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Nosotros… Nuestro…

Lunes, 29 de junio de 2020
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En la solemnidad de San Pedro y San Pablo, un texto que habla de Comunidad, de Palabra, de Compromiso… Del blog de Amigos de Thomas Merton:

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…”el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.

El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.

Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos
en un mismo espíritu.”

*

San Cipriano

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“¿Tiene sentido seguir rezando el “Padre Nuestro” hoy?”, por Stefano Cartabia

Martes, 18 de febrero de 2020
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cruz-recordatorio-padre-nuestro-1-153El Padre Nuestro es sin duda la oración cristiana más conocida y utilizada. La encontramos en Mateo 6, 9-14 y Lucas 11, 2-4.

Encuentra sus raíces en el mismo Jesús, aunque, es muy probable, con adaptaciones de los evangelistas.

De toda forma el “Padre Nuestro” entró en la tradición cristiana y es la oración vocal por excelencia del cristianismo.

Sin duda refleja la experiencia de Jesús y por eso tuvo tanto éxito y sigue siendo importante.

Pero, como todo el evangelio, necesita una revisión y una reinterpretación a la luz de la evolución de la conciencia humana y, con ella, de la espiritualidad. Un paradigma nuevo está emergiendo y querer resistirnos – con todas las escusas que somos hábiles en encontrar – simplemente nos generará sufrimiento y nos situará al margen de la historia y de la vida concreta de la gente.

Esta reinterpretación en realidad va al centro de la cuestión:

¿Cuál es el mensaje eterno contenido en esta oración?

¿Cuáles son las cosas que podemos dejar de lado?

Reinterpretar no significa anular o borrar, sino profunda y simplemente, convertirlo en algo actual, vivo, presente. Significa también re-significar y captar el mensaje perenne.

Analizamos frase por frase.

“Padre Nuestro”

Jesús se refiere a Dios como “Padre”. Jesús es un judío y se inserta en la fe y la tradición de su pueblo. Hay que tomarse en serio la humanidad de Jesús y la encarnación.

Jesús utiliza la palabra “Padre” porque tal vez era la única palabra más o menos comprensible y aceptable en su cultura con la cual transmitir su experiencia. Aunque, por el otro lado, la misma palabra “Padre” es bastante revolucionaria y novedosa porque sugiere toda una cercanía con la divinidad que no era característica de la fe judía. En Mc 14, 36 encontramos el único testimonio del uso de la palabra Abbá (papá) que, según los expertos, podemos atribuir al mismo Jesús. En el Nuevo Testamento tenemos otros dos lugares que trasmiten la palabra Abbá: Rom 8, 15 y Gal 4, 6.

Hoy en día sabemos que todo lenguaje sobre lo divino tiene que ser necesariamente simbólico. El Misterio que llamamos “Dios” está siempre más allá de nuestras palabras y definiciones. Por eso también la palabra “Padre” hay que tomarla en sentido simbólico.

“Padre” nos dice algo sobre el Misterio, pero es mucho más lo que no dice. Por eso podemos utilizar otras metáforas o símbolos: Madre, Espíritu, Vida, Amor, Conciencia, Fuente, Origen, Ser, Luz, Vacío.

Cuando utilizamos la palabra “Padre” hay que estar atentos a no caer en un absolutismo o antropomorfismo. Es simplemente una posible manera – relativa y parcial – de dirigirnos al Misterio.

Con  “nuestro” se subraya el carácter de comunión del Misterio. Indica el Misterio de la Unidad y de lo Uno. La Fuente es Una y todo participa de la misma Fuente.

En este sentido “nuestro” hay que ampliarlo a toda la creación y no solo a los seres humanos. Es un “nuestro” con el cual resuena el fuerte llamado ecológico de nuestro tiempo. “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22-23); “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21).

Es un “nuestro” universal y totalmente inclusivo.

Lo esencial es salir del dualismo: del lenguaje y existencial. Cuando decimos “Padre” (o cualquier otra palabra con la cual nos referimos al Misterio último) no nos estamos dirigiendo a un Ser Todopoderoso “afuera”, existente en un mundo aparte. ¡No hay nadie “ahí afuera”!

Nos estamos refiriendo al Espíritu que es uno con todo, que todo sostiene en el ser y que está más allá de todo; el Espíritu de interconexión que nos constituye y en el cual y desde el cual somos. Ni uno, ni dos: como el bailarín y el baile.

El viejo paradigma se está lentamente extinguiendo. El teísmo ha caducado. Nos dimos cuenta de que no existe un “Dios Todopoderoso” como Algo independiente, separado y externo. Este supuesto “Dios” era una creación mental.

El fin del teísmo supone el fin del dualismo y la toma de conciencia del Misterio divino desde otro nivel de conciencia y otro paradigma.

Esta lectura mística o no-dual de “Padre” hay que tenerla siempre muy presente porque es la piedra angular de todo lo que sigue. Cuando el lector se encuentra confundido con lo que sigue, tendrá que volver a este primer párrafo. La visión no-dual o mística es la que sostiene todo y si no estamos anclados en este punto no podremos comprender lo que sigue.

Desde esta comprensión se deriva naturalmente que cada pedido del “Padre Nuestro” no está dirigido “afuera” (¡no hay nadie afuera!): está dirigido adentro, al Misterio que nos hace ser, aquí y ahora. Hay que mantener viva la paradoja: nos dirigimos al Misterio que nos constituye y nos trasciende y con el cual no somos ni uno, ni dos. Por eso que, de cierta manera, los pedidos del Padre Nuestro son dirigidos a nosotros mismos.

“que estás en el cielo”

A partir de lo que dijimos antes queda claro que “cielo” es una metáfora. Es una metáfora de la trascendencia: Dios es totalmente otro, es el Misterio inalcanzable. “Cielo” no indica un lugar, sino un no-lugar. Tampoco indica lejanía. Expresa simple y profundamente que el Misterio último de lo real (lo que en términos cristianos llamamos “Dios”) no es accesible a nuestras mentes, no es manipulable, es indefinible e innombrable.

“santificado sea tu nombre”

El nombre en la tradición judía expresa a la persona, a su identidad y su misión. Tiene mucha importancia. Santificar el nombre es llevar a plenitud lo que el nombre expresa y significa. Podemos expresarlo así: que el Misterio de Vida y de Amor – lo que somos y del cual participamos – se manifieste y resplandezca en el Universo entero.

“venga a nosotros tu reino”

Pedimos que la Presencia de Dios – Misterio de Amor y Vida – impregne nuestras existencias. Pedimos apertura de mente y corazón para recibirlo. Nos disponemos a estar abiertos y receptivo. El Reino es un regalo y en el fondo expresa lo que somos. Cuando conectamos con el Reino que vive en nosotros podemos co-crear para que este Reino tome forma socialmente y tomará las formas del Amor que es: justicia, fraternidad, solidaridad, igualdad. Es el mundo nuevo que surge de la gratuidad y de la conexión con nuestra verdadera identidad. El mundo nuevo no se construye desde la lucha y la voluntad, sino desde el reconocimiento agradecido del Amor que somos y como expansión espontanea de ese mismo Amor. Ser receptivos: no podemos dar lo que no tenemos.

“hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”

Desde la comprensión mística y silenciosa del Misterio podemos captar fácilmente que la “Voluntad de Dios” no es algo externo e impuesto. En el anterior paradigma mítico-racional hemos aplicado a Dios – sin más – nuestras experiencias humanas y duales. En este caso, a partir de nuestra experiencia de tener una “voluntad”, hemos aplicado a Dios una “voluntad divina”. Detrás de la creencia de “la voluntad de Dios” está siempre una concepción teísta de lo divino (volver al primer punto); Dios sería un Ser superior separado con tanto de cualidades humanas elevadas a lo infinito: voluntad, pensamientos, sentimientos, etcétera.

La visión mística nos hace ver las cosas de otra manera. Si el Misterio que llamamos “Dios” es la raíz vital de todo lo que existe, la Vida de toda vida, el Espíritu de interconexión y la esencia de todo lo que es y existe, podemos comprender la “voluntad de Dios” como lo que es, aquí y ahora. Si Dios es, lo que ocurre (lo que está siendo) es expresión de lo que es. Entonces no hay una “voluntad de Dios” afuera o independiente de la realidad concreta del momento presente. Por cuanto nuestra mente se rebele y juzgue, lo que es es lo que es. Y si algo está siendo, Dios está ahí, siendo también. No podría ser de otra manera. Dicho esto podemos dar un paso más. Hay situaciones en la existencia de mucha personas que son muy dolorosas y hay situaciones de violencia, odio, opresión. ¿Está también Dios ahí? ¿Es también esto “voluntad de Dios”?

