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Cardenal Brandmüller: “Quien defiende la ordenación de mujeres es un hereje y está excomulgado”

Viernes, 25 de mayo de 2018
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cardinal_brandmuller_rome_april_7_2018_810_500_75_s_c1Al ultraconservador cardenal le molestan las reivindicaciones de “activistas feministas

El purpurado advierte que el sacerdocio femenino tendría “el efecto de vaciar las iglesias

(Cameron Doody).- Uno de los cardenales de los dubia contra el Papa, Walter Brandmüller, ha vuelto a pasar al ataque. El Presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas ha proclamado, sin pelos en la lengua, que quien defiende la ordenación de mujeres “cumple las condiciones de herejía, que tiene, como su consecuencia, la exclusión de la Iglesia: la excomunión.

El purpurado ha escrito una tribuna en Die Tagespost en la que lamenta que “con qué insistencia se mantienen con vida ciertos temas en el catolicismo alemán”. Temas como “el sacerdocio femenino, el celibato, la intercomunión, el matrimonio después del divorcio”, o el reciente “‘sí’ de la Iglesia a la homosexualidad”. Para el cardenal, que se sigan hablando de estas cuestiones no producirá una “primavera católica”, como pretenden algunos, sino un largo invierno. Al igual que ha sucedido en la Iglesia evangélica alemana, las innovaciones podrían tener el efecto de vaciar las iglesias.

El blanco inmediato del ataque del cardenal Brandmüller es Annegret Kramp-Karrenbauer, mano derecha de Angela Merkel. En una entrevista con Die Zeit, la política reclamó una “cuota rosa” en la jerarquía eclesial, y la ordenación de mujeres. Algo imposible, subraya el purpurado alemán, puesto que la Iglesia vive según las “formas, estructuras y leyes que le fueron dadas por su Fundador Divino y que ningún hombre, papa o concilio tiene el poder de cambiar”.

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Brandmuller asegura que el Papa Juan Pablo II resolvió la cuestión de forma definitiva en su exhortación Ordinatio sacerdotalis. Un dogma “que ha sido evidente durante 2.000 años, pero que ha sido impugnado en tiempos recientes por activistas feministas“.

Y como el veto a la ordenación de mujeres es un dogma, añade el cardenal, quienes la defienden “han dejado la base de su fe”, y han caído en excomunión. No solo los laicos, sino también “aquellos que ostentan cargos en la Iglesia”. Hechos que el purpurado no puede hacer más que lamentar, preguntándose: “¿Cómo es que desde los días de la revolución de 1968 estos temas se discuten una y otra vez, hasta la saciedad, a pesar de que ya se hayan dado respuestas teológicas y magisteriales claras?”.

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Fuente Religión Digital

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La gracia (o no) de ser mujer

Domingo, 26 de marzo de 2017
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“‘Ordinatio sacerdotalis’, una puerta mal cerrada”

“El machismo tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia” 

(Manuel Regal).- Hace pocos días Christina Moreira hizo pública a través de los medios de comunicación su condición de mujer ordenada como cura y de su práctica pastoral como tal en la comunidad “Home Novo” de A Coruña.

La primera mujer gallega, la primera también española que da este paso, dentro de las 240 existentes en todo el mundo, entre las que se encuentra una docena de mujeres obispas, eso sí, sin ninguna estructura de poder. Lo hacía siendo conocedora de que con todo eso ella y la comunidad que la acompaña rompían con las normas eclesiásticas vigentes, pero desde el convencimiento de que respondía así a una vocación personal muy discernida, asentada en la condición de igualdad que hombre y mujer tienen por naturaleza como miembros de la familia cristiana a través del bautismo.

Ya hemos transmitido en estas mismas páginas nuestro opinión sobre la cuestión de la ordenación de las mujeres como cuidadoras de la comunidad. Cuando después del Vaticano II el Papa Paulo VI hubo de dar respuesta a la demanda eclesial de un debate sobre la cuestión, solicitó el parecer al respecto de un equipo de expertos en temas bíblicos; estos manifestaron unánimemente que desde un punto de vista exegético no había ningún impedimento para que las mujeres pudiesen ser ordenadas como cuidadoras de la comunidad.

