La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Laurel Potter (ella/ellos), que enseña teología en la Universidad de St. Thomas en St. Paul, Minnesota. Laurel investiga y rinde culto en colaboración con comunidades eclesiales marginales en El Salvador, donde vivió y trabajó durante varios años.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Las lecturas del evangelio de los últimos domingos nos han llevado a través del capítulo 6 del evangelio de Juan, un texto filosófico desafiante conocido como el discurso del “pan de vida”.
El capítulo comienza con la historia de Jesús alimentando a los cinco mil (¡desde dos peces y cinco panes de cebada hasta doce cestas de sobras!) y continúa a través de una reflexión sobre el alimento espiritual, la carne y el espíritu, y la tarea de creer. La comunidad de Juan entendió la historia de la alimentación de los cinco mil como un momento importante de la institución eucarística, y utilizaron algunos versículos de este capítulo en su propia conmemoración ritual de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Es un texto que expone lo que está en juego en el compromiso con el camino marcado por Jesús el Cristo.
En el pasaje de hoy, algunos discípulos no están dispuestos a orar por las promesas de Jesús. Después de escucharlo, “muchos de sus discípulos volvieron a su forma de vida anterior y ya no lo acompañaban”. Es una decisión consciente, un rechazo informado del camino de Jesús. Este momento me recuerda al teólogo alemán del siglo XX Karl Rahner, quien dice que pasamos la vida respondiendo “sí” o “no” a Dios. Rahner enfatiza que es realmente posible decir no. El libre albedrío humano incluye la posibilidad de negar a Dios (y al hacerlo, diría Rahner, negar la verdad de nosotros mismos).
Después de que algunos discípulos se van porque vieron la promesa divina de vida abundante para la amada creación y la encuentran demasiado extraña para aceptarla o demasiado difícil de creer, Jesús se dirige a los que se quedan y les pregunta: ¿Y qué, a todos ustedes también? ¿Me vas a dejar?
Y ellos, en particular, no intentan decirle a Jesús que su mensaje es simple, fácil o directo. No pretenden comprender, ni saber lo que puede suceder, ni fingir estar preparados. Todo lo que pueden decir es: ¿adónde más podríamos ir?
Para la mayoría de las personas, especialmente las personas LGBTQ+, vivir de acuerdo con nuestras esperanzas invisibles no es fácil. Convertirnos en nosotros mismos, tener el coraje de cambiar de opinión, aceptar nuevas realidades, confiar en los futuros prometidos, va en contra de todos nuestros deseos de seguridad, de lo conocido. Y, sin embargo, contradictoriamente, como Jesús intenta explicar a lo largo de Juan 6, nada más que el camino aterrador e inseguro nos llevará hacia ese fin. Esto es difícil de aceptar. Cuando Pedro responde a la pregunta de Jesús con una pregunta: “¿a quién iremos?”, no está listo para decir que conoce y consiente en cada paso del viaje que está por venir. Sólo puede reconocer que no hay otro camino para él, y esta respuesta es suficiente.
Esta sensación de que no hay nada que hacer excepto lo que se hace me recuerda un poema favorita de la poeta lesbiana Mary Oliver(*) titulado “El viaje”. Si tuviera que añadir una cuarta lectura al leccionario de hoy, sería esta.
Es un poema que ha acompañado gran parte de mi proceso de salida del armario y al que todavía recurro cuando la vida exige lo que parece imposible. Este poema es para momentos en los que no podemos trazar totalmente cómo se desarrollará la fidelidad a lo que nos han dado, muy parecido a cómo imagino que se sintieron los discípulos cuando Jesús los puso en aprietos, muy parecido a cómo debe haberse sentido la comunidad de Juan en medio del peligro y la incertidumbre de el período paleocristiano. Como mínimo, así es como me he sentido en diferentes encrucijadas de “sí” y “no” en mi propia vida.
Lo ofreceré aquí, a medida que avanzamos hacia otra semana, enfrentando las opciones, incertidumbres, desafíos o posibilidades que nos esperan.
Un día finalmente supiste
lo que tenías que hacer, y comenzaste,
aunque las voces a tu alrededor
continuaban gritando
su mal consejo –
aunque la casa entera
comenzó a temblar
y sentiste el viejo tirón
en tus tobillos.
¡Arregla mi vida!
lloró cada voz.
Pero tú no te detuviste.
Supiste lo que tenías que hacer
aunque el viento acechó
con sus dedos severos
los mismos cimientos–
aunque su melancolía
fue terrible.
Ya era suficientemente tarde
una noche salvaje,
el camino repleto de ramas
y de piedras caídas.
Pero poco a poco,
según fuiste dejando atrás sus voces,
las estrellas comenzaron a arder,
a través de sábanas de nubes
y hubo una nueva voz
que lentamente
reconociste como la tuya,
que te hizo compañía
mientras tú avanzabas
más y más profundo
en el mundo,
determinada a hacer
la única cosa que podías hacer–
determinada a salvar
la única vida que podías salvar.
—Laurel Potter (ella/ellos), 10 de junio de 2024
Fuente New Ways Ministry
***
(*) Mary Oliver nació en 1935 en Ohio, murió en su casa en Florida, Estados Unidos, en 2019. Obtuvo varios premios, entre ellos, el Pulitzer en 1984 por su libro American Primitive. Este poema pertenece a su libro Dream Work (1986) y la traducción es de la poeta española Sara Torres.
La reflexión de hoy es de Jim McDermott, un escritor independiente de Nueva York.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Durante la Cuaresma, volví a ir a la iglesia después de un tiempo de ausencia. Aprendí con los años que, a veces, cuando evito la misa es porque hay algo allí con lo que no quiero lidiar, algún dolor o herida o tal vez una verdad que me espera.
Las primeras dos semanas me trajeron un par de sorpresas felices: momentos de la misa que, por lo general, me dicen mucho, pero que había olvidado. No sé exactamente qué es, pero la presentación de los dones, el levantamiento del cáliz y la patena siempre me brindan mucho alivio.
Sin embargo, con el tiempo, el terreno se volvió más duro: homilías narcisistas, elecciones musicales que no parecían interesadas en lo que la comunidad podía cantar o para lo que estaba allí. El malestar y el desprecio comenzaron a instalarse.
Entonces, un domingo por la noche, en la misa, cuando todos esos problemas comenzaron a aparecer nuevamente, noté algo en la iglesia: una vidriera. No tenía nada de inusual. Era el típico mosaico colorido de un santo. Simplemente, me pareció bonito. Y me hizo mirar a mi alrededor y notar otras cosas en la iglesia: la forma en que la luz del sol caía sobre la sala; las miradas en los rostros de ciertas personas; el fresco en el techo.
De repente, fue como si hubiera dos de mí: el adulto que se sentía atrapado en su asiento, cada vez más frustrado; y el niño que estaba felizmente asimilando las cosas, completamente ajeno a lo que hacían los adultos. Fue una especie de revelación descubrir esa otra parte de mí, recordar que tengo una forma completamente diferente de relacionarme con Dios en la iglesia que puede ser bastante nutritiva incluso si encuentro que algunas cosas que suceden son perturbadoras.
En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decir que él es “el pan que bajó del cielo”. Fue una afirmación impactante en ese momento, una de las muchas que indignaron tanto a las personas religiosas que realmente querían ver a Jesús muerto. Hoy en día creo que luchamos más a menudo con el problema opuesto: las palabras de Jesús nos resultan tan familiares que no significan gran cosa, o parecen tan totalmente contrarias a nuestra experiencia vivida de la iglesia, a la hostilidad que a menudo encontramos allí o a la ansiedad que sentimos los que somos homosexuales al ir a misa o al tratar con otras personas religiosas (¿cómo nos tratarán? ¿cómo hablarán de nosotros?), que la autodescripción que Jesús hace de sí mismo como si nos ofreciera sustento parece representar alguna otra realidad distante.
Pero últimamente me pregunto si incluso en medio de la ansiedad o la frustración que a veces podemos sentir en la iglesia todavía es posible para nosotros experimentar el alimento que ofrece Jesús un domingo. Y una lectura más atenta de lo que dijo Jesús sugiere que tal vez me he equivocado al suponer que es una cosa o la otra. “El pan que descendió del cielo” es una alusión al maná que Dios proporcionó a los israelitas cuando vagaban por el desierto (lo que hicieron durante 40 años). La promesa que Jesús nos ofrece no es la de alimentarnos cuando estamos sentados en la mesa de un amigo, sino precisamente cuando estamos solos preguntándonos dónde estamos y qué estamos haciendo.
A veces la gente se queja de la forma de la hostia eucarística. Se pega al paladar y casi no parece pan de verdad. Pero esa forma es intencional. Se supone que nos recuerda el maná y la promesa específica que Jesús nos hace, no estar ahí solo en tiempos de abundancia sino en tiempos difíciles, cuando estemos necesitados.
Quiero que la iglesia cambie. Quiero que nos sintamos bienvenidos y seguros. Quiero que no se nos trate como chivos expiatorios convenientes o enfermos, sino como una bendición, como una familia amada. Pero, aunque lucho con el hecho de que todavía no hemos llegado a ese punto, ni siquiera cerca de llegar, ¿puedo acceder al niño que llevo dentro, que tiene un punto de vista tan diferente sobre las cosas, que puede deleitarse con la forma en que brilla el pan de oro en un fresco, el vaivén de las llamas en las velas votivas, la forma en que el lector cuenta la historia de Elías en el desierto?
¿Podría haber todavía una comida esperándonos incluso en este desierto?
Comentarios desactivados en Escuchar la voz de Dios en la conciencia. 19 Tiempo ordinario – B (Juan 6,41-51)
Jesús se encuentra discutiendo con un grupo de judíos. En un determinado momento hace una afirmación de gran importancia: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Y más adelante continúa: «El que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí».
La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios. Así de sencillo. Dios va quedando ahí como algo poco importante que se arrincona en algún lugar olvidado de nuestra vida. Es fácil entonces vivir ignorando a Dios.
Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. No es que Dios no hable en el fondo de las conciencias. Es que, llenos de ruido y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros.