Sin duda Dios está ahí, porque “también en el infierno floreces las violetas”, como dijo el poeta (Domenico Ciardi). O, como dice Maestro Echkart, “Dios se manifiesta tanto en el bien, como en el mal”. También puede ayudarnos a comprender lo que dice Simone Weil: “No ejercer todo el poder de que se dispone significa soportar el vacío. Esto va en contra de todas las leyes de la naturaleza: sólo la gracia puede conseguirlo. La gracia colma, pero sólo puede entrar allí donde hay un vacío para recibirla, y ella es quien hace ese vacío.

¿No será la experiencia del dolor y del mal este vacío necesario para que la gracia lo llene?

Dios está ahí porque la situación de dolor es, está siendo. Solo en Dios y desde Dios algo puede ser. Podemos decir que, paradójicamente, Dios está Presente como Ausencia y como grito de que solo el Amor es real. El dolor entonces se convierte en el gran maestro. Como afirma el místico sufí Hafiz: “El dolor es maestro, que va buscando a los que huyen del Amor”. El sufrimiento que experimentamos – tanto a nivel individual, como colectivo – es perfecto y necesario para nuestro aprendizaje y despertar al Amor que somos.

Cielo y tierra expresan la dualidad de la existencia. En el paradigma teísta indicaban dos mundos separados: “cielo” el lugar de lo divino y “tierra” el lugar de los humanos (y, debajo de la tierra, el lugar de los muertos). Leer más…

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“Tres llamadas de Jesús”. 17 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,1-13)

Domingo, 28 de julio de 2019
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17-TO-C-600x399«Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá». Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.

Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.

Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes. «Pedir» es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. «Buscar» no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. «Llamar» es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.

La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: el que pide, está recibiendo; el que busca está encontrando y al que llama, se le abre. Jesús no dice qué reciben concretamente los que están pidiendo, qué encuentran lo que andan buscando o qué alcanzan los que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él Dios se les da; quienes acuden a él reciben «cosas buenas».

Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de todos los tiempos. ¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?

Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino «cosas buenas». Jesús saca rápidamente la conclusión. «Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu a los que se lo pidan». Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento, su Espíritu, su Amor que sostiene y salva nuestra vida.

José Antonio Pagola

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“Pedid y se os dará”. Domingo 28 de julio de 2019. 17º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 28 de julio de 2019
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42-ordinarioC17 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando. 
Salmo responsorial: 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.
Colosenses 2, 12-14 Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados.
Lucas 11, 1-13: Pedid y se os dará.

Primera lectura

Este texto, continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero, al parecer, abusando de su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo de la hospitalidad.

Segunda lectura

A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom 7,7-9). La mejor expresión paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la cruz.

Evangelio

La oración forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar. Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16; 6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así la incluyó Lucas en su narración.

PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado, bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado.

VENGA TU REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus culturas e idiosincrasia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad, en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no reina!

DANOS EL PAN DE CADA DÍA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días.

PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado, ¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (San Cripriano): El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

ÉL LES DARÁ EL ESPÍRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos. El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de dedicarnos a agradar a Dios. Leer más…

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28.7.19. Dom 17, ciclo C (Lc 11, 1‒13) Quien pide recibe, quien busca encuentra (es encontrado)

Domingo, 28 de julio de 2019
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muralla-del-vaticano_20154Del blog de Xabier Pikaza:

Cuando oréis decid así : Oración, la puerta de la vida

Llamad y os abrirá, buscad y seréis encontrados

Estamos ante muros altos y puertas cerradas, y el evangelio de hoy supone que somos nosotros mismos los que las trancamos. Las trancamos, pero no podemos abrirlas por nosotros mismos, a base de esfuerzo, con puro dinero y violencia, pues así acabamos cerrando puertas y más puertas, de imposición religiosa, de dinero, de poder, de cultura de muerte y de infierno, a no ser que nos abramos por dentro a la Vida que es Dios y que el nos abra (abra con/por nosotros esas puertas).

Ése es el sentido y poder de la oración de la que nos habla hoy Jesús, al decirnos que llamemos, que abramos el corazón a Dios (es decir, que lo abramos unos a los otros), que oremos juntos, descubriendo así y dejando que se exprese en nuestra vida el más alto don de la Vida, que es Él (¡Dios mismo!) en nosotros,

‒ Hay un muro de poder religioso, que puede estar representado por un tipo falso “vaticano”, es decir por cien vaticanos,de origen cristiano o no cristiano, que nos imponen su ley sin libertad, religiones convertidas en sectas que atrapan a los hombres tras un muro kafkiano de palabras que se repiten y repiten, de leyes que se enroscan en sí mismas sin dejar resquicio a la experiencia del amor y a la esperanza de una comunión abierta al Reino.

‒ Hay un Muro de Mammón, de dinero que se guarda en cajas fuertes, blindadas tras cien llaves de control mecánico o electrónico, dinero real o virtual, que se expresa en miles y miles de millas de alambradas, para no dejar que lleguen los pobres, desde el Río Grande hasta Melilla, redes metálicas, campos de minas, mares y ríos de muerte, muros de inhumanidad.

un-inmigrante-intenta-por-primera-vez-saltar-la-valla-de-ceuta-para-dejar-espanaEstán los muros militares de guerrillas y naciones, de super‒estados y potencias al servicio de su puro poder y del dinero, como aquellos contra los que luchaba ya Jeremías (Jer 1), como aquellos a los que alude Jesús cuando habla de las  puertas del infierno. Así dicen defendernos de una violencia pequeña con otra mucho más dura (que a veces llaman legal). Sólo con oración, es decir, con Palabra de Dios, vivida por dentro y compartida en amor con los demás, puede romperse ese muto

‒ Hay un muro aún más fuerte de violencia cultural, el muro de aquellos que quieren convertirse en dueños del planeta tierra, a partir de un “pensamiento único”, que nos piensa y vigila, pero no con amor, para que seamos en libertad, sino para manejarnos a todos (ya no podemos decir “pienso, luego soy”, sino “me piensan y controlan, luego puede sobre‒vivir). Sólo se rompe ese muro en oración: Que cada hombre y/o mujer se descubra en libertad, por amor, para el amor abierto a todos, compartido, en experiencia y esperanza de resurrección.

          bermeo_sanjuan_h  No todos los muros se rasgan simplemente con orar (¡ábrete, Sésamo!)  en un sentido estrecho (con letanías vacías o liturgias impuestas), pero la verdadera oración es hoy más importante que nunca. Durante milenios, la humanidad ha sorteado peligros y ha logrado abrir caminos de esperanza y realidad (de futuro y vida actual) orando, situando la vida humana ante (el) el misterio de la Vida, pues no oramos simplemente a Dios, pidiendo que nos saque del pozo, sino que somos Dios orando, dejando a Dios que nos piense, que piense en nosotros, y que en él pensemos, amemos, seamos: Eso significa que el mismo Dios que es la Vida (el Hayyim) piensa, vida, actúa en nosotros.

No oramos simplemente a Dios, somos Dios orando (es el mismo Dios quien ora en nosotros, con gemido inefable (Rom 8)como canto de vida y amor en medio de la noche, ante el Muro que parece cerrado y que el abre. Dios cana en nosotros Canción de Filomela que es el Ruiseñor de la vida (no el búho del atardecer de Minerva o de Hegel), la Canción que escuchó y que enseñó Jesús, la canción de la “dulce filomela” con el que termina su Cántico Espiritual la amante de Juan de la Cruz que empezó diciendo “y pasaré los fuertes y fronteras”, es decir, y romperé los muros.

Y con esto empieza el tema del evangelio de este Domingo 17, ciclo C, al que dedicare esta postal de oración y la siguiente. Buen fin de semana a todos.

Evangelio de la oración

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. “Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle. “Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos. “Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lucas 11, 1-13).

EL HOMBRE, INDIGENTE MILLONARIO

1540-1Comencemos recordando que el hombre es indigente, ser que necesita de los otros. Nace como niño que no puede sostenerse sobre el mundo, y así empieza mendigando con su propia pequeñez y llanto la respuesta de los padres; por eso, un hombre solo, abandonado, que no pide y no recibe, es inviable, no puede realizarse como humano.

