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“Soy padre y soy gay. ¿Por qué me preocupa tanto la sexualidad de mi hijo?”

Miércoles, 17 de octubre de 2018
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Seguramente os pasó cuando salisteis del armario que vuestra madre o vuestro padre, o algún familiar se llevó un disgusto. Y no tanto por homofobia como por temor a que sufriéramos el rechazo social, a que alguien nos discriminara o nos hiciera daño.

A mi en lo personal siempre me pareció una excusa. Pero ahora que soy madre y miro a mi hijo me pregunto, ¿y si fuera gay? ¿Y si viviera el rechazo social? ¿Y si algún día por ir de la mano de un chico alguien le gritara algo o le hiciera daño? A veces lo veo en televisión, una agresión al grito de “maricón” a algún adolescente.

Por eso me ha hecho sentido un testimonio de este hombre estadounidense que Huffington Post tradujo y que comparto aquí con vosotros:

“Cuando era pequeño, la mayoría de mis amistades eran chicas, lo cual sigue cumpliéndose a día de hoy. Por el motivo que sea, me siento más seguro y relajado entre mujeres que entre hombres.

Sigo teniendo conmigo a la mujer más increíble de mi vida y mi mejor amiga hasta el día de hoy ha sido una mujer que conocí hace 35 años en un campamento de verano. Por desgracia, cuando era un niño pequeño me enseñaron que tener amigas era algo malo. Me solían decir que solo los homosexuales o “mariquitas” juegan con chicas. Mi madre me dio mucho la vara sobre todas estas “novias” mías y, aunque ahora sé que solo intentaba protegerme de un mundo cruel, no me resultaba tan obvio entonces.

Esto me provocó mucho estrés cuando era niño. ¿Por qué no podía ser amigo de quien me apeteciera? ¿Por qué era algo malo tener amigas? Desde que tengo memoria, recuerdo que les pedía a mis amigas que fingieran ser mis “novias” para que mi madre y mis amigos no sospecharan que era gay. Fue algo duro para un niño pequeño tener que empezar a cuestionarse su sexualidad y no sentirse bien consigo mismo por ello.

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El autor con su ‘novia’ Lori (a la derecha).

Ser gay en los años 70 no era sencillo, ni tampoco durante las décadas previas, por las mismas razones. Crecí justo cuando comenzó el movimiento por los derechos de los homosexuales, entre los disturbios de Stonewall en el 69 y la redada contra los gays en las saunas de Toronto en 1981. Por no mencionar la epidemia de sida entre gays a finales de los 80. No fue una gran época para ser gay, pero recuerdo que fue una época con esperanza.

No había derechos para los homosexuales, ni matrimonio homosexual ni posibilidad de tener hijos. Había muy poca gente “fuera del armario” por entonces, al menos que yo supiera, y era inaceptable llevar un estilo de vida homosexual.

Mi madre hizo todo lo que pudo para intentar que fuera heterosexual, pero tener más amigos varones no te hace ser más hetero. Mi madre lo hizo lo mejor que pudo con la información de la que disponía. Era y sigue siendo un maravilloso modelo para mí, además de la persona a la que más recurro cuando necesito consejo. Sé que no intentaba hacerme daño, sino protegerme. Por eso la siguiente historia me pilló desprevenido.

Había muy poca gente “fuera del armario” por entonces, al menos que yo supiera, y era inaceptable llevar un estilo de vida homosexual.

Cuando empezamos a planificar el cuarto cumpleaños de mi hijo Milo, le preguntamos a quién quería invitar y lo primero que dijo fue: “¡Solo a chicas!”.

Ahora sabemos que la mayoría de sus amigos en la guardería son chicas, pero aun así me sorprendió. Seguidamente, lo siguiente que salió de mi boca fue: “¡Pero no puedes invitar solamente a chicas!”. ¿Por qué lo diría? ¿Cómo me transformé en mi madre en ese momento? Me había pasado años enfadado con ella por no dejarme ser amigo de quien me diera la gana y ahora ahí estaba yo diciéndole a mi hijo que tenía que invitar a chicos a su fiesta.

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Fiesta por el cuarto cumpleaños de Milo con sus ‘novias’ y con Batman

Intenté sonsacarle un poco de información para averiguar por qué solo quería invitar a chicas y a ningún chico. Quería saber por qué motivo le gustaban más las chicas que los chicos. También quería saber si los chicos lo habían acosado o dado de lado. Quería más información, pero no conseguí nada. Al fin y al cabo, solo tenía tres años y lo que me dijo fue simplemente que las chicas eran “sus mejores amigas”. Y eso es lo único que debería importar.

