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El ocaso de la Palabra.

Domingo, 16 de julio de 2023
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Mt 13, 1-23

«Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta»

Quiero empezar con las palabras de José Enrique Ruiz de Galarreta en el comentario que en su día hizo al texto de esta semana:

«Hoy —decía— se nos ofrece la oportunidad de hacer un íntimo acto de fe. Pensamos en el fragor del mundo, el vértigo de los negocios, el poder de las multinacionales, la corrupción de los gobiernos, la crueldad de tantos nacionalismos e integrismos, la sistemática explotación de las personas y la destrucción de la naturaleza… y sentimos terror ante el poder de “el mal”, destructivo y avasallador. Comparado con todo esto, ¿qué son los hombres y mujeres de buena voluntad? ¿qué fuerza tiene la honradez, la solidaridad y la compasión…?»

«Es necesario —añadía— reduplicar nuestra fe en la Palabra, en el poder de Dios. La levadura fermentará esta masa. La pequeña semilla se hará árbol que romperá los muros de piedra. Jesús, grano de trigo sembrado y triturado, no fracasó. Dios no fracasa. Hay que hacer un acto de fe —por encima de toda apariencia— en que la Humanidad llegará a ser dada a luz por la fuerza de la Palabra» …

Es reconfortante la fe de José Enrique en un final feliz, pero no podemos olvidar que para lograrlo no basta con el poder de la Palabra, sino que también se precisa nuestro trabajo. Dios quiso hacernos a nosotros, sus hijos, partícipes ineludibles de su obra, sembró su Palabra en Jesús, Jesús la sembró en nosotros, y nos invitó a sembrarla a nuestro alrededor para que el poder del mal vaya decayendo; para que la humanidad alcance su destino: «Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros»

Era tal la fe de Jesús en el poder transformador de la Palabra, que no dudó en dar la vida para que prevaleciese; para que diese el fruto abundante que sin duda ha dado hasta llegar a nosotros. Pero nosotros, gente lista e ilustrada, hemos destruido todos los cauces de trasmisión de la Palabra, y lo hemos hecho de manera tan eficaz, que nuestros hijos o nuestros nietos ya no la conocen. Y éste es un problema de tal magnitud, que todos los demás palidecen ante él hasta casi desaparecer.

Y es que, si no hay Palabra, no hay semilla, ni cosecha, ni fruto, y el empeño de Jesús habrá sido en vano. Y, una vez más, cabe recordar que nuestra seña de identidad como cristianos es el compromiso con la misión. Que ser cristiano no consiste en hacer metafísica, ni en sentirse ufano de nuestro profundo conocimiento del evangelio, ni en abrazar espiritualidades ajenas o criticar a la jerarquía propia, sino en perdonar, en compadecer y en servir; es decir, en sembrar, en trabajar por el Reino… Pero claro, esta actitud es fruto de la Palabra… y desaparecerá si ésta desaparece.

La cultura religiosa ha sido tradicionalmente la cultura del pueblo, y el conocimiento generalizado de la Palabra hacía que la gente se comportase mejor. En el mundo de nuestros abuelos había un empeño colectivo en trasmitir la Palabra de padres a hijos, de generación en generación, y eso mantenía viva la esperanza en un mundo mejor y un final feliz. Pero hoy ese empeño ha desaparecido… y, sin Palabra, mantener la esperanza de la que hablaba José Enrique nos resulta cada vez más difícil.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Salió el sembrador a sembrar y sembró al voleo, a puñados, al viento.

Domingo, 16 de julio de 2023
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2329_semeadorDOMINGO XV TO

Mt 13, 1-23

La parábola del evangelio de hoy nos presenta la imagen de Dios como sembrador y como semilla (Palabra, Vida). Nos describe cómo es su sementera: abundante, arrojada al viento a puñados, con generosidad, con derroche y con alegría. Como todo sembrador, Dios espera una cosecha multiplicada (por cada grano una espiga) que corresponda a su esfuerzo y necesidad. La nueva cosecha la utilizará en las futuras siembras y como alimento de toda su familia.  

El evangelio de este domingo, XV del TO, pertenece al capítulo 13 de Mateo. Está ubicado en el apartado “El misterio del Reino de los Cielos. Discurso Parabólico”. En este discurso se narran diez parábolas que intentan facilitar la comprensión del Misterio del Reino. El texto de hoy es la primera. El estilo parabólico, a través de la comparación y semejanza con hechos de experiencia cotidiana, introduce información nueva y de difícil comprensión para la audiencia a la que se dirige. Es un buen recurso para hacer fácil lo difícil. Lo usa con frecuencia el buen docente para favorecer el salto de lo familiar a lo desconocido y del signo al significado. De lo conocido a lo ignorado. De lo visible a lo transcendente. El estilo parabólico tiene un riesgo: quedarse en lo superficial (anécdota, letra) y olvidar lo profundo (mensaje). Quedarse en el signo y despreciar el significado. Leída superficialmente una parábola se entiende equivocadamente. No se entiende.

A los discípulos que estaban ese día oyendo a Jesús les resultó extraño ese modo de enseñar del Maestro. La ocasión era solemne. Había tanta gente que se tuvo que embarcar para ser oído por todos. Les enseñó muchas cosas, pero en parábolas. Y al acabar el relato del sembrador añadió: “El que tenga oídos, que oiga” Los discípulos se quedaron sin entender aquello. La pregunta que hacen a Jesús “¿por qué les hablas en parábolas?” los delata. Pocos versículos después pedirán a Jesús que les explique la parábola de la cizaña. Prueba de que necesitan ayuda para entender ese modo de hablar. Como los discípulos, tampoco nosotros, con frecuencia, entendemos el modo de hablar de Jesús y también le preguntamos ¿por qué nos hablas en parábolas? Seguro que si nos ponemos en el papel de discípulo, como a ellos, la respuesta que les da Jesús a ellos sirve para nosotros. Y podremos decir: Bienvenida esa pregunta que ha merecido esta respuesta.

La respuesta de Jesús: “A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos pero a ellos (a la gente que ha venido a oírle) no. Les hablo en parábolas porque mirando no ven y oyendo no entienden”. Y continúa con el texto de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis: Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan y yo los sane.

Mi reflexión sobre esta respuesta de Jesús. No basta oír o leer la Palabra, hay que entenderla con el corazón para hacerla vida. Esto exige un proceso con diferentes pasos: oír, escuchar, entender y poner en práctica. Si uno escucha la Palabra sin entenderla es inoperante. La Palabra entendida con el corazón, con la inteligencia espiritual, es la que da fruto al ponerla en acción. En este punto nos ayuda y completa la 1ª lectura de hoy: Is 55, 10-11 “Como baja la lluvia y la nieve sobre la tierra y no vuelve al cielo hasta empapar la tierra, fecundar y hacerla germinar, así será mi Palabra, no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”.

La Palabra es la fuerza salvadora de Dios implantada en el corazón humano. Pero su poder salvador depende de la acogida y la respuesta que cada persona le da. Como la fertilidad de la semilla que siembra el sembrador depende del agua y la tierra, así la fecundidad de la Palabra depende de la interiorización y arraigo en la vida del ser humano. Para que la semilla sea fecunda tiene que transformarse debajo de la tierra y enraizar durante largo tiempo. Y tiene que caer en una tierra mullida, trabajada con anterioridad, dispuesta para acoger las semillas. No vale si cae en el camino, ni entre piedras ni zarzas. Así la Palabra producirá su fruto como Palabra viva, semilla fecunda, si cae en un corazón bien dispuesto.

Conclusión: No basta una lectura literal de la Escritura. Toda la Escritura es parabólica. Necesita ser comprendida, asimilada y actualizada para que produzca los frutos esperados, como luz y fuerza en el proceso de humanización y crecimiento de la persona.

África de la Cruz

Fuente Fe Adulta

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Todos estamos sembrados

Domingo, 16 de julio de 2023
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Semillas-640x427Domingo XV del Tiempo Ordinario

16 julio 2023

Mt 13, 1-23

(«Estar sembrado»: expresión coloquial para indicar que una persona ha sido especialmente acertada, ocurrente, ingeniosa o graciosa con su forma de hablar o actuar).

La interpretación habitual de esta parábola -como la de tantas otras- se halla condicionada por un marcado dualismo: un dios separado hace llegar su palabra a los humanos, quienes serían responsables de hacerla o no fructificar. ¿Es posible leerla con otra clave, desde un marco no dualista? ¿Hacia dónde apuntaría, en ese caso, su contenido?

Cuando se comprende que nuestro “Fondo” es uno y el mismo que el Fondo de todo lo que es -que el Fondo de lo real solo es uno y compartido: aquello que las religiones han llamado “Dios” y lo han imaginado como un ser separado-, la lectura se modifica radicalmente. Y, por lo que se refiere a nosotros mismos, alcanzamos a percibir nuestra naturaleza paradójica, los dos niveles que nos constituyen: la personalidad (nivel psicológico) y la identidad (nivel profundo o espiritual).

En el plano de la personalidad, aparecemos como seres frágiles, vulnerables y, en último término, impermanentes: formas transitorias e incluso fugaces. La identidad -el “Fondo” al que he hecho referencia-, sin embargo, es consciencia pura, plenitud de presencia. Con lo cual, podría decirse que somos la consciencia una que se despliega en una forma (o persona) particular. Podemos así comprendernos -de nuevo la paradoja- como realidad plena que, a la vez, se despliega en un proceso histórico: plenitud que notamos, al mismo tiempo, como potencialidades que buscan materializarse; aspiraciones que anhelan tomar cuerpo. Por decirlo metafóricamente, como personas, nos descubrimos habitados por “semillas” que aspiran a fructificar.

