereses. De todas formas, la tradición exegética antigua ha tendido a “crear” un esquema (armonía) de apariciones, instaurando así un imaginario pascual y eclesial, que para muchos es muy importante. Éstas podrían ser algunas de las que definen y marcan el origen de la iglesia:

Sepulcro vacío. Aparición de mujeres:

  1. Tres mujeres ante el sepulcro (Mt 28, 1-3; Mc 16,1-3; Lc 24,1; Jn 20,1): motivo constante en el origen de la Iglesia
  2. El ángel de Dios abre el sepulcro: tema de fondo de Mt 28,2-4, ha sido desarrollado por Ev. apócrifo de Pedro.
  3. Las tres mujeres llegan al sepulcro, viendo que está abierto y dentro a un joven (ángel) que les dice que Jesús ha resucitado, mandándoles que vayan y lo anuncien a los discípulos y a Pedro (cf. Mc 16,4-7; Lc 24,2; Jn 20,1-2). Ese motivo se complica, pues Mc dice que no fueron (16, 8), mientras los demás evangelios suponen que fueron
  4. Varias mujeres ven a Jesús resucitado. Cf. Mt 28, 8-10, en contra de Mc 16, 7-8.
  5. Pedro y el Discípulo amado, avisados por Magdalena, llegan al sepulcro, lo ven abierto, con las vendas y sudario  en el suelo; el Discípulo Amado cree que Jesús ha resucitado, sin necesidad de verle (Jn 20, 3-10).
  6. María Magdalena vuelve al huerto del sepulcro, ve primero a un ángel y luego a Jesús (Jn 20, 11-16; Mc 16,9).
  7. Las mujeres cuentan sus experiencias a los discípulos pero ellos no les creen (Mc 16,10-11; Lc 24,9-11).

Apariciones a discípulos en general:

  1. Aparición a los dos de Emaús; ellos regresan a Jerusalén (Lc 24, 13-35; Mc 16, 13-35).
  2. Aparición a simón, llamado Cefas/Pedro (Lc 24,34; 1 Cor 15, 5; cf. Jn 20, 8).
  3. Aparición a la iglesia primera, reunida en Jerusalén (Lc 24, 36-49)
  4. Aparición a todos los discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-25; cf. Mc 16,14; Lc 24,36-43).
  5. Aparición a todos los discípulos con Tomás (Jn 20, 24-29)
  6. Aparición a los Doce como tales, que podría haber sucedido aún en Jerusalén (1 Cor 15, 6)
  7. Aparición a quinientos hermanos, que pudo ser en Jerusalén o en Galilea (1 Cor 15, 6)
  8. Aparición a Santiago, el hermano del Señor, dirigente de la Iglesia de Jerusalén (1 Cor 15, 7)
  9. Aparición a todos los apóstoles, que son aquí los misioneros helenistas (1 Cor 15, 7)
  10. Apariciones durante cuarenta días, hasta Ascensión, según Lucas (Hch 1, 1-5)

 Apariciones finales (desde la perspectiva de cada evangelista):

  1. Aparición general en Monte de Olivos, con Ascensión y promesa de Pentecostés (Lc 24, 50-52; Hch 1, 6-15)
  2. Aparición final en Galilea,, con envío a todo el mundo, sin Ascensión o marcha de Jesús ( Mt 28, 16-20)
  3. Aparición final en el lago Galilea, con pesca milagrosa y especial mención del Discípulo Amado y de Pedro (Jn 21)
  4. Aparición final a Pablo, como a un aborto, a los dos o tres años de la muerte de Jesús (1 Cor 15, 8).
  5. Pentecostés. Se puede sumar a las apariciones finales, a los cincuenta días de Pascua, que ya no es presencia directa de Jesús, sino del Espíritu Santo, enviado por Jesús (Hch 2).

