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En la parábola del hijo pródigo, ¿qué papel juego como persona LGBTQ+?

Lunes, 11 de noviembre de 2024

IMG_2981Hermana Donna McGartland

La publicación de hoy es d Sr. Donna McGartland, colaboradora de Bondings 2.0. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious (Ama con ternura: Historias sagradas de religiosas lesbianas y queer )  publicado por New Ways Ministry..

Las lecturas litúrgicas de hoy para el trigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente leí una transcripción de una charla dada por el obispo John Stowe, OFM, Conv., de Lexington, Kentucky, en la que cita al Papa Francisco: “El mandamiento ‘No matarás’ debería modificarse hoy por ‘No excluirás’, porque la exclusión equivale a la muerte”. Aunque esta cita está tomada de su contexto original, me habla muy profundamente como miembro de la iglesia, mujer y lesbiana.

Mientras escribo esto a finales de octubre, el Sínodo sobre la Sinodalidad acaba de finalizar y el informe ha sido publicado. No hay ninguna mención directa en el documento a las personas LGBTQ+ ni mucho a la expansión del papel de las mujeres en la iglesia. A pesar de esto, sigo firme en mi esperanza y creencia de que se ha abierto una ventana que nunca podrá cerrarse. El informe refleja una creciente conciencia y un desafío para todos nosotros a aceptar el llamado del Papa Francisco a que todos tengan un lugar en la mesa y que nadie sea excluido. “¡¡Todos, todos, TODOS!!

Muchas veces, los mismos que excluyen a otros de participar en la comunión plena son aquellos que se consideran separados del todo. En el evangelio de hoy, los fariseos acusan a Jesús de “recibir a los pecadores y comer con ellos”, creyéndose mejores que los demás. En respuesta a su acusación, Jesús contó la parábola del hijo pródigo. Lo que sigue es una versión rápida y abreviada.

El menor de dos hijos pide la herencia a su padre, y luego se va de casa y lo gasta todo. Desesperado, acepta un trabajo cuidando cerdos. Finalmente recupera el sentido y decide regresar a casa.

Su padre ha estado esperando su regreso y, cuando lo ve a lo lejos, ¡corre hacia él y lo abraza! Convoca un banquete para celebrar su regreso.

Cuando el hijo mayor escucha la celebración por su hermano, se indigna y no quiere ir a la fiesta. Su padre lo encuentra y le ruega que cambie de opinión y comparta el banquete.

De los tres personajes principales de la historia (el padre, el hijo mayor y el hijo menor), ¿cuál creemos que refleja mejor mi experiencia?

¿Soy el hijo menor? ¿Alguna vez he tenido la experiencia de darme cuenta de repente de que no tengo que estar solo, que el aislamiento no trae felicidad o que he lastimado a quienes más me aman? Quizás estoy dispuesto a aceptar la invitación de volver a ‘casa‘, dondequiera que esté para mí.

¿Soy el mayor y me aislo por la autocompasión y la justa indignación? ¿Me estoy negando a aceptar a otros que considero indignos, incapaces de dejar de lado mi ira y mi dolor?

IMG_8555Marc Chagall, “El regreso del hijo pródigo”

O tal vez soy el padre, dispuesto a compartir mi riqueza sin controlar el resultado, dispuesto a perdonar y buscar la reconciliación sin juzgar. ¿Puedo invitar a todos (¡a todos, a todos, a todos!) a unirse a la Fiesta?

En verdad, me veo en estas tres personas. Creo que el llamado del Sínodo es que nosotros y la iglesia reconozcamos esto también. Necesitamos nombrar las ocasiones en que nosotros y la iglesia excluimos a otros de la Fiesta del amor de Dios. Necesitamos desafiar a la iglesia a aceptar a todas las personas independientemente de su orientación sexual o identidad de género. Más que nada, necesitamos seguir sintiendo los impulsos del Espíritu que nos llama a “dar la bienvenida a los pecadores y comer con ellos”.

¡Que nosotros, durante este mes de Acción de Gracias, nos regocijemos y celebremos el llamado a perdonar, abrazar y dar la bienvenida a todos en la Mesa del amor de Dios!