Esta conversación debería haber terminado ahí, y ahí terminó para Milo, pero no para mí. Es decir, Milo podía estar simplemente emulando a sus papis, porque al fin y al cabo todo el mundo necesita contar con muchas mujeres en su vida. Pero yo necesitaba más respuestas y pasé muchas horas pensando en por qué me molestaba tanto que Milo solo fuera amigo de chicas, sobre todo a causa de todos esos años que pasé yo sintiéndome mal conmigo mismo.

¿Tan profundo habían calado las ideas de mi madre que, de algún modo, me habían lavado el cerebro? No lo creo. Debía tratarse de algo distinto. ¿Podía ser que me preocupara que esto fuera una señal de que era gay? Igual era eso, pero era un pensamiento aterrador viniendo de un hombre gay, y aún más aterrador si se decía en voz alta: ¿Quiero que mi hijo sea gay?

No es una pregunta fácil de responder. Me he pasado los últimos 30 años luchando por los derechos de los homosexuales e intentando quererme a mí mismo siendo gay. También tuve un problema de adicción durante 10 años y tuve (quizás todavía tengo) un problema de homofobia internalizada que asoma sus garras de vez en cuando. ¡Pero los tiempos han cambiado! Es decir: estoy casado con un hombre maravilloso, hemos tenido un hijo mediante gestación subrogada, nuestra familia y nuestros amigos nos aceptan y tenemos una página web que defiende el hecho de que una familia consiste en el amor (Family Is About Love). Entonces, ¿por qué me preocupa si Milo simplemente tiene amigas o si es gay?

Era un pensamiento aterrador viniendo de un hombre gay, y aún más aterrador si se decía en voz alta: ¿Quiero que mi hijo sea gay?

Sigo deseándole la mejor vida posible a mi hijo, al igual que cualquier otro padre a sus hijos. No puedo evitar reflexionar en mi problemático pasado y preguntarme si querría que Milo pasara por lo mismo. Sé que su vida será muy distinta de la mía, pero a veces no puedo evitarlo. Hasta que no se permita el matrimonio homosexual en todos los países del mundo y todos tengan los mismos derechos, seguiré asustado.

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Una familia consiste en el amor.

Lo que Milo sí encontrará en sus papis son dos mentes abiertas y dos padres que lo van a apoyar en todo. Recordé lo primero que le dije cuando nació, mientras me limpiaba las lágrimas de los ojos tras haberlo sujetado contra mi corazón: “Te voy a querer siempre sin importar lo que suceda ni la persona que seas”.

Necesito recordarme que solo porque una vida sea “más sencilla” no significa siempre que sea mejor. Me alegro de no haber tomado el camino fácil, y aunque tardé más que otras personas en aceptarme a mí mismo, me ha hecho más feliz. Quiero que Milo sea feliz pase lo que pase, y ya sea gay, heterosexual o algo en medio, siempre estaré aquí para quererle, decida tener amigas o amigos”.

Una versión previa de este blog fue publicada en inglés en Gays With Kids y en Family Is About Love, vía Oveja Rosa

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“Parábola del padre gay que recobra a su hijo. “, por Carlos Osma

Viernes, 24 de octubre de 2014
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shutterstock_103268435Del blog Homoprotestantes:

Cuando Jesús explicó la parábola del hijo pródigo hace ahora casi dos milenios, imagino que sus oyentes la situarían en su propio mundo simbólico. Imagino que cada persona pintaría la casa del padre bueno de una manera bien distinta, teniendo en cuenta su experiencia. Algo similar hacemos las personas LGTB, o al menos deberíamos hacerlo, si es que no seguimos empecinadas en leer el texto bíblico siendo quienes no somos.

Es por eso que al volverla a leer hoy, me he hecho algunas preguntas sobre la aparente soledad del padre bueno: ¿tenía un compañero ausente que no se implicaba en la educación de sus hijos? ¿era padre soltero y tenían que lidiar con la educación de dos hijos, mientras intentaba tener una vida afectivo-sexual con otros hombres medianamente sana? ¿había muerto su compañero? Después me han saltado otras dudas: ¿los hijos eran adoptados, acogidos, de un matrimonio heterosexual fracasado anterior? ¿o una amiga se ofreció para darle(s) los hijos que siempre había(n) soñado tener?