    Notas

    [1] He estudiado el tema en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015. Cf. J. J. Bartolomé, La resurrección de Jesús, CCS, Madrid 1994; P. Benoit, Pasión y Resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971; P. Caba, Resucitó Cristo, mi esperanza, BAC, Madrid 1986; R. E. Brown, La muerte del Mesías II, Verbo Divino, Estella 2006; J. D. Crossan, Los orígenes del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002: R. H. Fuller, The Formation of the Resurrection Narratives, SPCK, London 1972; F. Lüdemann, Die Auferstehung Jesu, Vandenhoeck, Göttingen 1994; U. Müller, El origen de la fe en la resurrección de Jesús, Verbo Divino, Estella, 2003; M. Perroni, L’annuncio pasquale alle/delle donne [Mc 16,1-8], en Festschrift Magnus Löhrer, Anselmiana, Roma 1997, 397-436; Ph. Perkins, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection, Chapman, London 1984; X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015; M. Sawicki, Seeing the Lord, Fortress, Minneapolis 1994; U. Wilckens, La resurrección de Jesús, Sígueme, Salamanca 1981.

    [2] Por otra parte, el texto y tema de la tumba plantea muchos interrogantes. La novedad de la experiencia pascual no es que ella esté vacía, sino el testimonio de fe de unas mujeres, que afirmaron que Jesús había resucitado, que no estaba en la tumba, sino en Galilea, en su mensaje. Sólo unos pasajes tardíos de los evangelios (cf. Mt 27, 62-66; Mt 28, 11‒15; Jn 20,15) han evocado el tema de un posible robo del cadáver de Jesús, cosa que no ha preocupado a los cristianos.

    [3] La pascua no se define por una tumba vacía, sino por la fe de unas mujeres como principio de la experiencia cristiana… Todo lo que hemos venido diciendo hasta ahora parecía un testimonio de escribas y teólogos varones. Pero ese testimonio choca contra el muro de la muerte, como ha destacado el capítulo anterior. Pues bien, allí donde la vida de Jesús ha terminado, y no puede retomarse a lo anterior, estas mujeres que ofrecen un testimonio y experiencia nueva que rompe el muro de la muerte, de manera que ellas y sólo ellas han podido reiniciar así el camino del evangelio.

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Feliz Pascua

Lunes, 22 de abril de 2019
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20120401211505d3db9aYa sé que socialmente no toca porque no cuadra con los criterios que la sociedad en que vivimos marca a la hora de establecer un tipo de comportamiento por lo que a nuestras relaciones personales respecta. No es, por ejemplo, tiempo de regalos o de reuniones familiares especiales, como es el caso de la Navidad, etc. Aunque a lo mejor, si lo apuramos un poco, podríamos aducir unas minivacaciones que, en algunos casos, han tenido como objetivo contemplar las procesiones de Semana Santa de algún lugar concreto del Estado.

Sea como fuere y dejando muy claro que no pretendo hacer ningún tipo de proselitismo, porque no va en absoluto conmigo, sí quiero, sin embargo, exteriorizar mis sentimientos, cargados de sabor a valores humanos y, por lo mismo, a Evangelio, para compartirlos con todas y todos vosotros con quienes me siento unido por vínculos muy diversos.

En primer lugar, feliz Pascua, a quienes pensáis que la vida es el valor más grande que tenemos las personas; a pesar de que tantas veces no la sepamos dar el valor que merece ni hacer algo o lo posible para que la de otras personas que viven dominadas por estructuras de muerte puedan saborear la dulzura que comporta vivir de una manera mínimamente digna. Una vida que en primavera tiene un sabor especial y diferente, porque cada año por este tiempo comienza un nuevo amanecer preñado de ese color e ilusión que nos brindan las flores del campo y el cantar de las aves.

Feliz Pascua, también, a quienes tenéis el pleno convencimiento de que solamente el amor es el valor que nos convierte de verdad en personas. Un amor que no admite distinciones de ningún tipo ni hace acepción de personas ni entre personas. Un amor que es capaz de dominar nuestros instintos más bajos consiguiendo que el odio y el rencor desaparezcan de nuestras relaciones humanas. A quienes pensáis que únicamente el amor y no la fe es lo que acerca al verdadero Dios, concretamente al Dios que Jesús muestra en el Evangelio.

Feliz Pascua, a cuantos/as pensáis que la amistad es un valor de precio incalculable, pero que exige cuidarla y cultivarla de manera constante; pues es tan frágil como la rosa de un jardín que puede marchitarse si no se la riega; pero a la vez tan necesaria para impregnar de buen olor nuestras relaciones humanas. A vosotras y vosotros que seríais incapaces de traicionar a esa persona que os ha abierto su corazón de par en par, y que está dispuesta a alargaros la mano siempre y a compartir vuestros mejores momentos, a pesar de que su vida no esté discurriendo precisamente por sendas placenteras.

