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“El valor de una imagen. Valencia: hora de despertar del espejismo de la inocente ingenuidad del optimismo”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Miércoles, 6 de noviembre de 2024

imagePor su actualidad, publicamos juntos estas dos reflexiones que nos envía su autor:

Un comentario a la imagen

 

La catástrofe de Valencia desvela el futuro de todos nosotros en las pantallas. Será así en las consecuencias, aunque de diferentes maneras, cada vez más a menudo y en todas partes, ahora aquí y ahora allá.

Algunas cosas son seguras: el progresivo derretimiento de los casquetes polares y de los glaciares, que hará que el caudal de los ríos sea irregular, y la subida incontrolable de los mares, que sumergirá muchas ciudades y países enteros, la desertificación y las temperaturas intolerables, que harán inhabitables grandes zonas de varios continentes. Otros, como inundaciones, incendios y huracanes, son aleatorios, pero se multiplicarán en frecuencia, extensión e intensidad. El hecho de que hayan ocurrido una vez no significa que no puedan volver a ocurrir pronto, como nos enseñan los repetidos desastres. Y esto incluso si por algún milagro la emisión de gases que alteran el clima se detuviera mañana. Se han activado mecanismos que seguirán produciendo y multiplicando sus efectos perversos durante décadas.

Desde hace al menos treinta años, los expertos nos enseñan la distinción entre ‘tiempo’ y ‘clima’: el primero es una manifestación local, concentrada o extensiva, el segundo es global y afecta a todo el planeta. Sin embargo, cada vez que ocurre un “evento extremo”, incluso los meteorólogos más famosos sólo nos dan explicaciones técnicas en la televisión o en los periódicos de por qué ocurrió allí: por ejemplo, la burbuja fría que se detuvo en el cielo. Pero sólo hacen una pequeña mención a que esto tiene que ver con el clima (los periódicos de derecha, negacionistas obstinados, ni siquiera mencionan eso. De hecho, hacen desaparecer incluso a Valencia y las imágenes más crudas de la primera plana). También ellos, los meteorólogos entrevistados, como todos, tienen miedo de soltar la verdad desnuda, que es tan grave y grande que nadie sabe realmente cómo afrontarla, porque deberíamos gritar a los cuatro vientos, no que el tiempo corre (mucha gente lo dice ahora, aunque quizás ya sea demasiado tarde), sino que necesitamos cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y convivir, de producir y de consumir.

La catástrofe de Valencia nos ha sorprendido por el número de muertos, aunque aún no sabemos cuántos: seguramente menos que los de un día de guerra en Ucrania o una semana en Gaza. Ahora nos estamos acostumbrando a estos, a los “meteorológicos”, todavía no, pero nos acostumbraremos. También porque están destinados a crecer y superar a los de las guerras (que también contribuyen al deterioro del clima).

Además del número de muertos (que no vemos), lo que más ha llamado la atención son los cientos, si no miles, de coches amontonados unos encima de otros por la furia de las aguas. Es la imagen que mejor nos muestra el sinsentido de nuestro modo de vida y su fin; la congestión del tráfico en la que está inmersa nuestra vida diaria se transformó en una masa casi inamovible de barro y chatarra.

Pero es también el que debería advertirnos que para hacer frente a la crisis climática y medioambiental ya no basta con la mitigación (la supresión de las causas, es decir, de los combustibles fósiles, con los que se enfrentan todos los gobiernos del mundo en las reuniones periódicas de decenas de miles de funcionarios, expertos, lobbystas y periodistas (la próxima será en Bakú, Azerbaiyán) que no han logrado nada en 32 años), pero que debemos comprometernos más con la adaptación: la coexistencia con un clima y un tiempo que seguirá haciendo nuestra existencia cada vez más difícil. Pero que, dicho sea de paso, es también la única forma realista de promover la mitigación “desde abajo“, dado que la mitigación “desde arriba” nunca llega.

