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Sucede

Sábado, 17 de agosto de 2024
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Del blog de Miguel Ángel Mesa, Otro mundo es posible:

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Sucede que a veces
no recuerdo el camino de regreso,
ni encuentro la serenidad
ante mis anhelos desvanecidos.

Sucede que a veces
navego solo en mi barca
dejándome impulsar y acariciar
por la brisa del silencio y su latido.

Sucede que a veces
siento nostalgia del encuentro
y me invade la necesidad de volver
al calor del abrazo pendiente, detenido.

Sucede que a veces
antes de entrar observo a través de la ventana,
escucho vuestras risas y las comparto dichoso,
después de quemar la nave del olvido.

*

Miguel Ángel Mesa
13.06.2024

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Largo el olvido

Martes, 11 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Es tan corto el amor

y tan largo el olvido”.

*

Pablo Neruda

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Luz del olvido

Viernes, 21 de octubre de 2022
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Del blog Nova Bella:

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  Me consuela pensar que lo que no comprendo

de ti, de lo que fuimos, todavía,

quizá llegue a entenderlo alguna vez

a la luz del olvido.

*

José Cereijo

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“Ni olvido ni perdono”

Sábado, 20 de agosto de 2022
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04182BC6-5844-4017-B119-F6B67538E6C9Del blog de Ramón Hernández Martín,  Esperanza radical:

El presente, abrazo del pasado y del futuro

La conferencia sobre la demografía fue un acto sin coloquio y sin preguntas, razón por la que, a su cierre, tuve que morderme la lengua. Me habría gustado dejar constancia no solo de mi disgusto por el pronunciamiento de marras, sino también haber hecho algunas consideraciones para limar las aristas electoralistas del acto. Dejando de lado la demografía con sus punzantes problemas, que van ligados principalmente a la carencia de puestos de trabajo en los pueblos y villas despoblados, aquí solo deseo reflexionar sobre la salvajada que supone gritar lo dicho, aprovechando un oportunismo circunstancial, cogido por los pelos.

Salvo que el olvido pretenda ser un perdón radical para eliminar incluso la más leve huella de la ofensa sufrida, de suyo no es más que la extirpación de un trozo de uno mismo, la eliminación de un pasado, algunos de cuyos dolorosos acontecimientos se han llevado por delante jirones de la propia vida. Quien olvida, lo mismo si se trata de las injurias recibidas que de la propia vergüenza, se condena a repetir la historia. Cuanto hemos vivido forma parte substancial del ser que somos en el momento y de la forma de vida que llevamos. En otras palabras, tanto nuestra propia experiencia como la historia en que necesariamente estamos insertos son dos grandes fuentes de recursos con los que debemos construir nuestro presente y alumbrar el futuro. El sabio dominico Chávarri dice que somos animales que pacen en cuatro frondosas praderas: la genética, que recibimos de nuestros padres; la naturaleza de la que formamos parte; la cultura en la que necesariamente crecemos y la metahistoria, que inspira y nutre la proyección ultraterrena de cuanto somos.

BFF4BEC7-6537-487D-8E1A-4E28924BF55EOlvidar, por tanto, aunque se trate de los crímenes y de los sufrimientos que los descerebrados miembros de ETA han causado a la población española, equivale a extirpar parte de nuestra cultura, de nuestra experiencia y de una porción importante de nuestro pasado familiar, social y nacional. Quien olvida, renuncia a él en la proporción de lo olvidado y, en esa misma medida, se queda suspendido en el aire, sin punto de apoyo para tomar impulso y seguir adelante y sin material para construir el futuro. Salvo que la memoria se alimente de rencor, la consigna de “no olvidar” es muy acertada: nos sirve para sacar fuerza de flaqueza, nos ayuda a comportarnos como seres racionales y nos robustece para seguir un camino de humanidad. El pasado es alimento del presente y cimiento del futuro. Pero, atención, subrayemos que hablamos de “no olvidar” para no empobrecerse, no para acunar sufrimientos y obsesiones o para cultivar odios y venganzas.

