Fabio Meneses: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”
Fabio Meneses tiene 37 años y es de Bogotá. Es licenciado en inglés y trabaja coordinando proyectos de lectura en colegios.
A Fabio le enseñaron, en la iglesia y en su casa, que ser homosexual no era parte de su identidad sino un castigo o un pecado.
Por María Mercedes Acosta
Culpa, dolor, frustración e ideas suicidas fueron los sentimientos que durante años acompañaron a Fabio Meneses. Después de intentarlo todo para dejar de ser homosexual, hoy se ama y se acepta como es y dedica parte de su tiempo a evitar que otras personas pasen por el sufrimiento que él vivió.
El objetivo era completar 14 pasos. De lograrlo, le decían a Fabio Meneses, recibiría una recompensa: dejaría de sentir atracción por los hombres. O, en otras palabras, renunciaría a su orientación sexual, una parte de su identidad.
Este no es el guión de una comedia de humor negro. Es una de las tantas historias de dolor y culpa por cuenta de las promesas que algunos líderes religiosos les hacen a las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT).
Fabio completó los 14 pasos que incluían ayunos, largas jornadas de oración y hasta exorcismos del “espíritu de la homosexualidad”, lo que implicaba revisar su historia familiar para identificar si él cargaba con un pecado de sus antepasados.
Sus gurús espirituales partían de la base de que así como ciertas enfermedades son genéticas, la orientación sexual de Fabio era el castigo por los malos comportamientos de otros.
El antecedente inmediato: Fabio nació en un hogar cristiano evangélico. Forma parte de una familia conformada por papá, mamá y hermano menor, que no asistía a celebraciones, no consumía bebidas alcohólicas ni escuchaba música -excepto religiosa- y donde su mamá no se sentía autorizada para maquillarse, arreglarse o usar pantalones.
En las reuniones familiares con tíos y primos estaban juntos pero no revueltos para evitar tentaciones mundanas. Si iban, lo hacían con cierta prevención, marcando una distancia.
Fabio llegó a la iglesia que marcó su infancia y adolescencia a los cinco años. Su papá trabajaba en Vichada cuando un día, en medio de la soledad en la que vivía, una señora lo invitó a la iglesia cristiana Asambleas de Dios y le dijo que cuando regresara a Bogotá buscara el Centro Misionero Bethesda. Así lo hizo.
Durante 13 años él y su familia asistieron a esa iglesia los sábados por la tarde, todo el domingo y martes y jueves por la noche. Rápidamente Fabio aprendió que si no hacía lo que le decían en la iglesia se iría para el infierno.
Para la muestra: los domingos acostumbraban ir en ayunas a la iglesia. Un día Fabio se dio cuenta de que un carpintero del barrio desayunaba antes de llegar a la iglesia. Le dijo a su mamá que ese señor se condenaría.
Su comentario resultó tan categórico que hasta su mamá tuvo que responderle: “no, tampoco. Si él no ayuna es su problema, pero no quiere decir que se vaya a ir para el infierno”.
Y ni qué decir con el tema LGBT. Finalmente, el Centro Misionero Bethesda, como tantas otras iglesias, tiene una posición contudente al respecto: un “no” rotundo. Un pecado, una aberración y un motivo para condenarse.
Son tan radicales que cuando Fabio empezó a ver a una mujer trans asistiendo a su iglesia, se preguntó por qué el pastor no se expresaba públicamente contra ella. No entendía por qué abiertamente no la rechazaban. Lo que no se imaginaba era que, de cumplirse esa premisa, él también sufriría ese rechazo.
El descubrimiento de su orientación sexual empezó cuando tenía seis años y un pastor visitó su iglesia. Al finalizar su prédica, mucha gente se acercó a saludarlo. “Recuerdo que el pastor me alzó y me dio un beso. Olía muy rico y yo sentí algo especial, algo que me gustó”, señala Fabio.
Años después, estando en primaria, algunos compañeros del colegio comenzaron a decirle “el volteado” y Fabio no entendía a qué se referían pero el calificativo le incomodaba. Así que le comentó a su mamá y ella habló con la directora de grupo, quien reunió al curso y frenó la situación.