Quizá sea esta nuestra mayor tragedia. Estamos arrojando a Dios de nuestro corazón. Nos resistimos a escuchar su llamada. Nos ocultamos a su mirada amorosa. Preferimos «otros dioses» con quienes vivir de manera más cómoda y menos responsable.
Sin embargo, sin Dios en el corazón quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. No reconocemos qué es lo esencial y qué lo poco importante. Nos cansamos buscando seguridad y paz, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.
Se nos ha olvidado que la paz, la verdad y el amor se despiertan en nosotros cuando nos dejamos guiar por Dios. Todo cobra entonces nueva luz. Todo se empieza a ver de manera más amable y esperanzada.
El Concilio Vaticano II habla de la «conciencia» como «el núcleo más secreto» del ser humano, el «sagrario» en el que la persona «se siente a solas con Dios», un espacio interior donde «la voz de Dios resuena en su recinto más íntimo». Bajar hasta el fondo de esta conciencia, para escuchar los anhelos más nobles del corazón, es el camino más sencillo para escuchar a Dios. Quien escucha esa voz interior se sentirá atraído hacia Jesús.
Comentarios desactivados en “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Domingo 11 de agosto de 2024. Domingo 19º de tiempo ordinario
De Koinonia:
1Reyes 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios. Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Efesios 4,30-5,2: Vivid en el amor como Cristo. Juan 6,41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
La narración del primer libro de los Reyes está sumamente cuidada y llena de detalles que hacen de esta simple huida algo más profundo y simbólico. Para empezar, las alusiones al desierto, a los padres, a los cuarenta días y cuarenta noches de camino, al alimento, al monte de Dios, son demasiado claras y numerosas como para no reconocer en el camino de Elías el camino inverso al que realizó Israel en el éxodo. No se trata sólo de una huida; también hay una búsqueda de las raíces que terminará en un encuentro con Dios. También los grandes héroes como Elías y Moisés (cf. Num 11,15) han sentido nuestra debilidad. Elías, desanimado del resultado de su ministerio huye porque «no es mejor que sus padres» en el trabajar por el reino de Dios y es mejor reunirse con ellos en la tumba (v.4). Cuando el hombre reconoce su debilidad, entonces interviene la fuerza de Dios (2Cor 12,5.9). Con el pan y el agua, símbolos del antiguo éxodo, Elías realiza su propio éxodo (símbolo de los cuarenta días, v.8) y llega al encuentro con Dios. Tal como está narrado este episodio de Elías nos habla del camino, de los empeños, de las tareas demasiado grandes para hacerlas con las propias fuerzas y de la necesidad de caminar apoyados en las fuerzas del alimento que nos mantiene.
La segunda lectura es la continuación de esta exhortación apostólica que desciende a detalles hablando de aquello que el cristiano debe evitar (aspecto negativo) o debe hacer (aspecto positivo). Así, el cristiano puede trabajar en la edificación de la iglesia y no entristecer al Espíritu rompiendo la unidad (4,25-32a; 4,3). Este modo de vivir encuentra su fundamento en aquello que Cristo ha realizado o el Padre ha cumplido por Cristo. Vivir de manera cristiana y vivir en el amor como Cristo y el Padre (cf. Mt 5,48). Como el Padre perdona, así debe hacer el cristiano (v. 32b); Mt 6,12.14-15). Como Cristo ama y se dona en sacrificio, así hace el cristiano. La unidad es fruto del sacrificio personal. El tema de la imitación de Dios, consecuencia y expresión de ser hijos suyos, revela la referencia evangélica de esta exhortación de Efesios (cf. Mt 4,43-48). El Espíritu es el elemento determinante del comportamiento cristiano. En línea con otros pasajes paulinos sobre el Espíritu, en éste su recepción se vincula (indirectamente) al bautismo y se le considera como sello/marca que identificará en la parusía a cuantos pertenecen a Cristo.
El evangelio de Juan que hoy leemos comienza con el escándalo que se produce en los judíos porque Jesús se equipara al pan; pero más aun porque dice que ha “bajado del cielo”. Para ellos esto no tiene explicación, puesto que conocen a Jesús desde su infancia y saben quiénes son sus padres. Para ellos su vecino Jesús, visto en su sola dimensión humana, no guarda relación alguna con las promesas del Padre y con su proyecto de justicia revelado desde antiguo.
Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la dimensión que encierra la persona y la obra del Maestro. En primer lugar, la adhesión a Jesús es obra también de Dios; es él mismo quien suscita la fe del creyente y lo atrae a través de su hijo.
Conocer a Jesús es apenas un primer paso en el cual se encuentran sus paisanos; pero adherir la propia fe a él es el siguiente paso, que exige un despojarse totalmente para poder encontrar en él el camino que conduce al Padre. Sólo este segundo momento permite descubrir que Dios se está revelando en Jesús tal cual es; esto es, un Dios íntimamente comprometido con la vida del ser humano y su quehacer.
Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material.
Así pues, el conocimiento y aceptación de la propuesta de Jesús alimenta esa dimensión trascendente del ser humano, que es la entrega total y absoluta a la voluntad del Padre; y la voluntad del Padre no es otra que la búsqueda y realización de la Utopía de la Justicia en el mundo en todos los ámbitos (Reinado de Dios), para que haya «vida abundante para todos» (Jn 10,10). Leer más…
Comentarios desactivados en 11.8.24. Dom 19 TO. Elías y Jesús, con Benedicto XVI. Bajar del monte, compartir la vida
Del blog de Xabier Pikaza:
La eucaristía vincula este domingo a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y la transfiguración, sino por las curaciones y el pan compartido. Que todos puedan comer, que haya, dignidad y amor para todos.
En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y minorías elitistas en la Iglesia.
| Xabier Pikaza
La eucaristía de este domingo vincula a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y de la transfiguración, con las curaciones y el pan compartido, sino con una más honda misión y presencia de vida y paz a favor de la salvación de muchos, si es que los “elegidos “bajan (bajamos) del monte..
En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y persecución de la Iglesia. Sobotta me contó el miedo que habia pasado Ratzinger ante la protesta de algunos que habían entrado en el aula, la forma en que le ayudó y sacó del peligro K. Lehman, su ayudante, después Cardenal de Mainz y gran teólogo, etc.
1 Rey 18
1Reyes 19,4-8
En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: “¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!” Se echó bajo la remata y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!” Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: “¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.” Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.´´
(sigue):´. 9 Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche … Pasó entonces Yavé por la boca de la cueva…13Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?», 14y él respondió: «Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela».
15Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, 16rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá…8Dejaré un resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron…
Juan 6,41-51
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: “No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi cuerpo para vida de los hombres.
Comparación general entre Elías y Jesús
Elías, profeta del pan, se queja ante Dios diciendo… que han matado a todos los profetas, que queda a solas… Por eso sube al monte de Dios (Horeb) dispuesto a morir…
Pero Dios no se muestra como vengador violento (huracán, terremoto, fuego) sino como brisa suave de vida, diciéndole que vuelva… Que hay muchos que no no han inclinado la rodilla ante Baal, que comience su nueva tarea, no sólo en Israel, sino en el entorno de Siria… una tarea social y política, una tarea religiosa de regeneración, simbolizada por el pan.
Jesús es el profeta del pan de las multiplicaciones… Ha venido a dar su propia vida, su propia carne al servicio de los demás… Uno quieren ungirle rey (porque quieren que se dé mucho pan material),otros le abandonan y quieren perseguirle, pero él sigue ofreciéndoles su carne, esto es su vida… Queda con pocos, las mayoría de los galileos que le han seguido se marchan porque no quieren su mesianismo, su iglesia, su futuro de reconciliación.
Conversión de Elías: Del Carmelo al Horeb.
Elías empezó siendo una figura violenta y la tradición israelita le vincula con al sacrificio del Carmelo, donde debía decidirse la identidad del Dios israelita y su diferencia respecto a los baales de la tierra palestina (cf. 1 Rey 18). Hubo un juicio de Dios, una ordalía, con el fuego de Dios, hecho rayo. Elías vence y manda matar a los profetas de Baal, degollados junto al río.
«Elías dijo: respóndeme, oh Yahvé; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios, y que tú haces volver el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Yahvé, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron: ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Entonces Elías les dijo: ¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los prendieron, y Elías los hizo descender al arroyo de Quisón, y allí los degolló (1 Rey 18, 37-40).
Pero ese recuerdo de muerte, que ha marcado con dureza la historia posterior del judaísmo (y del mismo cristianismo), ha sido recreado (transformado) por la experiencia de la conversión de Elías, en el monte Horeb, donde él subió, como nuevo Moisés, para dialogar con Dios, buscándole ante todo como huracán, terremoto y fuego. Él se había opuesto por muchos años a los cultos de Baal, pero un día tuvo que darse por vencido: parecían haber fracaso sus esfuerzos y su lucha. Por eso quiso presentarse ante su Dios y emprendió el camino del Horeb, para morir en la presencia del Señor, que había querido hacerle su profeta.
El camino era duro y en medio de la marcha invocó la muerte: «¡Basta ya, oh Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)» (1 Rey 19, 4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida para que siguiera en su camino. Así siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta días y cuarenta noches.
«Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Rey 19, 9-10).
Elías quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora está allí los dos, frente a frente: Elías, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Rey 18, 38-39; 2 Rey 1, 10.12) y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que ponga en pie y que vea, que sienta, que discierna:
«Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Yahvé, pero no Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Rey 19, 11-13).
Nueva misión de Elías
En un primer momento se ha manifestado el Dios de Elías, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habría imaginado: este es el Dios del huracán, de terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas lo largo de la historia. El verdadero Dos está en la brisa suave, después que han pasado los signos de la teofanía destructora, del volcán y del incendio en la montaña. Éste es el Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Éste es el Dios que le dice a Elías que vuelva, que empiece de nuevo:
«Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios» (1 Rey 19, 15-18).
Allí donde Elías pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel que estaban enfrentados. Elías, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.
