Subhi Nalas, refugiado gay sirio, describe la espantosa situación de la población LGTBI en su país
Subhi Nahas es un refugiado gay sirio que ha contado su historia a requerimiento de las autoridades británicas, que están realizando una investigación sobre las peculiaridades y problemas específicos de los refugiados LGTBI. El estremecedor periplo de Nahas puede servir de ejemplo de la dureza intolerable de la situación de la población LGTB en Siria y los demás países en conflicto. Desde la persecución del gobierno sirio, que hizo de los homosexuales su chivo expiatorio, hasta la espantosas ejecuciones ejemplarizantes del Estado Islámico, aclamadas por una población enfervorecida, la crónica del colectivo LGTBI en la zona es un retablo del horror más inhumano.
El Comité para el Desarrollo Internacional británico está formulando una investigación sobre la situación de los refugiados provenientes de Siria. Uno de los aspectos que quiere dilucidar esa investigación son las peculiaridades y problemas específicos que afecta al colectivo de refugiados LGTBI, que se enfrenta a una continuada represión y persecución por parte de todas las facciones implicadas en el conflicto, incluso cuando ya han logrado la condición de asilados.
En respuesta a las preguntas del Comité, Subhi Nahas ha querido resumir su historia mediante el siguiente escrito:
Me llamo Subhi Nahas. Soy de Idlib, en Siria, una ciudad de millón y medio de habitantes al norte de Damasco.
Soy un refugiado y soy gay. En 2011, al comienzo de las revueltas en Siria, los medios de comunicación del gobierno lanzaron una campaña acusando a todos los disidentes de ser homosexuales.
Poco después, las autoridades emprendieron incursiones sistemáticas en los lugares de reunión de las personas homosexuales. Muchos fueron arrestados y torturados. De algunos nunca se volvió a saber nada.
Esas detenciones y ejecuciones pasaron desapercibidas para el resto del mundo. Más tarde, en 2014, después de que el Estado Islámico tomara el control, se intensificaron los ataques violentos contra las personas sospechosas de ser LGTBI, publicando imágenes de sus “proezas”.
En las ejecuciones, cientos de ciudadanos, incluidos los niños, vitoreaban con júbilo como en una boda. Si la víctima no moría después de ser arrojada desde lo alto de un edificio, la gente del pueblo la remataba a pedradas. Ese iba a ser también mi destino.
Dos meses más tarde, aproveché la oportunidad de huir al Líbano, donde me quedé durante seis meses. Luego me mudé a Hatay, Turquía, donde trabajé como intérprete para otros sirios.
Como refugiado y hombre gay, me siento orgulloso de poder ayudar a los refugiados LGTBI y a otros igual de vulnerables.
Subhi Nahas ya habló ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado mes de agosto, como miembro de la Organización para el Refugio, Asilo y Migración (ORAM), donde colabora como administrador de sistemas. Actualmente reside en la ciudad estadounidense de San Francisco, tras haber conseguido el estatuto de refugiado.
Su objetivo actual en ORAM es “diseñar un sistema que permita que las personas necesitadas obtengan ayuda más rápidamente, para protegerlos en los lugares donde estén, sea Siria, Líbano o Turquía y que les ayude cuando finalmente llegan a lugares seguros. Necesitamos un sistema para proteger a esas personas cuando han conseguido salir de allí”.
Y es que la situación de especial discriminación y acoso no termina cuando los refugiados LGTBI llegan a los países de acogida. Son numerosas las denuncias de extorsiones y agresiones por parte del resto refugiados, tanto en los campos provisionales como una vez instalados en las distintas ciudades. Los asilados siguen tratando a las personas LGTBI de la misma manera cruel y agresiva con que lo hacían en sus países de origen, pues la LGTBIfobia permanece.
