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Oración y Reforma

Miércoles, 31 de octubre de 2018
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“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”
(Fil. 2: 12-13).

 

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“Tengo tantas cosas que hacer,

que pasaré las primeras tres horas orando”

(…)

“La oración no es para cambiar los planes de Dios.

Es para confiar,

descansar en Él,

y hallar la paz”

*

Martin Lutero

***

“Omnipotente y eterno Dios, ¡qué terrible es este mundo! ¡Cómo quiere abrir sus quijadas para devorarme! ¡Y qué débil es la confianza que pongo en ti! Dios mío, protégeme en contra de la sabiduría mundanal. Lleva a cabo la obra, puesto que no es mía; sino tuya. No tengo nada que me traiga aquí, ni tengo controversia alguna con estos grandes de la tierra. Desearía pasar los días que me quedan de vida, tranquilo, feliz y lleno de calma. Empero, la causa es tuya; es justa; es eterna. ¡Dios mío, ampárame, tú eres fiel y no cambias nunca¡ No pongo mi confianza en ningún hombre.

¡Dios mío, Dios mío!, ¿No me oyes? ¿Estás muerto? No, no estás muerto, más te escondes. Dios mío, ¿dónde estás? Ven, ven. Yo sé que me has escogido para esta obra. ¡Levántate, pues, y ayúdame! Por amor de tu amado Hijo Jesucristo, que es mi defensor, mi escudo y mi fortaleza, ponte de mi lado. Estoy listo, dispuesto a ofrecer mi vida, tan obediente como un cordero, en testimonio de la verdad. Aun cuando el mundo estuviera lleno de diablos; aunque mi cuerpo fuera descoyuntado en el ‘potro’, despedazado y reducido a cenizas, mi alma es tuya: tu Sagrada Escritura me lo dice. Amén. ¡Dios mío, ampárame! Amén.”

*

Martín Lutero
Oración antes de presentarse ante la dieta de Worms. Salmo 43

***

Lutero, orante de gran fe, visitó a Melanchton en una ocasión en que éste se encontraba en estado agonizante. Su muerte parecía tan próxima como inevitable. Entre sollozos, oró Lutero pidiendo a Dios la recuperación física de su más íntimo colaborador. Una exclamación vehemente al final de la oración hizo salir a Melanchton de su estupor. Sólo pronunció unas palabras: «Martín, ¿por qué no me dejas partir en paz?» «No podemos prescindir de ti, Felipe», fue la respuesta. Lutero, de rodillas junto al lecho del moribundo, continuó orando por espacio de una hora. Después persuadió a su amigo para que comiera una sopa. Melanchton empezó a mejorar y pronto se restableció totalmente. La explicación la daba Lutero con estas palabras: «Dios me ha devuelto a mi hermano Melanchton en respuesta directa a mis oraciones»

*

José M. Martínez
Pensamiento Cristiano, Octubre 2011

***

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“Concede, Dios Todopoderoso, que desde que estamos bajo la dirección de tu Hijo hemos sido unidos al cuerpo de tu Iglesia que, en muchas ocasiones se ha dispersado o desgarrado en pedazos; permite que podamos continuar en la unidad de la fe, y que luchemos con perseverancia en contra de todas las tentaciones de este mundo y que nunca nos desviemos del camino correcto, sin importar los nuevos problemas que se presenten diariamente; y aunque estemos expuestos a muchas muertes, permite que el temor no se apodere de nosotros/as de manera tal que extinga la esperanza de nuestros corazones; sino que, al contrario, levantemos nuestros ojos y nuestras mentes y todos nuestros pensamientos a tu gran poder, por el cual aligeraste la muerte, y levantaste de la nada cosas que no existían, para que así, aunque estamos expuestos a ruina diariamente, nuestras almas puedan aspirar a la salvación eterna hasta que verdaderamente te reveles como la fuente de vida, cuando podamos disfrutar de esa dicha sin fin que ha sido obtenida para nosotros por la sangre de tu único Hijo nuestro Señor. Amén.”

*

Juan Calvino

***

«Acostumbro a definir este libro como una anatomía de todas las partes del alma, porque no hay sentimiento en el ser humano que no esté ahí representado como en un espejo. Diría que el Espíritu Santo colocó allí, a lo vivo, todos los dolores, todas las tristezas, todos los temores, todas las dudas, todas las esperanzas, todas las preocupaciones, todas las perplejidades hasta las emociones más confusas que agitan habitualmente el espíritu humano».

*

Juan Calvino (1509-1564)
prefacio de su comentario a los salmos

***

““El Señor nos mandó a orar. El lo ordenó, no tanto para su propio bien, sino para el nuestro. El actúa –como es correcto– para que la gloria sea para él, el reconocimiento de que todo lo que deseamos y consideramos para nuestro beneficio, viene de él.”

Dispuestos en la mente y el corazón, como corresponde a aquellos que entran en conversación con Dios… desde  el fondo de nuestro corazón… las únicas personas que debida y correctamente se ceñirán para orar son los que están tan conmovidos por la majestad de Dios, que, libre de cuidados y afectos terrenales, llegan a la misma… manteniendo la disposición de un mendigo… con afecto sincero de corazón, y al mismo tiempo el deseo de obtenerlo de él… pedir con fe, no dudando nada…”

“… A menos que nos fijemos ciertas horas en el día para la oración, fácilmente se deslizará de nuestra memoria… A pesar de que nuestras mentes siempre deben estar levantadas a Dios, hay ciertas horas que no debemos dejar pasar sin oración- cuando nos levantamos en la mañana; cuando comenzamos y terminamos los alimentos cuando nos vamos a la cama. Pero también cuando nosotros u otros estamos siendo amenazados de cerca por peligro debemos volvernos a Dios por ayuda; cuando el bien nos llega debemos volvernos a Él en acción de gracias. De nuevo, debemos siempre dejar a Dios Su libertad y no decirle lo que debe hacer. Dejamos nuestra voluntad a Su disposición, y paciencia, no debemos cansarnos de orar.”

*

Juan Calvino
en T. H. L. Parker. John Calvin. A Biography. Página 62.

***

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Cuando pedimos a Dios, ¿qué pedimos?, ¿qué esperamos?, ¿qué obtenemos?

Lunes, 8 de octubre de 2018
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15-12-09-martes-2Juan de Burgos Román
Madrid.

ECLESALIA, 14/09/18.- Desde tiempo inmemorial, el Valle de las Plegarias ha sido un lugar grato, tranquilo, de clima suave, calmo, al que muchas gentes acuden a pasar unos días de recogimiento, abstrayéndose en sus propios pensamientos, alejando su mente del mundo que les rodea.

Hace ya años, en el valle se erigió un monasterio de monjes contemplativos; la gente lo llamó el Monasterio de Dimeseñor, pues los ascetas que en él moran permanecen a la atenta escucha de cuanto pudiera venir de lo alto. Sus plegarias son suplicas humildes a Dios a fin de alcanzar: paz interior, para vivir armoniosamente; buen juicio, para distinguir lo bueno de lo malo; sabiduría, para comportarse con acierto; perseverancia, para sobrellevar las adversidades; generosidad, en todo; prudencia en el obrar; inspiración para percibir los planes de Dios; resolución para hacer su voluntad.

El monasterio terminó siendo objeto de admiración, pues corrió la voz de que sus monjes tenían un excelente modo de vivir. Pero, desgraciadamente, lo del buen vivir de los monjes se terminó entendiendo de un modo torcido, ya que se vino a suponer que vivían regaladamente, cual acaudalados terratenientes, rodeados de comodidades y, por si fuera poco, también se decía que todos esos lujos y riquezas eran resultado de sus rezos. En consecuencia, el vulgo termino por creer que aquel lugar era mágico, milagroso, poco menos que sobrenatural. Y así ocurrió que al valle fueron llegando muchas gentes a pedirle a Dios toda clase de beneficios materiales: solicitaban dineros, un empleo, que sus enfermedades se curasen, éxito en sus proyectos, etc. Para dar acogida a todas estas personas, se levantó allí un santuario; Santuario de Dameseñor fue el mote que le pusieron, ya que a él se iba en peregrinación buscando que, con los rezos, Dios concediese un sinfín de favores.

En cierta ocasión, en la que se producía un cambio de rector en el santuario, el nuevo y bisoño rector, el rector Pipiol, le decía a su antecesor, el viejo rector Prudencio, que, a su parecer, en el Valle de las Plegarias se rogaba a Dios de dos maneras encontradas, que la una era la antítesis de la otra: En un extremo se hallaban los monjes del Monasterio de Dimeseñor, que se interesaban por el parecer de Dios, para hacer de ese parecer el suyo, cambiando ellos de criterio si se hacía necesario; en el extremo opuesto estaban los que peregrinaban al santuario de Dameseñor, los cuales le pedían a Dios que renunciase Él a su parecer, en favor del de ellos. Y es que, decía el nuevo rector, el cual era tajante en el opinar, los unos buscan la voluntad de Dios, para adaptarse a lo que Él quiere, y los otros le piden a Dios que cambie, que se adapte Él a lo de ellos.

Sin embargo, el rector Prudencio, compartiendo en parte la opinión de Pipiol, no pensaba exactamente como él; Prudencio decía que, según su experiencia de muchos años atendiendo a los peregrinos que acudían a aquel santuario, estos, aunque deseaban que se resolvieran sus problemas, que a eso habían venido, no siempre se aferraban a que Dios hiciera grades portentos en su favor. Para bastantes de ellos, lo más importante pasaba a ser hablar con Dios acerca de sus apuros, sus crisis, sus necesidades; normalmente, tenían el convencimiento de que iban a ser escuchados y terminaban recibiendo consuelo para sus desdichas. No era raro, decía el experimentado rector, que, después de haberse desahogado, que tenían mucha necesidad de ello, y a pesar de que no se hubiera producido el gran milagro que vinieron a buscar, se marchasen de allí reconfortados, pues con sus oraciones había cambiado su manera de afrontar la vida y el modo de situarse ellos frente a sus tribulaciones, pasando, del abatimiento y pesimismo que les acompañaba al llegar al valle, a una aceptación confiada de su situación, lo que les hacía ver su futuro libre de los negros nubarrones que antes les asfixiaban.

Así que, concluía el viejo rector, los peregrinos vienen al santuario a pedir curación para sus dolencias, u otros prodigios similares, y Dios les ofrece paz, alegría, aceptación. Algunos reciben estos dones, los acogen, y marchan transformados; y es que se ha producido un renacer en sus vidas. Pero, por desgracia, hay otras personas que, inamovibles, siguen aferrados a su petición, siguen esperando un prodigio espectacular; a ellos ni les alcanza la paz, ni les cala la alegría, que rechazan todo lo que no sea conseguir su inicial objetivo. Al comportamiento de estos últimos, Prudencio lo asemejaba al de las moscas, que se empeñan en salir al exterior a través del cristal de la ventana. Dichosos, decía él, los que son capaces de dejarse convencer por Dios, los que, aparcando su obstinada petición de los comienzos, se consagran a expresar sosegadamente sus deseos y, así, logran descubrir, y acoger, la ayuda que Dios les brinda.