Frente a la conveniencia de un “no olvidar” equilibrado y fecundo, el “no perdonar” es, siempre y en toda circunstancia, el mayor desacierto que podemos cometer. Ciertamente, de una u otra forma, el pasado carga sobre las espaldas de cada uno de nosotros una mochila  de sucesos que nos han herido el cuerpo y destrozado el alma. Pero se trata de una pesada carga que solo tendremos que soportar hasta que tengamos el coraje de vaciarla perdonando. Cuando el perdón llega, la ofensa y el daño sufridos, sea cual sea su grosor, desaparecen de nuestro archivo y de nuestro horizonte. Todo lo contrario le ocurre a quien no perdona. Su camino se hará cuesta arriba, pues la ofensa y el daño no harán más que crecer en su interior hasta llenarlo por completo. Se queda entonces sin futuro, sin perspectiva, sin más razón para vivir que la venganza, traidor empeño que golpea mucho más al actor que al paciente.

Mientras que el olvido, al dejarnos sin pasado, nos arrebata las potencialidades que anidan en él, la negativa a perdonar, al cerrarnos la puerta de acceso al futuro, nos condena a la sinrazón de vivir un presente que se vuelve forzosamente huidizo y carente de estímulos. Para quien no perdona, el pasado engendra rencor y el futuro se subsume en la venganza, dos actitudes que niegan la racionalidad, el sentido común y la humanidad que deben inspirar y regir nuestros comportamientos. Si el pasado nos alimenta a condición de no envenenarlo, el futuro nos da alas a condición de que nos libremos de las ataduras opresoras del pasado. El tiempo, por mucho que lo controlemos, no es más que una ficción que nos ayuda a conjuntar y armonizar el momento vivido con el que lo remplaza. Tenemos así la sensación de vivir un presente continuo como fugaz abrazo de pasado y futuro, sutil como un soplo y endeble como un papel de fumar. La conciencia de este acontecer debería volvernos más precavidos y hacernos más sabios, pues, aunque nadie nos garantice que sigamos vivos dentro de un segundo, sabemos muy bien que lo ya vivido nos habilita y rearma para mejorar lo por vivir, sea poco o mucho, a condición de que respetemos sus respectivas  entidades. En otras palabras y resumidamente: a condición de no olvidar y de perdonar.

La conciencia de la dinámica temporal entre el “pecado cometido”, que siempre debemos tener presente para no olvidarnos de quiénes somos realmente, y el perdón que se convierte en oxígeno para seguir respirando, reaviva las consignas evangélicas que nos exhortan no solo a no olvidar que somos pecadores, sino también a perdonar, en toda situación y circunstancia, cuantas veces sea preciso. Ante la tesitura de expresar con una sola palabra lo que realmente es el cristianismo, mientras quienes lo han cosificado se decantarían por la palabra “fe”, quienes se ocupan de las cosas que realmente importan lo harían más bien por las palabras “amor” o “perdón”, hermosas palabras que se implican y se abarcan. Dios mismo es amor y perdón. El perdón abre puertas al amor hasta obligarlo a abrazar fuertemente cuanto dolor nos producen nuestros semejantes. El perdón, por su parte, es un abrazo de amor a un semejante hostil. No perdonamos a una mula por darnos una coz, ni a la climatología por ahogarnos tras una DANA o facilitar que arda nuestro hábitat, azote que tan crudamente estamos sufriendo este verano, a pesar de que la coz, el ahogamiento y el fuego nos flagelen tan duramente.