El coche particular sigue siendo el símbolo más evidente del consumismo y la aspiración más importante de quienes aún no lo tienen, pero también la principal causa del consumo de suelo, de su sobre-construcción y de la convulsión de territorios que transforman las inundaciones en desastres. Para muchas víctimas de la Dana de Valencia el coche se ha convertido en un ataúd, para muchos más en un desastre económico: no todo el mundo tendrá dinero para comprarse otro, lo que alimenta la demanda en el sector, que languidece (primero habrá que pensar en la casa o en el trabajo). Pero es una oportunidad para hacerse algunas preguntas.

¿Encontrarán medios alternativos para desplazarse? ¿Podrán las autoridades locales proporcionárselos, dado que hasta ahora no lo han hecho? Y si todos los coches fueran eléctricos, ¿habría cambiado algo? ¿Y vale la pena volver a congestionar las calles, tal vez con coches eléctricos, si la ciudad sigue expuesta al mismo riesgo? El coche, sin embargo, es sólo una metáfora de un sistema de vida absurdo -en este caso, la movilidad-, incompatible con el clima y el tiempo que nos espera. Hay alternativas al coche particular, como muchos otros productos y otras obras insostenibles, pero primero debemos sustituirlas, antes del siguiente desastre, para no quedar paralizados después.

No se trata sólo de dar la alarma “a tiempo“. Como mínimo, deberíamos preparar refugios seguros para las personas y para los bienes, y disponer de vehículos esenciales y equipos de rescate adecuados, compuestos por voluntarios capacitados y tal vez también soldados preparados para salvar vidas en lugar de destruirlas. Seguramente todos estamos muy atrasados ante la siguiente catástrofe o desastre, pero al menos debemos empezar a pensar en ello y hablar de ello como el principal problema al que nos enfrentamos. Los meteorólogos que comentan lo que está sucediendo deberían empezar a hacerlo, quizás sin sugerir a ocho mil millones de humanos “subir a las montañas“.

¿Podría haber sido peor que esto? No. En Valencia se presentó lo peor de la ecuación del desastre:

  • Cantidad promedio de lluvia que cae en un año entero.
  • Infraestructuras, poblaciones, ciudadanos no preparados.
  • Fragilidad hidrogeológica.
  • La política y la administración locales no están atentas o, peor aún, son inadecuadas para comprender la emergencia y dar la alarma a tiempo.

Número de víctimas: al menos 205 muertos, 121.000 desplazados, pero el recuento aún se está actualizando porque hay muchos desaparecidos. Cadáveres por todas partes. Atrapados en coches, en garajes, arrastrados por la corriente, abrumados por los escombros, arrastrados junto con carreteras, puentes, casas. En un instante o con una lentitud inexorable, te ahogas o te asfixias mientras buscas en vano la última burbuja de oxígeno. Todas las escenas de las películas apocalípticas que hemos visto se condensan en un día de devastación y muerte: muy real, muy cierto, muy cercano a nosotros. Y todo bajo torrentes de aguas… y montones de lodo…

***

Valencia: hora de despertar del espejismo de la inocente ingenuidad del optimismo

Mientras el hombre, con sus guerras esparcidas por el mundo y actos terroristas, persevera en su destrucción y la de otras especies y el medio ambiente, señalo un poema sobre un fenómeno natural, el terremoto de Lisboa de 1755, creyendo que la inestabilidad del planeta ya requiere suficiente esfuerzo y energía como para no malgastarla en guerras y guerrillas de diversa índole.

«¡Pobres humanos! ¡Y nuestra pobre tierra! ¡Terrible mezcolanza de desastres! ¡Consoladores siempre de penas inútiles! Filósofos que osáis gritar que todo está bien, venid a contemplar estas horribles ruinas: muros hechos jirones, carne despedazada y cenizas. Mujeres y niños amontonados unos sobre otros bajo pedazos de piedras, miembros esparcidos; cien mil heridos que la tierra devora, desgarrados y ensangrentados pero aún palpitantes, sepultados por sus techos, perdiendo sus miserables vidas sin ayuda, entre atroces tormentos».

Así comienza el «Poema sobre la catástrofe de Lisboa» -de lectura aconsejada y recomendada- de François Marie Arouet de Voltaire (1694-1778), no un poema científico, sino un texto histórico y filosófico sobre los derechos humanos y las relaciones entre el hombre, la religión y la naturaleza.