Pipiol, discrepando de lo que le decía Prudencio, sacó a colación este texto evangélico: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lucas 11,9-10). Entonces, Prudencio señaló que, cuando se dice que al que pide se la dará, no se especifica lo que se le dará y, aunque pudiera pensarse que se le dará aquello que hubiera pedido, de eso nada se dice, ni parece cosa razonable, que hay quienes piden hasta el mal para el vecino. Sobre lo que se dará al que pide en oración, el viejo rector recordó que, un poco más delante del texto que Pipiol acababa de citar, está aquello de que el Padre del cielo dará el Espíritu Santo.

Pasados los años, Pipiol, que había cambiado: ahora le llamaban Sensat, recordando su conversación con Prudencio, pensó en lo importante que es, cuando oramos, pararse a discernir calmadamente cuál, de las puertas que divisamos, es la que se nos ofrece, que muchas veces nos metemos por puertas que conducen a sitios equivocados e, incluso, en no pocas ocasiones, nos empeñamos en atravesar las paredes.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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El empeño (o tozudez) del discipulado

Miércoles, 19 de septiembre de 2018
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Levantarse de nuevo, ponerse las zapatillas y caminar con el empeño cariñoso de recuperar algunos fragmentos de épocas pasadas.

El discipulado del Maestro es algo que apasiona (dice X. Quinzá que lo que apasiona “se padece”), y no siempre se logra con puños, a cabezazos contra la noche.

Pero sí es empeño avanzar por el camino, con zapatillas o descalza, a oscuras o alumbrada. El amor y la entrega (sinónimos la mayor parte de las veces) necesita de nuestra tozudez para avanzar, o para salir a flote.  Difícilmente se termina aquello que renuevas con frecuencia, aquello que alimentas o llenas de vigor.

Aun en la indiferencia y el anonimato pesa el hecho de permanecer en la decisión. Ya llegará el momento en el que fragüe el cemento que ha estado tiempo dando vueltas. Necesita rocas vivas que unir.  Argamasa que vincula piedras y construye edificios, vidas,…

¿Dónde está el equillibrio entre la gracia, el regalo, y la tozudez del amor? ¿En qué momento hay que ceder, dejarse llevar, aceptar? ¿En qué otro es necesario actuar hasta cansarse, aun sin resultados sensibles?

Primero es la pregunta, cierto, pero el acto de dar la respuesta es libre, es de cada cual.

El deseo despierta este cuerpo

levemente fatigado.

No es tiempo, no son horas para el descanso.

Pero tú apremias: ¡vamos, levántate!, ¡te aguardo!

Silencio alrededor.

Silencio, cuánto, en el interior.

Un encuentro en la noche que no ha muerto.

Un espacio lleno de vida acoge otra presencia.

¿Quién busca a quién?

Ya no hay cabida para ese verbo.

Hay espera,  hay confianza.

Simple compañía disfrazada de ausencia.

Dos viejas conocidas:

tu entrega y la mía.

    (A.A)

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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¿A quién oramos? IV – (Aclaraciones a los “católicos” que tiran piedras)

Martes, 14 de agosto de 2018
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42485535475_d5ef25c46a_nDel blog de Jairo del Agua:

¡Pues sí que se ha armado oiga! Esta larga meditación ha levantado ampollas y me han llovido improperios. Posiblemente porque no “meditaron” y solo leyeron. Sin embargo, fueron muchas más las bendiciones.

Me ha causado especial dolor la acusación de escandalizar a “los sencillos”, porque camino entre ellos huyendo de los simples.

Me es imposible callar “lo que he visto y oído” (He 4,20) precisamente porque ansío ayudar a “los hambrientos”, a los que buscan con sencillo corazón. “Los hartos”, estáticos en su hartura, llenos de sabiduría y rutina, inmunes a toda conversión, no me interesan. No es mi carisma.

Confieso mi sorpresa por las descalificaciones, insultos, ironías y ataques a mi catolicidad. Quienes así se manifiestan se sitúan fuera de la caridad y, por tanto, fuera del Evangelio. Aunque debo agradecerles sinceramente su vacuna contra toda vanidad.

Mis meditaciones se publican en diversos medios para hacer el bien. Las escribo con el corazón más que con la cabeza, desde experiencias más que desde teoría o ciencia. Son “confesiones de un pecador en proceso de conversión”, con muchos errores a su espalda. ¡Que nadie se ofenda, por favor!

Si no te hace bien lo que escribo, deséchalo. ¡Busca lo que te contagie vida! No dicto lecciones y mucho menos dogmas. No hago más que exprimir mis pequeños descubrimientos. Pero vayamos a las siete aclaraciones.

1. No descalifico la “oración de petición”

Es imprescindible para la fragilidad y pequeñez del ser humano (ver Parte II). El problema está en cómo oramos, qué pedimos y a quién. Es esencial ser conscientes de todo eso. La “oración de petición” no sólo es buena, puede ser óptima.

Hay oraciones sublimes bajo apariencia de petición, como el “Veni Creator Spíritus”, la secuencia “Veni Sante Spiritus”, las invocaciones “Alma de Cristo santifícame”, la oración al Crucificado “Miradme oh mi amado y buen Jesús”, la de san Buenaventura “Traspasa dulcísimo Jesús y Señor mío”, etc. Hoy apenas se usan, las consideramos demasiado almibaradas y anticuadas. Sin embargo, son un verdadero crepitar de corazones incendiados, expresión de aspiraciones profundas de enamorados.

Vengo defendiendo -aunque parezca un contrasentido- que en la “oración de petición” más que PEDIR hay que EXPRESAR nuestras aspiraciones y nuestras necesidades humanas. De esa manera las aspiraciones toman volumen, se expanden, crecen y, si es en comunidad, se contagian. Las necesidades al expresarlas, contarlas y sacarlas fuera, pesan menos, uno se desahoga y descansa en Quien nos cuida siempre.

Eso nos prepara para ACTUAR o ACEPTAR, verbos muy olvidados. Esto no es Teología es pura Sicología. Es justamente lo que hacen los que van al sicólogo. ¿Hay algún sicólogo mejor que Jesús de Nazarert?

Dios no necesita nuestras oraciones, ni le convencen de nada, ni le mueven a actuar de otra manera, ni va a retirarnos su favor sin ellas. Somos nosotros los que necesitamos la oración -esa bendita sicoterapia- para apoyarnos, afirmarnos y avanzar. Los milagros ya están dentro de ti, en las potencialidades que recibiste al nacer.

El “milagro de la espiga” ya está en el grano de trigo que se deja transformar en la oscuridad de la tierra. El “milagro de la bombilla” está en vaciarse y abrirse a la energía para incendiarse. Los “milagros de los santos” no son concesiones extraordinarias de lo Alto, son la manifestación de su transformación. La “imagen y semejanza” creció y les tomó, como el fuego convierte al hierro en pura incandescencia.

No hay posibilidad de milagro sin transformación. Los milagros nacen de “abajo”, no llegan de “arriba”: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí para allá, y se trasladaría; nada os sería imposible” (Mt 17,20). Lo que Dios quiere es que su vida -su reino la llama el evangelio- crezca en nosotros y nos haga felices: “en cambio, buscad que Él reine y lo demás se os dará por añadidura” (Lc 12,31).

2. No niego que haya que rezar por otros

Lo que digo es que tendríamos que ser conscientes de a quién oramos y situarnos en coherencia. Mejor PRESENTAR al otro y nuestra aspiración a ayudarle que COLGARLE al Señor las necesidades del otro como si fuera un perchero milagroso.

Hay que partir de la convicción (fe) de que Dios ya está volcado por el otro y no hay que CONSEGUIR nada. Más bien hay que IMITAR sus actitudes hacia ese hermano: “¿Además de traerte a esta persona querida, Señor, qué puedo yo HACER por ella siguiendo tu ejemplo? – ¿Cómo puedo SER para ella tu abrazo, tu beso, tu consuelo?”. Puede que nos sorprendan las respuestas.

Las súplicas (incluidas las preces de la Misa) no deberían ser para COLGAR de Dios las necesidades humanas y apaciguar nuestra conciencia. Deberían ser para COMPROMETERNOS con las soluciones posibles hoy.

Nosotros somos las manos de Dios. Y, como son tan pequeñas, necesitamos hacerlas crecer. ¿La manera? VIVIFICAR nuestras aspiraciones identificándolas y expresándolas. GRITAR nuestro deseo de ayudar: ¡Quiero ayudar a esta persona, Señor, muéstrame cómo! Esa forma de pedir nos vitaliza y nos predispone a responsabilizarnos, a solidarizarnos, a MOVILIZAR nuestros recursos internos y externos para ayudar.

Saldríamos de la oración (o de la Eucaristía) más o menos “transformados”, según la intensidad con que hayamos vivido y expresado nuestras aspiraciones profundas. Por desgracia, solemos salir como entramos: “solitarios entre solitarios, codeándonos más que conociéndonos” (Marcel Legaut). Eso sí, con la conciencia anestesiada porque ya le hemos colgado a Dios o a los santos nuestras responsabilidades. Eso explica tanta atonía, tanta rutina, tanto aburrimiento y tanta desbandada.

Cuando hablo de responsabilidades no penséis en grandes cosas. Somos demasiado pequeños. Se trata de dar nuestro pasico de hoy, el que podamos. Se trata de VIVIR lo que decimos que creemos. ¿Cuánto cuesta un beso, un abrazo, una sonrisa, una palabra de aliento, una caricia, un piropo sincero, un “estoy contigo”, un “yo te acompaño a casa” o un “estamos en buenas manos”?… “Muéstrame tu fe sin obras (sólo intercesión) y yo con mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2,18).

No tiene sentido que una ola interceda ante el Mar para que conceda agua a otras olas. Más bien la ola “intercesora” debería hacerse consciente de quién es y dónde está para aprovechar su fuerza y levantar las olas desvanecidas.

La fe no consiste en creer que puedo CONSEGUIR sino en FIARME del Mar -en el que estoy sumergido- y apretarme, fundirme, solidarizarme, abrazarme con esas otras olas por las que me preocupo. Cualquier oración comunitaria debería ser una “sinfonía de agua” cantando al Mar.

3. Tampoco niego la influencia de la Virgen y de los Santos en nuestras vidas

No soy un iconoclasta. Para mí, la presencia de Madre en mi vida es esencial. Lo que digo es que no son intermediarios y, por tanto, no se puede hablar de intercesión. Más que orar A los santos hay que orar CON los santos. Y con Madre, por supuesto. Más que pedir hay que VIVIR nuestras aspiraciones CON ellos y COMO ellos.

Nuestra Madre es justamente eso, una “madre” que educa, enseña, aconseja, consuela y acompaña. No es una “diosa menor” a la que haya que pedir milagros, ni el brazo misericordioso que los arranca de un “dios solemne y rígido”.