En ese mismo sentido, podemos decir que el Fondo último se visualiza en nosotros como dinamismo fecundo, sabio y poderoso que, en condiciones adecuadas, florece en belleza, verdad y bondad. Para ello, todo el conjunto de condiciones requeridas ha de posibilitar que la persona pueda vivirse en una consciencia de unidad, en una actitud de aceptación profunda, de rendición a lo que es, de alineamiento y docilidad a la vida, de vivir diciendo sí, o más exactamente, dejando que la vida pueda vivirse en ella.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La última Palabra de Dios es Jesús.

Domingo, 16 de julio de 2023
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sembrador van goghDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- La semilla y la vida.

    El mundo rural nos pilla ya muy lejos a nuestras generaciones, pero es hermosa la parábola del sembrador, de la semilla.

Es hermosa la tarea sembrar en la vida.

La Palabra de hoy tiene como tema central la siembra de la Palabra, de la semilla llena de vida que, a su vez, nos hablan de cosecha y de vida.

Los evangelios están llenos de referencias a la vida. Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, multiplica los panes (solidaridad), rehabilita, perdona, etc.

Un grano de trigo, es una semilla humilde, pequeña, pero llena de vida. La vida de la semilla es callada, silenciosa, paciente: va creciendo poco a poco: duermas o veles, de día o de noche la semilla sigue creciendo, desarrollando toda su vitalidad. Aunque nos olvidemos de la semilla, esta sigue creciendo.

La vitalidad de la semilla no depende –al menos no depende solamente- del trabajo humano, de los esfuerzos humanos. La semilla está llena de vida en sí misma. La vitalidad la da Dios, no nosotros.

02.- Jesús sale de casa y se embarca, va a la mar (el lago).

+   El evangelio de hoy comienza diciendo que Jesús sale de  casa, va al mar, se embarca. Es una clara referencia al Éxodo: el pueblo salió de la esclavitud y a través de las aguas “bautismales” del mar Rojo, se abrió el camino de la libertad.

+   La barca es también el Arca de Noé, la iglesia, el refugio de salvación.

03.- Salió el sembrador a sembrar la semilla.

    La semilla es la Palabra.

    La Palabra no es un mero concepto, una idea que decimos o escribimos entre otras muchas.

La Palabra expresa el contenido del ser de la persona. Solemos decir –y con razón- que esta persona es de palabra. No quiere decir que habla bien, sino que es de fiar.

    Cuando Dios habla (Revelación) no dice cosas sobre doctrina, moral, liturgia, leyes y normas, etc. Cuando Dios nos habla, no dice cosas, palabras, se dice a sí mismo. Y, como Dios es amor (1Jn 4,8), cuando Dios dice “se” dice en amor.

    Por otra parte -y además-, Jesús es la Palabra. Lo que Dios nos quería decir se llama Jesús. El Verbo, la Palabra se hizo uno de nosotros.

    La palabra era la vida. La semilla es vida, no palabrería. Dios es y dice, se dice a sí mismo: Vida en amor.

04.- La Palabra es –como la semilla- eficaz.

    Isaías nos lo decía en la 1ª lectura:

Como la lluvia y la nieve bajan del cielo,

y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,

la fecundan y la hacen germinar,

y producen la semilla para sembrar

y el pan para comer,

así también la palabra que sale de mis labios

no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55,10-11)

El Concilio Vaticano II estuvo a punto de decir que la Palabra (la Biblia) es un sacramento que tiende a realizar lo que significa. Lo dejaron en que “la palabra de Dios es “como un sacramento”.

La palabra de Dios, la semilla no es un discurso de la infinita verborrea de la campaña electoral.

La palabra, la semilla es eficaz, está llena de vida.

05.- Siembra y esperanza.

La semilla del Reino de Dios crece siempre.

Cuando se siembra es porque se espera la cosecha. Nadie siembra por sembrar o para pasar el rato. Se siembra para crear y cosechar vida.

Toda siembra supone que hay que saber esperar (esperanza) con calma y paciencia.[1] Quizás hemos de saber vivir en una “pasividad esperanzada” en vez de un mundo religioso a golpe de trompeta jurídica, decretos, prisas, y precipitaciones…

Cuesta tiempo que un grano de trigo vuelva a ser espiga y pan. Cuesta mucho tiempo, dedicación y, a veces, sufrimiento, educar un niño, un adolescente.

No tengamos urgencias ni ansiedades morales, ni precipitaciones en las conversiones, en los cambios personales, sociales, políticos, teológicos, pastorales, etc. porque nos puede invadir la ansiedad, y la ansiedad puede generar miedo, angustia, lo cual puede llevarnos a pretender solucionar las cosas con una insaciable prisa y avidez.

06.- Noble tarea la de sembrar.

Es importante sembrar, propagar la semilla en la familia, en los colegios, en la cultura. Ahí queda depositada en el barro –en la tierra- humano, en la tierra. El barro del Génesis es bueno, la semilla también. Es la vida, ya brotará. Seguramente que nos despistaremos en la vida, la juventud no está en la Iglesia, etc. Habremos de echar manos de la parábola del trigo y la cizaña, (Mt 13,24-30). No tengamos prisas, menos tengamos ansiedades. La semilla dará fruto.

No sé si los ministros-consejeros de educación se dan cuenta de que a un niño aparcan en la guardería infantil con un año y no se despega del pupitre hasta que a los veintitantos años salga de la Universidad. Y ¿qué se le dice, qué se siembra en estos niños – adolescentes – jóvenes durante más de 20 años?

Platón decía que debían gobernar los filósofos. No sé si esto debiera ser así, pero al menos cabría esperar que la siembra (educación) debiera estar en manos de gente, políticos que le hayan echado una “pensada” a la vida, en gente de palabra… La vida es más hermosa y más seria como para dejarla en manos de los políticos

    Sería -es- una dejación no sembrar ideas sensatas, valores nobles en las nuevas generaciones. No es bueno ni hace bien a nadie dinamitar de los planes de educación la filosofía, la poesía, la contemplación, la fe, los sistemas de pensamiento y la ética.

Decía Martin Luther King (1929-1968), líder del movimiento de liberación de los negros que: Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”

Sembremos vida.

[1] Este es el paso del Paleolítico al Neolítico: es el tránsito de la caza a la agricultura, que requiere espera y esperanza entre la siembra y cosecha.

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Nuevo libro, “Hearts Ablaze”, ofrece parábolas bíblicas desde una perspectiva queer

Jueves, 27 de abril de 2023
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IMG_9547Un nuevo libro ofrece una “lectura fresca de historias antiguas”, respondiendo a la pregunta: “¿Dónde está la rareza en las Escrituras?” Hearts Ablaze: Parables for the Queer Soul, escrito por Rolf R. Nolasco Jr., ofrece reflexiones sobre diez parábolas desde una perspectiva queer que busca invitar a las personas a la misión liberadora de Jesús.

Ryan McQuade revisó el libro para el National Catholic Reporter, y elogia la escritura de Nolasco diciendo que “no está interesado en probar la validez de nuestra perspectiva queer a través de las Escrituras”. Más bien, se elogia a Nolasco por “traer una lente extraña a las Escrituras y ver qué misterios se revelan”. Si bien muchas reexaminaciones extrañas de las Escrituras ofrecen imaginaciones reconfortantes, esa no es la tarea de Hearts Ablaze. McQuade destaca dos ejemplos:

“Puede ser reconfortante imaginar que la amistad de Jonatán y David podría haber sido algo más, o que Pablo confirmó el espectro de género cuando dijo: ‘ya no son hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús’. Pero al final de el día, tú, yo y el predicador fanático de la esquina sabemos que si retrocediéramos en el tiempo y le preguntáramos a Jonathan, David y Paul si tenían un concepto de teoría queer, no lo harían”.

La tarea de Nolasco en Hearts Ablaze es ser un recurso para las iglesias y ministerios que afirman queer que responden a las necesidades espirituales de los cristianos LGBTQ+. En la introducción del libro, Nolasco explica:

“Tomé en serio los contextos socioculturales y políticos de los que surgieron los textos, pero no tuvieron la última palabra en lo que significan las parábolas. … La diferencia que espero hacer es centrar las particularidades de la vida queer en la forma en que las he experimentado y encarnado y usar los textos para enriquecer y expandir esa vida para que florezca”.

Como las parábolas fueron los métodos principales a partir de los cuales Jesús enseñó, Hearts Ablaze usa parábolas como “el vehículo perfecto para transmitir la rareza de las Escrituras”. Nolasco describe las parábolas como “verdades travesti” debido a que las parábolas “nos atraen o provocan una historia que es familiar, vívida y extraña (como una actuación travesti) y luego nos dejan allí desconcertados y asombrados”.