La tesis expuesta por Voltaire es sencilla: el mal en el mundo no puede ser obra de Dios, pues entonces no sería un Dios bueno y justo, ni puede ser obra de otros, pues entonces no sería un Dios todopoderoso. Sin embargo, el mal existe y tenemos que enfrentarnos a él. Pero que el mal aparezca como tal para los humanos y que, en cambio, forme parte del bien universal, tesis recurrente en ciertas teodiceas y núcleo del pensamiento leibniziano, es una distorsión de la realidad en la medida en que niega el sufrimiento y es un insulto a esos hombres, mujeres, ancianos y niños -que, sin culpa alguna, fueron aplastados en Lisboa por los muros de sus propias casas o han sido, en general, víctimas de las leyes de la naturaleza.

Y si el mencionado Poema aún terminaba con una palabra de esperanza, Voltaire escribiría poco después Cándido, la obra considerada como su obra maestra literaria, en la que su pesimismo se haría total. El mal está representado en todas sus manifestaciones posibles a lo largo de la aventura humana de Cándido, de modo que representa la denuncia más eficaz del todo está bien leibniziano, esa «filosofía cruel bajo un nombre consolador», como escribió en una carta del 18 de febrero de 1756.

Propongo releer el mencionado texto de Voltaire y el hecho -el terremoto de 1755- porque ya entonces, en el Siglo de las Luces, muchos cuestionaban las certezas afirmadas por filósofos y religiosos: la necesidad y conveniencia del dominio siempre del hombre sobre la Naturaleza. La explotación extrema de los recursos naturales sin una necesidad real, a menudo con guerras de por medio, ha implicado desde entonces hasta nuestros días también a las fuentes fósiles de energía y la liberación de contaminantes en el medio ambiente.

La quizá posible elección del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, el Sr. Donald Trump, y su visión extremista y negacionista de los problemas medioambientales y del cambio climático en curso, muestran lo lejos que nos queda aún a los ‘homo sapiens’ el camino hacia un «desarrollo sostenible» que respete las necesidades de las generaciones futuras y el papel actual de la Naturaleza y de nuestra inestable corteza terrestre.

En cuanto a los terremotos, en unos pocos casos (Japón, California) las políticas han sido previsoras y se han orientado a la prevención de estos catastróficos acontecimientos, con la construcción de edificios adecuados para soportar los temblores. Ojalá que así ocurra, mutatis mutandis, en España con respecto a las catástrofes/desastres naturales -Danas o no Danas- , o menos naturales, que puedan ocurrir en el futuro.

El Poema de Voltaire se inspiró en uno de los terremotos más catastróficos de los últimos siglos. La magnitud se estimó retrospectivamente entre 8,5 y 8,7 en la escala de Richter. En aquella época, la escala de Richter, basada en la energía liberada por el temblor sísmico, aún no se había ideado: el geofísico estadounidense Charles Richter la desarrolló en 1935. La escala Mercalli-Cancani-Sieberg, basada únicamente en los daños causados por los terremotos y, por tanto, empírica, también es posterior: 1883, con modificaciones en 1902.El terremoto de Lisboa de 1755 causó al menos 60.000 muertos, hasta 90.000 según otras fuentes.

En Wikipedia hay una descripción precisa de la catástrofe que asoló la capital portuguesa, escrita por el famoso geólogo escocés Charles Lyell (1797-1875), que también tuvo una gran influencia en Charles Darwin y en la publicación de «El origen de las especies»: «Primero se oyó un estruendo como un trueno procedente de las entrañas de la tierra, y poco después un violento temblor sacudió gran parte de la ciudad. Durante seis aterradores minutos murieron 60.000 personas. El mar primero retrocedió, dejando secos el muelle y la orilla, con todos los barcos y botes allí amarrados, y luego volvió a rugir, elevándose quince metros por encima de su nivel habitual…».