El primer Dios de Elías debía revelarse a través de los signos de la ira y destrucción que él habría imaginado (como hará más tarde Juan Bautista: cf. Mt 3, 7-12). Pero el nuevo Elías de la Montaña sagrada descubrirá que el verdadero Dios, que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia, es brisa suave de amor creador. Si esta presencia del Dios de Elías la historia de Israel sería incomprensible.
Elías sanador.
Unido a Eliseo, su discípulo, Elías aparece no sólo como profeta del doble juicio de Dios (ordalía del Carmelo, brisa del Horeb; cf. 1 Rey 18-19), sino como profeta popular y carismático carismático, capaz de realizar milagros a favor de los enfermos, incluso más allá de las fronteras de Israel. Así puede decirse que, en conjunto, las historias de Elías y Eliseo (cf. 1 Rey 17-21 y 2 Rey 1-8) son ante todo historias de milagros con enfermos graves, como en el hijo de la viuda de Sarepta:
«Cayó enfermo el hijo de la mujer… y su enfermedad fue tan grave que se le fue el aliento. Entonces ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a mí para traer a la memoria mis iniquidades y hacer morir a mi hijo? Y él le respondió: Dame a tu hijo. Lo tomó de su seno, lo llevó al altillo donde él habitaba y lo acostó sobre su cama… y dijo: ¡Yahvé, Dios mío! ¿Incluso a la viuda en cuya casa me hospedo has afligido, haciendo morir a su hijo?
Luego se tendió tres veces sobre el niño… diciendo: ¡Yahvé, Dios mío, te ruego que el aliento de este niño vuelva a su cuerpo! Yahvé escuchó la voz de Elías, y el aliento del niño volvió a su cuerpo, y revivió. Elías tomó al niño, lo bajó del altillo a la casa y lo entregó a su madre… que dijo a Elías: ¡Ahora reconozco que tú eres un hombre de Dios…! » (1 Rey 17, 17-24).
Éste es Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), pero también sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, fiel yahvista, cura la “lepra” de Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5). Éstas y otras narraciones circulaban en tiempo de Jesús y alimentaban la imaginación de muchos piadosos. Por eso, no resulta extraño que los cristianos le hayan visto al lado de Moisés (acompañando a Jesús: cf. Mc 9, 1-9 par) y hayan podido pensar que Jesús llamaba a Elías desde el madero del suplicio (Mc 15, 35-36; cf. Mal 3, 23-24; Eclo 48, 1-11).
Jesús, profeta como Elías, profeta de amor y sanación universal, no de juicio
Ambos están relacionados con el Norte de Israel (más que con Jerusalén) y no son sacerdotes, aunque Elías aparece como instaurador de una nueva sacralidad sobre el Carmelo (1 Rey 18). Jesús es como Elías un hombre celoso por la identidad de Dios (Yahvé, el Señor, es el único…), y al mismo tiempo es un profeta carismático, un profeta “sanador”, también como Elías, con quien se le compara repetidamente (cf. Mc 6, 15 y 8, 28), y de un modo especial en el momento de su muerte (cf. Mc 15, 35-36).
Quizá podemos suponer que Jesús quiso retomar el signo de Elías, que significativamente aparece al final de la Biblia Hebrea que terminaba con la promesa de Malaquías, diciendo que Elías ha de venir para: (a) restaurar a Israel, (b) convertir los corazones de los hijos a los padres y (c) preparar la llegada de Dios (cf. Ml 3, 1-2. 19. 22-24).
Ciertamente, hay rasgos de esa profecía de Malaquías (y de la figura de Elías) que se aplican mejor a Juan Bautista (Ml 3, 1-2. 19), pero los más significativos (Malaquías 3, 22-24), parecen más cercanos a Jesús, que ha venido a reconciliar a los hijos con los padres (=restaurar a Israel), preparando la llegada salvadora de Dios. Es muy posible que tanto Juan* como Jesús se hayan sentido vinculados con Elías, pero lo han hecho en líneas distintas: Juan Bautista esperaba un Elías futuro, de juicio; Jesús, en cambio, supone que el signo de Elías se estaba cumpliendo en su mensaje y en sus signos milagrosos, es decir, en la curación de los enfermos.
Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto real con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos. No sabemos si Jesús había desplegado previamente capacidades sanadoras (antes de haber ido donde Juan Bautista), aunque podemos suponer que no, pues, de lo contrario, no se entendería bien su estancia ante el Jordán, en la línea del primer Elías. Leer más…
La primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús).
El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre?
Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios: solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús.
La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús.
Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». La reacción de los judíos no se hace esperar: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». La solución, el próximo domingo.
En aquel tiempo los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?».
Jesús les dijo:
+ «Dejad de criticar. Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere». «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
Tres notas al evangelio
El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de una elaboración polémica.
El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús.
Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna.
El pan de Elías (1ª lectura: 1 Reyes 19,4-8).
El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo.
En aquellos días, Elías llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él se internó en el desierto una jornada de camino y fue a sentarse bajo una retama, deseándose la muerte y diciendo:
– «¡Ya basta, oh Señor! Quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres».
Luego se acostó y se quedó dormido debajo de la retama. Un ángel le tocó y le dijo:
– «Levántate y come».
Miró en derredor, y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras ardiendo y un vaso de agua. Comió, bebió y luego se volvió a acostar. El ángel del Señor volvió por segunda vez, le tocó y le dijo:
– «Levántate y come, pues te resta un camino demasiado largo para ti».
Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
Tres clases de panes
Las lecturas de hoy sugieren una reflexión.
Antes de la reforma de Pío X, la comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo de tiempo.
Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven, en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente.
El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre.
La vida eterna en la vida diaria (2ª lectura: Efesios 4,30-5,2)
Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia.
El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.
Hermanos:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, que os ha marcado con su sello para distinguiros el día de la liberación. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Podemos comenzar transformando en positivo este versículo: “Bendecid. Solo puede venir a mí quien es atraído por el Padre”.
El seguimiento de Jesús no tiene su origen en nosotras, la iniciativa primera es de Dios. Es Dios quien atrae, quien despierta la sed, quien suscita el deseo… Nuestra parte está en ese ir a Jesús, acercarnos y seguirle, escucharle y dejarnos hacer por Él.
Los judíos que le escuchaban le criticaban porque creían saber quién era, de dónde venía, quiénes eran sus padres… Pero parece que Jesús les pide que vayan más allá, que traspasen ese muro de creer saberlo todo… y se dejen acariciar por el regalo de la novedad de su amor.
Juan, en esta parte del Evangelio, nos propone recordar a los israelitas que, al poco de huir de Egipto, en Éxodo 16, se quejan a Moisés y a Aarón por no tener qué comer.
También se nos invita hoy a mirar nuestras críticas y nuestras murmuraciones. En la Iglesia nos es muy fácil criticar a otras personas que no siguen a Cristo como nosotras, que oran de diferentes maneras, que tienen otros compromisos y otra forma de expresar su fe… Ojalá, cuando lo hagamos, escuchemos a Jesús diciéndonos: todas las personas que vienen a mí han sido atraídas por el Padre. Quizás comencemos a sentirnos realmente hermanadas, nos alegremos al descubrir la riqueza de las seguidoras de Cristo…
Cuando era adolescente, discutía mucho con mi hermano y luego iba quejándome a nuestra madre. Ella intentaba calmarme y me decía: “Pero, ¿por qué discutís tanto? ¡Si en el fondo sois los dos iguales!”. No le entendía nada. Luego me he dado cuenta “de mayor” que nos pasa lo mismo… Nos molesta y criticamos a las demás personas pero, en el fondo (nos guste o no), nos parecemos muchísimo… Hemos sido creadas a imagen y semejanza de Dios, ¿no?
Comentarios desactivados en Si vivimos la misma vida de Dios, somos ya eternos.
DOMINGO 19º (B)
Jn 6,41-52
Seguimos en el c. 6 de Juan. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable su mensaje. La propuesta sigue siendo la misma, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido y lo que Jesús les quiere transmitir. El balance final es desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio. Se trata de una metáfora que no podemos entender literalmente, Dios está en todo. Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que la versión de los LXX utiliza para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Les recuerda que el pueblo estuvo contra Moisés en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él.
¿No es este el hijo de José? En los sinópticos, hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. El mayor obstáculo para acercarse a Jesús, es conocerlo demasiado bien. Lo mismo puede pasarnos a nosotros, creemos conocer a Jesús y nos quedamos en ayunas. Para su mentalidad la lógica es aplastante. Si es hijo de José, no puede ser hijo de Dios. Hoy apreciamos el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios a la de José, seguimos en la misma contradicción. Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios. Son realidades de naturaleza distinta. Hemos caído en la trampa solo que al revés.
Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Se trata de una expresión clave en el evangelio de Juan. Dios nos empuja siempre desde dentro. Más de 90 veces hace Juan referencia al Padre. Nuestro concepto de padre tenemos que cambiarlo por el de principio, origen, fundamento, germen, comienzo, razón de ser, realidad última. La última realidad no se puede expresar con palabras ni con imágenes, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para entenderlo, tenemos que ir más allá de los contrarios.
Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección no sirve para descubrir el sentido que aquí quiere darle el evangelio. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene también un alimento trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy. La Vida definitiva ya está en nosotros, solo espera ser activada.
Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor; por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él es un servilismo de toma y da acá.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús alimenta el espíritu, dando una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferencia. La expresión “pan de Vida” no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de Juan. La VIDA (con mayúsculas) es el tema fundamental del evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”. Se trata de la VIDA que es el mismo Dios.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come este pan vivirá para siempre. Jesús es alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y seguirá siéndolo todo para los vivan la misma Vida que vivió Jesús. Debemos tener claro que Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica a Dios y su Reinado, al Cristo predicado. En Juan se ve claro este paso.
El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne”, para los judíos, era el mismo ser humano, pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte… Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que no hay contradicción, el Espíritu se manifiesta siempre en la carne.
La grandeza de la carne consiste en que está informada por el Espíritu sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar al verdadero Dios en la realidad material, no en alguna parte fuera de ella y en el Hombre. Esa diferencia radical es la que trata de manifestar el evangelio de Juan. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime. Nuestro error es pensar que para acercarse a Dios hay que alejarse de la carne.