Un infierno para la comunidad LGTB
Siria e Irak, hace años estados de tradición laica (vinculada al baazismo) en los que las personas LGTB podían encontrar pequeños espacios de libertad, han acabado por convertirse para ellas en un infierno. En Irak, la homosexualidad fue legal hasta 2001, cuando Sadam Hussein, para contentar a los sectores religiosos, decidió castigarla con cárcel y, en caso de reincidencia, con pena de muerte. Tras la invasión, la situación se sumió en un estado de confusión. La entonces autoridad administrativa estadounidense ordenó en 2003 retrotraer los códigos penal y civil a la situación vigente en los 70, pero la diversidad de autoridades existentes según la zona del país, así como el papel preponderante que los líderes religiosos alcanzaron, facilitó que la persecución de las personas LGTB fuera en aumento. En los años sucesivos la situación no hizo más que empeorar, y las denuncias sobre el secuestro, la tortura y el asesinato de homosexuales, involucrando además a las fuerzas de seguridad, no hacían sino aumentar en todas las zonas del país.
En el área suní de Irak, la situación de descontento con el régimen surgido de la invasión, unida a la difusión de las ideas religiosas más radicales, terminó por cristalizar en el surgimiento del Estado Islámico, que también controla ya una parte importante de Siria. En este último país, la revuelta contra el régimen de Bashar al-Asad, alentada en sus inicios desde los países occidentales (y de la que ya en 2013 conocíamos sus consecuencias para los homosexuales sirios) ha confluido en el mismo fenómeno. En este caso, además, el propio régimen de Asad utilizó la persecución de los homosexuales como un instrumento de propaganda contra los rebeldes.
El Estado Islámico o Daesh, finalmente, ha hecho de la persecución de las personas LGTB, y muy singularmente de los varones que mantienen relaciones con otros hombres o que son percibidos como homosexuales, uno de sus principales elementos de propaganda. Cada cierto tiempo son difundidas imágenes de ejecuciones. A finales de julio, por ejemplo, era difundido un vídeo en el que se podía ver como dos jóvenes, supuestamente acusados de mantener relaciones homosexuales, eran arrojados desde lo alto de un edificio en Palmira (Siria) y posteriormente lapidados. A finales de junio, otros cuatro hombres eran arrojados también desde lo alto de un edificio en Deir ez-Zor, también en Siria, muertes que activistas islamistas aprovecharon para “celebrar” a su modo en redes sociales la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos a favor del matrimonio igualitario.
Antes ya habíamos recogido la ejecución de dos hombres a los que además se les dijo, pocos segundos antes de ser lapidados hasta la muerte, que habían sido “perdonados”. Tras ser conducidos a una explanada con los ojos vendados y abrazarse a uno de sus verdugos, fueron lapidados hasta la muerte por una horda enfervorecida que continuó lanzándoles piedras incluso cuando era ya evidente que habían fallecido. Ocurrió en un lugar indeterminado de Siria. O el degollamiento de cuatro jóvenes en Mosul, ciudad iraquí en manos de los islamistas en la que semanas antes otros dos hombres eran arrojados desde lo alto de un edificio. O la muerte de otro joven arrojado al vacío en Raqqa (Siria); la muerte por lapidación de dos hombres, también en la provincia siria de Deir ez-Zor; el asesinato de otro hombre en un lugar indeterminado, arrojado también desde lo alto de un edificio, o el asesinato de otro hombre de unos cincuenta años arrojado al vacío en Tal Abyad (Siria), luego lapidado al sobrevivir a la caída.
Son solo algunas de las muertes que han trascendido. Por razones obvias, resulta imposible disponer de información contrastada sobre estos asesinatos y torturas. Como otras veces hemos destacado, resulta imposible disponer de información contrastada sobre estos asesinatos. En realidad es difícil saber si se trata de personas LGTB o simplemente de opositores al Estado Islámico a los que se acusa de serlo como pretexto para asesinarlos y utilizar sus muertes como propaganda. Organizaciones en favor de los derechos LGTB hacían en enero un llamamiento a la prudencia, con objeto de no exacerbar el miedo de las personas LGTB que viven en la zona y causar daños mayores. Sin embargo, cada vez resulta más difícil pensar que no asistimos simplemente a un proceso de exterminio, máxime cuando hay testimonios que aseguran que los islamistas se hacen pasar por homosexuales como “gancho” para así atrapar a sus víctimas.
Fuente Dosmanzanas
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