-Sister Donna McGartland (ella/ella), 10 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“El día de después”, por Dolores Aleixandre

Martes, 22 de octubre de 2024
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IMG_7686Desde que empecé a engancharme a la serie The Chosen vi clarísimo que de mayor sería guionista de esa serie. No imaginaba nada tan apasionante como dedicarme a recrear escenas del Evangelio para filmarlas después.

Lo malo es que en seguida llegó Doña Realidad poniéndome en mi sitio: -“¡Pero si mayor ya eres! ¿No te das cuenta de que ese trabajo queda fuera de tu alcance?”.  Para consolarme de mi frustración dije como Humphrey Bogart en Casablanca: “Siempre nos quedará Paris” en la versión actualizada de “Siempre me quedará Alandar”.

Así que doy rienda suelta a mi fantasía.

Vayan imaginando la escena: el grupo de discípulos/as, sentados en el suelo a la sombra de un árbol, escuchan a Jesús que se ha puesto a contarles una historia de las suyas: “El dueño de una viña salió por la mañana para contratar jornaleros…” Ellos apenas prestan atención porque se saben de memoria ese cuentecillo que circula en las enseñanzas de los rabinos para que sus discípulos aprendan que el esfuerzo y el trabajo reciben siempre recompensa. Así que ya conocen cómo termina, lo han escuchado muchas veces y les gusta ese cuento que tiene un final lógico y justo: a quien ha trabajado más, hay que pagarle más; el esfuerzo se merece una recompensa y así deben funcionar las cosas.

Por eso, el final que propone Jesús los descoloca: el dueño pagará a todos lo mismo y dirá a los que protestaban: “- A éstos les pago igual porque, aunque han llegado a última hora, han trabajado en ese tiempo más que vosotros en todo el día”

Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más; pero también ellos cobraron un denario cada uno. Al recibirlo, se quejaban del dueño, diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor». Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿Por qué miras con malos ojos que yo sea bueno?»(Mt 20, 10-15).

La polémica está servida:

“- Maestro, ¿a qué viene ese otro final diferente?”

“- ¿Por qué lo has cambiado?”,

“- ¿Es que no valoras el trabajo y los méritos y por eso les has quitado importancia?”

“- Complicas las cosas y cada vez es más difícil entenderte…

Mientras protestan y se quitan la palabra, Jesús permanece callado.

Al final les dice:

“- ¿Pero es que ninguno de vosotros se ha dado cuenta de que en las tres últimas palabras está la clave para entender la historia? Recordadlas: “YO SOY BUENO”

¿No os dais cuenta de que esas palabras son como un anzuelo con el que trato de pescaros a ver si, de una vez, os decidís a salir de vuestra mentalidad estrecha y mezquina?  ¿No veis que estoy intentando tirar de vosotros y empujaros a pensar en el Padre de otra manera? ¿Cómo voy a convenceros de que su amor no depende de vuestros méritos y esfuerzos, de que os quiere porque sí, porque no lo puede remediar, más allá de cómo seáis y cuál sea vuestra retahíla de méritos?

Eso es lo que quiere decir aquel Salmo: “Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde: Dios lo da todo a los que ama mientras duermen” (Sal 126)

Os propongo imaginar que es el día de después y el amo os ha dicho la víspera: “Mañana estáis todos contratados” así que, sabiendo que ocurrió la víspera ¿a qué hora vais a llegar? Las respuestas son casi unánimes: “Eso ni se pregunta: si me van a pagar igual, llegaría a trabajar justo una hora antes de acabar la jornada” “Yo también llegaría lo más tarde posible”… Solo Santiago el Menor (ese cojo tan desvalido de la serie) da una respuesta diferente: “Pues a mí, eso de que salten por los aires los méritos me ha gustado mucho, así que yo llegaría al amanecer y le diría al dueño:  “-No me pagues este tiempo de más, quiero probar a qué sabe eso de tener el corazón bueno como el tuyo…

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Como los guionistas tenemos que presentar distintas opciones, se puede elegir entre estas reacciones de Jesús:

  • CLÁSICA: “Enhorabuena Simón, hijo de Alfeo, porque eso no te lo han revelado ni la razón ni el cálculo, sino mi Padre que está en los cielos. Dichoso tú porque has escapado como un pájaro de la trampa de los cazadores de méritos…
  • SAPIENCIAL: Eres un verdadero sabio, Santiago… Has dejado atrás la suficiencia de quien trata de asegurar su vida sobre su propio esfuerzo. Ahora caminas libre en la tierra de la gracia, esa que no se consigue sino que se recibe…
  • CÓMPLICE: Santi, chaval, no sabes la alegría que me das. Qué alivio que al menos uno de este grupo de colegas tuyos tan zoquetes -no me explico cómo puedo quererles tanto-, empieza a enterarse un poco de por dónde voy… Vamos a tomarnos un vino para celebrarlo…”

Hasta aquí mis propuestas finales de guion. Pero si no les gustan, tengo otras.