Por lo que se refiere a “Cándido o el optimismo” (cuya lectura y estudio es también siempre recomendada) es un ejemplo de relato filosófico escrito entre 1757 y 1758 por Voltaire, que lleva este tipo de novela a su máxima perfección. El libro escenifica, a través de personajes y situaciones, las ideas que el autor quería combatir o defender. Cándido es también una novela de formación: la historia es la de un adolescente que crece intelectual, psicológica y afectivamente.

Cándido no es un ser humano real, sino un medio utilizado por el autor para demostrar algunas de sus ideas y algunas consideraciones irónicas sobre el hombre real vistas con mucho humor. El objetivo de Voltaire son las ideas optimistas del filósofo Leibniz, que quería demostrar que el mundo en que vivimos es el mejor de los mundos posibles. El libro deja claro que, en cambio, el mundo está lleno de tanta maldad que uno duda de que exista una providencia divina.

Esto no significa que Voltaire no fuera creyente; era deísta y pensaba que Dios creó el mundo con un propósito, pero el hombre no sabe cuál es y debe limitarse y contentarse con vivir sin hacerse demasiadas preguntas. Este es también el mensaje final del libro: hay que «cultivar el propio jardín», una moraleja práctica que se aplica a todo el mundo, basta con usar la razón.

Fuente: remitido por el autor

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Amor fraterno.

Viernes, 22 de marzo de 2024
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      Desde que el Seńor insertó en el mundo como fermento “incomodador ” el principio del amor fraterno, se ha introducido en las estructuras sociales una levadura de permanente revolución.

       Ahora, en ocasiones -incluso a menudo-, sucede esto: hasta los cristianos nos adherimos a ciertos valores relativos como si fueran absolutos y no nos damos cuenta de que esos valores, que eran considerados como absolutos antes de Cristo, no pueden ser considerados ya como tales después de la venida de Cristo.

     Bajo la acción fermentadora -aunque invisible- del amor, han sido purificados de una manera gradual; se ha resquebrajado la corteza que esconde su núcleo sustancial; de un modo lento, aunque indefectible, han sido colocados en su verdadero sitio en la jerarquía de los valores. Aparece aquel incómodo precepto del amor fraterno: esclavos y libres son iguales; el orden está subordinado al amor; la patria está ordenada a la amplia familia humana y sus intereses han de ser subordinados a los de la familia colectiva de las naciones; la potestad familiar ha de ser transformada en su raíz; la personalidad de cada uno, hombre y mujer, adulto o pequeńo, esclavo o libre- ha de ser respetada como sagrada, como reflejo de la misma personalidad divina.

      Todo se desbarajusta, todo se revoluciona, todo se tambalea: los perezosos y los temerosos hacen sonar la alarma, pero el amor procede de manera inexorable en su obra “corrosiva”: donde es posible se corrige, donde no lo es se abate. !Qué extrańo es este Cristo! Cuáles son los límites de la autoridad? Cuáles los del amor familiar y los del amor patrio? Cuáles los del orden? Cuál es la única dirección en la que es lícito decir que alguien puede inmolarse por un ideal? Cuándo puede decirse de verdad que una acción es heroica y virtuosa? Entre qué límites tiene fundamento la propiedad? La respuesta de Cristo es inflexiblemente sencilla: todo lo define y califica el amor al otro: al otro en cuanto tal, prescindiendo de cualquier esquema en el que este pueda encontrarse encasillado. Libre o esclavo, bárbaro o escita, rico o pobre, etc.

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Giorgio La Pira,
Sobre el optimismo cristiano“,
en L’Osservatore Romano, 1941)

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Venerable Giorgio La Pira O.P.

Laico dominico y político italiano (alcalde de la ciudad de Florencia). Vivió su vocación cristiana de servicio al prójimo a través de la política, con un gran compromiso por la promoción de la justicia y la paz. Trabajador incansable por la paz (Guerra Fría, Vietnam, Israel y Palestina…) que se volcó en la ayuda a los pobres.

Giorgio La Pira nace el 9 de enero de 1904 en Pozzallo (Sicilia, Italia) en el seno de una familia humilde.

En su juventud, al cursar estudios universitarios, una crisis religiosa le llevó a abandonar la fe a raíz de su contacto con el marxismo. Sin embargo, en la Pascua de 1924 redescubrió que el vacío que sentía solo podía llenarlo Dios. Un año más tarde se hizo laico dominico

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África de La Cruz Tomé: Aún es tiempo. En búsqueda de caminos nuevos para la fe.

