La Belleza
Del blog Nova Bella:
“Recógete, alma mía. Es solo la belleza
que viene y tiñe el cielo y te deslumbra y pasa”
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Del blog Nova Bella:
“Recógete, alma mía. Es solo la belleza
que viene y tiñe el cielo y te deslumbra y pasa”
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Jesús «pasa»: en el carácter opaco y al mismo tiempo transparente de las cosas que acaecen. Pasa: en la superposición de las inspiraciones, que iluminan el corazón. Pasa: en la pobreza y en la desesperación del hombre. «Pasa»: por la rendija del egoísmo humano encerrado en sí mismo. Pasa: en la decepción de las cosas que se prometen y no se cumplen. Pasa: en la seguridad del bienestar y en la fatua satisfacción del llamado «nuevo rico».
Pasa y vuelve: como la lanzadera de un telar. Como el amante encarnizado que no se resigna a la renuncia de su propio amor. Pasa cuando menos te lo esperas: así atraviesa el Señor tu vida. Pasa y se va; pasa y se queda, al mismo tiempo. De todos modos, deja huellas visibles y sensibles de su paso: la atracción de una invitación persistente, el clamor de una Palabra que no es posible callar, el tormento de un deseo que renace, la alegría de un compromiso que agita las fuerzas del hombre…
Jesús pasa. Es uno de los muchos transeúntes con los que nos cruzamos en la calle. Son incontables los que nos «pasan» a derecha e izquierda, los que saltan, obstaculizan, cortan la calle, nos observan con una perfecta indiferencia. Muchos, demasiados, no se dan cuenta de nada. Pasan y no ven. Jesús pasa y «ve»… Se da cuenta de nosotros. De mí. Ve: en el corazón. A través de los deseos y las aspiraciones profundas. Ve: no tanto los rasgos de nuestra fisonomía y las actitudes de nuestro comportamiento.
Ve: la dimensión interior del hombre: pensamientos, deseos, afectos, intenciones, disponibilidad, propósitos. La dureza del corazón ve y hace ver. Ve: la verdad entera que hay en el hombre. Me ve a mí… Jesús necesita encontrar en nosotros al hombre. Al hombre es a quien dirige su Palabra divina.
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F. Berra,
lo ho scelto voi,
Roma 1990, pp. 41-43
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Nuestra cultura se ha desarrollado con el paradigma del tiempo progresivo: la vida que avanza desde el nacimiento hasta la muerte, el mundo que se expande desde el Big Bang, la Historia que progresa desde el homo sapiens. Es un paradigma compenetrado con nuestra cultura y por eso tan imperceptible como el oxígeno que respiramos.
Sin embargo no es el único paradigma posible. La cultura oriental se ha desarrollado con el paradigma de un tiempo cíclico: la naturaleza que gira en la rueda de las cuatro estaciones, el grano de trigo que crece como espiga y vuelve a la tierra para morir y resucitar, la reencarnación.
Este monótono girar produce una actitud más estática y contemplativa que se contrapone con la actitud occidental de esfuerzo y progreso.
Actualmente nuestra cultura siente el desencanto del progreso: Auschwitz, bomba atómica, estadísticas de pobreza y malaria… Quizás este desencanto nos esté inclinando hacia un paradigma más estático y resignado.
La no-dualidad
Una muestra de esta tendencia puede ser la conocida como teoría de la no-dualidad. La realidad es una; la variedad del mundo es una creación de nuestro cerebro, del falso yo. Esta realidad única no está sometida al espacio ni al tiempo. Es inmutable y perfecta en sí misma.
Esto contradice nuestra experiencia diaria, pero hay que reconocer que los místicos de todas las religiones son los que mejor han percibido esta unión e identificación con la realidad única. Rumi, místico sufi, vivió de tal modo esta identificación de todas las cosas con dios que llegó a afirmar “Yo soy dios”. Los místicos cristianos, siempre vigilados por la ortodoxia, simbolizaron esta identificación en la unión conyugal (pero no olvidemos que la Biblia reconoce esta unión como “serán los dos una sola carne”).
Una consecuencia positiva de esta deriva más estática puede ser la superación de la angustia, la paz interior, la valoración de una plenitud humana, inmune a los impactos adversos o favorables del mundo exterior.
Una consecuencia negativa, ética y humanamente, de esa satisfacción con nuestra plenitud interior puede ser el egoísmo del aislamiento respecto al prójimo, y muy en particular una negligencia respecto a nuestra responsabilidad por el masivo sufrimiento humano.
En el plano teórico, quizás vivimos un replanteamento del viejo problema filosófico del uno y lo múltiple -”no puedes bañarte dos veces en el mismo río”– de la idea platónica y las sombras de la caverna. ¿Platón o Aristóteles? ¿La plenitud de la Idea que se diversifica en la multiplicidad de sus imágenes? ¿O las realidades materiales de las que abstraemos conceptos universales como naturaleza, justicia o amor?
Racionalmente no podemos coordinar estas dos interpretaciones de nuestro mundo, unidad y pluralidad, pero vitalmente ambas son auténticas. Nuestra mente racional, al menos en su estadio evolutivo actual, es incapaz de coordinar estas dos interpretaciones extremas; pero nuestro conocimiento sensitivo, al menos en sus estadios más avanzados, sí es capaz de coordinarlos. Lo propuso expresamente Nicolás de Cusa en su “Concordantia oppositorum”, y lo han confirmado los místicos de todos los tiempos y lugares.
