Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo,
estremecida, aturdida, vigilante,
expectante… enamorada,
percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón
los rescoldos del deseo de otros tiempos.
Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo,
sintiendo cómo despiertas, con un toque de nostalgia,
mi esperanza que se despereza y abre los ojos,
entre asustada y confiada,
deslumbrada por el agradecimiento.
Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu casa,
enfrentada a las paradojas de esperar lo inesperable,
de amar lo caduco y débil,
de confiar en quien se hace humilde,
de enriquecerse entregándose.
Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu casa,
con la mirada clavada en tus ojos que me miran
con el anhelo encendido y el deseo en ascuas,
luchando contra mis miedos,
queriendo entrar en tus estancias.
Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo y casa,
medio cautiva, medio avergonzada,
a veces pienso que enamorada,
queriendo despojarme de tanto peso, inercia y susto…
para entrar descalza en este espacio y tiempo de gracia.
Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo y casa,
intentando traspasar la niebla que nos separa,
rogándote que enjugues tú mis lágrimas,
queriendo responder a tu llamada con alegría
y salir de mí misma hacia el alba.
Aquí estoy, Señor,
orientando el cuerpo y el espíritu
hacia el lugar de la promesa que no veo,
aguardando lo que no siempre quiero,
lo que desconozco,
lo que, sin embargo, es mi mayor certeza y anhelo.
Aquí estoy, Señor,
¡Tú sabes cómo, mejor que nadie!
¡No te canses de venir!
¡No te canses de llegar!
¡No te canses de entrar
en nuestras vidas y en nuestras historias!
Yo continuaré aquí, confiando en tu promesa
y anunciando tu presencia.
Comentarios desactivados en Oración para ser sorprendido en el nuevo año.
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Oremos…
Para sanar…prepáranos para las sorpresas.
Por la Fortaleza… prepáranos para las sorpresas.
Por la visión… prepáranos para las sorpresas.
Por la transformación… prepáranos para las sorpresas.
Por los mensajeros y mensajes … prepáranos para las sorpresas.
Por la comunidad… prepáranos para las sorpresas.
Por la aceptación, de nosotros mismos y de los demás… prepáranos para las sorpresas.
Por hacer sitio en nuestras mesas…prepararnos para las sorpresas.
Por la búsqueda de la Verdad… prepáranos para las sorpresas.
Por el apoyo… prepáranos para las sorpresas.
Por el Espacio Común… prepáranos para las sorpresas.
Camina a nuestro lado, oh Santo,
mientras nos interrogamos y damos la bienvenida,
mientras desafiamos e invitamos,
a medida que descubrimos y entendemos,
mientras vemos, tocamos, saboreamos, olemos y escuchamos la Novedad que nos espera en el nuevo año.
Que nosotros, Tu Pueblo Santo, caminemos juntos hacia adelante, uno al lado del otro.
Comentarios desactivados en 2023, bajo el signo de la confianza
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.
* * *
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.
¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
y guíame por el camino eterno.
Comentarios desactivados en “Estar bien con Dios”, por Gema Juan OCD
De su blog Juntos Andemos:
Visitar a Juan de la Cruz es siempre un disfrute. Más allá de lo útil, que nunca falta en la cita, se da la dicha del encuentro con un hombre entero. Si fue recordado por quienes le trataron como alguien sumamente amable y afectuoso, todavía ahora, al escucharle en letra de molde, una impresión muy cálida cobija al que se acerca.
Juan de la Cruz se hace próximo y aproxima a lo profundo del ser y de la vida. A la bondad y a la luz. Acerca a Dios. Y, cerca de él, se aprende libertad.
Palabras graves y pequeños consejos, poemas inmensos junto a dichos y letrillas, densa teología, sabiduría y alguna regañina… En su arquilla, que eso parecen sus obras completas, hay multitud de cosas. No es que tenga de todo, es que con él se vislumbra el Todo.
No deja de ser impresionante que el mismo hombre que habla de la terrible profundidad que puede alcanzar la noche de los humanos y de la maravillosa hondura que tiene Dios en todas las personas, ese mismo hombre es capaz de resumir todo el itinerario de la fe, diciendo que se trata de «estar bien con Dios». Así de sencillo.
Eso escribía Juan, desde Segovia, a una doncella de un pueblecito de Ávila. Y con mucha suavidad, reconducía la conversación que llevaban entre manos, pacificándola e invitándola a ir hacia dentro. A conocerse y reconocerse ante Dios, a no gastarse en lo que no llena y a no vaciarse en lo que consume.
«Procure el rigor de su cuerpo con discreción» –apuntaba– nada de excesos externos, Juan era enemigo de toda exterioridad. En cambio, la animaba a la «mortificación y no querer hacer su voluntad y gusto en nada». Y eso –una vez más hay que recordarlo hablando de este santo– no tiene nada que ver con generarse fastidio a uno mismo sino, como él mismo aclara: todo se refiere a «la pasión del Señor» y eso quiere decir que, al igual que Jesús, cualquier renuncia está dirigida a unir la voluntad al Padre bueno y, por tanto, a cuidar de los demás.
Juan creía que los artificios violaban la sinceridad y, en su mayor parte, «el rigor» del tipo que sea, es búsqueda y alarde de sí. Mientras que no buscar la propia voluntad y gusto es, literalmente, preocuparse del bien de los demás, descentrarse del ego y poner delante la alegría y el bien de los otros.
A esta mujer, y en otros lugares de sus escritos, invita Juan a hacer hábito de la presencia de Dios, a acostumbrarse a encontrarle en cualquier circunstancia, para «estar bien con Él». Si a la doncella le recuerda que Dios siempre da gracia, es decir, siempre da su Espíritu para vivir, en otra ocasión dirá que «cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse sosegar», en dejarse en las manos de Dios, más crecerá la «amorosa noticia» de Dios.
Y no solo eso. Estar bien con Dios siempre será estar bien con uno mismo: avanzar por el camino de la integración, de la sanación y la liberación. A la doncella le hablará de lograr «toda en todo» vivir en el amor. La unificación profunda. En otro escrito, hablará de «paz interior y quietud y descanso». Y la paz es siempre señal de plenitud.
Después, como si quisiera resumir el evangelio y ponerlo en las manos de todos, desgranando cómo se está bien con Dios, escribió un Dicho que decía:
«Andar a perder y que todos nos ganen es de ánimos valerosos, de pechos generosos; de corazones dadivosos es condición dar antes que recibir, hasta que vienen a darse a sí mismos, porque tienen por gran carga poseerse, que más gustan de ser poseídos y ajenos de sí, pues somos más propios de aquel infinito Bien que nuestros».
Descubrir que «somos más propios de aquel infinito Bien que nuestros» y que la infinita bondad es nuestra, nos hace generosos y nos lleva a sentir con el evangelio. Juan sabía que solo «el hilo del amor» descubre esa pertenencia y une a Dios. Por eso, confiaba a esa experiencia la salud del corazón y la transformación de la vida:
«Hace tal obra el amor después que le conocí que si hay bien o mal en mí todo lo hace de un sabor y al alma transforma en sí y así en su llama sabrosa la cual en mí estoy sintiendo apriesa sin quedar cosa, todo me voy consumiendo».
Eso es estar bien, dejarse ganar por el amor. Eso es estar bien con Dios, dejar que su amor consuma todo lo que no es Él.
Comentarios desactivados en “Oración y Adviento”, por Gabriel María Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Estamos en unos tiempos de grandes cambios a todos los niveles. Incluso al nivel de las fiestas tradicionales a las que están afectando los cambios sociológicos de calado. Y la Navidad es una de ellas. La primacía religiosa ha dejado paso a las luces y el consumismo; incluso las luces disminuyen por la crisis quedando el regusto consumista cuyo pistoletazo de salida lo tenemos en el americanísimo Black Friday (Viernes Negro) que ya es algo nuestro, donde nos ofrecen grandes descuentos comerciales para estimular la fiebre de compras que empalma con el periodo navideño desde el Adviento.
Los que todavía queremos mantener el sentido religioso y litúrgico de estas fechas, no lo tenemos fácil. Sin embargo, un ambiente a la contra nos viene bien, en parte, para concienciarnos en ser más auténticos al sentirnos necesitados de vivir la Navidad y el Adviento que comenzamos de otra manera más cristiana.
Hablamos en liturgia de celebraciones, de celebrar esta o aquella fecha. Pero las fiestas importantes se preparan para que salgan bien. De ahí la importancia del Adviento para que la Navidad puede serlo de verdad, en el sentido de crecer nuestro conocimiento de Jesús, nuestro amor a Jesús, nuestro compromiso con Él buscando la conversión hacia una vida nueva. Hemos de prepararla bien y por eso dedicamos cuatro semanas para que esta gran fiesta deje huella en nosotros.
Escucharemos en Adviento un mensaje fundamental: “Estad preparados, el Señor viene, abridle las puertas, preparad el camino”.