Más adelante Fabio se vinculó al grupo scout de la iglesia donde sintió atracción por algunos hombres. Ya para ese entonces se había fijado en varios de sus compañeros de colegio. “Esto no me puede estar pasando a mí“, se repetía. Rezaba, ayunaba, iba a la iglesia y le pedía a Dios que “eso” se le pasara.
Fabio está convencido de que las religiones no son para para hacerles daño a otros: los problemas empiezan cuando uno intenta regular la ropa, la sexualidad o el comportamiento de los demás. Foto: Andrés Camilo Gómez.
Un día no pudo más. Tenía 14 años cuando, saliendo de la iglesia, le contó angustiado a su mamá que los hombres le gustaban. Ella lo tranquilizó diciéndole que era una etapa que pronto superaría, que no se preocupara y que mejor le rezara a Dios para que lo sanara.
Así lo hizo. Y dio el tema por cerrado. “Yo creía que podía controlar lo que sentía y durante años no me involucré ni sexual ni afectivamente con nadie“, señala Fabio.
Para evitar tentaciones nunca salía con sus compañeros de colegio. Se llevaba bien con ellos, pero mantenía una distancia. Su círculo de amigos eran los “ñoños” del salón que no salían ni tomaban.
Durante su adolescencia no tuvo ningún conflicto propio de esta etapa. “A mí no me daban ganas de fumar, rumbear ni tomar. Mucho menos me cuestionaba los discursos de la iglesia. Estuve lejos de ser un adolescente rebelde“.
De hecho, era uno de los jóvenes más espirituales de la iglesia, un buen candidato a pastor, decían algunos. Y sí, ese era su sueño: ser un pastor, predicar y dedicarse tiempo completo a la iglesia.
Por eso, una vez se graduó del colegio no entró a la universidad. Durante un tiempo contempló la idea de prepararse para ser pastor, pero al final optó por estudiar licenciatura en inglés.
En esa decisión fue determinante la lucha interior por la que pasaba. A medida que iba creciendo, la atracción por los hombres era más clara. “¡Cómo voy a ser pastor así!“, se decía, porque tenía muy claro que no iba a llevar una vida doble.
Por eso durante años no tuvo relaciones con hombres y encontró la manera de hacerle el quite a la presión social de tener novia. Como en la iglesia les enseñaban que debían esperar a la mujer ideal, su respuesta a la tradicional pregunta “¿tienes novia?”, era: “estoy esperando a la mujer idónea“.
Para ese entonces, 19 años, Fabio no conocía saunas ni bares gay, lo máximo que hacía era ver pornografía y masturbarse. Eso sí, cada vez que hacía lo uno o lo otro, se prometía que sería la última vez y bloqueaba -temporalmente- páginas de Internet.
“Una vez entré a un chat y rápidamente me salí y en otra ocasión abrí un perfil en Messenger y poco después lo cerré“. Quería. Intentaba. Pero el miedo era más poderoso.
Sin embargo, llegó el día en que pudo poner en palabras -internas- lo que sentía: “me gustan los hombres“. Aunque no aceptó la etiqueta “gay”, porque seguía convencido de que lo superaría.
El problema era que ya no solo le atraían sino que el interés sexual por ellos era cada vez más fuerte. El paso a seguir: hablar con el pastor. “Tranquilo, aférrese a la palabra de Dios, apréndase versículos y a medida que lo haga va a ver un cambio, seguro le quedará algo pero muy pequeño“, le respondió el pastor.
Fabio puso en práctica sus recomendaciones, pero como él mismo lo dice, la maricada seguía intacta. En medio del desespero, buscó ayuda virtual y encontró una organización llamada Exodus, en Estados Unidos, que ofrecía “superar la homosexualidad”.
Entró a un chat de la organización. Estando allí un joven de Bogotá lo contactó y le propuso que se conocieran. Fue la primera vez que Fabio se encontró con alguien que, abiertamente, se identificaba como gay. Almorzaron y ya.
Sin embargo, ese joven le contó que alguien de Exodus vendría a Colombia a abrir un “grupo de apoyo”, llamado Romanos VI, dirigido a personas LGBT creyentes que quisieran “superar la homosexualidad”. De inmediato se apuntó.