Feliz Pascua, a todas y todos cuantos habéis decidido que hay que hacer los esfuerzos que hagan falta para mantener viva la esperanza. No solo cuando los triunfos llaman a vuestras puertas, sino cuando la adversidad se ceba en vuestras vidas o en las vidas de personas que queréis, que os quieren o con quienes mantenéis una relación especial de amistad o de amor. Feliz Pascua, a vosotros y vosotras, hombres y mujeres, que comprendéis que a otras personas puedan llegar a faltarles las fuerzas hasta el límite de la desesperación, haciendo algo por vuestra parte para intentar mitigar un poco semejante situación.

Feliz Pascua, a quienes tenéis cada día más fe. Pero no una fe religiosa, que muchas veces resulta bastante fácil y hasta cómoda. Sino una fe que se traduce en confianza plena en toda persona; sin tener en cuenta el ideario político, religioso o humano que pueda tener. En toda persona independientemente de su orientación sexual o afectiva, de su color o raza, de su estatus social y económico; procurando, eso sí, estar lo más cerca posible de aquellas y aquellos a quienes, por las razones que fueren, les está costando vivir con un mínimo de dignidad. Feliz Pascua a quienes seguís creyendo que la utopía continúa siendo más necesaria hoy que nunca porque no podemos dejar nuestras relaciones humanas y las relaciones entre pueblos en manos del poder y del dinero. A vosotras y vosotros que creéis que ser utópicos/as no es sinónimo, ni mucho menos, de ilusos i de bien pensantes sin más.

Feliz Pascua, a todas y todos a cuantos la sinceridad os comporta problemas por defender la verdad; no la vuestra, sino la que ayuda a levantar de la miseria, al menos un poco, a aquellas personas que viven enfangadas en lo más profundo de ella. A vosotras y vosotros que no habéis consentido nunca ni consentiréis que la injusticia se ponga por encima del derecho de nadie, de manera especial de las personas que son ignoradas totalmente por la ley. Feliz Pascua, a todas y todos cuantos gritáis ¡basta, ya! ante tanta corrupción que no hace sino que unos pocos acumulen grandes fortunas, mientras a una gran mayoría les falta lo esencial e imprescindible; tanto a nivel individual, como de pueblos y países.

Feliz Pascua, a quienes, a pesar de los reclamos insistentes a vivir pensando únicamente en vuestro confort y bienestar, habéis decidido comprometeros, desde vuestras capacidades, fuerzas y posibilidades, con todas aquellas causas que reclaman auxilio urgente por parte de los más desfavorecidos. Con las causas de quienes no cuentan para nadie; de quienes son ignorados por quienes rigen los destinos de los pueblos; de aquellas personas a quienes no se les da ninguna oportunidad o, en caso de dársela, se les niega una segunda. Con las causas de quienes carecen de los derechos más fundamentales y de quienes se ven obligados a huir de sus lugares de origen porque se les persigue de manera irracional e indiscriminada.

Feliz Pascua, a todas y a todos cuantos os implicáis de lleno para que la paz vaya haciéndose más realidad cada día. Una paz fundamentada en el diálogo y la palabra por encima de todo, detestando de manera absoluta la violencia y las armas. Una paz basada fundamentalmente en la justicia, donde cada persona sea respetada no por su fuerza y su poder, del tipo que fuere, sino por su condición humana sin más. Una paz fruto del respeto más absoluto de los derechos humanos fundamentales, como pueden ser entre otros, el trabajo, la vivienda, la sanidad, la cultura, el derecho a poder disfrutar de tiempos de esparcimiento y de ocio, y, por supuesto, el derecho a poder expresar su pensamiento, ideas y creencias con la libertad más absoluta.

Feliz Pascua, si perteneces al grupo de personas que se ha dado cuenta de que el perdón es propio únicamente de quienes están envueltos de una gran magnanimidad por los cuatro costados. De que la venganza es el arma de los cobardes, mientras que el amor es el instrumento más eficaz para hacer frente al odio. Feliz Pascua a ti, hombre y mujer, que has descubierto que no existe delito tan grande que sobrepase toda capacidad de perdón, y que tampoco se le puede negar nunca a nadie una segunda oportunidad.