La venida histórica de Jesús marcó un hito desde el cual se nos propone fiarnos de la Palabra de Jesús y aspirar a más, a más vida, a otros valores que no sean perecederos. Por tanto, el Adviento es un tiempo profético que reclama un acto de fe y una decisión de caminar con mejor paso aprovechando la dimensión interior donde Dios sale a nuestro encuentro para que nada nos detenga, nos esclavice o nos estanque convirtiéndonos en personas mediocres crónicas.
La espiritualidad del cristiano está marcada por la actitud de “Salir al encuentro del Señor que viene“. “Estad en vela, orad…”
Llevo tiempo observando que, lo que es hacer se hace, pero no vemos demasiado fruto: los templos se vacían, las posturas se radicalizan, estamos divididos en modelos de Iglesia cada vez más marcados donde el Papa Francisco tiene menos predicamento dentro que fuera. A veces nuestra casa recuerda la torre de Babel más que una comunidad de hermanos. La realidad global es compleja y cambiante, ciertamente, pero la falta de oración nos debilita en un mundo orientado a la acción, a la novedad y a la superficialidad sin espacio para la contemplación.
Yo añadiría la necesidad de ponernos a la escucha para enmarcar bien el Adviento: “Sin mí no podéis hacer nada”. Orad, porque sin mí no podéis hacer nada.
El salmo 121, por ejemplo, es propicio para el primer domingo de Adviento. Es muy conocido porque lo cantamos en las Eucaristías expresando la alegría del peregrino que sabe que está de camino hacia la Casa del Padre. Los umbrales de Jerusalén son los de la Iglesia comunidad en la fe. La Iglesia pueblo de Dios, nosotros, como las manos de Dios que vivan y acerquen la Buena Noticia. Adviento como tiempo de oración por la Iglesia, para que seamos, como Jesús, fuerza de salvación y tiempo de esperanza.
Es verdad que junto a los buenos deseos, el sufrimiento es difícil de aceptar y de entender. Pero nuestros sufrimientos -escribe la santa Madre Teresa de Calcuta– son como caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.
Son muchos los males que afligen al mundo y a nuestra propia vida, pero eso no debe llevarnos al pesimismo, sino al esfuerzo por la victoria del bien en cada momento, con el prójimo como referencia fundamental… puestos los ojos en Jesús (Pagola). Y en esta lucha por el bien, el Adviento nos reclama con fuerza la necesidad de orar.
Señor, Jesús,
al comenzar este tiempo de Adviento,
ponemos en Ti nuestra confianza.
Fortalece nuestra espera para saber descubrirte
ya presente en nosotros.
Descubrirte en la gente buena
que pasa por la vida haciendo el bien.
Despiértanos de nuestros sueños,
levántanos de nuestro egoísmo.
Prepara nuestros corazones
para que se conviertan en la casa amable y humana
en la que Tú puedas nacer.
Te esperamos y salimos a tu encuentro llenos de alegría.
Y te daremos el mejor de nuestro ser.
Señor, que este tiempo de Adviento
nos ayude a vivir centrados en Jesús.
Comentarios desactivados en Jairo del Agua: Si quieres agua y llueve… ¡Pon el balde majadero! La eficacia de la oración y la imaginación piadosa.
Nos ha hecho “creer” que hay que arrancar los milagros a Dios con la azada de la oración y buenas dosis de dolor y sangre.
Y nos han engañado y nos siguen engañando. Mi lema de juventud era “amor y sacrificio”, como el de varios santos. Error gordo, ahora lo veo claro. Con “amor” basta y sobra.
Algunas amistades me dicen que soy muy bruto escribiendo en un román paladino que ofende a los católicos. Sinceramente, a mí lo que me ofende es que me engañen y que mi Iglesia me haya dejado tirado, como a tantísimos jóvenes de este tiempo. Con la gloriosa excepción de curas y teólogos buenos que, como este predicador de papel, están empujando el carro para sacarlo del socavón de la tradición y el inmovilismo.
Suelo responder a esos cariñosos críticos que lean el Evangelio, que comparen lo que digo y cómo lo digo con las palabras de Jesús a los “guías ciegos”, mucho más duras y contundentes.
La eficacia de la oración no está en unos “resultados” que Dios te envía. No esperes un aprobado o una matrícula. No pretendas un premio en respuesta a la “moneda de la oración” que introduces en el “tragaperras divino”.
Él no puede darte nada porque ya te lo ha dado todo y te lo está dando todo. ¿Cuántas veces das cuerda a tu corazón? ¡Anda, pero si marcha solo! ¿Cuántas veces has pedido que salga el sol? ¿O que las semillas sembradas germinen y den su multiplicado fruto? ¿O que tus hijos crezcan en cuerpo y espíritu? Mi lista de preguntas podría ser inacabable.
Igual, exactamente igual, pasa con todo lo demás. Todo, absolutamente todo, está dispuesto para tu bien y tu felicidad. Pero, amigo mío, eres tú el que se lo tiene que currar, el que tiene que buscar, el que tiene que moverse, el que tiene que sembrar. Porque tú eres el administrador de tu vida.
Son inútiles las cadenas de oración, las novenas, los rosarios, las misas, las peregrinaciones… Eso solo son “imaginaciones piadosas” y esfuerzos baldíos. Salvo que te ILUMINEN y FORTALEZCAN, te empujen a actuar y hagas lo que te corresponda. ¡No pidas Paz, sé pacífico! ¡No pidas Luz, utiliza la cabeza! ¡No pidas fraternidad, sé hermano de verdad! ¡No insistas en pedir amor para todos, derrocha tu amor a todos!
Nos han consolado con la “imaginación piadosa” de creer que cada vez que rezas Dios te suelta unas “gotitas de gracia”, por eso hay que insistir tanto. ¡Qué torpes! ¡Dios se está derramando siempre sobre sus criaturas! Pero eres tú el que tiene que poner el balde y recoger su lluvia abundante y permanente. “Estoy a la puerta y llamo” (Ap 3,20). Él está siempre a nuestro favor, aunque no sepas ni rezar.
¿Por qué, entonces, sentimos consuelo con nuestras prácticas piadosas erróneas? (Siempre que sean sinceras e interiorizadas). Muy sencillo, por “el agujero”. Porque todos los seres humanos nacemos con un “enorme agujero dentro”, el ansia de una Madre, el “íntimo intimísimo de ti mismo”, ese “reino de Dios” que predicó el Nazareno, el ombligo por donde te alimenta la Trascendencia a la que sigues unido, quieras o no, lo sepas o no.
Esa emoción al acudir al Creador es consecuencia de tu fragilidad, de tu pequeñez, de tu “agujero”, que necesita ser llenado para sentirse seguro y en paz ante las inclemencias de la vida. “Nos hiciste, Señor, para ser tuyos. Y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín).
Si, en vez de cristiano, fueras miembro de una tribu inculta, sentirías parecido consuelo al rezar al “tótem pájaro” que preside el poblado. Muchos antepasados adoraron al sol y sintieron tu misma emoción.
Lo que no entiendo es que, siendo cristianos, todavía recemos a “pájaros” sin que en nuestra conciencia suene una aguda alarma. Es el entontecimiento de las “rutinas” impuestas por un “ambiente religioso” prepotente, irrebatible y utilitarista.
No importa en QUIÉN se crea. Lo importante son los BENEFICIOS que esperas obtener. Hemos vendido nuestra capacidad de pensar por unas falsas seguridades. Lo mismo que en la tribu primitiva.
Como católico no puedo rendir mi libertad y conciencia al “sometimiento clerical”. No puedo aceptar que no hayamos avanzado casi nada después de siglos de “revelación progresiva” (luces sucesivas de Dios para hacerse entender por el hombre, limitado, frágil, primitivo e incapaz). Y no sepamos distinguir al Abba de una efigie, de un becerro de oro o de un tragaperras. Lo importante -parece- es tener un “agarradero” para sentirnos seguros.
Hemos llegado al monoteísmo judío y poco más. Ni siquiera las revelaciones del Hijo han prosperado. ¿Por qué? Porque miramos ATRÁS, cosificamos la Religión, momificamos el Libro (en vez de mirar sus luces, coleccionamos los troncos quemados), consagramos a los “sirvientes” (que se erigen en guías “poderosos e irrefutables”). Y, sobre todo, no utilizamos la cabeza (nos han enseñado que la “fe” es decir “amén”, aún en contra de la razón).
Nuestra Iglesia católica es, a estas alturas,más judía que cristiana (perdonad si molesto con la evidencia). Está adherida al Dios “intervencionista y mágico” de los judíos, incompatible con el Abba de Jesús. Por eso en vez de sentirnos LIBRES siguiendo a Quien vino a liberarnos, estamos ATADOS a lo ANTIGUO y a las “interpretaciones erróneas” de los primeros judeocristianos.
Y no me duelen prendas en incluir a Pablo, Pedro y demás apóstoles primeros. Ellos no pudieron verlo todo, ni entenderlo todo, imbuidos como estaban en su judaísmo. Se lo advirtió Jesús: “Pero ahora no estáis capacitados para entenderlas…” (Jn 16,12). También ellos tenían derecho a equivocarse, como lo tenían a montar en burra.
