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Entradas Etiquetadas ‘Papa’

Ha fallecido Benedicto XVI (Joseph Ratzinger)

Sábado, 31 de diciembre de 2022
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T
en compasión de mí, oh Dios,

conforme a tu gran amor;
conforme a tu inmensa ternura,
borra mis transgresiones.
Lávame a fondo de mi culpa
y límpiame de mi pecado.

*

Salmo 51:1-2

***

Desde este blog en el que tantas veces tuvo que aparecer por sus posiciones poco empáticas, por decir algo en estos momentos, acerca de las personas LGTBI+ para las que fue de una gran dureza, tanto siendo Ratzinger como Benedicto, nos unimos al pesar de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Católica Romana ante el fallecimiento de quien fue su cabeza durante 7 años. Se definió a sí mismo como “un simple y humilde trabajador en la viña del Señor”. No se lo discutimos pero cuántas ovejas se perdieron o fueron expulsadas…

Que descanse en Paz, que el Señor de la Misericordia le de el descanso eterno…

+++

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El emérito falleció a las 9,34. El día 2 su cuerpo será venerado por los fieles en San Pedro

Muere Benedicto XVI, el Papa que se atrevió a renunciar

Muere Joseph Ratzinger, el Papa de hierro que se atrevió a renunciar al trono del Vaticano

Estos fueron los hitos del pontificado de Benedicto XVI

Fotogalería | La vida del Papa, en imágenes

Juan Antonio Estrada: “Ratzinger fue un teólogo abierto durante el Concilio y luego se convirtió en un tradicionalista que combatía ideas que había defendido antes”

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Juan Zapatero: “De la silla gestatoria a la silla de ruedas.”

Viernes, 30 de septiembre de 2022
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0A388C0C-ED37-4715-B318-FF323199660EC20D94B4-DE7C-43C9-BE91-846B8F86F513No se trata de un tema de sillas sin más, sino del significado que, en algunos casos, puede llegar a tener la forma de las mismas y la manera de utilizarlas.

Todos sabemos que su finalidad en general no es otra que la de servir de asiento y favorecer el descanso. Ahora bien, el transcurrir de la historia nos enseña que no siempre la silla ha tenido semejante finalidad ni mucho menos; y, por tanto, no era ni es precisamente el descanso lo que se buscaba ni se busca muchas veces cuando alguien se sentaba y se sienta en ella; y si no que se lo pregunten a emperadores, reyes, príncipes y soberanos en el mundo secular, y también a papas, cardenales, arzobispos, obispos y abades en el ámbito eclesial.

En ambos casos, muchas veces o la mayoría de ellas, la silla junto a la posición de la misma, para ser más precisos, denotaba siempre, lo digo en pretérito porque lo hacía de manera más incisiva entonces, una situación de privilegio, pero también desde una capacidad de poder y de influencia. Para ello la silla del mandatario solía estar en posición más elevada que la de la persona “vulgar“, en el caso que esta la tuviere, claro, porque lo propio es que estuviera de pie o de rodillas ante el “señor” o ante la “dignidad eclesiástica” de turno.

Pues bien, dejando de lado lo relativo al “mundo” en este tema, quiero plasmar en estas líneas algunos de mis sentimientos sobre la evolución, y de qué manera, experimentada en algunos casos, que no en todos por desgracia, por parte de la silla en la Iglesia. Claro que, todo hay que decirlo, para justificar ciertas actitudes de predominio, poder o influencia sobre los fieles se ha dotado a la silla de un sentido de sacralidad de donde emana la verdadera doctrina que proviene de lo “alto“; aplicándola, para ello, el concepto de “cátedra“.

Sólo cuarenta y cuatro años separan a dos sillas en la Iglesia, que son como dos paradigmas totalmente diferentes en cuanto a la manera de ver y de entender la propia Iglesia. Digo “sólo” porque, si tenemos en cuenta la duración de la misma hasta hoy, en cuanto al tiempo, tendríamos que retrotraernos al siglo primero de nuestra era para datar el origen, a pesar de que fuera en el siglo cuarto cuando quedó verdaderamente institucionalizada, supone ciertamente una nimiedad, temporalmente hablando.

En primer lugar, he vuelto a visionar, repasando hemerotecas del pasado, imágenes muy llamativas de un Papa de por sí ya hierático y majestuoso, en su actuar y en su porte exterior, como fue Pío XII. Si no he leído mal, algunas de dichas imágenes hacen referencia a un momento muy importante, a nivel de Iglesia, del año mil novecientos cincuenta, concretamente al uno de noviembre, cuando definió el dogma de la Asunción. Como bien sabemos, hablar de dogmas es hablar de palabras mayores, pues significa dar por zanjado de manera definitiva cualquier tipo de duda, discusión y menos aún negación, respecto a lo definido por el Papa. No puedo por menos de pensar que, cuando el contenido es de una enjundia tal, el boato y la apariencia exterior que acostumbran a acompañar al Papa ayudan mucho a que todo lo anterior quede zanjado de raíz y para siempre. ¿Cómo se le puede discutir a un Papa cuando dice hablar en nombre de Dios y representar de manera directa a Jesucristo en la tierra? Más aún, ¿cómo discutirlo cuando el boato con que aparece le sitúa en un estatus inmensamente superior al que pudiera poseer la más alta dignidad humana? Un boato representado principalmente en la tiara como signo de poder, pero sobre todo en la silla gestatoria como signo de dignidad que, a su vez, es portada por hombres que consideran estar realizando la tarea más excelsa que puede llegar a hacer cualquier ser humano en la tierra.

Si bien es cierto que otrora su poder temporal fue inmenso, no lo es menos el hecho que, a nivel moral y de dominio de las conciencias en los años del pontificado al que me refiero, permanecía casi intacto. Eran tiempos anteriores al concilio que convocaría su sucesor, Juan XXIII; una iglesia de cristiandad, donde lo jurídico prevalecía sobre lo pastoral, siendo a su vez la jerarquía la única poseedora de la verdad revelada; era una Iglesia, en definitiva, en la que al pueblo y a los laicos solo les quedaba escuchar y obedecer; una Iglesia cuyo cabeza visible era identificada más con un jefe de estado que con el pastor de un rebaño. La silla gestatoria no solo estaba más que justificada en un contexto semejante, sino que incluso se veía como algo propio y, si se me permite, casi necesario de tal dignidad.

En el viaje que el Papa Francisco hizo a Canadá en el mes de julio de este año (peregrinación penitencial, como él mismo calificó), pudimos ver a un hombre, a pesar de llevar en sus espaldas la condición de jefe de estado (seguro que, maldita la gracia! según él) humilde interiormente y en actitud de pedir perdón; a nivel exterior las imágenes eran elocuentes: un anciano dolido, con los achaques propios de la edad y necesitado de que alguien empujase la silla de ruedas en la que iba sentado para poder trasladarse de un lugar a otro; vaya con las mismas carencias físicas que muchas otras personas de su edad.

Francisco no iba como poseedor de la verdad única, pues la misión principal del viaje residía en el hecho de pedir perdón a los indígenas por todo el mal que la Iglesia, entre otros, les había causado. Francisco no fue a imponer una manera de vivir como la única y verdadera; fue a decirles que los abusos padecidos por sus antepasados constituyeron una grandísima ofensa contra el Dios que ama la vida.

Y todo ello desde su debilidad física y su necesidad interior de escuchar a otros hermanos con maneras diferentes de vivir, pero, no por ello, menos cercanas a la manera que Jesús enseñó y testimonió.

Se trata de otra manera de hacer Iglesia que busca ofrecer en vez de imponer, que busca dialogar en vez de dictar sentencia, que se sabe necesitada en vez de considerarse autosuficiente y poderosa; una Iglesia, en definitiva, que se esfuerza por estar más cerca del Evangelio y más alejada del Derecho Canónico.

Es la Iglesia de un Papa en una silla de ruedas que necesita, por ello, a otra persona para que lo lleve hasta donde se encuentran los últimos, los preferidos de Dios, sabiendo que solamente de esa manera puede llegar hasta ellos.

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

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Pascua desde los ojos niños

Viernes, 22 de abril de 2022
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Del blog de Pedro Miguel Lamet:

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¿Dónde está el papá divino?

Nada mejor que celebrar la Pascua desde los ojos abiertos y puros de un niño, nuestro niño, el que fuimos y volveremos a ser de nuevo en la casa del Padre.

Hay un breve poema del colombiano Rafael Pombo titulado “El alma y el niño” y publicado nada menos que en 1873, que dice mucho más que grandes tratados de teología:

«¿Dónde está Papá Divino?
Preguntó a su niño el ama;
Te daré un dulce en la cama
Si me respondes con tino».

Y él, con sonrisa de cielo.
Repúsole: «Y yo, bah! bah!
Te daré un rizo de pelo
Si dices dónde no está».

Los niños están continuamente contemplando el rostro de Dios, porque aún viven dentro de él. Antes de que los maliciemos son ángeles que nos devuelven la esperanza en el ser humano, porque viven cerca de nuestro origen, la luz de donde salieron: el “Papá Divino”. Por eso, nada mejor que celebrar la Pascua desde los ojos abiertos y puros de un niño, nuestro niño, el que fuimos y volveremos a ser de nuevo en la casa del Padre. Mientras, de camino, Jesús nos propone la tarea para pertenecer a su reino y resucitar, retornar al niño.

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¿Cómo entender el Papado? (Algunos apuntes de orden histórico), por Eduardo Hoornaert

Sábado, 3 de julio de 2021
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Nada más concluir el concilio Vaticano II hubo intensas discusiones sobre el papado. Muchas de ellas tuvieron eco en las páginas de la revista «Concilium» a lo largo de la década de 1960. De esos debates quedó la convicción de que es necesario conocer mejor la historia del papado, para evitar los anacronismos (proyectar al pasado las situaciones presentes) y las afirmaciones desprovistas de base histórica que permean el discurso acerca del gobierno central de la Iglesia católica. Ante un tema que toca puntos neurálgicos del sistema católico y de la sensibilidad católica, me parece importante anotar aquí algunos puntos básicos que suelen hacerse presentes cuando se habla sobre el papado.

1. Pedro en Roma

El obispo Eusebio de Cesarea, teórico de la política universalista del emperador Constantino, en el siglo IV, redactó para las principales ciudades del imperio romano listas de la sucesión de obispos, en el intento de adaptar el sistema cristiano al modelo sacerdotal romano. Lo hizo de una forma bastante aleatoria. Así, escribe, por ejemplo, que Clemente fue ‘el tercer obispo de Roma’, después de Lino y Anacleto. Conocemos a Clemente romano por sus cartas, pero nada sabemos acerca de Lino y de Anacleto. Nadie sabe de dónde sacó Eusebio esos nombres, trescientos años después de los acontecimientos.

Para dar consistencia a su tesis de que Pedro es el primer papa, Eusebio escribe, en el segundo libro (14,6) de su ‘Historia eclesiástica’, que el apóstol Pedro viajó a Roma al comienzo del reinado de Claudio, o sea, alrededor del año 44. ¿Qué dicen los escritos de Nuevo Testamento sobre eso? En Hechos de los apóstoles (12,17) se dice que Pedro, en el año 43, salió de Jerusalén y ‘fue a otro lugar’, sin especificar cuál. Los mismos Hechos relatan que Pedro está en Jerusalén en el año 49, con ocasión de la visita de Pablo. Nada se dice sobre la actuación del apóstol entre los años 43 y 49. Lo más probable es que haya viajado a Samaria como exorcista, pues los Hechos relatan su disputa con otro exorcista, de nombre Simón el Mago, que actuaba en aquella región. En fin, las fechas propuestas por Eusebio no se combinan con lo que los Hechos de los apóstoles nos narran.

Los historiadores hoy concuerdan en decir que Eusebio es un historiador sospechoso, pues está involucrado en un proyecto que tiene como finalidad articular la política imperial en su relación con el cristianismo, y contar el movimiento cristiano ajustándolo a un modelo dinástico de tipo romano. Eusebio proyecta la imagen de la Iglesia del siglo IV hacia el pasado. Por ejemplo, proyecta la repartición territorial de las áreas de influencia (diócesis) –repartición que forma parte de la administración romana– a los primeros tiempos del cristianismo, sin ninguna base historiográfica. En los capítulos 4 a 7 de su Historia Eclesiástica, elabora listas de obispos monárquicos que se remontan hasta los apóstoles. En todo ello aparece la intención de asimilar las estructuras cristianas a la organización imperial de la época.

Concluyendo, podemos decir que no hay base histórica para la afirmación de que Pedro haya estado en Roma, y con eso cae uno de los principales fundamentos del discurso oficial sobre el papado.