IMG_7684Dolores Aleixandre:

Jubilada feliz. Encajando el envejecer con cierto garbo (de momento). Convencida de la fuerza de la Palabra y de la bondad última de las personas. Adicta a la Biblia y a contársela a otros. Agradecida a la vida, al cariño de tantos amigos y al sentido del humor. Aficionada al cine, a la música polifónica y a Gomaespuma. Lectora desordenada y escritora de vuelo corto. Orgullosa de ser columnista de alandar. Tratando de callarme más, rezar más y vivir más atenta al latido del corazón de Dios en el corazón del mundo.

Fuente Alandar

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Escucha… es el Otoño.

Viernes, 23 de octubre de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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“Presta pues atención a la manera en la que escuchas ”
Lucas 8,18

Podríamos escoger privilegiar
lo que se dice bajo las palabras
o los gestos intercambiados.

A menudo hablamos para no escuchar
y la vida fluye al lado.

Pero los que saben escuchar jamás están solos.
Dan la palabra en lugar de confiscarla,
prefieren la hospitalidad a la vanidad.

El otoño es en este sentido parábola
del despejar con vistas a otro advenimiento.

¿La primavera podría tener lugar
si los árboles retuviesen sus hojas?

De su consentimiento depende la vida
y  su inmemorial renovación

*

Francine Carillo,
Hacia el inagotable

***

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¿Cómo leer la parábola del hijo pródigo desde una experiencia gay?

Martes, 16 de septiembre de 2014
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HIJO-PRODIGODel blog Homoprotestantes:

Esa fue la pregunta sobre la que estuve conversando hace unos días con un buen amigo… Su conclusión fue bastante contundente: “No le des más vueltas Carlos, muchos homosexuales se han alejado de Dios y viven una vida de excesos sexuales y sin sentido. La parábola es una invitación a volver a casa, a volver a Dios”. En aquel momento no pude darle una respuesta con demasiado sentido, sólo le dije que la suya no me satisfacía y que necesitaba pensarlo un poco más.

 Al llegar a casa volví a leer la parábola y a centrarme en el personaje del hijo pequeño, del hijo pródigo. Y quise dividir su experiencia en tres partes, para ver si veía conexiones con la experiencia de las personas gays o lesbianas que he conocido.

 Parte 1. “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: – Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde- Y les repartió los bienes”. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada…”[1].

 Si identificamos al padre que aparece en la parábola con la familia o el entorno más próximo de la persona lesbiana o gay, o si lo hacemos con Dios o el entorno religioso al que pertenece, creo que la parábola tiene poco que ver con la experiencia lésbico-gay mayoritaria. La identidad que dan los conceptos gay y lesbiana, el espacio que crean para la propia autocomprensión, y el mundo simbólico que generan para la vida de tantas y tantas personas; no han sido recibidos dentro del entorno familiar ni religioso. Las herencias maternas/paternas han sido diversas, y cada lesbiana o gay podría explicar lo que le tocó en el reparto, pero nunca he conocido a nadie a la que su familia o su experiencia religiosa le dejara en herencia una autocomprensión satisfactoria de su ser gay o lesbiana. Más bien esta identidad se ha construido en oposición, confrontación, o como mínimo en ausencia de ellas.

 Por otra parte, en la parábola se habla de un desplazamiento voluntario del hijo pródigo, una huída, una marcha en busca de experiencias nuevas. El hijo pródigo se siente autosuficiente y piensa que no necesita de su padre ni de su hermano. La herencia recibida basta para encarar la vida con completa libertad. De nuevo encuentro diferencias importantes con la experiencia mayoritaria de gays y lesbianas. Las personas homosexuales que he conocido viven mayoritariamente desplazadas de su entorno familiar y religioso inicial, pero no de forma voluntaria, sino obligada. En una parábola con un hijo pródigo gay o una hija pródiga lesbiana, el Padre o Madre les echaría de su casa desde el primer momento. La forma de estar en el mundo, para las personas homosexuales tiene más que ver con el desplazamiento forzado a un lugar no escogido voluntariamente, que con la marcha de un hijo inconsciente tras un espejismo de felicidad.

