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Aradillas: “Señores obispos, revisen cuanto antes sus signos litúrgicos, sobre todo, sus paganísimas mitras”

Sábado, 25 de enero de 2020
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Bernardito-Auza-presento-credenciales-Rey_2195790418_14253507_1419x1024Algunas reflexiones ante las recientes, las fastuosas, antinaturales y antievangélicas ceremonias de la presentación de las Cartas Credenciales del Nuncio de SS. en España

Con las debidas cautelas, vaya por delante mi conformidad con el aserto de muchos cristianos, de conocer a pocos –prácticamente a nadie-, cuya fe se haya confirmado y reafirmado con ocasión de las solemnidades litúrgicas que siguen celebrándose en la actualidad, y de las que con todo lujo de detalles y explicaciones se ofrecen referencias en los programas de televisión, sobre todo en la “Trece”, propiedad de la Conferencia Episcopal Española. Apuestan por ser mayor el número de quienes pierden esa fe o no la mantienen, que el de quienes contemplan tales “funciones”.

Recientes las fastuosas, antinaturales y antievangélicas ceremonias de la presentación de las Cartas Credenciales del Nuncio de SS. en España, no están de más reflexiones como las siguientes:

Y es que, tal y como están hoy los tiempos, los curas y los obispos, la reforma de la liturgia en sus gestos, ceremonias, ritos y planteamiento en general, es demandada inexorablemente, en profanidad y con santa urgencia. Son pocos los cristianos a los que les convence la sagrada liturgia, tal y como se sigue practicando y oficiando. Posiblemente que de la misma opinión participan también curas y algunos –pocos- obispos. Por ejemplo, las misas, y más las “solemnes”, y aún “pontificales”, apenas si son “misas”. Son eso: “funciones”. Calificar de sagrados a todos los ornamentos, no deja de ser un soberano atrevimiento.

Llamar “homilía” a las prédicas equivale a confesar en público la ignorancia semántica acerca del sentido y contenido del término que se emplea. Titular de “asamblea”, -reunión y convivencia- a los “asistentes” que a lo más que llegan es a decir “Amén”, es idéntico a haber “estado de cuerpo presente”, en un acto piadoso y así “cumplir” con el “precepto” que torna “santos” a determinados días del año.

Reconozco que, pese a todo, y aún cuando en las misas “episcopales” se han cercenado algunos ritos y algunas ceremonias, por obsoletas, caras y paganamente ostentosas, las colas de las “capas magnas” de los “eminentísimos y reverendísimos cardenales purpurados”, de 16 (sí, 16),metros de largo, reducidas después a tan solo (¡tan solo¡) cinco, están cayendo poco a poco en desuso, registrándose el malestar de algunos de sus usuarios. Pero se imponen muchos más recortes, pero sobre todo, se imponen la doctrina y los argumentos en los que basaban y basan su justificación “religiosa”.

Al margen de estas liturgias más o menos sagradas, incorregibles e intangibles, centro aquí y ahora mi atención en el atuendo episcopal fuera de los templos, en las “ceremonias” de las relaciones civiles y sociales y en las de cualquier otro ramo con inclusión de las políticas y militares. Al igual que estos depusieron signos y condecoraciones, extraña que a los únicos a quienes se les distingue por sus atuendos de “calle” sea precisamente a los obispos.

En este tipo de actos, cada participante habrá de vestir como quiera y lo manden o permitan los cánones de la buena educación y sanas costumbres. Pero que no sea precisamente a los obispos a quienes los distingan sus hábitos, lo que automáticamente lleva consigo la idea de la separación, del distanciamiento, de la reverencia, de la “dignidad y dignidades”. Trajeados siempre de negro, con el crucifijo bien plateado y visible en el “retablo” de vientres orondos por los años y falta de ejercicios físicos y la felicidad que proporciona la buena conciencia ministerial, resulta difícil –imposible- aprovechar la reunión para ser y comportarse como uno más y así evangelizar o ser evangelizado. El crucifijo no debiera ser un objeto más de distinción y de lujo. No es privilegio que reclame tratos de gracia y honor para quienes sean portadores del mismo…

No sé a quienes les pueda corresponder en las curias el sagrado deber de orientar a los obispos en cuestiones de vestimentas y comportamientos estrictamente sociales. Pero conste que en tales ceremonias y eventos, el bien pastoral puede y debe difundirse de modo similar a si se estuviera en el templo. La conversación de tú a tú, con naturalidad, cercanía, sencillez y sin signos externos, extemporáneos, conduce y lleva a la comunicación, antesala de la común-unión eucarística.

¡Señores obispos de las “amadas” diócesis respectivas!: revisen cuanto antes sus signos litúrgicos, sobre todo, sus paganísimas mitras, con lo que las ceremonias que presidan o en las que participen, serán “cristianas”, es decir, religiosas!.