Esa actitud perdura cuando el hombre se hace adulto. Una persona que pretenda ser autónoma y rechace toda ayuda de los otros se convierte en antihumana. Por eso quiero interpretar y presentar la petición como actitud antropológica. Ciertamente, hay una petición que es degradante y opresora: aquella que mantiene a los hombres sometidos, no les deja ser y realizarse. Pero hay otra petición gratificante: aquella que me liga a los demás en actitud de gozo y de confianza: pido porque puedo confiar en ellos, porque sé que gozan y se alegran cuando pueden ayudarme.

 De esta segunda petición tratamos en las páginas que siguen. No pedimos humillados, temblorosos, como el siervo ante su amo. No pedimos tampoco desde arriba, como el amo que se impone sobre el siervo. Ni pedimos exigiendo, con la ley sobre la mano, como simples funcionarios de un estado que domina sobre todos. Pedimos porque somos solidarios, en un clima de confianza y mutua ayuda. El hombres es un indigente que pide, descubriendo a Dios en su interior, pidiendo en (con) él:

 a) Quien pide, no se impone: viene sin exigir, espera sin obligar; pide porque ama y confía en la respuesta de aquel a quien se acerca;

b) por eso, el suplicante ofrece (da) al hacer su petición: ofrece amor, se pone confiadamente en manos de aquel a quien se acerca con sus necesidades;

c) al pedir unos a otros, suscitamos comunión: la vida adquiere de esa forma un contenido más profundo porque nos sabemos implicados, solidarios, en la mutua ayuda de la petición y la respuesta.

PETICIÓN, APERTURA Y DESCUBRIMIENTO DEL HOMBRE

 imagesEn esta perspectiva situamos la petición religiosa, entendida en forma humana, sin más. Ciertamente, ella pudiera hallarse deformada por la magia: trataría de manipular a Dios, intentaría conseguir que lo divino se pusiera así al servicio de mis necesidades o caprichos. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar: la verdadera petición respeta siempre el misterio de la trascendencia de Dios y el sentido de nuestra existencia filial, de caminantes-peregrinos sobre el mundo.

‒ La tendencia protestante ha destacado la distancia que separa al hombre y a Dios: Dios se presenta siempre desde arriba; el hombre es sólo un ser necesitado. Por eso, la oración expresa nuestra absoluta dependencia ante el Señor. Conforme a la visión de Schleiermacher, la oración asume y cultiva nuestro sentimiento de absoluta dependencia: orando nos sabemos de algún modo sometidos y así lo confesamos ante Dios, pidiéndole su ayuda.

‒ Los católicos, en cambio, sin rechazar del todo la postura protestante, miramos a Dios como a un amigo, le sentimos solidario. No nos tiene simplemente sometidos; nos ofrece su amor y luego queda aguardando una respuesta. Por eso, la oración puede entenderse como diálogo con Dios: escuchamos su palabra y respondemos a sus peticiones. Leer más…

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“Aprendiendo a rezar”. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 28 de julio de 2019
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio. La primera lectura ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo.

Primera lectura: Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

            En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            He titulado este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes.

            En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.

            En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina?

            El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos.

Evangelio: la oración modelo y la importancia de insistir (Lucas 11,1-13)

            El evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios?

            Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.

            Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota previa: En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”. La liturgia traduce “nuestro pan del mañana; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. Padre nuestro”, danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

            El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

            La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. 28 julio, 2016

Domingo, 28 de julio de 2019
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Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

(Lc 11,1- 13)

Lo habitual en la vida de Jesús es orar,  los textos hacen referencia a su oración muchas veces. En esta ocasión Jesús no está solo, cerca de él están sus discípulos, que oran con él. Jesús ora con frecuencia, y se deja ver orando. No se esconde el testimonio creíble del poder de la oración. Y despierta el deseo de Dios en los corazones que lo ven: «Enséñanos a orar».

Son ellos, sus discípulos, quienes toman la iniciativa, de donde sale la propuesta… Esto no deja de ser un reto para nosotras y para todas las personas que llevan en el corazón la Buena Noticia y desean contarla a quienes están a su lado. A veces, nos perdemos en fórmulas y teorías que no despiertan ningún deseo en quienes nos miran; y eso que los textos de nuestra tradición ya nos dicen que «la letra mata y el Espíritu da vida». (2 Cor. 3,6).

Estamos viviendo tiempos convulsos, violentos, agresivos. Duele vernos tan perdidas, tan rapaces…. Indigna verse tan manipulada por las noticias, donde nos presentan buenos buenísimos y malos malísimos, como en las películas de indios y vaqueros. Como si no existieran las personas que trabajan por la paz, que oran por la paz, que encuentran en la religión la consistencia de la vida. Como si no fueran muchos más quienes mueren fieles a Dios que quienes matan por un pseudodios. Y en este tsunami la gente busca, y busca con deseo de algo más profundo, y aparecen los guías espirituales, gurús, chamanes…

¿Y en la Iglesia? ¿Dónde están los maestros de oración que tanto estamos necesitando? Esos que despiertan el deseo de Dios, como lo hace Jesús.

El Papa escribe a las monjas: «Vivid (….) contribuyendo a que Cristo nazca y crezca en el corazón de las gentes sedientas, aunque a menudo de manera inconsciente, de Aquel que es camino, verdad y vida.» (cfr. Vultum Dei nº.37). El reto está en mostrarnos, en dejarnos ver orando, con hondura, sencillamente, sin fórmulas vacías, con espontaneidad y sobre todo, sobre todo, con profunda confianza. Y Cristo nacerá en los corazones sedientos, nacerá y crecerá con raíces hondas, libres, fuertes.

¿Cómo, dónde, cuándo? No tenemos respuestas, ni teorías, solo deseo, un profundo deseo de relacionarnos con Dios, Abba, como Jesús lo hace. Deseo de sumergirnos en la relación amorosa de la Trinidad. Para ello ya nos lo dice Jesús, ¡pidamos el Espíritu a nuestro Padre!

Oración

Enséñanos a orar, también a nosotras, como hiciste aquellos primeros discípulos.

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Abba, la manera de llamar a Dios más desconcertante.

Domingo, 28 de julio de 2019
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img_20180706_085745Lc 11,1-13

El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su cultura.

Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión. La originalidad no está en la letra sino en la nueva relación del hombre con Dios que destila.

Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros.

Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis… ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lc.

Padre. En el AT se llama innumerables veces a Dios padre. Sin embargo, el “Abba” es la piedra angular de todo el evangelio. Se pone una sola vez en labios de Jesús, pero lo hace con tal rotundidad, que se ha convertido en clave de su mensaje. El llamar a Dios Papá supone sentirse niño pequeño, que ni siquiera sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que nos debe dar. La aparente oración debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo mismo lo que necesito y está siempre dándomelo.

Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural, da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.

Por aplicar a Dios una falsa idea de padre, le hemos aplicado también la idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de superar la literalidad de las palabras y de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir y pensar de Él. Uniendo el concepto de padre y el de madre, superamos la dificultad de dejar cojo el concepto de Dios, pero además nos obligamos a ampliar el abanico de los atributos que le podemos aplicar.

No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es.

Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT se manifiesta, en numerosas ocasiones, que la tarea fundamental del buen judío es dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa presencia en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.

Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte, ni está aquí ni está allí, está dentro de vosotros. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga patente.

Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.

Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia hay muchas referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería ridículo (Abrahán en la primera lectura) que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Dios es perdón. El descubrir que Dios me sigue amando sin merecerlo es la clave de toda relación con Él y con los demás.

No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente, que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el latín apuntan a que “no nos induzca a pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo. La única manera de no caer es precisamente la oración, es decir, la toma de conciencia, de lo que soy y de lo que es Dios.

Meditación

Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy.
Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento.
Como Padre es el único modelo al que debo imitar.
Cuando experimente que yo y el Padre somos uno,
habrá terminado mi camino de perfección.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Petite et dabitur vobis.

Domingo, 28 de julio de 2019
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rezacruzAl final sólo se tiene lo que se ha dado (Isabel Allende)

28 de Julio. DOMINGO XVII DEL TO

Gén 18, 20-32

Abrahám siguió: Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más (v 32)

Lc 11, 1-13

Y yo os digo, pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán, pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre (v 9-10)

Y se le abre un camino y un destino. Al igual que con su danza rítmica, las sabias abejas de mi colmena indican a sus compañeras de trabajo dónde se encuentran las flores con más noble néctar, que libado, llevarán a los panales donde -fabricantes expertos-, elaboran la rica miel para mi mesa.

La forma de orar también es un camino, un proyecto que empeña toda la vida del hombre.

 

El objetivo de todo discípulo es ser como su Maestro. Como cristiano, discípulo de Jesús, estás llamado a imitar a Jesús, a reproducir su imagen. Esto es lo que se llama “cristificación”. Nuestra meta y objetivo debería ser, sin duda“alcanzar la estatura de Cristo” (Rm 8,30), es decir, ser otro Cristo.