Muchos siglos después nosotros tenemos derecho a VER lo que ellos no pudieron ver y a viajar en avión mejor que en pollino. Tenemos derecho y obligación de marginar el judaísmo primero y sus ignorancias para ser “fieles al Hijo” que vino a mostramos cómo era el Padre, nuestro modelo. “Oísteis que fue dicho… pero yo os digo…” (Mt 5,21).
El que crea que exagero o disparato que preste atención a las “oraciones oficiales”. Comprobará que el 75% son “instrucciones a Dios para que cumpla”. Otro 15% son “encomiendas a seres humanos” para que convenzan a Dios de que sea misericordioso y ceda. Solo un porcentaje exiguo son alabanzas, gracias, ofrecimientos, expresiones de confianza (fe) o expresiones de nuestros deseos y determinaciones.
Sin embargo, en la oración, lo único posible es buscar LUZ y ENERGÍA para caminar el Camino de la existencia, buscar la Verdad y motivar la Vida, abriéndonos a la Fuente. Para eso es la Comunidad y las oraciones comunitarias. Para eso es la Iglesia.
El Padre ya lo tiene todo cumplido y realizado, volcado siempre sobre sus criaturas. Somos nosotros los que debemos seguir sus instrucciones, no a la inversa. Y tener la seguridad (fe) de que está ACTUANDO desde dentro y fuera de nosotros, sin pedirlo siquiera.
Amigo mío, Dios siempre llueve. Eres tú el que tiene que sacar el balde grande y limpio de tu persona para que se llene con su derroche. Dios siempre cumple, porque es fiel. Eres tú el que puede perderse por falta de LUZ y fracasar por falta de ENERGÍA.
Para eso vas a la iglesia. NUNCA para disparatar dándole instrucciones al mismísimo Dios e insultarle llamándole sordo, desmemoriado e inmisericorde.
Yo ya no puedo decir “Señor ten piedad”. Me brota del fondo un rotundo “Señor Tú tienes piedad”, “Señor Tú nos das la Paz”. Y me siento seguro y gozoso. ¿Cómo podemos decir a la Piedad Infinita que tenga piedad?
Te he contado mi experiencia y mis convicciones. Ahora tú haz con tu balde lo que quieras. Mantenlo en el trastero de las rutinas y sigue pidiendo que se llene de agua. Pero no te extrañe si, al cabo de los años, tu balde sigue vacío y seco. Y hasta puede que te atrevas a mencionar el “silencio de Dios”, esa gran blasfemia de los que no aprendieron aquello de “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!” (Mt 13,9 y más).
P.D.
“Dios no necesita el olor de los humos de ningún sacrificio ni de ninguna expiación humana”. “Salva el amor de Dios. No salvan las religiones, ni el culto, ni los cumplimientos legalistas”.
“El misterio de Dios desborda todas las religiones, incluido el cristianismo. Nosotros conocemos la manifestación última y más plena de Dios en Jesús, pero la riqueza de su revelación permanece abierta a la acción del Espíritu. Nuestro espíritu debe estar, por tanto, abierto”.
José Mª Mardones en “Matar a nuestros dioses” (Cap. 7- 5).
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Hoy se celebra el Día de la Reforma, que supuso para todas las confesiones cristianas, un redescubrimiento de la Palabra. Celebremoslo con nuestros hermanos y hermanas de las iglesias luteranas, reformadas, evangélicas…
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2: 12-13).
“Tengo tantas cosas que hacer,
que pasaré las primeras tres horas orando”
(…)
“La oración no es para cambiar los planes de Dios.
Es para confiar,
descansar en Él,
y hallar la paz”
*
Martin Lutero
***
“Omnipotente y eterno Dios, ¡qué terrible es este mundo! ¡Cómo quiere abrir sus quijadas para devorarme! ¡Y qué débil es la confianza que pongo en ti! Dios mío, protégeme en contra de la sabiduría mundanal. Lleva a cabo la obra, puesto que no es mía; sino tuya. No tengo nada que me traiga aquí, ni tengo controversia alguna con estos grandes de la tierra. Desearía pasar los días que me quedan de vida, tranquilo, feliz y lleno de calma. Empero, la causa es tuya; es justa; es eterna. ¡Dios mío, ampárame, tú eres fiel y no cambias nunca¡ No pongo mi confianza en ningún hombre.
¡Dios mío, Dios mío!, ¿No me oyes? ¿Estás muerto? No, no estás muerto, más te escondes. Dios mío, ¿dónde estás? Ven, ven. Yo sé que me has escogido para esta obra. ¡Levántate, pues, y ayúdame! Por amor de tu amado Hijo Jesucristo, que es mi defensor, mi escudo y mi fortaleza, ponte de mi lado. Estoy listo, dispuesto a ofrecer mi vida, tan obediente como un cordero, en testimonio de la verdad. Aun cuando el mundo estuviera lleno de diablos; aunque mi cuerpo fuera descoyuntado en el ‘potro’, despedazado y reducido a cenizas, mi alma es tuya: tu Sagrada Escritura me lo dice. Amén. ¡Dios mío, ampárame! Amén.”
*
Martín Lutero
Oración antes de presentarse ante la dieta de Worms. Salmo 43
***
Lutero, orante de gran fe, visitó a Melanchton en una ocasión en que éste se encontraba en estado agonizante. Su muerte parecía tan próxima como inevitable. Entre sollozos, oró Lutero pidiendo a Dios la recuperación física de su más íntimo colaborador. Una exclamación vehemente al final de la oración hizo salir a Melanchton de su estupor. Sólo pronunció unas palabras: «Martín, ¿por qué no me dejas partir en paz?» «No podemos prescindir de ti, Felipe», fue la respuesta. Lutero, de rodillas junto al lecho del moribundo, continuó orando por espacio de una hora. Después persuadió a su amigo para que comiera una sopa. Melanchton empezó a mejorar y pronto se restableció totalmente. La explicación la daba Lutero con estas palabras: «Dios me ha devuelto a mi hermano Melanchton en respuesta directa a mis oraciones»
*
José M. Martínez Pensamiento Cristiano, Octubre 2011
***
“Concede, Dios Todopoderoso, que desde que estamos bajo la dirección de tu Hijo hemos sido unidos al cuerpo de tu Iglesia que, en muchas ocasiones se ha dispersado o desgarrado en pedazos; permite que podamos continuar en la unidad de la fe, y que luchemos con perseverancia en contra de todas las tentaciones de este mundo y que nunca nos desviemos del camino correcto, sin importar los nuevos problemas que se presenten diariamente; y aunque estemos expuestos a muchas muertes, permite que el temor no se apodere de nosotros/as de manera tal que extinga la esperanza de nuestros corazones; sino que, al contrario, levantemos nuestros ojos y nuestras mentes y todos nuestros pensamientos a tu gran poder, por el cual aligeraste la muerte, y levantaste de la nada cosas que no existían, para que así, aunque estamos expuestos a ruina diariamente, nuestras almas puedan aspirar a la salvación eterna hasta que verdaderamente te reveles como la fuente de vida, cuando podamos disfrutar de esa dicha sin fin que ha sido obtenida para nosotros por la sangre de tu único Hijo nuestro Señor. Amén.”
*
Juan Calvino
***
«Acostumbro a definir este libro como una anatomía de todas las partes del alma, porque no hay sentimiento en el ser humano que no esté ahí representado como en un espejo. Diría que el Espíritu Santo colocó allí, a lo vivo, todos los dolores, todas las tristezas, todos los temores, todas las dudas, todas las esperanzas, todas las preocupaciones, todas las perplejidades hasta las emociones más confusas que agitan habitualmente el espíritu humano».
*
Juan Calvino (1509-1564)
prefacio de su comentario a los salmos
***
““El Señor nos mandó a orar. El lo ordenó, no tanto para su propio bien, sino para el nuestro. El actúa –como es correcto– para que la gloria sea para él, el reconocimiento de que todo lo que deseamos y consideramos para nuestro beneficio, viene de él.”
Dispuestos en la mente y el corazón, como corresponde a aquellos que entran en conversación con Dios… desde el fondo de nuestro corazón… las únicas personas que debida y correctamente se ceñirán para orar son los que están tan conmovidos por la majestad de Dios, que, libre de cuidados y afectos terrenales, llegan a la misma… manteniendo la disposición de un mendigo… con afecto sincero de corazón, y al mismo tiempo el deseo de obtenerlo de él… pedir con fe, no dudando nada…”
“… A menos que nos fijemos ciertas horas en el día para la oración, fácilmente se deslizará de nuestra memoria… A pesar de que nuestras mentes siempre deben estar levantadas a Dios, hay ciertas horas que no debemos dejar pasar sin oración- cuando nos levantamos en la mañana; cuando comenzamos y terminamos los alimentos cuando nos vamos a la cama. Pero también cuando nosotros u otros estamos siendo amenazados de cerca por peligro debemos volvernos a Dios por ayuda; cuando el bien nos llega debemos volvernos a Él en acción de gracias. De nuevo, debemos siempre dejar a Dios Su libertad y no decirle lo que debe hacer. Dejamos nuestra voluntad a Su disposición, y paciencia, no debemos cansarnos de orar.”