Miércoles, 3 de marzo de 2021
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16_1-CUA_B_1434687En medio de tantas restricciones y confinamientos, la lectura de este libro de Fidel Aizpurúa, recientemente publicado por Feadulta, ha sido para mí aire puro y horizontes abiertos. He disfrutado mucho con el texto y quería resaltar algunas de sus valiosas aportaciones.

Uno de los rasgos esenciales se evidencia en el título. Aún es tiempo, no todo está perdido. Está escrito desde el optimismo como opción vital. El autor confía en la capacidad humana para el bien y el amor, la generosidad y la solidaridad. Cree en el talento creativo del ser humano. Y sobre todo tiene la esperanza de que “Aún es tiempo de recrear el mensaje y la vida de Jesús de Nazaret”. Puede que estemos lejos, pero el primer paso es reconocerlo. Es posible que no sepamos dónde vamos, pero nos anima a buscar. Escrito con mucha templanza y en un tono moderado, sin embargo es un libro provocador que hace pensar. Hay en él muchas preguntas y unas cuantas respuestas. La gran mayoría quedan interpelando para que las contestemos nosotros. Solo esa actitud nos ayudará a encontrar caminos nuevos para la fe.

El libro tiene doce capítulos en los que el verbo recrear se repite en cada uno de ellos. Recrear el sueño, la cena, el espíritu inclusivo o las palabras de Jesús, por poner tan solo unos ejemplos. Y en cada tema, magníficamente estructurado, hace referencia a tres aspectos: racionalizar, actualizar y socializar.

En primer lugar, el autor pretende ayudar a racionalizar nuestra fe. Su tesis: La fe necesita ser pensada si se quiere que sea viva. El evangelio es para personas que piensan, que profundizan, que ahondan. Pero, un pensamiento en libertad. El pensamiento genera horizonte, apertura, salida: “este libro pretende ser algo que sugiera, no tanto algo que sostenga la normativa que ya poseemos.” Habla de la espiritualidad del desplazamiento hacia lo nuevo, de un desplazamiento progresivo, mirando más hacia el futuro que al pasado; más hacia el Evangelio que a la religión. Pensando en una Iglesia en salida hacia los empobrecidos. Los creyentes de hoy necesitan que la experiencia de fe tenga racionalidad y que el diálogo con la cultura y la ciencia sea inexcusable. El autor aporta razones antropológicas, científicas, sociales, políticas y hasta poéticas para justificar la necesidad de esta racionalización de la fe.

En segundo lugar, este libro aspira a actualizar nuestra fe. El autor prefiere el término recrear al de renovar. En la renovación hay, según él, el peligro de cambiar para que nada cambie. Es el peligro del cambio superficial, el lavado de cara. Renovación para mantener y consagrar lo establecido. Al hablar de recrear, se está dejando de lado el recuperar. Recuperar es algo que se quiere hacer sin “soltar”, las amarras y los esquemas del paradigma vigente. La espiritualidad de la recreación tiene en su base la espiritualidad del “soltar”. Para soltarse hay que comenzar a desprenderse, a desapegarse, a dejar de absolutizar lo vivido, el pasado. Y hacerlo sin dialéctica destructiva, sin exclusión, sin condena, aunque no sin perplejidad y dolor. Exige afrontar el temblor de pisar el lugar por primera vez.

En tercer lugar, sus palabras quieren ser catalizador para socializar nuestra fe. Recrear la fe en el aquí y ahora; en una sociedad multicultural, intercultural, interreligiosa e interétnica. Estamos ante el fin del etnocentrismo y es necesario abrir paso al pluralismo cultural donde caben todos, donde la exclusión es una desviación. Por difícil que parezca, la recreación de la propuesta de Jesús se ha de hacer contando con esta Iglesia, incluso con estas Iglesias. No caer en lo que criticamos, y no excluir a nadie. Sin confundir Reino de Dios e Iglesia, es necesario reorientar, reinventar y renovar la teología; una Teología para la sociedad actual y sus problemas.