Después de dos mil años, seguimos sin comprenderlo. Un Dios involucrado en la carne sigue siendo inaceptable para nosotros. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús corvirtiéndolo en Cristo. La Escritura dice con toda claridad que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne se hizo Dios. El Dios identificado con la carne no interesa a nadie, y menos a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos permite la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás.
Hemos convertido la eucaristía en cosa sagrada, olvidándonos de que es signo de la unidad y del amor. El fin de la eucaristía es descubrir que todo ser humano es sagrado, haciéndole objeto de nuestra adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Seguimos empeñados en convertir el pan en Jesús, pero el evangelio dice que Jesús se convierte en pan. No tengo que adorar a Jesús, convertido en pan sino convertirme yo en pan y ser de provecho para todo el que me coma.
Estamos acostumbrados a las grandes síntesis teológicas de Juan; a su empeño en poner en boca de Jesús palabras que en realidad son suyas (de Juan), lo que nos impide saber si alguna vez Jesús dijo esas cosas. No obstante, la idea que recoge el texto de hoy es preciosa y vamos a tratar de desarrollarla brevemente.
Somos caminantes. El libro del Éxodo es una excelente metáfora de nuestra vida: “Desde la cómoda esclavitud de nuestras pasiones, por el desierto de la vida hacia la casa del Padre”. Y es cierto que podemos decidir no caminar, o que, cansados, decidamos quedarnos en algún albergue confortable del camino, pero si decidimos seguir adelante, necesitaremos alimento para reponer las fuerzas.
Unos buscan ese alimento en los sacramentos, en la liturgia, en los ritos. Otros lo buscan en su interior; en la oración, en el silencio, en la meditación. Otros en la propia comunidad de creyentes… Y la experiencia nos dice que todo esto es eficaz, y que nos alimenta, pero lo que aquí dice Juan es que el pan es Jesús mismo: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si uno come de este pan vivirá para siempre…»
Tratando de descifrar el simbolismo de estas expresiones, podemos pensar que nuestro pan, nuestro alimento, es el propio Jesús, su praxis, sus criterios, su proyecto colosal, y esto significa que nos alimentamos cuando perdonamos, cuando compadecemos, cuando damos de comer, cuando trabajamos por la paz y la justicia… Porque el compromiso con el Reino genera un círculo virtuoso que se alimenta a sí mismo, y así, cuanto más compromiso asumimos, mejor alimentados estamos para comprometernos más.
Y, lógicamente, podemos dudar del acierto de esta interpretación, pero tiene a su favor dos factores que casi podríamos calificar de empíricos. El primero viene de fuera de nosotros, pues vemos que las personas que han decidido apostar sin reservas por los criterios del Reino lo hacen cada vez con mayor fuerza y convencimiento. La segunda la encontramos dentro de nosotros, pues cuando actuamos de este modo notamos que nuestro ánimo se conforta y nos sentimos mejor.
Ahora bien, si esto es así, es decir, si es la acción lo que nos alimenta ¿para qué sirven la oración, los sacramentos, el silencio…? Pues siguen siendo cruciales porque evocan al Espíritu, y como decía Ruiz de Galarreta: «El camino de seguir a Jesús no es sin más una decisión humana, sino una obra del Espíritu; del viento de Dios en nosotros».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en La salvación como pan repartido y compartido.
Jn 6, 41-51
El lenguaje del evangelio de Juan es, sin duda, difícil de entender para la gente que habitamos el siglo XXI porque tiene conceptos e imaginarios que están ya muy lejos de nuestra cosmovisión y de nuestros referentes religiosos. Sin embargo, cuando intentamos traducir sus conceptos y categorías descubrimos que trasmite un mensaje hondo y de gran sensibilidad.
El relato de hoy nos sitúa en uno de los grandes títulos que el Evangelio da a Jesús: Pan de vida. Después de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-13), el evangelio desarrolla un extenso diálogo entre Jesús y los presentes sobre el significado del signo que ha realizado. En él se van entrelazando el recuerdo de la memoria liberadora del éxodo, que Israel atesoraba como signo del cuidado y protección que Dios había manifestado con él, y la nueva oferta salvadora que Jesús anuncia y encarna (Jn 6, 28-40).
El maná en el desierto recuperó la vida del pueblo, ahora Jesús, es el nuevo pan que Dios envía y lo hace ya no de forma puntual e histórica sino encarnada en la vida y la palabra de Jesús.
«¿No es este Jesús, el hijo de José?»
Las comunidades que dieron a luz este evangelio vivieron conflictos importantes, se sintieron amenazadas en algunos momentos y necesitaron esforzarse por llegar a consensos que les permitiesen hacer camino como grupo en su fe en Jesús y no perder la comunión con otras comunidades que tenían sensibilidades diferentes.
El texto de este domingo tiene en su trasfondo esta realidad y en él se vislumbra con claridad las dificultades experimentadas con los grupos judíos que no reconocían el mesianismo de Jesús y estaban lejos de entender su mensaje y la entrega de su vida por hacer posible la acción salvadora de Dios. Por eso, Juan recoge la incredulidad de algunos que no podían entender que alguien tan familiar, tan humano pudiese ser portador de un mensaje tan trascendente.
La cotidianeidad, humildad y cercanía de Jesús cuestiona porque, con frecuencia, pensamos que lo de Dios tiene que ser a lo grande. Lo pequeño, lo de la puerta de al lado, lo familiar nos parece que no puede representarlo suficientemente. Eso es lo que pensaron algunos de los paisanos de Jesús cuando le criticaban que se declarara tan familiar con Dios y abriese con su vida un espacio nuevo de salvación.
Jesús, el hijo de José y María, es capaz de ofrecer un nuevo comienzo de liberación, de encuentro con Dios, de esperanza para quien desfallece, de horizonte de futuro. Pero sólo creyendo en Jesús es posible acoger y experimentar la confianza y la vida renovada (Jn 6, 43-50).
Yo soy el pan de la vida
En los versículos anteriores Jesús se había definido a sí mismo como “pan de vida”, una expresión que solo aparece en el evangelio de Juan pero que, sin duda, son el resultado de su reflexión en torno a la celebración de la Eucaristía y de la actualización del recuerdo de las palabras que Jesús pronunció en la última cena.
La expresión “bajado del cielo” traduce ese vínculo profundo entre Jesús y su Abba y su conciencia de ser enviado por él a dar vida y vida en abundancia. Jesús, sale al paso de las críticas de quienes se escandalizan de su osadía al mostrarse tan cercano con el Dios de Israel. Para él, solo quien acoge en confianza su palabra y sus obrar puede entender esa relación, sin embargo, quien no quiere abandonar sus seguridades religiosas tendrá siempre justificaciones suficientes para no creer en la acción salvadora de Dios realizada en Jesús (Jn 6, 43- 46).
Cuando Jesús, en el relato, se identifica como pan de vida, está actualizando en su persona la memoria de la presencia liberadora de Dios entre su pueblo. Yahvé fue pan para el pueblo en el desierto, lo acompañó y lo sostuvo en la prueba (Ex 16, 1-15): Ahora Jesús vuelve a ser ese pan que llena la vida de sentido, que ofrece horizontes de esperanza, que sostiene en la impotencia. Por eso invita a creer en él, a escucharlo, a entender que él entrega la vida para hacer más humano el mundo.
Comentarios desactivados en El alimento y la catequesis.
Domingo XIX del Tiempo Ordinario
11 agosto 2024
Jn 6, 41-51
Uno de los varios glosadores anónimos del cuarto evangelio muestra una particular y reiterada insistencia en presentar la eucaristía como comida de la propia “carne” de Jesús. Mientras el autor original utilizaba la metáfora del “pan de vida” para referirse a la palabra del Maestro como alimento vivificador, este otro glosador más tardío trasciende aquella metáfora -pasando de la «palabra» a la «carne»– en una afirmación que, a pesar de no pertenecer al Jesús histórico, haría fortuna en la historia de la confesión cristiana, llegando a dar lugar a la fórmula de la llamada transubstanciación.
Antes de estas catequesis, nacidas al calor de la euforia de las primeras comunidades y bebiendo probablemente de la práctica de los cultos mistéricos, el mensaje original se refería a Jesús como alimento, pero poniendo el acento en su persona y en su palabra.
A aquellos primeros seguidores les alimentaba la presencia y la palabra de Jesús, exactamente lo mismo que nos sigue alimentando a los humanos en nuestra búsqueda de la verdad. En efecto, lo que nos sostiene y fortalece siempre es la presencia de calidad que nos llega de los otros y la palabra de sabiduría que ilumina, fortalece, consuela y estimula.
La presencia y la palabra nos alimentan porque tienen el poder de despertar nuestra dimensión profunda, situándonos en ella. Es decir, porque nos conectan de manera inmediata con el “alimento” que yace, invulnerable y siempre disponible, en el fondo de todo ser humano.
La catequesis que formula el citado glosador busca “materializar” el alimento, sosteniendo que el discípulo come y bebe nada menos que la misma carne y sangre del Jesús en quien creen. Parece claro que tal formulación catequética es una mera creencia, aunque innecesaria, por otra parte, si lo que se buscaba era reconocer aquello que siempre es alimento para el ser humano en camino.
Comentarios desactivados en La vida eterna no es esta vida eternamente larga. Sería tristísimo
DelblogdeTomásMuro La Verdad es libre:
01.- Levántate y come.
En la primera lectura (1 Reyes) hemos escuchado un momento de la vida del profeta Elías, que vivió en el siglo IX a.C. Por esa época reinaba el rey Ajaz quien -con su mujer Jezabel- pretendían entremezclar el culto a los dioses paganos de Damasco dejando en un segundo plano a Yahvé, Dios de Israel y las tradiciones judías. (Ajaz mandó suplantar el altar del templo de Jerusalén por otro a las divinidades paganas de Damasco. ¿Más o menos como la representación de la última Cena en plan lgbt en la inauguración de los Juegos olímpicos de París?).