Comentarios desactivados en “No tenemos ni idea de hacia dónde vamos”
Oración plural, oración en comunidad
Mari Paz López Santos
Madrid
ECLESALIA, 10/10/20.- Hace unos días volví a leer una oración que desde que la conocí hace un montón de años, me afecta, me reta, me adentra en el silencio y me invita a confiar. Me gusta leerla primero en inglés, idioma en el que fue escrita:
“My Lord God, I have no idea where I am going. I do not see the road ahead of me. I cannot know for certain where it will end. Nor do I really know myself, and the fact that I think that I am following your will does not mean that I am actually doing so. But I believe that the desire to please you does in fact please you. And I hope I have that desire in all that I am doing. I hope that I will never do anything apart from that desire. And I know that if I do this you will lead me by the right road though I may know nothing about it. Therefore will I trust you always though I may seem to be lost and in the shadow of death. I will not fear, for you are ever with me, and you will never leave me to face my perils alone”.
Y luego en mi propio idioma:
“Mi Dios y Señor, no tengo idea de hacia donde voy. No veo el camino delante de mí. No puedo saber con certeza donde finalizará. Tampoco me conozco realmente a mí mismo y el hecho de creer que estoy siguiendo tu voluntad no significa que realmente lo esté haciendo. Pero creo que el deseo de complacerte hace, de hecho, que te complazca. Espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada lejos de este deseo. Sé que si actúo así tú me guiarás por el camino recto, aunque no puedo saber nada sobre ello. Por tanto confiaré siempre aunque pueda parecer que estoy perdido y en sombra de muerte. No temeré, tú estás siempre conmigo y nunca me dejarás solo frente a mis peligros”.
En este tiempo en el que el Sínodo nos ha puesto a revisar lo que significa Caminar Juntos, con “permiso” del autor, Thomas Merton*, me he permitido la licencia de que en esta oración suene a coro de voces o de silencio del corazón de muchos. He querido orar en plural, orar en comunidad:
Nuestro Dios y Señor, no tenemos idea de hacia dónde vamos. No vemos el camino delante de nosotros. No podemos saber con certeza donde finalizará. Tampoco nos conocemos realmente a nosotros mismos y el hecho de creer que estamos siguiendo tu voluntad no significa que realmente lo estemos haciendo. Pero creemos que el deseo de complacerte hace, de hecho, que te complazcamos. Esperamos tener este deseo en todo lo que estamos haciendo. Esperamos no hacer nunca nada lejos de este deseo. Sabemos que si actuamos así tú nos guiarás por el camino recto, aunque no podamos saber nada sobre ello. Por tanto confiaremos siempre aunque pueda parecer que estamos perdidos y en sombra de muerte. No temeremos, tú estás siempre con nosotros y nunca nos dejarás solos frente a nuestros peligros.
Creo que en el camino sinodal hemos de acompañarnos unos a otros y también, cómo no, dejarnos acompañar por los que nos antecedieron, que se nos juntan de esa otra manera a la que todos llegaremos.
Gracias, hno. Thomas Merton por dejarnos escrita esta oración. Sé que te gustará escucharla en plural comunitario
*Thomas Merton (1915-1968) monje cisterciense del monasterio de Getsemaní (Kentucky, USA); oración en el libro “Pensamientos en la soledad”.
Comentarios desactivados en “Contra el rosario”, por José Ignacio González Faus
Provocativamente
El rosario fue un gran invento en una época en que la mayoría de la gente no sabía leer y estaban muy acostumbrados a las repeticiones por la falta de variedad de ofertas en la vida de entonces
En la sociedad actual, además de que casi todo el mundo sabe ya leer, las repeticiones de entrada nos distraen y nos cansan dado que nuestra vida está repleta de mil ofertas diversas (televisión, cine, literatura, espectáculos deportivos…).
Uno de los grandes errores del sector conservador de la Iglesia es convertir en recetas mágicas unas prácticas que solo son medios, no fines
El título es deliberadamente provocativo. Podría haber titulado: contra la absolutización del rezo del rosario hoy. Y eso es más fácil de explicar. El rosario fue un gran invento en una época en que la mayoría de la gente no sabía leer y estaban muy acostumbrados a las repeticiones por la falta de variedad de ofertas en la vida de entonces. En la sociedad actual, además de que casi todo el mundo sabe ya leer, las repeticiones de entrada nos distraen y nos cansan dado que nuestra vida está repleta de mil ofertas diversas (televisión, cine, literatura, espectáculos deportivos…). No se trata de discutir ahora qué mentalidad es mejor: se trata simplemente de que la oferta cristiana (y en concreto, la invitación a la oración) pueda llegar a las gentes de hoy.
Ya hace años comencé a encontrarme con gentes que me decían que el rosario les resultaba aburrido porque de tanto repetir avemarías, se distraían mucho. Solía dar entonces la siguiente respuesta: el objetivo del rosario es eso que decimos ante cada decena de avemarías: “en contemplación de este misterio”. Lo que importa es contemplar, no repetir. Por tanto: reduce cada misterio a solo un padrenuestro y un avemaría y, en cambio, párate un par de minutos intentando contemplar: a María visitando a Isabel, a Jesús azotado, a los apóstoles transformados por la presencia del Espíritu etc.; mira de empaparte un poco de esa escena y luego basta con un pater y un ave.
Cuento todo esto a propósito de un episodio que acaba de ocurrir, este mismo mes, en un lugar de España de cuyo nombre no quiero acordarme: un colegio católico decide imponer a chavales adolescentes el rezo diario del rosario. Un cura lo dirige; y quizás intuyendo que aquello podía serles un poco aburrido decide que cada muchacho rezará en alta voz la primera parte de las avemarías. La cosa discurre más o menos monótona hasta que a un chaval (quizás ya un poco harto) se le ocurre gritar, cuando le toca a él, la canción de David:“Ave María, mañana serás mía”…
Es fácil imaginar la que se armó: carcajada general, el rosario se interrumpe, escándalo oficial, y el muchacho castigado y seguramente expulsado del colegio. Mi reflexión al conocer la anécdota fue más o menos esta: ese muchacho mañana será ateo. Ya tenemos un ateo más en esta España anticlerical, fruto quizás de aquella advertencia de Isaías, que repiten san Pablo y el Vaticano II: “por culpa vuestra es blasfemado el nombre de Dios entre las gentes”…
Por supuesto, el chaval cometió una tontería (cosa por otra parte muy de esperar a esa edad). Pero hay añadir también que la dirección del colegio fue en parte causa de esa tontería. Sin conocerle, me atrevo a decir desde aquí a ese cantor improvisado: “te has pasado muchacho; pero quiero decirte que, como cristiano, estoy de tu parte”.
Porque de lo que se trataba es de enseñar a la gente a orar. Y hoy, con la cantidad de medios que hay para eso (en lecturas, en las redes…) el camino para enseñar a orar a nuestra gente es otro. Hasta se puede añadir que Jesús ya avisó: “cuando oréis no habléis demasiado”; y 50 avemarías parece que son demasiado. Por supuesto, esos otros caminos exigirán mucho más esfuerzo al acompañante. Pero en ningún lugar está dicho que evangelizar sea algo así como hacer propaganda de la Cocacola. Sí que está visto en cambio que, cuando ya de joven, una persona es bien introducida en el cultivo de su interioridad y del Misterio que la habita, eso puede configurarla para toda su vida futura.
Uno de los grandes errores del sector conservador de la Iglesia es convertir en recetas mágicas unas prácticas que solo son medios, no fines. Olvidando que los medios han de ser aptos para la meta que se pretende; cuando no lo son hay que buscar otros. En vez de eso se convierten en fines lo que solo son medios, se les sacraliza de manera supersticiosa (las tres avemarías, los cinco primeros sábados, los primeros viernes, oraciones a san Antonio para los objetos perdidos…). No tengo nada contra esas prácticas: a quien de veras le ayuden que las siga practicando; pero que no las imponga como medio de evangelización. Porque eso es una forma de crear futuros increyentes.
En esta España, descristianizada reactivamente y anticlerical visceralmente, el anuncio de la fe exige una inculturación muy profunda. Pero vale la pena ese esfuerzo porque llevamos entre manos una buena noticia impresionante. Como suelo decir a veces: yo ya me voy, pero rezo para que los cristianos del futuro sean, a la vez, enormemente fieles y enormemente modernos. No como aquellos judaizantes contra los que gritaba Pablo en su carta a los gálatas, tras anunciar la libertad cristiana, mientras ellos pretendían, por así decir, “comprar a Dios” con una serie de viejas prácticas sacralizadas (como la circuncisión y demás). Permítanme que les repita: “¡oh insensatos gálatas!”
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Al templo se sube – o quizá haya que bajar -;
pero siempre el camino nos pide un poco de ascesis
– vivir conscientemente,
superación de la monotonía,
ir más allá de donde estamos… –
y andar por sendas de justicia e igualdad.
Se sube -o quizá haya que bajar- a orar,
a escuchar atentamente,
a dialogar,
a dejarse interpelar e interpelar
a cobijarse en el amor y a amar,
a gozar en soledad de tu compañía…
A orar estamos invitados todos,
aunque sea a escondidas,
tengamos costumbre o monotonía,
seamos legos en esta materia
o no sea lo que se estila.