Pero para alcanzar este objetivo, es preciso tan solo una forma de trabajo organizada, disciplinada y constante: un Proyecto personal de Vida, lo que no implica que dejemos de hacer las cosas que normalmente hacemos o que cambiemos de vida. Jesús no nos pide que declinemos tal o cual actividad, o tal o cual relación. Sólo espera que centremos el corazón en Él, de manera que veamos las cosas desde otra perspectiva.

No se trata, entonces, de inventar un Proyecto para tu vida. El Proyecto ya existe y es Cristo mismo al que debes conocer, acoger e imitar para vivir en Él y como Él. Esta es finalmente la condición de un discípulo. Es la amistad la que nos lleva a acoger los sentimientos de Jesús, a imitarle. Por eso el proyecto de vida implica sobre todo tener “fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe” (Hb 12,2).

La amistad profunda con Jesús es una gracia que tenemos que pedir de manera continua. Ella es la que asegura la progresiva transformación, hasta llegar a decir como el apóstol: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). ¡Este es el proyecto de todo verdadero cristiano!

Visto de este modo, el Proyecto de Vida es un itinerario de formación personal y de conversión. Y su finalidad es que te vayas configurando con Cristo a través de un trabajo continuo y constante.

Porque como dijo Isabel Allende, Al final sólo se tiene lo que se ha dado”

En Evangélico Cuarteto, escribí este Poema:

“Danos el pan de mañana” (Lc 11, 3)

EL HOMBRE QUE HACÍA MILAGROS

Se llamaba Jesús, y su mochila iba cargada siempre de milagros.
Milagros terrenales del amor que tenía a sus hermanos.
Los repartía a manos llenas entre los más necesitados.
Señor Jesús, escucha mi plegaria: soy un sin techo desahuciado.
Te ruego pan del cielo para el alma como tantos entonces te rogaron.
En Lucas pides pan para mañana: lo necesitan los desheredados.
Yo te suplico me lo des hoy mismo como tú mismo prometiste darnos.
¡¡Hay mucho pan en tu mochila, Nuestro Señor de los Desamparados!!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Enséñanos a orar como tú.

Domingo, 28 de julio de 2019
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jesus orandoDomingo XVII TO. Lc 11, 1-13.

Enséñanos porque necesitamos aprender a orar como tú. Jesús enseña desde su ejemplo. Jesús es un modelo y un maestro de oración. A lo largo de su vida, Jesús fue un hombre de asidua oración. Sus seguidores aprendemos de él y queremos ser como él.

Los textos litúrgicos de hoy hablan de la cercanía, compasión y misericordia de Dios con los hombres y de la posibilidad y necesidad que los hombres sienten de la relación, búsqueda y encuentro con Dios. El diálogo de Abrahán con Dios sobre Sodoma y Gomorra (Gén 18, 20-32) es un ejemplo: Abrahán “regatea” con Dios acerca del posible castigo sobre esas ciudades. Vemos a Abrahán ganando terreno a Dios y a Dios dejándose ganar. El Salmo 68 ratifica la gratitud y confianza en el Señor: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste” y en Lucas 11, 1-13 tenemos la enseñanza práctica que Jesús nos da para aprender a relacionarnos con Dios como él se relacionaba. Lucas en varias ocasiones nos presenta a Jesús retirándose en la noche o en la madrugada, a la montaña, a la soledad, al silencio para orar: bautismo en el Jordán, elección de los doce, confesión de Felipe en Cesarea, Transfiguración, Padrenuestro…

En el Evangelio de hoy, cuando Jesús está orando, los discípulos perciben que Jesús se transforma y expresan su deseo de aprender a orar como Jesús. “Enséñanos a orar”. Jesús aprovecha la ocasión para dar una catequesis sobre el papel de la oración en la vida e identidad de sus discípulos y utiliza como ejemplo de su enseñanza la oración del Padrenuestro.

Jesús utiliza la oración del Padrenuestro para enseñarnos cómo tiene que ser nuestra oración. En el Padrenuestro podemos ver el modelo de oración según la entendía Jesús: Comunicación en profundidad con Dios. Jesús es un creyente que necesita orar. Pertenece a un pueblo creyente y orante. Pero también en esto, Jesús es la novedad con respecto a la oración judía. Para Jesús la oración es el vehículo de comunión con Dios, de encuentro con Él. Para Jesús la oración es una necesidad, de ella saca la fuerza necesaria para cumplir la misión a la que se siente enviado. La practica con frecuencia porque encuentra en ella el alimento de su fidelidad y obediencia a la misión que sabe tiene que cumplir. Su ejemplo mueve a los discípulos a pedirle que les enseñe a orar como él.

La originalidad de Jesús expresada en la oración del Padrenuestro tiene dos aspectos principales. En primer lugar la oración se dirige al Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús ‘Abbá’. Su oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. La nuestra tampoco. Los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados… sino los hijos. Esto supone un giro de 180 grados en la imagen de Dios en el Padrenuestro, de cómo entender a Dios y, consecuentemente de cómo debemos relacionarnos con Él. Nuestra oración es una relación de un hijo con su padre. Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios. La segunda novedad del Padrenuestro es “nuestro”, de todos. Nos dirigimos al Abbá de todos los creyentes. El Padrenuestro es una oración desde la filiación divina y la fraternidad humana. Es la oración de los hijos, de los hermanos. Sentido personal y comunitario del Padrenuestro. A partir de este modelo, en cristiano, no vale el yo en singular sino el nosotros. Primera persona en plural.

Y lo que le pedimos a nuestro Padre es principalmente “que venga tu reino”. Todo lo demás es relativo a este deseo y anhelo principal. Danos cada día nuestro pan de mañana, que tiene poco que ver con la subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del alimento espiritual. Pedimos perdón presentando nuestra propia actitud de perdonar. En realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados. En esta “petición” manifestamos por tanto que vivimos en el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros. Y al final se manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad.

Al hilo de la catequesis del Padrenuestro y como conclusiones a sacar: El Padrenuestro resume el sentido que la oración tiene para Jesús y para nosotros. Nuestra limitación y el anhelo de Dios, su búsqueda. La oración como búsqueda de Dios, deseo, anhelo de Dios. Encuentro con lo más profundo de nuestra interioridad o ser verdadero y encuentro con la Presencia que nos habita. Dios es nuestro Padre y nosotros hermanos. Es la oración de los hijos que se dirigen al Padre común para hablarle de las cosas que todos comparten, el amor y el perdón.

La oración es un diálogo íntimo con Dios. Trato de amistad con Dios que transforma la vida del orante. La oración no es un quehacer reservado para algunos tiempos y lugares. En la oración de Jesús descubrimos que la oración es un ambiente vital en el que respira, crece y se desarrolla la vida del discípulo. La oración es un quehacer de todos los días, en todos los lugares y en todas las situaciones. Si es un diálogo íntimo con el amigo, con el Padre y con el Huésped del alma, es posible realizarla siempre y en todo lugar.

La metáfora que puede resumir todo lo dicho sobre el sentido de la oración cristiana es la fragua. La oración se parece a los trabajos sobre el hierro, al fuego ardiente, que facilita la transformación de la rigidez del metal en docilidad. El fuego unifica carbón y metal, “ignifica el hierro” y así se moldea con facilidad.

Para el cristiano la oración es una actitud y una práctica indispensables. Hasta convertirse en hábito de oración. La oración como experiencia humana de encuentro con Dios es la experiencia más transformadora que le cabe al hombre. Poder orar a Dios es un privilegio, es un don del Espíritu que Jesús nos facilitó. Si vivimos así nuestra actitud orante surgirá la necesidad de orar, en las alegrías y en las tristezas propias y ajenas.

Si experimentamos esa necesidad de la oración y la ponemos en práctica continuada hasta constituirse en hábito, en modo de vida, en estilo personal, nuestra oración será una constante, no vinculada a un espacio y un tiempo, sino una actitud orante que impregnará toda nuestra existencia. Esta debería ser nuestra aspiración como imitadores del estilo de vida de Jesús.

Necesitamos orar para mantener nuestro compromiso creyente. Para profundizar nuestra fe y entrega a las tareas del Reinado de Dios. Para mantener y mejorar nuestros compromisos como seguidores de Jesús. Para alimentar la vida interior, en el Espíritu. Para mejorar nuestro autoconocimiento. Para renovarnos cada día y volver a empezar de nuevo. Sin oración no hay resistencia ni perseverancia. Por necesidad de nutrirse para nutrir. De la abundancia del corazón habla la vida, el comportamiento.

