¿Por qué algunos gays se han pasado a la ultraderecha?
El avance de la ultraderecha y la xenofobia en Occidente se está produciendo mediante la búsqueda de nuevos votantes.
El pasado 11 de junio Barack Obama pronunció un discurso que tuvo algo de visionario. Trazó un paralelismo claro entre racismo y homofobia, al asegurar que «no puedes, por un lado, quejarte cuando alguien te lo hace a ti, y luego hacérselo a los demás. Tiene que haber cierta consistencia en tu forma de pensar sobre estos temas».
Dos días más tarde, un estadounidense de origen afgano mataba a 50 personas en un club gay de Orlando. El que estaba llamado a ser el sucesor de Obama no tuvo problema en defender la hipótesis contraria. Donald Trump se apresuró a alertar sobre la entrada de radicales «que esclavizan a mujeres y asesinan a gays» al tiempo que acusó a las comunidades musulmanas de EEUU de proteger a los responsables.
Las dos ideas, la que defiende Obama y equipara discriminación sin atender el motivo que la origina, y la de Trump, que se vale del miedo de unos para discriminar a otros, representan dos formas de entender la política. La primera sigue teniendo más predicamento entre el votante LGBT. La segunda está aumentando a niveles alarmantes.
El primer político europeo en combinar con éxito tolerancia gay e intolerancia racial fue Pim Fortuyn. El fundador del partido ultraderechista neerlandés era abiertamente homosexual y aún más abiertamente xenófobo. Fue asesinado a tiros en 2002.
En su ensayo Contra la islamización de nuestra cultura, apuntaba que el islam atenta contra los derechos de las mujeres y contra minorías sociales como el colectivo LGTB. Este era y es el factor clave, potenciado por acontecimientos recientes como los asaltos sexuales masivos en la estación de tren de Colonia o la citada masacre de Orlando, que se ha convertido en la encarnación de un fantasma que la extrema derecha lleva tiempo agitando.
Estos acontecimientos han causado el efecto esperado. Según los últimos sondeos, el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen tiene el apoyo de un 25% de los homosexuales de la ciudad de París, un porcentaje que baja al 16% cuando hablamos de heterosexuales. Abriendo el abanico al resto de Francia, dos tercios de las parejas casadas homosexuales podrían optar por el FN, un partido que hace unos años, cuando el padre de la actual presidenta estaba al frente, describía la homosexualidad como una «anomalía biológica y social». Pero ¿a qué se debe este viraje?
En su libro Pourquoi les gays sont passés à droite (Por qué los gays se han pasado a la derecha, 2012), Didier Lestrade, fundador de la revista Têtu, critica el estilo de vida gay contemporáneo por superficial, consumista y estático, características que asocia a los movimientos políticos conservadores.
«El racismo siempre ha existido», reconoce Lestrade, «pero actualmente la extrema derecha abre sus brazos a los gays para defenderlos de los negros y los árabes. Hace falta denunciar esto, porque es contrario a la agenda LGTB, contrario al ideal gay, contrario a todo lo que nos ha hecho felices y orgullosos de ser homosexuales», predica el escritor. Pero más allá de estereotipos sociales, el vuelco del voto LGTB tiene nombres y apellidos.
Julien Odoul es la cara (y el cuerpo) de la nueva ultraderecha francesa. En la portada de la revista de temática gay Têtu (irónicamente, la revista de Lestrade) aparecía luciendo unos potentes brazos, unos sugerentes pectorales y una mirada acero azul que haría temblar al mismísimo Zoolander. Años después, Odoul se presenta encorbatado, repeinado y siempre cerca de su valedora, Marine Le Pen.
Odoul comparte pasado con su compañero de partido, Bruno Clavier, que se fotografía con la misma soltura dando abrazos a otros hombres ligeros de ropa o a Le Pen, esta vez más cubierto y más casto. Son los guiños más evidentes del partido a los jóvenes gays. Pero hay otros, menos mediáticos, más relevantes, como Sebastian Chenu, fundador del colectivo LGTB GayLib y actual consejero de política cultural de Le Pen, o el número dos del partido, Florian Philippot, a quienes muchos acusan de haber instaurado un lobby homosexual alrededor de la líder.
El ejemplo más inesperado lo encontramos en Austria. Jörg Haider nunca pensó en mezclar homosexualidad y xenofobia. Al menos no de forma pública. El líder del racista BZÖ falleció en un accidente de coche en 2008, pero la auténtica tragedia vino después, cuando se supo que conducía ebrio tras abandonar un club de ambiente. La cosa tomó tintes de melodrama cuando Stefan Petzner, su sucesor en el cargo, reconoció en una entrevista que ambos eran más que amigos. Fue destituido pero la semilla quedó ahí, cambiando el ideal de líder heterosexual y xenófobo.
Hoy en día alguien como Haider no tendría que esconder su sexualidad. A nadie le llamaría la atención especialmente. En lugares como Rusia y Alemania proliferan las organizaciones neonazis gays. Las webs de los supremacistas blancos estadounidenses venden banderas confederadas junto a banderas del arcoíris. El movimiento trasciende lo político y empieza a calar en la sociedad civil.
A pesar de todos estos casos, Pablo Simón, politólogo y autor en Politikon, descarta catalogar el fenómeno como global. Pone como ejemplo organizaciones como la Liga Norte italiana o el Amanecer Dorado de Grecia. «Estos partidos se mantienen xenófobos y anti-LGTB, porque esa postura entronca con la historia de sus países», reflexiona. «En Italia, donde hay una tradición religiosa muy fuerte, se mantiene la homofobia. También está el ejemplo de Polonia, otro país enormemente católico y conservador que tuvo el ejemplo de los hermanos Kaczyński, que incluso iniciaron una cruzada contra los Teletubbies por incitar a la homosexualidad. En Europa del este existe un miedo a la decadencia de Occidente. Igual que en otros lados ven el islam como algo nuevo, ellos ven la homosexualidad como una tradición importada».
Todos estos países se mantienen al margen de una tendencia que se da sobre todo en estados donde ha habido mucha inmigración y una integración difícil. En España este tema se encuentra en un término medio. Simón no entra a valorar demasiado a VOX, el partido que más a la derecha se sitúa en el panorama político español. Según el politólogo se encuentra «fuera de cualquier coordenada parlamentaria», aunque concede que «no crea mensajes específicos para este colectivo al tener una base católica».
Catolicismo y racismo parecen ser los dos ingredientes que hacen bascular a la extrema derecha europea hacia una u otra posición. Owen Jones no ve gran diferencia en el resultado final. Jones es columnista del diario The Guardian, homosexual y una de las voces más respetadas de la izquierda europea.
En una de sus últimas columnas alertaba sobre cómo «los movimientos de extrema derecha están marchando sobre el mundo occidental, tratando de apropiarse de la campaña de los derechos homosexuales para su propio beneficio». «Los musulmanes», decía Jones, «son reflejados como una amenaza existencial hacia las personas gays, y hay muchos que sólo mencionan los derechos LGTB para atacar a los inmigrantes o a los musulmanes como si fueran un todo».
El periodista relaciona en su origen la homofobia y el racismo, como ya hiciera Obama, y ve en ambos sentimientos la imposibilidad de empatizar con el diferente. También considera que ambos acabarán yendo de la mano. Para aquellos que piensen de forma diferente recuerda un dato: desde que se impuso el Brexit gracias a argumentos eminentemente racistas, los crímenes homófobos han aumentado en Inglaterra un 147%.
Fuente Yorokubu, vía SentidoG
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