Todos, fariseos y publicanos,
ricos y pobres,
sabios y torpes,
agnósticos, ateos y creyentes,
cristianos y no cristianos…
Y oramos al mismo Dios,
aunque no nos pongamos de acuerdo
y parezca mentira…
Al orar, hoy y siempre,
lo importante es lo que sale de dentro,
y el que seamos un poco más conscientes
de quién eres tú
y de quiénes somos nosotros.
Para ello, hay que desnudarse,
estemos en primera o última fila,
y bañarnos en tus fuentes de agua viva
que corre gratis
y ofrece vida, paz y alegría..
Pero no siempre sucede lo que decimos,
porque el quedar bien y la apariencia
nos lleva al autoengaño,
y las justificaciones nos visten,
nos hacen impermeables
y no nos dejan exponernos, como nos creaste,
e introducirnos en tus manantiales…
Y del templo
siempre hay que bajar – o subir –
a los caminos de la vida
donde tú nos pusiste y quieres enseguida.
¡Pero qué distinto es hacerlo
cargados o ligeros de equipaje,
conscientemente o envueltos en redes,
sostenidos u orgullosamente firmes,
humildemente o entronados en pedestales,
seguros de nosotros mismos o asidos a tu Espíritu,
justificados o como hemos ido…
como el publicano o como el fariseo!
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú
me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
*
Blas de Otero Ángel fieramente humano (1950)
***
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
– “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.”
Por algún tiempo se llegó, pero después se dijo:
– “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.””
Y el Señor añadió:
– “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?“
*
Lucas 18, 1-8
***
Toda oración nace de una situación de desconsuelo. Si ruego a alguien es porque tengo necesidad de él. Y si mi oración no es escuchada de inmediato, corre el riesgo de quedar humillada y puede hacer que me encierre en mí mismo, en un abismo aún más negro que aquel del que quisiera sustraerme: la desesperación. Toda oración que sea verdaderamente tal se sostiene, fatigosa y delicadamente, entre la desesperación y la esperanza.
Jesús nos sugiere que, cuando nos dirijamos a Dios, oremos siempre, sin cansarnos nunca. A largo plazo, por ser una oración verdadera, se confundirá con la espera humilde, paciente, vacilante, pero que no disminuye nunca, a no ser que quiera contentarme con una oración mágica, que haga saltar la respuesta de una manera automática, instantánea, barata.
Ahora bien, cuando se trata de oración verdadera, cuando se trata de la gran herida del mundo que se abre a la mirada de Dios, del fundamental desconsuelo del hombre que pide gracia, Dios desea que sea cara. Dios espera que el hombre luche con él, desea la confrontación entre la pobreza y la gracia, porque desea ardientemente dejarse vencer por la oración. Cuando un hombre grita su desconsuelo ante Dios – y no sólo el suyo propio, sino también la inmensa angustia del mundo-, se manifiesta y se realiza un gran misterio de amor. Dios escucha atenta, amorosamente, esta oración, como la respiración del universo.
Cuando la oración brota del corazón del hombre, es el mundo el que empieza a respirar. Dios se inclina y escucha esta oración convertida en el aliento secreto del mundo, que le da vida interior y que debe despertarlo a Dios. El mundo entero se encuentra, en toda oración, como un gran niño adormecido en los brazos de Dios y a punto de despertarse bajo su mirada, al rumor de su propia respiración.
*
A. Louf, Solo el amor será suficiente,
Cásale Monf. 1985, pp. 192-194, passim.
Septiembre se conoce como el mes de la Biblia, especialmente porque el día 30 se celebra la fiesta de San Jerónimo, quien fue el que tradujo la Biblia del hebreo, del arameo y del griego al latín, en el siglo IV, -versión que se conoce como la Vulgata (edición para el vulgo, para el pueblo)- posibilitando así que muchas más personas pudieran tener acceso a ella. Al recordar este hecho la pregunta que nos surge es sí, en realidad, la Biblia ha llegado “al pueblo”, si es parte de la espiritualidad cristiana y si constituye la referencia primera y fundamental de nuestra Iglesia.
En una mirada rápida y, tal vez, superficial, se respondería afirmativamente porque en la eucaristía ocupa un lugar central e incluso, en muchas celebraciones, se hace una entronización de este libro sagrado con mucha solemnidad. Además, muchos creyentes la tienen en su casa y muestran un respeto real hacia ella.
Pero si profundizamos un poco más, nos damos cuenta de que todavía falta mucho para que la Sagrada Escritura sea un “alimento” central en la vida cristiana. Todavía no se ha logrado -como tal vez lo han logrado más las iglesias cristianas no católicas- que el creyente lea la biblia, la medite, se deje interpelar por esa palabra, encuentre en ella la fuerza y orientación para su vida.
Hay varias causas que podrían explicar este poco acercamiento de los creyentes a la Biblia. Nombremos algunas a manera de propuesta de reflexión, sin tener la total certeza de que esas sean las razones más claras que lo expliquen.
Comencemos fijándonos en la liturgia. El único que proclama el evangelio y lo explica es el ministro ordenado. El resto del pueblo de Dios escucha -cuando no se distrae lo cual es fácil en situaciones de solo escucha- y no tiene ninguna posibilidad de establecer un diálogo frente a lo que escuchó y mucho menos de compartir lo que ese texto le dice. En otras palabras, nuestras liturgias siguen manifestando que el clero es el que enseña y el laicado es el que aprende. Así lo determina la liturgia actual y no será este comentario el que la cambie. Pero conviene pensarlo para propiciar, algún día, cambios que son necesarios porque en la medida que tomemos conciencia de lo que vivimos, podremos empujar para que las cosas cambien.
Si nos fijamos en las prácticas de oración que la iglesia fomenta mayoritariamente, estas consisten en realizar novenas, rosarios, procesiones, adoraciones al santísimo, etc. Todas estas prácticas son valiosas y ayudan a sostener la fe de las personas. Pero en estas prácticas no está muy incorporada la Sagrada Escritura. Parece que da tranquilidad el saber que se cumplió con los pasos que se proponen para rezar una novena, por ejemplo, y esto es suficiente.
Una semana para descubrir la “inagotable fuente de sentido” de la Biblia.
Lo anterior no quiere decir que, algunas personas no oren con el texto bíblico, pero no es una oración que se fomente con la intensidad con la que se insiste en las otras prácticas. La meditación de la Sagrada Escritura es más propia de la vida religiosa o de alguna porción del laicado que comparte la espiritualidad de una congregación religiosa, pero no para el conjunto del pueblo de Dios que acude a la parroquia y a las celebraciones litúrgicas.
Otra realidad que también acompaña a la Iglesia católica es que a veces se le ha dado más importancia al magisterio que a la Sagrada Escritura. Muchas veces las predicaciones se centran en la doctrina -reforzándola con lo dicho por el magisterio- más que en el anuncio de la Buena Noticia que trae la Palabra de Dios. De hecho, el papa Francisco insistió en la Exhortación Evangelii Gaudium (2013) que “el texto bíblico debe ser el fundamento de la predicación” (n. 146). Bien sabemos que muchas homilías son más “moralistas y adoctrinadoras” (n. 142), que un diálogo entre Dios y su pueblo. Vaticano II afirmó que la Biblia “es el alma de la teología” (Optatam Totius n. 16) y, sin embargo, algunos programas teológicos, tienen más asignaturas sobre dogma y magisterio que sobre Biblia.
Como podemos ver, es difícil el camino que hemos de recorrer para que la Sagrada Escritura pueda ser esa palabra rica, capaz de alimentar, sostener, animar la vida creyente; pero precisamente esa es la tarea que podemos seguir impulsando al conmemorar el mes de la Biblia. El texto del profeta Isaías (55, 10-11) nos ayuda a pensar en la manera como la palabra de Dios actúa en la vida cristiana: “como desciende la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié”.
¿Es la Biblia “Palabra de Dios”?
Ahora bien, no olvidemos que la biblia hay que interpretarla adecuadamente para no hacerle decir lo que no dice. En eso tanto católicos como cristianos no católicos tienen mucho que aprender. Abunda el “fundamentalismo” en la lectura bíblica. La Palabra de Dios ha de interpretarse y por eso es necesario hacer mínimo dos preguntas: ¿qué quiso decir el texto bíblico en el contexto en el que se escribió? y ¿qué quiere decirnos hoy para nuestro contexto? No podemos olvidar los géneros literarios en los que fue escrita la biblia, las condiciones socio culturales del tiempo en el que se escribió que no corresponden a las nuestras y, de ahí, la necesidad de una interpretación adecuada.
Busquemos, entonces, fortalecer nuestra vida cristiana con el contacto asiduo, directo, constante con la Palabra de Dios. Deseemos aprender a interpretarla. Pongamos los medios para ello. Esto redundará en frutos de vida y vida en abundancia (Jn 10.10) porque la palabra de Dios interpela, renueva, consuela, anima, desinstala, impulsa, en otras palabras, mantiene la vitalidad de nuestro amor a Dios y al prójimo, razón de ser de nuestra vida cristiana.
