Ecuador: La capital cada vez es más tolerante con la diversidad sexual
En junio, en el Festival y Marcha por el Orgullo Gay, parientes levantaron carteles de este tipo, en La Mariscal. Foto: EL COMERCIO.
Mariela Rosero Ch.
En Akelarre, uno de los sitios abiertos a la diversidad sexual o ‘heterofriendly’ de Quito, en la Plaza Foch, se encuentran Fredy Lobato y Carlos Andrés Espinoza. Tienen 43 y 21 años, respectivamente. Como cualquier pareja de enamorados se saludan con un beso en la boca.
Ahí, la muestra de afecto no provoca que nadie los mire, se codee o comente que son gais.
Lobato es periodista y activista Lgbti, sigla de la comunidad de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales. Su novio es bailarín, estudia Negocios Internacionales en la UDLA. Nació en Loja, ciudad pequeña, donde, comenta, aún pesan los prejuicios. Al cumplir 17 se mudó a Cuenca y ya lleva dos años en la capital.
Acá, ellos como Gabriela Correa y Pamela Troya, pro matrimonio civil igualitario, no esconden su orientación sexual en espacios públicos. No reprimen muestras de cariño mientras hacen compras en supermercados, viajan en bus o comen en restaurantes. Pero aclaran que es una cuestión de actitud y de saber cuáles son sus derechos.
El viernes pasado, en La Mariscal, ellos caminaron tomados de la mano y posaron para las fotos que ilustran esta página. Eran más de las 17:00 y solo un conductor de un auto se detuvo a verlos. En la Plaza El Quinde, otros heterosexuales y gais siguieron en lo suyo.
Pero eso no significa que todo Quito sea ‘gay friendly’, amigable o al menos respetuoso con otras orientaciones sexuales. Esto, según siete entrevistados, incluida una transgénero. No todos han vivido la discriminación en su propia piel, pero lo oyen de conocidos. En el caso de Lobato, también de la audiencia, que le cuenta experiencias en su programa La Nota Fuerte de Radio Pública. Preguntas del tipo: “¿Fulanito es gay?”. Y más comentarios con rasgos de homofobia aún se oyen en la empresa privada e instituciones públicas.
Esto contrasta con la normativa existente. En el 2007, el Municipio aprobó la Ordenanza 240 de inclusión de la diversidad sexual en sus políticas. Esta se mejoró con una reforma (554) el 8 de mayo, que trabaja la Secretaría de Inclusión. El 20 de septiembre, delegados Lgbti junto a este ente esbozaron tres ejes de la agenda para el 2015. Acordaron levantar indicadores, desarrollar campañas educativas en planteles, paradas de transporte…; y reforzar el respeto a derechos civiles en espacios públicos. Esto porque la ciudad muestra intolerancia incluso en La Mariscal, considerada uno de los puntos más cosmopolitas.
Allí como en otras zonas, por ejemplo, parejas del mismo sexo deben disfrazar su relación para arrendar un sitio. “Somos primos”, responden a dueños de casa, que les preguntan cómo así dos mujeres o dos hombres quieren compartir una vivienda. Inventan que la situación económica les obliga a compartir gastos. A veces les exigen certificado de honorabilidad en el norte. Y en el sur les niegan la posibilidad de alquilar un espacio para un negocio de ocio para gays.
En eso coinciden Troya y Efraín Soria, de la Fundación Equidad. Él apunta que la situación es más compleja para los trans. “Los gais y lesbianas hasta podemos ‘camuflarnos’”. Cuando exponen su sexualidad, hasta la zona rosa muestra su lado conservador. Eso ocurrió el año pasado, cuando dos novios gais fueron expulsados de una disco por besarse en la pista. Algo que suelen hacer en ese lugar los heterosexuales. Tras el reclamo lograron una disculpa del dueño a través de Facebook y más apertura allí.
En el 2013, activistas pidieron la intervención de un concejal, porque a dos gais se les pidió salir de una estación del Trole por estar tomados de la mano. Hace dos años, por algo parecido, Equidad presentó una queja ante una empresa privada, en donde se paga por servicios. Allí un guardia llamó la atención a un gay. La gerencia se excusó y adujo que se trató de un error del guardia y no de una política de discriminación.
En la Defensoría del Pueblo, en el 2013 se recibieron dos denuncias. Una de una persona transfemenina que decidió no esconder su identidad de género y acudir a una fiesta empresarial con vestido. Fue despedida pero la historia terminó con un acuerdo de conciliación. Para el segundo caso aún no hay respuesta, se trata de homofobia en una institución pública. El afectado pidió no profundizar sobre el tema para evitarse más problemas.
Pero Quito es multicolor, como la bandera Lgbti a la hora de tratar el tema. En El Bosque, un casero alquila todo el edificio a lesbianas. Hace poco, una dueña de una casa del Centro rentó un departamento a unos gais. Aunque les pidió no vestirse como mujeres. Así mostró su confusión sobre la sexualidad.
Soria reconoce que hay más apertura. Hace 10 años al Festival por el Orgullo Gay, en la Foch, fueron 100 personas. Él recuerda a un padre cubriéndole los ojos a su hijo al pasar junto a ellos. Una década después hay 17 000 participantes, padres, madres y amigos de Lgbti. Lo prueban fotos de familiares con carteles de apoyo.
En la ciudad hay varios restaurantes ‘heterofriendly’. Entre La Mariscal, González Suárez y Eloy Alfaro son 14 sitios exclusivamente para público homosexual. Son cuatro saunas spa, cuatro discotecas, un bazar boutique y cinco bares.
Pero en la capital inclusive parejas profesionales temen salir del clóset y exponerse por miedo a ser discriminados.
Según un estudio del INEC del 2013, 70,9% de 2 805 entrevistados reportó una experiencia de ese tipo en la familia.
En contexto
En 1997, la homosexualidad se despenalizó en el país. Desde 1998, la Constitución ampara la no discriminación por orientación sexual. Desde diciembre del 2007 hay una Ordenanza en Quito a favor de la inclusión de la diversidad sexual, reformada por el anterior Concejo.
Fuente El Comercio
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