Feliz Pascua, finalmente, si has tomado de verdad conciencia de que el universo es la gran casa común de todas y todos cuantos lo habitamos; comprometiéndote hasta la saciedad no solo por respetarlo, sino que además haces cuanto está en tus manos para cuidarlo, evitando el más mínimo gesto de depravación y de abuso, tanto desde los pequeños gestos individuales como desde el compromiso con las grandes causas comprometidas con su cuidado.

Estoy convencido de que vale la pena brindar por causas tan grandes, tan nobles y tan necesarias. Causas que vuelen a vida y a resurrección, a pesar de que parece que no toque socialmente. Por ello, creo que, a quienes aún tenéis la osadía y el coraje de apostar por ello, bien os merecéis una felicitación bien cordial y sincera:

¡FELIZ PASCUA!

Juan Zapatero

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“¿Dónde buscar al que vive?”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)

Domingo, 21 de abril de 2019
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Lempertz-1083-72-Paintings-15th-19th-C-Francesco-Solimena-workshop-or-circle-Noli-me-tangereSegún el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos «pruebas» para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado, hemos de hacer ante todo un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Pero cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?».

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡María!». Ella se vuelve rápida: «Rabbuní, Maestro».

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos revela lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándolo solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto interior con su persona. Es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

José Antonio Pagola

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“El debía resucitar de entre los muertos”. Domingo 21 de abril de 2019. Pascua de Resurrección

Domingo, 21 de abril de 2019
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26-pascuaC1 cerezoDe Koinonia:

Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Salmo responsorial: 117, 1-2. l6ab-17. 22-23: Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Colosenses 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Juan 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.

A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquel que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net

B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección. Leer más…

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Tres protagonistas inesperados. Domingo de Pascua de resurrección. Ciclo C.

Domingo, 21 de abril de 2019
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Juan-20-Resureccion-tumba-vacia-Maria-Magdalena-Pedro-JuanDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:

Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

  1. a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
  2. b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

― Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

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Domingo de Pascua de Resurrección. Ciclo C

Domingo, 21 de abril de 2019
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1D-de-Pascua

“- Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.”

(Jn 20, 1-9)

Que en Dios no hay tiempo ni espacio, es algo que sabemos bien a estas alturas de la vida. En muchos sitios leemos o escuchamos que “la historia se repite”; que no se trata de algo lineal sino circular; las modas, las cosas, las situaciones, todo vuelve.

Sin perder esta idea de vista centrémonos en el evangelio de hoy. La primera persona que aparece es María Magdalena, ella sola. El texto nos dice que: “el domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol,…”. Veamos, el domingo antes de salir el sol aparece alguien de género femenino, sola. ¿No te evoca a algo? Algo así como a un caos en el que dijo Dios: “que exista la luz”. El día primero.

Y continúan los dos textos. En el del Génesis, la primera vez que las palabras de Dios se refieren a sí mismo, después de ir creándolo casi todo, dice un “Hagamos a los hombres a nuestra imagen”. Hagamos, en plural. Y en el evangelio de hoy, la primera palabra que utiliza María de Magdala para referirse a sí misma, también es un plural: “sabemos”. Aparece sola en escena, y cuando va donde Pedro y Juan y les cuenta que Jesús no está en el sepulcro, en lugar de decir “no sé donde lo han puesto”, habla en plural. No sabemos… pero ¿quiénes no sabemos?

La historia se repite, vivimos en una dimensión circular, todo vuelve… incluso el principio, la creación. Todo, la VIDA también; y vida en abundancia.

 

Oración

Bendita seas, Trinidad Santa.

Solamente en ti encontramos la Vida Eterna.

Solo tú. Eso es todo.

Amén.

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No puede haber Vida si antes no hay muerte.

Domingo, 21 de abril de 2019
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ResurrecciónJn 20,1-9

En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Esa Vida era la misma Vida de Dios. Por lo tanto, la posibilidad de que no resucitara es absurda.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec­ción no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano, fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esta es la clave para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal.

La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve el cuerpo al universo de la materia, de una manera irreversible.

¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano al uso, que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.

Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte la que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús después de su muerte que a la vida biológica tan apreciada.

Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida.

Jesús, antes de morir, había conseguido como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Solo seremos sus seguidores, si descubrimos esa Vida de Dios en nosotros como él la descubrió y tratamos de manifestarla a través de nuestras relaciones con lo demás. Soy seguidor de Jesús en la medida en que asimilo ser otro Cristo (ungido) como él.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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