Al final me he dado cuenta de que ninguna de estas preguntas, o sus respuestas, parecen tener importancia cuando pretendemos aproximarnos al mensaje que, con la parábola, quería transmitir el maestro. Y es que en realidad nada de todo eso es esencial, y por esa razón todas las personas, independientemente de nuestras circunstancias y de las casas que somos capaces de construir para el padre bueno y sus dos hijos, estamos igualmente llamadas a reflexionar sobre lo que pretendía enseñar Jesús. No hay nadie, al que el maestro no dirija su parábola, no hay nadie al que se le pida disfrazarse o desprenderse de quien es para poder escucharla y aplicarla a su propia experiencia.

Así que, sin salir de nuestra realidad LGTB, me pregunto si la figura del padre bueno de la parábola refleja algo de nosotros y nosotras, y si todavía dos mil años después, tiene algo que enseñarnos.

“Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’ Pero el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies.Traed el becerro cebado y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a hacer fiesta….

….Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese…

El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo.Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado[1]”.

Experiencia de abandono. Los dos hijos abandonan a su padre. El hijo pródigo se marchó porque pensaba que la felicidad y la libertad estaban lejos de su padre, y que con él, sólo podría vivir oprimido. El hijo mayor se había alejado mucho antes, porque aunque compartieran el mismo techo, no lo hacían como padre e hijo sino como amo y siervo. El padre era objeto de un abandono que llevaba consigo un borrado de lo que significaba ser padre. Ambos hijos habían hecho desaparecer de delante de sus narices la figura paterna, ahora ya no existía como tal para ninguno de ellos. La relación entre los tres había sido deconstruída, y la consecuencia de todo ello era que el padre, pero también los hijos, se habían quedado solos.

Creo que de esta experiencia podemos hablar largo y tendido las personas LGTB. En la experiencia de borrado que sufrió el padre vemos reflejada la que hemos vivido tantas y tantas veces. La deconstrucción de los lazos familiares, o de las relaciones fraternales dentro de la comunidad cristiana, que ha realizado con nosotros y nosotras la homofobia, queda bien ejemplificada en lo que los hijos hicieron al padre bueno. Hemos sido invisibilizados una y otra vez de miles de maneras y formas distintas, hemos visto negada la posibilidad de decir quienes somos y como somos, a quienes amamos o que nos gusta, cuales son nuestros sueños, o en que queremos convertirnos; en multitud de ocasiones nuestras familias o comunidades han decidido romper los lazos que nos unen, los del amor, para intentar aislarnos y hacernos pagar caro el no ser como ellos deseaban que fuésemos. Al final el abandono, el alejamiento, o la resignificación de lo que somos. Al final no somos ni hijos, ni hermanas, ni madres, ni abuelos… al final no somos hermanos o hermanas en la fe… al final, la familia parece estar completamente destruida.

Ser capaz de respetar la libertad de los demás. El padre no se opuso a la marcha de ninguno de sus hijos, vivió quien era, respetando quienes eran sus hijos y dejándolos ser libres. Es cierto que esa libertad producía su negación, y la pérdida de quienes amaba. Pero respetó la libertad de quienes no le trataron como merecía, quizás porque nunca renunció a la libertad de ser quien él era: su padre. Jamás se creyó la negación, era consciente de ella, pero por encima de todo estaba seguro de su identidad, y que esa identidad le unía a ellos.

Creo que este comportamiento en la parábola tiene bastante que decirnos a las personas LGTB. La mayoría hemos hecho hasta lo imposible para no perder a personas a las que queríamos. Nos hemos callado, hemos escondido nuestros sentimientos o hemos aceptado menosprecios, para que nuestros hijos, padres, amigas, o iglesias de las que formábamos parte, no nos abandonasen. Pero al final ese camino nunca ha traído la liberación, sino que nos ha hecho vivir atrapados en los chantajes homófobos de quienes tanto queremos. Sin embargo en la parábola que Jesús pronunció hace ya tanto tiempo, se nos dice que sólo cuando somos capaces de dar libertad a los demás, aunque los perdamos para siempre, podemos alcanzar la nuestra. Sólo cuando somos libres de prejuicios estúpidos, somos capaces de dejar marchar a quienes no pueden todavía escapar de ellos. Libertad de ser y de dejar ser, ese es uno de los mensajes más directos y que más nos interpelan en la parábola a las personas LGTB.