Es la Madre de nuestro Señor y nuestra, la llena de gracia, nada más y nada menos. Los “excesos católicos” en este tema propiciaron (y propician) la huida de hermanos nuestros, temerosos de caer en idolatría. Hay que reconocerlo por mucha carga popularista que tengamos en contra. Ella no es el Camino, solamente quien me impulsa por Él.

Sugiero estas advocaciones: Virgen del Horizonte (imagen de una bellísima mujer judía, con la cabeza descubierta, ataviada para el viaje, con el brazo derecho extendido hacia un camino que se sumerge en el horizonte; en la peana esta leyenda: “Buscad su rostro”); Virgen de la Adoración (la misma mujer profundamente postrada con éste rótulo al pie: “Glorifica mi alma al Señor”); Virgen de la Alabanza (la misma mujer con los brazos extendidos a lo alto y esta frase a sus pies: “Salta de júbilo mi espíritu en Dios mi salvador”. Tal vez algún artista se atreva a plasmarlas.

Todos los que nos aman (en el cielo o en la tierra) NUNCA llegarán a amarnos y estar tan cerca de nosotros como el Padre. Ellos son sólo sus seguidores.

Pueden influir en nosotros pero no pueden influir en Dios porque es Inmutable. En esta afirmación -una evidencia para mí- podría resumirse todo lo que vengo diciendo sobre la intercesión.

4. “Cada uno hace lo que puede y es muy respetable”

Así me responde un comentarista enojado. ¡Tiene razón! No se puede hacer más que “lo posible” en cada momento. ¡Cierto! Otros me dicen que la intercesión es “de siempre” y figura citada expresamente en la Escritura. ¡También cierto!

Pero… el ser humano es progresivo, está llamado a crecer y madurar (“sed perfectos…”). Las potencialidades del hombre son enormes, bastaría observar el progreso material para darse cuenta. ¿Renunciaremos al progreso espiritual? ¿Nos quedaremos en “esto es lo que me enseñaron mis abuelas”, “se ha hecho o dicho así siempre”?

Estamos llamados a crecer -las citas del Evangelio serían interminables-. Y crecimiento significa “movimiento, cambio, progreso, maduración”. El inmovilismo, bajo cualquier ropaje sagrado o profano que se esconda, es totalmente negativo para el cuerpo y para el alma. Lo que hoy no veo o no puedo, tal vez lo vea o pueda mañana.

El cristianismo es Camino. No es posible permanecer en camino sin caminar.
El cristianismo es Verdad. No eres de la verdad si no te “desnudas” y te dejas penetrar por ella hasta lo más íntimo, aun “soltando” los libros.
El cristianismo es Vida. No estás vivo si no creces y maduras.

Hay quienes ven en la Escritura un límite, una gran cárcel, y la utilizan para encerrarse y encerrar a otros. Incluso para amenazarles, injuriarles, despreciarles y agredirles. No practican la Palabra sino “el palabrazo” que es, justamente, la negación de la Palabra.

Estoy convencido de que la Escritura es una oportunidad, un inmenso camino por recorrer, un precioso canto a la luz, la libertad y el amor, genes dominantes recibidos del Padre. Hay quien confunde la perla -me decía una lectora uruguaya inteligente- con la rugosa valva, la ostra o la baba.

Nos lo dejó dicho el Señor: “Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras (Jn 16,12). ¿Quién se atreverá entonces a enjaular la Luz? ¿Quién le pondrá cadenas al Espíritu?

No me preocupa que en la Escritura se mencione la judaizante “intercesión”. Si descubro que esa palabra u otras me impiden poner a Dios en el lugar supremo de mi vida, si me oscurecen su Rostro, si me impiden ver su Amor, es que no son perla.

5. La santa Misa

Algunos me golpean con el Misal llenito de intercesiones. La santa Misa es nuestra suprema oración comunitaria, la “celebración” gozosa de nuestras aspiraciones, especialmente adoración, alabanza y acción de gracias. Leer más…

Espiritualidad ,

¿A quién oramos? III – (La necia intercesión)

Sábado, 11 de agosto de 2018
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41403251510_801a7de553_nDel blog de Jairo del Agua:

(Esta parte es muy muy importante. No he podido cortarla y me ha salido muy larga. Podéis leer por separado cada apartado con provecho. Perdonadme.)

Quien intercede pretende recordar a Dios “sus deberes” o que un enchufado se los recuerde. Es decir, pretende instruir a Dios y se muestra más misericordioso que Él, puesto que el “intercesor” SÍ se acuerda de hacer misericordia.

El “intercesor” se considera bueno y misericordioso (y seguramente lo es). Pero con su oración manifiesta que el Dios al que reza ya no es tan bueno y misericordioso, puesto que necesita que alguien le empuje a hacer misericordia. Considera que uno o más intermediarios aduladores le convencerán.

Esto ya sería suficiente para calificar de “necia” tal práctica. Aquí podría dar por terminado este escrito. Pero insistiré un poco más por si quiebro la terquedad de la rutina en alguna conciencia.

Cuando oigo hablar de intercesión, me chirrían todos los goznes. “Interceder”, en nuestra preciosa lengua española, significa “hablar en favor de otro para conseguirle un bien o librarlo de un mal”.

1. La intercesión por alguien vivo

Cuando intercedemos por una persona nos comportamos como si Dios fuese un potentado, que no conoce a nuestro colega, y “se lo recomendamos” para que le haga algún favor. Estamos rebajando a Dios a la estatura de un “poderoso hombrecillo” y a nuestro amigo a la condición de “desconocido” en vez de “hijo”.

¡Qué dos errores tan enormes! Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, que nos conoce y cuida uno a uno (“hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” – Lc 12,7), que se vuelca permanentemente por mí y por el otro, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre.

Por eso la oración de intercesión me parece un disparate promocionado desde arriba (como tantas otras bárbaras antiguallas). Es una necedad de puro necio (“ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber; falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice” RAE). Y no me da rubor alguno gritarlo a los cuatro vientos. Cuando se trata de orar por alguien, a lo más que llego es a musitar:“Señor QUIERO acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces”.

2. La intercesión de la Virgen y los Santos

Tampoco es real ni posible la intercesión de los Santos o de la santa Madre. No necesitamos intermediarios, recomendaciones, ni enchufes. (Aquí algunos me mandarán a hacer puñetas, pero les animo a seguir leyendo, salvo que sus “ideológicos y gregarios prejuicios” les hayan cegado).

Dios nos quiere más que todos ellos juntos porque su amor es infinito y el de ellos finito. No necesita que nadie se lo recuerde tirándole de la manga.

La gran ayuda de los Santos y de la Madre es su ejemplo. Son las montañas del horizonte que nos ayudan a orientarnos, los indicadores que jalonan y animan nuestro camino. A veces necesitamos besar el indicador agradecidos, incluso descansar a su sombra, pero es de necios agarrarse al indicador y dejar de caminar. Tan necio como intentar beber del cartel que te señala la Fuente. Tan necio como confundir al lazarillo con la Luz.

3. El origen de la intercesión

El origen de la intercesión me parece verlo -un caso más- en las adherencias judías del cristianismo y especialmente en el principio de expiación: “La Justicia siempre exige reparación”. O expías tú o expía otro por ti. O ruegas tú o ruega otro por ti. Hay que saturar al Poderoso con méritos, reparaciones y súplicas para conseguir borrar su enfado y que nos sea propicio.

No hemos asimilado el rostro del Padre revelado por Cristo. No le hemos hecho ningún caso: “a vino nuevo, odres nuevos” (Mt 9,17), por eso hay tanto Evangelio vertido por el suelo.

Nos mantenemos atados al temor, a la medida, al “diente por diente”. No nos hemos abierto al Dios Amor, al Dios Padre y Madre que nos busca insistentemente. Todavía pensamos que hay que enviarle poderosos emisarios, personalidades influyentes, repetidas solicitudes, para doblar su brazo y obtener su favor.

4. La intercesión a la inversa es la buena

Yo entiendo la intercesión a la inversa. Es el Padre el que nos llama, el que nos envía mensajeros y lazarillos que nos despierten y orienten.

Nuestra Madre, los Santos y cuantos nos quieren bien interceden ante nosotros con su ejemplo y sus palabras. Cuando nos acercamos a ellos nos gritan por dónde se regresa al Padre, nos convencen de la certeza de su amor. Nos repiten: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5), por ahí se llega.

El favor de Dios está garantizado. No es necesario que nadie le empuje para que salga a buscarnos. Él siempre nos espera en el camino con los brazos abiertos y la mesa puesta. No lo digo yo -mero copista- lo afirma el Evangelio.

Nuestro Dios, el de Jesús de Nazaret, el de la “parábola del hijo pródigo” (Lc 15,20), no necesita intercesores. ¿Lo creeremos algún día? ¿O seguiremos creyendo a los curas antes que al Señor? Él mismo en su despedida nos lo dejó bien claro: “Yo no os voy a decir que rezaré por vosotros al Padre, porque el mismo Padre os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn 16,26).

5. La intercesión por los difuntos

¿Y la intercesión por los difuntos? Un disparate aún peor porque, además, lo han convertido en negocio.

¿Es decente decirle a Dios que recuerde? ¡Pero qué desmemoriado es ese ídolo, al que rezan los rutinarios, empujados por una liturgia indecente!

¿Y no es ofender a Dios el ponerle “deberes”? Menos mal que Él no se ofende por nada. ¿Será que los difuntos caen en la nada o en un fuego terrible y somos nosotros quienes tenemos que salvarlos?

Cuando alguien muere salta a los brazos de la infinita Misericordia. Ya no podemos hacer nada por ellos, traspasaron nuestras fronteras. Hay que socorrer y ayudar a los “vivos” y no a los “muertos”. Acoger, consolar, acompañar, abrazar y ayudar a los que se quedan huérfanos, viudos, solos, doloridos por la ausencia del que se fue. Esa es nuestra misión cristiana. Nunca decirle a Dios que sea misericordioso. ¿Podrá olvidar cuál es su esencia?

Y si recordamos a nuestros muertos que sea para no olvidar su ejemplo y su sabiduría, perdonando sus errores. Eso es lo cristiano. Y jamás PAGAR por las oraciones de nadie. Eso es un grave pecado que se llama “simonía”.

Si Jesús apareciese de nuevo iba a correr con un vergajo a los “guías ciegos” que han montado un negocio con los muertos. “In illo tempore” negociaban en las afueras del templo con palomas y corderos (“no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio” Jn 2,16). Nuestros contemporáneos lo han superado: Han metido el negocio en el templo y en el mismísimo altar. ¡Pobre Pueblo de Dios, cegado y sometido por unos “guías ciegos” absolutistas y embriagados de sí mismo!

“Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta llevar vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros puestos en las sinagogas y que devoran los bienes de las viudas mientras aparentan hacer largas oraciones” (Lc 20,46).