Comentarios desactivados en Estad como los que aguardan…
Teresa de Jesús, que vivió intensamente la vida, nos invita a nosotros a vivirla con agradecimiento, en atenta espera del Amado, con absoluta confianza porque nos sabemos de su rebaño…
Teresa de Jesús vivió asombrada. ¿Acaso se puede vivir de otra manera la fe? El don de Dios, en el misterio de su humanidad, la dejó ‘espantada’, como ella decía. La oración interior fue su manera de responder al milagro de la Presencia: “En lo muy muy interior siente en sí esta divina compañía” (7Moradas 1,7). En estos días de agosto, de tiempo ordinario o vacacional, Teresa de Jesús nos invita a mirar asombrados “El amor que nos tiene Jesús porque … De tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar Él de ella” (7M 2,3).
Lo que escuchó María: ‘Para Dios nada es imposible’, fue, para Teresa de Jesús, la fuerza que la empujó a realizar los sueños de Dios, desafiando las dificultades. Le decían que la vida nueva que quería vivir era “un disparate” (V 32,14), que las mujeres “no han menester esas delicadeces” (Camino 21,2), pero Jesús había juntado su debilidad con su poder, había engrandecido su nada. A nosotros, tentados tan a menudo por el desaliento, nos conviene escuchar el coraje de Teresa de Jesús: “Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, murmure quien murmurare” (C 21,2).
Lo que le oyó a Jesús Teresa es un excelente programa de vida para nosotros: “Que mirase por sus cosas (las de Jesús), que Él miraría por las suyas” (7M 3,2). “No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen” (7M 4,16). Ahí está la belleza del testimonio: “Sea Dios alabado y entendido un poquito más, y gríteme todo el mundo” (7M 1,5).
*
Tomado del boletín teresiano del CIPE
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”
Pedro le preguntó:
– “Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”
El Señor le respondió:
– “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.”
*
Lucas 12, 32-48
***
Dichosos los que han optado por vivir con sobriedad para compartir sus bienes con los más pobres. Dichosos los que renuncian a más ofertas de trabajo para resolver los problemas de los parados.
Dichosos los funcionarios que agilizan los trámites burocráticos e intentan resolver los problemas de las personas no informadas.
Dichosos los banqueros, los comerciantes y los agentes de venta que no se aprovechan de las situaciones para aumentar sus beneficios.
Dichosos los políticos y los sindicalistas que se comprometen a encontrar soluciones concretas al paro.
Dichosos nosotros cuando dejemos de pensar: «¿Qué mal hay en defraudar? Lo hacen todos…».
Entonces, la vida social se convertirá en una anticipación del Reino de los Cielos.
Comentarios desactivados en El poder de la oración.
¡Cómo quisiera, amigo de Dios, que estuvieras siempre lleno del Espíritu Santo en esta vida! ¡Os juzgaré en aa condición en que os encuentre!, dice el Seńor [cf. Mt 24,42; Me 13,33-37; Lc 19,12ss). ¡Ay de nosotros si nos encuentra cargados de preocupaciones y fatigas terrestres!
Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración lo hace más que cualquier otra cosa, ya que siempre está a nuestra disposición.
Podrías sentir el deseo, por ejemplo, de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o bien han acabado los oficios; podrías sentir deseos de hacer limosna, pero no encuentras a ningún pobre o bien no tienes monedas en el bolsillo; es posible que quisieras encontrar alguna otra buena acción para hacerla en nombre de Cristo, pero no tienes fuerza suficiente o bien no se te presenta la ocasión; nada de todo esto, sin embargo, afecta a la oración: todo el mundo tiene siempre la posibilidad de orar.
Es posible valorar la eficacia de la oración, hasta cuando es un pecador el que la hace, si la hace con un corazón sincero, a partir de este ejemplo que nos refiere la santa Tradición: al oír la imploración de una madre desgraciada que acababa de perder a su único hijo, una prostituta, que había encontrado por el camino y se sentía conmovida por la desesperación de aquella madre, se atrevió a gritar al Seńor: ¡No por mí, indigna pecadora, sino a causa de las lágrimas de esta madre que llora a su hijo y sigue creyendo en tu misericordia y en tu omnipotencia, resucítalo, Seńor! Y el Seńor lo resucitó. Amigo de Dios, éste es el poder de la oración
*
I. Garainof, Serafin de Sarov,
Milán 1995, p. 161.
Padre nuestro tu que estás
en los que aman la verdad,
haz que el reino que por Ti se dio
llegue pronto a nuestro corazón,
que el amor, que tu hijo,
nos dejó, ese amor…
habite en nosotros.
*
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
*
Y en el pan de la unidad,
Cristo danos Tú la paz
y olvidate de nuestro mal,
si olvidamos el de los demás,
no permitas, que caigamos
en tentación…
oh señor…
y ten piedad…
del mundo.
*
***
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
– “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”
Él les dijo:
– “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”“
Y les dijo:
– “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”
Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.”
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”
*
Lucas 11, 1-13
***
Tú has venido, oh Señor, a revelar a tu Padre como Padre de todos, un Padre que no alberga resentimientos o deseos de venganza, un Padre que se preocupa por cada uno de sus hijos con un amor infinito y que no vacila en invitarlos a su casa. Sin embargo, hoy no da la impresión de que nuestro mundo conozca a tu Padre. Nuestras naciones están laceradas por el caos, por el odio, por la violencia, por la guerra. La muerte domina en muchos lugares.
Oh Señor, no olvides el mundo al que viniste a salvar a tu pueblo; no vuelvas la espalda a tus hijos, que desean vivir en armonía pero se sienten asaltados de continuo por el miedo, la rabia, la codicia, la violencia, la avidez; por la sospecha, por los celos y por la sed de poder. Trae tu paz a este mundo, una paz que no podemos conseguir nosotros solos. Despierta la conciencia de todos los pueblos y de sus jefes; haz surgir hombres y mujeres llenos de amor y generosidad, que puedan hablar y actuar en favor de la paz, y muéstranos nuevos modos para que el odio sea olvidado, para que puedan a volver a sanar las heridas y pueda ser restablecida la humanidad. Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Amén
*
H. J. Nouwen, Preghiere dal silenzio, Brescia 2000, pp. 54ss
Comentarios desactivados en Para las personas LGBTQ, ¿qué significa “orar por las vocaciones” con el Papa Francisco?
¿Qué significa “orar por las vocaciones”? Hoy es la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (día 8), y el Papa Francisco una vez más está reformulando cómo el pueblo de Dios debe pensar sobre un tema. Su mensaje es bastante relevante para las personas LGBTQ.
Durante demasiado tiempo, el enfoque de tales oraciones orientadas a las vocaciones ha sido la esperanza de que más jóvenes católicos ingresen al ministerio con votos, y especialmente que los jóvenes se conviertan en sacerdotes. Esta fijación en los sacerdotes es problemática. En la universidad, el grupo vocacional de hombres fue invitado a la residencia del rector de la universidad para una cena de bistec. Mientras tanto, el grupo vocacional de mujeres recibió pastelitos comprados en la tienda en el salón de un dormitorio. Esta anécdota es solo una de las muchas que pude contar de mis días en los que me cortejaban para ser ordenado. El actual sistema de selección de vocaciones está sumido en el sexismo, la homo/bifobia y el clericalismo.
Pero veo que algo sucede en la iglesia cuando se trata de vocaciones. Nuestra imaginación eclesial se está expandiendo a instancias, incluso por insistencia, del Papa Francisco. Su mensaje para la jornada de oración de hoy rechaza explícitamente un marco demasiado estrecho de lo que significa orar por las vocaciones: “La palabra ‘vocación’ no debe entenderse restrictivamente, refiriéndose simplemente a aquellos que siguen al Señor a través de una vida de especial consagración”. En cambio, ofrece un mensaje sobre el significado más amplio de la vocación en una iglesia sinodal:
“Todos nosotros estamos llamados a compartir la misión de Cristo de reunir a una humanidad fragmentada y reconciliarla con Dios. Cada hombre y cada mujer, incluso antes de encontrarse con Cristo y abrazar la fe cristiana, recibe con el don de la vida una vocación fundamental: cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios; cada uno de nosotros tiene un lugar único y especial en la mente de Dios. En cada momento de nuestra vida, estamos llamados a fomentar esta chispa divina, presente en el corazón de cada hombre y mujer, y así contribuir al crecimiento de una humanidad inspirada en el amor y la aceptación mutua. Estamos llamados a ser guardianes unos de otros, a fortalecer los lazos de armonía y compartir, y a sanar las heridas de la creación para que no se destruya su belleza”.
Lamentablemente, la iglesia institucional todavía rechaza en gran medida esta creencia central sobre la que Francisco escribe de manera tan conmovedora.