Al inicio del curso “deshomosexualizador” les entregaron un libro muy pesado, casi como una Biblia, llamado Los 14 pasos para superar la homosexualidad, basado en los grupos de apoyo de alcohólicos anónimos.
“Yo asistía a esos grupos con la ilusión de que sería heterosexual y no sufriría más”.
Fabio arrancó el curso con la mejor energía. Preparaba las clases, asistía a las reuniones, se desahogaba, sentía alivio, ayunaba, reprendía el “espíritu de la homosexualidad” y acudía a vigilias, pero seguía igual.
De hecho, la atracción por los hombres aumentó al escuchar las historias de sus compañeros. “Esas conversaciones me llevaron a buscar pornografía específica, a conocer más detalles de cómo se hacía lo uno o lo otro y a saber los nombres de los sitios que frecuentaban“. Y eso que una de las reglas del grupo era no dar detalles para no despertar la curiosidad.
De su vida cristiana evangélica a Fabio le quedó el poco gusto por las bebidas alcohólicas, aunque le gusta la rumba y la buena comida.
Poco a poco, los líderes del grupo se dieron cuenta de que el programa había fracasado. Pero no se rindieron sino que optaron por implementar otro. Eso sí, les advirtieron a los asistentes un pequeño detalle que la vez anterior pasaron por alto: “ustedes no se van a volver heterosexuales“. Les dijeron que tenía una especie de enfermedad crónica, como la diabetes, y que el objetivo ahora era aprender a vivir con ella.
Cada vez sentía mayor frustración y tristeza. “Tenía sentimientos de culpa porque pensaba que me faltaba fe, compromiso y fuerza de voluntad para ser heterosexual. Estaba haciendo todo lo que me decían y nada funcionaba“.
Su dolor era tan profundo que tuvo ideas suicidas, pero le daba miedo intentarlo, no morirse y quedar mal física y emocionalmente. “Pensé en lanzarme desde el Salto del Tequendama y una vez empecé a ponerme una bolsa plástica en la cabeza pero reaccioné y dije qué estoy haciendo“.
Fabio llegó a ser líder del “grupo de apoyo” Romanos VI. Allá practicaban una “terapia de sanidad interior” que mezclaba la lectura de la Biblia con recordar momentos traumáticos para pedirle a Dios que sanara esas situaciones, asumiendo que la homosexualidad era producto de un trauma.
En el grupo también implementaron un semáforo para medir cómo le iba a cada uno durante la semana, una especie de “rendición de cuentas”: si la persona se ponía el color rojo significaba que había tenido una caída tipo masturbación, pornografía o sexo; si optaba por amarillo, que estuvo a punto pero no pasó; verde, si estuvo lejos de una recaída.
“Era terrible porque yo era el líder y muchas veces estaba en rojo. A veces optaba por decir ‘amarillo’ para no ser tan evidente y rara vez decía ‘verde’ a menos de que fuera cierto“. Con el tiempo se enteró de que la mayoría decía mentiras.
Ser líder del grupo lo confrontó con historias desgarradoras que lo llevaron a pensar que aunque esas personas estaban ahí para tener paz y tranquilidad, la mayoría era realmente infeliz. “¿Cómo puede ser que alguien que está tratando de hacer la voluntad de Dios se sienta así de mal?”, se preguntaba Fabio.
“Mientras en una iglesia me decían que hiciera tal cosa, en otra me decían lo contrario. Y nada funcionaba”.
Por esos días Fabio vio la película Plegarias por Bobby que relata la historia del suicidio de un joven gay por presiones religiosas. “Lloré mucho. Me reforzó la pregunta de si sería que los equivocados eran los otros y no yo. Incluso mi mamá ya la había visto pero ella está tan convencida de su discurso que no vio el mensaje de la película“.
Al “grupo de apoyo” Romanos VI asistía un joven que a Fabio le parecía atractivo. Así que un viernes lo invitó a la iglesia. A la salida le dijo “quédese conmigo”. Así fue. Y aunque le pidió que no fuera a decir nada en el grupo, el joven contó. Sin mencionarlo, dio muchas pistas que dejaron a Fabio en evidencia.