Insistiré una vez más: Nuestro Dios no necesita mediadores, ni influencias, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios, ni pagos para rescatar a los muertos. Somos nosotros los que necesitamos despertar de nuestra inconsciencia, de nuestro aletargado sueño, de nuestro complejo de esclavos.

Nuestro Dios es un Torrente, una Catarata infinita, la Atmósfera que nos da vida. Vivimos por Él, con Él y en Él, llamados por nuestro nombre, deseados, esperados, amados y abrazados… Nuestra tragedia es que no lo creemos, ni nos enseñan a creerlo. Huimos, vivimos escondidos como miserables cuando somos herederos enormemente ricos. Es realmente una tragedia, una enorme tragedia de la que podemos y debemos salir.

6. Abandonar la necia intercesión

Por tanto, ni intercesión, ni intercesores. Desde que lo he descubierto, mi relación con la Madre y los Santos es más cercana, más fluida, más amorosa. Ya no les pido, ni siquiera les hablo, les escucho y con ellos adoro: “Glorifica mi alma al Señor y salta de júbilo…” (Lc 1,46).

Ya no intento influir EN ellos, me dejo influir POR ellos. Me he dado cuenta que la oración no consiste en “pedir” sino en “abrir” a quien está deseando entrar.

Cuando se trata de orar por otro ya no “intercedo” -pretensión fatua- sino que me dejo empapar de fraternidad, amor, ayuda… hacia esa persona o grupo. Ahora sé que “el mismo Padre los ama”, no necesitan influencias.

Cuando “vivo” el amor a una persona y se lo cuento al Señor, no consigo nada especial del Cielo. Solo consigo que mi amor se ensanche, crezca y se oriente a esa persona concreta.

Si esa persona está presente en mi vida, sin duda notará mi amor en múltiples detalles (trato, sonrisa, apertura, paz, escucha, apoyo, luces, etc.). ¡Mi oración ha sido eficaz! ¡He ayudado al otro!

Si esa persona está ausente, la fuerza de mi amor le llegará secretamente. Las vivencias espirituales se transmiten a más velocidad que la luz. Si la telepatía -por ejemplo- está demostrada, ¿cómo no creer en las energías espirituales?

Cuentan que las lágrimas de santa Mónica conmovieron a Dios y le concedió la conversión de su hijo Agustín. ¡Totalmente falso! Fue el amor y la insistencia de una madre lo que movió al hijo a abrirse al Dios que su madre reflejaba. Y, ya se sabe, en cuanto Él encuentra un resquicio… nos inunda.

Disparata quien afirma que “arranca” favores a Dios. Nada hay que arrancar, lo tenemos todo pre-concedido porque Él está pirrado por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que “arrancarnos” de nuestra necedad e indolencia para caer en sus brazos.

Pretender “transformar” o “conmover” a Dios para que nos sea favorable es un tremendo error y una infantil idolatría. Somos nosotros los que debemos transformarnos en “su imagen y semejanza” (nuestra identidad profunda) y conmovernos ante el bien que evitamos y el mal que promovemos o no frenamos.

La verdadera oración se nota en esta sencilla ecuación: oración = transformación. Cuando decididamente busco que el bien me inunde, estoy creciendo yo y llamando al corazón del otro. Si abre, mi oración será eficaz también para él.

Cuando la oración hace crecer el bien en mí, redunda en el retroceso del mal en el otro. Cuando ambos nos sumergimos en el Bien, la oración nos convierte en racimo que madura al Sol. Es la “comunión de los santos”, “vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21).

La oración por otro no es un triangulo: YO suplico al CIELO para que ayude al OTRO. Más bien es una conexión horizontal entre YO y el OTRO. Se parece a ese infantil juego del agua en el que cargamos nuestros globos o juguetes en el mar y nos empapamos con algazara el uno al otro . El frescor y la caricia del agua nos empuja a sumergimos con alegría en el inmenso Mar cercano, siempre abierto y disponible.

La oración -toda clase de oración- o es transformante o no es NADA. Por eso es esencial preguntarse:

– ¿A quién estoy orando? ¿Con quién conecto?
– ¿Con el lejano “ídolo cicatero” al que pretendo arrancar algún favor?
– ¿O con el Dios Torrente cuyo amor gratuito se está volcando permanentemente sobre mí?

7. La buena intención del Pueblo

Alguna vez me ha interpelado alguien y me ha dicho: Eres un bruto hablando y escribiendo estas cosas. No tienes en cuenta la “buena intención” de los sencillos fieles.

A lo que suelo contestar: ¿Y dónde está la erudita buena intención de los “sabios y entendidos” que guían al Pueblo? ¿Es que son más tontos que yo? A esto ya no me suelen responder.

Pero lo más grave no es eso. Lo gravísimo es que la “buena intención” NO basta, de ninguna manera basta. Es básico identificar a quién oras, a qué Dios te estás dirigiendo. ¿Al Abba de Jesús o a ídolos varios?

Con “buena intención” rezaban y sacrificaban a los dioses del Olimpo. Con “buena intención” adoraban al sol muchos terrícolas. Con “buena intención” se sacrificaban vírgenes y niños en distintos pueblos y épocas. Con “buena intención” quemaban los inquisidores a seres humanos. Y hoy mismo, con “buena intención” se practica el terrorismo religioso…

Y, sobre todo, lo más importante para los cristianos:

Con un celo exquisito y “buenísima intención” crucificaron al Señor unos guías religiosos totalmente legales y ortodoxos. Pero los cristianos judíos se lo atribuyeron (y seguimos atribuyendo hoy con nuestros “guías ciegos”) a la “expresa voluntad del Padre”… ¡Qué disparate!

Hoy mismo los guías de nuestra Iglesia con “buenísima intención” -no me cabe duda- conducen al Pueblo por oscuras cañadas.

Con prepotencia porque no escuchan a los fieles laicos, con absolutismo porque imponen sus “verdades erradas” (a la luz de una mínima inteligencia), con pertinacia y rutina porque no hay visos de que quieran cambiar.

¿Ante esto qué debo hacer YO con mi “buena intención” de mínimo fiel laico?

¿Seguir a los crucificadores o al Crucificado?

“Se cumple en ellos la profecía de Isaías: Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, y oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría” (Mt 13,15 – Is 6,9).

La buena intención NO basta. De ninguna manera basta.

Hay que VER y OÍR. Seguir al Espíritu Santo que te empuja desde dentro con inteligencia y libertad. No somos esclavos, sino “hijos de Dios”, incluso frente a nuestros Jerarcas religiosos.

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¿A quién oramos? II – (Beneficios de la oración de petición)

Jueves, 9 de agosto de 2018
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34808477162_41dd4ea564_zDel blog de Jairo del Agua:

Me había quedado en que la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros, como afirma rotundamente san Agustín.

¿Contradice eso al Evangelio? En él se lee claramente: “Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama se le abre” (Lc 11,9).

Para empezar, esas palabras me parecen una preciosa llamada a la constancia. Nada se construye sin permanecer en el proyecto. No se puede llegar sin permanecer en el esfuerzo de caminar. Quien pide, busca o llama está identificando sus aspiraciones, sus objetivos, y es lógico pensar que estará dispuesto a poner los medios para alcanzarlos.

Lo confirma la “parábola del juez injusto” (Lc 18,1). Una lección magistral sobre la perseverancia y NO un retrato del rostro de Dios, en nada parecido a un juez injusto y comodón.

La súplica tiene además más ventajas:

1. Reconocemos a Dios, su existencia, su superioridad, su cuidado.

¿Qué gritamos instintivamente cuando tenemos un dolor o un disgusto? ¡Ay madre! Aunque ella no esté, incluso aunque haya muerto. Llamamos instintivamente a nuestro apoyo, nuestro auxilio, nuestro amor. Eso nos consuela y sostiene sicológicamente.

Cuando una parturienta grita no es que pida nada, puesto que está rodeada de sus cuidadores y tal vez de su esposo. Grita por el esfuerzo de alumbrar una vida. Es el instintivo desahogo, el impulso para su esforzada aventura.

Algo parecido ocurre o debería ocurrir cuando suplicamos a Dios: “Gritamos mientras empujamos”. Quien invoca se hace consciente de esa Presencia invisible que nos rodea, nos tutela y nos impulsa desde dentro. Él conoce, mejor que nadie, nuestra sicología y por eso nos dice “pedid”, agarraos, cógete de mi mano y… camina.

2. Reconocemos nuestras necesidades (con humildad nos confesamos limitados, pobres, frágiles, ciegos, inconstantes…) e identificamos nuestras aspiraciones (deseamos ser buenos, generosos, pacíficos, justos, fuertes, sabios…).

Eso es un gran avance porque nuestra vida suele estar embarrada en la inconsciencia y sólo las necesidades instintivas nos son evidentes. El identificar nuestras aspiraciones y necesidades es el primer paso para poner los medios y actuar. El más importante: mantener el rumbo (constancia).

La oración nos recordará que no estamos solos, que Él rema a nuestro lado, nos sostiene, nos ilumina, nos abraza y nos protege siempre, siempre, siempre.

3. Reconocemos las necesidades de los otros y nuestra aspiración a colmarlas. Así expresamos nuestra solidaridad, nuestro cuidado, nuestro amor gratuito. Eso abre el corazón, amplia nuestra mirada, pone nombre a la ayuda y nos predispone a actuar.

La “oración de petición”, cuando la vivimos bien, nos pone en nuestro sitio: Seres pequeños y limitados pero llamados a la inmensidad. Oscurecidos pero en camino hacia la luz. Temerosos pero a la conquista de seguridad. Apretados por el tiempo pero con vocación de eternidad. Sumergidos en los vaivenes de la vida pero abrazados por la paz en nuestro mismo centro.

La súplica nos alienta, nos motiva, nos sumerge en las aspiraciones profundas, nos ayuda a conocernos, a acercarnos al tesoro interior. Quien aspira -por ejemplo- a ser pacífico pedirá paz. Con esa petición estará descubriendo y alimentando la paz de su interior que clama por crecer y manifestarse. Podría afirmarse: “Dime qué pides y te diré quién eres”.

4. Conclusiones: En síntesis, la bondad de la oración -de toda oración- se manifiesta en estos tres efectos:

– ACTUAR frente a lo remediable (somos nosotros los protagonistas y administradores de nuestra vida libre y autónoma).

– ACEPTAR lo que no tiene solución (como una muerte).

– APRENDER de lo ocurrido (un descalabro económico, un accidente, una mala decisión, una muerte o enfermedad).

– ENVOLVERSE, es decir, dejarse acoger, amar e impulsar por esa Madre que nos habita y sostiene. Una de mis jaculatorias más repetidas es: “En ti somos, nos movemos y existimos” (He 17,28). Es muy gratificante hacerse consciente y cierto de que no estás solo, que te desarrollas en el líquido amniótico del seno de Dios.