Y todo este despliegue de argumentos brillantemente expuestos tiene una finalidad muy clara y encomiable: poner al día nuestra fe en Jesús de Nazaret, para conocerle mejor y seguirle más fielmente.

Para los cristianos del siglo XXI recrear la fe es recuperar creativamente los orígenes e intentar ajustarlos a la cultura actual con su vocabulario, su imaginario, sus logros y sus alternativas prácticas. Sacar los relatos antiguos y envejecidos de su tierra original para colocarlos en un espacio y un tiempo nuevos. Un contexto cognitivo que está perfilado sobre las nuevas ciencias físicas y humanas, naturales y sociales. La física cuántica, la biotecnología, la biología molecular, la genética, la ecología, la psicología, las comunicaciones globalizadas, la interdependencia cósmica y humana, etc. El diálogo entre fe y ciencia no es solo es posible, sino necesario y enriquecedor para ambas.

La persona humana es un ser en evolución permanente. Somos herederos del pasado, aunque no deudores sempiternos. Somos hijos libres, no repetidores. Somos evolutivos, creativos y recreativos. Todavía podemos recrear los sueños de Jesús, sus búsquedas, su grupo, su Cena, su espíritu inclusivo, sus caminos, sus palabras, su silencio, sus propuestas, el canto en los tiempos oscuros, su conflicto y su triunfo. Aún es tiempo.

África de La Cruz Tomé

Fuente Fe Adulta

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La última frase de Pedro Arrupe antes de morir. Palabras consoladoras para nuestro tiempo

Viernes, 23 de octubre de 2020
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Arrupe-rosario-enfermo-700x963Leído en el blog de Pedro Miguel lamet:

Hoy, con la pandemia encima, las injusticias y locuras políticas que estamos viviendo, es toda una meditación: “Para el presente amén, para el futuro aleluya”.

El pasado no importa. Pasó, no hay que darle vueltas. Alimentar el sentimiento de culpa por algo que se hizo mal es masoquismo, no sirve para nada

Este instante, este presente mío es lo que tengo y lo que Dios quiere para mí, taladra hacia el infinito

Teilhard de Chardin, que concebía el cosmos como una flecha con sentido, decía: “Todo cuanto acontece es adorable”.

“Hay un plan”. Sí, hay un plan. Lo que pasa es que aquí vemos el tapiz por el lado de los cosidos y todavía no podemos captar el colorido y la maravilla del paisaje que puede verse del otro lado

En estos tiempos tan tumultuosos me gusta recordar algunas frases del padre Arrupe, porque sin duda era uno de esos hombres que, como a él le gustaba decir, tenía “el futuro en la médula”. Quizás mi preferida es la última que pronunció antes de morir. La oyó el padre Mariano Ballester, SJ, que le atendió mucho en los últimos días de su vida y que durante su enfermedad le ayudó en la logopedia con mucha dificultad a hablar y escribir después de la trombosis que sufrió de regreso de su viaje a Tailandia y Filipinas.

Hoy, con la pandemia encima, las injusticias y locuras políticas que estamos viviendo, es toda una meditación:

“Para el presente amén, para el futuro aleluya”.

Tiene más miga de lo que parece. El pasado no importa. Pasó, no hay que darle vueltas. Alimentar el sentimiento de culpa por algo que se hizo mal es masoquismo, no sirve para nada. Sobre todo, al saber que el amor de Dios lo quema, los perdona. Darle vueltas a lo negativo del pasado es una forma de protagonismo absurdo, una falta de fe y una tortura inútil.

Importa este momento, el presente, el ahora. Vivir en el ahora es el secreto de la verdadera felicidad. Pero para ello es necesario aceptarlo como parte de la providencia. Y este ahora siempre es perfecto porque para mí es la voluntad de Dios. La amargura brota de no aceptar este momento tal como es. Eso no indica que no queramos transformar y mejorar el mundo. Pero poco haremos si lo hacemos desde la frustración y la amargura. Si nos pasamos la vida violentados por lo que no conseguimos, protestando porque no tenemos esto o aquello, dando coces a la vida, nada haremos de provecho. Este instante, este presente mío es lo que tengo y lo que Dios quiere para mí, taladra hacia el infinito. Vivir en este instante es un modo de instalarse en la eternidad, porque en el fondo de mí mismo habito en el todo, aunque no me dé cuenta. Por tanto “para el presente amén”.

