La paciencia
Del blog de Henri Nouwen:
Del blog de Henri Nouwen:
De su blog Punto de encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
La semana pasada me refería a la paciencia en este Punto de encuentro. Entonces recordaba que la Escritura está llena de exhortaciones a la perseverancia con 16 menciones directas al término “paciencia”. Ser paciente es vivir el presente con confianza, como Jesús, en estado de espera que nos mantiene firmes en nuestra fe, en la vida, en los prójimos y en Dios. Pero faltaba alguna referencia al texto por excelencia: el libro de Job y su protagonista.
En estos tiempos marcados por las prisas, los creyentes tenemos una lección para recordar y sobre todo que vivir con la paciencia -como virtud activa– ante la experiencia del sufrimiento: ¿Dios mío, dónde estás?, se pregunta el inocente que sufre. Deberíamos leer y releer el libro de Job. Yo apunto aquí algunas claves que pueden ayudar a vivir en sana y santa paciencia.
“La paciencia preserva al hombre del peligro
de que su espíritu sea quebrantado por la tristeza
y pierda su grandeza”
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Tomás de Aquino
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De su blog Punto de Encuentro:
Conozco los escritos de Alessandro Pronzatto desde los tiempos de la universidad, cuando nos reuníamos a estudiar varios amigos y acabábamos compartiendo lecturas entre cafés, buena música y cigarrillos ¡Qué tiempos! Ahora le releo con gusto y me fijo en la sabiduría de la paciencia, que no tenemos: “El entusiasmo inicial no basta. Hay que luchar contra el mayor peligro: el desaliento, contra el que la paciencia constituye el antídoto indispensable” sin perder la calma interior. Pero no es virtud de este tiempo la paciencia, que ahora llaman autocontrol; tampoco luce entre los cristianos.
En la sociedad de las prisas, manejamos medios muy eficaces para acortar los tiempos (mejores comunicaciones y tecnologías, que no paran de innovar) mientras la premura injustificada nos devora sin tregua. Si en la vida hay que tener paciencia -signo evidente de madurez- qué no decir de la actitud ante Dios y sus promesas, que se cumplen siempre aunque no sepamos cuándo ni de qué manera. En los temas de Dios tampoco somos ajenos a las prisas, desvirtuando a la paciencia, que es la gran palanca de la confianza. Y cada vez que vence la impaciencia, se pone en riesgo la fe.
Queremos las soluciones inmediatamente, logros, victorias, sin acordarnos que ni siquiera Jesús logró el éxito ante sus coetáneos, de tejas para abajo por incomprendido, calumniado y colgado de un madero frcasando aparentemente como el que más. Y de seguido, sus asesinos continuaron matando a sus discípulos sin mayores problemas. Sin la paciencia confiada en el Padre hubiera sido imposible semejante revolución del amor con el ejemplo radical de su vida y de su muerte que sigue en pie entre nosotros.
El valor de la paciencia ha desaparecido, seguramente porque nuestro estilo de vida desconoce el valor que atesora su virtud, tan necesitada en estos tiempos turbulentos de pandemia. Paciencia no es debilidad, ninguna virtud lo es. Nada tiene que ver ser paciente con la resignación que deja morir los sueños. Primero, la paciencia para seguir con la esperanza puesta en que lo mejor está por venir; esta es nuestra fe. Como dice Pronzatto, hay que poner la paciencia al comienzo de toda empresa, cuando todo está por hacer, por ser ella la fortaleza que nos va a ayudar ante cada contrariedad, en la desilusión o el fracaso. La expresión “Fortaleced vuestros corazones” no es un canto a la pasividad, sino a la acción que busca echar raíces para no quedarnos por las ramas.
Si la genialidad se compone de dos por ciento de talento y noventa y ocho por ciento de perseverancia (Beethoven), para un cristiano la paciencia no es una cruz menos árida en lo que supone la aceptación de la espera, la aparente falta de resultados, la no respuesta, la falta de soluciones, el silencio de Dios…
La Escritura está llena de exhortaciones a la constancia y a la perseverancia. En el Nuevo Testamento, el término “paciencia” aparece 16 veces. Ser paciente es vivir el presente con confianza. Como Jesús, en estado de espera que nos mantiene firmes en nuestra fe, en la vida, en los prójimos y en Dios. De ahí las segundas oportunidades que la paciencia ofrece, el perdonar setenta veces siete (siempre), que no es más que un ejercicio de paciencia esperanzado, de fe, de que existe salida y tenemos futuro. Todos merecemos un voto de paciencia porque es la puerta para alcanzar los sueños más audaces. No nos engañemos: solo la paciencia es capaz de consolidar el amor, que nunca es posible lograrlo en la agitación desordenada de la impaciencia. Y quien ha aprendido a esperar en Dios, lo ha aprendido todo.