Nadie conoce los planes divinos, se nos van mostrando a medida que caminamos: “Mis planes no son vuestros planes, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Lo que NO quiere decir que debamos dimitir de nuestra inteligencia, libertad y autonomía para colgarnos de un “dios niñera” que ya nos llevará en su carrito de bebé. La vida y la madurez nos la tenemos que currar nosotros mismos con las herramientas (talentos) que se nos han dado.

Nos da mucha seguridad, paz y gozo sabernos dando pasos de regreso al Padre, estar convencidos de que “todo es para bien de los que aman al Señor” (Rom 8,28). Pero amar al Señor significa TRABAJAR en su “viña terrenal”, ADMINISTRAR nuestros talentos, DECIDIR sabiamente a la luz de la inteligencia y posibles apoyos humanos a nuestro alcance.

Esa frase bíblica lo que nos asegura es que “Dios siempre rema a nuestro favor y todo nos lo tiene preconcedido”. No sería Dios si fuera un “prestamista a plazos” con precio e intereses. Pero es a nosotros a quien corresponde orientar y administrar nuestra existencia autónoma y libre.

Eso es realmente lo que “recibiréis”: Luz, Energía, Paz y Gozo. Y no exactamente el objeto de vuestro capricho, necesidad o congoja.

Se explicita en este otro pasaje: “Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,24). Porque las consecuencias de la oración son alegría, luz, paz interior e impulso para actuar. Y no necesariamente que el niño apruebe o te toque la lotería. Ni siquiera que se te cure la rodilla (para eso están los médicos).

En realidad nos está diciendo: “abridme y os saciaré”, equivalente al “estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20). Cuando uno se decide a abrirle de verdad, la “oración de petición” decae. Entonces rezas “Señor ten piedad” pero en realidad estás sintiendo “Señor abrázame” o confirmando “Señor TÚ tienes piedad”. Y en verdad que te sientes abrazado y seguro.

Estoy hablando de la oración de petición interiorizada, sentida, personalizada. La otra, la rutinaria, distraída e interesada, sirve para muy poco o para nada. Y, por supuesto, la superstición es pura imaginación baldía (cadenas de fotocopias o PPS, comerse o coleccionar imágenes, los fetiches religiosos de las iglesias, los milagros garantizados, las canonizaciones a la carta, las peticiones a los santos, las peticiones de salud o dinero, etc.).

Hacer “oración de petición” es zambullirse en el regazo del Padre y dejarse sentir su misericordia, su cuidado, su amor. Como el grano de trigo se hunde en la madre Tierra para descubrir su potencial de vida y multiplicarse, así el ser humano necesita sumergirse en el corazón de Dios, sentirse ínfimo y efímero ante su Creador, para poder abrirse al impulso de Vida.

Cuando decimos: ¡Señor ten piedad!, no es para arrancarle a Dios la piedad. Es para sentirnos pequeños y abrirnos a la piedad que el Padre nos regala permanentemente.

Nuestra fragilidad necesita ponerse de rodillas y suplicar, gemir, llorar… No para conseguir nada, sino para abrirnos al Torrente que nos regenera, fortalece y alimenta. Para sentirnos protegidos por el abrazo de Dios.

“Nunca es más grande ni más fuerte el ser humano que cuando está de rodillas ante su Hacedor”. Para eso es el “pedid y recibiréis”. Lo que no niega otros efectos que “se os darán por añadidura” (Mt 6,33).

Por desgracia, muchos cristianos pretenden conseguir de Dios lo que ellos no quieren esforzarse en lograr. En realidad pretenden chantajearle, negociar con Él, intentar manipularle: Si me concedes esto, empezaré a ser bueno. Si me curo, no volveré a fumar. Si me concedes dinero, empezaré a trabajar. Si me das, me pongo en camino… Cuando el proceso humano es el inverso: Si te pones en camino llegarás, si cambias de vida te irá mejor.

Finalmente conviene advertir que la “oración de petición” sólo es la bocamina. Habrá que adentrarse en la “oración de impregnación” -otros le dan nombres distintos- para alcanzar lo mejor de nosotros mismos, nuestras riquezas interiores, nuestro “santa santorum”.

Solo en lo profundo se produce el encuentro y el abrazo con el Dios que nos inunda. Quien se conforma con la “oración de petición” (habitualmente oración vocal) se ha sentado al borde de la bocamina sin llegar a tocar los tesoros de su yacimiento interior.

Trataré en la próxima meditación de un tipo de súplica sobre la que me han preguntado: la intercesión. En mi opinión desvirtúa el verdadero rostro de Dios. Lo someteré a vuestra consideración.

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¿A quién oramos? I – (Errores en la oración)

Martes, 7 de agosto de 2018
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34808477022_62b97127aeDel blog de Jairo del Agua:

La práctica religiosa esencial es la oración. Para eso son las capillas, iglesias y catedrales. Para eso hay curas al frente de ellas. Curas devenidos en meros “tiralevitas” y “repartidores de ritos y rogativas” como principal actividad, con poco sueldo y enorme sacrificio. ¿Será por eso que escasean?

Inexplicablemente, en vez de enseñarnos a orar y caminar a la luz del verdadero rostro de Dios, nos confunden y pretenden alimentar nuestra natural religiosidad con ritos y rutinas equívocos.

Convierten la oración en soga de campana y a nosotros en meros papagayos que todo lo fían a un “dios pasivo y falso” al que hay que sacar de su sordera y conseguir que se movilice. ¡Menos mal que queda a salvo nuestra buena intención y nuestra maltratada espiritualidad latente!

No es verdadero el “dios pasivo y juez” al que hay que mover constantemente con nuestras oraciones, sacrificios y súplicas de perdón.

El Abba de Jesús es una “Madre activa” que todo lo ha creado, todo lo mantiene, todo lo cuida y todo lo inunda. De ninguna manera necesita que le recordemos “sus deberes” y la empujemos a “actuar”.

El Abba nos ama gratuitamente y actúa continuamente, aunque nos ha entregado la administración de este mundo por respeto a nuestra libertad. Sin ella seríamos como hormigas o lagartos que nacen, se aparean, se reproducen y mueren, sin consciencia ni decisión alguna.

¡Somos nosotros los que tenemos que movernos y administrar nuestras vidas de forma autónoma y libre! Dios no vendrá a removernos el cocido aunque nos haya regalado todos los condimentos. Y ahí entra la oración para ayudarnos a encontrar LUZ y ENERGÍA para acertar en ese “camino de maduración autónomo” que es la vida humana.

¿Y qué estamos haciendo? Pues nos tienen “atrapados” en un pasivo “Cristianismo judaizante”, cuya actividad religiosa se reduce, casi exclusivamente, a pedir a Dios que nos perdone, se mueva, nos mire, nos escuche, se acuerde de nosotros y de nuestros muertos, para que todos nuestros problemas se resuelvan por su mano milagrosa. ¡Un verdadero disparate!

¿Dónde queda nuestra libertad, nuestra autonomía, nuestra responsabilidad, nuestra actuación, nuestra capacidad de decidir y resolver? ¡Que lo solucione todo Él que para eso nos ha creado! Oración para enterrar talentos. Ni nos preguntamos por ellos.

Voy a volver a meditar sobre este importantísimo tema durante unas semanas para ayudar a la gente sencilla. Los mandamás están desahuciados para mí: “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis reo del infierno dos veces más que vosotros” (Mt 23,15).

Han perdido totalmente la brújula de los “signos de los tiempos” (Lc 12,56), es decir, del “progreso de la sabiduría y del tiempo” en que se mueve nuestra autónoma existencia humana. Sus consignas se reducen a repetir y repetir. Lo llaman tradición y la embalsaman, demostrando así que es un cadáver.

Sin embargo, el Evangelio es un grito indescriptible que nos llama a permanente “renovación, conversión y progreso”, tanto personal como grupal.

Allá voy de nuevo. Serán unos minutos muy útiles para “pensar con sentido común”. ¿A quién oramos? ¿Oramos al Abba de Jesús, o al iracundo e influenciable Zeus, o al implacable jefe Yahvé? ¡La religiosidad y buena intención no bastan, no bastan!

La Verdad absoluta está vedada al ser humano, somos incapaces de alcanzarla. Lo que sí podemos hacer es reconocer y retirar los errores para aproximarnos a ella. Eso es lo que intentaré en esta larga meditación.

Un amigo mío me confesaba: De niño aprendí que “orar es levantar el corazón a Dios para pedirle mercedes”. De mayor he comprendido que “orar es fabricar `mercedes´ para avanzar en la vida ofreciéndosela a Dios”. Tras el chiste, hay mucha teología de la buena.

En nuestro subconsciente y en nuestra imaginería late la idea de que Dios está en las alturas y hay que alcanzarle con esforzadas oraciones para que nos haga llegar su favor desde allá arriba. Estoy convencido de todo lo contrario: Dios es la cercana luz que quiere traspasar nuestras oscuras barreras y atraernos a sus brazos.

Somos nosotros los que tenemos que dejarnos alcanzar y no a la inversa. Es Él quien llama “con gemidos inenarrables” (Rom 8,26) a su desorientada y amadísima criatura: “Estoy a la puerta llamando: si me oís y me abrís, entraré en vuestra casa y comeremos juntos” (Ap 3,20). Solo hay que abrir y dejarle pasar.

Habitualmente pretendemos que nuestra oración mueva a Dios y nos resuelva los problemas, mientras nosotros esperamos el favor o el milagro sin utilizar nuestros dones, sin saber siquiera que los tenemos. Con demasiada frecuencia acudimos a la oración de petición sin acertar a pasar de ahí o, lo que es mucho peor, sin percatarnos de que oramos a los ídolos. Citaré algunos, sólo como ejemplo:

– El dios de la manga, al que imaginamos en el Olimpo, distraído, absorto en sus cosas, incluso encolerizado por nuestros pecados. Y necesitamos llamar su atención, tirarle de la manga, para que se acuerde de nosotros y nos escuche: ¡Eh, que estamos aquí, auxílianos! O como decimos en las preces litúrgicas: “Te rogamos, óyenos”. Pero los problemas no se resuelven e inconscientemente nos vamos convenciendo de que es sordo. Incluso hay quien habla del “silencio de dios”, también es mudo.

– El dios grifo, que nosotros abrimos a nuestro antojo con la oración y se cierra automáticamente cuando no nos acordamos de pedir. Sólo obtendremos el líquido deseado si apretamos el botón o giramos la llave. Si no responde a nuestra petición, pensamos que es un mal grifo, que está seco o que otros -más buenos- le han agotado.

– El dios negociador, al que ofrecemos algún sacrificio, alguna promesa, alguna vela, a cambio de la deseada concesión. Negociamos de mil maneras para conseguir aquello que deseamos. Negociamos incluso con nuestro dolor: Si me disciplino o uso cilicio o camino de rodillas, seguro que le conmuevo.

No nos damos cuenta de que ésos son dioses falsos, ídolos, que ni ven, ni oyen, ni entienden. El Dios verdadero sólo quiere nuestro bien y nuestra felicidad sin precio alguno, totalmente gratis. Basta con que lo busquemos por el camino correcto y nos dejemos inundar porque “mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).

