Sagrado Corazón de Jesús
EN TU CORAZÓN
Señor, enciérrame
en lo más profundo de tu Corazón.
Y, cuando me tengas ahí,
quémame, purifícame,
inflámame, sublímame,
hasta la satisfacción perfecta
de tus gustos,
hasta la
más completa aniquilación de mí mismo.
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Pedro Arrupe
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Orar con el Padre Arrupe. José García, S. J.
04 de mayo de 1974.
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La adoración amorosa y filial habita en el corazón de Jesús durante todo el misterio de la cruz. Esta adoración intenta expresarse, de la manera más realista posible, en su propio cuerpo ofrecido como víctima de holocausto y, de manera definitiva, en su corazón. Al aceptar que su propio cuerpo fuera flagelado y crucificado, pudo ofrecerlo al Padre como holocausto de adoración. Su cuerpo es lo más precioso, noble y excelente que existe en todo el universo, y al ofrecerlo a Dios proclama Jesús oficialmente sus derechos absolutos sobre toda la humanidad y sobre todo el universo.
Este sacrificio de adoración es, al mismo tiempo, un sacrificio de reparación por los pecados de la humanidad, porque Cristo en la cruz redime los pecados de los hombres. Todas las miserias de los hombres pecadores, todas las consecuencias del pecado, las hizo suyas asumiéndolas libremente. Ninguna miseria humana quedó extraña para su corazón. Las conoció todas y a todas las llevó en lo más íntimo de su corazón. Se sufre en la medida en que se ama. Por eso su misericordia con nosotros es tan maravillosa. Jesús sabía lo que hacía. Como buen pastor que conoce a sus ovejas, con sus debilidades y necesidades, sabía que ser hasta el extremo buen pastor de los hombres significaba amar la vida de sus ovejas más que la suya propia, aceptar ser el que se pone en lugar de los pecadores, aceptar ser anatema por sus hermanos y ser reducido a nada, a ser el más miserable, el más despreciado, el más rechazado. Aceptar ser «como uno ante el que se vuelve el rostro» y que tras su muerte no se respete su cadáver, se le abra el costado y le hieran el corazón. Hay, por consiguiente, en el sacrificio de la cruz un máximo de adoración y un máximo de misericordia. En el corazón de Jesús crucificado, la adoración, lejos de impedir a su corazón estar atento a sus hermanos y mostrarse deseoso de ayudarles, le permite ser verdaderamente el que salva a sus propios hermanos llevando sobre sí sus culpas, reparando por ellos y dándoles una vida nueva.
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M. D. Philippe,
Adorerai il Signore Dio tuo,
Catania 1959, 68-76, passim).
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