En tiempos de desaliento, paciencia bien entendida. ¡Feliz verano!
Hoy no está muy de moda el elogio de la paciencia, pero de la escasa estima cíe esta virtud y de su reducida práctica proviene la disgregación de los grupos, incluso de los más sólidos, como son la familia y las comunidades religiosas. Cuando no estamos dispuestos a tener paciencia, nos vemos obligados a asistir al declive de la solidaridad y de la cohesión de la fraternidad.
Tener paciencia no es, ciertamente, fácil, sobre todo para quienes creen firmemente en el mito de la eficacia o se sienten más positivamente preocupados por la buena marcha de las cosas y de la misión. A estas personas la paciencia puede parecerles una pérdida de tiempo que fomenta la pereza del prójimo o, también, que significa renunciar a dar lecciones de pedagogía a personas que «deben crecer».
San Gregorio Magno, que conocía perfectamente los entresijos del corazón humano, afirmaba: «También nosotros podemos ser mártires si conocemos verdaderamente la paciencia del corazón. La victoria sobre nosotros mismos, por amor a los hermanos, nos vale la gloria del martirio».
Aludía, por cierto, a las pruebas de la vida cotidiana, que en ocasiones guardan un gran parecido con el martirio: en esa vida hay que soportar a veces a personas extravagantes o sencillamente insensatas, personas que parecen disfrutar haciéndonos sufrir; soportar, en otras ocasiones, actitudes humillantes de prepotencia, afrentas mordaces, complicaciones que parecen confabularse todas ellas para fastidiarnos; o injusticias manifiestas, calumnias humillantes o, más simple y frecuentemente, la tan conocida rutina de cada día, monótona, gris, uniforme y descolorida.
La paciencia brota también cuando nos damos cuenta de las dificultades por las que atraviesa el que está junto a nosotros, el que está tentado, probado y acosado quizás por heridas antiguas, por estados de ansiedad, por frustraciones que surgen de vez en cuando y hacen difícil la vida, primero a él y después a nosotros.
Quien está movido por la fortaleza cristiana intuye, comprende, tiene paciencia y no se maravilla, sino que aporta, con el garbo de un hermano afectuoso, la ayuda que le es posible ofrecer en ese momento.
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P. G. Cabra,
Para una vida fraterna. Breve guia práctica,
Sal Terrae, Santander 2000, pp. 60-61
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Del blog de Henri Nouwen:
“Es difícil ser paciente. No sólo significa esperar hasta que pase algo sobre lo cual no tenemos control: la llegada del autobús, el fin de la lluvia, el regreso de un amigo, la resolución de un conflicto. La paciencia no significa esperar pasivamente hasta que otra persona haga algo. La paciencia nos pide vivir el momento plenamente, estar completamente presentes en el momento, saborear el aquí y ahora, estar donde estamos. Cuando estamos impacientes, tratamos de escapar del lugar donde estamos. Nos comportamos como si lo importante sucederá mañana, luego, y en otro lugar. Sé paciente y confía que el tesoro que buscas está escondido en la tierra que pisas“.
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Henri Nouwen
Pan para el viaje
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La cualidad esencial para vivir en comunidad es la paciencia: reconocer que nosotros mismos, los otros y toda la comunidad necesitamos tiempo para crecer. Nada se hace en un solo día.
Para vivir en comunidad es preciso saber aceptar el tiempo y amarlo como a un amigo. Es terrible ver a algunos jóvenes, entusiastas, que tenían como un gran ideal compartir con los otros y llevar una vida comunitaria, perder en unos cuantos años las ilusiones, sentirse heridos, volverse irónicos, después de perder todo el gusto por entregarse, y quedar encerrados en movimientos políticos o en las ilusiones del psicoanálisis. Eso no quiere decir que la política o el psicoanálisis carezcan de importancia.
Ahora bien, resulta triste que algunas personas se cierren porque se han sentido desilusionadas o porque no han podido aceptar sus límites. Hay falsos profetas entre los que viven en comunidad. Esos tales atraen y estimulan los entusiasmos, pero por falta de sensatez o por orgullo llevan a los jóvenes a la desilusión. El mundo comunitario está lleno de ilusiones, y no siempre resulta fácil distinguir lo verdadero de lo falso, sentir si crecerá el buen grano o si vencerán las malas hierbas.
Si pensáis fundar comunidades, rodeaos de mujeres y de hombres sensatos, que sepan discernir. Pido perdón a todos aquellos que han venido a mi comunidad o a nuestras comunidades del Arca llenos de entusiasmo y se han sentido desilusionados por nuestra falta de apertura, por nuestros bloqueos, por nuestra falta de verdad y por nuestro orgullo.