 Identificarse como gay o lesbiana, tener la herencia paterna en las manos, no significa hoy lo mismo que hace unos cuantos años: me refiero al ostracismo y la discriminación. Pero indudablemente la identificación sigue sacando a la mayoría de su casa paterna, del lugar que la familia y la religión tenían pensado para él o ella. Una experiencia que se aleja de la que encontramos en esta parábola pero que tiene mucho en común con la de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús, que dejaron la casa del padre/madre en busca de una vida más plena.

 Parte 2. “El hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició su herencia viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo. -¡Cuantos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a buscar a mi padre-[2]”.

 Si pensamos en las personas que viven dentro del armario, el país construido para ellos y ellas por la heteronormatividad es un lugar de engaño, marginalidad, culpabilidad, y donde el otro u otra queda reducida a lo puramente corporal, a lo sexual, a un objeto de satisfacción temporal del deseo reprimido. Es posible que la hacienda de cerdos que apacentaba el hijo pródigo refleje esta experiencia. Un lugar creado para culpabilizar y oprimir a quienes no acaban de marchar de la casa del padre, de la heteronormatividad obligatoria, y simplemente juegan a escaparse a veces a una hacienda próxima. En esos campos de cerdos es fácil sentir que la única opción viable es resignarse y volver a la casa del padre, aun sabiendo que jamás se podrá formar parte de ella y que muy pronto la necesidad de volver a escapar se hará presente. Hay muchos jornaleros que tienen pan de sobra en la casa paterna, pero el pan que reciben no podrá nunca saciarnos. Podemos leer la parábola como una invitación a la resignación, pero en mi opinión la parábola no habla de resignación, sino de redescubrimiento del amor del Padre y su perdón ilimitado.

 El hijo pródigo se marchó lejos de allí, lejos de la casa del padre, algo que creo sí tiene mucho que ver con la experiencia lésbico-gay de la mayoría de personas que viven su diferencia sin esconderse, personas para las que su orientación sexual integra la faceta sexual, pero también muchas otras, como la afectiva, espiritual, familiar, laboral… Se alejan del mundo creado para ellos, el de la heteronormatividad o el de la homosexualidad armarizada, para construir otro mundo lejos del anterior. La homosexualidad por sí misma no crea mundos perfectos, así que es posible que como en cualquier otro, las personas que lo integran tengan que lidiar con miedos, incongruencias, errores, etc.  Pero identificar los espacios de vida construidos por las personas lesbianas y gays con un lugar de vida disoluta, creo que sólo puede hacerse desde la homofobia, sea esta heteronormativa o interiorizada.

 El mundo creado por las personas lesbianas y gays tras la marcha de la casa del padre es más bien un lugar de búsqueda de sentido y de comprensión de lo que uno mismo y una misma es más allá de la definición que se recibía en la casa paterna/materna. El desplazamiento ha sido forzado, pero algunas y algunos han hecho de este desplazamiento una oportunidad para construir una nueva casa materna/paterna donde poder vivir, con todas sus limitaciones, felices y en paz. No son casas perfectas, son espacios de vida, y por lo tanto están sometidos a imperfección, pero al menos ofrecen lo que la casa del padre no fue capaz: un lugar donde sentir que estás viva o vivo. Un lugar donde poder respirar, donde poderse perdonar, donde atreverse a ser uno mismo o una misma.

 Parte 3. “Entonces se levantó y fue a buscar a su padre…. El hijo le dijo: -Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo[3]”.