Y “para el futuro aleluya”. Acusaban al padre Arrupe de ser “un optimista patológico”. Él respondía: “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?” La gente hoy está muy preocupada con el futuro: “Qué va a ser de mí, de mi familia, del mundo. ¿A dónde nos va a llevar esta pandemia? ¿Cómo vamos a salir de esta enorme crisis sanitaria y económica?” Y en lo personal, el futuro de mi trabajo, la esposa, el marido, los hijos y un largo etcétera.

Teilhard de Chardin, que concebía el cosmos como una flecha con sentido, decía: “Todo cuanto acontece es adorable”. Importa este momento, el presente, el ahora. Vivir en el ahora es el secreto de la verdadera felicidad. Pero para ello es necesario aceptarlo como parte de la providencia. Y este ahora siempre es perfecto porque para mí es la voluntad de Dios

Y Arrupe con el rosario en la mano, durante la última entrevista que concedió para mi biografía en Roma, muy enfermo me decía: “En manos de Dios” forzando una sonrisa desde sus labios hemipléjicos.

La frase preferida de otro gran santo jesuita, el padre José María Rubio, lo formulaba de otra forma: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Y Bernanos, “todo es gracia”.

Recuerdo un film, de esos que un personaje vuelve desde del cielo, que afirmaba: Hay un plan”. Sí, hay un plan. Lo que pasa es que aquí vemos el tapiz por el lado de los cosidos y todavía no podemos captar el colorido y la maravilla del paisaje que puede verse del otro lado. Pero es el mismo tapiz.

Así que atrapemos este instante, cerremos los ojos para ver de otra manera y abrámoslos para disfrutar de lo que tenemos, aunque nos parezca solo una brizna de felicidad. No deja de ser un sacramento y no nos enredamos con un pasado que ya no existe y un futuro que ignoramos, y que para los creyentes siempre será un “happy end”

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Del optimismo a la esperanza

Martes, 10 de septiembre de 2019
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Del blog de Henri Nouwen:

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“El optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo es la expectativa de que las cosas mejorarán. La esperanza es confiar en que Dios cumplirá sus promesas para con nosotros y que, cumpliéndolas, nos llevará a la verdadera libertad. El optimismo se refiere a cambios concretos en el futuro. La persona con esperanza vive el momento con el conocimiento y la confianza de que todo en la vida está en buenas manos”.

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Henri Nouwen

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¡Cuidado con algunos optimismos!

Sábado, 21 de abril de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“… He aprendido, creo, a mirar al mundo con mayor compasión, viendo a cuantos viven en él no como alienados de mí mismo, no como extranjeros, extraños y engañados, sino como identificados conmigo mismo. Al romper con “su mundo”, extrañamente, no he roto con ellos. Al liberarme de engaños y preocupaciones, me he identificado, sin embargo, con sus luchas y con su ciega y desesperada esperanza de felicidad…..

Pero, precisamente, por haberme identificado con ellos, debo negarme de un modo más definitivo, si cabe, a hacer míos sus engaños ilusorios. Debo rechazar su ideología de lo material, el poder, la cantidad, el movimiento, el activismo y la fuerza. Rechazo todo eso porque veo en ello la fuente y la expresión del infierno espiritual que el hombre ha hecho de su mundo….

fb_img_1520531849138Si algún problema aqueja hoy al cristianismo es el de la identificación de la “cristiandad” con ciertas formas de cultura y de sociedad, ciertas estructuras políticas y sociales que durante mil quinientos años han dominado en Europa y en Occidente..(…).