¡Yo creo en TI, mi Dios Torrente, que te derramas sobre tus criaturas sin dilación ni pausa, aunque no oren ni sepan rezar!

Hace poco leí en la portada de una revista católica algo que me estremeció: “Un milagro arrancado a Dios a base de oración”. ¿A qué “dios de granito” ora esa gente? ¿Cómo es posible pensar que hay que alcanzar la mano de Dios con escoplo y martillo? Yo creí que estas cosas no podían siquiera pensarse en nuestra Iglesia, y mucho menos publicarse.

El Dios en quien yo creo declara abiertamente: “encuentro mis delicias con los hijos de los hombres” (Pro 8,31). Nos creó con todos los recursos, nos ha dado preciosos dones, que debemos descubrir y explotar.

Somos nosotros los que hemos de movernos, conocernos, hacer fructificar nuestros talentos, los que Él nos regaló cuando nos pensó desde la eternidad.

Nuestro Dios no nos da peces cuando los pedimos en la iglesia, sino que nos proporciona la mejor caña (nuestros dones personales), nos muestra sus mares y nos enseña a pescar (con su vida, su palabra y sus luces puntuales).

Decía Martin Luther King: “Dios, que nos ha dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su propio propósito si nos permitiese obtener por la plegaria, lo que podemos ganar con el trabajo y la inteligencia”.

Y en Mateo se lee:

“No todo el que dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial… El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Y todo el que escucha mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre insensato que ha construido su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se precipitaron sobre ella, la casa se cayó y se arruinó totalmente” (Mt 7,21).

Son por tanto las obras, las actitudes, la “decidida decisión de volver al Padre” lo que hará nuestra vida sólida como una roca y exitoso el camino de regreso. Nuestra apertura interior a su llamada, la andadura decidida y esforzada hacia sus brazos, es lo que conseguirá colmar nuestros anhelos. NO el palabreo rutinario e interesado.

Juan nos advierte:

“Todo lo que pidamos, Él nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” (1Jn 3,22). Es decir, el resultado está ligado a la aceptación de su maternal cuidado, de su amor gratuito, del respeto a las reglas de su creación (su viña). Lo mismo que la luz y el calor están asegurados para quien se expone al sol.

Mateo insiste:

“Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis” (Mt 6,7).

No, nuestro Dios no es un grifo, ni un buhonero de feria con el que se pueda hacer cambalache. Sería un dios muy pequeño.

Nuestro Dios es un torrente que se vierte permanentemente sobre nosotros. ¿Qué hacer para obtener su agua? Abrirse, ensanchar el recipiente, vaciarse de estorbos, reconstruir las grietas. Si no, estarás bajo el Torrente pasando sed o recogiendo tu pequeñísima medida o perdiendo al instante lo recibido por tus múltiples ranuras…

Afirmaba san Ignacio: “Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en el resultado como si todo dependiera de Dios”.

San Agustín es todavía más rotundo: “La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros” (Carta a Proba).

Cuando hablo o escribo estas cosas siempre hay alguien que pregunta: ¿Entonces por qué dice el evangelio “pedid y recibiréis”? En la próxima meditación mi modesta respuesta.

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El rostro interior

Miércoles, 25 de julio de 2018
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el-rostro-interior(Narcea).- La revelación bíblica, al afirmar que Dios se ha hecho rostro y que el hombre es imagen de Dios, ha privilegiado el rostro humano.

Sin embargo, hoy, la “muerte de Dios” amenaza esa faz humana despreciada por los totalitarismos y el anonimato de las grandes ciudades. Incluso el arte contemporáneo parece olvidarse de su representación.

De ahí la urgencia de una reflexión sobre el rostro que se abre a la eternidad, a lo inagotable, y que nos conducirá al “rostro de los rostros”, el de Dios hecho hombre, para permitirnos descifrar en él la faz humana y el icono del hombre deificado.

Además, todo rostro, por desgastado o destruido que esté, a poco que nosotros lo veamos con la mirada del corazón, se nos revela lejos de la repetición, único e inimitable.

Para saber más, pincha aquí:

El rostro interior 

Autor: Clément, Olivier 

 9788427724785 

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Llegar a hacer silencio ¿es un proceso?

Miércoles, 11 de julio de 2018
Comentarios desactivados en Llegar a hacer silencio ¿es un proceso?

emigrantesMe pregunto mucho estos días en que a raíz de evaluar el curso con algunos grupos emerge una constante: “me cuesta parar, silenciarme, orar…”

El silencio no es dejar de hablar, es una peregrinación hacia nuestro centro, donde el silencio se convierte en presencia, en palabra habitada. No es poesía, es espiritualidad tangible. Te invito a probar. Y me cuentas.

¿Por qué peregrinación? Porque es un proceso de desprendimiento de capas: de cosas, de ruidos, de relaciones, que nos agobian, que nos quitan la energía porque son una carga.

Cosas: para llegar a un silencio habitado molesta todo lo que no es necesario. Requiere un estilo de vida solidario con personas y planeta. Una vida minimalista, donde lo que se tiene se usa y respeta con agradecimiento y solidaridad. Y donde lo que no se usa se comparte con justicia y sobriedad.

Ruidos: Los ruidos de fuera son fáciles de silenciar o integrar si son de tráfico o de la calle…Los más interesantes son los de dentro. ¿Qué voces me hablan cuando me pongo a la escucha atenta? Esas voces de nuestro ego, de nuestro pasado y presente pueden ser muy insistentes y no se callan hasta que se les atiende. Y esta es la prueba de los fuertes. A diferencia de lo que cree el ego que considera fuerte al que aguanta y puede solo, el fuerte en sentido humano y evangélico es el humilde, el que está en su verdad y busca acompañamiento porque sabe que el ego “mandonea” pero no acompaña.

Y justo ahí se da la criba. Los que asumen su “humus”, su tierra, y se dejan lavar los pies por algún Jesús en su vida como amiga o amigo o pequeña comunidad que con respeto nos dicen la verdad o ahí pierde el rumbo. “Déjalo todo y sígueme”: efectivamente, si no soy capaz de dejarme ayudar no puedo seguir a Jesús, porque no le veo. Son caminos diferentes: uno sigue hacia la Jerusalén de la vida donde poco a poco se nos invita a dar la vida, a entregar el ego para que se transforme en hermana y hermano. El otro sigue su propia carrera de obstáculos, su escalada a una cima donde al llegar nadie te espera porque has dejado atrás lo mejor de los demás: su presencia y compañía con sus limitaciones e imperfecciones, carácter y sueños.

Relaciones: La he dejado la última porque cuando se dan las otras dos, a veces las relaciones se recolocan porque ya no exigimos tanto, o no tenemos tanto miedo que muchas veces se convierte en proyección y ataque…pero no siempre es así.

Las relaciones son siempre buenas cuando se da el principio de respeto. Es el barómetro que no falla. ¿Te respetan?, entonces te dejarán expresar, te dejarán ser tú, te pedirán que les dejes expresar y que les dejes ser ellos o ellas. Cuando algo de esto falla, cuando uno de los dos impone, domina…puede haber cariño pero no respeto. La empatía es el fruto del silencio respetuoso.

El ruido de la falta de respeto en las relaciones humanas es el más difícil de integrar. De hecho no se calla nunca porque es Dios mismo quien grita dentro de nosotras con respeto para que nos dejemos respetar y también para que respetemos íntegramente las diferencias en las personas de nuestro entorno. Dios, el Silencio, nos indica el camino de liberación, nos pone hermanas que tienen Ruah o sea espíritu de sabiduría para ayudarnos a discernir…

¿Es el silenciamiento un proceso? Tampoco se trata de darle demasiada importancia a nuestro ruido, sólo el justo para llegar al respeto que es el bálsamo sanador. Si le damos demasiada importancia, je je, el ego ha ganado.

Y cuando consigues un poco de sosiego interior porque le dejas al Maestro vivir en tu centro, entonces su Palabra es Vida. Cada palabra del evangelio se convierte en tu riqueza, y ya no necesitamos tantas cosas y personas y actividades… es como construir en familia o comunidad la casita en el bosque con las piedras y maderas del mismo bosque, naturalmente, sin cementos armados, ni a golpe de talonario. Con sencillez y respeto a la naturaleza, a nuestra naturaleza, quitando la maleza y preparando el espacio…¡Precioso el proceso!

Magdalena Bennásar Oliver

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

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“Cuida con amor tus estrellas”. Orar, vivir, compartir

Lunes, 25 de junio de 2018
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cuida-con-amor-tus-estrellas-620x375Miguel Ángel Mesa
Madrid.

ECLESALIA, 15/06/18.- Estas páginas ofrecen una cuidada y sugerente relación de textos muy diversos, que pueden servir para la reflexión y la oración personal y comunitaria, para las más diversas celebraciones, para compartir con los amigos…

Este libro se compone de varias temáticas, pero todas están interrelacionadas, son transversales, unas se entrelazan con las otras, pues si no fuera así le faltaría algo esencial a cada una de ellas.

En estas páginas el lector o lectora encontrará varios credos, la mayoría desde una perspectiva cristiana, pero muy abiertos, porque la fe que no crece y avanza cada día se va apagando. Por eso no se debe detener, sino irse modificando en el contacto con la realidad, con la vida de fe de otros creyentes, o con personas que no pertenecen a ninguna religión, pero que poseen una profunda fe en el ser humano y su dignidad, en el amor por la naturaleza y la vida.

También se hallarán paráfrasis de padrenuestros (sin desmerecer en absoluto el Padrenuestro que enseñó Jesús, que es una oración inigualable, que tendrá plena vigencia siempre), porque si ponemos en palabras de hoy algunas oraciones de ayer, se pueden entender mejor y aterrizar con más claridad y mayores posibilidades de que nos lleguen más adentro, nos motiven y comprometan.

Y no hay oración sin agradecimiento, sin alabanza, sin celebración. Pues todo en la vida es don, aceptado o entregado, por eso es necesario ser agradecido, dar las gracias, sentirse feliz por todo lo que se recibe, por lo que se aprende, por lo que se comparte. Y todo ese agradecimiento tiene un momento culminante: la celebración de acción de gracias, donde se hace presente la vida, con sus sufrimientos y sus alegrías.

La fe y la vida tienen que estar plenamente unidas. Jesús formó una comunidad de hombres y mujeres, que le acompañaron por los caminos de Galilea. No se puede vivir la fe de forma aislada, ni al margen de la existencia concreta. La fe, para ser auténtica y fértil, debe ser compartida en comunidad y solo tendrá su verificación en la realidad cotidiana.

La fe, la oración, la celebración, el compartirlo todo en comunidad, solo adquirirá su plenitud si está impregnada de una mística de ojos, oídos y manos abiertas, que lo envuelva todo, que nos ayude a ver la realidad en profundidad y lo que acontece detrás de ella: la trascendencia de cada acto, de las opciones, de la humanidad dolorida y esperanzada. La trascendencia inmanente de la Divinidad, que está presente en todo, que todo lo impregna y sustenta con su presencia.