Más tarde, el Papa también escribe que cada persona tiene un “llamado particular” más allá de nuestro llamado común. Pero aquí, también, muchos de nuestros llamados particulares son rechazados. Muchos líderes de la iglesia expulsan a las personas LGBTQ del ministerio y otros empleos de la iglesia, prohíben la ordenación de mujeres y personas no binarias, toleran la anti-negritud y se niegan a hacer que las iglesias sean accesibles. La iglesia institucional dice recibir a todos y desear los dones de todos, pero la verdad es que solo algunos tienen su vocación honrada. Y por algunos, me refiero en gran medida a sacerdotes varones cisgénero, ostensiblemente heterosexuales.
Esta realidad me plantea interrogantes. ¿Cuándo las personas LGBTQ y nuestros aliados tendremos la dignidad de nuestras vocaciones, tanto la común como la particular, respetada en la iglesia después de tanta denigración? ¿Qué detendrá los despidos del ministerio y los despidos de empleos tan relacionados con las vocaciones? ¿Por qué nos vemos obligados a separar nuestra identidad sexual o de género de nuestra vocación cuando sabemos que están tan íntimamente ligadas? ¿Cómo podemos cambiar esta dinámica?
El mensaje del Papa Francisco de hoy es instructivo sobre esta última cuestión, pero solo si estamos dispuestos a tener el coraje de mirar hacia adentro antes de proclamar hacia afuera. El escribe:
“Según un proverbio del Lejano Oriente, ‘una persona sabia, mirando el huevo puede ver un águila; mirando la semilla vislumbra un gran árbol; mirando al pecador vislumbra un santo”. Así es como Dios nos mira: en cada uno de nosotros, [Dios] ve un cierto potencial, a veces sin saberlo, y a lo largo de nuestra vida [Dios] trabaja incansablemente para que podamos poner este potencial al servicio del bien común. .”
Llegar a conocer las propias vocaciones es llegar a verse con la mirada de Dios y por lo tanto conocer nuestras potencialidades.
Para bien o para mal, las personas LGBTQ, si queremos estar saludables en la sociedad actual, están obligadas por nuestras identidades a hacer este viaje interior. Y aunque puede ser un proceso profundamente doloroso y demasiado largo, salir del armario es de una manera real llegar a conocerse a uno mismo como Dios nos conoce y nos mira amorosamente. Las personas LGBTQ ofrecen un regalo a la iglesia al enseñar este camino de discernimiento y descubrimiento que podría ayudar a cada persona a encontrar las vocaciones a las que Dios las llama.
Sin embargo, las vocaciones no terminan con el autodescubrimiento. Al encontrar nuestras vocaciones, logramos, en palabras del Papa, “hacer realidad el sueño de Dios”. Debemos mirarnos no solo a nosotros mismos con los ojos de Dios, sino a los demás. Francisco escribe:
“Aprendamos también a mirarnos los unos a los otros de tal manera que todos aquellos con quienes vivimos y nos encontramos, sean quienes sean, se sientan acogidos y descubran que hay Alguien que los mira con amor y los invita a desarrollar su potencial completo. . .
“Como cristianos, no solo recibimos una vocación individualmente; también somos llamados juntos. Somos como las tejas de un mosaico. Cada uno es hermoso en sí mismo, pero solo cuando se juntan forman una imagen”.
Imagine una iglesia que practique genuinamente la forma en que Francisco prevé: una iglesia de verdadera bienvenida porque hay una unidad diversificada y se alienta a cada persona a florecer. Me lo imagino porque lo he visto. Empujados a los márgenes en la iglesia, las personas LGBTQ y nuestros aliados han comenzado a encarnar de manera imperfecta, pero intencional, la iglesia y el mundo que buscamos a través de espacios liminales. Y luego, hacemos avanzar el reino de Dios al obligar a la iglesia institucional a incluir nuestras fichas vocacionales en el mosaico colectivo del pueblo de Dios.
Entonces, ¿qué significa “orar por las vocaciones”? Hoy, me uno al Papa Francisco para rezar simplemente para que todas las personas lleguen a verse a sí mismas con la mirada con la que Dios las ve. Y, al hacerlo, libera su potencial para “hacer realidad el sueño de Dios”. Si la iglesia es sabia, no solo incluirá a las personas LGBTQ en este viaje. Nos permitirá ayudar a guiar el camino.
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 8 de mayo de 2022
Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.
Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?
Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.
Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.
Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.
Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.
II
VÍA DOLOROSA
I
PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…
…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.
II
SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ
Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)
Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.
III
MUJER EN JERUSALÉN
Lo seguía muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)
Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)
¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.
III
GÓLGOTA
I
EL CORAZÓN DE LAS MUJERES
Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)
Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.
II
STABAT MATER
Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.
III
CIERRA EL CIELO LOS OJOS …
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)
Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.
IV
EL GRITO
Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)
Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!
Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.
El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.
Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.
*
M. I. Rupnik,
di pascua. Venerdi santo,
Roma 1998, 47-53).
Llegó Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí, mientras yo voy más allá a orar”. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
(Mt. 26, 36-37)
En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y la noche de Jerusalén ya no escondía
la densidad del abandono.
El Maestro lo supo,
y no un presentimiento, una certeza
comenzó a golpearle contra la soledad.
Ahora la soledad no era
aquella extensión dulce donde encontrar al Padre,
ni era
el campo de batalla donde el Hijo
de Dios fuera tentado como Hijo
de Dios.
La soledad era una fuerza
incontenible: vaciaba de luz
todas las casas del espíritu, dolía
como el frío
cuando hiela la sangre.
La soledad mordiendo
el corazón del hombre,
la soledad poniendo al descubierto
al hombre, solo al hombre.
(La soledad es una calle larga
que lleva a la tristeza).
Quiso salir de la ciudad. Bajo la luna
la espalda de los que se volvían era un incendio
que le abrasaba la memoria.
Acaso
fueran piadosos los olivos con su óleo
de intimidad donde resuena
la palabra del Padre.
¡Oh paradoja del ascenso
donde los pies se hunden
en el lodo del hombre!
¡Oh paradoja del conocimiento
donde todo es maraña de raíces!
Getsemaní no es una zarza ardiendo,
es la espesura sin piedad
donde el hombre está solo,
desnudamente solo, sin asilo,
despojado del hombre,
despojado de Dios.
Getsemaní no es óleo, es agonía,
es otra vez un campo de batalla donde el Hijo
del Hombre ha de enfrentarse
con todos los demonios del hombre:
el tedio, la amargura, la angustia, los peldaños
que van a dar al morir.
Getsemaní no es óleo. Es agonía:
y en el centro del huerto queda solo
un verdadero hombre verdadero
abrazado al silencio de Dios, pero obediente.
Fiat, Señor, digo hoy contigo,
fiat, Señor, aunque me duela.
II
NO ERA EL SUEÑO, SEÑOR…
Bajo la luna llena encanecían los olivos.
La quietud era sólida y destilaba
un plomo ardiente que invadía los cuerpos.
El silencio
se había vuelto mineral
y en la sangre aún rompían las palabras
anunciadoras y terribles
que se habían mezclado con el vino.
Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados
(Mt. 26, 43)
No era el sueño, Señor, era el espanto
lo que subía
río arriba del alma hasta los ojos:
era el espanto
de ver luchar a Dios y no hacer nada.
III
EL BESO
Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
(Mt. 26, 56)
En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y ahora
iban subiendo entre las luces,
ensayando
el más turbio, el más falso
de los besos.
¿Quién dijo que el amor era un abrazo?
Este beso no es beso, es un cuchillo
que asesina de lejos y empozoña
el corazón de muchos y lo cubre
de la callosidad del abandono.
En el puente del beso se ha cumplido
lo que dijeron los profetas, pero
Señor te pido ahora que me quites
esa suerte de puente y que me dejes
del lado del amor, en tus orillas.
IV
ORACIÓN PARA NO DORMIR
Pedro lo siguió de lejos
(Mt., 26, 58)
Oh, Señor, en esta hora
en que también se confunde
la distancia con el miedo,
si Tú me ves que me aparto
de tu agonía y que duermo
para no ver al que sufre
ni ver mi interior desierto,
mírame, que yo te sigo,
aun como Pedro de lejos.
Mírame y en tu mirada
sostenme para que el fuego
de tanto amor me despierte
siempre que me venza el sueño.
El día de Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre. Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní, tan cercanos a él como María Magdalena cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el que nos causa más extrañeza.
El día de Jueves Santo […] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos mostró algo de la divina bondad.
Jesús nos revela en qué consiste lo divino. Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.
Si esta bondad divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros, y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan necesidad.
*
B. Hume, mistero e l’assurdo,
Cásale Monf. 1999, 107s
Comentarios desactivados en Ecce Homo: Orar y contemplar la Cuaresma
Os recomiendo este libro, breve pero enjundioso, que me está acompañando en la oración diaria en este período de Cuaresma… Muy recomendable.
Nuevo vademecum contemplativo para orar cada día de Cuaresma y Semana Santa.
Luis Fernando Crespo nos invita a orar y contemplar cada día de la Cuaresma y la Semana Santa. Partiendo de un epígrafe bíblico, despliega sus poéticas oraciones, acompañándolas de sugerentes fotografías para descubrir y encontrarse cada día con el Ecce homo, Cristo, el Dios hermano, el que grita en el pobre, el anciano, el niño vulnerable, el refugiado, el inmigrante, el preso… Todos somos ecce homo.