El Budismo también ha sabido combinar estos dos conceptos. Para evitar el sufrimiento, recomienda suprimir todo deseo, pero al final se caracteriza por la compasión, por compartir el sufrimiento ajeno. No hay consecuencia lógica entre la propuesta inicial y el resultado final, que tanto lo honra; más parece una contradicción. La consecuencia no está en la lógica sino en la naturaleza de la realidad última: al suprimir los egoísmos, renace espontáneamente la solidaridad humana.
Conclusión
Me vienen a la mente los versos de Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre el mar”. La intuición poética de Machado ha sabido coordinar dos afirmaciones contrarias: Es verdad que “todo pasa” –todo es efímero- pero también es verdad que “todo queda”, todo es plenitud permanente.
“Pero lo nuestro es pasar”, lo que nosotros vivimos y sentimos es “pasar”, es lo efímero, ya sean momentos de plenitud o períodos de opresiva esclavitud. Adoptemos en buena hora nuestra identificación esencial con el-la-lo trascendente; pero “lo nuestro”, nuestro cometido no es recrearnos en esa plenitud sino mantener la sensibilidad con la multiplicidad progresiva de lo temporal.
Gocemos “ya” de nuestra plenitud; “pero todavía no” podemos aflojar en nuestro compromiso temporal por un mundo más justo.
Gonzalo Haya
Fuente Fe Adulta
Sabemos que todo es impermanente, porque hay “Algo” que es estable.
Todo pasa, porque hay “Algo” que no pasa.
Lo real no cambia; lo que cambia no es real.
Un estudiante fue hasta su profesor de meditación y le dijo:
̶ ¡Mi meditación es horrible! Me distraigo completamente, mis piernas me duelen, o estoy constantemente quedándome dormido. ¡Es horrible!
̶ Ya pasará-, dijo irónicamente el profesor.
Una semana después, el estudiante volvió hasta su profesor:
̶ Mi meditación va de maravillas. Me siento tan consciente, tan apacible, tan vivo… ¡Es maravilloso!
̶ Ya pasará-, contestó irónicamente el profesor.
Es bueno recordar que todo pasa. Las emociones no son permanentes. Hay momentos de alegría y momentos de tristeza. El camino es aceptarlo como parte de nuestra naturaleza.
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Cuenta una leyenda que hace muchos años, un Rey de un poderoso reino convocó a sus sabios y consejeros, y les dijo:
— He encargado a mis joyeros un precioso anillo, en el que deseo grabar una frase que me ayude e inspire en mis momentos desesperados. Una frase que me ayude a tomar decisiones. Una frase que me ayude cuando me sienta perdido. Una frase que me ayude a ser un Rey más justo, sabio y compasivo
Sus asesores y consejeros, los sabios más cultos del reino, se dispusieron a escribir las frases más extraordinarias. Pero el Rey las rechazaba. No le llegaban. No eran suficiente.
Como suele ocurrir en las leyendas, apareció, de no se sabe dónde, un anciano, humilde, pero que de algún modo transmitía seguridad y sabiduría. Le dijo:
— Majestad, ha llegado a mis oídos que busca una frase, la frase que le sirva en las situaciones complicadas de la vida.
— Efectivamente, contestó el Rey.
— ¿Crees que puedes ayudarme?
— Tengo la frase en este papel.
El Rey, raudo e impulsivo, se dispuso abrirlo; pero el anciano le dijo que no podía leerla hasta que estuviera en una situación desesperada. Sin saber muy bien por qué, pero sintiendo la certeza de que debía seguir el consejo del anciano, guardó el papel, y además le ofreció al anciano ser su acompañante.
Unas semanas más tarde, el Rey se vio metido en una gran emboscada. ¡Estaba desesperado! ¡Huía con su corte por el bosque, tratando de escapar de quienes le perseguían! Pararon en un claro, miró al anciano, que a su vez le miraba tranquilo y confiado, y recordó el papel. Lo sacó, lo leyó. Decía: “Esto también pasará”.
El desconcierto que sintió en un primer instante, poco a poco se transformó en calma y confianza. ¡Efectivamente! ¡Esto también pasará! El Rey estaba entusiasmado. Casi de manera automática respiró profundamente, aliviado.
— ¡Gracias, gracias!, le repetía una y otra vez al anciano. Esta es la clave. ¡Por fin!
A lo que el anciano respondió, sonriendo, lleno de amor y compasión: “Esto también pasará”.
Aunque no lo creamos, aunque estemos en un el peor de los momentos, hemos de tener la certeza de que todo pasa. Lo único que permanece es el cambio, como dijo hace ya mucho tiempo el sabio griego. Todo pasa. Ese momento terrible pasa. Pero ese momento de extrema excitación y placer también pasa.
No existe el placer sin el dolor. Ni la alegría sin la tristeza. Ni el valor sin el miedo. Es la VIDA. La VIDA en la que TODO PASA, y por la que todo pasa.
Esto que tanto te preocupa ahora… también pasará… Y eso que tanto te gusta ahora… también pasará.
Y en todo momento recuerda:
Tú no eres nada de lo que pasa; eres “Eso” en lo que todo pasa.
Sabemos que todo es impermanente, porque hay “Algo” que es estable.
Todo pasa, porque hay “Algo” que no pasa.
Lo real no cambia; lo que cambia no es real.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal, vía Fe Adulta
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