“Las parábolas de Jesús son muy extrañas”, escribe Nolasco, “en sus intentos de evocar tanto el ‘deleite y la instrucción de innumerables personas como la ofensa de otros’… que se negaron a que su versión de la realidad fuera interrogada y perturbada”. Las diez parábolas que juega Nolasco son: el Buen Pastor, el Gran Banquete, el Grano de Mostaza, el Tesoro Escondido, el Sembrador, el Vino Nuevo en Odres Viejos, el Hijo Perdido, el Buen Samaritano, los Talentos y los Sabios y los Necios. Constructores. Estas parábolas se basan en el corazón radical de Dios que Nolasco describe como el “divino narrador queer”.

En un testimonio de la divina narración queer de las parábolas, McQuade destaca la reflexión de Nolasco sobre la parábola del hijo pródigo, señalando que “se alienta a los lectores a reflexionar sobre la rareza exhibida en el retrato del padre que rompe todas las convenciones de la cultura y patriarcado.” El amor del padre se convierte en el tema central de la historia, ya que el padre responde con amor y compasión al amor rechazado y perdido de los hijos. Nolasco describe el tema de la parábola como tal: “El amor que se rechaza y el amor que se echa de menos son contrarrestados por el amor del padre, pase lo que pase. Es raro de principio a fin”.

“Lo queer”, describe McQuade en su reseña, “se convierte en una lente que se ofrece a todos, un estado de ánimo para ver más allá de las convenciones del ‘amor’ cis/heteronormativo y, en cambio, las expresiones ilimitadas de un amor que se hace queer. ”

En una época en la que las Escrituras suelen ser un arma para la opresión de la comunidad LGBTQ+ y las leyes contra las actuaciones drag se multiplican, Hearts Ablaze ofrece una narrativa alternativa. Los mensajes de Cristo, en particular a través de las parábolas, presentaban una visión invertida del mundo donde los primeros eran los últimos y los últimos los primeros, donde todas las personas, especialmente las marginadas, eran acogidas. Era un mensaje radical y extraño para los oídos de la jerarquía. Hoy, tal vez sea el momento de encarnar las “expresiones ilimitadas de amor” conocidas a través del “Divino narrador queer” y trabajar para encender las vidas de todos los cristianos LGBTQ+ y aliados.

—Bobby Nichols (él/él), New Ways Ministry, 21 de abril de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Murmuradores, os debemos un favor”, por Dolores Aleixandre.

Jueves, 22 de septiembre de 2022
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F2BDBBF6-E289-4E2A-882D-0B4B0EF6F055De su blog Un grano de Mostaza:

Gracias a ellos Jesús se arranca con tres parábolas poderosos

15.09.2022

Tengo el pálpito de que el grupo de fariseos y maestros de la ley que murmuran contra Jesús – “Este anda con pecadores y come con ellos” – en la escena evangélica de Lc 15, es el mismo que, al verle entrar en casa de Zaqueo, farfulló entre dientes: —“Se ha alojado en casa de un pecador” (Lc 19,7).

Dan la impresión de ser un grupo siempre al acecho, con dedicación plena  a no quitar ojo a Jesús para poder criticarle. No participan de lo que ocurre, no disfrutan cuando hay alegría, no se conmueven cuando  hay dolor: lo suyo es quedarse al margen  fijándose solo en lo negativo. Hay otras escenas sobre las que los evangelistas no han dejado constancia de ese tipo de presencias de la estricta observancia, pero podemos fácilmente imaginar su posible reacción de haber estado allí.

En Caná de Galilea, habrían rechazado la invitación a la boda: “- No tenemos por costumbre mezclarnos con ese público de pobretones y pecadores que sin duda asistirá…” Sin embargo, cuando les llegan rumores de que algo insólito ha pasado, comentan: “- Pues sí que empieza bien ese galileo que se las da de profeta… Menudo disparate poner a disposición de esta gentuza tantos litros de vino. Se van a emborrachar por culpa suya, ya veremos cuántos comas etílicos provoca. Y no digamos lo de haber aparecido llevando a sus discípulos. ¿Es que va a formarlos así, en las ferias del populacho?”

En Cafarnaúm, a orillas del lago: otro par de tipos resentidos miran la escena de la pesca desde la orilla y murmuran por lo bajo: “- Pero en qué estará pensando Simón y cómo se le ocurre hacer caso a ese forastero que hace chapuzas en Nazaret. No tiene ni idea de pesca y ni siquiera se ha enterado de que en este lago se pesca de noche…”

“- Pues mira a los Zebedeos, embobados al ver tantos peces en sus redes… Anda que como se les revienten y se les hunda la barca, lo van a tener crudo para remontar el negocio… Conmigo desde luego que no cuenten para un préstamo…”

Sin embargo y mal que nos pese, hay que reconocerles el favor que nos han hecho estos murmuradores sin fronteras: gracias a ellos Jesús reacciona y se arranca con tres parábolas poderosas. Y uno de sus efectos es el de señalar con precisión en nuestro navegador vital esa ubicación que andábamos buscando después de dar tantos tumbos: estamos sobre los hombros del Pastor, en la mano de quien nos guarda como a una moneda de alto precio, entre los brazos del Padre que nos acoge en el umbral de nuestra casa.

Pues de todo esto nos hemos enterado por gentileza de los murmuradores: ellos tuvieron la habilidad de sacar de quicio a Jesús y dejar emerger la noticia inaudita de su inexplicable afición por nosotros, gente perdidiza y torpe, propensa a recaer una y otra vez en los mismos despistes.

Así que, de verdad, murmuradores: muchas gracias.

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Juan Zapatero: “Las no preguntas de Dios”.

Jueves, 10 de marzo de 2022
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1509217_692505064135790_705278787_nMe ha sucedido con demasiada frecuencia, a la hora de leer un comentario del Evangelio, oír una homilía, escuchar un sermón en una Iglesia o asistir a una plática de algún cura o catequista, etc., sobre las parábolas escatológicas del evangelio de Mateo, especialmente la referida en el capítulo 25, salir con la impresión como si se hablara de una especie de examen referido a un momento crucial de la carrera profesional de una persona o, lo que es peor aún, a un juicio casi sumarísimo con muy pocas garantías de salir absuelto; no porque no existiera, como mínimo, el cincuenta por ciento de posibilidades, tal y como expresa la propia parábola, sino porque daban todos ellos la impresión que el juez, Dios en este caso, no estaba por la labor.

Mientras oía esto, me venía siempre al pensamiento que, si bien es verdad que Jesús en el Evangelio, a la hora de referirse al Reino, utiliza parábolas que hacen referencia a un juicio o a cuestiones similares, no es menos cierto que son más las que hacen del banquete el símil más apropiado, concretamente el banquete de bodas.

Pero, no sé por qué, siempre me ha parecido entrever como si se pretendiera evitar de manera expresa todo lo que pudiera hacer referencia a comensalía, a fiesta, a alegría, etc.; quizás por aquello que, a lo mejor, pudiera dar pie a que el rebaño se desmandase y pudiera acabar yendo por derroteros de perdición. De hecho, puede ser también impresión personal, no lo niego, intuyo como si a la a Iglesia, en general, eso de la fiesta no le acaba de caer bien; y por aquello de que, para mejor muestra un botón, solo hace falta asistir a la misa de la mayoría de las iglesias, cualquier día de la semana, para ratificar lo que acabo de decir; pues, si de algo no tienen parecido todas o la mayoría, es precisamente a una fiesta compartida. Y no estoy diciendo con ello que el ritmo y la marcha tengan que ser su mejor distintivo. Cuando hablo de alegría, me refiero a algo mucho más profundo.

Claro que todo cuadra aún más, si somos capaces de llegar a entender que la vida se había planteado en general como “un valle de lágrimas”; vaya, una especie de palestra en la que hacer unos ejercicios que, a su vez, había que superar para poder recibir después el premio correspondiente, etc. Está claro que, desde semejante visión, a la hora de los resultados, solo la persona de un jurado, un examinador, un vigilante, etc., cuadraba perfectamente.

Manifestando, de antemano, mi rechazo total a una visión del Reino como algo parecido a un juicio y, por lo mismo, a un tema de méritos; debo decir que, aun aceptándolo, me gustaría expresar qué tipo de preguntas no tendrían en absoluto cabida por parte de Dios. Digo esto, porque tengo la impresión de que, a pesar de aparecer de manera clara las que pudieran ser que sí, tal como muestra el propio capítulo 25, sigue habiendo mucha gente que continúa afanándose para añadir unas cuantas más de su cosecha propia, a pesar de que hagan todo lo posible por justificarlas como procedentes, directa o indirectamente, del mensaje global del Evangelio. ¿Cuál serían, entonces, estas “no” preguntas por parte de Dios? Por lo que oigo comentar a veces en alguna tertulia o leo en algún que otro escrito o documento, tengo la impresión de que dichas “no preguntas” estarían relacionadas con toda una serie de realidades más cercanas a las normas, las costumbres y las leyes establecidas que a las opciones y las conciencias de las personas. Aduciendo, en algunos casos, que ir en su contra supondría ponerse de espaldas incluso de la propia ley natural.

A nadie le va a preguntar o le preguntaría Dios si fue hombre o mujer y, menos aún, que orientación sexual tenía. ¡Solo faltaba!, ya que, por lo que dicen, piensan y manifiestan ciertas instituciones y personas, la conclusión que sacaría sería la siguiente: o que se equivocó con “algunos”, o que les jugó una mala pasada.

Tampoco le va a preguntar o preguntaría si creyó o no en Él, después de tantas maneras y tan diversas como unos y otros han pretendido presentarle a lo largo de la historia, imponiendo la masculinidad por encima de todas ellas.