Los organizadores del grupo decidieron que Fabio no podría seguir como líder. Y en una reunión lo invitaron a ofrecerle públicamente excusas a su “víctima”. Ese escarnio público fue la gota que derramó la copa.
Habló con sus papás. Tenía 34 cuando les dijo: “soy gay y punto“. Ellos insistieron en que podría superarlo. Le decían que lo lograría, que la voluntad de Dios no era esa.
“De mil maneras intenté ‘curarme’ hasta que entendí que mi orientación sexual no era una enfermedad”.
Con lágrimas en los ojos, Fabio les dijo “lo intenté todo. Todo“. Su mamá se puso a llorar, mientras que su papá lo llamó aparte. Fabio le repitió: “yo soy así y esto no está en discusión“.
Ahí paró la conversación que han repetido un par de veces más, pero siempre concluye igual: “no insistan. Yo respeto su posición y ustedes déjenme ser quien soy”. (
Después de su “salida del clóset” Fabio siguió asistiendo a la iglesia El Río, evangélica, mientras que de manera paralela abrió perfil en aplicaciones para conocer hombres. Un día se encontró con alguien, también cristiano, que ya conocía. Fue la primera persona con la que salió a un bar gay y la primera vez que fue a una residencia.
Con el tiempo dejó de ir a la iglesia porque tenía muy claro que no iba a llevar una doble vida. Siguió identificándose como cristiano, pero tuvo su primer amor y su primer desamor.
“Desde el momento en que dije soy gay y punto, dejé de sentir culpa”.
Su vida cambió. Lo primero, su autoestima subió. “Yo me sentía feo y cuando me empezaron a caer hombres churros dije a lo mejor no soy tan feo“. También se dio cuenta de que era inteligente y que podía fijarse metas y cumplirlas.
Fabio vivía en un estado permanente de culpa. Durante mucho tiempo no entendió que los equivocados eran sus líderes religiosos y no él. Foto: Andrés Camilo Gómez.
“Cuando uno se enfrenta al mundo y dice fuerte y claro soy gay adquiere seguridad, fortaleza y deja de importarle el que dirán. Ya no vivo de la aprobación de los demás“, afirma Fabio.
Con el tiempo descubrió que su sueño de ser pastor era una manera de buscar reconocimiento. “Como me sentía culpable por ser gay, pretendía destacarme y que todo ‘lo malo’ quedara atrás. Ahora soy una persona compasiva, dispuesta a ponerme en los zapatos del otro. Cuando uno se acepta, acepta a los demás como son, sin juzgarlos“.
Dejó de pensar que por ser cristiano era moralmente superior a los demás o que él sí se iba a salvar mientras que los otros se irían para el infierno. “Yo veo a las otras personas como mis pares, crean o no en Dios“.
En algún momento pensó que hasta ahí llegaría su relación con las religiones, pero no pudo desconectarse de la fe porque sentía que Dios tenía algún propósito con él.
A finales de 2015 Fabio conoció a Jhon Botía Miranda, su pareja desde hace dos años, en un grupo espiritual para personas LGBT que Jhon lideraba en su casa. “Rápidamente me di cuenta de que Fabio y yo teníamos muchas cosas en común pero acordamos que primero nos íbamos a conocer y empezamos a salir como amigos“, recuerda Jhon.
“Fabio es una persona servicial, que sabe escuchar y está listo para dar un consejo cuando se lo piden”, Jhon Botía Miranda.
Ahora los dos forman parte de la Iglesia Metodista Príncipe de Paz, en Bogotá. “Desde el principio nos hicieron saber que éramos iguales al resto y que nuestra relación afectiva era tan válida como las demás“, recuerda Jhon, quien fue ordenado pastor de la Iglesia Colombiana Metodista.
“En la Iglesia Príncipe de Paz creemos ajustándonos al rigor bíblico teológico, que todos estamos invitados a participar de la mesa del Señor. Yo no veo acá personas homosexuales, afro o blancas, solo veo hijos de Dios“, señala Óscar Quevedo, teólogo y pastor de la Iglesia Colombiana Metodista Príncipe de Paz, en Bogotá.