Mostrarse activos, creer que los cambios son posibles y formar parte de ellos. El padre podría haberse quedado en su casa pensando que su hijo pequeño jamás volvería, o en la fiesta con la seguridad de que su hijo mayor no entraría. Pero en ambos casos sale del lugar donde está y se dirige a ellos sin negarse; es su padre y actúa como tal. Siempre se muestra activo, tendiendo la mano hacia la reconciliación, sabe que sus hijos se han equivocado, pero para él es una fiesta que descubran ellos mismos su error y quieran volver a casa. No hay recriminación, ni vencedores ni vencidos, todos salen ganando si aceptan al otro tal y como es.

La media de las personas LGTB que trabajan por transformar su entorno, es mucho mayor que cualquier otro colectivo que conozco. Pocas personas LGTB de mi entorno han tirado la toalla con su madre, su padre, sus hijos, sus hermanas, o su iglesia; siempre creen que es posible, que todavía hay esperanza de que algún día sus seres queridos superen su homofobia y se dirijan hacia la casa común para abrazarse como quienes son, sin negaciones. Multitud de personas lesbianas y gays de mi alrededor salen cada día de la fiesta de la reconciliación y del amor en la que viven, para recordarle a alguien que le negó su identidad que también está invitado a la fiesta. Manos tendidas siempre, como el padre bueno… y mientras esa mano siga extendida su entorno puede ser transformado y reconciliado. Se trata de no perder jamás la esperanza, pero de no hacer depender la felicidad de la actitud que otras personas tengan hacia nosotros. Mano tendida, desde lo que somos, para amar a los demás tal y como son.

Sobre el perdón. Es evidente que en la parábola Jesús hablaba de un Dios que perdona siempre, y que si nos comparamos con ese amor infinito que demuestra, nos sentimos bastante poca cosa. Dios ama siempre, Dios perdona siempre, con Él siempre es posible empezar de nuevo, tener otra posibilidad. Y eso nos llena de fuerza, nos ilusiona, porque sabemos que jamás nos da por perdidos, que no depende de lo que hagamos o no hagamos, que su amor siempre estará allí con nosotros. Sabemos que quienes ponen condiciones al amor de Dios, es porque realmente no lo conocen. Quienes matizan con un pero ese amor, es porque confunden el amor humano, con el divino. Dios nos ama, a todos y a todas.

Las personas LGTB somos llamadas a imitar ese amor, y es difícil hacerlo cuando tienes que amar a alguien que te niega, te insulta, hace una caricatura de algo que tú no eres, que hace daño a tu familia, o que quiere acabar con todo lo que tiene que ver contigo. Pero aún así, la llamada de Jesús en la parábola sigue en pie: debemos imitar el amor del padre bueno. Creo sinceramente que muchas personas LGTB hacen cada día visible ese amor, aunque de forma imperfecta. Veo mucho amor cuando un padre es capaz de abrazar de nuevo a la hija que no le hablaba ni le veía desde hacía años porque era gay. Veo el amor del padre bueno cuando una hija decide cuidar a una madre enferma que la ha despreciado desde el momento que le dijo que era lesbiana. Pero también veo amor en el hermano que ha perdonado a la hermana con la que jamás volverá a coincidir porque no es un buen ejemplo para sus sobrinos. No siempre el amor es capaz de producir la reconciliación, hay veces que el padre sigue viviendo en su casa, feliz por ser quien es y por haber educado a dos hijos libres, pero sabiendo que no podrá compartir su vida con ellos. También en estas circunstancias es necesario haber perdonado.

Para imitar al padre bueno necesitamos no alejarnos de casa, no rechazar quienes somos, ni humillarnos y anularnos para conseguir el afecto de unos hijos que son incapaces de ver más allá de lo que ellos son. Para imitar al padre bueno debemos olvidarnos de convertirnos en héroes o heroínas, o pensar que el final todo acabará bien. Debemos sobre todo sacar de nosotros y de nosotras el resentimiento por el dolor sufrido, y entender que los demás tienen el derecho a equivocarse, a elegir un camino terrible que no sólo los aleja de nosotros, sino también de Dios, y lo más importante, de lo que ellos y ellas son. Y cuando hayamos acabado con el resentimiento y podamos vivir felices con nosotros mismos, en ese momento seremos capaces de recibir con un abrazo paterno a quienes tanto nos hicieron sufrir. Y si no vuelven, no deberíamos resignarnos, siempre es posible volver a construir otra familia donde el amor sea realmente lo que nos una.

Carlos Osma

[1] Fragmentos de Lc 15,11-32

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