Tampoco sí perteneció o no a alguna religión, después de ver que muchas de las guerras que han provocado tanta destrucción, tanto dolor y tanta muerte han sido declaradas en su nombre y en defensa de la religión.

Tampoco si frecuentó el templo, la mezquita, la sinagoga, la pagoda o cualquier otro lugar de culto, como lugares privilegiados para encontrarle a Él o descubrir su presencia; mientras, a lo mejor, se dedicaba a destruir el universo y el cosmos, la gran obra “salida de sus manos”.

Por supuesto que no le preguntará cómo y con quién vivió su amor y si lo celebró religiosamente o, cuando menos, lo formalizó de manera civil. No por ninguna razón especial, sino porque entiende que el fondo de su conciencia es el lugar más apropiado para rendir el mejor de los cultos y donde ratificar el más fidedigno de los documentos.

¿Qué preguntas le hará, entonces? Ninguna; sencillamente se abalanzará sobre él para darle un abrazo inmenso.

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

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¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…

Domingo, 13 de junio de 2021
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El Sembrador

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aún no sé si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡Hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño.
¡Desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
-Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.

-¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
-Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho,
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!

Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?…
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.

Por eso cuando al mundo, triste contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo,
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura.
Y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura.

Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…

*

Marcos Rafael Blanco Belmonte

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

-“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”

Dijo también:

-“¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

*

Marcos 4,26-34

***

La Iglesia es el «sacramento originario» de la salvación preparada para los hombres según el eterno consejo de Dios. Una salvación que, por otra parte, no es monopolio de la Iglesia, sino que, en virtud de la redención obrada por el Señor, que murió y resucitó «para la salvación de todo el mundo», está ya de hecho presente de una manera eficaz en todo este mundo […].

        Esto equivale a decir que, en ella, se hace audible y se vuelve visible lo que está presente «fuera de la Iglesia», allí donde hombres de buena voluntad se adhieren de hecho, personalmente, al ofrecimiento divino de la gracia y la hacen suya, aunque no de un modo reflexivo o temático.

        Precisamente en cuanto sacramento de salvación, ofrecido a todos los hombres, la Iglesia es el «sacramento del mundo»: es la esperanza no sólo para los que se han adherido a ella, sino que es, simplemente, la spes mundi, la esperanza para todo el mundo. En ella aparece plenamente y está presente, como en una profecía, el misterio de la salvación que Dios lleva a cabo a lo largo de toda la historia humana, y que en ella -gracias al dato imperecedero de la viviente profecía de la Iglesia- no cesará nunca de realizarse. Podríamos decir que la Iglesia es la manifestación de la salvación existencial del mundo; revela el mundo a sí mismo; le muestra al mundo lo que es y lo que aún puede llegar a ser en virtud del don de la gracia de Dios. Por eso la Iglesia espera no sólo por sí misma, sino por el mundo entero, a cuyo servicio está .

*

E. Schillebeeckx,
Cott-Kirche-Welt,
Mainz 1970, vol. II.

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El tesoro escondido

Domingo, 26 de julio de 2020
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Se puede definir al hombre como el que busca la verdad”

Juan Pablo II

La vida que Dios da al hombre es original y diferente de la de los demás criaturas vivientes, o que el hombre aunque proveniente del polvo de la tierra (cf Gn 2,7; 3,19; Job 34,15; Sol 103,14; 104,29), es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencio, resplandor de su gloria (cf Gn 1,26-27; Sol 8,6). Al hombre se le ha dado un altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une o su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios.

En la vida del hombre, la imagen de Dios vuelve o resplandecer y se manifiesta en toda su plenitud con lo venida del Hijo de Dios en carne humana: “El es Imagen de Dios invisible” (Col 1 ,15), “resplandor de su gloria e impronta de su sustancia” (Heb 1,3). El es la imagen perfecta del Padre… La plenitud de la vida se da a cuantos aceptan seguir a Cristo. En ellos, la imagen divina es restaurada, renovada y llevada a perfección. Este es el designio de Dios sobre los seres humanos; que “reproduzcan la imagen de su Hijo” (Rom 8,29). Solo así con el esplendor de esta imagen, el hombre puede ser liberado de lo esclavitud de lo idolatría, puede reconstruir lo fraternidad rota y reencontrar su propio identidad

*

Juan Pablo II,
carta encíclica Evangelium vitae, nn. 34.36.

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En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

“El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?

Ellos le contestaron:

– “Sí.”

Él les dijo:

“Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.”

*

Mateo 13,44-52

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“La vida es más de lo que se ve”. 16 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,24-43)

Domingo, 19 de julio de 2020
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amigosud-lds-laminas12514Por lo general, tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por eso les resultaba difícil a los galileos creer a Jesús cuando les decía que Dios estaba ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban las «señales extraordinarias» de las que hablaban los escritores apocalípticos?

Jesús tuvo que enseñarles a captar la presencia salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran convicción: la vida es más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.

Con esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción secreta de Dios.

Tal vez la parábola que más les sorprendió fue la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el «reino de Dios».

El desconcierto tuvo que ser general. No hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico», plantado en una «montaña elevada y excelsa», que echaría un ramaje frondoso y serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo. Para Jesús, la verdadera metáfora de Dios no es el «cedro», que hace pensar en algo grandioso y poderoso, sino la «mostaza», que sugiere lo pequeño e insignificante.

Para seguir a Jesús no hay que soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro encumbrado sobre una montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a los caminos y acoge por abril a los jilgueros.

Dios no está en el éxito, el poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar atentos a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.

José Antonio Pagola

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“Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Domingo 19 de julio de 2020. 16º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 19 de julio de 2020
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39-OrdinarioA16Leído en Koinonia:

Sabiduría 12,13.16-19: En el pecado, das lugar al arrepentimiento
Salmo responsorial: 85Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Romanos 8,26-27: El Espíritu intercede con gemidos inefables
Mateo 13,24-43:  Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Hoy, como en tiempos de Jesús y durante toda la historia de la humanidad, solemos dividir y “organizar” aparentemente la sociedad con criterios que consideramos muchas veces correctos: buenos y malos deben estar separados y puestos en los extremos opuestos.

Esta práctica de dividir entre buenos y malos, era aceptada por muchos grupos en el tiempo de Jesús por diversos criterios religiosos (fariseos y esenios), así como por los grupos económicos y políticos (herodianos, saduceos y celotes), pues todos ellos veían como opositores a quienes no pensaban, creían u opinaban según sus mismos criterios.

Jesús llama a la apertura de la mente y el corazón para acoger con esperanza (no pasivamente, con indiferencia) a quienes aparecen ante nuestra forma de vida como diferentes (que solemos catalogar como “malos”). Necesitamos tener apertura para acoger con un actitud de pluralismo asimilado la diferencia, que siempre va a estar presente en nuestra humanidad.

No hay que ignorar en la parábola de la cizaña la presencia del mal en la historia, como lo reconoce Jesús en la presencia del enemigo que siembra la cizaña en el campo. Quiere llamarnos la atención de que no hay que buscar con afán, y posiblemente confundir la semilla buena con la semilla mala. Muchas veces dividir la humanidad entre buenos muy buenos, y malos muy malos, ofreciendo el premio de la salvación para los primeros y la condenación para los segundos, puede ocasionarnos equivocaciones irreparables. Sólo a Dios le corresponde juzgar, con inmensa justicia y misericordia, a cada ser humano, como sólo Dios lo sabe hacer.

Por creernos muchas veces con el poder y la autoridad, nos atribuimos en nuestra conciencia actitudes que excluyen y separan a unos de otros; nuestra autosuficiencia egoísta separa en la práctica cotidiana a personas que por su situación socio-económica o ideológica, son marginados y excluidos por una sociedad dividida en el poder, olvidando que todos y todas somos hermanos y hermanas que compartimos una misma humanidad.

El Reino debe implicar para el seguidor de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo del actuar de cada ser humano, y el llamado permanente a la búsqueda y construcción de un mundo más humano, no sólo para unos pocos, sino para todos. Las estructuras basadas en la injusticia no crean el bien necesario para que el mundo avance, sino que generan más muerte y división en la humanidad, atacando con su fuerza destructora cualquier propuesta alternativa de construcción de una nueva humanidad.

No podemos olvidar que la buena noticia que Jesús vino a anunciar (el Reino) es una Buena Nueva para los pobres, en la que de ahora en adelante Jesús y sus discípulos lucharán por una sociedad igualitaria. Comprender el valor de lo pequeño, de lo pobre, como opción fundamental de Jesús y de quienes proseguimos su causa, debe ser una denuncia permanente contra tantas formas de opresión y marginación de estructuras injustas que deshumanizan a tantas personas y comunidades, en donde vive ocultamente el valor de la grandeza del Reino cuando se construye organización y se promueven los valores del Reino.

 Dicho esto, abordemos un segundo nivel, más crítico, en este comentario.

Esta parábola puede resultar alienante si se toma como una invitación a la inactividad, o a la suspensión de nuestra responsabilidad para dejarla en las manos de Dios: él sería quien a fin de cuentas, al final de la historia, incluso más allá de la historia, deberá poner las cosas y las personas en su lugar… Esta idea de un Dios «premiador de buenos y castigador de malos», que contabiliza nuestras acciones y por cada una de ellas nos dará un premio o un castigo, ha sido una idea central de la cosmovisión cristiana clásica. El miedo a la condenación eterna, pieza central de la bóveda de la cosmovisión cristiana clásica medieval y barroca, está en la misma línea. ¿Qué decir de todo ello hoy?