Fabio y Jhon quieren casarse. “Para mí es importante poder decir en voz alta y con orgullo que Fabio es mi esposo. Es tan importante que solo creo en el matrimonio una sola vez y que es un vínculo que trasciende esta vida“, añade Jhon, quien tiene 28 años.
“Existimos las personas LGBT que creemos en Dios y asistimos a una iglesia. Esto también es válido”, Fabio Meneses.
Al principio, recuerda el pastor Quevedo, Fabio asistía a las eucaristías y a las liturgias, pero se sentaba atrás y nunca tomaba la comunión. Se mostraba retraído, sensible y a la defensiva. “Esa es la imagen inicial que tengo de él“.
Fabio sabe que hay muchas personas LGBT creyentes que no van a las iglesias porque no se sienten acogidas, pero que quisieran tener espacios para vivir su espiritualidad.
“Ahora Fabio es una persona que propone y que ayuda en la iglesia. Es parte fundamental de esta comunidad. De hecho, uno de los días más gratificantes de mi ejercicio como ministro del cristianismo fue cuando Fabio tomó la comunión: ese día se reconcilió con Dios“, añade Quevedo.
Desde hace un tiempo Fabio le apuesta a un activismo con quienes están pasando por una experiencia de vida similar a la suya, a quienes les están diciendo que la homosexualidad es una enfermedad o un pecado.
Parte de ese trabajo lo lleva a cabo en Redconciliarte, una iniciativa de Jhon, su pareja, inspirada en la Iglesia Metodista Unida de los Estados Unidos, quienes crearon una red de iglesias incluyentes donde las personas LGBT son bienvenidas. En Redconciliarte tienen grupo de apoyo, dan talleres y organizan cine foros, entre otros.
Fabio se refiere a casos como el del coreógrafo Nerú, quien un día anunció que Dios lo “restauró” y ya no es homosexual. “Seguramente él estaba en una crisis de vida y por la razón que sea llegó a una iglesia cristiana, las cuales tienen un sistema muy bien montado para la gente que está pasando por un mal momento. La reciben muy bien, la acogen, la hacen sentir valorada y con un sentido de pertenencia“.
Pero también les dicen que la homosexualidad no está bien y que es un desorden que puede arreglarse. “Lo que Nerú está haciendo es reprimir parte de su identidad por culpa de un discurso que dice ‘Dios no quiere que seas así’“.
“Ni el youtuber cristiano, ni la senadora Viviane Morales ni el ex procurador Ordóñez son los voceros de las personas creyentes de este país”, Fabio Meneses.
La organización Exodus, aquella que ofrecía ayuda para “superar la homosexualidad”, cerró sus puertas en Estados Unidos pero en Latinoamérica quedan rezagos. Y quien dirigía el “grupo de apoyo” Romanos VI, al que Fabio asistió, reconoció que los hombres le gustaban pero que aprendió a vivir con “eso” y se casó con una mujer.
Parte del problema, explica el pastor Quevedo, es que cualquier persona amparada en la Ley de libertad religiosa, sin necesidad de tener estudios teológicos formales, puede solicitar una personería jurídica, arrendar un local, poner unas sillas, abrir una iglesia y decir que es pastor.
“El caballito de batalla de muchas religiones es el miedo: si no haces esto o lo otro te vas para el infierno”, pastor Óscar Quevedo.
Y en muchos casos, carecer de estudios teológicos lleva a quienes lideran estas iglesias o “grupos de apoyo” a desconocer que los autores bíblicos escribieron partiendo de una necesidad y en un momento específico. “Nuestra labor como teólogos es hacer una relectura de la Biblia según nuestro contexto para evitar malas interpretaciones”, explica el pastor Quevedo. El mensaje fundamental de Jesús fue el amor. Y Fabio lo sabe bien.
#ReligiónMásDiversidad es un proyecto apoyado por la Fundación Open Society Institute en cooperación con el Programa para América Latina de Open Society Foundations.
Fuente Sentiido.com
Fotos: Andrés Camilo Gómez
Vídeo: Go Team
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