Luce López-Baralt.- El autor de ‘Orar y contemplar en Cuaresma. Ecce homo” nos convoca a una estremecida plegaria colectiva en su nuevo vademécum contemplativo, esta vez para la Cuaresma. Hay mucho de lectio divina en las viñetas en las que, abandonando su torrente de emociones a un libre fluir de conciencia, reflexiona de manera personalísima diversos epígrafes bíblicos. Las palabras giran centelleantes y son de una desnudez tal que casi nos avergüenza irrumpir en ellas con nuestra lectura. El marianista entrevera sus susurros confesionales a Dios de los versos sacros de Lope de Vega y fray Luis, pero, sobre todo, de los deliquios místicos de san Juan de la Cruz. No dudo en afirmar que de allí surge, inesperada, irrestañable, la más auténtica poesía; hay largas tiradas de versos que evocan la afasia verbal de George Herbert:
“Soledad, silencio, renuncia,
austeridad, compañía,
el sonido del universo, plenitud,
tu riqueza incomparable…” (p. 18)
Pero es san Juan quien mejor sustenta la inspiración de Luis Fernando:
“Llama de amor vivo.
Ahora. Consumido.
Estela de tu luz.
De amor herido”. (p. 14)
“…líbrame siempre de mí mismo, Señor,
hazme silencio de flores y esmeraldas”. (p. 28)
“…Señor, a zaga de tu huella,
sedienta de alcanzar la cueva del amado,
en púrpura tendido,
de esmaltes engarzado…”. (p. 52)
Como si no se atreviera a ejercer por sí solo de poeta, se hace acompañar de otras voces autorizadas, pero sospecho que algún día no muy lejano escucharemos los versos desnudos de Luis Fernando Crespo.
He dicho que el marianista no ora solo: su plegaria dinámica es una ciencia muy sabrosa que dialoga, libérrima, con imágenes, poemas y epígrafes cómplices. El conjunto inusitado sacude al lector porque lo persuade de una gran verdad: para un alma transparente, todo ora en el universo. Los poetas convocados a esta intensa plegaria fraterna –Vicente Gallego, Emily Dickinson, Juan Ramón Jiménez, Keats, Ángel Darío Carrero, entre otros– se tornan sagrados cuando nuestro autor, con sabia mano de Midas, los sumerge en su libro de oración.
Otro tanto las imágenes que acompañan su prosa poética: a veces, le completan su plegaria, o bien se la potencian, o bien nos dictan su propia historia. Estamos ante un inesperado koan que obliga al lector a bucear dentro de sí para encontrar su propia luz espiritual en medio del estallido de formas que constituye el libro. Una imagen, ya se sabe, vale más que mil palabras.
Un botón de muestra basta para entender la riqueza del recurso contemplativo: Luis Fernando ora en desnudez espiritual, y las imágenes de desnudos que adjunta afirman lo dicho. A menudo se trata de estatuas antiguas –incluso, orientales– que nos persuaden de que estamos ante una misma plegaria inmemorial. La desnudez deviene sagrada: queda “solo tu Palabra hecha carne”. En otra ocasión, el autor acompaña el epígrafe de Is 1,10; 16-20 (“aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve”), con la gráfica de un personaje cirquense vestido de escarlata; como si nos dijera que su pecado, por estridente que sea, también será sanado. En otro momento el epígrafe Sabiduría 2,12- 22 (“lleva una vida distinta de los demás”) queda ilustrado con un humilde acordeonista, que lleva el inesperado título sanjuanístico: “pájaro solitario”. Hasta los deambulantes son poesía y nos devuelven a Dios. De otra parte, el “tu est Petrus” fundacional se encarna en un humilde artesano –de seguro, de nuestra América amarga– que ofrece la delicada artesanía de una catedral tallada. Luis Fernando nos advierte con su koan que la Iglesia de Cristo es la Iglesia de los pobres. En otro momento, meditando sobre la tentación de Jesús en el desierto (Mc 1,12-15), el autor ofrece otra imagen gráfica desconcertante: un joven cabizbajo parecería mirar un paisaje tropical desde lo alto de una terraza. El título –”En el alero del templo”– nos convoca a otra lección generosa: cualquier lugar se erige en un templo para el alma despojada de todo en el desierto del mundo. Recordé una anécdota en la que preguntan a un contemplativo si no acudía al templo. A lo que terció sabiamente: “Es que siempre estoy en el templo”.
Este curioso libro cuaresmal no se centra en el Cristo sangrante y flagelado, sino en lo que de veras significa el Ecce homo. En la viñeta que lleva dicho título (p. 21), la imagen gráfica “Hijo de Dios” presenta un deambulante en cuclillas. Cristo es el pobre, el anciano, el destituido, el niño vulnerable, la mulata desolada que espera frente a un bar…, todos nuestros hermanos desvalidos que muestran su imagen lacerada como un grito silente frente al olvido. En este devocionario de hondísima cuaresma interior, Cristo es el Dios hermano. Suprema lección la de Luis Fernando: todos somos ecce homo.
El autor cierra su libro con dos imágenes: la anunciación a María, que nos evoca su aquiescencia total a la voluntad divina –“hágase en mí según tu palabra”–, junto a una antigua tabla de escritura con la pluma de ave y el tintero. Es como si el autor nos confesara calladamente que ha cumplido con la voluntad de Dios al ejercer su alta vocación de escritor.
Saludo la libertad espiritual de esta escritura encendida del poeta gráfico que es Luis Fernando Crespo y quedo a la espera de su próximo devocionario contemplativo.
Comentarios desactivados en El Cristo de Leópolis (Ucrania)
La imagen de Jesucristo Salvador fue retirada de la Catedral Armenia de la ciudad ucraniana y llevada a un refugio para protegerla de los bombardeos
***
“Mi corazón está sangrando”
“Pedimos perdón por la falta de unidad entre nosotros, la discordia social, la corrupción, la decadencia moral y la injusticia social. Perdona nuestra culpa. Porque desde hoy queremos ser tu pueblo, cumpliendo fielmente tus mandamientos. En tiempos de adversidad y guerra, nos dirigimos a Ti”.
“Sabemos que nuestro destino está en sus manos. Ante el enemigo, que ha irrumpido a traición en nuestra casa común, ¡te pedimos ayuda y salvación!” “Confiamos en tu amorosa Providencia, que nunca abandona al hombre. Con el corazón abierto te pedimos que nos liberes del mal que golpea cruelmente a nuestro pueblo, y que nos des la victoria que deseamos y el camino hacia un futuro bendito entre los pueblos libres de la tierra.”
*
Oración común del Consejo Ecuménico Panucraniano
***
“Dios de nuestros padres, Dios grande y misericordioso de vida y paz, Padre de todos los pueblos, queremos paz, no guerra, y amor, no odio. Que termine la guerra. Vence la soberbia de los invasores que quieren apoderarse de Ucrania. Tú enviaste a tu Hijo Jesucristo para proclamar la paz y unir a todo el pueblo de Dios. Que termine la guerra. Vuelve el corazón de los responsables del destino de las naciones. Que el Espíritu Santo traiga una nueva inspiración a la paz. Padre, que llegue el tiempo de la paz y la tranquilidad. ¡Que no haya más guerra!”.
*
Cardenal Konrad krajewski
enviado especial del Papa,
***
“Ante tus ojos hoy ponemos el dolor y el sufrimiento de Ucrania, montañas de cadáveres, ríos de sangre y mar de lágrimas. Oramos por todos los que dieron su vida por la patria, por nuestras fuerzas armadas, por los hijos e hijas de Ucrania que con su cuerpo defienden su vida del enemigo. Oramos por todos los civiles inocentes asesinados en Ucrania: mujeres, niños, ancianos. Oramos por las víctimas de Mariupol que son colocadas en grandes fosas comunes sin que se les dé sepultura y se les rece cristianamente. Acepta nuestra oración por su descanso eterno”.
*
Sviatoslav Shevchuk,
cabeza de la Iglesia greco-católica ucraniana,
***
***
El miércoles de la semana pasada, representantes de varias Iglesias cristianas se unieron para invocar el fin del conflicto y el retorno de la paz. La oración fue dirigida por el enviado especial del Papa Francisco, el Card. Konrad Krajewski, y estuvieron presentes miembros de las Iglesias Ortodoxas (incluido el Arzobispo Filaret de Lviv del Patriarcado de Moscú), de las Iglesias Protestantes y representantes de las Comunidades Judías.
“En esta época trágica de guerra y sufrimiento humano, en este momento de desesperación por la pérdida de nuestros seres queridos o el abandono de nuestros hogares, dirigimos una sincera oración común por la paz a nuestro Padre celestial”, dijo el arzobispo católico de Lviv, monseñor Mechyslav Mokshytsky, al dar la bienvenida a la catedral a los fieles y a los representantes de las autoridades locales, regionales y de la ciudad.
Las nueve iglesias cristianas presentes en el Consejo Ecuménico Panucraniano propusieron el texto de una oración común por la paz.
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