El evangelio de hoy insiste: ¡¡Pedid, buscad y llamad!! Dios no deja de dar su Espíritu a quien lo pide, busca y llama. Este es el fundamento de la actitud de confianza y seguridad en la vida de un cristiano. Actitud de confianza en nuestro Padre Dios que no nos falla. Actitud proactiva, con iniciativas, con impulso y persistencia. Nosotros queremos y a veces no podemos (limitación, finitud) pero contando con Dios podemos mucho más de lo que imaginamos. Arriesgamos y estiramos nuestros límites y a veces los superamos.

Por todo esto y mucho más: ¡¡Señor, enséñanos a orar como tú!!

África de La Cruz Tomé

Fuente Fe Adulta

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Insistir para comprender.

Domingo, 28 de julio de 2019
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parabola-del-amigo-inoportuno-o-insistente-2Domingo XVII del Tiempo Ordinario

28 julio 2019

Lc 11, 1-13

La petición brota de la carencia. Mientras persista la identificación con el yo separado, absolutizaremos nuestra vulnerabilidad y, con ella, nuestro sentimiento de indigencia. Llevado al campo religioso, no es de extrañar que, en la oración, haya ocupado siempre un lugar predominante la petición.

Es indudable que la persona en la que nos experimentamos se caracteriza por la debilidad, la fragilidad y la vulnerabilidad. Negar tal hecho nos instala en la mentira y hace que tratemos de acorazarnos, sin mucho éxito, en los más variados mecanismos de defensa, para aparentar una fortaleza y seguridad que nos eluden.

Si somos honestos, habremos de reconocer que mientras nos identificamos con el yo separado, la percepción de nosotros mismos aparece siempre coloreada por la carencia –el yo es un manojo de miedos y necesidades–, de la cual brota la petición e incluso la búsqueda, más o menos compulsiva, de “algo” (“Alguien”) que nos colme.

Todo se modifica cuando comprendemos que somos Plenitud, no porque el ego se infle y se atribuya una cualidad ilimitada. No, el sujeto de la Plenitud no es el yo separado –de hecho, mientras nos identifiquemos con él, no podremos percibir nuestra realidad profunda–, sino Eso que es consciente, el Fondo común que compartimos con todo lo que es.

“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”. Ya se nos ha dado todo y todas las puertas se hallan abiertas ante nosotros. Se trata solo de caer en la cuenta, saliendo del estado hipnótico que nos mantiene encerrados en la creencia que nos identifica con el yo separado.

Y ahí es justamente donde necesitamos “insistir”. Pero no para conseguir los favores de un Dios aparentemente poco generoso, sino para romper la inercia que arrastramos y que erróneamente nos reduce al yo separado.

Una tal inercia solo puede superarse gracias a un trabajo constante de reeducación. Porque, aunque hayamos comprendido –o simplemente atisbado– que nuestra identidad es Eso que es consciente –una realidad ilimitada y transcendente, que se halla siempre a salvo–, nos veremos llevados, una y otra vez, de modo insistente, a percibirnos y comportarnos como si fuéramos el yo separado.

El único modo de superar la inercia pasa por detenernos, tomar distancia de la mente y re-situarnos, una y mil veces, en la comprensión de lo que realmente somos. En esta tarea, cualquier malestar repetitivo así como todo sufrimiento mental constituyen un aliado valioso, al hacernos ver que nos atrapan cuando –y porque– hemos desconectado de nuestra verdadera identidad y nos mantenemos apegados a la antigua creencia que nos reducía al yo vulnerable.

La persona en la que nos experimentamos seguirá siendo extremadamente vulnerable y su horizonte será la muerte pero, gracias a la comprensión, podremos acogerla con serenidad. Porque habremos comprendido que, tras la forma transitoria de la persona, somos Plenitud de presencia. Hemos encontrado el tesoro y la puerta se halla siempre abierta.

¿Me reconozco como Plenitud? ¿Cómo vivo la sensación de carencia?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Con el Dios del infierno mejor guardar distancias

Domingo, 28 de julio de 2019
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Invitación a la oración.

La primera lectura (Abraham) y el evangelio que acabamos de escuchar son una invitación a orar.

Jesús oraba siempre. A lo largo de su vida, le podemos ver frecuentemente orando, confrontaba sus cosas, su vida, sus problemas con Dios Padre.

Los discípulos no le piden que les enseñe un “catón” o una serie de oraciones para repetirlas miméticamente. Esas oraciones se los sabían de memoria desde niños.

Los discípulos -la iglesia naciente- sienten la necesidad de aprender unas formas de oración, deseosos de unas formas ritualizadas que dieran solida identidad al grupo que se estaba constituyendo. Le piden que les enseñe a orar como Él, del mismo modos que Juan enseñó a los suyos.

Y Jesús le enseña a orar.

A pesar de los maestros de espiritualidad y de los muchos métodos de oración, que van surgiendo hoy en día para orar, la oración es algo sencillo: métete en tu habitación, cierra la puerta y ponte en brazos de Dios Padre. Guarda silencio y escucha a Dios Padre: Padre nuestro…

Con gran respeto para otras religiones y formas de oración, nuestra oración es ponernos en brazos e Dios Padre.

  1. La oración supone niveles más bien altos de consciencia.

En la vida tenemos diversas actividades: trabajamos, pensamos, tenemos vida familiar, relación con los amigos, relación social, en otros momentos, leemos, también tenemos un sentido celebrativo, deportivo, etc.

La oración supone un nivel de consciencia y lucidez más bien alto, sencillo, pero profundo. La oración de es un momento de consciencia personal ante Dios y también en la asamblea eclesial.

La oración supone un abrirse a la ultimidad de Dios. Orar es la actitud del ser humano que se abre a Dios y se pone en sus manos En la oración vemos y ponemos nuestra vida, nuestros criterios, nuestros caminos, nuestros problemas y nuestras esperanzas desde la luz de Dios.

En las diversas circunstancias de la vida: en la enfermedad, en el sufrimiento, en los peligros de la vida, en el trabajo, en un nacimiento en la familia, ante  la muerte, etc. una persona creyente ora, es decir, ve esas realidades desde Dios y ante Dios.

La oración es un acto de confianza en Dios Padre.

La vida y la fe pueden ser oradas, que no significa organizar vísperas o una Misa en la catedral, (otra cosa es que hayamos de tener fórmulas comunes), sino que la vida y la fe,  las vivimos ante y desde Dios.

  • o Ante un nacimiento no es igual la visión que tiene el médico que ha ayudado a dar a luz, que la familia que agradece a Dios esa vida que se hace presente entre ellos.
  • o Ante la creación no es lo mismo la estupidez capitalista que te quiere vender un viaje turístico a unas islas maravillosas, que quien agradece a Dios la belleza y bondad de la naturaleza. Con el salmo 8, por ejemplo.
  • o Ante determinadas encrucijadas de la vida: es muy distinto confrontar la vida ante Dios o ante el dinero que me van a pagar por tal trabajo, o el éxito que me va a reportar la sumisión a tal partido o el servilismo eclesiástico.

En la oración abrimos nuestra vida y la ponemos en manos de Dios.

  1. ¿Confrontar la vida ante qué tipo de Dios? Padre.

Naturalmente que es muy distinto confrontar la vida ante un tipo de Dios u otro.

Si he de presentarme ante un Dios del Derecho Canónico o ante el Dios del Santo Oficio o del juicio final de Miguel Ángel de la capilla Sixtina “es mejor morirse”. Ante un Dios -o una persona- judicial y justiciero uno no puede orar. Con un Dios que se parece a Hacienda o a la Inquisición, es mejor no hablar.

En nuestra experiencia cotidiana esto lo vivimos continuamente. Hay personas que tienen siempre una actitud de prepotencia y juicio: en el orden familiar, laboral, en la vida normal, en el campo episcopal: sistemáticamente su actitud es de juicio, de culpabilización. (Una existencia en medio de culpabilidades y condenas no puede orar).

La experiencia que Jesús tiene de Dios y lo que nos ha dicho es que Dios es Padre.

Es muy distinto orar, charlar y confrontar la vida con un amigo, a tener que tener que rendir cuentas a un Dios justiciero de cierta moral o del derecho canónico, o del mundo episcopal.

Uno puede charlar y pedirle consejo, dejarse iluminar por su Padre. Con el Dios y Padre de Jesús se puede tratar y charlar, orar. Con el Dios de ciertos entramados e instituciones católicas, no es posible orar.