Es obvio que conforme pasa el tiempo estas convicciones fundamentales del pensamiento cristiano van pasando a segundo plano, dejan de estar presentes, no se comentan, incluso se evitan positivamente… Diríamos que ésa es una manifestación más del famoso «eclipse de lo sagrado» que se da en nuestra sociedad moderna. Si nuestros abuelos y sus generaciones anteriores vivieron en una sociedad que transparentaba la eternidad, la vida del más allá, con sus premios y castigos, hoy vivimos, por el contrario, en una sociedad –y con una epistemología- en la que nos es difícil imaginar y pensar el más allá de la muerte como el lugar de los premios y castigos de Dios, como una separación post mortem del trigo y de la cizaña.

No vamos a pretender aquí resolver el asunto, ni abordar el tema en profundidad. Sólo queremos llamar críticamente la atención sobre él haciendo algunas afirmaciones.

Sea la primera la de reconocer que ya no se puede seguir hablando de más allá de la muerte con la ingenuidad y la rotundidad con la que durante siglos se ha hablado: el tema merece una revisión profunda, y en todo caso no permite las afirmaciones clásicas con su escandalosa simplicidad.

Buena parte de las descripciones de los premios y castigos eternos hoy aparecen como antropomorfismos insostenibles, respecto a los que no sólo merece la pena no dar más pábulo, sino que es importante también reconocerlos explícitamente como tales, liberando de ese modo a la fe de la obligación de compartir semejantes creencias mitológicas.

Es necesario tomar conciencia de la urgencia de una revisión a fondo de la posición de la fe cristiana respecto al más allá. Habitualmente hemos dado por bueno y por supuesto el dato de la vida más allá de la muerte, como si fuera un artículo de fe obvio, indiscutible. Y en efecto, normalmente ha quedado enteramente fuera de las crisis renovadoras de la fe en las décadas pasadas. El Concilio Vaticano II y su renovación simplemente envió a la trastera el conjunto de imágenes medievales y barrocas que aún estaban en circulación, y propició una relectura de la escatología en la línea del personalismo y del existencialismo, que realmente supusieron una brisa de aire fresco. La teología de la liberación, por su parte, simplemente añadió una lectura histórico-escatológica de la realidad (caminamos hacia el Reino) y la perspectiva de la opción por los pobres (redescubiertos como los «jueces escatológicos universales», Mt 25,31ss), pero dejó intactas las afirmaciones centrales, sin llegar siquiera a plantearse su cuestionamiento (el libro exponente máximo de la escatología de la teología de la liberación es «Hablemos de la otra vida», de Leonardo BOFF, Sal Terrae, Santander, 1978, muchas veces reimpreso, y libremente disponible en la red).

Hoy, un nuevo paradigma de «revisión del sentido y la identidad misma de la religión», nos exige dejar de vivir de rentas, dejar de repetir incuestionadamente lo de siempre, y plantearnos de nuevo las preguntas más radicales: ¿existe realmente la vida más allá de la muerte? ¿Nos ha sido realmente «revelada»? ¿Cuándo, dónde, cómo? ¿Forma parte del contenido mismo de la fe cristiana? ¿Se puede ser cristiano aceptando la inseguridad y la oscuridad que la ciencia actual confiesa respecto a este tema?

Ciertamente, no son preguntas para el hombre y la mujer de la calle que prefieran seguir viviendo en una edición renovada de la «fe del carbonero». No son tampoco preguntas a difundir imprudentemente, ni trofeos para exhibirse como abanderado de la crítica y el esnobismo. Pero son preguntas que los responsables han de plantearse alguna vez en la intimidad de su fe, para que sondeando la dificultad del misterio, tomen la determinación de ser muy respetuosos en su lenguaje y no seguir viviendo de las rentas de afirmaciones que hoy son de hecho tan incuestionadas como increíbles, tan insostenibles como irresponsables.

El tema sólo lo hemos iniciado. Invitamos al lector a tirar del hijo y seguir profundizando, tanto desde el estudio de la teología como en su oración y su fe. Leer más…

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Parábolas para una crisis (2ª parte). Domingo 16. Ciclo A

Domingo, 19 de julio de 2020
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El trigo y la cizaña

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Mateo resume la crisis que atravesó su comunidad a finales del siglo I en cinco preguntas a las que responde con siete parábolas. El domingo pasado vimos la primera, ¿por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?, a la que respondía la parábola del sembrador. En este domingo se plantean otras dos preguntas, a las que se responde en tres parábolas. La primera de ellas (el trigo y la cizaña) debió considerarla Mateo difícil de entender, y por eso ofrece su explicación. Sin embargo, no lo hace de inmediato. Cuenta tres parábolas seguidas y más tarde, cuando los discípulos llegan a la casa, interrogan a Jesús y éste aclara su sentido. En cambio, las parábolas tercera (grano de mostaza) y cuarta (levadura) carecen de explicación en el evangelio. Por motivos de claridad expongo primero la parábola del trigo y la cizaña, con su explicación, y luego las otras dos.

¿Qué actitud adoptar con quienes no viven el mensaje?

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
― El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
― Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?
Él les dijo:
― Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
― ¿Quieres que vayamos a recogerla?
Pero él les respondió:
― No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.

La parábola puede leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de Israel, la comunidad cristia­na, o el mundo entero. Ya que esta parábola sólo la cuenta Mateo, vamos a verla primero desde el punto de vista de su comunidad, seriamente enfrentada con los judíos.

  1ª hipótesis: La finca es el pueblo de Israel

En ella, el Señor ha plantado buena semilla (los cristianos). Pero el enemigo ha plantado también cizaña (los fariseos y demás enemigos de la comunidad). La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y riesgo quién es trigo y quién cizaña. Pablo, por ejemplo, antes de convertirse, pidió permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. Pero también la comunidad cristiana puede correr el riesgo de intentar acabar con los que no forman parte de ella o no los tratan como consideran justo. Así ocurrió cuando una aldea de Samaria no acogió a Jesús y los discípulos: Juan y Santiago le propusieron hacer bajar un rayo del cielo que acabase con todos (Lc 9,51-56). Con esta parábola, Mateo hace una exhortación a la calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final.

            2ª hipótesis: La finca es la comunidad cristiana

La parábola también podría entenderse dentro de la comunidad cristiana (sola ésta sería la finca), donde hay gente que respon­de al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Porque cualquier de nosotros, por muy preparado que se considere teológica y moralmente, puede equivocarse. No son raros los casos de personas condenadas por la Iglesia que terminaron no sólo rehabilitadas sino también canonizadas.

3ª hipótesis: la finca es el mundo

Finalmente, la parábola se puede interpretar en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la buena semilla los ciuda­danos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En esta línea se orienta la explicación de los versículos 36-43.

Los discípulos se le acercaron a decirle:
― Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
Él les contestó:
― El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

En cualquiera de estas tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la justicia a Dios, el único que puede emitir un veredicto exacto, sin temor a equivocarse.

La actitud de Dios, modelo de moderación e indulgencia

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se mueve en esta línea de bondad y tolerancia, poniéndonos a Dios como modelo. Un Dios al que el poder impulsa, no a castigar sino a perdonar, que gobierna con moderación e indulgencia, y que siempre da un voto de confianza al pecador, esperando que se convierta.

Fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

¿Tiene algún futuro esto tan pequeño?

Tras la explicación, volvemos al otro tema tratado por las parábolas de hoy. La comunidad de Mateo es pequeña. Las otras comunidades también. Han pasado ya cincuenta años de la muerte de Jesús, y aunque el cristianismo se va extendiendo por el Imperio Romano, representan una minoría. ¿Qué futuro tiene este grupo tan pequeño? ¿Qué futuro tiene la iglesia actual, que carece del influjo y el poder que tenía hace unos años? Mateo responde con dos parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambos coinciden en ser algo pequeño, pero más importante de lo que puede parecer a primera vista.

            El grano de mostaza

El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

Esta parábola sólo se comprende a fondo cuando se conoce una parábola del profeta Ezequiel que utiliza Jesús como modelo. A comienzos del siglo VI a.C., cuando el pueblo de Israel se encontraba deportado en Babilonia, para expresar que su suerte cambiaría y sería espléndida, Ezequiel cuenta lo siguiente:

Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbra­do;
del vástago cimero arrancaré un esqueje
y lo plantaré en un monte elevado y señero,
lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
Echará ramas, se pondrá frondoso
y llegará a ser un cedro magnífico;
anidarán en él todos los pájaros,
a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves. (Ez 17,22-23).

Jesús acepta la imagen del árbol y la idea de que sirve para acoger a todas las aves del cielo. Pero introduce un cambio radical: no elige como modelo el cedro alto y encumbrado, sino el modesto arbusto de mostaza, que, cuando crece, «sale por encima de las hortalizas». Es un ataque lleno de humor e ironía al triunfalismo. Lo importante no es que el árbol sea grandioso, sino que pueda cumplir su función de acoger a los pájaros. Para la comunidad de Mateo era una excelente lección, y también debe serlo para nuestras tentaciones de triunfalismo eclesial.