Una mística que se enlaza profundamente con la espiritualidad. Esta nos ofrece el aliento para poder vivir de otra manera y, por lo tanto, más felices. Sí, porque la oración, la comunidad, la mística o la espiritualidad, solo serán creíbles si se concretan en la solidaridad, en el amor verdadero, efectivo hacia las personas que sufren injusticias en nuestro mundo.

«Este libro nos ayuda a rescatar lo inédito, a acoger la bienaventuranza de la ‘vida común’ desde la gratuidad y la Buena Noticia que porta dentro, porque el Evangelio no es una Palabra escrita en un libro sino que el Evangelio acontece, es dinámico, se revela en nuestro aquí y ahora y se nos ofrece como esperanza contra toda desesperanza» (Pepa Torres)

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Para más informaciónpaulinas.es

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Jesús de los rincones

Lunes, 4 de junio de 2018
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Del blog Pays de Zabulon:

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Lucas 7, 44: volviéndose hacia la mujer,
Le dice a Simón:
¿ves a esta mujer?

Jesús de los rincones,

Tú veías todo:
aquellos que están en el centro
como los que se quedan al margen.

Llévanos a todos los rincones
de nuestro vasto mundo.

Porque cada vez que entraste en una habitación,
era para descubrir vida y amor
en todas las historias ignoradas
por los demás.

Amen

*

Pádraig Ó Tuama

***

Pración citada en exergo en el libro de James Martin, Construir un puente-La Iglesia y la comunidad LGBT, Cerf 2018, un libro fuerte en el que el autor, jesuita, se pregunta y propone pistas para construir un puente entre los miembros de la comunidad LGBT y la iglesia institucional.

Fuente fotografía: The Lonely Boy por Iquano enDeviant Art

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Pausa

Viernes, 25 de mayo de 2018
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Del blog Nova Bella:

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“A veces,

lo más importante a lo largo de un día

es el descanso que me tomo

entre dos respiraciones profundas,

o el volverme para adentro en oración

durante cinco minutos”

*

Etty Hillesum
en medio del campo de concentración de Westerbork

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La fuente

Lunes, 30 de abril de 2018
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Del blog Nova Bella:

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Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo llegar a ella; a menudo está cubierta de piedras y de arena: entonces Dios está sepultado. Es necesario, pues, desenterrarlo de nuevo. Me imagino que algunas personas rezan con los ojos dirigidos al cielo: buscan a Dios fuera de ellas. Hay otras personas que inclinan la cabeza profundamente, ocultándola entre sus manos. Creo que buscan a Dios dentro de sí.

*

Etty Hillesum

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Una reflexión y dos avisos

Sábado, 14 de abril de 2018
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Hagas lo que hagas en tu vida, detente a escuchar la voz de Jesús en tu corazón. Debe ser una escucha activa y muy atenta, porque en nuestro inquieto y ruidoso mundo, la voz tan amorosa de Dios es fácilmente ahogada. Tienes que apartarte un rato cada día para esta activa escucha de Dios. Aunque sean sólo 10 minutos. Diez minutos cada día solo para Jesús, puede traer un cambio radical a tu vida.

Verás que no es fácil estarse quieto durante diez minutos. Descubrirás de inmediato que muchas otras voces, voces que son muy ruidosas y distraen, voces que no vienen de Dios, exigen tu atención. Pero si te aferras a tu rato de oración diaria, lenta pero seguramente, vas a llegar a escuchar la suave voz del amor y te detendrás cada vez más y más a escucharla”-

*

Henri Nouwen.
Cartas a Marc acerca de Jesús.
(traducción propia de este blog)

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Esta cita que traemos hoy ha sido tomada de Henry Nouwen Society en Facebook. https://www.facebook.com/henrinouwensociety/

Añaden dos asuntos de interés: dónde puede comprarse el libro, (aún no traducido al español), y cómo pueden recibirse, gratuitamente, unas meditaciones de Nouwen. Les dejamos los datos.

Reserva disponible: https://www.harperone.com/9780060663674/letters-to-marc-about-jesus/

y

e-Meditación diaria gratuita que llega directamente a tu bandeja de entrada: http://henrinouwen.org/get-involved/free-daily-meditation/

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Getsemaní…

Jueves, 29 de marzo de 2018
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I
GETSEMANÍ
I
SOLEDAD EN GETSEMANÍ

Llegó Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos:
“Sentaos aquí, mientras yo voy más allá a orar”. Y llevándose a Pedro
y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
(Mt. 26, 36-37)

En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y la noche de Jerusalén ya no escondía
la densidad del abandono.
El Maestro lo supo,
y no un presentimiento, una certeza
comenzó a golpearle contra la soledad.
Ahora la soledad no era
aquella extensión dulce donde encontrar al Padre,
ni era
el campo de batalla donde el Hijo
de Dios fuera tentado como Hijo
de Dios.
La soledad era una fuerza
incontenible: vaciaba de luz
todas las casas del espíritu, dolía
como el frío
cuando hiela la sangre.
La soledad mordiendo
el corazón del hombre,
la soledad poniendo al descubierto
al hombre, solo al hombre.
(La soledad es una calle larga
que lleva a la tristeza).
Quiso salir de la ciudad. Bajo la luna
la espalda de los que se volvían era un incendio
que le abrasaba la memoria.
Acaso
fueran piadosos los olivos con su óleo
de intimidad donde resuena
la palabra del Padre.
¡Oh paradoja del ascenso
donde los pies se hunden
en el lodo del hombre!
¡Oh paradoja del conocimiento
donde todo es maraña de raíces!
Getsemaní no es una zarza ardiendo,
es la espesura sin piedad
donde el hombre está solo,
desnudamente solo, sin asilo,
despojado del hombre,
despojado de Dios.
Getsemaní no es óleo, es agonía,
es otra vez un campo de batalla donde el Hijo
del Hombre ha de enfrentarse
con todos los demonios del hombre:
el tedio, la amargura, la angustia, los peldaños
que van a dar al morir.
Getsemaní no es óleo. Es agonía:
y en el centro del huerto queda solo
un verdadero hombre verdadero
abrazado al silencio de Dios, pero obediente.
Fiat, Señor, digo hoy contigo,
fiat, Señor, aunque me duela.

II

 NO ERA EL SUEÑO, SEÑOR…

Bajo la luna llena encanecían los olivos.
La quietud era sólida y destilaba
un plomo ardiente que invadía los cuerpos.
El silencio
se había vuelto mineral
y en la sangre aún rompían las palabras
anunciadoras y terribles
que se habían mezclado con el vino.

Regresó y volvió a encontrarlos dormidos,
pues sus ojos estaban cargados
(Mt. 26, 43)

No era el sueño, Señor, era el espanto
lo que subía
río arriba del alma hasta los ojos:
era el espanto
de ver luchar a Dios y no hacer nada.

III

 EL BESO

Entonces todos los discípulos
lo abandonaron y huyeron.
(Mt. 26, 56)

En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y ahora
iban subiendo entre las luces,
ensayando
el más turbio, el más falso
de los besos.
¿Quién dijo que el amor era un abrazo?
Este beso no es beso, es un cuchillo
que asesina de lejos y empozoña
el corazón de muchos y lo cubre
de la callosidad del abandono.
En el puente del beso se ha cumplido
lo que dijeron los profetas, pero
Señor te pido ahora que me quites
esa suerte de puente y que me dejes
del lado del amor, en tus orillas.

IV

ORACIÓN PARA NO DORMIR

 Pedro lo siguió de lejos
(Mt., 26, 58)

Oh, Señor, en esta hora
en que también se confunde
la distancia con el miedo,
si Tú me ves que me aparto
de tu agonía y que duermo
para no ver al que sufre
ni ver mi interior desierto,
mírame, que yo te sigo,
aun como Pedro de lejos.
Mírame y en tu mirada
sostenme para que el fuego
de tanto amor me despierte
siempre que me venza el sueño.

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

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Oración al comenzar la mañana

Miércoles, 28 de febrero de 2018
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Dejado ya el descanso de la noche

Despierto en la alegría de tu amor,

Concédeme tu luz que me ilumine

Como ilumina el sol.

No sé lo que será del nuevo día,

Que entre luces y sombras viviré

Pero sé qué si tu vienes conmigo,

No fallará mi fe.

Tal vez me esperen horas de desierto

Amargas y sedientas, más yo sé

Que, si vienes conmigo de camino,

Jamás yo tendré sed.

Concédeme vivir esta jornada

En paz con mis hermanos y mi Dios,

Al sentarnos los dos para la cena,

Párteme el pan, Señor.

Recibe Padre Santo, nuestro ruego,

Acoge por tu Hijo la oración

Que fluye del Espíritu en el alma

Que sabe de tu amor

*

Irimego

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Eco-cuaresma

Lunes, 19 de febrero de 2018
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eco-cuaresma

Del blog del Monasterio de las Monjas Trinitarias de Suesa:

ECO-CUARESMA

Hemos querido encaminar así la cuaresma de este año, volviendo a lo más justo de nuestra vida, lo más sostenible, lo más limpio.

Desde hace tiempo se habla mucho de conversión ecológica, procurando que nuestra mirada se dirija más hacia el cuidado de la casa común, como nos recordaba Francisco en su encíclica Laudato Si.

Os animamos a vivir una eco-cuaresma, una cuaresma en clave de conversión, ecológica, y de cualquier otro aspecto que necesite un giro de tuerca.

No es necesario realizar grandes aspavientos para vivir una cuaresma convertida, o conversa. La historia ha teñido la cuaresma de un morado doloroso, cuando no es así su origen. Este tiempo previo a la Pascua es eso, un tiempo de preparativos, y para eso no es preciso flagelarse o abusar de la palabra sacrificio como si esta significara “dolor o pérdida” cuando en realidad expresa “hacer algo sagrado” (una aclaración importante).

Así  pues vivamos una eco-cuaresma, haciendo cada cosa de manera sagrada. Procurando no tener asuntos pendientes.

La tradición, que suele acertar (no siempre, es cierto), propone tres claves que podemos aprovechar para realizar esa nueva versión del corazón.

Limosna: Compartir aquello que tenemos con lleva a ser conscientes de lo afortunados que somos. ¿Qué es lo que tienes? No es necesario que sea únicamente dinero, comparte lo que posees. Si haces una lista de tus posesiones es probable que te encuentres con otras propiedades: ropa, tiempo, alegría, capacidad de servir, posibilidades de hacer gestos de bondad y de cariño,… y dinero, sí, también eso.

En esta eco-cuaresma la limosna la relacionamos con la abundancia de la naturaleza, que da de manera generosa, desbordándose, que de una semilla salen varios frutos y de ellos cientos de docenas de semillas, en un gesto multiplicador.