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Jean Vanier,
La comunidad, lugar del perdón y de la fiesta,
Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998.
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Del blog de Henri Nouwen:
“La paciencia es una dura disciplina. No solo es esperar hasta que acontezca algo sobre lo que no tenemos ningún control: la llegada del autobús, que deje de llover, el retorno de un amigo, la solución de un problema. La paciencia no es esperar pasivamente hasta que otro haga algo sino que nos pide vivir el momento presente en su plenitud, estar completamente presentes para el momento, disfrutar del aquí y del ahora, estar donde estamos. Nos comportamos como si la cosa fuera a ocurrir mañana, más tarde o en otro lugar.
Seamos pacientes y confiemos en que el tesoro que buscamos se halla escondido bajo el suelo que pisamos.”
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Henri Nouwen
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Del blog de Henri Nouwen:
“Sé paciente y confía. Tienes que moverte poco a poco y cada vez con más profundidad hacia adentro de tu corazón. Allí hay un lugar muy hondo que es como un río turbulento y ese lugar te asusta.
Pero no tengas miedo. Llegará el día en que ese lugar estará en calma y en paz.”
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Henri Nouwen
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Leído en la página web de Redes Cristianas
“La paciencia lo es todo”, dice el Panchatandra, esa gran recopilación de fábulas e historias moralizadoras sobre la realidad hindú que nos transporta de lo real a lo fantástico continuamente. Cuando leí esta aseveración tan rotunda, no le di mucha importancia. Pero con el tiempo, voy descubriendo la gran verdad que atesora. Ahora suelo unirla al estribillo teresiano “Sólo Dios basta”: La paciencia lo es todo, solo Dios basta, que procuro interiorizarlo con fe en los pliegues más impacientes de mi persona.
Es fácil quedarnos con que la paciencia es una virtud que lleva a aguantar cualquier adversidad de manera pasiva, sin apenas decir nada, cuando en realidad constituye un atributo que exige poner en acción nuestros mejores recursos emocionales. Pero tampoco se queda solo en el logro de la serenidad frente a la actitud impulsiva. Si bien la paciencia implica mantener la serenidad durante los malos tiempos, o ante las ofensas, para un cristiano es mucho más que esto, aunque sea importante. La vida que dediquemos a cultivar la paciencia, es tiempo de siembra interior para ser en lo posible dueño de uno mismo; al fin y al cabo, mucho de lo que nos ocurra dependerá de la forma como actuemos ante los acontecimientos.
Pero hay algo más, como decía, que esa actitud de sana paciencia que nos ayuda ante cualquier problema para lograr que los sinsabores sean más manejables, duren menos y sus consecuencias sean más controlables. Ese plus es lo que me ha hecho reflexionar el sacerdote Tomás Halík, en el prólogo de su estupendo libro Paciencia con Dios (Herder). El se refiere a las tres formas de paciencia, profundamente interconectadas, frente a la sensación de ausencia de Dios: se llaman fe, esperanza y caridad. Y llega a señalar que la paciencia es la principal diferencia entre la fe y el ateísmo, en los momentos en que Dios parece estar lejos u oculto. Y lo mismo dice de la esperanza, como otra expresión de la maduración de la paciencia; y del amor, porque un amor sin paciencia no es auténtico amor.
El nexo de todo ello está en la confianza y la fidelidad, los dos potentes motores cuyo combustible es la paciencia. Por tanto, para Halík, las tres virtudes teologales son tres formas de asumir el ocultamiento de Dios, que a la postre es un camino muy diferente al del ateísmo y la credulidad superficial. Lo que les pasa a los ateos es que no tienen paciencia ante su verdad incompleta. Pero de igual forma, la fe de los creyentes inmaduros, es de algún modo también incompleta por no asumir la propia naturaleza de nuestra condición de peregrinos hacia la Tierra Prometida; algo que lejos de decepcionarnos con impaciencia frustrante, nos debe servir como reflexión para la maduración de las virtudes teologales y como antídoto a la soberbia excluyente, acusadora y nada paciente tampoco con las debilidades del prójimo.
Paciencia como sanación del equilibrio interior pero también como el alimento que nos ayude a experimentar las gracias recibidas en forma de virtudes teologales. Paciencia con Dios, con el hermano siempre, y sobre todo empezando con ejercitar la paciencia con uno mismo: La paciencia activa lo es todo, solo Dios basta.
Del blog de la Communion Béthanie:
2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +
En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.
“Haz de la vida un todo que te obligue.
Qué cada etapa de la vida sea aceptada
hasta que haya logrado plenamente su fin,
es decir para que te haya enseñado
la paciencia, la armonía interior y la paz.”
*
El 11 de marzo, Vivir por el Espíritu.
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Recordatorio
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