2. ‘Tu eres Pedro’

índiceHoy, las palabras ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’ figuran, con enormes letras, en el interior de la cúpula de la basílica de San Pedro, en Roma. Hay que recordar que se trata de un versículo aislado del evangelio de Mateo. Sin embargo, el sentido del versículo sólo aparece cuando es leído en el contexto, o sea, dentro de la secuencia de cuatro versículos: Mt 16,16-19. El historiador ortodoxo Meyendorff [1] muestra cómo esos versículos han sido entendidos en los siglos anteriores a Constantino y a la alianza entre las jerarquías cristianas y las autoridades del imperio romano.

Se trata, según el historiador, de un elogio de Jesús dirigido a Pedro. Cuando éste afirma que Jesús no es un profeta entre otros, sino el ungido de Dios, Pedro muestra que Jesús no sigue la tradicional manera de actuar de los profetas del Antiguo Testamento, que amenazaban e intimidaban a las personas hablando de la ira de Dios por causa de los pecados y de la necesidad de penitencia. Pedro entiende que Jesús, que no amenaza ni condena, sino que apunta hacia el Reino de Dios, la gracia, la misericordia, el perdón, es diferente. Debe ser el ungido de Dios tan esperado, piensa él. Y Jesús elogia a Pedro por expresar de forma tan feliz la novedad que él mismo viene a traer. Es como si quisiese decir: “tú captas mi intención, tú eres la piedra sobre la cual pretendo construir mi Iglesia, si todos entendiesen lo que tú dices aquí, mi Iglesia estaría bien fuerte”.

Eusebio de Cesarea y los demás teólogos comprometidos con la ideología imperial romana no leen el versículo 18 en su contexto, sino que lo aíslan de los demás versículos (16-19) y con ello dan un significado diferente a las palabras de Mateo.

Hoy Eusebio ha de ser severamente criticado (así como los que lo siguen en la exégesis de Mt 16,18), pues la exégesis actual es taxativa en afirmar que no se puede aislar un texto de su conjunto literario y transformarlo en un oráculo. Para quien lee los evangelios contextualmente queda claro que no dan pie para imaginar que Jesús haya planeado una dinastía apostólica de carácter corporativo, basada en sucesión de poderes.

3. La religión del pueblo (y de los papas)

Más y más me convenzo de que el camino cierto, para analizar el papado, consiste en prestar atención a la religión del pueblo. La palabra ‘papa’ (pope) pertenece al griego popular del siglo III y es un término derivado de la palabra griega ‘pater’ (padre). Expresa el cariño que los cristianos tenían hacia determinados obispos o sacerdotes. El término penetró en el vocabulario cristiano, tanto de la Iglesia ortodoxa como de la católica. En el interior de Rusia, hasta hoy, el pastor de la comunidad es llamado ‘pope’. La historia cuenta que el primer obispo en ser llamado ‘papa’ fue Cipriano, obispo de Cartago entre 248 y 258, y que el término ‘papa’ sólo apareció tardíamente en Roma: el primer obispo de aquella ciudad en recibir oficialmente ese nombre (según la documentación disponible) fue Juan I, en el siglo VI.

Entre nosotros no se ha concedido la debida atención a la religión popular en la construcción del cristianismo. Es un dato implícito a toda la historia de la Iglesia, pero que pasa ampliamente desapercibido y sin comentario. Ello proviene, en parte, del hecho de que, hasta hace poco tiempo, la historiografía cristiana estaba principalmente basada en el estudio de fuentes escritas. Ahora bien, esas fuentes prácticamente nunca abordan la religión del pueblo. Por lo demás, es la regla general: los intelectuales no acostumbran a mostrar interés por lo que ocurre en medio del pueblo común y anónimo.

La ‘plebe’ no consigue la atención de filósofos como Platón, Aristóteles, Cicerón o Séneca, ni de intelectuales prominentes como Galeno, Plotino o Marco Aurelio. Ni siquiera autores cristianos como Justino, Ireneo, Tertuliano, Cipriano, Clemente de Alejandría u Orígenes, describen lo que ocurre entre cristianos comunes. En definitiva, ellos también pertenecen a la élite letrada. Hoy existen ciencias que nos revelan la vida vivida de aquellos tiempos, más allá de los escritos, como la arqueología y la “iconografía”, o sea, el estudio del arte cristiano.

El estudio del arte cristiano en el transcurso del siglo IV muestra que prácticamente todo lo que se cuenta sobre Pedro proviene de la religión popular. En la época de la construcción de las primeras basílicas cristianas (segunda parte del siglo IV), fueron invitados artistas que trabajaban con mosaicos para cubrir las paredes de escenas relativas a los evangelios y a la vida de la Iglesia. Así, aparecieron las más variadas imágenes de Pedro: crucificado cabeza abajo, con las llaves en la mano, pescador, asegurando en la mano derecha la maqueta de alguna nueva Iglesia, con vestidos sacerdotales romanos (alba, estola, manípulo…), con la tiara persa o la mitra mesopotámica (de la liturgia del dios Mitra) en la cabeza, con su barco (que nunca se hunde), su red (que pesca hombres), su sello, su cátedra (la Santa ‘Sede’).

Pero la imagen que aparece con más frecuencia es la de la tumba de Pedro, al lado de la tumba de Paulo. Efectivamente, el papa es antes de nada visto como el guardián de las tumbas de Pedro y Paulo. Una tradición romana muy antigua cuenta que Pedro fue martirizado en el monte Vaticano y que Pablo lo fue ‘fuera de los muros’ de la ciudad. Desde muy pronto se registran ‘romerías’ a las tumbas de los apóstoles-mártires, Pedro y Pablo [2]. Sin documentación que probase la veracidad de la presencia de Pedro y Pablo en Roma, las historias sobre ambos proliferan en Roma. Ya en el siglo II, ir a Roma significa ir a visitar las tumbas sagradas, como se comprueba en los escritos de Justino e Ignacio de Antioquía.

El papa Pío XII todavía trató de reavivar la tradición de estas romerías por medio del ‘año santo’ de 1950, que fue un éxito, y más tarde, en 1956, mandó ejecutar excavaciones en un cementerio antiguo descubierto en 1956 bajo un garaje en construcción en el Vaticano. En ese cementerio eran enterradas personas pobres, esclavos y libertos, hasta en los siglos IV y V. El papa esperó encontrar ahí señales de la tumba de Pedro, pero las obras fueron suspensas por falta de evidencias[3].

Todo ello indica que la institución cristiana, tal como funciona concretamente, puede ser considerada una creación de la religión popular. Para los obispos, no es tan fácil aceptar eso, pero no hay cómo escapar de la evidencia. Todos sabemos que el pueblo sostiene financieramente a la jerarquía (de una u otra forma) y que él es quien confiere prestigio y honorabilidad a obispos y papas. En definitiva, ¿qué sería del papa si ya nadie saliese de casa para ir a verlo y aclamarlo?

Interesante observar que los propios papas tienen su ‘religiosidad’. Hasta ahora, ningún papa se ha atrevido a adoptar el nombre de Pedro. Sólo tardíamente, en el siglo VI, un papa adoptó el nombre de Juan, y sólo en el siglo VIII apareció el primer Pablo. Hay muchos detalles interesantes en ese sentido, que no menciono aquí por falta de espacio, pero que el lector puede investigar en google.

4. La lucha por la hegemonía

450_1000A partir del siglo III se desencadenó entre los obispos de las cuatro principales metrópolis del imperio romano (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Roma) una dura lucha por el poder. Fue particularmente dramática en la parte oriental del imperio, donde se hablaba griego. Los obispos en litigio fueron llamados ‘patriarcas’, un término que acopla el ‘pater’ griego con el poder político (‘archè’, en griego, significa ‘poder’). El ‘patriarca’ es al mismo tempo ‘padre’ y ‘líder político’. Al principio Roma participaba poco en esta disputa, por quedar lejos de los grandes centros de poder de la época, y por usar una lengua menos universal (sólo usada en la administración y en el ejército del sistema imperial romano), el latín. Por su parte, Jerusalén, ciudad ‘matriz’ del movimiento cristiano, quedó fuera de la escena, por ser una ciudad de poca importancia política.

En el año 330 Constantinopla se autoproclama la ‘segunda Roma’, un título aceptado por los obispos en el año 381, con ocasión del concilio de Constantinopla.

De entonces en adelante, el poder divino (ejercido por Pedro) actúa en la ‘nueva Roma’, o sea, en Constantinopla. Fortalecidos por ese consenso, los patriarcas de Constantinopla se implican cada vez más en asuntos internos de las demás Iglesias, un proceso que culmina en Calcedonia (451), cuando Constantinopla nombra obispos para Antioquía y Alejandría. La idea de la transferencia del ‘poder de Pedro’ todavía tiene acogida favorable en el siglo XVI; cuando el patriarca Jeremías II Tranos, de Constantinopla, viaja a Rusia (1589), impresionado por el vigor del cristianismo en aquel país, y hace de Moscú una ‘tercera Roma’. Enseguida, la ciudad se convierte en un centro de peregrinación. Así como los francos y germanos peregrinan a Roma, los eslavos y rusos peregrinan hacia Moscú. La identificación entre el imperio romano, su memoria, sus símbolos, sus ritos, sus vestimentas y ceremonias, y los imperios bizantino, carolingio, ruso y católico es algo que salta a la vista del historiador. Efectivamente, ‘el mundo gira, pero la cruz permanece’ [4].

5. Durante siglos, Roma busca el poder

El patriarca de Roma, que al principio no ocupa un papel destacado en la lucha por la hegemonía sobre toda la cristiandad, no deja de hacer valer su poder en la parte occidental del imperio, desde muy pronto. Ya en el siglo III el ya citado obispo Cipriano, de Cartago, reacciona con energía ante las pretensiones hegemónicas del obispo de Roma, y repite que entre los obispos ha de reinar una ‘completa igualdad de funciones y de poder’. Pero la historia avanza inexorablemente. Con tenacidad, los sucesivos patriarcas de Roma consiguen ampliar su ascendencia sobre las demás Iglesias de Occidente. Es una larga historia, de la cual apunto aquí apenas algunos momentos más decisivos [5].

Pienso que es importante recorrer las sucesivas etapas, pues de ese modo resulta más fácil comprender que el papado es una construcción histórica condicionada por el tiempo y por el espacio, como todo lo que el ser humano hace. Y todo lo que el ser humano construye puede ser de-construido, remodelado u substituido por algo que sea más adecuado a las exigencias del momento.

– Hasta el final del siglo III el papado no interviene en las decisiones tomadas por las reuniones de los obispos. Ellos son libres y soberanos. Pero ya se anuncian problemas en el horizonte.

– La misma actitud perdura en la primera parte del siglo IV. Los obispos locales mantienen su independencia ante Roma, aunque siempre manifiesten respeto para con el patriarca de Roma. Así, en las reuniones episcopales de Arles (314), Nicea (325) y Sárdico (342). Cuando se produce alguna cuestión especial, el obispo de Roma es notificado, nada más. Los patriarcas Silvestre y Liberio no interfieren en las decisiones tomadas  en las reuniones de obispos (concilios).

– Las cosas comienza a cambiar en la segunda parte del siglo IV. Los patriarcas romanos Damasio (366-384) y Sirico (384-399) se muestran muy desinhibidos y atribuyen a Pedro (y sus sucesores) títulos de la nomenclatura religiosa romana, como ‘sumo pontífice’, ‘príncipe (de los apóstoles)’, ‘vicario (de Cristo)’. Obispos como Basilio y Ambrosio no aprueban las maniobras romanas, pero aun así, los patriarcas romanos avanzan en busca de control sobre los obispos.

– Con Inocencio I, al inicio del siglo V, avanza el proceso de la romanización de la Iglesia cristiana en Occidente. Inocencio interviene sistemáticamente en los asuntos de Iglesias locales de Francia, España e Iliria (región balcánica), exige informes, se reserva la última decisión… A las reuniones episcopales de Cartago y Mileve (sobre el pelagianismo), él manda decir que un problema sólo puede resolverse pasando por Roma. Celestino I sigue el mismo camino y resuelve soberanamente el caso de Nestorio (de Alejandría), y envía como delegado a Cirilo de Alejandría al concilio de Éfeso (431). Una vez más, los obispos y los teólogos reaccionan. Incluso Agustín no está de acuerdo, aunque se diga que él sea autor de la frase ‘Roma hablada, causa acabada’ [6]. Agustín mantiene la idea tradicional: la autoridad romana ha de respetar la soberanía de los concilios episcopales. El primado del obispo de Roma es solamente honorario.