NOTA: Aunque a algunos les pueda litúrgicamente parecer malsonante la palabra “aparejo”, esta no significa otra cosa que “materiales o elementos necesarios para hacer algo o para desempeñar un oficio”. Creo personalmente que esta palabra es más constructora de Iglesia y de educación en la fe, que puedan ser los “ornamentos” por sagrados que sean, así como los “atuendos”; término que, por cierto, procede del latín “attonitus” (“asombrado“), con iniciales y explícitas referencias a las “pompas que ostentaba la Majestad Real”. Gracias.

Fuente Religión Digital

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“La heráldica eclesiástica”, por Alejandro Fernández Barrajón

Sábado, 27 de agosto de 2016
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Raymond Cardinal Leo Burke visits the Oratory of Ss. Gregory and Augustine to celebrate Benediction of the Blessed Sacrament followed by a Reception. As Archbishop of St Louis, Cardinal Burke canonically established the Oratory on the first Sunday of Advent 2007, the same year as our Holy Father's motu proprio, Summorum Pontificum. This will be his first pastoral visit to the Oratory!De su blog Teselas:

Siempre me ha costado entender muchos signos y símbolos que, con frecuencia, acompañan la vida de la iglesia y a sus “dignatarios”: Capas rojas de terciopelo, escudos, anillos, puntillas, báculos de orfebrería, mitras, solideos… etc

Uno de ellos es el escudo episcopal, que muchos obispos, la mayoría, inmediatamente presentan nada más ser elegidos obispos. (Como si ya lo tuvieran preparado, por si acaso) Me resulta muy chocante que un obispo, pastor de una comunidad eclesial, se rodee de estos signos que sólo indican halos de grandeza, estatus de nobleza y que separan de manera significativa a quien lo exhibe y al pueblo sencillo y fiel al que está enviado a servir. No me imagino a Jesús de Nazaret portando y exhibiendo ante sus discípulos todos estos objetos de museo que resultan, además, sumamente caros. En un tiempo en que la iglesia, más que nunca, ha de volver a Jesús, todo esto debería ser revisado, de manera que los pastores puedan llegar más al pueblo y éste los sienta más suyos. “Pastores con olor a oveja“. No es un tema éste, superficial.

stemma-papa-francescoLa heráldica general y la heráldica eclesiástica surgen en el mismo tiempo, a principios del siglo XIV, y expresan lo mismo: mostrar la identidad familiar de quien lo porta a modo de escudo de armas y de rango superior dentro del escalafón social.

Por eso resulta un anacronismo absurdo mantener en nuestros días los “escudos de armas” de los obispos, así como otros signos que sólo pretenden destacar la grandeza de quien ha de hacerse pequeño para servir a los más pequeños. Mucho más si esos signos son de oro o de piedras preciosas, como báculos, anillos y pectorales, a los que muchos se agarran, como una costumbre, para señalar su condición y no pasar desapercibidos. ¡Penoso!

Eso mismo sucede con los objetos religiosos que usamos a diario para celebrar la Eucaristía: cálices de oro, en ocasiones, con incrustaciones preciosas, signos de un tiempo pasado y piezas más de museo de que exhibición diaria en un momento de tantas miserias humanas como nos rodean y nos cercan: Ahí están los refugiados, llamando ya a las puertas de Europa.

El papa Francisco tuvo el detalle de celebrar con un cáliz de madera la Eucaristía en su viaje a Lampedusa, no sin el escándalo de muchos, más pendientes de las formas que del fondo. Y utilizó también un báculo de madera y no pasó nada.

casal3jpg_EDIIMA20150812_0192_4Todos recordamos el momento en que fue elegido obispo del Mato Grosso, en Brasil, el obispo calaretiano Pedro Casaldáliga, poeta y hombre de Dios, ya sumido en las limitaciones propias de la vejez, pero fuerte y vigoroso en su apuesta por el evangelio de Jesús. Sus símbolos episcopales fueron un sombrero de paja que le regaló un líder campesino, un báculo de madera, elaborado por un indio tapirapé, jefe de una tribu, y un anillo dorado que le regalaron unos amigos de España y que enseguida regaló a su madre. Sus declaraciones fueron entonces muy significativas al respecto: “No tengo ningún capisallo ni pienso llevar ninguna insignia” Y después de una larga vida de entrega a su pueblo esto lo ha cumplido al pie de la letra.

Me pregunto por qué muchos obispos de nuestro tiempo no aprenden un poco de este ejemplo. Me rechinan los dientes de la fe cuando veo fotos de algunos obispos ataviados a la antigua usanza, paseando triunfantes por los pasillos de los palacios episcopales decorados de hermosos cuadros entre ménsulas versallescas doradas y cornucopias al más puro estilo barroco. Una nueva iglesia más sencilla y cercana a los pobres ha de abrirse paso también en lo superficial.

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