  1. 04. Conclusión. No somos extraños para Dios.
  • o Tal vez, la lección más importante del evangelio de hoy acerca de la oración es que: no somos extraños para Dios, somos hijos de Dios, familia de Dios.
  • o Desde la visión católica: todos estamos imputados y culpabilizados ante Dios. Luego veremos quién se salva.
  • o Es todo lo contrario de Jesús: Dios es Padre. Con el Dios de Jesús, Padre, se puede tratar: es bueno hablar y tratar. Con el Dios de la moral, de muchos confesores católicos, con el Dios del juicio final y del infierno, mejor guardar distancias.

Jesús nos dice: No eres un extraño para Dios: somos sus hijos. Dios es mi, nuestra- familia. Por eso, cuando os dirijáis a Dios decidle:

Padre nuestro.

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Simone Weil y el Padre Nuestro

Sábado, 3 de noviembre de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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¡Qué mejor oración para un día como hoy que el Padre Nuestro! ¿Cuántas lecturas e interpretaciones? Cada quien tiene la suya, todos identifican al Padre a su real saber y entender. Es interesante acercarse a la interpretación de Simone Weil (Gracias a José Luis Navarro, que nos lo ha compartido en facebook).

Padre nuestro, el que está en los cielos
No hay que buscarle, basta con cambiar la orientación de la mirada; a él es a quien corresponde buscarnos. Hay que sentirse felices de que está infinitamente fuera de nuestro alcance.

Sea santificado tu nombre
Sólo Dios tiene el poder de nombrarse a sí mismo. Su nombre no puede ser pronunciado por labios humanos. Su nombre es una palabra, el Verbo. Su nombre es la única posibilidad para el hombre de acceder a Él. Así pues, es el Mediador.

Venga tu reino
Se trata ahora de algo que debe venir, que no está presente. El reino de Dios es el Espíritu Santo llenando por completo toda el alma de las criaturas inteligentes. El Espíritu sopla donde quiere; sólo podemos llamarle. No hay ni que pensar en llamarle de manera particular para uno mismo, para unos o para otros, ni siquiera para todos, sino llamarle pura y simplemente; que pensar en él sea una llamada y un grito. Así como cuando se está en el límite de la sed, muriendo de sed, uno ya no se representa el acto de beber en relación a sí mismo, ni siquiera el acto de beber en general, sino tan sólo el agua en sí; pero esta imagen del agua es como un grito de todo el ser.

Hágase tu voluntad
Es una actitud muy distinta a la resignación. La palabra aceptación es incluso demasiado débil. Hay que desear que todo lo que ha sucedido haya sucedido y nada más. No porque lo que haya sucedido esté bien a nuestros ojos, sino porque Dios lo ha permitido y porque la obediencia del curso de los acontecimientos a Dios es por sí mismo un bien absoluto.

Así en el cielo como en la tierra.
No hay que apegarse ni siquiera al desapego. Hay que pensar en la vida eterna como se piensa en el agua cuando se está a punto de morir de sed y, al mismo tiempo, desear para sí y para los seres queridos la privación eterna de esa agua antes que ser colmados con ella en contra de la voluntad de Dios, si tal cosa fuese concebible.

Nuestro pan, que es sobrenatural, dánoslo hoy
Debemos pedir este alimento. En el momento en que lo pedimos y por el hecho mismo de pedirlo, sabemos que Dios nos lo quiere dar. No debemos aceptar el estar un solo día sin él.

Y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros
Hemos perdonado a nuestros deudores
El perdón de las deudas es la pobreza espiritual, la desnudez espiritual, la muerte. Si aceptamos plenamente la muerte, podemos pedir a Dios que nos haga revivir purificados del mal que hay en nosotros. Hasta ese momento Dios nos perdona nuestras deudas parcialmente, en la medida en que perdonamos a nuestros deudores.

Y no nos arrojes a la tentación, sino protégenos del mal.
Esta oración contiene todas las peticiones posibles; no puede concebirse oración que no esté contenida en ella. El Padre Nuestro es a la oración lo que Cristo es a la humanidad. No cabe pronunciarla con atención plena en cada palabra sin que un cambio, quizá infinitesimal pero real, se opera en el alma.

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Nosotros… Nuestro…

Jueves, 29 de junio de 2017
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En la solemnidad de San Pedro y San Pablo, un texto que habla de Comunidad, de Palabra, de Compromiso… Del blog de Amigos de Thomas Merton:

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…”el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.

El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.

Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos
en un mismo espíritu.”

*

San Cipriano

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“Reaprender la confianza”. 17 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,1-13)

Domingo, 24 de julio de 2016
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17-TO-300x298Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es esta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».

Si algo hemos de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que solo nos puede venir del Padre.

«Buscar» no es solo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.

José Antonio Pagola

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“Pedid y se os dará”. Domingo 24 de julio de 2016. 17º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 24 de julio de 2016
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42-ordinarioC17 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando. 
Salmo responsorial: 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.
Colosenses 2, 12-14 Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados.
Lucas 11, 1-13: Pedid y se os dará.

Primera lectura

Este texto, continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero, al parecer, abusando de su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo de la hospitalidad.

Segunda lectura

A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom 7,7-9). La mejor expresión paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la cruz.

Evangelio

La oración forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar. Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16; 6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así la incluyó Lucas en su narración.

PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado, bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado.

VENGA TU REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus culturas e idiosincrasia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad, en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no reina!

DANOS EL PAN DE CADA DÍA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días.

PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado, ¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (San Cripriano): El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

ÉL LES DARÁ EL ESPÍRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos. El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de dedicarnos a agradar a Dios.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 47 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su guión y su comentario puede ser tomado de aquí: http://www.radialistas.net/category/un-tal-jesus

Para la revisión de vida
¿Nuestra oración está plena de confianza en Dios y su Providencia, o sólo busca sacar algo que deseamos, aún sabiendo que El no querría darnos?

¿Oramos al Padre pidiendo que intervenga en la vida sin respetar la autonomía del mundo y de las libertades?

¿Cuándo oramos deseamos que el Espíritu disponga nuestras perspectivas, deseos y capacidades de actuación para que sintonicen con las del Padre?

Para la reunión de grupo
– Comparar entre los sinópticos, teniendo a Lucas como base, los momentos de oración en Jesús.

– Hay fundamentos y/o motivos para deducir que en verdad el pecado de Sodoma fue la falta de hospitalidad, o se puede deducir otra falta que ocasionó su destrucción?

– Reflexionar como grupo ¿cuáles son las tentaciones que hoy pedimos al Padre que aleje?.

Para la oración de los fieles
– Escucha, Padre, el clamor de tus hijos

– Por la Iglesia que comparte y te eleva el grito de la humanidad. Oremos.

– Para que haya más justicia y paz.

– Por las órdenes contemplativas, llamadas a servir al mundo por la oración.

– Por los que no tienen el pan de cada día.

Oración comunitaria
Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos escuchados. Por nuestro Señor Jesucristo

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Dom 24.7.16. ¡Padre! El pan nuestro cada día… (el pan más alto)

Domingo, 24 de julio de 2016
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el-padrenuestro-3-638Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 17. Tiempo ordinario(Lc 11, 1-13) El evangelio de este domingo recoge la catequesis central del evangelio de San Lucas sobre la oración, centrada en el Padre-nuestro, que no es Padrenuestro, sino simplemente Padre.Recordemos que el evangelio de Lucas ha destacado mucho la oración:

— El evangelio de la infancia (Lc 1-2) ha conservado antiguas fórmulas de oración cristiana: Benedictus, Magnificat, Nunc dimittis…

— Lucas presenta con frecuencia a Jesús en oración, como si todo su compromiso de Reino un despliegue y consecuencia de su comunión con Dios.

— Desde ese fondo ha de entenderse el pasaje especial de este domingo en el que los discípulos le piden que les enseñe a orar, y Jesús responde proclamando su oración:

Padre,

santificado sea tu Nombre
venga tu Reino.

Danos cada día nuestro pan más alto,
y perdona nuestros pecados, pues nosotros perdonamos a nuestros deudores,
y no nos introduzcas en tentación

p-nu-espanolÉsta es la oración de Jesús:
-Una invocación: Padre
-Dos peticiones “divinas” (centradas en el Nombre de Dios y el Reino)
-Tres peticiones “humanas” (pan, perdón de las deudas y liberación)
Éste es para muchos el texto más significativo del evangelio de Jesús y de toda la tradición cristiana, y desde ese fondo, en estos tiempos de crisis, en que muchos parecen dejar a un lado la oración, quiero comentarlo, conforme a la versión de Lucas.