62A15889-4B25-4034-9891-22075729B77C¿Alguien podría entender el cristianismo como una religión en la que el perdón no sea lo básico, lo primario? El perdón va antes que la ofrenda, que la adoración a Dios e incluso que la caridad, pues todo eso nada es y nada vale cuando se hace con el corazón encharcado en odio o ardiendo en deseos de venganza. Perdonar nos convierte en auténticos dioses. La fe nos dice que Dios nos ha creado y nos ha echado a andar con autonomía para construir (valores) o destruir (contravalores) nuestra propia vida. Pues bien, el perdón desfonda los muchos contravalores que cada día nos atiborran de cosas contraproducentes. El perdón divino es omnímodo y universal y está garantizado a condición de ser pedido. Aunque se pueda entender bien como oración, me parece que, si encuadramos teológicamente el “padrenuestro”,  trastoca los términos comparativos del perdón, pues Dios no nos perdona como nosotros perdonamos, sino que somos nosotros quienes debemos seguir su ejemplo: no “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos”, sino “enséñanos a perdonar como tú lo haces”. Pero digo que se entiende muy bien como oración, pues imploramos el perdón divino tras presentarle a Dios las credenciales evangélicas de haber perdonado antes de ir al templo a orar o a presentar nuestra ofrenda.

Ni olvido ni perdono”. Si distorsionamos la razón del primer término, convirtiéndolo en alimento de rencor y venganza, la expresión se convierte en una negativa reforzada, como si dijéramos “no olvido para no tener que perdonar”. Pero “no olvidar” se vuelve totalmente positivo cuando reafirma un pasado que actúa como lección bien aprendida o punto de arranque para no volver a las andadas. El “no perdono”, en cambio, jamás puede volverse positivo porque hace que el dolor y el odio sigan anidando en el corazón y amputa las alas de nuestra propia proyección en el tiempo. Mientras el olvido nos roba el pasado, el no perdonar nos amputa el futuro. Tanto al olvidar como al no perdonar, caminamos vacíos de la humanidad que el pasado nos procura como experiencia y que se nos ofrece como posibilidad de mejora en el futuro. En cuanto cristianos, jamás deberemos olvidar que venimos de Jesús como modelo de humanidad y de una cruz como senda y que caminamos tras la mejora de una forma de vida que requiere necesariamente perdonar hasta “setenta veces siete”.

Espiritualidad , ,

Somos el olvido que seremos…

Miércoles, 13 de julio de 2022
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“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.”

*

Jorge Luis Borges

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José Antonio Vázquez: El olvido del Ser, fundamento de la religión burguesa.

Lunes, 22 de junio de 2020
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Ferdinand Hodler El buen samaritano, 1885La difusión en Occidente de una espiritualidad formalista y moralista, impulsada muchas veces desde el seno de las iglesias, y asociada a la defensa de formas sociales autoritarias e injustas, dio lugar a lo que el teólogo Metz denominaba la “religión burguesa”, una enfermedad espiritual y social, que se ha ido apoderando del cristianismo, cuando es, en realidad, su caricatura manipulada: una religiosidad privatizada e intimista al servicio de los ideales conformistas de los acomodados.

Esta “religión burguesa” no fue una enfermedad que afectó solo a ciertos cristianos poco comprometidos, pues, por desgracia sigue siendo, muchas veces, la sensibilidad dominante en el seno de algunas comunidades de las iglesias occidentales, también en sus grupos aparentemente más comprometidos, desde los más activos (centrados, a veces,  más en la propaganda casi con técnicas de marketing que en la promoción de la dignidad humana) a los más contemplativos (refugiados, en ocasiones, en una vida reducida a la oración, que es una evasión de la vida real y un descompromiso con los desfavorecidos).

El Concilio Vaticano II tomó conciencia de esta enfermedad en el seno de la iglesia católica e intentó poner remedio a la situación, volviendo a la experiencia cristiana de los orígenes, actualizada hoy, a la religión mesiánica o humanamente liberadora que el cristianismo es. Se animó a una “desclericalización” de la iglesia, para recuperar el valor de la koinonía (comunión y fraternidad) y el verdadero sentido del ministerio sacerdotal (al servicio de la comunión), se recuperó la dimensión social y liberadora del mensaje de Jesús, su opción por la defensa de la dignidad de la persona y de la justicia, con y desde los marginados;  se buscó desideologizar el anunció del mensaje, para redescubrir la experiencia espiritual que fundamenta la doctrina, se volvió pues a intentar que la mística fuera el centro del mensaje. Una mística de los ojos abiertos, solidaria, encarnada que llevara a una perspectiva universal, al diálogo interreligioso e intercultural, fundamento de la paz desde la justicia y el amor.