Aún así, por indicación de este Papa, la Comisión para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Seper, en el año 1976, publicó la declaración Inter insigniores, en la que se cerraba esta posibilidad echando mano básicamente de dos argumentos: Cristo, designando a los Doce apóstoles creó el servicio sacerdotal sólo para hombres, y la actuación sacramental in persona Christi demanda que sea hombre quien lo pueda representar.

Pensamos, con muchísimas personas creyentes, con muchísimos teólogos también, que esos dos argumentos son muy discutibles; el primero, porque no existe la seguridad de que la designación de los Doce hubiese tenido para Jesús el alcance de crear un cuerpo sacerdotal tal como después fue apareciendo en la Iglesia; y el segundo, por lo mismo y además porque condicionar con el sexo la capacidad representativa de Cristo, hoy parece simplemente aberrante. Quién mejor representará a Cristo será la persona, hombre o mujer, que más viva en la actitud de servir hasta el extremo de dar la vida.

Pero esos fueron también los argumentos de los que echó mano el Papa Juan Pablo II para cerrar el debate en su breve carta Ordinatio sacerdotalis del año 1994. Y así no tiene reparos en afirmar en ella que es “una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del Universo”(n. 3). Permítaseme la vulgaridad, pero es mucho decir de Dios poder afirmar tal cosa por muy Papa que uno sea, máximo cuando no existen evidencias que lo justifiquen y las consecuencias son tan graves para todo el conjunto eclesial y para la mujeres en concreto, en un momento histórico en el que el feminismo se presenta como un signo de los tiempos que demanda escucha fiel, discernimiento atento y prácticas cuidadosamente maduradas.

Sin dudar para nada de sus rectísimas intenciones, a muchísimas personas de la Iglesia esa declaración nos ha llegado como una manera de esquivar el debate de un tema ciertamente espinoso, pasándole al mismísimo Dios la patata caliente.

El arzobispado de Santiago, en su declaración esquemática y aséptica, no hace sino emplear estas mismas argumentaciones para declarar ilícita e inválida la ordenación como cura de Christina Moreira y, por lo tanto, también los sacramentos que ella y su comunidad realizan y viven.

Pero así están las cosas. El deseo del Papa Juan Pablo II de que el asunto quedase definitivamente cerrado no se ha cumplido, porque la sociedad está ahí apretando y porque una parte muy considerable de la Iglesia seguimos pensando que esa fue una puerta mal cerrada.

Corremos el riesgo de convertirnos en una institución anacrónica, quizás ya lo estamos siendo en buena medida, y no precisamente por apegarnos en cuerpo y alma al estilo de vida de Jesús, lo cual merecería la pena el aislamiento, sino por vincularnos artificialmente a unos modelos eclesiales que podrían cambiar precisamente buscando ser más fieles al espíritu de Cristo.

Algo que una vecina nuestra, mujer de aldea, sin conocimientos teológicos, pero con fina sensibilidad cristiana, resolvía a su manera con esta argumentación simple en un momento en que en pequeño grupo se hablaba de estas cosas: “A mí me da igual que el médico sea hombre o mujer, que el profesor de nuestros hijos sea hombre o mujer, que el veterinario sea hombre o mujer; yo lo que quiero es que sea buena persona y que cumpla bien su oficio”. Lo más sencillo es casi siempre lo más verdadero.

La respuesta en los medios digitales ante la actuación de Christina Moreira demuestra hasta qué punto la desconsideración hacia la mujer, el machismo, tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia, como la tiene también por desgracia en la sociedad de la que formamos parte.

Suponemos que Christina Moreira hace pública su condición y práctica de cura porque lo ve como algo normal, porque entiende que puede ser un signo profético en bien de la Iglesia y de las mujeres, porque piensa que puede ayudar a que el debate se mantenga vivo a pesar de todo. Suponemos que estará dispuesta a poner las espaldas bajo los golpes que le van a caer encima, como le caen a quien a tales cosas se arriesga. Deseamos que pueda vivir todo esto sin afán ninguno de méritos y prestigios cristianamente anacrónicos. De nuestra parte reciba respeto, cierta admiración y agradecimiento y oración: que los golpes no la hundan, que los aplausos no la confundan. Y Dios dirá.

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Fuente Religión Digital

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