Esta oración proviene sin duda de Jesús, y ha sido conservado por la tradición cristiana en dos formas, ligeramente distintas, la de Mateo, más litúrgica, ampliada por el mismo evangelista o por su iglesia (cf. Mt 6), y esta de Lucas (cf. Lc 11), más cercana al mensaje de Jesús. Éstas son algunas de las diferencias más significativas:

1. La oración de Lucas no es un Padre-Nuestro, pues a diferencia del de Mateo no empieza diciendo Padre-Nuestro sino simplemente Padre,
poniendo de relieve el don y gracia de Dios que es Padre, sin más…principio amoroso de toda realidad, persona a la que nosotros, los creyentes, nos atrevemos a invocar.

2. El Padre-nuestro de Lucas… no contiene la tercera petición del de Mateo: hágase tu voluntad… Ciertamente, el orante de Lucas se sitúa ante la voluntad de Dios tal como se revela en Jesús, pero no tiene que decirlo expresamente. Este Jesús de Lucas sabe bien que la voluntad de Dios no se impone por la fuerza, sino que se descubre en oración y en gesto de servicio a los demás….

13707638_620862324757630_7764109112387674512_n3. La petición del perdón tiene en Lucas un matiz especial, pues vincula el pecado (contra Dios) y las deudas (frente al prójimo). De manera extraña y muy significativa pide a Dios que perdone nuestros pecados, pero añadiendo como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Éstos y otros matices iré precisando en lo que sigue, con el deseo de que los lectores puedan adentrarse de un modo personal en la oración de Jesús.

Imágenes.

1. Las dos versiones del Padre-nuestro (la que yo ofrezco de Lucas está más ajustada al texto, como verá quien siga leyendo)

2-3 El Padre-nuestro, en versión castellana y euskera, en las paredes del Santuario del Padrenuestro, en la colina del Monte de los Olivos, en Jerusalén. El lector interesado podrá encontrar fácilmente otras versiones del Padrenuestro, desde hebreo o arameo, pasando por el griego y latín, hasta muchas lenguas modernas. Buen domingo a todo (sigue)

Enséñanos a orar…

«Aconteció que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos (Lc 11, 1).

Lucas quiere presentar a Jesús como “maestro de oración” y así le muestra varias veces, orando en la montaña, de noche (Lc 6, 12; 9, 28) y diciendo a sus discípulos que oren sin cesar (18, 1). También en esta ocasión se encuentra orando y sus discípulos le ven y le piden: “enséñanos a orar….como Juan enseñó a sus discípulos”.

Ese añadido (como Juan enseñó…) es muy significativo y muestra en conjunto (con lo que sigue) cuatro cosas… Así lo muestra este texto que comentaremos de un modo muy sencillo, palabra a palabra, siguiendo el texto de Lucas 11, 1-13.
(1) Los discípulos de Juan formaban una “comunidad orante”, que tenía una oración específica, distinta de las oraciones de otros grupos judíos (sacerdotes, fariseos). Quizá lo que más distinguía a los discípulos de Juan era un tipo de oración escatológica, pidiendo la llegada del Reino de Dios, en actitud de ayuno (pues de dice que ellos ayunaban, y el ayuno y la oración solían ir unidos: cf Mc 2, 18).

(2) Es muy posible que, al principio, los discípulos de Jesús oraran lo mismo que los de Juan. Además, todo nos permite suponer que los discípulos de Juan eran más orantes que los discípulos de Jesús… Juan era más “piadoso”. Por el contrario, Jesús ponía más de relieve otros aspectos de la vida: el pan compartido, la acogida mutua, la solidaridad…En ese primer momento, los cristianos es no tenían una oración característica, de tal manera que ni Pablo ni Marcos recogen una oración típicamente cristiana de cierta extensión. Sólo el “Abba” y el “Maranatha” parecen haber distinguido a los cristianos, que en el resto de las oraciones serían como los judíos… como los discípulos de Juan.

(3) De todas formas, la tradición cristiana recuerda una oración específica de Jesús, el Padrenuestro, que aparece transmitida por la tradición del Q (Mateo y Lucas), aunque en formas distintas. Podemos suponer que Jesús enseñó de alguna forma esa oración, que está vinculada a todo su mensaje, a su visión del reino. La versión de Lucas parece más cercana a las palabras de Jesús. Los añadidos de Mateo (nuestro, que estás en los cielos; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; más líbranos del mal…) forman parte de la liturgia de la Iglesia.

(4) Tanto en su forma reducida (Lucas) como en su su forma externa, el Padrenuestro podría ser (es) una oración judía, pues todas sus palabras tienen una resonancia israelita. No tiene nada cristiano específico: ni Trinidad, ni Jesús como Hijo de Dios, ni Iglesia, ni Espíritu Santo, ni Eucaristía, ni sacramento… Jesús oró como un “judío mesiánico” y así nos enseñó a orar.

Pero, al mismo tiempo, el Padrenuestro es una oración universal, pues pueden asumirla todos los que creen en Dios y se atreven a invocarle con el símbolo de «Padre», pidiéndole pan compartido y perdón. No contiene tampoco ninguna referencia que sea exclusivamente judío (nombre de Yahvé, patriarcas, Moisés, Ley, templo, ciudad/tierra sagrada, expiación ritual, tradiciones nacionales, alimentos puros, purificaciones, fiestas o Mesías especiales…). Todo lo que el Padrenuestro pide es universal (padre, pan, perdón), siendo, al mismo tiempo, muy judío, muy cristiano, es decir, humano. Aquí comentamos el texto de Lucas:

Padre

El paralelo de Mateo es más extenso: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9). El Lucas es más sobrio y reza simplemente «Patêr ¡Padre!».

A Jesús y a sus compañeros les basta decir eso. Han dejado a un lado los restantes títulos y nombres de Dios, vinculados a la tradición de Israel (Yahvé, Dios de patriarcas o templo, de Ley o de pueblo), han superado las posibles elevaciones sacrales (o metafísicas) y sólo ponen de relieve aquello que vincula a Dios con todos los hombres, diciendo: ¡Padre!
Por situarse en un contexto más litúrgico, Mt 6, 9 ha querido ampliar la invocación: «¡Padre nuestro que estás en los cielos!».

De esa forma se acerca a los modos de orar del judaísmo, pues palabras como esas aparecen en textos rabínicos que empiezan diciendo: Abinu she-ba-shamayim (¡Nuestro Padre de los cielos!) o, de un modo más usual, Abinu Malkenu (¡Padre nuestro, Rey nuestro!), como en la plegaria de las Dieciocho Bendiciones. El orante de Lucas decía simplemente «Padre», en actitud de confianza radical, en gesto de nuevo nacimiento y eso resultaba suficiente.

Poder decir Padre (Padre/Madre) eso es ser cristiano: Saber que estamos en manos del Padre, que somos presencia de Dios (que él vive y se expresa en nosotros), esa es la oración cristiana. Nada más, eso sólo: Abba, Padre/Madre, dicho y vivido…para así crecer y ser personas desde Dios, eso es orar…

Santificado sea tu Nombre (hagiasthêtô to onoma sou).

El nombre de Dios es Padre (no es Rey, ni Ser Excelso, ni Señor Infinito…). Por eso, pedirle que su nombre sea santificado es decirle: Muéstrate como Padre; nosotros queremos mostrar que tú eres Padre. Hay que fijarse en la formulación, que está en una forma que suelen llamar “pasivo divino”: ¿Quién tiene que santificar el nombre de Dios? ¡Dios mismo! Por eso le decimos a él que santifique su nombre, que se muestre como Padre. Pero, al mismo tiempo, nosotros nos comprometemos a hacerle: queremos que, a través de nuestra vida, Dios se muestra en todo el mundo como Padre.

Pero aquí se utilizar la palabra “santificar”, es decir, mostrarse como “santo”. Éste es un tema tradicional israelita, que aparece ya en Ez 36, 23, donde el profeta pide a Dios que manifiesta su santidad… ¿Cómo debe hacerlo? liberando y salvando a los oprimidos y liberando a los presos…

Eso es lo que hace aquí Jesús, es lo que hacen aquellos que le siguen: piden a Dios que manifieste su honor y su gloria de Padre, que no se expresa a través de un tipo de victoria cósmica o militar, sino con la vida y honor de sus hijos. Dios santifica su Nombre (mostrándose santo) allí donde libera en amor a sus hijos oprimidos. Leer más…

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“Regateo insistente”. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 24 de julio de 2016
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140422150126-rwanda-artificial-families-praying-horizontal-large-galleryDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Uno de los temas típicos del evangelio de Lucas es la oración. Según una opinión bastante aceptada, él escribe para cristianos procedentes del paganismo, que no están habituados a rezar. Hay que descubrirles ese mundo, y Lucas lo hace de la forma más sencilla y convincente: proponiendo modelos.

Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

            La primera lectura nos ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo. Los occidentales hemos perdido esta costumbre, esencial en el mundo semítico. Nada se compra al primer precio. Hay que ir bajándolo, regateando, hasta que se consigue el que uno considera adecuado. En cualquier caso, aunque el comprador termine contento, siempre sale perdiendo. Eso es lo que le ocurrirá a Abrahán.

            En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            He titulado este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes.

            En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.

            En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina?

            El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos.

* * *

            Pero esto nos ha alejado del tema principal de este domingo, que es la oración.

        El texto del evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios? Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.

Aprendiendo a rezar (Lucas 11,1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota a la traducción

            En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”.

            La liturgia traduce “nuestro pan del mañana; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

Breve comentario al Padre nuestro

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. “Padre nuestro“, danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. 24 julio, 2016

Domingo, 24 de julio de 2016
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TO-D-XVII

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

Lc 11,1

Lo habitual en la vida de Jesús es orar, los textos hacen referencia a su oración muchas veces, tiene importancia. En esta ocasión Jesús no está solo, cerca de él están sus discípulos, que oran con él, o al menos observan al Maestro en una actitud que cautiva el corazón de quien está cerca. Jesús ora con frecuencia, y se deja ver orando, no se esconde, el testimonio creíble del poder de la oración, y despierta el deseo de Dios en los corazones que lo ven: “Enséñanos a orar”.

Son ellos, sus discípulos, quienes toman la iniciativa, de quienes sale la propuesta… Esto no deja de ser un reto para nosotras, monjas, y para todas las personas que llevan en el corazón la Buena Noticia y desean cantarla a quienes están a su lado. A veces, nos perdemos en fórmulas y teorías que no despiertan ningún deseo en quienes nos miran; y eso que los textos de nuestra tradición ya nos dicen que “la letra mata y el Espíritu da vida. (2 Cor. 3,6). Hace poco una amiga me contaba que su hijo lloraba porque no se sabía las oraciones de la catequesis y el cura no le iba a dejar hacer la comunión. ¿Habrá comulgado con un corazón abierto a Dios o una cabeza llena de fórmulas, como si la catequesis fuera un lugar para memorizar? No imaginamos a Jesús haciendo exámenes a sus discípulos sobre el Padre Nuestro…. más bien al contrario, ayudando a que en ellos despertase el deseo de Dios.

Estamos viviendo tiempos convulsos, violentos, agresivos. Duele vernos tan perdidos, tan rapaces, tan devoradores. Indigna verse tan manipulada por las noticias, donde nos presentan buenos buenísimos y malos malísimos, como en las películas de indios y vaqueros. Como si nos existieran las personas que trabajan por la paz, que oran por la paz, que encuentran en la religión la consistencia de la vida. Como si no fueran muchos más quienes mueren fieles a Dios que quienes matan por un pseudodios. Y en este tsunami la gente busca, y busca con deseo de algo más profundo, y aparecen los guías espirituales, gurús, chamanes…

¿Y en la Iglesia? ¿Dónde están las maestros de oración que tanto estamos necesitando? Esos que despiertan el deseo de Dios, como lo hace Jesús.

El Papa escribe a las monjas: “Vivid (….) contribuyendo a que Cristo nazca y crezca en el corazón de las gentes sedientas, aunque a menudo de manera inconsciente, de Aquel que es camino, verdad y vida.” (cfr. Vultum Dei nº.37). El reto está en mostrarnos, en dejarnos ver orando, con hondura, sencillamente, sin fórmulas vacías, con espontaneidad y sobre todo, sobre todo, con profunda confianza. Y Cristo nacerá en los corazones sedientos, nacerá y crecerá con raíces hondas, libres, fuertes.

¿Cómo, dónde, cuando? No tenemos respuestas, ni teorías, solo deseo, un profundo deseo de relacionarnos con Dios, Abba, como Jesús lo hace, de sumergirnos en la relación amorosa de la Trinidad. Para ello ya nos lo dice

Jesús, ¡pidamos el Espíritu a nuestro Padre!
Derrama tu Espíritu Abba, en nuestros corazones,
en el corazón de tu Iglesia
tu Espíritu que todo lo hace nuevo.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús Maestro de oración

Domingo, 24 de julio de 2016
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jesus orando“A través de la oración silenciosa y sin palabras, Jesús nos llama a un camino interior que, a la larga, conduce a una profundización esencial de la misión apostólica” (Franz Jalicz)

24 de julio, domingo XVII del TO

Lc 11, 1-13

Y yo os digo: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis,, llamad y os abrirán, pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre

Jesús, el Maestro –que está siempre ahí: “Yo te instruiré, y te mostraré el camino a seguir y me ocuparé de ti constantemente” (Sal 32, 8)–, enseña a orar a sus discípulos y les exhorta a ser perseverantes en la oración. Lo hace de camino a  Jerusalén; quizás queriéndonos indicar  que orar es caminar; es realizar un proyecto que empeña toda la vida del cristiano; un compromiso con el prójimo, con quien y por quien nos comprometemos a luchar por la justicia para que todo lo que Dios ha creado, los bienes de la creación, los materiales y los inmateriales, los de la cultura, la ciencia y la tecnología, sean de verdad para todos cada día, como proponen algunos exégetas.

El óleo manierista Oración del Huerto, -Botticelli y Tintoretto también la dibujaron- nos muestra un Jesús un Jesús sumido en profundo éxtasis y arrodillado. Los discípulos, plácidamente dormidos y ajenos a la escena. Una luna compasiva ilumina entre nubes una parte del cuadro. También aquí su luz de plata es ofertada a manos llenas para todos. Y no sólo el arte visual le otorga este significado trascendental. Igualmente el auditivo, como apunta en esta cita de su obra Música y Religión, Hans Küng: “Pues bien, la música puede, en definitiva, ser expresión y referencia de lo trascendente, de lo divino, encauzamiento hacia ello”.

Se ha dicho que orar es conversar con Dios; lo que a mi me parece correcto siempre que no pensemos en un “Padre nuestro que estás en los cielos” como ser personal ajeno a nosotros mismos que atiende las peticiones que la propia oración evangélica de Lucas y de Marcos nos señalan. En la película  Hasta donde los pies me lleven, citada el pasado domingo, el mismo protagonista se queja y grita desesperado y hambriento: “¡El pan nuestro de cada día!… ¿Por qué no nos lo das ahora? El pintor danés Carl Heinrich Bloch (1834-1890) recogió la escena en El Sermón del Monte, cuando quiso enseñar a orar a sus seguidores. Éstos sí parecen estar más interesados y despiertos que los discípulos de la de Botticelli. ¿Por qué será que sus representantes jerárquicos son más dormilones?

En Biografía del silencio, Pablo D’Ors viene a identificar en cierto modo oración con meditación, y nos dice que: “La meditación nos concentra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser.  Sin esta convivencia con uno mismo, sin ese estar centrado en lo que realmente somos, veo muy difícil, por no decir imposible, una vida que pueda calificarse de humana y digna”Una visión que el monje cisterciense Thomas Keating percibe como un espacio interior que nos abre a la sanación, a la terapia divina, por así decirlo. La oración cura y ayuda a mantener buena salud: Médico, Meditación y Medicina, tienen raíz común.

Y no sólo cura en su particular consulta –¿por qué a los clérigos católicos encargados de la “cura de almas” de una parroquia- se les llamará “cura”?- sino que cuando la oración es comunitaria, el consultorio se torna Hospital General de Sanidad Pública.

“A través de la oración silenciosa y sin palabras, Jesús nos llama a un camino interior que, a la larga, conduce a una profundización esencial de la misión apostólica”(Franz Jalicz en Jesús, Maestro de meditación).

LA TORTUGA CAREY

Soñó en la playa un sueño la carey:
Soñó que no soñaba, que era cierto
que en su caparazón de mar abierto,
brillaba el sol con aires de virrey.

Oraba la tortuga en son de amores
y agradecía a Dios el don del viento,
el vaivén de las olas, y el acento
soñador de la luz y los colores.

Y yo doblé con ella mi rodilla.
Oré también piadosamente y luego,
tornando a retomar timón y remo,
seguí mi viaje a Dios en mi barquilla

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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