Con el Papa Francisco se ha recuperado y actualizado este proceso iniciado en el Vaticano II, obstaculizado por grupos ultraconservadores muy agresivos, protegidos durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El papa Francisco se ha desvinculado de esos grupos y ha continuado la línea de reforma del Vaticano II, incluyendo ahora con más fuerza la preocupación ecológica y social, pero todavía queda mucho por hacer: Es indignante la situación de discriminación de la mujer dentro de la iglesia, el laicado sigue privado de su protagonismo con muy poca influencia real en la estructura de la institución, la insuficiente garantía de los derechos humanos dentro  de la institución ha favorecido los abusos espirituales (abusos de poder manipulando la conciencia) y sexuales dentro de la misma (muchos avisan de que solo estamos conociendo la punta del iceberg), lo que reclama una verdadera reforma estructural, hay que sanear también el discurso teológico y moral en puntos como la sexualidad, liberándolo de prejuicios sexófobos, homófobos y misóginos que  siguen presentes en no pocas ocasiones en la cultura eclesial…

La religión burguesa sigue estando muy presente en el seno de la institución, por lo que, para sostener toda la labor de reforma y saneamiento urgente, necesitamos una fundamentación muy fuerte en una experiencia espiritual auténtica. Santa Teresa de Jesús decía que son los frutos de amor, los que nos muestran si una experiencia espiritual es auténtica o no. Amor afectivo y efectivo diría San Bernardo de Claraval. Una mística de los ojos abiertos decía Metz.

Ya K. Rahner lo intuyó hace tiempo al decir que el cristiano del siglo XXI será místico o no será (frase que él escuchó a Raimon Panikkar).

Martin Velasco ha señalado como la Mística es una experiencia que se basa en el encuentro con el Misterio transcendente (de ahí deriva su nombre), en lo más profundo de la inmanencia, en el interior del mundo humano. Transcendencia hace referencia a algo abierto, algo que no está cerrado (inmanente), por ello, la mística entiende el encuentro con el Misterio como una experiencia que no está encerrada en la mente, es decir, que nos lleva al encuentro con el Ser,  con Dios para los cristianos. Por eso, la experiencia mística se realiza a través del amor, no del intelecto, incluye una dimensión cognitiva (presente siempre en el amor) pero la transciende, no se reduce todo a un cambio de conciencia, sino a una transformación del ser, una unión por el amor del ser humano con el ser divino y con toda la realidad, sin fusión ni separación.

La mística remite al Ser, a una realidad que transciende la conciencia (incluso la conciencia suprarracional), busca la unión respetando la alteridad. El gnosticismo, que es la enfermedad de la espiritualidad, remite solo a la conciencia, pues reduce todo lo real a la conciencia, una conciencia, así, encerrada en sí misma, inmanente pues, y no transcendente, que no considera real lo que está más allá de ella (el otro, la alteridad).

La mística remite a un camino espiritual integral que incluye y valora el cuerpo, las emociones, el cultivo de la razón, la contemplación, el compromiso ético personal, interpersonal y social en el encuentro con el Misterio, pues respeta la alteridad de cada ámbito en la unidad. Busca la unificación por integración. El gnosticismo tiende a focalizar, todo el camino espiritual, fundamentalmente, en la práctica de la meditación contemplativa buscando una iluminación que lo libere de la supuesta “ilusión” de la alteridad; el gnosticismo reduce la realidad de los otros y del Misterio, al negar su alteridad, encerrándose en una “gran” conciencia autocentrada, que pretende subsistir por sí misma y ser lo único real. El gnosticismo busca la unificación negando la alteridad y admitiendo solo una única realidad: la conciencia, que en esta visión es inmanente (encerrada en sí misma, pues no reconoce la plena realidad de lo que no es ella). Es la dictadura de la unidad frente a la pluralidad. La salvación- realización se logra, así, por el conocimiento (un conocimiento suprarracional) no por el amor, de ahí, el nombre de esta enfermedad espiritual: gnosticismo, de gnosis (conocimiento) como ha señalado Hans Jonas, experto en gnosticismo.