– Pero el proceso de la centralización romana continúa. León I intensifica la mística petrina, y principalmente la mitología en torno a la imagen de Pedro. Tiene la osadía de afirmar que su autoridad (la ‘plenitud del poder’ [7]), proviene directamente de Cristo. El ‘vicario de Cristo’ es el ‘príncipe de los apóstoles’; no es el ‘primero entre los iguales [8]’ (como decía Eusebio), ni una autoridad ‘honoraria’ (como decía Agustín).

En los concilios realizados en España, Italia del Norte y de África del Norte, León actúa como jefe absoluto e interviene hasta en detalles mínimos. Incluso en Oriente se atreve a interferir. En la controversia monofisita, desprecia la intervención del patriarca de Alejandría y manda sus propios legados, transmite órdenes a los padres conciliares reunidos en Calcedonia y declara nulas las decisiones que no le agradan. Esa postura autoritaria impresiona mucho a los contemporáneos, que conservan cuidadosamente su correspondencia, que pasa a constituir la base de la teoría papal vigente hasta nuestros días.

– La victoria definitiva del papado llega con Gregorio Magno, que crea en Lerins, en la actual Francia, una escuela de ‘aristócratas episcopales’ para establecer la organización eclesiástica en el sur de Galia. Intelectual de renombre, Gregorio inicia los tiempos gloriosos de Roma. Su figura puede ser colocada a la altura de otros exponentes da ‘aristocracia episcopal’, como Ambrosio, protagonista da supremacía de la Iglesia sobre el Estado; o Agustín, al mismo tempo ‘padre de la inquisición’ y genial teólogo; o Juan Crisóstomo, orador de renombre, o también Cirilo de Alejandría, fundador de la tradición teológica griega.

– El camino queda abierto. Después de la exitosa alianza con el emergente poder germánico en Occidente (Carlomagno, año 800), los papas romanos elevan cada vez más el tono de su voz y, con ello, sus relaciones con los patriarcas orientales (principalmente con el patriarca de Constantinopla) se hacen cada vez más tensas. El cisma de 1054 viene a cerrar una evolución de siglos. Se rompe la unidad del cuerpo cristiano y dos caminos se separan: el ortodoxo y el católico.

6. Roma en el auge del poder

Ahí comienza la historia de la Iglesia Católica Apostólica Romana propiamente dicha. Es una historia de siglos de éxito. Y ese éxito proviene principalmente de la diplomacia, o sea, del ‘arte de la Corte’ que Roma aprendió con Constantinopla. A lo largo de siglos, prácticamente todos los gobiernos de Europa occidental aprenden en Roma o por Roma ese arte. La diplomacia es un arte nada edificante, pero muy eficiente. Un arte que incluye hipocresía, apariencia, habilidad en saber lidiar con el pueblo, impunidad, sigilo, lenguaje codificado (inaccesible a los fieles), palabras piadosas (y engañosas), crueldad encubierta de caridad, acumulación financiera (indulgencias, amenaza del infierno, del miedo, etc.). La imponente ‘Historia criminal del cristianismo’, en 10 volúmenes, que el historiador K. Deschner acaba de concluir, describe con detalle ese arte eminentemente papal.

Es principalmente por medio del arte de la diplomacia como a lo largo de la Edad Media el papado cosecha éxitos fenomenales. Sin armas, Roma se enfrenta a los mayores poderes de Occidente y sale victoriosa (Canossa 1077). Como resultado, la Iglesia es afectada, al decir del historiador Toynbee, por la ‘embriaguez de la victoria’. El papa pierde el contacto con la realidad del mundo y pasa a vivir en un universo irreal, repleto de palabras sobrenaturales (que nadie entiende).

7. Roma al lado de los más fuertes

Con la llegada de la modernidad, el papado pierde paulatinamente espacio público. En el siglo XIX, principalmente durante el largo pontificado de Pío IX, la antigua estrategia de oponerse a los ‘poderes de este mundo’ ya no funciona. Ya no comporta más victorias, sólo registra derrotas. Entonces, el papa León XIII decide cambiar de estrategia, e inicia una política de apoyo a los más fuertes, estrategia que funcionará durante todo el siglo XX. Benedicto XV sale de la primera guerra mundial al lado de los vencedores; Pío XI apoya Mussolini, Hitler y Franco, mientras Pío XII practica la política del silencio ante los crímenes contra la humanidad, perpetrados durante la segunda guerra mundial a costa de incontables vidas humanas. Tras una breve interrupción con Juan XXIII, la política de apoyo silencioso a los ganadores (y de palabras genéricas de consuelo a los perdedores) continúa, hasta nuestros días.

8. El papado, un problema

Be_77DMhPor todo eso, se puede decir hoy que el papado no es una solución: es un problema. Pues el papa no es sólo un líder religioso, sino también un jefe de Estado. Cada vez aparece más claro cómo el papado es una excrecencia del episcopado. Ese episcopado registra, a lo largo de los siglos, páginas luminosas. Aquí, en América Latina hemos tenido, en los últimos tiempos, además de obispos mártires, como Romero y Angelelli, una generación de obispos excepcionales, entre los años 1960 y 1990. Es verdad que el Concilio Vaticano II avanzó la idea de la colegialidad episcopal, con la intención de fortalecer el poder de los obispos y limitar el poder del papa, pero no ha producido avances considerables, por lo menos hasta hoy. Aun así, hay que recordar que el catolicismo es mayor que el papa, y que la importancia de los valores vehiculados por el catolicismo es mayor que su actual sistema de gobierno.

Todo se resume en la siguiente pregunta: ¿‘puede la Iglesia católica subsistir sin papa?’ Es como preguntar ‘puede Francia subsistir sin rey, o Inglaterra sin reina, o Rusia sin zar, o Irán sin ayatolá?’. La propia historia da la respuesta. Francia no desapareció con la destitución del rey Luis XVI, e Irán ciertamente no se acabará con el fin del reinado de los ayatolás. El surgimiento del protestantismo en el siglo XVI demostró que el cristianismo puede subsistir sin papa. Se producirán ciertamente resiliencias y nostalgias, tentativas de vuelta al pasado, pero las instituciones no acostumbran a desaparecer con los cambios de gobierno. En general, el movimiento de la historia en dirección a una mayor participación popular es irreversible (según parece). Tarde o temprano, la Iglesia Católica tendrá que afrontar la cuestión de la superación del papado por un sistema de gobierno central más adecuada a los tiempos que vivimos.

***

[1] Meyendorff, The Primacy of Peter. Essays on Ecclesiology the Early Church and, Crestwood (NY), St. Vladimir‘s Seminary Press, 1992.

[2] Las romerías ‘ad limina apostolorum’.

[3] Vease: Revue d’ Histoire Écclésiastique, Louvain, 1976, 109-111, con comentario del libro de Väänänen sobre el asunto.

[4] Stat crux dum volvitur mundus.

[5] Veja Wojtowytsch, M., Papsstum und Konzile von den Anfängen bis zu Leo I (440-461). Studien zur Enstehung der Überordnung des Papstes über Konzile, Stuttgart, A Hiersemann Verlag, 1981.

[6] Roma locuta, causa finita.

[7] Plenitudo potestatis.

[8] Primus inter pares. Esa es la tesis clásica de Cipriano.

Fuente: Koinonía 

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Javier Elzo: “El ejercicio del poder de los papas y obispos debiera tener un límite en el tiempo”, por Javier Elzo

Jueves, 31 de octubre de 2019
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Puertas-conclave_2127697225_13648374_660x371“Ocho o diez años, sin reenganche posible”, sugiere el sociólogo

 “Esta forma de elegir papa se aparece muy anacrónica y, claramente perfectible”

“El Espíritu Santo es del todo punto imprevisible a la hora de elegir un papa, pues la historia nos ha mostrado que han sido escogidos papas en los que resulta particularmente difícil ver su divina mano”

“La proporción de bergoglianos en el cónclave no asegura, en absoluto, que el próximo papa vaya a ser un continuador de sus planteamientos. En la elección de los papas que he conocido en mi vida ha habido de todo”

“Los ataques estadounidenses contra mí son un honor”, debió declarar el Papa Francisco, en el avión que lo llevaba a Mozambique el pasado 4 de septiembre. Y añadió con una sonrisa, según la agencia AFP, “esto es una bomba”, cuando el periodista de “La Croix”, Nicolas Senèze, le entregó el libro titulado, en traducción al castellano, “Cómo Estados Unidos quiere cambiar de papa” (Bayard, París, 2019, 276 p.)

La tesis central del libro puede resumirse así, en palabras del propio autor: “al darse cuenta de que no van a poder cambiar los mensajes del Papa (ni lograr que dimita), deciden cambiar … de papa” (p. 208). Los que así deciden son los nuevos amos de la Iglesia de EE. UU, los laicos conservadores multimillonarios americanos, primera fuente financiera del Vaticano de siempre y, que ahora, arruinadas las diócesis americanas por los costes de los abusos sexuales del clero, estos laicos multimillonarios tienen más poder en esas diócesis que los propios obispos. Reprochan al papa Francisco, básicamente, su rechazo a la mera ética de la prosperidad y su condena al dios Dinero.

Primero intentaron cambiar a Francisco con mil tretas, siendo la mayor, la del Informe Viganò, que el autor etiqueta comoel putsch”. Viganò, que fue nuncio en EE. UU, pidió, entre otras cosas, la dimisión de Francisco quien respondió a este ataque, apelando a los periodistas (en el vuelo de vuelta de un viaje a Irlanda cuando se divulgó el Informe Viganò) que valoraran el Informe según su propio criterio de periodistas. No dijo más y no dimitió.

Fracasado el putsch, los multimillonarios americanos, deciden intervenir, mafiosamente, en el desarrollo del nuevo cónclave. A tal fin, van a conformar, desde septiembre de 2019 hasta 2020, un Dossier de cada uno de los cardenales electores de un eventual próximo cónclave, indicando, entre otros aspectos, su nivel de implicación en los abusos sexuales (la misma excusa que utilizó Viganò para pedir la dimisión de Francisco, aunque a ellos lo que les preocupa es la crítica de Francisco a la divinización del dinero).

Así los comportamientos de cada cardenal, según un baremo creado “ad hoc”, serían calificados como de “grave culpabilidad”, “acusaciones creíbles de culpabilidad” ,….”sin reproche”. Todo este montaje lleva la etiqueta de “Red Hat Report” (Informe Sombrero Rojo), en el que ya trabajan 40 investigadores (periodistas, observadores eméritos del Vaticano, antiguos agentes del FBI., etc.).

Para el primer año ya dispondrían de más de un millón de dólares. Uno de sus objetivos consistiría en modificar los contenidos de los cardenales en Wikipedia, pues, a lo que parece, en anteriores conclaves los consultaron los cardenales para saber algo más unos de otros. El autor del libro, Nicolás Senèze,  transcribe, de la carta enviada a los multimillonarios por el coordinador de “Red Hat Report“, este significativo párrafo, referido al cardenal Parolin, para algunos un posible sucesor de Francisco: “la página Wikipedia del muy corrompido (sic) secretario de Estado del Vaticano, actualmente es muy clemente, no incluyendo relación alguna con un escándalo, pese al hecho de que ha sido asociado, en varias ocasiones (resic), con escándalos bancarios, y ha sido citado en la carta de Viganò”. Y añade, “nosotros podemos cambiar esto” de tal suerte que el cardenal Parolin, “sea reconocido en el mundo entero como una vergüenza para la Iglesia”. Poco importa, añade Senèze, que “Parolin nunca haya sido relacionado con escándalo financiero alguno; lo importante aquí será la acusación, por muy gratuita que sea” concluye. (Ver las páginas 252-258).

Obviamente en la iglesia, hay personas y colectivos que tratan de contrarrestar esta situación. Por ejemplo, el director del portal de información religiosa más seguido en castellano, “Religión Digital”, titula el domingo 6 de octubre de 2019, su crónica tras el consistorio en el que se les impuso el birrete a los nuevos cardenales, de este modo: Bergoglio ata su sucesión con nuevos cardenales de frontera”, al que añade este subtitular “A expensas de lo que decida el Espíritu Santo, la primavera francisquista seguirá floreciendo tras la marcha o la eventual renuncia de su hacedor”. Añade que “con los nuevos cardenales, Francisco asegura su sucesión, porque el pueblo santo de Dios no aceptaría un ‘Papa a contrario’”. Además, la mayoría del colegio cardenalicio es ya bergogliana. En números concretos: 67 de 120, aunque apela a continuación al Espíritu Santo.

