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Parábola del terrateniente cabrón. Domingo 25. Ciclo A.

Domingo, 24 de septiembre de 2017
Comentarios desactivados en Parábola del terrateniente cabrón. Domingo 25. Ciclo A.

vinadoresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Nota: De los numerosos insultos que enriquecen la lengua castellana, “cabrón” es el único tomado de la Biblia (Ezequiel). Por consiguiente, nadie debe escandalizarse de que lo use, aunque tampoco es preciso que añada: “Palabra de Dios”.

Una parábola provocadora

Durante el período de formación de los discípulos, tal como lo cuenta el evangelio de Mateo, Jesús parece disfrutar desconcertándolos con sus ideas sobre el matrimonio, la importancia de los niños, la riqueza. Pero el punto culminante del desconcierto lo constituye esta parábola sobre el pago por el trabajo realizado.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron.

Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.

Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?

Le respondieron:

Nadie nos ha contratado.

Él les dijo:

Id también vosotros a mi viña.

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:

Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: 

Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.

Él replicó a uno de ellos:

Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

           El protagonista es un terrateniente con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario. Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.

            Hasta ahora todo va bien. Un propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.

            Pero este personaje tan digno se comporta al final como un cabrón. Al atardecer, cuando llega el momento de pagar, ordena al administrador que no empiece por los primeros, sino por los últimos. Cuando estos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo, los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben lo mismo. Es lógico que protesten.

¿Por qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de la enseñanza de la parábola.

¿Cabrón o bueno?

Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.

¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?

            En la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios): vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea bueno.

            Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, que no han faltado un domingo a misa, ni han tomado la píldora anticonceptiva, y se enteran de que Dios va compensar igual que a ellos a gente que sólo pisa la iglesia para entierros y bodas y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.

¿No es de hipócritas indignarse?

            Si alguno se sigue indignando con la actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana, que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.

            En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.

Las cinco de la tarde

            Cabe el peligro de interpretar lo anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.

            Este es el tema de la 1ª lectura, tomada de Isaías, que usa un lenguaje mucho más severo.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.

No habla de desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las personas que necesitan de su ayuda.

            Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.

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Un relación de toma y daca con Dios no tiene sentido.

Domingo, 24 de septiembre de 2017
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matthew-20Mt 20, 1-16

Cuando se escribió este evangelio, las comunida­des llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían creciendo. Los veteranos, seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. La parábola advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sería ridículo esperar mayor paga.

El contexto inmediato es muy interesante. Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro se destaca y dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros”. A continuación viene el relato de hoy, que repite, al final, la misma frase pero invirtiendo los términos; dando a entender que la frase de marras se ha hecho realidad.

Las lecturas de los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta a cada uno de nosotros.

Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de realidad, a través de una quiebra en el relato. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.

Desde la lógica humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de ‘toma y da acá’ con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús, tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado.

Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros seamos capaces de imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad, será imposible entender la parábola.

Hoy todos trabajamos para lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la falsa filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.

La parábola trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende  unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba suyo propio nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común”.

Hay una segunda parte que es tan interesante como la misma parábola. Los de primera hora se quejan del trato que reciben los de la última. Se muestra aquí la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les sienta mal que los últimos reciban el mismo trato que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro se perjudique más.

En realidad lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo.

Podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.

La salvación de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios, aceptando su salvación.

Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.

El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros. Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.

El evangelio propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles? Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería  una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.

Meditación

El amor de Dios no tiene su fundamento en mí, sino en Él.
No tenemos que amar para que Dios nos ame,
sino amor como Dios nos ama y porque Él ya nos ama.
Para poder imitar a Dios, primero debemos conocerlo.
Lo que Jesús intenta una y otra vez en el evangelio,
es llevarnos al descubrimiento del verdadero Dios.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Parábola del terrateniente cabrón. Domingo 25. Ciclo A.

Domingo, 21 de septiembre de 2014
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Mt.-20,-1-16-hDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Nota: De los numerosos insultos que enriquecen la lengua castellana, “cabrón” es el único tomado de la Biblia (Ezequiel). Por consiguiente, nadie debe escandalizarse de que lo use, aunque tampoco es preciso que añada: “Palabra de Dios”.

Una parábola provocadora

Durante el período de formación de los discípulos, tal como lo cuenta el evangelio de Mateo, Jesús parece disfrutar desconcertándolos con sus ideas sobre el matrimonio, la importancia de los niños, la riqueza. Pero el punto culminante del desconcierto lo constituye esta parábola sobre el pago por el trabajo realizado.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron.

Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.

Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?

Le respondieron:

Nadie nos ha contratado.

Él les dijo:

Id también vosotros a mi viña.

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:

Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: 

Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.

Él replicó a uno de ellos:

Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

           El protagonista es un terrateniente con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario. Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.

            Hasta ahora todo va bien. Un propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.

            Pero este personaje tan digno se comporta al final como un cabrón. Al atardecer, cuando llega el momento de pagar, ordena al administrador que no empiece por los primeros, sino por los últimos. Cuando estos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo, los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben lo mismo. Es lógico que protesten.

¿Por qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de la enseñanza de la parábola.

¿Cabrón o bueno?

Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.

¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?

            En la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios): vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea bueno.

            Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, que no han faltado un domingo a misa, ni han tomado la píldora anticonceptiva, y se enteran de que Dios va compensar igual que a ellos a gente que sólo pisa la iglesia para entierros y bodas y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.

¿No es de hipócritas indignarse?

            Si alguno se sigue indignando con la actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana, que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.

            En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.

Las cinco de la tarde

            Cabe el peligro de interpretar lo anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.

            Este es el tema de la 1ª lectura, tomada de Isaías, que usa un lenguaje mucho más severo.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.

No habla de desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las personas que necesitan de su ayuda.

            Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.

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