En el fondo el problema era una cuestión de tipo religioso, cultural: el rey Ajaz pretendía disolver lo propio, la fe del pueblo judío con las costumbres, modos y dioses extranjeros.
Elías, profeta y hombre libre, critica duramente con energía la postura del rey Ajaz y de su mujer Jezabel. Elías luchó con todas sus fuerzas por el yahvismo, por la propia fe y por la cultura y tradiciones judías. Pero pudo poco por lo que, -como todos los profetas- fue perseguido. Elías huyó hacia el monte Horeb, hasta que cansado y harto de la vida se sentó bajo una retama y se deseó la muerte. Basta, Señor, quítame la vida… que esto no vale la pena…
Pueda que en ciertos momentos esta sea nuestra propia situación. En determinados momentos podemos estar cansados de la vida: de la realidad sociopolítica, de cuestiones más personales, de la misma Iglesia. Y podríamos tener la tentación de Elías o la de Jonás: “Más de lo mismo, no…”, que paren el mundo que me bajo…
Sin embargo Dios le anima a Elías a que siga en la brecha, en la vida: Levántate y come que el camino es superior a tus fuerzas…
Levantarse es una expresión de gran significado en la Biblia, en el NT. Es una de las palabras que se emplean para hablar de resurrección. Jesús levantó a la hija de Jairo, Jesús levantó a Lázaro. Dios levantó a Jesús de la muerte.
Dios por medio del ángel le ofrece a Elías pan y agua.
¿No están sonando ya las campanas de la Eucaristía?
02.- Pan de vida: Carne para la vida del mundo.
El Evangelio de San Juan, al que pertenece este capítulo 6º del pan de vida que venimos escuchando estos domingos, está escrito décadas después de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
En el cristianismo naciente, ya a finales del siglo I, comenzaba a desarrollarse una visión espiritualoide de Jesús (gnosticismo) y del cristianismo. Si Jesús era Dios, no podía haber sido hombre. Es una actitud religiosa de origen griego y nada semita (judía) ni cristiana.
De ahí que los judíos murmuraban sobre Jesús al que consideraban únicamente el hijo de José: ¿No conocemos a su padre y a su madre? Si Jesús había sido un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de María y José ¿cómo puede venir del cielo?
Los judíos en la tradición de San Juan no son solamente un pueblo, una etnia, sino que representan el lado negativo de la vida, significan lo opuesto a Jesús. Judío en la tradición de San Juan tiene una coloración negativa. En el párrafo del evangelio de hoy dice que los judíos murmuraban... Lo mismo que los judíos en el desierto criticaron y se rebelaron contra Moisés.
En San Juan Jesús es sarx, ser humano, debilidad como nosotros. La Palabra se hizo carne (sarx), (Jn 1,1)
Sarx significa todo el ser humano desde la perspectiva de ser débil, frágil. Humanamente Jesús era débil (sarx) como nosotros.
San Juan se esfuerza por mostrarnos a Jesús como expresión, como palabra de Dios. Jesús hombre es la palabra de Dios. Lo que Dios quería decir se llama Jesús. El Verbo, la Palabra se hizo hombre concreto (sarx / carne) en Jesús.
Decía algún místico que “en diciendo Jesús, Dios ya no tiene más que decir al ser humano”. Jesús es la última y salvífica palabra de Dios.
El “Yo soy” que tantas veces aplica de San Juan a Jesús es una afirmación continua en Jesús como expresión de Dios: Yo soy el agua, el pan, la luz, el camino, la verdad, la resurrección es un continuo decirnos que Jesús es Dios con nosotros…
03.- El que coma de este pan vivirá para siempre.
La vida eterna no es una vida muy larga, “eternamente larga”. Hoy solemos decir que se trata de tener “calidad de vida”. Pero por calidad de vida entendemos casi exclusivamente una buenas funciones orgánicas físicas y, si es posible, mentales. Si la vida eterna y la resurrección es alargar hasta el infinito este estado de cosas, mejor quedarse bien muerto. Esta vida eternamente larga no es la “vida eterna” de Jesús. Osakidetza ayuda a vivir, pero no crea vida eterna.
La resurrección ni fue en Jesús ni será en nosotros una vuelta a esta vida, sino un terminar en la vida de Dios, en el ser, que es difícil de imaginar, pero creemos que es…
Hay muchas dimensiones del ser humano que no mueren sino que viven para siempre. El amor, la amistad, la libertad, todo eso no muere, esa es la vida definitiva, la vida eterna.
Imaginemos por un momento ¿cuándo una persona es libre, querida, feliz, serena, vive en paz? Algo de eso será el cielo, la vida eterna.
No sabemos cómo ni dónde podrán sobrevivir esas dimensiones humanas; desconocemos cuál será su soporte. La ciencia y la teología callan. Y aquí “comienza”, es bueno que comience el pensamiento, la fe y la esperanza, que dan cumplimiento al sentido de la vida.
El pan que os doy es para la vida del mundo, pero no para una vida puramente biológica, sino para que tengáis vida en abundancia.
04 Alimentarse del pan de vida: Levántate y come.
“¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas”, le dice Dios a Elías, y a nosotros.
Levantarse, vivir y comer son cuestiones personales.
Levantémonos -si podemos- de nuestros cansancios, cuando no de nuestras caídas y depresiones en la vida.
Comamos del pan que alimenta el cuerpo y el espíritu.
Dios nos levantará -nos levanta- de la muerte.
El cielo, la vida eterna, no son un lugar
sino una situación, un estado personal de plenitud
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”. Y decían: “¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: ¿He bajado del cielo?”
Jesús les respondió:
+ “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae y; y yo le resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios ése ha visto al Padre.
En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”.
(Jn 6, 41-51)
Continuamos este domingo con el discurso del pan de vida del capítulo 6 del evangelio de Juan. Pero aquí, Jesús ya no va a hablar a la multitud -como lo hizo en el evangelio del domingo pasado- sino a los judíos, es decir, especificando quiénes son sus interlocutores. Y comienza invitándolos a no “murmurar” de Él. Jesús conoce que ellos que, aparentemente lo siguen, en el fondo, no acaban de creerle y, lo expresan, con la frase que de distinta manera repiten los cuatro evangelios: “no es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?”. Recordemos que Mateo (13, 55-56) y Marcos (6, 3) se refieren a “no es este el hijo del carpintero”. En cambio, Lucas (4, 22) y Juan se refieren al hijo de José. Lo que es cierto es que están hablando a dos niveles muy distintos. Los judíos hablan del Jesús que conocen entre ellos, el hijo de José, y no acaban de entender lo que Él les está revelando. Jesús habla de su Padre del cielo al que Él muestra con sus signos.
Jesús continúa refiriéndose a lo que está escrito en los profetas. En realidad, es una cita de Isaías (54,13) que dice: “todos tus hijos serán discípulos de Yahveh y será grande la dicha de tus hijos”. En el texto de Juan, Jesús la interpreta de manera libre, diciendo: “serán todos enseñados por Dios”. Invita con esto a los judíos a que se dejen enseñar por Dios quien ahora les está hablando a través suyo.
El evangelista Juan usa la expresión “en verdad, en verdad les digo” para destacar los dichos importantes de Jesús. En esta ocasión les vuelve a mostrar que el pan que comieron sus padres en el desierto, no era el pan de vida que ahora se les revela porque sus padres, aunque comieron de ese pan, murieron. Con Jesús, el Padre les revela el verdadero pan vivo que da la vida para siempre. Y utiliza una expresión “es mi carne” que abre el significado del signo al pan eucarístico, del que explícitamente nos ocuparemos el próximo domingo.
En conclusión, la fuerza está en el creer en Jesús, siendo capaces de dejarlo de ver simplemente como hijo de alguien que conocen y reconocerlo como el Hijo del Padre del cielo quien es la fuente de vida para siempre. Pero, como dijimos el domingo pasado, un creer que no es una idea, una doctrina, una verdad de fe -como se suele decir- que tantas veces se queda en conceptos abstractos sin ninguna incidencia en la vida. Creer en Jesús y reconocerlo como hijo del Padre es entender el signo que Jesús nos transparenta con toda su vida. Es creer que actuar como Jesús actúo, es ser hijos en el Hijo, hijos del Dios Padre/madre que nos hace hermanos y hermanas a todos los seres humanos. De ahí que el pan de vida es la fraternidad/sororidad real que engendra el creer en el Jesús de la historia, asesinado por las autoridades de su tiempo, pero resucitado por Dios, abriendo para los discípulos que se han dejado enseñar por Jesús, la vida para siempre.
(Foto tomada de: https://www.infoans.org/es/secciones/fotonoticias/item/11108-india-el-dbds-lleva-ayuda-a-11-mil-pobres-en-las-aldeas-de-gujarat)
Las lecturas litúrgicas de hoy para el decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Si ha leído alguna de mis reflexiones sobre las Escrituras en este blog, probablemente no le sorprenderá saber que he impartido un curso llamado “Humor y espiritualidad” varias veces; Nadie que me conozca personalmente se sorprende en absoluto. Tampoco debería sorprender que la primera lectura de hoy aparezca generalmente en mi curso.
Escuchamos acerca de Dios proporcionando maná en el desierto. El humor no está en la alimentación milagrosa (aunque la caza masiva nocturna de codornices proporciona algunas imágenes cómicas), sino en lo que la provoca. La historia comienza con “toda la comunidad quejándose contra Moisés y Aarón”, algo comprensible para un viaje de cuarenta años a través de territorio desconocido; imagínese cualquier viaje largo en automóvil con niños.
El elemento cómico está tanto en el estilo como en el contenido de la queja. La queja básica – “tenemos hambre” – es comprensible, pero preste mucha atención a cómo se expresa:
“¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, mientras nos sentábamos junto a nuestras ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos! ¡Pero tuviste que llevarnos a este desierto para que toda la comunidad muriera de hambre!”
Observe cómo la clásica apertura en lenguaje de rabieta “Ojalá estuviera muerto” realza lo irrazonable de la queja. Luego observe el contraste que están haciendo: “¡¡¡TENÍAS que arrastrarnos hasta aquí para morir de hambre, en lugar de dejarnos contentos y llenándonos la cara en Egipto!!!”