Y tiene razón en hacerlo, pues, al menos a mí, se me antoja que el Espíritu Santo es del todo punto imprevisible a la hora de elegir un papa, pues la historia nos ha mostrado que han sido escogidos papas en los que resulta particularmente difícil ver, en su elección, su divina mano. Acérquense, por ejemplo, a la figura del valenciano de los Borgia, el papa Alejandro VI, simplemente mirando en Wikipedia. ¿En que estaría pensando el Espíritu Santo en su elección en 1492? Quizá, mirando ya a América, se despistó.

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Aradillas: “Benedicto pasará a la historia como ‘decapitador’ de quienes no pensaron como él”

Viernes, 6 de septiembre de 2019
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view‘Papa’ y ’emérito’ es terminología incorrecta. También lo son su oficio y ministerio”

“La determinación de permanecer, ya “emérito”, en el Vaticano, no fue acertada”

“Los eméritos –además de ser y ejercer de emeritenses,- se han de limitar por definición, a ceder sus derechos y competencias que tuvieran cuando estaban en activo”

Estudiada la historia, pasada y presente, de la Iglesia y, por tanto, del papa,  reconozco que la figura del Romano Pontífice, Vicario de Cristo, Vice-Dios de la Humanidad, Rey de Reyes,  Máximo y Soberano del Mundo, infalible, canonizado o canonizable por definición, no llegó a satisfacerme como cristiano en multitud de ocasiones. Lo de “emérito”, tal vez por su novedad y por lo inédito, encarnado en el papa  Benedicto XVI, ni me satisfizo, y tal y como se desarrollan los últimos acontecimientos, con el convencimiento de que crece el desánimo en proporciones impensables para la grey, “pastoreada” hoy por el papa Francisco.

Invoco, y me fío, de la sabiduría, buen quehacer teológico, bíblico y pastoral  de los expertos en estos temas tan sagrados, colaboradores de RD. y otros, y con humildad y respeto  me animo a exponer aquí y ahora , algunas de las preguntas que se formulan “el hombre de la calle” y quienes dicen ser, y se profesan, de verdad cristianos.

¿Qué sentido tuvo, o pensó tener, la confesión “dimisionaria” del papa Benedicto XVI, al justificarla, manifestando que respondía a la necesidad urgente que tenía  de buscar y encontrar silencio, dedicándose al estudio, a la oración y contemplación a favor de la Iglesia, de la que poseía sobrada, documentada y escalofriante documentación  y constancia, de que estaba –está- tan necesitada de profundas reformas?

Algunos pueden creer que su juramento o  promesa la cumplió y la cumple con rigor piadoso. Otros  -los más- creerán lo contrario, con mención especial para  sus penúltimas declaraciones públicas, además en abierta contradicción  con el papa hoy en activo, con el riesgo más que probable de que sea y actúe el “emérito” como punto de referencia  de añoranzas pretéritas.

El “emérito” Benedicto XVI no es merecedor   de manipulaciones –“manejos propios, aunque ellos sean   espirituales”– . Es posible que su ubicación personal- residencia habitual en el Vaticano no le facilite el deseado retiro tanto como pudiera hacerlo en un convento en su Alemania natal, alejado de los recuerdos  y personajes de la Curia romana que contribuyeran – y todavía siguen contribuyendo- a que la Iglesia no lo sea de verdad, tal y como él mismo pudo comprobar, lo que en definitiva motivó su decisión histórica.

La determinación de permanecer, ya “emérito”, en el Vaticano, no fue acertada. Los eméritos –además de ser y ejercer de emeritenses,- se han de limitar  por definición, a ceder sus derechos y competencias que tuvieran cuando estaban en activo, en las guerras contra los bárbaros, sean cántabros o astures, o estén avecindados y al servicio  de los organismos oficiales de la Curia romana.

¿Que fue y es un buen teólogo, por lo que sus consejos  pudieran seguir siendo de provecho para la Iglesia?. Benedicto XVI pasará a la historia  no solamente como teólogo, sino también como “decapitador” –perdonen el barbarismo literario-  de quienes no pensaron como él, pese al concilio Vaticano II, a las demandas del pueblo y a la experiencias vividas por él mismo, con su sello y firma,  dentro de los infranqueables muros del palacio del Santo Oficio (¡¡), del que fue regidor, antes de ser papa, y siéndolo…

A quienes  no hayan padecido de alguna manera  en sus propias carnes, espiritualidad religiosa, y aún en sus bolsillos  para llenar la cesta de la compra, hay que informarles acerca de las consecuencias canónicas y pastorales de las decisiones “ratzingerianas” y de sus adláteres, en unos tiempos  post-inquisitoriales, con medidas que apenas si admitían parangón con las civiles y las penales.

Con todas las garantías profesionales, me limito a transcribir  el siguiente párrafo informativo:

“Ante la magnitud  del problema de la pederastia clerical, el jefe del Gobierno Irlandés, Enda Kenny, acaba de calificar de “vergonzosa”  la actuación del Vaticano y auguró una nueva y distinta relación de su país con la autoridad católica. Sin nombrarlo, apunta a Ratzinger, obligado conocedor  de delitos clericales. Él era cabeza del Santo Oficio, el órgano competente en la materia. “Es absolutamente vergonzoso que el Vaticano se posicione de la manera  que lo hizo sobre algo tan delicado y personal. Algo que deja marcado de por vida a la persona afectada. La ley de este país no se va a detener ante una sotana o un alzacuellos”. Y tilda  a la autoridad católica de totalitaria, regresiva y narcisista”.

“Papa” y “emérito” es terminología incorrecta. También lo son su acción, profesión y oficio y su ministerio. Y así, y hasta que Dios quiera, sin descartar la posibilidad  de la apertura del ritualizado proceso de beatificación, y canonización, en su día… Y así se escribe la historia…

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Sínodos locales para la elección de obispos

Sábado, 19 de mayo de 2018
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iglesiaTodos los obispos chilenos presentan su renuncia al Papa Francisco por el escándalo de abusos sexuales.

El Papa confiesa su “vergüenza” por la “perversión” de la Iglesia chilena y anuncia cambios: “Hay que ir más allá”

Hacia una verdadera renovación eclesial en Chile

“Para superar la crisis, es necesario desinfantilizar la fe de la Iglesia”

(Karla Huerta, laica chilena).- Hemos escuchado reiteradas veces en canales de televisión, en la prensa escrita, por parte de denunciantes de abusos y de representantes de la Iglesia decir que lo que antecede al abuso sexual es el abuso de poder.

A esta altura, esa constatación parece innegable. La raíz de la crisis, podríamos decir entonces, radica en el modo de ejercicio del poder que vivimos en la Iglesia católica particularmente, aunque seguramente es un problema extensivo también a otras religiones. La educación religiosa en nuestro país es precaria, y eso ha permitido todo tipo de tergiversaciones, manipulaciones y abusos de parte de los líderes actuales, facilitada por la masificación -intencional tal vez- de una fe acrítica, irracional, fanática y ciega, muchas veces.

Frente a la ignorancia, no queda más que someterse a los “iluminados”, a los que saben más, a quienes “están más cerca de Dios”, a los que tienen autoridad, rindiéndonos ante ellos y sometiendo nuestra conciencia más profunda, poniendo a su disposición nuestra vida entera, nuestro fuero interno y toda nuestra intimidad espiritual. Más que un “abandono de sí mismos“, como nos exhortan hacer en los retiros espirituales, resulta más bien ser un despojo de nuestra valía y capacidad propia para relacionarnos con Dios. Por eso, la crisis de poder en lo más profundo, es también una crisis espiritual que atraviesa y rasga a toda la Iglesia.

Para superar la crisis, es necesario desinfantilizar la fe de la Iglesia. Eso incluye a los sacerdotes y obispos, ojo. Por años se ha criticado al laicado por su pasividad e ignorancia, pero los sacerdotes no lo han hecho mucho mejor. Sin ir más lejos, 50 sacerdotes en Santiago vivían enamorados de Fernando Karadima y le rendían culto. Cuatro de ellos llegaron a ser obispos, muchos formadores en el seminario o en la Universidad. Todos ellos de élite, “gente educada”, diríamos. Pero no estaban educados en una fe que libera. Por tanto, esta ignorancia no se le debe achacar sólo al laicado parroquial, de barrios bajos, poblacional; evitemos esa caricatura de clase. Para superar la crisis se requiere de un ejercicio de crecimiento de toda la Iglesia, del Pueblo de Dios en su conjunto, para que pueda discernir junto, crítica y reflexivamente, sobre su futuro.

También hemos escuchado estos días que, ahora que ya se sabe todo, sólo “hay que esperar lo que diga el Papa”. Lo hemos escuchamos del obispo Barros, y de los demás obispos de la Conferencia Episcopal para definir el futuro de la Iglesia chilena en crisis. Sorprendemente también lo escuchamos de parte de los denunciantes de Karadima luego de su encuentro en el Vaticano. Creo que esto es un síntoma de la enfermedad espiritual que vivimos en la Iglesia. El Papa, hermanos míos, no puede resolverlo todo. Aunque quisiéramos encontrar consuelo y protegernos de la crisis bajo el amparo del poder absoluto del Papa esperando que haga justicia con mano firme, hacerlo bordearía la idolatría.

No podemos esperar que el Papa despida como un gerente a los obispos y coloque a otros, sobre los cuales rezaremos para que sean mejores. Esto, creo sinceramente, profundizaría la crisis. El Papa es y debe ser signo de unidad de la Iglesia, servidor de todos y todas. Su misión no puede -aunque quisiera- suplantar la fe de los fieles.

Nuevamente, si el problema es el modo de ejercicio del poder, sería una ilusión contradictoria creer que un poder centralizado desde Roma mejorará nuestra experiencia espiritual en Chile. El Papa ya ha hecho mucho en desautorizar a la Conferencia Episcopal, les ha enseñado a ellos a tratar a las víctimas y a pedirles perdón; a nosotros nos queda aprender más de la Comunidad de Laicas y Laicos de Osorno, y levantar la voz ante la injusticia, tal como lo hicieron para develar la crisis que está matando silenciosamente a la Iglesia.

El Papa estuvo mal informado durante años. Las distancias son muchas, somos un país pequeño al final -o comienzo- del mundo. Él vive en Roma, nosotros en Chile. Hay millones de casos más de abusos con cardenales y obispos involucrados en todo el mundo. Por lo menos hay dos cardenales involucrados en acusaciones que son parte de su círculo de confianza. Debe tener muchas cosas más que atender en Roma. ¿Cómo hará el Papa ahora para “informarse bien” sobre el nombramiento de los nuevos obispos en Chile? ¿En quiénes confiará? ¿Cuánta carrera estarán haciendo los obispos actuales para mantener sus puestos o dejar a sus sucesores de confianza y así mantener su red de influencia?

Dicen por la prensa que ya “suenan nombres”, todos santiaguinos y que provienen de esferas de poder, desde congregaciones religiosas, universidades, vicarías o funcionarios de la misma Conferencia Episcopal. Será una decisión muy difícil designar a unos y no a otros, o peor, lograr un “equilibrio” de fuerzas internas entre los grupos de poder que presionan dentro de la Iglesia. Esto se podría transformar en un descampado de sangre, o peor, en un juego de luces que en definitiva hará que todo siga igual: una Conferencia Episcopal sin voz, sin acuerdos mínimos, sin fuerza ni capacidad de renovación.

¿Y cuándo la Iglesia? Esperar todo del Papa es desconfiar de la Iglesia, de su gente, la gente creyente. Esa gente paciente que sigue yendo a misa a pesar de todo, a pesar de ver sus iglesias vacías y el desprestigio de toda una comunidad. Nadie mejor que el Pueblo conoce “a su pastor”, conoce “su voz”. ¿Quién estará mejor capacitado que el Pueblo de Dios creyente, sacerdotes y laicos, para reconocer entre ellos mismos al más apto para presidir la comunidad como obispo? Me asiste la convicción de que ya no resiste más el sistema de “obispos de exportación” que rige actualmente.

La Iglesia local, asistida por el Espíritu, en comunión con el Papa, puede perfectamente escoger de entre los suyos a un pastor que conozca y reconozca como propio. No es necesario ir a buscarlos tan lejos. Saldrán obispos “que no suenan”, unos desconocidos, que no son “de carrera” formados desde el seminario en los modos episcopales. Aparecerán aquellos que actualmente trabajan junto a la gente, que conocen su comunidad, la valoran, respetan y escuchan, porque se deben a ella.