 Seguro que como el hijo pródigo algunas lesbianas y gays desean volver a casa de su padre. Probablemente tras su lucha por el matrimonio igualitario, por tener hijos e hijas, o por construir nuevas comunidades inclusivas, había en algunas lesbianas y gays una petición inconsciente de perdón a la heteronormatividad. Es posible que en algunos casos sean acertadas las críticas de quienes piensan que las lesbianas y los gays han sucumbido al poder del patriarcado y que ya no ofrecen una propuesta alternativa creíble. Quizás es cierto que a veces se cae en la necesidad de ser un gay o una lesbiana ejemplar en la familia, el trabajo o la iglesia para pedir perdón por no estar a la altura de las expectativas. Tal vez haya personas que poniendo banderas rainbow de vez en cuando en sus iglesias, diciendo que Jesús nos ama a todas  y todos, o formando una familia respetable, crean que han construido una nueva casa materna/paterna; aunque la realidad sea que no se han atrevido a salir de aquella en la que viven oprimidas.

 Y aunque creo importante hacer una reflexión sobre todo esto, estoy convencido de que la mayoría de lesbianas y gays no han caído en ese error y que ni han vuelto, ni tienen intención de volver a la casa del padre sino que más bien han construido la suya propia. Es cierto que muchas parejas heterosexuales también intentan dejar atrás la carga del patriarcado, pero sin duda están en clara desventaja con las parejas formadas por personas del mismo sexo: los roles y expectativas son muy diferentes. Una pareja de personas del mismo sexo no repite el patrón patriarcal, en esencia es imposible. Estaban en lo cierto quienes decían que no se podía llamar matrimonio a dos personas del mismo sexo, porque defendían una visión del matrimonio basada en un reparto tradicional de roles y en la desigualdad de quienes forman la pareja. Pero se olvidaban que también tenían que llamar de otra forma a todas aquella parejas heterosexuales que, con un esfuerzo aún mayor, intentan escapar del modelo patriarcal en el que habían sido educadas.

 Las familias formadas por lesbianas y gays, con o sin hijos e hijas, no son una petición de perdón al padre, sino más bien una nueva casa materna/paterna donde se ha cambiado la esencia misma que le da sentido. De la ley de la sangre que daba cohesión a la familia patriarcal, se ha pasado a la ley del amor que constituye y da sentido a las familias de lesbianas y gays. Y del reparto tradicional de lo que cada miembro de la familia debe hacer y lo que se espera de él y ella, se ha pasado al valor de la diversidad y el respeto a la diferencia. Tienen suerte los niños y niñas que se educan en estas nuevas casas, puesto que evidentemente serán más libres del poder patriarcal. Son afortunados de vivir lejos de las últimas remodelaciones de la casa patriarcal, porque esas remodelaciones no cambian la esencia de lo que en realidad es: un lugar de poder masculino heterosexual.

 En cuanto a las nuevas comunidades inclusivas que nacen tras huir de las comunidades para heterosexuales creo que todavía es pronto para saber si son sólo una forma de pedir perdón y volver tras el poder del dios padre heterocentrado, o si por el contrario son espacios capaces de generar un nuevo lugar de libertad donde las personas lesbianas y gays viven su espiritualidad de forma plena y desde lo que ellas y ellos sienten, viven y son. Creo que es difícil sacarse de un plumazo el veneno recibido durante tanto tiempo, pero veo indicios claros de que se quieren construir comunidades realmente más evangélicas donde no sólo se aceptan a personas lesbianas y gays, sino que se entiende que las diferentes formas de ser lesbiana, gay, bisexual o heterosexual pueden aportar a la comunidad y pueden ayudar a ver el evangelio bajo otros matices y acentos. El Dios que transmiten quienes forman estas comunidades tiene todavía que desprenderse de muchos prejuicios con el que la heteronormatividad lo ha envuelto; no basta con anunciar a un Dios que nos ama como somos. Es necesario descubrir como ese Dios se manifiesta en la forma de amar, de ser y de sentir de gays y lesbianas. Y es importante también atreverse a mirar a Dios directamente desde lo que somos, y no a través de lo que nos han dicho que deberíamos ser. Sólo así las nuevas comunidades inclusivas serán nuevas casas maternas/paternas donde Dios se revele de forma más plena.

 Las cristianas lesbianas y los cristianos gays somos llamados a seguir el camino de Jesús. Un camino que le llevo de la casa patriarcal de José, María y sus hermanos y hermanas, a una nueva casa que construyó junto a sus discípulos y discípulas. Una nueva casa donde los valores patriarcales fueron sustituidos por los valores del Reino y donde el amor es la medida de todas las cosas.

 Carlos Osma

 [1] Lc 15, 11-13

[2] Lc 15, 13-18.

[3] Lc 15, 20a-21

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