Es un poco difícil imaginar a alguno de estos quejosos diciendo esto con cara seria. Todo el éxodo comienza porque Dios escucha y responde a los gritos de los israelitas, que suplican ser liberados de la dolorosa opresión que han estado sufriendo durante muchos años en esclavitud. El lamentable sufrimiento descrito, los suspiros y gemidos por el rescate divino, no se parecen en nada a la comodidad cómoda y a las cenas de filete chuletón de todo lo que puedas comer por las que parecen sentir nostalgia en sus quejas actuales.
No hace falta decir que Dios vuelve a escuchar sus gritos y responde con alivio, quizás sonando un poco gruñón: “Ahora haré llover pan del cielo” tiene connotaciones de “¿Quieren comida? Les daré comida, está bien…”
Los evangelios obviamente muestran que la respuesta de Dios continúa en la persona de Jesús; más obviamente, en la historia del evangelio del fin de semana pasado sobre Jesús alimentando milagrosamente a miles de personas.
Pero como vemos en las lecturas de hoy, el mismo síndrome de memoria increíblemente corta del pueblo de Dios continúa. La historia del evangelio comienza con la multitud persiguiendo a Jesús a través del mar de Galilea después de que éste desapareciera tras el episodio anterior (Juan 6,1-15, evangelio del domingo pasado) cuando multiplicó los panes y los peces. Esta acción demuestra claramente su fe en Jesús y su deseo de seguirlo – y sin embargo, unos pocos versículos después de la conversación, cuando Jesús les pide que crean en él, ellos responden: “¿Qué señal puedes hacer para que podamos ver y creer en tí?” (Imagina el gesto de incredulidad de Jesús)
Estas son las mismas personas, más de 5.000 personas, que Jesús acaba de alimentar con el equivalente a un cubo de ocho piezas del Coronel. Y por eso lo siguieron hasta el otro lado del mar. La ironía se vuelve aún mayor, porque en el momento en que piden una señal, hacen la comparación obvia de qué señal quieren: “Nuestros antepasados comieron maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”. Seguramente una persona entre esta multitud, recordando que sus antepasados fueron alimentados milagrosamente en el desierto, habría notado: a) les acababa de suceder lo mismo; yb) también estaban reviviendo la memoria absurdamente selectiva de sus antepasados.
Por más fácil que sea reírse de las debilidades del pueblo de Dios en las Escrituras (aunque, espero, reconocerlas como nuestras propias debilidades), en realidad encuentro que la risa es espiritualmente útil: estoy bastante seguro de que el humor de las Escrituras está ahí para recordarnos que es un rasgo necesario, saludable y dado por Dios.
Como católico gay, encuentro la espiritualidad de un sano sentido del humor quizás incluso más esencial que mis hermanos heterosexuales, y también aprendo algo irónico de estos textos: quejarse, dentro de lo razonable, puede ser algo espiritualmente positivo. Cuando miramos más allá de la divertida desorientación de la gente en las historias de hoy, también vemos que Dios rescató a los israelitas porque los escuchó clamar. Su insatisfacción con su vida actual en Egipto les hizo pedir a Dios un futuro mejor, y la respuesta fue “Sí“. Abundantemente. De manera similar, las personas que siguen a Jesús quieren algo más que su status quo actual y puede que no obtengan una respuesta que tenga sentido inmediato, pero obtienen Su atención y compasión.
Nosotros, en la comunidad católica LGBTQ+, también necesitamos encontrar una respuesta mejor que la resignación o la desesperación por ser vistos como miembros poco completos o indignos por muchos en nuestra Iglesia. Los hijos de Israel clamaron pidiendo ayuda y fueron escuchados. Los seguidores de Jesús siguieron siguiéndolo, sin importar cuán confundidos estuvieran a veces, y siempre encontraron la compasión de Aquel a quien buscaban.
Estas historias y otras similares me ayudan a encontrar el humor y la paciencia necesarios para creer, como lo hicieron mis antepasados, que mis quejas también serán escuchadas y contestadas. “Pedid y recibiréis”, nos dicen. Sin embargo, no se especificó el tono de voz para la pregunta.
—Michaelangelo Allocca, New Ways Ministry , 4 de agosto de 2024
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Oda al Santísimo Sacramento del Altar
I – Exposición
Pange lingua gloriosi
corporis misterium.
Cantaban las mujeres por el muro clavado
cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento,
palpitante y desnudo, como un niño que corre
perseguido por siete novillos capitales.
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio.
Punzado por tu Padre con aguja de lumbre.
Latiendo como el pobre corazón de la rana
que los médicos ponen en el frasco de vidrio.
Piedra de soledad donde la hierba gime
y donde el agua oscura pierde sus tres acentos,
elevan tu columna de nardo bajo nieve
sobre el mundo de ruedas y falos que circula.
Yo miraba tu forma deliciosa flotando
en la llaga de aceites y paño de agonía,
y entornaba mis ojos para dar en el dulce
tiro al blanco de insomnio sin un pájaro negro.
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte.
Panderito de harina para el recién nacido.
Brisa y materia juntas en expresión exacta,
por amor de la carne que no sabe tu nombre.
Es así, forma breve de rumor inefable,
Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno,
repetido mil veces, muerto, crucificado
por la impura palabra del hombre sudoroso.
Cantaban las mujeres en la arena sin norte,
cuando te vi presente sobre tu Sacramento.
Quinientos serafines de resplandor y tinta
en la cúpula neutra gustaban tu racimo.
II – Mundo
Agnus Dei qui tollis pecata mundi.
Miserere nobis
Noche de los tejados y la planta del pie,
silbaba por los ojos secos de las palomas.
Alga y cristal en fuga ponen plata mojada
los hombros de cemento de todas las ciudades.
La gillette descansaba sobre los tocadores
con su afán impaciente de cuello seccionado.
En la casa del muerto, los niños perseguían
una sierpe de arena por el rincón oscuro.
Escribientes dormidos en el piso catorce.
Ramera con los senos de cristal arañado.
Cables y media luna con temblores de insecto.
Bares sin gente. Gritos. Cabezas por el agua.
Para el asesinato del ruiseñor, venían
tres mil hombres armados de lucientes cuchillos.
Viejas y sacerdotes lloraban resistiendo
una lluvia de lenguas y hormigas voladoras.
Noche de rostro blanco. Nula noche sin rostro.
Bajo el sol y la luna. Triste noche del mundo.
Dos mitades opuestas y un hombre que no sabe
cuándo su mariposa dejará los relojes.
Debajo de las alas del dragón hay un niño.
Caballitos de cardio por la estrella sin sangre.
El unicornio quiere lo que la rosa olvida,
y el pájaro pretende lo que las aguas vedan.
Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio
aquietaba la angustia del amor desligado.
Sólo tu Sacramento, manómetro que salva
corazones lanzados a quinientos por hora.
Porque tu signo es clave de llanura celeste
donde naipe y herida se entrelazan cantando,
donde la luz desboca su toro relumbrante
y se afirma el aroma de la rosa templada.
Porque tu signo expresa la brisa y el gusano.
Punto de unión y cita del siglo y el minuto.
Orbe claro de muertos y hormiguero de vivos
con el hombre de nieves y el negro de la llama.
Mundo, ya tienes meta para tu desamparo.
Para tu horror perenne de agujero sin fondo.
¡Oh Cordero cautivo de tres voces iguales!
¡Sacramento inmutable de amor y disciplina!
III – Demonio
Quia tu es Deus, fortitudo mea, quare me sepulisti? et quare tristis incedo dum affligit me inimicus?
Honda luz cegadora de materia crujiente,
luz oblicua de espadas y mercurio de estrella,
anunciaban el cuerpo sin amor que llegaba
por todas las esquinas del abierto domingo.
Forma de la belleza sin nostalgias ni sueño.
Rumor de superficies libertadas y locas.
Medula de presente. Seguridad fingida
de flotar sobre el agua con el torso de mármol.
Cuerpo de la belleza que late y que se escapa.
Un momento de venas y ternura de ombligo.
Amor entre paredes y besos limitados,
con el miedo seguro de la meta encendida.
Bello de luz, oriente de la mano que palpa.
Vendaval y mancebo de rizos y moluscos.
Fuego para la carne sensible que se quema.
Níquel para el sollozo que busca a Dios volando.
Las nubes proyectaban sombras de cocodrilo
sobre un cielo incoloro batido por motores.
Altas esquinas grises y letras encendidas
señalaban las tiendas del enemigo Bello.
No es la mujer desnuda ni el duro adolescente
ni el corazón clavado con besos y lancetas.
No es el dueño de todos los caballos del mundo
ni descubrir el anca musical de la luna.
El encanto secreto del enemigo es otro.
Permanecer. Quedarse en la luz del instante.
Permanecer clavados en su belleza triste
y evitar la inocencia de las aguas nacidas.
Que al balido reciente y a la flor desnortada
y a los senos sin huellas de la monja dormida
responda negro toro de límites maduros
con la flor de un momento sin pudor ni mañana.
Para vencer la carne del enemigo bello,
mágico prodigioso de fuegos y colores,
das tu cuerpo celeste y tu sangre divina
en este Sacramento definido que canto.
Desciendes a la materia para hacerte visible
a los ojos que observan tu vida renovada
y vences sin espadas, en unidad sencilla,
al enemigo bello de las mil calidades.
¡Alegrísimo Dios! ¡Alegrísima Forma!
Aleluya reciente de todas las mañanas.
Misterio facilísimo de razón o de sueño,
si es fácil la belleza visible de la rosa.
Aleluya, aleluya del zapato y la nieve.
Alba pura de acantos en la mano incompleta.
Aleluya, aleluya de la norma y punto
sobre los cuatro vientos sin afán deportivo.
Lanza tu Sacramento semillas de alegría
contra los perdigones de dolor del Demonio,
y en el estéril valle de luz y roca pura
la aguja de la flauta rompe un ángel de vidrio.