            La levadura

Les dijo otra parábola:
El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.

Algo parecido ocurre con la parábola de la levadura. Se usa en poca cantidad, pero cumple su función, hace que fermente la masa. La tentación de la comunidad cristiana es querer ocupar mucho espacio, ser masa, llamar la atención por su volumen, por el número de miembros. Jesús dice que lo importante es la función de fermentar la masa.

Resumiendo lo leído hasta ahora, Mateo ofrece una explicación de la realidad (sembra­dor) y una llamada a la sereni­dad (trigo y cizaña) y a confiar en algo que tiene unos comienzos tan modestos (mostaza y levadura). El próximo domingo, otras tres parábolas completarán esta enseñanza.

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La cizaña debe arrancarse siempre para que el trigo crezca.

Domingo, 19 de julio de 2020
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1602347Mt 13, 24-43

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.

El domingo pasado una cosecha del ciento por uno (cuando el diez por uno era un buen rendimiento) era el quiebro que nos obliga a saltar a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el trigo, luego tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya no se trata de tierra y grano sino de fruto espiritual. La falta de lógica está en no arrancar la cizaña. Si en el campo de trigo se nos pide hacer lo contrario de lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea posible. En el orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña sino que no se puede separar.

Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.

La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada del individualismo.

El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad-amor que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la plenitud.

El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su propia cizaña.

Esta mezcla inextricable no es un defecto que le viene al ser humano de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y en los demás ha sido una tentación, que arrastramos desde tiempo inmemorial.

También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que da el evangelio de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores.

Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! En todos los tiempos se ha perseguido al que discrepa, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético que, a algunos de los que han sido sacrificados, se les haya declarado santos.

Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida, todavía, por el último Catecismo de la Iglesia Católica.

La parábola no solo se aplica al orden moral sino a la doctrina y al culto. En las verdades también hay trigo y cizaña y tampoco se puede separar el error de la verdad. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. También Nietzsche dijo algo parecido a esto: en un discurso un poco largo el más sabio es una vez tonto y dos veces necio. En el culto, el trigo sería un descubrimiento de Dios en nosotros y una verdadera relación con Él. Cizaña sería quedarnos en los ritos externos y no llega a la vivencia. En la moral: las prostitutas y lo pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios. El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.

Meditación

Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.
Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,
sino aceptar al otro a pesar de sus fallos.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Intolerancia

Domingo, 19 de julio de 2020
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inaweofgodscreationDebemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes (Karl Popper)

19 de julio. DOMINGO XVI DEL TO

Mt 13, 24-43

Dejad que crezcan juntos hasta la siega (V 30)

La parábola del trigo y la cizaña, es una de las parábolas de Jesús de Nazaret, recogida en el Evangelio de Mateo, y también en el evangelio apócrifo de Tomás.  Es la decimosegunda parábola narrada en el Nuevo Testamento, y justo antes de la parábola de la semilla de mostaza.

La explicación de esta parábola la da también Jesús, según aparece en la Biblia cristiana:

Él, les dijo: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángelesDe manera que, como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 13, 37-43)

La cizaña es bien parecida al trigo durante las primeras fases de crecimiento y la ley romana de entonces prohibía sembrar cizaña entre el trigo de alguna persona, lo que sugiere que la historia es realista.

Dicha parábola ha sido mencionada como ejemplo de la tolerancia que hay que tener con aquellas personas que practican una religión distinta a la propia.

En su Carta al obispo Roger de Chalons, el obispo Wazo se basó en esta parábola par argumentar que “la iglesia debe dejar que la disidencia crezca con la ortodoxia ha que venga el Señor para separarlos y juzgarlos”.

Martín Lutero predicó un sermón en el que dijo que “solo Dios puede separar a los falsos creyentes de los verdaderos, y señaló que matar herejes o no creyentes, es acabar con su oportunidad de ser salvados”. Y añadió: “Deseamos forzar a otros a creer: a los turcos con la espada, a los herejes con el fuego, a los judíos con la muerte, y así desenraizar la cizaña por nuestro propio poder, como si fuéramos nosotros los que pudiéramos reinar sobre los corazones y los espíritus, volviéndoles piadosos”.

Aunque la cizaña estorba al trigo, también lo hace más hermoso cuando lo contemplamos: en definitiva, lo hace más hermoso.

 

Roger Williams, teólogo bautista y fundador de Rodhe Island, al norte de lo Estados Unido, usaba esta parábola para apoyar la tolerancia del gobierno hacia toda la cizaña -los herejes- en el mundo, ya que la persecución civil, daña frecuentemente también al trigo -los creyentes-.

Y en su Areopagítica, John Milton exigía libertad de expresión, y condenaba al Parlamento inglés por su intolerancia.

El filósofo austríaco Karl Popper dijo: “Debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”.

Y esto me parece a mí que es el mejor ejemplo de lo que debiera ser la tolerancia evangélica.

En mi libro Soliloquios, un Poema que destila tolerancia

¿LO OYE EL VIENTO?

Suenan voces en mí mismo
pulsando aciertos y yerros.
Unos relatan amores,
otros cuentan vituperios.

Las oye el viento.
¿Las oye?
Tañen fuera, tañen dentro.
Doblan arriba y abajo
con festivos tintineos.

Son rebaños de palabras,
que pastoreo en mis feudos,
pastando voces divinas
en prados del pensamiento.

Todos son y no son, míos.
Son sobre todo del viento,
que los parte y los comparte
con todos los hemisferios

Vicente Martínez

Fuente Adulta

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Llamados a ser levadura o semilla que hacer crecer el Reino desde dentro.

Domingo, 19 de julio de 2020
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the-passion-fox-netflix-644x362Mateo 13,24-43

El evangelio de este domingo nos regala tres parábolas, preciosas y sugerentes las tres, con las que Jesús mismo, según nos dice el texto, quiere explicarnos qué es eso del “reinado de Dios” o el reino de los cielos, como suele decir Mateo. En definitiva, cómo actúa Dios para irnos transformando a nosotros y a nuestro mundo.

Jesús, en distintas intervenciones, hizo referencia a todo el proceso agrícola, desde que se planta la semilla hasta que se recogen los frutos. Sembrar, cuidar el crecimiento, cosechar… tienen su ritmo propio, el ritmo de la naturaleza. Quizá ahora al evangelizar hemos perdido el ritmo de la naturaleza y queremos que todo ocurra con la misma rapidez que nos comunicamos a través de Internet: casi en el instante. Nos desanima la falta de frutos, o las malas hierbas que crecen en nuestro campo, queremos que las cosas sean como imaginamos que deben ser, queremos plantar hoy y llenar los graneros mañana. ¡Volvamos a aprender de la madre naturaleza!

Las tres parábolas nos exigen un esfuerzo para traducir sus categorías y lenguaje a términos más cercanos a nuestra vida. Eso nos permitirá descubrir toda su riqueza. De entrada tienen un mensaje común. En las tres el Reino de Dios se compara con algo pequeño y a la vez cargado de vida, que crece y se manifiesta poco a poco y desde dentro, sin ruido ni apariencias. No se impone como una súper estructura a lo que vivimos o tenemos, sino que lo penetra y lo transforma, con una fuerza silenciosa pero potente, que viene de Dios, no de nosotros mismos. Sin duda estos símbolos y mensajes resultaron chocantes para los que, en tiempos de Jesús, esperaban un Mesías guerrero y triunfador, que aniquilase al pueblo que los oprimía. ¿No nos encontramos hoy con esperanzas parecidas?

Junto a este mensaje central podemos fijarnos en varias frases que nos pueden iluminar:

  1. “Dejadlos crecer juntos” decisión inapelable del padre de familia, del sembrador, que sus criados no entienden y posiblemente muchos de nosotros tampoco. ¿Qué dejemos crecer a los que…?

¡Cuántas realidades podemos leer tras esta frase! Cuantas veces creemos que estamos sembrando buena semilla, en nuestro ambiente, en nuestra familia e incluso en nosotros mismos y… ¿Qué descubrimos que está creciendo? A poco que seamos sinceros encontramos “malas hierbas” de mentiras, engaños, traiciones, mezquindades… ¿nos atrevemos a poner nombre a estas malas hierbas de nuestro entorno? Pero hay más, ¿qué malas hierbas encontramos en nosotros mismos?

Y ¡cómo nos gustaría arrancarlas!, porque no soportamos la realidad de nuestro mundo, y estamos continuamente inclinados a juzgar, condenar, separar e incluso arrancar lo que hemos decidido que son malas hierbas. Pero Jesús nos repite: ¡Dejadlos crecer juntos! ¿Cómo justificamos entonces esos fundamentalismos, esas crispaciones y rechazos viscerales que alimentamos, incluso en nuestros grupos de creyentes?

Y además la parábola nos asegura que el trigo crece en medio de las malas hierbas… que un mal ambiente, la injusticia o violencia de los que nos rodean, no son la causa de nuestra falta de justicia o de paz. Que Dios ha sembrado buena semilla en nosotros y somos responsables de nuestro propio crecimiento, no de acabar con los que parecen malas hierbas. Y estamos llamados a confiar en la palabra de Jesús, que afirma que este es el modo en el que crece el reinado de Dios, en medio de dificultades, conviviendo el bien y el mal, sin apresurarnos a juzgar… El reino de Dios crece aunque no lo veamos, aunque no lo podamos constatar.

