Amor frente a jurisdicción
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 17/06/22.- Además de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en el mes de junio se celebra también la festividad de dos santos muy importantes: san Juan Bautista y san Pedro.
Por lo que al segundo se refiere, la historia del arte en general, concretamente la escultura, y, de manera especial la pintura, nos presentan un señor serio, generalmente con barba, que tiene dos llaves en la mano; son las llaves de la Iglesia, la única puerta a través de la cual se puede entrar al Reino de los cielos, si tenemos en cuenta la expresión acuñada por san Cipriano, en el siglo III “Extra Ecclesiam nulla salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación); las llaves, pues, como un signo jurídico “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo” (Mt 16,13-20).
Si nos remitimos al evangelio de Juan, allí nos encontramos con el Resucitado que pregunta a Pedro por tres veces seguidas “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?”.
Han tenido que pasar muchos siglos para que lo “jurídico” haya dejado de ser patrimonio del sexo masculino, para pasar a formar parte también del mundo femenino, aunque no en la medida y en la extensión, a nivel de territorio, que debiera y, que por lo mismo, fuera de desear.
En cambio, la capacidad de amar siempre se ha considerado como una cualidad propia de ambos; aunque, para ser justos, tendríamos que decir que ha sido a la mujer a quien se le ha atribuido, casi siempre, de manera más patente. Incluso me atrevería a decir que, en ciertos momentos, no quedaba bien presentar el amor como cualidad masculina, por dar la impresión de que ello suponía rebajar al varón de la autoridad que le pertenecía, pasando a ser considerado como un blandengue y un flojo.
Así nos ha ido muchas veces y así nos sigue yendo en muchas ocasiones, también ahora, tanto a nivel social como eclesial en este caso; quizás por aquello de que lo jurídico ofrece seguridad, pues venga, a dar preminencia a lo jurídico, para que así todos los cabos queden atados y bien atados. Es en lo que la Iglesia se ha venido fundamentando desde los primeros tiempos, sin olvidar la caridad, todo hay que decirlo, pero haciendo de lo primero, en todo caso, el fundamento sobre el que apoyar lo segundo. No sé si los dogmas, en general, han servido para mucho, me temo que no e incluso para lo contrario; pero, sea como fuere, la pregunta de Jesús a Pedro “Me amas más que estos”, el evangelista Juan la sitúa después de la resurrección, precisamente porque es a partir de ese momento en que las ataduras ya no sirven (“Noli me tangere, no me toques” que el resucitado dice a María), porque la vida y las cosas pueden ser cambiadas por las leyes, pero a las personas solamente las transforma el amor. Es el amor profundo que lleva a las mujeres al sepulcro a embalsamar y cuidar el cuerpo de “su señor”, desafiando el poder y la fuerza de la ley, mientras “ellos”, incluido Pedro, continúan encerrados “por miedo a los judíos”. Y es que, cuando el amor se erige en la única ley, es capaz de desafiar al poder más fuerte, asumiendo, si fuera necesario, las consecuencias más graves. Y resulta que es a aquellas mujeres que se lanzan, transgrediendo la ley, impulsadas por el amor, en vez de a los hombres que se mantienen inmóviles, obedeciendo la ley, atenazados por el miedo, es a aquellas mujeres a quien el propio resucitado les anuncia que Él está vivo, encargándoles, a la vez, que vayan a decírselo a los “suyos”, que no hacía mucho que hasta uno de ellos había perjurado con fuerza que estaba dispuesto a morir si fuera necesario”. Es a estas mujeres, trastocadas por el amor, que les dice, y ellas se lo creen a pie juntillas, que ya no será en Jerusalén, centro neurálgico de la ley religiosa, donde le encontrarán, sino en Galilea, donde la vida de las personas es la verdadera protagonista.
Por tanto, si solo el amor es capaz de realizar, no cambios, sino transformaciones tan profundas en las personas, ¿por qué continuar haciendo de la ley, “Todo lo que ates y desates”, el fundamento y la base, en vez de fundamentarlo en el amor? ¿“Me amas más que estos”?
Creo que los dogmas, amparados siempre por la ley, no son buenos instrumentos ni buenos pedagogos de cara a ayudar a entender la mejor de las “Noticias”, como es, en este caso, que Jesús no es historia, sino vida y, además, en abundancia. Por tanto, si la Iglesia se presenta como la portadora del mensaje de Jesús, que es y consiste en el amor hasta la saciedad, ¿por qué, entonces, tiene que continuar prevaleciendo “Lo que ates y desates”, en vez “Del amor más grande que me tienes”? ¿No será, quizás, a que si se opta por lo segundo, la preminencia del varón se viene abajo? ¿Qué pasaría, si esto sucede? Pues, quizás, lo mejor; es decir, que, por una parte, el amor pasaría por delante de la jurisdicción, mientras por otra, mujer y varón quedarían situados ya para siempre al mismo nivel, que es realmente el único verdadero.
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