IV – Carne
Qué bien os quedasteis galán del cielo, que es muy de galanes quedarse en cuerpo
Lope de Vega
Canto de los cantares
Por el nombre del Padre, roca luz y fermento,
por el nombre del Hijo, flor y sangre vertida,
en el fuego visible del Espíritu Santo,
Eva quema sus dedos teñidos de manzana.
Eva gris y rayada con la púrpura rota,
cubierta con las mieles y el rumor del insecto.
Eva de yugulares y de musgo baboso
en el primer impulso torpe de los planetas.
Llegaban las higueras con las flores calientes
a destrozar los blancos muros de disciplina.
El hacha por el bosque daba normas de viento
a la pura dinamo clavada en su martirio.
Hilos y nervios tiemblan en la sección fragante
de la luna y el vientre que el bisturí descubre.
En el diván de raso los amantes aprietan
los tibios algodones donde duermen sus huesos.
¡Mirad aquel caballo cómo corre! ¡Miradlo
por los hombros y el seno de la niña cuajada!
¡Mirad qué tiernos ayes y qué son movedizo
oprimen la cintura del joven embalado!
¡Venid, venid! Las venas alargarán sus puntas
para morder la cresta del caimán enlunado,
mientras la verde sangre de Sodoma reluce
por la sala de un yerto corazón de aluminio.
Es preciso que el llanto se derrame en la axila,
que el mano recuerde blanda goma nocturna.
Es preciso que ritmos de sístole y diástole
empañen el rubor inhumano del cielo.
Tienen en lo más blanco huevecillos de muerte
(diminutos madroños de arsénico invisible),
que secan y destruyen el nervio de luz pura
por donde el alma filtra lección de beso y ala.
Es tu cuerpo, galán, tu boca, tu cintura,
el gusto de tu sangre por los dientes helados.
Es tu carne vencida, rota, pisoteada,
la que vence y relumbra sobre la carne nuestra.
Es el gesto vacío de lo libre sin norte
que se llena de rosas concretas y finales.
Adán es luz y espera bajo el arco podrido
las dos niñas de lumbre que agitaban sus sienes.
¡Oh Corpus Christi! ¡Oh Corpus de absoluto silencio,
donde se quema el cisne y fulgura el leproso!
¡Oh blanca forma insomne!
Angeles y ladridos contra el rumor de venas.
*
Federico García Lorca
(Homenaje a Manuel de Falla)
Oda al Santísimo Sacramento del altar
(Fotografías: Dalí y Jim Ferringer)
***
Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
– “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”
Jesús contesto:
– “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.“
Ellos le preguntaron:
– “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”
Respondió Jesús:
– “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.”
Le replicaron:
– “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.””
Jesús les replicó:
– “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.”
Entonces le dijeron:
– “Señor, danos siempre de este pan.”
Jesús les contestó:
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.”
*
Juan 6,24-35
***
Cada día trae consigo una sorpresa, pero sólo podemos verla, oírla, sentirla cuando llega, si la esperamos. No debemos tener miedo de acoger la sorpresa de cada día, tanto si llega como un dolor o como una alegría. Ella abrirá un nuevo espacio en nuestro corazón, un lugar en el que podremos acoger nuevos amigos y celebrar de un modo más pleno nuestra humanidad compartida.
Con todo, el optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo significa esperar que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política y otras cosas como éstas- mejoren. La esperanza es la verdadera confianza en que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho de conducirnos a la verdadera libertad. El optimista habla de cambios concretos en el futuro. La persona de esperanza vive en el momento presente sabiendo que en la vida todo está en buenas manos. Todos los grandes de la historia han sido personas de esperanza. Abrahán, Moisés, Rut, María, Jesús, Rumi, Gandhi…, todos ellos vivieron guardando en su corazón la promesa que les guiaba hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo habría de ser.
*
H. J. M. Nouwen, Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año,
Ediciones Obelisco, Barcelona 2001.
Comentarios desactivados en “Nostalgia de eternidad”. 18 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,24-35)
Cuando observamos que los años van deteriorando nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando al final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir, si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o sencillamente los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino solo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva, aunque tal vez se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo dando culto a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad, y por eso mismo se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su vida actual. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud llevan a veces a comportamientos cercanos al ridículo.
Se hace a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes buscan inconscientemente instalarse en una «eterna juventud».
Cuando el ser humano busca eternidad, no está pensando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable para prolongar su vida lo más posible. Lo que anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a «trabajar por un alimento que no perece, sino que perdura dando vida eterna». El creyente se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, arraigando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte».
Comentarios desactivados en “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”. Domingo 04 de agosto de 2024. Domingo 18º de tiempo ordinario
De Koinonia:
Éxodo 16,2-4.12-15: Yo haré llover pan del cielo. Salmo responsorial: 77: El Señor les dio un trigo celeste. Efesios 4, 17.20-24: Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Juan 6,24-35: El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed.
La primera lectura, del Éxodo, nos recuerda cómo el desierto es la carencia de todo. A toda persona le llega de vez en cuando su desierto: la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones de ayuda para sobrevivir a tan crítica situación. Al pueblo de Israel le era muy provechoso el tener que estar en el desierto donde todo falta, para que pudiera experimentar el portentoso modo que Dios tiene para ayudar a los que en Él confían. En el desierto el Pueblo de dios aprende a experimentar la condición de “pobre”, de “necesitado de todo” del auxilio de Dios. Esto le será útil para el crecimiento de su fe y de su esperanza en las ayudas milagrosas. En la península del Sinaí hay un arbusto llamado “tamarisco”. Produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita. ¿Sería esto lo que Dios le proporcionó a su pueblo, multiplicándolo claro está, de manera prodigiosa? Lo cierto es que los israelitas consideraron siempre la aparición de este alimento como una demostración de la intervención milagrosa a favor de su pueblo. Lo llamaron “maná”, porque los niños al comerlo preguntaban: “¿qué es esto?, “lo que en su idioma se dice: “Man-ah?”. También es llamado por los salmos “pan del cielo” (Sal 78) y el libro de la Sabiduría dice que, “sabía a lo que cada uno deseaba que supiera” (Sab16,20). Jesús dirá que el Verdadero Pan bajado del cielo será su cuerpo y su sangre. O sea que este maná milagroso del desierto era un símbolo y aviso de lo que iba a hacer Dios más tarde con sus elegidos, dándoles como alimento el cuerpo de su propio Hijo divino.
La segunda lectura continuada de la carta a los Efesios pide a los creyentes que se dejen renovar por el Espíritu Santo y pasen de un modo de obrar no digno del ser humano, a un modo de obrar digno de quien tiene fe en Cristo. Pide que abandonemos nuestro estilo anterior de vida pecaminosa y marchemos en adelante por un nuevo camino de vida cristiana. Se nos invita a no dejarnos guiar por esta “vaciedad de criterios”. En estos pocos versículos continúa la exhortación a buscar la unidad y a vivir dignamente la propia vida cristiana, guiada y fundamentada en un verdadero conocimiento de Cristo. Pablo desarrolla este argumento jugando con la antítesis del ser humano viejo y el ser humano nuevo (Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8). Elegir la novedad, lo nuevo, es elegir a Cristo. Esto significa romper con el viejo ser humano pecaminoso, con el pecado del mundo, para estar dispuestos a una continua renovación en el Espíritu, a vivir en la justicia y santidad y ser justos y rectos. Este texto es una clara respuesta a quienes piensan que el cristianismo simplemente es una cosa del pasado.
El evangelio de hoy, de Juan, el discurso del pan de vida, se desenvuelve en tres afirmaciones lógicamente sucesivas, y la primera que presenta este texto es: el real o verdadero “pan del cielo” no es el maná dado una vez por Moisés, contrariamente a lo que la gente pensaba (v.31). Es literalmente el pan que ha bajado del cielo. Dios, no Moisés, es quien da este pan (v.32). Jesús ha realizado signos para revelar el sentido de su persona (domingo anterior), pero la gente sólo lo han entendido en la línea de sus necesidades materiales (6,26.12). Jesús ha querido llevarnos a la comprensión de su persona, porque sólo a través de la fe pueden entender quien es él y sólo así podrá donarse a ellos como comida: pero para hacer esto es necesario trabajar o procurar por un alimento y una vida que no tienen término y que son dones del Hijo del hombre (v.27). Los judíos piensan de inmediato en las obras (v.28; Rm 9,31-32), pero Jesús replica que sólo una obra deben cumplir: creer en él (v.29; Rm 3,28), reconocer que tienen necesidad de él, como se tiene necesidad del alimento material. Al considerar la exigencia de Jesús muy grande es por lo que piden una demostración de los que afirma realizando una señal que al menos se compare con aquellas realizadas por Moisés (vv. 30-31), pues aquellas que acaba de realizar (6,2) no se consideran suficientes. Jesús responde afirmando que es más que Moisés, pues en él (Cristo) se realiza el don de Dios que no perece. Su pan se puede recoger (6,13), el maná se pudrió (Ex 16,20).
“Yo soy el pan de vida” es una fórmula de fuerza extraordinaria, parecida a aquellas otras que sólo a Jesús se podría atribuir: “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el buen pastor”… el que viene a Jesús no tendrá hambre ni sed, no necesita de otras fuentes de gozo para saciar sus anhelos y aspiraciones. Jesús es fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego y de paz. Jesús es el lugar y fundamento de la donación de la vida que Dios hace al ser humano. En Jesucristo, Dios está por completo a favor del ser humano, de tal modo que en él se le abre su comunión vital, su salvación y su amor, y en tal grado que Dios quiere estar al lado del ser humano como quien se da y comunica sin reservas. En la comunión con el revelador –Cristo- se calma tanto el hambre como la sed de vida que agitan al ser humano. Leer más…
Comentarios desactivados en París bien vale una misa (Dom 18 TO, Jn 6, 24-36): Eucaristía, carne de Dios
Del blog de Xabier Pikaza:
“ Sólo un humano puede saciar a otro humano, dándole así vida”
Esta frase (Paris vaut bien une messe) se atribuye a Enrique de Borbón y Navarra, que, tras duras guerra de religión, dejó el calvinismo y se convirtió al catolicismo, para ser coronado rey de Francia en Paris,el 25 de julio del 1593, iniciando una dinastía de borbones, que siguen reinando en España
La frase “París bien vale una misa” parece apócrifa, pero está en el fondo de un tipo de política social y religiosa, que ha llegado hasta los juegos olímpicos de París 2024, inaugurados, bajo la imagen ambigua de una Cena que suscitó la protesta de muchos católicos.