Ayuno: todas las tradiciones religiosas conceden una gran importancia al ayuno, no solo porque beneficia al cuerpo, que también, sino porque ayuda a tener la mente y el espíritu más despierto, más atento a lo que sucede. Podemos relacionar el ayuno con la contención de la voracidad de nuestros deseos más cotidianos: la inmediatez de los resultados, la prisa, la ausencia de autocrítica, la fe ciega en nuestras opiniones,…

En esta eco-cuaresma el ayuno nos recuerda que también podemos modificar nuestros hábitos de consumo injusto y degradante. Quizás a partir de ahora puedas cambiar tus infusiones habituales de un comercio convencional sencillamente por unas de comercio justo. ¿Se resentirá en exceso tu presupuesto?, pero a lo mejor mejora tu autoestima humana, además de colaborar con un mundo más de Dios.

Oración: esto es lo que más nos cuesta, porque no se ve, porque no se obtienen resultados inmediatos. Es lo que tiene amar, que suele ser gratis.  Orar es adquirir un hábito saludable, por eso te animamos a proponerte un tiempo de oración, pero con realismo, algo que verdaderamente puedas llevar a cabo (mira que no usamos la palabra “cumplir”); proponerse metas ambiciosas que no son realistas genera frustración y abandono de proyecto, y… el proyecto no es otro que aumentar la relación con Dios.

Probablemente tengas cerca una iglesia a la que poder acudir algún rato a lo largo de la semana, o una comunidad con la que compartir alguna celebración, o un ratito en tu habitación, respirando y agradeciendo, respirando y agradeciendo.

A quienes estáis cerca de nuestro monasterio os proponemos compartir con nosotras la oración de la tarde de los sábados, que es la que da comienzo al domingo. Os esperamos a las 19:30 h.

Y en clave de eco-cuaresma la oración nos ayuda a mirar la creación como la mira Dios, con ternura, cuidado y mimo. Creación es todo: tú, el resto de la humanidad, los seres vivos, las montañas, el aire, la nieve, el agua, el cosmos,… Siéntela tuya, como lo más preciado. Y actúa.

Mira este “Decálogo verde”.

Acabamos con algunas líneas de la canción “Asuntos pendientes”.

Miré dentro y pensé que algo debe cambiar,
no puedo caminar con rencor en la piel y en los ojos la sal.
Confiar otra vez en la humanidad,
disfrutar de tus besos, oler en tus manos toda tu bondad.
Encontrar la razón de las horas perdidas,
entender el perdón como un gesto de amor para toda la vida.
Aceptar que hoy es hoy y que ayer fue pasado,
que aprender a vivir es saber descubrir que el futuro está actuando.
Olvidar el dolor de palabras hirientes
y cambiar la razón ojos que no te ven corazón que te siente.
Entregarme a la luz cuando llegue el momento
y buscarte en mi alma, encontrarte, saber y sentir que no tengo asuntos pendientes.
Asuntos pendientes…

***

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Espera

Miércoles, 7 de febrero de 2018
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A modo de imagen, voy a partir de la experiencia de ciertos monjes de los primeros tiempos de la Iglesia, allá por los siglos III y IV. De noche se mantenían de pie, en posición de espera. Se erguían allí, al aire libre, derechos como árboles, con las manos levantadas hacia el cielo, vueltos hacia el lugar del horizonte por el que debía salir el sol de la mañana. Su cuerpo, habitado por el deseo, esperaba durante toda la noche la llegada del día. Esa era su oración. No pronunciaban palabras. ¿Qué necesidad tenían de ellas? Su Palabra era su mismo cuerpo en actitud de trabajo y de espera. Este trabajo del deseo era su oración silenciosa. Estaban allí, nada más. Y cuando llegaban por la mañana los primeros rayos del sol a las palmas de sus manos, podían detenerse y reposar. Había llegado el sol.

Esta espera, de la que es imposible decir si es más corporal o espiritual, si es más específicamente conceptual o afectiva, se encuentra en la experiencia espiritual. Siempre será para nosotros una tentación constante pretender identificar a Dios con algo de orden afectivo o bien de orden racional, de orden físico o bien de orden cerebral. La espera afecta a todo nuestro ser. Y lo que llega a nosotros es, precisamente, el rayo que, iluminando las palmas de nuestras manos y cambiando poco a poco el paisaje, nos anuncia que viene el sol, diferente a lo que la noche nos permite conocer

*

Michel de Certeau,
Mai senza l’altro Magnano 1993.

***

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Vámonos a otra parte…

Domingo, 4 de febrero de 2018
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Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron.

– “Todo el mundo te busca.”

Él les respondió:

“Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

*

(Marcos 1,29-39)

***

La compasión es una cosa diferente a la piedad. La piedad sugiere distancia, incluso una cierta condescendencia. Yo actúo frecuentemente con piedad: doy dinero a un mendigo en las calles de Toronto o de Nueva York, pero no le miro a los ojos, no me siento a su lado, no le hablo. Mi dinero sustituye a mi atención personal y me proporciona una excusa para proseguir mi camino. La compasión, en cambio, es un movimiento de solidaridad hacia abajo. Significa hacerse próximo a quien sufre. Ahora bien, sólo podemos estar cerca de otra persona si estamos dispuestos a volvernos vulnerables nosotros mismos. Una persona compasiva dice: «Soy tu hermano; soy tu hermana; soy humano, frágil y mortal, justamente como tú. No me producen escándalo tus lágrimas. No tengo miedo de tu dolor. También yo he llorado. También yo he sufrido». Podemos estar con el otro sólo cuando el otro deja de ser «otro» y se vuelve como nosotros.

Tal vez sea ésta la razón principal por la que, en ciertas ocasiones, nos parece más fácil mostrar piedad que compasión. La persona que sufre nos invita a llegar a ser conscientes de nuestro propio sufrimiento. ¿Cómo puedo dar respuesta a la soledad de alguien si no tengo contacto con mi propia experiencia de la soledad? ¿Cómo puedo estar cerca de un minusválido si me niego a reconocer mis minusvalías? ¿Cómo puedo estar con el pobre si no estoy dispuesto a confesar mi propia pobreza? Debemos reconocer que hay mucho sufrimiento y mucho dolor en nuestra vida, pero ¡qué bendición cuando no tenemos que vivir solos nuestro dolor y nuestro sufrimiento! Estos momentos de verdadera compasión son a menudo, además, momentos sin palabras, momentos de profundo silencio.

Recuerdo haber pasado por una experiencia en la que me sentía totalmente abandonado: mi corazón estaba sumido en la angustia, mi mente enloquecía por la desesperación, mi cuerpo se debatía con violencia. Lloraba, gritaba, pataleaba contra el suelo y me daba contra la pared. Como en el caso de Job, tenía a dos amigos conmigo. No me dijeron nada: simplemente, estaban allí. Cuando, algunas horas más tarde, me calmé un poco, todavía estaban allí. Me echaron encima sus brazos y me tuvieron abrazado, meciéndome como a un niño.

*

H. J. M. Nouwen,
Vivir en el Espíritu,
Brescia 41998, pp. 101-103, passim

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Lectio divina desde la vida de laicos y laicas en el mundo.

Jueves, 1 de febrero de 2018
Comentarios desactivados en Lectio divina desde la vida de laicos y laicas en el mundo.

donde-esta-la-bendicionHay muchos tesoros en la vida monástica que tiene un mensaje para la vida de los laicos en el mundo. Uno de ellos es la Lectio Divina.

Muchos se preguntarán qué puede interesar esa lectura pausada de la Palabra que hacen los monjes y monjas en los scriptorium. Sentados cada uno en su mesa o pupitre, como maduros colegiales. En silencio van desgranando letra a letra el Mensaje que irá calando en el interior de la persona que se expone a una lectura orante que será alimento para el camino de la vida.

Los monjes necesitan ese alimento pero los laicos también. Adentrarse en la LecturaMeditaciónOración y Contemplación de la Palabra de Dios es alimento nutritivo en la vida espiritual y tendrá su expresión en todos los momentos de nuestra vida.

Creo que  hemos de felicitarnos pues parece que estamos en un tiempo de descubrimiento de la Lectio Divina que en otros tiempos era considerada casi en exclusiva para la vida monástica.

Si nos animamos a hacer que sea un espacio que se incorpore a nuestra vida con la misma naturalidad que cualquiera de los actos personales que realizamos en el día: comer, asearnos, dormir o respirar, en determinado momentos reconoceremos que es necesaria para la vida de los laicos también.

Dejar espacio en el ajetreado día de quienes vivimos en el mundo con tantas y tan diversas tareas, preocupaciones, ruido y poco tiempo para nada que no sea lo que está programado como obligatorio, es una compleja aventura que sólo saldrá adelante si el deseo de Dios es sencillo al tiempo que profundo.

Creo que es importante empezar escogiendo un tiempo y un espacio concretos. Esto no es que sea indispensable pero ayuda mucho a adquirir un hábito, al menos al principio.

¿Cuándo y dónde? Eso ya es cosa de cada uno, mirando su jornada y todo lo que ella trae habitualmente. Lo que es seguro es que lo importante es el primer paso, perseverar y un buen día darse cuenta de que se va haciendo camino.

Cuando vamos a pasar unos días en un monasterio vemos que el horario y los espacios propician el clima de oración, meditación, lectio, etc.; pero esto no pasa en el entorno de los laicos. Sin ánimo de copiar el modelo monástico, vemos que es necesario “hacerse un hueco” físico para adentrarse en la oración y la lectio.

Compartiré una experiencia de hace ya muchos años. Sentí profundamente la necesidad de tener un espacio de soledad, silencio… al menos un poco (tenía tres hijos pequeños), en donde poder sentarme y hacer oración. Elegí un rinconcito del dormitorio: puse un par de cojines, uno para sentarme y el otro de respaldo y una vela. Era fácil de poner y quitar según las necesidades de la habitación, pero se convirtió en “mi sitio orante”.

Entendí enseguida que era importante que no sólo yo tuviera claro de qué se trataba mi espacio y mi tiempo con los dos cojines y la vela, habría de ser paciente y esperar que mi entorno familiar lo integrara con normalidad. Tantas veces, nada más sentarme, aparecía una cabecita por la puerta diciendo: “Mamá, puedes venir un momento”. Yo preguntaba: “¿Es muy urgente o puedes esperar diez minutos?”… “¡Vale, me espero!”.

Oración, silencio, soledad, lectio… en nuestra vida de laicos y laicas en el mundo, es alimento nutritivo para quien busca a Dios.

Como decía Guido, el cartujo, en el siglo XII: “Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad, orando, y se os abrirá por la contemplación”.

Os recomiendo un pequeño libro titulado “Orar con la Lectio Divina- El beso de Dios a su pueblo creyente del abad cisterciense Bernardo Olivera (ocso), Ed. EDIBESA. Es de lectura sencilla y muy práctica.

Publicado en la revista SEGÚN TU PALABRA – Guía para practicar lectio divina sencilla, Nº 110 (enero 2018), págs. 46-47

Mari Paz López Santos

Fuente Fe Adulta

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