El último domingo de septiembre se celebra el Día de la Biblia. Sabemos que esta es fundamental para la fe cristiana. El teólogo Rafael de Sivatte, en su libro Dios camina con los pobres, nos dice que en el Antiguo Testamento se narra la historia de un pueblo al que Dios animó y acompañó en su camino de liberación de la esclavitud, y con el que hizo una alianza. De ese pueblo surgiría Jesús (el Mesías, el Siervo de Yahvé, el Hijo del Hombre). El Nuevo Testamento da fe de Jesús de Nazaret (el nuevo ser humano, el Hijo de Dios), al que no se le puede comprender en profundidad sin comprender la historia y el pueblo del que surgió. La Biblia, pues, es como una biblioteca, un conjunto de libros en el que un pueblo fue formulando y transmitiendo sus experiencias de Dios. No está escrita, por tanto, por una u otra persona, sino por todo un pueblo creyente que, a lo largo de muchos siglos de historia, en diferentes lugares (Egipto, Mesopotamia, Judá-Sur, Israel-Norte, Canaán), con diferentes estilos o géneros literarios (cuentos, poesías, leyendas, proverbios, refranes), fue poniendo por escrito su experiencia de fe. En definitiva, en la Biblia nos encontramos con la larga historia de un pueblo creyente.
Antes que un catálogo de verdades, la Biblia es la manifestación de la gracia, el amor y la misericordia de Dios para nosotros. Su objetivo principal y el de su interpretación es ayudar al pueblo a descubrir la presencia amigable y gratuita de ese Dios y experimentar su amor liberador. La certeza mayor que la Biblia nos comunica es que Dios escucha el clamor de su pueblo oprimido. Él está presente en la vida y en la historia de este pueblo, y lo ayuda en su liberación. Este es el núcleo de toda la revelación, expresado en el nombre Yahvé, Dios con nosotros. Por el misterio de la encarnación, la Palabra de Dios asume las características y formas de lenguaje humano. La palabra de Dios no es abstracta, ajena al curso de la historia. En la Sagrada Escritura, Dios habló a través de los seres humanos en leguaje humano. Por ello, debe ser interpretada también con la ayuda de los criterios que se usan para interpretar el lenguaje humano, es decir, con la ayuda de la investigación histórica, la arqueología, la crítica literaria, entre otras.
El papa Francisco, en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, propone algunas orientaciones para el estudio de la Biblia que, en principio, van dirigidas a los predicadores, pero también pueden ayudar a las comunidades y al cristiano en particular.
En primer lugar, hay que descubrir el mensaje principal. Ante todo, según el papa, conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las palabras que leemos. En este sentido, advierte que el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años; por tanto, su lenguaje es muy distinto del que usamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendamos correctamente lo quería expresar el escritor. De ahí la importancia de informarnos de los diversos recursos que ofrece el análisis literario, para acceder al mensaje central que el autor quiere transmitir, lo cual implica no solo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir.
Por ejemplo, explica el papa, “si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias”.
En segundo lugar, hay que tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios. Este criterio recomienda que no solo se conozca el aspecto lingüístico o exegético del texto, sino que también es necesario acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en nuestros pensamientos y sentimientos. En este sentido, se recuerda que Jesús se irritaba frente a los pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, pero incapaces de dejarse iluminar por la Palabra. La necesidad de escucharla con apertura sincera, dejando que toque la propia vida, que la interpele, que la exhorte y movilice, es fundamental si no se quiere ser un “falso profeta, un estafador o un charlatán vacío”, sentencia el papa.
En tercer lugar, se plantea una forma concreta de escuchar la Palabra y dejarse transformar por el Espíritu presente en ella: la lectura espiritual del texto, esto es, escuchar y descubrir la palabra de Dios en la vida, la oración y el compromiso. En este contexto, es bueno y oportuno preguntarse ¿qué me dice a mí el texto?, ¿qué quiere cambiar de mi vida con este mensaje?, ¿qué me molesta en este texto?, ¿por qué esto no me interesa? O bien, ¿qué me agrada?, ¿qué me estimula de esta Palabra?, ¿qué me atrae y por qué? En definitiva, afirma Francisco, se trata de mirar “con sinceridad la propia existencia y presentarnos sin mentiras ante Dios, dispuestos a seguir creciendo, y de que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr”.
En cuarto lugar, hay que tener un oído en el pueblo, es decir, no solo se trata de ser un contemplativo de la Palabra, sino también un contemplativo del pueblo. Al respecto, Francisco señala que “hay que conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra (…) Lo que se procura descubrir es lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia”. Este aspecto fue también señalado con vehemencia por Pablo VI, en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, al plantear que la evangelización no estará completa si no tiene en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida, personal y social. De ahí la necesidad de que la evangelización lleve consigo un mensaje explícito adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado a la vida de las personas y los pueblos. En frase del papa Francisco: “Partir de un hecho para que la Palabra pueda resonar con fuerza en su invitación a la conversión, a la adoración, a actitudes de fraternidad y de servicio”.
Finalmente, el pontífice aconseja que no solo hay que dar importancia a los contenidos del mensaje bíblico, sino a las formas concretas de enseñarlos. En este sentido, sugiere usar imágenes en la predicación. Explica que “una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida”. Cuidar la forma significa que la enseñanza bíblica debe contener una idea, un sentimiento, una imagen. Que debe ser sencilla, clara, directa, y adaptada a la realidad de los interlocutores. El Concilio Vaticano II recomendó la lectura habitual de la Biblia. Pero no por simple curiosidad, interés cultural o afán proselitista. La razón de fondo es más decisiva: “Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”. Y Cristo es la Buena Noticia de Dios para los pobres y para los hombres y mujeres que construyen un mundo humano.
23/09/2014
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