Dejadlos crecer juntos… hasta que llegue el tiempo de la siega. Quizá lo difícil es ese “a su tiempo”. Nos suele faltar paciencia. Dejar crecer juntos es una llamada a confiar, a confiar pacientemente en que Dios sabe lo que hace y a su tiempo brillará la verdad, y la bondad y la justicia vencerán claramente.

  1. “Es la más pequeña de todas las semillas”

Es la clave para entender eso de Jesús llama el Reino de Dios y su dinámica. Siempre empieza por algo muy pequeño, frágil, de apariencia débil pero con enorme vitalidad dentro, no solo una semilla, la semilla más pequeña.

Nada de ejércitos, ni grandes apariencias, nada de estadísticas apabullantes o medios deslumbrantes… lo de Dios va por dentro, hay que enterrarlo en la tierra para que crezca, debe desaparecer e incluso morir para vivir plenamente… como la semilla, como el propio Jesús.

Ser cristiano es esto, entrar en la dinámica de la semilla, tomar conciencia de que somos pequeños y frágiles, pero también de que Dios ha puesto en nosotros una energía y vitalidad sorprendentes, puro don de Espíritu. Y esta fuerza es la que va transformando el mundo, la que va haciendo presente el Reino, por obra del Espíritu, no por nuestros logros o valía.

  1. La levadura que una mujer… amasa con la harina para que toda la masa fermente

Ser levadura en la masa no es ser guinda en el pastel. La semilla se siembra y desaparece, ya no se ve más, hasta que se ve el árbol. La levadura desaparece en la masa. Y “masa” es la realidad que nos rodea, toda entera, con lo bueno y lo malo que la conforma. Estamos llamados a dejarnos meter dentro de la masa, a ser mezclados y amasados con ella, a mancharnos, a desaparecer… para fermentar desde dentro. No lo olvidemos se nos llama a ser semilla o levadura, no estructura que aplasta, toma distancias o se defiende…

Cada uno de nosotros y de nosotras recibimos millones de buenas semillas a lo largo de nuestra vida. Se nos ofrecen también todos los nutrientes que necesitamos para crecer en medio de malas hierbas, mezclados en toda realidad, pero ¿somos conscientes de que germinar y dar fruto, como fermentar y cambiar nuestro ambiente, es un proceso lento que requiere nuestra colaboración? ¿Cómo vivimos los tiempos en los que parece que estamos bajo tierra, a oscuras, sin poder salir a dar fruto?

También estamos llamados y llamadas a sembrar las semillas que hemos recibido, sin seleccionar los terrenos, a manos llenas y cantando. Sembrar con el corazón lleno de fe y esperanza y renunciando a controlar el crecimiento o ver unos frutos que no nos corresponden. Porque las tierras del Reino no son nuestras y su crecimiento es imparable aunque no siempre lo veamos.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Afán justiciero

Domingo, 19 de julio de 2020
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Dedo-acusador-300x193Domingo XVI del Tiempo Ordinario

19 julio 2020

Mt 13, 24-30

El mundo fenoménico o de las formas se caracteriza por la polaridad. De manera que no puede existir nada sin su opuesto: blanco/negro, día/noche, salud/enfermedad, placer/dolor, nacimiento/muerte…, trigo/cizaña. Es precisamente esa condición la que hace posible el despliegue de las formas y la que nos permite conocerlas.

          La polaridad omnipresente puede confundirnos y hacernos pensar que se trata de realidades irremediablemente opuestas, hasta el punto de etiquetar a una de ellas como “buena” y a la opuesta como “mala”.

          Al hacer así, lo que era solo una polaridad que hacía posible el mundo de las formas lo convertimos en una dualidad que confunde y distorsiona nuestra mirada. Porque aquellos polos opuestos no son contradictorios sino complementarios.

          Las categorías “bueno” y “malo”, en cuanto polos opuestos, tienen su razón de ser para entendernos en el mundo de las formas, pero resultan completamente inadecuadas cuando las absolutizamos. Porque, en el plano profundo, todo está bien, todo es como tiene que ser: todo lo que percibimos no es sino un despliegue de la vida a través de la polaridad.

        Ante esta afirmación la mente analítica suele rebelarse airada, porque se le escapa la paradoja y es incapaz de captar el nivel profundo de lo real. Para la comprensión, sin embargo, resulta una obviedad: la realidad es paradójica y se requiere comprender sus “dos niveles” para poder integrarlos y vivirlos de manera armoniosa.

          Donde hay trigo forzosamente habrá cizaña. Y tiene razón Jesús: hay que dejarlos crecer juntos. No desde la justificación indiferente, sino desde la comprensión de que cada persona hace en cada momento todo lo que puede y sabe.

          Sin embargo, alguna mano posterior debió añadir en el texto la necesidad de “quemar la cizaña”. Tal añadido puede ser señal de nuestra “exigencia de justicia”. Tanto por nuestra sensibilidad ante el dolor ajeno como por la lectura que nuestra mente hace de las cosas, solemos abrigar una idea determinada, incluso bienintencionada, de la “justicia”, idea que ha llevado a no pocos pensadores –me vienen a la memoria los representantes de la teoría crítica, de la Escuela de Frankfurt– a afirmar el imperativo de que “el verdugo no triunfe sobre la víctima”.

      Sin embargo, sin negar toda su “buena intención”, tal planteamiento es tramposo, porque nace de una visión dualista y fragmentada. Desde la comprensión, el mismo Jesús –como han hecho todos los sabios– habló más bien de “perdonar a los enemigos” y de “ser compasivos como vuestro Padre, que es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35).

      Ahí se mueve la comprensión no-dual, permitiéndonos apreciar que es solo nuestra inconsciencia la que nos hace ver el mundo dividido en “víctimas” y “verdugos”. Y esto no significa negar la realidad, sino verla desde otro lugar.

          Me parece urgente atrevernos a mirar el mundo con otros ojos, atrevernos a dar una interpretación distinta de los acontecimientos y actuar desde una consciencia más amplia. La transformación vendrá justamente de ese cambio de visión –que nace de una consciencia ampliada– y dará a nuestras acciones una calidad y una vibración diferentes, caracterizadas por la compasión eficaz.

¿Vivo comprensión profunda hacia las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La paciencia de Dios es nuestra salvación

Domingo, 19 de julio de 2020
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

DOMINGO XVI del AÑO

  1. trigo y cizaña.

         La historia de la humanidad, nuestra propia historia personal es un largo recorrido tejido de bien y de mal, de trigo y cizaña. En el lenguaje teológico se suele decir que estamos en una historia de salvación, al mismo tiempo que en una historia de daños y males, (historia salutis – historia damnationis).

         La gran tentación suele ser la de extirpar cuanto antes el mal, arrancar la cizaña. Especialmente las posturas y temperamentos violentos y fanáticos enseguida esgrimen el hacha de guerra.

         Jesús no actúa así. Jesús no es un fundamentalista violento que actúa agresiva e inmediatamente.

         Las precipitaciones y las prisas no son buenas consejeras. El crecimiento es lento y paciente.

Dejad crecer juntos el trigo y la cizaña hasta la cosecha, hasta a siega.

  1. paciencia histórica.

         La vida no crece a tirones, ni a golpes. Tanto personal como socialmente, la existencia y la madurez humana requieren procesos, recorridos, altibajos, retrocesos. Pasamos por momentos y situaciones de todo tipo, de trigo y de cizaña. Las ideologías tienen también sus tiempos, su hierba buena y su hierba mala.

         No es cuestión de arrancar precipitadamente, no es cosa de excomulgar, de condenar, de imponerse con poder. Son tentaciones fanáticas.

         Hay que tener paciencia histórica. Las personas podemos cambiar algunas de nuestras actitudes, podemos evolucionar, madurar. En ocasiones nacemos a una nueva vida -como Nicodemo- siendo ya mayores, quizás viejos.

         Hay que saber esperar, que al fin y al cabo toda siembra es una esperanza.

Dios sabe esperar, es más, la paciencia de Dios es neustra salvación, (2Ped 3,15).

Tengamos paciencia histórica.

  1. situaciones de antiguo y de nuevo testamento.

         En esta paciencia histórica como actitud sensata en la vida, podemos también pensar que, aunque estemos ya en el Nuevo Testamento desde hace dos mil años, sin embargo los pueblos, las personas, a veces la misma Iglesia puede encontrarse en situaciones de Antiguo Testamento: en las familias suelen darse casos de Caín y Abel, la Torre de Babel no es otra cosa que una campaña electoral o una lucha por el poder, no son extrañas las ansiedades del rey David por Betsabé, la mujer de Urías, etc…

         Trigo y Cizaña en la historia de la humanidad. Dios tuvo pedagogía y una gran paciencia con la humanidad. Dios no reveló todo de una vez. Todo fue poco a poco, la misma cizaña histórica, fue una fuente de revelación, de crecimiento, de madurez.

         Hay etapas en la vida en las que nos encontramos en situaciones de Antiguo Testamento. Muchas actitudes, normativas, ritos de los eclesiásticos actuales se parecen más al Templo de Jerusalén o al mundo fariseo que al mensaje de Jesús. A veces recorridos ideológicos, políticos, económicos son pura cizaña.

         Podemos, pues, vivir nuestro Antiguo Testamento personal, eclesiástico, como pueblos, etc.