Mil quinientos años de cristiandad europea, a pesar de ciertos logros definitivos, no han supuesto una gloria inequívoca para el cristianismo. Ha llegado la hora de someter a juicio a esta historia. Puedo complacerme en ello, en la creencia de que el juicio será una liberación de la fe cristiana de toda esclavitud y participación del mundo secular. Y por eso creo que ciertas formas de optimismo cristiano han de tomarse con reserva, por cuanto carecen de una genuina conciencia escatológica de la visión y se centran en la esperanza ingenua de alcanzar meros logros temporales tales como… ¡¡iglesias en la luna!!…

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Thomas Merton.

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querido-lector-mertonEl fragmento que acabamos de compartirles pertenece al prólogo escrito por Merton a la edición japonesa de La Montaña de los Siete Círculos publicada en 1963. Este prólogo y otros fueron incluidos en el libro “QUERIDO LECTOR. Reflexiones sobre mi obra” (primera edición en inglés, en 1981) y varias veces reeditada su traducción al español. Más recientemente,en 2015, lo ha publicado Sal Terrae con el título “ LA VOZ SECRETA“. Nos dice la reseña de ésta última edición:

“Al celebrar, con esta edición de los prefacios de Thomas Merton, su vida y su testimonio, «se nos recuerda, quizás con mayor importancia incluso, la parte que nos cabe desempeñar para asumir su legado: siendo contemplativos en un mundo de acción, consumismo y la-voz-secreta-thomas-merton-portadatecnificación; como constructores de paz en un mundo de guerra, violencia, racismo y discriminación; y tendiendo puentes entre fes, culturas y pueblos en un mundo de conflictos, barreras e intolerancia. Merton trae un mensaje universal de esperanza ante las dificultades de nuestras vidas, en nuestras comunidades y en nuestro mundo. En lugar de permanecer impasibles ante lo Indecible, nos exhorta a todos a ser humanos en esta época, la más inhumana de todas, y a guardar la imagen del hombre, pues es la imagen de Dios»

(Lo toman de la «Presentación de la edición española», por Paul M. Pearson, Director del Centro Thomas Merton)”

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¿Optimismo o esperanza?

Jueves, 28 de enero de 2016
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Del blog de Henry Nouwen:

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“El optimismo y la esperanza son actitudes radicalmente distintas. El optimismo es la expectativa de que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política, etc.- mejorarán. La esperanza es confiar en que Dios cumplirá sus promesas para con nosotros y que, al hacerlo, nos llevará a la verdadera libertad. El optimismo nos habla de cambios concretos en el futuro. La persona con esperanza vive el momento con la conciencia y la confianza de que todo en la vida está en buenas manos.

Todos los grandes guías espirituales de la historia han sido personas con esperanza. Abraham, Moisés, Ruth, María, Rumi, Ghandi, Dorothy Day. Todos vivieron con una promesa en sus corazones que los guió hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo sería. Vivamos nosotros también con esperanza”

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Henri Nouwen
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Falso optimismo

Viernes, 2 de octubre de 2015
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Son muchas las personas que viven con la expectativa consciente o inconsciente de que en algún momento las cosas mejorarán; que las guerras, el hambre, la pobreza, la opresión y la explotación desaparecerán, y todo el mundo vivirá en armonía. Sus vidas y trabajo están basados en esta expectativa. Cuando ésta no se ve cumplida en el curso de sus vidas, caen a menudo en el desencanto y se sienten fracasados.

Pero Jesús no sostiene esta visión optimista. No sólo prevé la destrucción de su amada Jerusalén, sino también un mundo lleno de crueldad, violencia y conflictos. Para Jesús, este mundo no puede tener un final feliz. El desafío de Jesús no consiste en resolver todos los problemas del mundo.., sino en permanecer fieles a cualquier precio.”

*

Henri Nouwen

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Pasar el testigo.

Miércoles, 30 de abril de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

passation-de-serviceRecuerda …

Que si una pequeñez hace sufrir

Una pequeñez también da placer …

Que puedes ser sembrador de optimismo, de ánimo, de confianza …

Que tu buen humor puede alegrar la vida de los demás

Que puedes, en todo, decir una palabra amable …

Que tu sonrisa no sólo te adorna

Sino que embellece la existencia de los que te acercan …

Que tienes manos para dar

Y un corazón para perdonar …

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Thomas Merton

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , , , , , , , , , ,

Recordatorio

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