Imágenes. No me parece oportuna poner la de los juegos Paris 2024. Pongo una imagen confesional (Catacumbas, Roma antigua) y otra de crítica social (Buñuel, Viridiana, 1961)
Quizá Enrique IV no pronunció esas palabras, ni los organizadores de los juegos Paris 2024 quisieron herir a los cristianos, pero el tema de fondo (carne de Dios) es muy importante para todos los cristianos. Muchas cosas han cambiado desde entonces, no sólo en Francia, sino en todo el mundo y a pesar del mayor ecumenismo y tolerancia del momento actual hay signos como el de la imagen de la Cena de los juegos qu3 debieron haberse evitado, a no ser que se quiera entrar al fondo del tema, como hace el evangelio del domingo.
“En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, cuándo has venido aquí?” Jesús contesto: “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.” Ellos le preguntaron: “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?” Respondió Jesús: “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.”
Le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.”” Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.” Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan.” Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre”.
Yo soy el pan de vida
Jesús no dijo “Soy el que soy” en absoluto (Ex 3, 14, sino yo soy el pan (ho artos), es decir, el alimento (en hebreo: lejem), aquello que hace vivir, añadiendo ho dsôn, es decir, el pan que está vivo (en hebreo, hayyim), como el mismo Dios que es Hay, Hayyim, Viviente, la Vida.
Ciertamente, el pan empieza siendo alimento biológico y signo de riqueza material (y dede poder social), y por eso Jesús puso como primer mandato “dar de comer al hambriento” (Mt 25, 31-46), pero, cuando el Diablo quiso arreglar todos los problemas del mundo a través del pan de la economía material comprada y vendida, Jesús le respondió “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios” (Mt 4, 4), para que los hombres la compartan. Hay un pan externo que puede volverse principio de poder de unos sobre otros. Pero hay un par de vida compartida, en gratuidad, pan de afecto y comunicación personal
Desde esta perspectiva podemos y debemos afirmar que la vida y alimento de un ser humano es otro ser humano, y que el único pan que le sacia es otro ser humano, en forma de vinculación social y familiar. Hay Eucaristía (somos Cena de Dios) allí donde nos damos y acogemos mutuamente, alimentando a los demás con nuestra vida.
Este es el tema del discurso del “pan de vida” de Jesús en Cafarnaúm, que sigue a las multiplicaciones. En un sentido, el relato de Juan resulta más tradicional que el de los sinópticos pues ha destacado el carácter mesiánico y político del signo, de forma que sus beneficiarios que se han alimentado con los dones de Jesús quieren tomarle y coronarle rey, traduciendo su “milagro” en forma de poder eclesial y alimenticio (cf. Jn 6, 14).
Sólo un humano puede saciar a otro humano, dándole así vida
Ser hombre de verdad (mesías de Dios) implica convertir la vida en “carne” (pan de vida) para otros El hombre se alimenta de comida, leche y pan, fruta, cereales etc., pero sobre todo de alimento humana: Por el cuidado de padres y formadores hemos crecido, por su amor somos los que somos, de forma que no sólo nos alimentamos juntos (compartimos comida), sino que vivimos unos de la vida de otros.
Pan del cielo. Ellos dijeron a Jesús:¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios el que baja del cielo y da la vida al mundo (Jn 6, 30-34).
Somos pan de Dios unos para otros; pero a veces en vez de ser fuente de vida para otros somos causantes de su muerte. La humanidad sólo tiene sentido y futuro si nos hacemos eucaristía unos para otros, ofreciéndoles no sólo palabra, sino comunión de vida. De esa manera, en esa línea, para ser fuente de vida en amor para otros vino Jesús y actuó como mesías de Dios sobre la tierra.
Hambre de Dios. Entonces dijeron al Señor: danos siempre de ese pan. – Jesús les dijo: Yo soy el pan vivo (=de vida). El que venga a mí, no tendrá hambre, el que crea en mí, no tendrá nunca sed (Jn 6, 35).
Jesús es Pan viviente que sacia un hambre distinta de humanidad, hambre de comunión y perdón, hambre de resurrección. Hay millones de hombre y mujeres que viven con hambre de pan material, pero muchos más tienen hambre de humanidad, de acogida, respeto, dignidad (Mt 25, 31-46).
Más que cuerpo compartido la eucaristía de Jesús, es “carne”. Algunos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo, preguntando: ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo? – Jesús les respondió: No murmuréis entre vosotros…. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron…. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le daré, es mi carne para vida del mundo (Jn 6, 41-51).
El tema de fondo es la “carne” (vida más honda de amor, respeto mutuo, perdón, entendimiento). Ciertamente, hombres y mujeres comen pan externo y se alimentan mientras siguen en el mundo de alimentos materiales, de plantas y animales. Pero sólo les sacia una comida humana, el cuerpo y sangre (carne) de otros seres personales, como supo Jesús cuando decía, el día de la Cena: Comed: esto es mi Cuerpo.
Nosotros somos el más hondo alimento del mundo, el más necesario. De la madre y padre vive el niño, del amor vive el amigo, de la solidaridad de otros vivimos… vida de los seres humanos se vuelve así amor, cuerpo mesiánico centrado y culminado en Cristo, cuerpo compartido de la humanidad entera (1 Cor 12-14).
Disputa sobre la carne de Jesús.– Discutían entre sí algunos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? – Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros… Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como el Padre viviente me ha enviado, y yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 52-57). Si no dais vuestra vida en comida a los otros, si no os alimentáis de amor mutuo, palabra de afecto, de ayuda mutua, todos acabaréis destruyéndoos.
Esta es la revelación de la Eucaristía, de la “última cena” de la humanidad… Esta es la cena en que unos dan vida a los otros. Ciertamente, Cristo dice “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, pero en Cristo y con Cristo, como mesías total han de decirlo todos los creyentes, unos a los otros, pues cada uno está (existe) en sí mismo en la medica que se da y existe en los otros.
¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente de su importancia? Hablando de otro tema: ¿qué piensas de la otra vida? ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin remedio? A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.
El debate sobre el pan de vida
Este domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces. El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Por ello, considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.
Los interlocutores del debate
Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileos que se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos[de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce.
Los tres puntos principales del debate
Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas.
La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme».
Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54).
Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69).
Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna.
El desarrollo del debate y sus consecuencias
En el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21).
La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo».
La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne».
La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida eterna.
Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se indica la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce.
Notas al debate
Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que quien viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.
Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.
El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten.
Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.
1ª lectura (Ex 16, 2-4.12-15)
Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro del Éxodo, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná».
Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos.
En aquellos días, la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:
-¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad.
El Señor dijo a Moisés:
-Mira, haré llover pan del cielo para vosotros; que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba, a ver si guarda mi instrucción o no. He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios.
Por la tarde una bandada de codornices cubrió todo el campamento, y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto una polvo fino, como escamas; parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron: «¿Qué es esto?». Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer.»
El maná y el pan de vida (Jn 6, 24-35)
La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca.
Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús.
Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo.
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
-Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
Jesús les contestó:
-En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna; el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios.
Ellos le preguntaron:
-Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?
Respondió Jesús:
-La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado.
Le replicaron:
-¿Y qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo».
Jesús les replicó:
-En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
Entonces le dijeron:
-Señor, danos siempre de este pan.
Jesús les contestó:
-Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.
«El hombre comió pan de ángeles» (Sal 77)
El salmo alaba al Señor por su poder al alimentar al pueblo con el maná e introducirlo en «las santas fronteras» de la tierra prometida. Pensando en las palabras de Jesús, debemos alabarlo, no por aquel milagro pasado, sino por darnos cada día el verdadero pan del cielo.
Lo primero que llama la atención es cómo la gente busca a Jesús y a sus discípulos. Pero está búsqueda ¿a qué se debe? Jesús se lo dice, me buscáis porque os he dado de comer. Continúa el texto: “lo encontraron al otro lado”, y esto es llamativo porque nosotras buscamos a Jesús en nuestro lado donde sabemos movernos y sentimos seguridad, donde el territorio es conocido y el mapa está trazado.
Sin embargo Jesús pasa al otro lado, y es a lo que nos enseña. Jesús cruza desde la zona de confort al espacio de la novedad, de la sorpresa, de lo diferente. Nos hace buscarle en otro contexto, fuera de los márgenes, en un estado distinto. Para comprenderlo en lo que es, en la profundidad de su mensaje y de su vida.
Y la siguiente pregunta: “Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?”. Y Jesús se adelante y les dice: No me busquéis porque puedo saciar vuestro hambre físico, sino porque puedo saciar vuestro hambre espiritual.
Yo soy el pan vivo, un pan que llena cada vez que se consume. Un pan triturado en el dolor y hecho entrega para dar vida.
Ser su cuerpo y rompernos en una entrega diaria. Sabiéndonos llenas de ese alimento que plenifica porque lleva a un encuentro en la totalidad que somos.
Es una mínima cantidad de alimento para un máximo de Presencia, porque lleva la totalidad de la entrega.
En la entrega no hay medida, hay esencia. No puedo darme por partes. No puedo calcular lo que me doy, porque eso no es entrega, eso es cálculo.
La entrega no mide, es donación total, y eso hace Jesús en cada partícula del pan, entregarse totalmente. Dona la totalidad que es, para que al recibirlo formemos el cuerpo de la común unión de ser todos en Él.
Al recibir el pan de vida recibimos, en un encuentro sin fronteras, la posibilidad de ser uno con Él. Siendo cuerpo, siendo entrega, siendo vida.
Oración
Ayúdanos a experimentar cada día ese encuentro en la partícula de lo pequeño para vivirte a lo grande.
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