         Dios es siempre paciente con nosotros, incluso cuando nosotros estamos en situación de Antiguo Testamento o de cizaña.

  1. No metamos cizaña. (a modo de estrambote).

         Aunque sea al final de la homilía no quiero dejar de aludir a esa especie de refrán o conseja que solemos decir en castellano y que contiene una gran verdad: “no seamos cizañeros, no metamos cizaña”.

         No seamos gente chismosa, que lleva los “cuentos” de aquí para allá, que ponemos zancadillas, que “malponemos” a las personas.

         Seamos personas de bien, limpias en la vida, discretas. La crítica, la calumnia, el mentir sobre los demás no son juego honrado y limpio. Es cizaña.

         Seamos “trigo limpio” en la vida.

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“La fuerza oculta del Evangelio”. 15 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,1-23)

Domingo, 12 de julio de 2020
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le-semeurLa parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.

No hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.

Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.

Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.

La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?

José Antonio Pagola

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“Salió el sembrador a sembrar”. Domingo 12 de julio de 2019. 15º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 12 de julio de 2020
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38-OrdinarioA15Leído en Koinonia:

Isaías 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra
Salmo responsorial: 64: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Romanos 8,18-23: La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios
Mateo 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar

El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para reemprender de nuevo su ciclo. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.

Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo, la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.

El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor desicivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero el terreno responde de manera desigual.

La interpretación de la parábola que aparece en la sección siguiente del evangelio, nos da unas claves poderosas de comprensión. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por los terrenos no receptivos, forman parte de la misma parcela. Los dos están en la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.

Esta parábola se refiere a una realidad de la comunidad cristiana sobre la que ya se había hecho una profunda recepción. En la comunidad, representada por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano qué respuesta va a dar cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su fértil semilla. En el desarrollo del proceso de cultivo se sabe quién es apto y quién no. Pero no basándonos en criterios arbitrarios, sino en el fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en nombre de Dios, sino a la propuesta de los profetas que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reinado de Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible el amor solidario, la libertad para hacer el bien y la justicia responsable.

La parábola del sembrador nos pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante la historia y no permiten que la ‘buena nueva del Evangelio’ se convierta en consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas, sino que procuran siempre que la palabra del profeta sea eficaz en la historia.

Pablo, en la Carta a los Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2,4-25), aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la justicia y en el amor solidario, y no en la muerte y la guerra. Leer más…

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Dom 15 tiempo ord.: 12 Julio 2020. Mt 13, 3-9 Salió el sembrador a sembrar… (Mt 13, 3). Hace tiempo que ya no salimos…

Domingo, 12 de julio de 2020
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250px-Representation_of_the_Sower's_parableDel blog de Xabier Pikaza:

Ésa es mi impresión y la de muchos.

Salió Jesús a sembrar… y así empezó el evangelio en Galilea, pero nosotros, en  la nueva Iglesia de Occidente,  parece que hace tiempo no salimos, a pesar de Francisco diga que seamos “iglesia en salida”

Se detuvo la siembra por miedo,por falta de fe, por cansancio…  En vez de sembrar hemos preferido guardar el rebaño. Ligeros de equipaje nos mandó Jesús (Mr 10 par); pero hemos tenido muchas cosas que guardar, y así las guardamos,  como pastores de rebaños ricos, bien estabulados, no sembradores de campo y aire abierto de evangelio.

Decía  el Qohelet 31, 1-8 que hay tiempo de sembrar (plantar) y tiempo de cosechar… Jesús supo que era tiempo de sembrar, así fue  sembrando en toda tierra, especialmente entre los cojos-mancos-descartados de su pueblo. Pero nosotros en general hemos dejado de hacerlo. Es tiempo de hacerlo: O sembramos nuevos campos o perdemos el rebaño.Éste es el tema del evangelio del domingo 12.7.20 (15 tiempo ordinario):

Salió a sembrar en toda tierra el Reino… y precisamente por hacerlo como él hizo,  sembrando en toda tierra, sin limitarse a mantener según ley  oficial su rebaño, por sembrar donde decían que no  era lugar ni momento de siembra (entre pobres, excluidos, enfermos, desterrados, impuros…) le mataron, y su vida así sembrada fue semilla de Reino en toda tierra.

Ahora,  este año 2020, son muchos los que dicen que llevamos decenio sin haber sembrado. Vivimos de rentas caducadas y de rebusca mezquina (esto es, pequeña), mientras la tierra se angosta sin agua de vida, sin semilla de palabra. Nos hemos especializado en ser pastores de un rebaño de rediles viejos, mientras son pocos los que salen a los campos de la siembra

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Dicen que llevamos decenios sin siembra verdadera de evangelio. Tenemos espléndidos guardianes, pastores de rebaños sometidos, de tiempos antiguos. Discutimos sobre restos de cosechas viejos, inmatriculando inmuebles para los turistas, guardando a los muertos, sin pensar ya en lo que decía Jesús: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 22).

Es importante enterrar a los muertos, pero  los mensajeros del evangelio no están ya para eso, sino par anunciar y promover la vida. El papa Francisco nos dijo que saliéramos al campo, que oliéramos a oveja… Jesús nos dice hoy que tomemos el  zurrón de las semillas y sembremos, a fondo abierto, en esperanza de futuro, en toda tierra.

Evangelio del domingo

Quizá no lleguemos a ver la cosecha, pero tenemos que sembrar y sembrar ya “como locos”-   No busquemos cosecha para nosotros, no discutamos por dudosos dividendos que se  acaban. Salgamos ya a sembrar, cada uno con su zurrón de palabra sobre el hombre, en este otoño-invierno que se agranda. Desde ese fondo podemos escuchar el evangelio de este domingo:

Mt 13 3b Salió el sembrador a sembrar, 4 y, al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; y vinieron los pájaros y las comieron. 5 Y otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y, como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemaron y por falta de raíz se secaron. 7 Otras, en cambio, cayeron entre zarzas, y crecieron las zarzas y ahogaron la semilla. 8 Pero otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien; otras sesenta; otras treinta. 9 Quien tenga oídos oiga[1].

Comentario (Del evangelio de Mateo )  

   Jesús nos ha hecho sembradores de Palabra. Éste es nuestro primer oficio en la iglesia. Hay un sembrador principal que es Dios; hay un director de sembradores que es Jesús… Con él estamos todos nosotros, sembradores de evangelio en las nuevas tierras de la vida, el año 2020. Vamos a sembrar, hermanos. Escuchemos lo que dice el evangelio: Vino el Sembrador y  su semilla “cae” (cayó: epesen) sobre tierras muy distintas, lo que plantea inmediatamente dos preguntas que quedan sin respuesta (12, 35):

‒ ¿Por qué hay diversas tierras, y algunas son malas para la semilla: el camino, el pedregal, el zarzal? ¿No hizo Dios todas las tierras buenas (Gen 1)? El problema no se resuelve simplemente diciendo que las tierras son los seres humanos que deben hacerse buenos, como en la forma actual de la parábola, sino que debemos preguntar: ¿por qué hizo Dios o permitió que hubiera tierras malas, hombres y mujeres que parecen incapaces de acoger la semilla?

Si el sembrador es Dios ¿por qué actúa de esa forma, como si no conociera su oficio? ¿Por qué ha dejado que parte de su semilla cayera en la tierra dura del camino, en el zarzal o el pedregal? ¿Por qué no ha hecho primero que todos los terrenos (hombres y mujeres) fueran buenos? En esa línea, el texto parece estar suponiendo que Dios (o el mesías sembrador) no conoce bien su oficio, pues malgasta semilla en terrenos al parecer poco aptos. ¿O es que Dios quiere que todos los terrenos sean aptos?

 — Esto significa que el mesías de Dios no realiza su obra a solas, desde arriba, de manera que todo dependa solamente de él, pues su acción/palabra está condicionada por otros agentes, es decir, por nosotros, que somos su cuadrilla de sembradores.

— Eso significa que la siembra del Dios-Mesías depende de que nosotros (sus sembradores) salgamos al campo de la vida y sembremos su palabra en toda tierra, de forma creadora. Eso sigue significando que la obra mesiánica se entiende en forma dramática y dialogal, condicionada no sólo para bien, sino también para mal, por la acogida-respuesta de los hombres, conforme a la división de las diversas tierras, que no parece paritaria, sino desigual (pues hay tres tipos de mala tierra, y sólo un tipo de buena):

‒ Camino duro y pájaros (13, 4). Sembrar en el camino, sin que la semilla pueda hundirse en la tierra, es dejarla a merced del viento o de los pájaros. Jesús ha de saberlo, y sabe (en forma de parábola) que los pájaros están ahí, formando una amenaza para la siembra, un riesgo para la obra de Dios. Sobrevuelan sobre el campo; pero sólo son peligrosos allí donde la tierra es dura y no absorbe la semilla, es decir, allí donde es como un camino pisado y repisado.

Éstos son los pájaros de Dios de Mt 6, 25-34 (señal de su providencia generosa), pero mirados desde otra perspectiva, esos pájaros son signo del peligro que corre la semilla cuando no penetra en la hondura de la vida humana, quedando así a merced de esos pájaros, que comen todo lo que encuentran. ¿No se podría decir, en esa línea, que las semillas del camino son bendición para los pájaros, pero no sirven para la cosecha? Leer más…

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