Obispos agradecidos de su comunidad por la misión ecomendada, y no del lobby de poder del obispo que los encaminó en la “carrera episcopal”. Obispos valientes e independientes, humildes, inmerecedores del carisma, que ayuden a renovar la Iglesia desde adentro, espiritualmente. Este sueño sólo será posible si se realiza la elección de obispos mediante Sínodos locales. Para esto podríamos recuperar algunas prácticas valiosas presentes en la antigua tradición de la Iglesia:

IV,1. “También vemos que viene de la autoridad divina que la elección del obispo se haga en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que sea aprobado como digno y apto por juicio y testimonios públicos (…) 2. Dios manda que el sacerdote sea elegido en presencia de todo el pueblo, esto es, enseña y manifiesta que las consagraciones episcopales no se han de hacer sino con conocimiento del pueblo y en presencia de él, para que en presencia del pueblo se descubran los delitos de los malos o se publiquen los méritos de los buenos y así, con el sufragio y el examen de todos, la ordenación sea justa y legítima (…) 5. Se obraba así convocando a todo el pueblo con tanta cautela [Hch 6,2], para que nadie indigno se introdujera furtivamente en el ministerio del altar o usurpase la dignidad sacerdotal”. Extracto del Sínodo de Cartago, año 254. (ASy p. 69-71).

En la Iglesia chilena actual todos adolecemos de una crisis espiritual que nos ha infantilizado negando nuestra propia intuición y experiencia de Dios. Por eso, no podemos continuar alimentando esa crisis esperando “iluminaciones” de otros, de salvadores o héroes, personalismos o autoritarismo del Papa para renovarnos. Eso la profundizaría, eso mismo fue lo que se puso en marcha con Sodano en los años 70′, un reemplazo centralista de los obispos chilenos.

Una experiencia Sínodal sería relevante para avanzar en renovación, nos permitiría volver a confiar en nosotros mismos como Cuerpo, como Pueblo de Dios caminante, para discernir el modo en que Dios nos habla hoy día, sin olvidar que aún el Espíritu sopla y reza por nosotros cuando no sabemos hacerlo (cf. Rm 8,26). Esta experiencia nos haría un poco más adultos y responsables.

La crisis de confianza se supera confiando en la Iglesia toda. No habrá uno que traiga la solución. Hoy la Iglesia en su conjunto tiene un desafío: dar una respuesta, y llegó el momento de darla con valentía y esperanza. Nuestra fe se renovará en la medida que el camino lo construyamos juntos, colectivamente, porque en la comunidad creyente es donde privilegiadamente está Dios (cf. Mt 18,20). Sería de Dios convocar Sínodos locales en las diócesis vacantes para decidir juntos el futuro de nuestra Iglesia.

Fuente Religión Digital

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Un colegio de Barcelona será el primer centro público LGTBI “amigable”

Lunes, 28 de agosto de 2017
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colegio_turo_blau_lgtbLa Asociación de Familias LGTBI aplicará allí el próximo curso el programa ‘Escuelas Rainbow‘ para sensibilizar sobre la diversidad en las aulas.

La escuela Turó Blau del barrio barcelonés de Sant Andreu del Palomar será el primer centro público catalán validado como “LGTBI amigable” por la Asociación de Familias LGTBI, que el próximo curso aplicará allí el programa “Escuelas Rainbow” para sensibilizar sobre la diversidad en las aulas.

El proyecto, que dura dos años, ya se ha aplicado en otros centros concertados y privados, y se realizará gracias a la subvención de La Filadora, el fondo de solidaridad de los concejales de Barcelona en Comú, que financiará los 4.000 euros por curso que cuesta.

La presidenta de la entidad, Katy Pallàs, ha explicado que el proyecto “Escuelas Rainbow” es un programa para prevenir las conductas homófobas y la marginación social de las personas LGTBI y de sus familias en las escuelas de infantil y primaria.

Tres profesionales de la entidad formarán a los docentes, a las juntas directivas y al personal no docente de los centros y ayudarán a los profesores a incluir materiales didácticos (como libros o películas) en sus clases, sea cual sea la materia.

Además, durante el segundo año, el centro debe organizar unas jornadas para celebrar la diversidad, a través de actividades, charlas o cineforos.

 En los talleres, los formadores explican a los profesores temas como la diferencia entre género y sexo, o la afectación que puede tener el binarismo en las personas que no lo pueden cumplir, siempre con el objetivo de que este conocimiento lo trasladen después a sus clases, con un lenguaje adaptado a los más pequeños.

Esto se consigue a través de materiales didácticos que la entidad pone a disposición de los centros, ya sean libros o largometrajes.

Por ejemplo, la asociación facilita dos documentales que ha rodado: “Hom Baby Boom“, dirigido por Anna Boluda y que aborda el papel de las familias LGTBI, y “Right to Love“, de la directora Adaia Teruel, que trata la situación legal de las familias LGTBI en los diferentes países de Europa.

El programa también llevará a la escuela a un cuentacuentos y prestará varios libros para que los profesores los trabajen en clase, como “Aitor tiene dos madres”, “El gran libro de las familias“, “Las cosas que le gustan a Fran“, “Papá, papi y yo” y “La princesa valiente”.

La presidenta de la entidad reconoce que el proyecto surgió hace tres años porque las familias venían a su entidad a pedir referencias sobre escuelas seguras, en las que sus hijos no fueran discriminados, ya sea por su orientación o identidad sexual o la de sus padres.

Pallàs cree que “la información es lo que nos hará libres” y por ello ve imprescindible que los niños “escuchen desde pequeños palabras como gay, lesbiana o trans” porque así “se rompe el estigma“, y subraya que la mejor manera de hacerlo es desde pequeños y a través del acompañamiento de sus profesores.

El programa está inspirado en otro similar que se lleva a cabo en Inglaterra desde hace diez años y es el único de este tipo en Cataluña ya que, aunque sí que se imparten talleres esporádicos, no hay una “educación en la diversidad sostenida“, asegura Pallàs.

Katy Pallàs reconoce que le hubiese gustado contar con el apoyo de la Generalitat, con la que se reunieron hace meses para exponerle el proyecto, tras haber solicitado un encuentro en numerosas ocasiones, aunque finalmente no lograron ningún compromiso, lo que critica porque de esta manera “incumplen” el artículo 12 de la Ley catalana contra la LGTBIfobia.

Fuente Agencias, vía Cáscara Amarga

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“Por una Iglesia sinodal”, por José Mª Castillo

Domingo, 15 de marzo de 2015
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300px-Saint_10De su blog Teología sin Censura:

El profesor Alvaro Restrepo, jesuita colombiano, compañero mío en los años de estudio en la universidad Gregoriana de Roma, escribió esto en el Anuario de los jesuitas del año 2014: “El Vaticano es una isla. Por eso, cuando tanta gente de buena voluntad dice que la Iglesia necesita un buen Papa, no se refiere a que el nuevo Pontífice sea conservador o progresista, de derechas o de izquierdas. Lo que importa es que sea un hombre libre y decidido. Necesita un hombre tan apasionado por el Evangelio, que desconcierte a todos cuantos en el papado buscan un hombre de poder y mando. El Papa debe resultar desconcertante. El día en que el Vaticano sea el “punto de encuentro” de todos los que sufren, ese día la Iglesia habrá encontrado el buen Papa que necesita” (José María Castillo antes de la elección del Papa Francisco)”.

Han transcurrido dos años desde el día en que el jesuita Jorge Mario Bergoglio fue elegido para suceder al dimitido Benedicto XVI. Y todo el mundo está viendo que el nuevo papa no se ajusta al modelo convencional y tradicional de ejercer el papado que se había impuesto en la Iglesia desde tiempo inmemorial. Como es lógico, cuando se produce un cambio tan importante, en una institución tan enorme como la Iglesia, hay gente que está de acuerdo con el cambio. De la misma manera que hay también muchísimas personas que no están de acuerdo con ese cambio. En cualquier caso, hay algo que resulta incuestionable. Me refiero a que, si el papa Francisco dura unos años más, y si logra configurar el número de cardenales electores de forma que el futuro papa prolongue las incipientes reformas, que Francisco está poniendo en marcha, lo más seguro es que la Iglesia que tenemos, dentro de una o dos décadas, será muy distinta de como es ahora mismo.

No se trata de que, ni este papa ni los que vengan después, vayan a cambiar lo que ningún papa puede cambiar. Un papa no puede modificar a su antojo los dogmas de fe, las verdades de “fe divina y católica”, sobre las que descansa la estabilidad y el ser mismo de la Iglesia. Eso no va a suceder. Pero lo que sí sucede es que en la Iglesia hay mucha gente que, por ignorancia o por fanatismo, piensa que son dogmas de fe muchas cosas que no lo son. Y si se trata de cosas que no son dogmas de fe, un papa las puede cambiar. Todo lo que son costumbres, tradiciones (no la “Tradición”), normas, cuestiones jurídicas y legales, etc, etc, un papa puede modificarlas. Y algunas (o bastantes) de ellas, no sólo “puede”, sino que “debe” hacer lo que esté a su alcance, en los asuntos que van a redundar en bien para la Iglesia y para muchas gentes en el mundo.

Por poner un ejemplo. Puede ocurrir que un papa sea menos “teológico-especulativo” que sus antecesores. Pero, si ese déficit se suple con el hecho de que el papa es más “pastoral-cercano” a la gente, sobre todo a la gente sencilla (enfermos, ancianos, niños, pobres…), ¿por qué vamos a hacer un problema de semejante cambio en la forma de ejercer el papado? Es más, ¿no se podría pensar que un papa cercano a los más sencillos y gente humilde es, por eso mismo, un hombre evangélico? ¿Y nos vamos a escandalizar de eso? Es más, ¿se puede asegurar tranquilamente que Jesús – el Jesús que presentan los evangelios – no hizo teología? Lo que pasa es que en el Nuevo Testamento nos encontramos con dos modos (o modelos) de hacer teología. Una cosa es la “teología especulativa” de Pablo. Y otra cosa es la “teología narrativa” de los evangelios.

Esto supuesto, lo que está ocurriendo ahora mismo en la Iglesia es que el papa Francisco está recuperando, con su sencilla espontaneidad y su forma de vivir, la fuerza enorme que tiene el relato (la teología narrativa). Sobre todo cuando ese relato responde a los anhelos, carencias, necesidades y búsquedas de la gente más sencilla, la que no sabe de teologías ni alcanza a seguir las especulaciones de los grandes maestros del pensamiento.

Pues bien, como es lógico, lo que acabo de apuntar tiene tantas y tantas aplicaciones a lo que viene ocurriendo en la Iglesia y en el mundo, que resulta imposible abarcar todas las consecuencias que de lo dicho se siguen. Por eso, yo me voy a limitar a una de esas posibles consecuencias. Porque me parece que así tocamos uno de los temas más importantes (y más urgentes) en el empeño por renovar la Iglesia. Me refiero al tema de la “sinodalidad de la Iglesia”.

Y es que, en los ambientes cercanos a la Curia Vaticana, se habla ahora con frecuencia de un proyecto capital que está resultando determinante en el gobierno de la Iglesia, tal como lo entiende el papa Francisco. Se trata de la “reforma del papado” o, para decirlo con más precisión, de la llamada “conversión del papado” (Marco Politi, Francesco tra i lupi. Il segreto di una rivoluzione, Bari, Laterza, 2014, 146). Esta reforma tendrá, como componente esencial, el proyecto de recuperar para el gobierno de la Iglesia, la “sinodalidád”. Así lo había ya indicado el mismo Francisco en la entrevista que concedió al director de “la Civiltà Cattolica” (19. 09. 2013).

¿Qué es una Iglesia sinodal? Como es bien sabido, esta expresión no se refiere al hecho de que, cada dos años, el papa convoque un sínodo en Roma para debatir un tema teológico más o menos importante. “Iglesia sinodal” fue la Iglesia de los siglos III al IX, que estuvo gobernada de tal manera que las Iglesias locales (o nacionales) se auto-gobernaban por sí mismas mediante los sínodos o concilios locales o nacionales. Sínodos que eran presididos por los obispos de cada región o de cada país. La teología de esta forma de gobierno de la Iglesia fue sabiamente formulada por san Isidoro de Sevilla en el Ordo de celebrando concilio, redactado por el mismo Isidoro, para el IV concilio de Toledo (a. 633), un texto que tuvo una amplia difusión en Occidente (Y. Congar, L’ecclésiologie du Haut Moyen-Age, Paris, Cerf, 1968, 131-138). Es más, sabemos que hubo obispos y teólogos, ampliamente reconocidos en la Iglesia de aquellos siglos, como es el caso de Hinkmaro, Benedictus Levita o el autor de las Seudo-Decretales, para quienes el papa incluso estaba obligado a observar los cánones de los sínodos y a ejercer su autoridad de acuerdo con las decisiones de dichos sínodos (K. F. Morrison, The two Kingdoms. Ecclesiology in Carolingian political thought, Princeton, 1964, 71-98).

