Dios de mi rutina
Señor, quiero presentar ante ti mi vida cotidiana. Las largas horas y días llenos de todo, menos de ti. Mira esta vida de todos los días, mi Dios amable, que eres misericordioso con el hombre que casi no es otra cosa que vida de rutina.
Mi pobre alma se ha ido convirtiendo como en un inmenso almacén en el cual, un día tras otro, «todo» se le va metiendo por todos lados, sin ton ni son, hasta que queda repleto, desbordante, de vida cotidiana.
Pero ¿cómo he de cambiar esta miseria de mi rutina, cómo he de volverme hacia el único ser necesario que eres tú? ¿Cómo he de huir de la rutina? ¿No me empujaste tú a esta rutina?
Cuando pienso en las horas en las cuales estoy ante tu altar, o rezo el breviario de tu Iglesia, entonces sé que no son los negocios mundanos los que hacen rutina de mis días, sino que soy yo mismo el que soy capaz de transformar los acontecimientos sagrados en horas de rutina gris. Yo convierto mis días en rutina, no ellos a mí.
Por eso sé que si, en última instancia, puede haber un camino que vaya a ti, irá por en medio de mi rutina. Sin la rutina, solamente podría huir hacia ti si en esta santa fuga pudiera dejarme a mí mismo atrás.
Pero si en ningún sitio me has dado un lugar en el cual pueda refugiarme para encontrarte de veras, si en todas las cosas puedo perderte a ti, que eres para mí lo único, entonces he de poder también encontrarte en todas las cosas, porque de otra forma el hombre nunca podría encontrarte en modo alguno, ese hombre que sin ti ni siquiera puede existir. Entonces debo buscarte en todas las cosas, porque cada día es rutina de todos los días, y cada día es día tuyo y hora de tu gracia.
Todo es rutina diaria y día tuyo a la vez. Dios mío, otra vez vuelvo a entender lo que ya sabía desde hace mucho tiempo.
Ni la angustia ni la nada, ni tampoco la muerte, me libran del estar perdido en los objetos del mundo, como dicen los filósofos de hoy, sino solamente tu amor, el amor a ti. Sólo tú, objeto y meta de todas las cosas; tú, que satisfaces plenamente; tú, que te bastas a ti mismo…, eres mi liberación. Tu amor, mi Dios infinito, el amor a ti, que te yergues a través de todas las cosas, a través de su corazón, muy por encima de ellas, hacia tus infinitas latitudes, y te llevas de paso todos los objetos perdidos como himno de loa de tu infinitud. Ante ti toda la multiplicidad se vuelve unidad. Toda dispersión en ti confluye. En tu amor cada exterioridad se torna interioridad. Mediante tu amor toda salida a la rutina de cada día se vuelve incursión hacia tu unidad, la cual es vida eterna.
Mueve mi corazón con tu gracia.
Permite, cuando tiendo la mano a los objetos de este mundo, por la alegría o el dolor, que mediante ellos te comprenda y ame a ti, primer principio de todos ellos. Tú, que eres amor, dame el amor. El amor a ti, para que todos mis días alguna vez desemboquen en el único día de tu vida eterna.
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Karl Rahner
Palabras al silencio 67-75
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