Lo que acabo de indicar puede parecer extraño o incluso escandaloso a no pocos católicos, que sólo conocen de la Iglesia y del papado lo que se ve y se oye en los últimos tiempos. Pero las cosas no fueron siempre así. Voy a poner un solo ejemplo que es elocuente por sí mismo. En el otoño del año 254, el gran obispo de Cartago, que fue san Cipriano, tuvo que resolver, en un sínodo, reunido en el mismo Cartago, el problema que habían planteado los fieles de tres diócesis españolas. Se trataba de las diócesis de León, Astorga y Mérida. En estas diócesis, los obispos había flaqueado en la persecución de Diocleciano. Los tres prelados no habían confesado su fe y, ante tal cobardía, las comunidades los habían depuesto de sus cargos. Uno de estos obispos, un tan Basílides, acudió a Roma, al papa Esteban, seguramente con una información no del todo objetiva. El papa lo repuso en su cargo. Lo que indignó a los fieles, que acudieron a Cipriano. Éste reunió un concilio local para resolver el asunto. La resolución está perfectamente documentada y nos ha llegado en la carta 67 de Cipriano, que además está firmada por los 37 obispos que asistieron al concilio. Parece, por tanto, esta forma de gobierno de la Iglesia estaba ya bastante extendida y aceptada en el s. III.

Así las cosas, lo que aquí interesa es saber que la carta sinodal de aquel concilio de Cartago afirma tres cosas: 1) El pueblo tiene poder para elegir a sus ministros, concretamente al obispo (Cipriano, Epist. 67, IV, 1-2). 2) El pueblo tiene poder para quitar al obispo cuando éste se comporta de manera indigna (Cipriano, Epist. 67, III, 2). 3) El recurso a Roma no debe cambiar la situación, porque ese recurso se ha hecho sin atenerse a la verdad y sinceridad que requieren estas decisiones (Cipriano, Epist. 67, V, 3) (cf. José M. Castillo, La alternativa cristiana, Salamanca, Sígueme, 1978, 192-193).

Es evidente que todo esto indica una mentalidad según la cual la Iglesia tenía su centro, más en la comunidad del pueblo creyente, que en el clero y en la jerarquía. Es importante saber que, en el tiempo de los Padres y en toda la alta Edad Media, los sínodos repetían frecuentemente el criterio que formuló el papa Celestino I: “nullus invitis detur episcopus”: “ningún obispo se les imponga a quienes no lo aceptan”. Para nombrar a un obispo se requería la aceptación y el deseo del clero y del pueblo: “Cleri, plebis et ordinis, consensus ac desiderium requiratur” (Celestino I, Epist. IV, 5. PL 50, 434 B). Y conste que este criterio estuvo en vigor hasta el s. XI, como consta en el Decreto de Graciano (c. 13, D. LXI. Friedberg, 231. Cf. J. A. Estrada, La identidad de los laicos, Madrid, Cristiandad, 1990, 128).

Por supuesto, la Iglesia nunca perdió la idea y el sentimiento del primado papal. De forma que el obispo de Roma intervenía en la solución de los asuntos más graves o que no podían decidirse a nivel local. Además, siempre se tuvo el convencimiento según el cual “el papa tiene la autoridad de Pedro si tiene la fe, la justicia y las costumbres de Pedro”. Una convicción mantenida y difundida por los papas, obispos y teólogos del Alto Medievo (Y. Congar, o. c., 162-163.

A partir de estos criterios, y mediante eta forma de gobierno, la Iglesia de aquellos siglos se mantuvo fiel a la fe en Jesús el Señor, fiel al Evangelio y fiel a su misión en el mundo. Y mientras se mantuvo así, pudo influir decisivamente en la cultura, en las costumbres y en la vida de los pueblos y las gentes de aquellos tiempos. Fue una Iglesia que tuvo una presencia y una fuerza que hoy ya no tiene. Una presencia y una fuerza que el papa Francisco quiere, a toda costa, recuperar. No para ganar poder y prestigio, sino para ayudar a humanizar el “mundo desbocado” (A. Giddens) que tenemos en este momento.

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“El papa, el sínodo y los maricones”, por Bruno Bimbi

Lunes, 20 de octubre de 2014
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***

Seamos sinceros, por favor. ¿Ustedes realmente se creyeron que la reunión de tías solteronas del Vaticano iba a terminar con papá Francisco cantando “I Will Survive”?

Me mata tanta ingenuidad.

Una semana entera nos tuvieron a la espera, bombardeados por titulares de diarios e informes en los noticieros que contaban, orgullosos por ese argentino que consiguió sentarse en el trono de la última monarquía absolutista de Europa, que ahora la Iglesia católica, apostólica y romana iba a reconciliarse con los maricones. Que habría una “apertura” y una “acogida” (¡ay, señor traductor!) y no dirían más que somos sodomitas, pervertidos, desviados, antinaturales, pecadores, en fin, una manga de tragasables que irán al infierno por putos.

Dijeron que era histórico. Revolucionario. Una tormenta. Un cambio de época. No esperaron siquiera a ver el documento final, porque las ganas de confirmar que Francisco no es más Bergoglio y la Iglesia católica no es más apostólica ni romana tienen obnubilada a la prensa de casi todo el mundo, sobre todo a la argentina. Tienen una ganas bárbaras de creerle.

La primera versión del documento que pretendía resumir lo discutido en el “sínodo” por los obispos, vestidos con sus largas polleras negras y sus solideos y cinturones rosados, se titulaba Relatio post disceptationem —en latín clásico, esa lengua que solo ellas siguen hablando— y, para alegría de los más papistas que el papa, traía tres párrafos hablando de los omosessuali —en italiano, porque no había en latín una palabra para eso— y, curiosamente, el término no venía acompañado por las ofensas de siempre. ¡Extra, extra!

Los admiradores de Francisco estaban eufóricos, contándonos lo innovador y super-recontra-moderno que era ese texto que no nos insultaba más. Decía, presten atención, que los omosessuali tenemos “dones y talentos” y que podemos ofrecérselos a ellos, la comunità cristiana — y sólo a ellos, claro. Y se preguntaba —sí, se preguntaba, no afirmaba— si ellos serían capaces de “acogernos” y “evaluar” nuestra orientación sexual, pero siempre senza compromettere la dottrina cattolica su famiglia e matrimonio, por supuesto. No vaya a ser cosa que, de tanto evaluarnos y acogernos, alguien pueda pensar que la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio se movió medio milímetro del lugar donde Dios la puso, representado en el acto de ponerla por otras tías solteronas que se reunieron en el siglo XVI, con las mismas polleras negras, pero —según muestran las pinturas de la época del Concilio de Trento— sin nada rosado, salvo las de mayor jerarquía. Divas, ellas.

El texto también recordaba, por si quedaban dudas, que “las uniones entre personas del mismo sexo no pueden equipararse con el matrimonio entre el hombre y la mujer” y reclamaba al mundo que “tampoco es aceptable que se quiera ejercer presión sobre la actitud de los pastores o que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a la introducción de una legislación inspirada en la ideología de género” (la Iglesia le dice “ideología de género” a los estudios de género).

Benedicto manda saludos.

Por último, en el tercer párrafo, los obispos recordaban que la Iglesia tiene “problemas morales” con las parejas del mismo sexo, pero “reconoce” que “en algunos casos”, el apoyo mútuo “para el sacrificio” (WTF?) puede ser valioso, y hacían una confusa referencia a los niños con dos papás o dos mamás (aunque, obviamente, no usaban esas palabras), sin que quedase claro qué querían decir.

Y eso es todo.

Tenemos algunos dones y talentos. Pueden acogernos. Deven evaluarnos. Nuestras parejas siguen siendo un problema moral. La doctrina no se toca. Re-que-te-con-tra-mo-der-no. Pero apenas eso, para buena parte de los medios de comunicación de todo el mundo, era histórico. Revolucionario. Una tormenta. Un cambio de época. ¡Imaginate! La iglesia reconoce que tenemos algunos dones y talentos. ¡Guau!

Hagamos de cuenta, por un instante, que el sínodo hubiese terminado ahí y que ese texto fuese el documento final. Y hagamos de cuenta, por un instante, que no fuese un documento sobre los homosexuales, sino sobre los judíos. O sobre los negros. Y que dijese, con palabras parecidas, que tienen algunas cosas buenas, una que otra virtud, por lo cual estaría bueno acogerlos y evaluarlos, sin que eso comprometa la doctrina de la Iglesia sobre la judeidad y la negritud, que, como sabemos, es bien clarita. Me imagino que los negros y los judíos estarían contentísimos con semejante demostración de cariño y admiración.

Pero vos sos un denso, querés demasiado, no reconocés que es un gran avance.

—¿Cuál es el avance? A ver, explicame…

—Dicen que tienen dones, talentos. Antes decían que eran unos putos de mierda que se iban a ir al infierno. Es un avance, che, no seas tan exigente…

Pero no. Ni siquiera eso.

Después de una semana de discusiones, intrigas, trascendidos, aclaraciones, desmentidas, enojos y una incomprensible expectativa de casi todos los diarios del mundo, la reunión de tías solteronas decidió que no tenemos dones ni virtudes. O sea, para que quede claro: estuvieron una semana discutiendo sobre ese documento, porque no se ponían de acuerdo; votaron y decidieron, por mayoría, que no tenemos ningún don y ninguna virtud.

Ni una solita.

Ni siquiera eso fueron capaces de decir, aunque no fuese tan sincero, para disimular un poco.

El documento final, titulado en latín Relatio Synodi y divulgado este sábado, ya no trae más el subtítulo que hablaba de “acoger” a los omosessuali: ahora dice que hay que dar atención pastoral a sus familias. No dice más, repito, que los gays tengamos dones, ni virtudes, ni nada bueno. Dice, en cambio, que algunas familias viven la “experiencia” de tener dentro una persona con orientamento omosessuale. A esas familias, la Iglesia católica —que, por si quedaban dudas, sigue siendo apostólica y romana— debe darles atención pastoral para que entiendan que “no hay fundamento alguno para asimilar o establecer la más remota analogía entre las uniones del mismo sexo y el plan de Dios para el matrimonio y la familia”. Ni-la-más-re-mo-ta. Lo dicen estos señores de edad avanzada, desempleados y económicamente inactivos, que hablan en latín, usan polleras negras y solideos y cinturones rosados y son expertos internacionales en familia y matrimonio, pese a ser oficialmente castos, vírgenes, solteros y sin hijos. El plan de Dios, al que ellos tuvieron acceso através de la Wikileaks divina, no incluye a los omosessuali.

¿Entendieron, manga de putos?

Sin embargo, continúa el documento, los hombres y mujeres con orientamento omosessuale deben ser acogidos (y vuelve esa palabrita) “con respeto y sensibilidad”, evitándose todo tipo de “discriminación injusta”.

El respeto se nota mucho y se agradece inmensamente.

Lo más gracioso (por decirlo de alguna forma) es que la parte que habla de no discriminarnos injustamente es una cita, entre comillas, de un viejo documento escrito por Joseph Ratzinger en 2003, antes de ser papa (durante el reinado de Wojtila), titulado “Considerazioni circa i progetti di riconoscimento legale delle unioni tra persone omosessuali”. El objetivo del documento era, justamente, exigir a los gobiernos del mundo que discriminaran injustamente a las parejas homosexuales, negándoles el derecho al matrimonio civil. El documento de Ratzinger afirmaba, entre otras cosas, que “los actos homosexuales contrastan con la ley natural” y “cierran el acto sexual al don de la vida”, por lo que “no son el resultado de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” y “en ningún caso pueden recibir aprobación”. Las muestras de respeto, sensibilidad y no discriminación continúan: “los actos homosexuales están condenados como graves depravaciones” y aunque no pueda decirse que los que “padecen esta anomalía” sean personalmente responsables por ella, cometen actos “intrínsecamente desordenados”. Para ser precisos, la parte citada por los obispos, que dice que los omosessuali deben ser acogidos con “respeto, compasión y delicadeza” y no sufrir “discriminación injusta” (ahí está: la que ellos nos imponen es justa, obvio), ordena que vivamos castos (como supuestamente ellos viven) y dice que “la inclinación homosexual es objetivamente desordenada y las prácticas homosexuales son pecados gravemente contrarios a la castidad”.

Todo muy bonito.

El texto de Ratzinger, resucitado desde las catacumbas de la Inquisición por el sínodo franciscano y agregado a último momento en el documento (también agregaron, al final, una condena más explícita a los países que aprueban el matrimonio igualitario), era tan repulsivo que el escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura, escribió una durísima crítica en la que afirmaba que

“con argumentos así, aderezados con la presencia sulfúrica del demonio, la Iglesia mandó a millares de católicos y de infieles a la hoguera en la Edad Media y contribuyó decisivamente a que, hasta nuestros días, el alto porcentaje de seres humanos de vocación homosexual viviera en la catacumba de la vergüenza y el oprobio, fuera discriminado y ridiculizado y se impusiera en la sociedad y en la cultura el machismo, con sus degenerantes consecuencias: la postergación y humillación sistemática de la mujer, la entronización de la viril brutalidad como valor supremo y las peores distorsiones y represiones de la vida sexual en nombre de una supuesta normalidad representada por el heterosexualismo. Parece increíble que después de Freud y de todo lo que la ciencia ha ido revelando al mundo en materia de sexualidad en el último siglo la Iglesia Católica —casi al mismo tiempo que la Iglesia Anglicana elegía al primer obispo abiertamente gay de su historia— se empecine en una doctrina homofóbica tan anacrónica como la expuesta en las doce páginas redactadas por el cardenal Joseph Ratzinger”.

Once años después, la Iglesia católica, que sigue siendo apostólica y romana, bajo el reinado de Francisco, que sigue siendo Bergoglio, continúa empecinada en la misma doctrina homofóbica anacrónica, aunque su departamento de marketing y relaciones públicas ahora funcione mucho mejor y algunos crean que ha cambiado algo.

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Mi cuenta en Twitter: @bbimbi / Facebook: Bruno Bimbi. Periodista.

Fuente BlogsTodoNoticias

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¿Puso Jesús a Pedro como primer Papa de la Iglesia?

Domingo, 29 de junio de 2014
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ffeed19b363dcf645e3f60c6ad6e810dLeído en Religión Digital:

“El papado ha sido fundamental para la vida de la Iglesia”

“La Iglesia debería replantearse hoy el sentido y la misión del papado”

“Tanto la palabra “Iglesia” como el concepto de Iglesia aparecieron muchos años después”

(Ariel Álvarez, teólogo).- Muchos católicos creen que Pedro fue el primer papa que tuvo la Iglesia, y que el papado fue creado por el mismo Jesús el día que le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). El Evangelio de Mateo es el único que cuenta esa escena.

Dice que cierto día en que Jesús estaba de viaje cerca de la ciudad de Cesarea de Filipo, al norte del país, les preguntó a sus discípulos qué opinaba la gente sobre él. Ellos le contestaron que todos estaban fascinados, y que lo comparaban con los grandes personajes de la historia de Israel: con Juan el Bautista, con Jeremías, y hasta con el glorioso Elías. Jesús había entrado, sin duda, en la galería de los grandes héroes. Pero Jesús volvió a interrogarlos: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?”.

Simón entonces contestó: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Al oír esta respuesta, Jesús lo felicitó diciendo: “Feliz de ti, Simón, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Y añadió: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,13-19).

Este episodio es uno de los más discutidos por la exégesis bíblica, y desde hace siglos los estudiosos se preguntan qué significado tiene. Según la interpretación tradicional, aquí Jesús habría creado el papado, y habría puesto a Pedro al frente de la Iglesia. Sin embargo, serios argumentos impiden hoy seguir defendiendo esta interpretación.

Nadie fue a preguntarle

En primer lugar, si Jesús en verdad nombró a Pedro como jefe de la Iglesia, ¿cómo es que Mateo fue el único que se enteró, mientras los demás evangelistas ignoraron completamente un hecho tan trascendente?

En segundo lugar, si Jesús invistió a Pedro con semejante autoridad delante de todo el grupo, ¿por qué después encontramos a los discípulos discutiendo por los primeros puestos (Mt 18,1; 20,20-28)? ¿Y por qué Jesús, al verlos rivalizar así, no les recordó que ese lugar ya estaba asignado a Pedro, que era el nuevo jefe y guía de la Iglesia?

En tercer lugar, al morir Jesús y fundarse la primera comunidad cristiana, no vemos a Pedro actuar como se esperaría de un papa. Por ejemplo, cuando hubo que nombrar al sucesor de Judas, no es Pedro quien lo elige sino que es toda la asamblea la que ora, decide y lo acepta (Hch 1,23-26). Cuando hay que mandar predicadores para evangelizar Samaria, Pedro es enviado por los demás apóstoles como si fuera un misionero más, sometido a los otros (Hch 8,14). Cuando Pedro bautizó al centurión Cornelio, la comunidad entera se lo reprochó, y tuvo que presentarse en Jerusalén para dar explicaciones (Hch 11,1-18). Y cuando en Antioquía se discutió si los paganos debían o no circuncidarse, a nadie se le ocurrió consultarle a Pedro; se reunió un concilio, donde todos hablaron, y donde la opinión de Pedro fue una más, pero la decisión fue tomada por los apóstoles y presbíteros (Hch 15).

StPeterWithKeys.5xImposible adivinar

Finalmente, resulta difícil aceptar que Jesús le haya dicho a Pedro que sobre él iba a fundar la Iglesia, porque tanto la palabra “Iglesia” como el concepto de Iglesia aparecieron muchos años después, según se deduce del Nuevo Testamento. Aquí, de las 114 veces que figura el término, nunca lo encontramos expresado durante la vida de Jesús (fuera de un par de escenas tardías, narradas sólo por Mateo: 16,18; 18,17). Evidentemente el concepto de Iglesia surgió después de Jesús, cuando la comunidad cristiana ya se había organizado con sus autoridades, su jerarquía y su estructura propia.

Esto lo vemos muy bien en los escritos de san Lucas. En su primer libro (el Evangelio), que narra cuando Jesús todavía vivía, el evangelista nunca emplea la palabra “Iglesia” para referirse a la comunidad. Utiliza otros términos como “grupo”, “seguidores”, “discípulos“. Pero en su segundo libro (Los Hechos), cuando Jesús ya ha muerto y los cristianos se han organizado en Jerusalén, entonces sí comienza a hablar de “Iglesia”.

Es decir que el concepto de “Iglesia” como la reunión de las comunidades cristianas, al frente de la cual debía estar Pedro como papa, no existía en tiempos de Jesús, de modo que éste no pudo haberle encargado al apóstol que fuera su piedra fundamental. Tampoco Jesús podía haber imaginado que, luego de su muerte, sus seguidores iban a organizar la Iglesia con la presencia de sacerdotes y obispos, al frente de los cuales estaría la figura de un papa.

Debates en la ciudad

¿Por qué entonces Mateo relata la escena en la que Jesús le encarga a Pedro ponerse al frente de la Iglesia universal y conducirla? Leer más…

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“El problema no es el Papa, ni el papado”, por José María Castillo.

Domingo, 22 de junio de 2014
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pope1-870x1024Leído en su blog Teología sin Censura:

Hace tiempo no paro de darle vueltas a este asunto. Más de una vez he dicho que el problema no es el papa, sino el papado. Ahora caigo en la cuenta, después de estar unos días en Roma, de que estamos ante un problema mucho más grave. Un problema que – a mi modesto entender – muchísima gente no imagina. Lo digo ya. Y lo digo claramente. El problema no es ni el papa, ni el papado. El problema es la religión, que el papa y el papado representan.

Es verdad que el papa actual, el papa Francisco, es en este momento uno de los hombres más importantes del mundo. Es cierto también que este papa ha tenido (y tiene) tanta resonancia, en amplios sectores de la opinión pública mundial, porque la gente palpa en él una cercanía, una humanidad y una bondad que no es frecuente encontrar en los hombres importantes que gobiernan este mundo. Esto es así. Y nadie lo pone en duda.

Sin embargo, esto que está tan claro es precisamente lo que nos enfrenta al problema de fondo. Porque es evidente la preocupación del papa Francisco por los que sufren en el mundo. Pero, tan evidente como esa preocupación bondadosa del papa, está patente también la fidelidad religiosa del papa a la institución que representa, la Iglesia Católica Romana, regida y controlada por la Curia Vaticana.

El papa Francisco quiere, sin duda alguna, estar cerca de los que sufren. Pero quiere estar cerca de ellos desde la lejanía que representa para ellos la grandeza, la solemnidad, el enigma de la Ciudad del Vaticano, la ciudad sagrada, la ciudad por excelencia de la religión. La religión que seduce a la gente. Pero que, al mismo tiempo, es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles.

El papa Francisco sabe estas cosas. Y sufre con estas cosas. Porque en sus carnes soporta la contradicción que lleva en sí mismo el cargo que ocupa. La contradicción que implica recibir a los pobres en la plaza de san Pedro, y a continuación recibir a los que oprimen a los pobres en el palacio papal. Lo que, en última instancia, equivale a potenciar la estabilidad del sistema establecido. La estabilidad que encuentra su garantía última en la autoridad invisible del poder más alto. Y es evidente que, para muchos ciudadanos del mundo, el representante visible de ese poder invisible es el papa.

¿Puede un papa, este papa, darle un giro tan radical y tan fuerte al papado, que no sólo modifique el gobierno de la Iglesia, sino que, sobre todo, el mundo entero pueda ver la coherencia y la armonía entre lo que el papa dice y lo que el papa hace? Reconozcamos que eso no está al alcance de un solo hombre. Sobre todo, si sabemos que ese hombre – el jesuita Jorge M. Bergoglio – está teniendo resistencias muy fuertes dentro de su propia casa. Por eso yo no paro de preguntarme: ¿será posible desalojar del Vaticano los interminables y detallados rituales, que legitiman y justifican tantos cargos, tantas codicias, tantos puestos de mando, ocupados (no pocas veces) por gente mediocre, y poner en su lugar el Evangelio de Jesús, que es tanto como poner, en el centro mismo de la Iglesia, la bondad de Jesús como sistema de gobierno?

Yo sé que todo esto es una utopía. Pero, ¿no fue también una utopía el Sermón del Monte (Mt 5-7), el juicio final que anunció el evangelio de Mateo (Mt 25), la vida entera de Jesús? Es cierto. Aquello fue una asombrosa utopía. Y sin embargo, es aquella utopía la que (sea como sea) guía los pasos del papa Francisco, en este momento, tan dramático como decisivo para el futuro de la Iglesia. Y quizá del mundo.

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“Un año con Francisco como obispo de Roma”, por Antonio Duato.

Miércoles, 19 de marzo de 2014
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gm1e9781imo011663668320Leído en Atrio:

Sabéis la simpatía y la esperanza con que desde el principio seguí en ATRIO la elección y trayectoria del nuevo papa. Él ha ocupado la mayor parte de los post de este último año, hasta recibir quejar por la excesiva atención. Habiendo vivido la elección y primer año de Juan XIII parecía que se repetía la historia, sobre todo por esa sintonía del nuevo papa con el pueblo sencillo.

Un papa argentino y más joven que yo hizo también que lo siguiera con  más simpatía. ¿A dónde irá este pibe? Y me parecieron de maravilla los signos que iba dejando de sencillez y libertad.

Ya sabéis que me alineé a los esperanzados desde el principio. Para mí ha empezado una verdadera primavera, muy semejante a lo que sentíamos tras el primer año de Juan XXIII o más. Y así sigo, sin que nadie me quite la convicción de que se están tirando resueltamente piedrecitas hacia los talones de barro en que se apoya toda la grandeza y oropeles del Vaticano y de la Católica, aunque algunas decisiones parezca que intentan aputalarla.

Mi preocupación hoy es que acaben con él y con sus proyectos de cambio, no ya con  la posible desaparición física, sino con las muchas trampas que le tenderán, en las que puede caer o dejarse enredar. Voy a enumerar hoy sólo algunas:

1º Fomentar un nuevo culto a la personalidad, una franciscomanía o papalatría que ya están cultivando a su alrededor los ojeadores de estrellas mediáticas. Mondadori, gran editorial dirigida por la hija de Berlusconi, acaba de sacar una revista semanal titulada Il mio papa, totalmente dedicada a Francisco, con fotos, gestos y cosas sobre él. La página oficial de Vatican.va acaba de colgar un album de 35 fotos que he seguido una a una. Al final me producían náuseas.

2º Vender como reformas meros maquillajes. Un ejemplo. Con la excusa de una mayor trasparencia, se va a desmontar el vergonzante banco del IOR, acusado de ser un lavadero de dinero sucio y prácticas impresentables. Pero se va hacer, montando una nueva gran superestructura económica de la Iglesia católica. Nada menos que una Secretaria de Economía, tan poderosa como la Secretaría de Estado e independiente de ella, destinada a potenciar y rentabilizar mejor los grandes capitales que tiene la Iglesia católica en el Vaticano y en todo el mundo. Tras el trabajo de muchos comités de expertos y el consejo de las mayores asesorías y auditorías financieras del mundo, tal vez el nuevo banco vaticano funcione con más confianza internacional (base para extender su imperio económico) pero ese proyecto no da muestra alguna de que lo que se esperaba: una descapitalización de la Iglesia, una Iglesia realmente más pobre y para los pobres. Se trata, por lo que se sabe hasta el momento, de una reorganización capitalista de la mayor empresa del mundo. Eso es la Iglesia católica si coordina con criterios de eficacia toda la actividad económica de diócesis, órdenes y congregaciones religiosas, fundaciones y asociaciones católicas. Da vértigo pensarlo. Y todo lo demás se retrasa: ¿Para cuándo una verdadera cesión de bienes eclesiásticos para que se pongan al servicio de los más pobres, a través de de fundaciones claras que se encarguen de administrarlos y distribuirlos para resolver los problemas reales de los necesitados? ¿O se trata, con nuevas normas de control, de seguir registrando propiedades de edificios y catedrales para ir incrementando el activo de la institución siempre más? ¿Seguirá la Santa Sede siendo sostenida principalmente por sus ganancias financieras y por la afluencia de turistas a sus museos más que por las donaciones libres de los cristianos, como reflejan los últimos balances? ¿Seguirá la iglesia de poseyendo la cuarta parte de todos los inmuebles alquilados en Roma y aprovechando las nuevas leyes italianas para subir alquileres históricos y desahuciar a muchísimas familias pobres? ¿Ha habido cambios reales sobre esto en la diócesis de Francisco? ¿Se ha hecho alguna donación considerable y simbólica (subastando por ejemplo alguna propiedad u obra de arte significativa), a favor de la FAO por ejemplo, para aminorar el hambre del mundo? En 2008 ya hablamos una vez de esto en ATRIO, co n ocasión de un rumor que desgraciadamente no se averó: Benedicto XVI estudia una gran acción en favor de los pobres.

refudos_560x2803º No limpiar el Vaticano de quienes se aprovechan de la Iglesia para aumentar prestigio y medrar. Un ejemplo sólo. ¿Qué hace un personaje como Santiago Calatrava como miembro del Consejo de Cultura de la Santa Sede? Como valenciano tengo clavada esa espina. A Calatrava lo sufrimos sus paisanos, pero no sólo nosotros. Se ha especializado en hacer obras suntuarias no funcionales por todas las partes del mundo, aprovechando la fama el mismo Vaticano está, tal vez inconscientemente, contribuyendo a incrementar. Quien esté interesado en saber quién es ese arquitectos, qué pifias ha hecho por dónde ha pasado, cuántos millones de los ciudadanos ha cobrado de meros proyectos no realizados o de obras más hechas, que visite la página Calatrava te la clava. Es una página que Calatrava, con su cohorte de abogados, ha querido cerrar sin que el juez lo aceptase. Tiene su fama bien trabajada. Le vimos devotamente arrodillado frente a Benedicto XVI cuando se celebró en 2006 aquel Día Internacional de las Familias con sus estructuras como fondo, gran operación mediática del PP que permitió muchos negocios sucios que aún se están juzgando. Sabemos que en Valencia ha renovado una casa en la mismísima plaza de la Virgen, donde reside cuando viene a su tierra, aunque su negocio lo tiene domiciliado en Suiza, sin que pague por ello impuestos en España. ¡Un verdadero ejemplo de arquitecto insolidario a quien el Vaticano no cesa de darle un trato privilegiado! Ver, como muestra, la gran exposición en la misma columnata de San Pedro.

Pero hoy, querido hermano Francisco, querido Jorge Bergoglio, es un día para renovar la alegría que tuve el día de tu elección hace un año. Y decirte que sigo esperanzado y rezando por ti, como siempre pides, desde el primer momento. Deseo vivamente que cada vez estés más acertado en esa tarea de gobernar, que implica la difícil tarea de discernir espíritus al elegir personas.

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“Más Iglesia y menos Papa”, por Jorge Costadoat.

Jueves, 6 de marzo de 2014
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Papa-Francisco-11Leído en su blog Cristianismo en Construcción:

¿Por qué América latina celebra el nombramiento de Francisco? Porque es natural ser algo niños. El chovinismo es infantil. Estamos felices de que haya “ganado” uno de los nuestros. Pero hay una razón más importante. Con Francisco está en juego que se nos considere adultos, y no más niños. Los latinoamericanos estamos cansados de ser tratados como menores de edad. Con quinientos años de historia creemos que podemos hacer las cosas a nuestra manera. Llegó la hora. Justo cuando nuestra adolescencia amenazaba una ruptura fatal con la paternidad europea.

Hasta hace poco, y aún en buena medida, hemos padecido a la Santa Sede como una monarquía absoluta. Los últimos papas cuadraron la Iglesia con la doctrina. Los nombramientos episcopales, en su gran mayoría, recayeron en personas inobjetables desde un punto de vista doctrinal pero muy poco audaces, sin todo el arrojo evangélico necesario. Las presiones y el control de la curia romana han hecho que no pocos parezcan obispos asustadizos. Cuántos de ellos llegaron a las oficinas romanas acoquinados, pidiendo permiso y perdón, como si no fueran pastores en propiedad de sus diócesis. Hubieron de ser ortodoxos doctrinalmente, porque les pareció peligrosa la ortopraxis: discernir qué hacer ante los signos de los tiempos de América latina y crear, imaginar alternativas y correr el riesgo de implementarlas.

El vértigo a la libertad que el Vaticano II generó, ha sido probablemente la causa del encogimiento de nuestras iglesias. Recién cuando empezábamos a forjar una Iglesia auténticamente latinoamericana, con nuestra teología propia, comunidades y liturgias adecuadas a nuestra realidad cultural, nos cortaron las alas. Castigaron a nuestros teólogos. Encerraron a los seminaristas en claustros que los protegían de sus contemporáneos, cuando no de su propia humanidad. Todo debió ajustarse milimétricamente a una sola visión, a la única manera de pensar posible, la de la Curia, que explotó el nombre del Papa a tal grado que terminó por corromper el prestigio de la Santa Sede. En pos de la unidad, todos debimos ser iguales. Se nos obligó a cerrar filas frente a un mundo adverso y en contra del pluralismo; debimos, así, neutralizar nuestra propia diversidad. Nos habíamos ilusionado con el Concilio, pues respondía a nuestro anhelo de Iglesia católica más profundo. A fuerza de miedo, empero, se nos hizo retroceder a antes del Vaticano II. Los pontífices no parecían deberle nada a nadie. Por el contrario, los demás debían considerarse deudores de su beneplácito.

Francisco, en cambio, asume pidiendo la bendición del pueblo de Dios. No se cita a sí mismo. Cita a las conferencias episcopales de todas las regiones eclesiásticas del planeta. La diferencia es radical. Como “obispo de Roma”, restringiéndose a su diócesis hará posible que los demás obispos del mundo puedan respirar y hacerse cargo de las suyas sin temor a equivocarse. Él, el Papa, habla sin papeles. Puede equivocarse. Las improvisaciones y gestos espontáneos son ocasión de errores, quién no lo sabe. Pero así da el ejemplo contrario. Un Papa falible libera a los cristianos, a la jerarquía y al clero de la necesidad de ser infalibles y de la maldición de aparentarla. Francisco, no teme ponerse una nariz de payaso para identificarse con quienes transmiten el Evangelio jugando, alegrando la vida a niños y personas devorados por la tristeza. Un papa que juega, con una pelota roja en la cara, sí es infalible. Pues se atina con la libertad cristiana, cuando el criterio último de su actuación es el amor. La infalibilidad evangélica estriba en el amor. Busca la manera de liberar a los demás para que también estos puedan hacerse responsables de sus vidas y de la de los demás con inventiva, con más discernimiento que con anatemas.

A Francisco le falta una sola cosa: desaparecer. Hasta el momento ha hecho las cosas bien, porque a causa de su audacia probablemente ha cometido más de un error. Sus errores autorizan a ensayar y a equivocarse. ¿Tendrá su sucesor que parecérsele? Ojalá que sea él mismo y no un imitador de Francisco. Lo decisivo será que Francisco mengüe en importancia para que prosperen las iglesias de todo el mundo. Que lo haga ahora, que deje instalada la tendencia. Para que su sucesor no se angustie con “salvar” la Iglesia en vez de inventar, no sin todas las iglesias, un mundo nuevo, mejor, más hermoso, más libre.

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La iglesia católica de Nigeria felicita al presidente del país por el recrudecimiento de la persecución homófoba… El Papa debería amonestar a los obispos nigerianos por esta vergüenza.

Jueves, 6 de febrero de 2014
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Si hay algo que une a las diferentes comunidades religiosas en África, tantas veces enfrentadas, es su profunda homofobia. En Nigeria, uno de los países que ha endurecido recientemente su legislación contra gays y lesbianas, la Conferencia Episcopal católica ha emitido un comunicado alabando al presidente Goodluck Jonathan por haber firmado la nueva ley. Leemos en Ragap y en Dosmanzanas:

Dice el refrán que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Esta máxima popular bien podría aplicársela el Papa Francisco. Si la cabeza de la Iglesia Católica considera que él no es quien para juzgar a los gays, entonces la Iglesia Católica tampoco debería celebrar las leyes que permiten meter en la cárcel durante años a quienes muestren públicamente una relación gay, participen en un colectivo LGBT o participen en un matrimonio del mismo sexo. Esto es lo que ha hecho el presidente de la Conferencia Episcopal católica en Nigeria. El arzobispo Ignatius Kaigama no ha dudado en felicitar al Gobierno del país por la aprobación de las duras leyes contra la homosexualidad en el país. Hace unos días la cabeza de la Iglesia Anglicana, el arzobispo Justin Welby, regañó públicamente a los obispos de esta confesión en Nigeria y Uganda por estar a favor de las leyes contra los gays. La Iglesia católica todavía no se ha movido públicamente para llamar al orden a Kaigama.

No es que Welby esté a favor del matrimonio gay, pero sí se ha posicionado públicamente a favor de luchar contra la homofobia. El Papa Francisco, más allá de su declaración de compasión y trato justo hacia los gays, no ha realizado aún ningún movimiento en concreto. Las palabras de Kaigama deberían hacerlo. No parece que sea compasivo desear a alguien pasar años en una cárcel por ser quienes son. El religioso no duda en alertar de una peligrosa conspiración del mundo occidental para imponer valores gays.

Os elogiamos por esta valiente y sabia decisión y oramos para que Dios continúe bendiciendo, guiando y protegiendo a ti y a tu administración contra la conspiración del mundo desarrollado para convertir a nuestro país y continente en el vertedero de la promoción de prácticas inmorales, que han continuado denigrando el propósito de Dios para el hombre en el área de la creación y la moralidad en sus propios países”, señala el arzobispo. El religioso celebra que el gobierno de Goodluck Jonathan haya resistido la presión internacional por la “promoción de las prácticas inmorales y no éticas de unión del mismo sexo y otros vicios relacionados” y por proteger “nuestra cultura nigeriana y africana más valorada de la institución del matrimonio y la protección de la dignidad del ser humano”.

Como sabemos, el pasado 14 de enero, Jonathan firmaba la ley aprobada por su Parlamento, que agrava el tratamiento penal para todo aquello relacionado con la homosexualidad. A partir de su entrada en vigor, en Nigeria es un delito castigado con penas de hasta 14 años de cárcel el celebrar una ceremonia de unión homosexual. También está penado con 10 años de prisión la exhibición pública o privada de una relación afectiva entre dos personas del mismo sexo o la pertenencia a cualquier tipo de asociación u organización de defensa de los derechos LGTB.

 

Al día siguiente de la promulgación se producían las primeras detenciones de activistas de derechos humanos y de lucha contra el VIH en la región de Bauchi, de mayoría musulmana. Uno de ellos fue inmediatamente condenado y castigado con 20 latigazos en público y una multa. Los otros detenidos esperan sentencia, mientras la multitud exige su ejecución inmediata, algo que es legal en los estados del norte del país en los que rige la sharía o ley islámica.

Un panorama terrible que, sin embargo, parece ser del agrado de los obispos católicos, que han descrito la nueva ley represiva como “un buen paso en la buena dirección para la protección de la dignidad de las personas”. Los prelados han felicitado al presidente Jonathan por no doblegarse a “las presiones de algunos grupos internacionales” para “promover prácticas inmorales como la unión entre personas del mismo sexo y otros vicios relacionados”. El arzobispo de Jos y presidente de la Conferencia Episcopal de Nigeria, Ignatius Kaigama, ha asegurado al jefe del Estado que rezarán contra “la conspiración del mundo desarrollado” que, según su visión, supone el apoyo a los derechos de las personas homosexuales.

 

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