La mística al situar el fundamento de lo real en el Ser y no en la conciencia, sostiene una visión antropológica que prima la libertad sobre el intelecto. La libertad entendida como libertad ontológica, como apertura del ser humano al Ser (capax Dei, decía San Agustín, capacidad de abrirse y unirse al Ser), más que como libertad operativa (capacidad de elegir).

La tradición judeocristiana se caracteriza por esta visión que da primacía al Ser, siguiendo la revelación de Dios a Moisés como: “yo soy el que soy”. El Ser, en la síntesis que hizo Santo Tomas de la mística cristiana y la sabiduría filosófica, está más allá de la conciencia, es el acto de todos los actos (el fundamento de lo real), es transcendente (abierto, relacional) y analógico (se expresa de modo plural sin perder una dimensión común en todas sus expresiones). Está más allá de la esencia (la dimensión referida a la conciencia, no es una realidad abstracta) y de la existencia (el ser determinado). La nota que caracteriza a este fundamento de todo es precisamente ser, es decir, aparecer fuera de la nada. Esta sería su caracterización desde una perspectiva objetiva, desde una perspectiva subjetiva o interna (hablando analógicamente) su nota fundamental es la libertad, cuya plenitud es el amor. Como dice San Juan Dios es Amor”, el Ser en su interior es amor, comunión, relación. De ahí que la mística considere a la libertad- voluntad como la facultad superior del ser humano, que integra y dirige a las otras y al amor (unión real del ente y el Ser) como la perfección del ser humano y de todo lo real. El gnosticismo tiende, sin embargo, a poner al intelecto como la facultad primera del ser humano (Santo Tomas también consideraba que el intelecto era la primera facultad pero solo desde la perspectiva constitutiva o esencial- relacionada con la dimensión intelectual de lo real- pero no desde la perspectiva dinámica de lo real, que es la más plena, pues se relaciona con el alcanzar los entes sus fines, es decir, con su perfeccionamiento, es la dimensión existencial y la más importante, y en ella prima para Santo Tomas la voluntad).

Señala Hans Jonas que el gnosticismo como principio siempre ha estado presente en el seno del cristianismo, acompañando a la mística y, en ocasiones, confundiéndose con ella. Ya Heidegger denunció el “olvido del ser” en la filosofía occidental, lo que podríamos entender como la contaminación gnóstica en parte del pensamiento occidental.

Para Cornelio Fabro, experto en la filosofía de Santo Tomas, es la propia filosofía escolástica medieval la que olvidándose de la importancia del Ser en Santo Tomas, evoluciona hacia posiciones que él denomina “esencialistas” o “formalistas”, que identifican al Ser con el “Ser esencial”, una esencia que es subsistente, es decir, con una Conciencia (la esencia hace referencia siempre a la dimensión intelectual) que existe por sí misma, regresando así a la visión gnosticista. Ya en la Edad Media las corrientes místicas van a criticar esta visión “intelectualista”, quizá el ejemplo más conocido es la crítica de San Bernardo de Claraval a Abelardo, un escolástico del momento con posiciones intelectualistas o su oposición a los cátaros, corriente espiritual abiertamente gnosticista.

Los humanistas del Renacimiento intentaron sanear este intelectualismo escolástico de la Edad Media ya decadente. Este humanismo recuperó la importancia de la libertad en la antropología humana, pero al apoyarse en la filosofía neoplatónica o hermética, en el esoterismo más que en la mística, no consiguieron regresar a la primacía del Ser, pues estas filosofías y espiritualidades eran representantes de una perspectiva intelectualista y no realista, no daban primacía al Ser sino a la Conciencia.

La modernidad nació así con una doble fuente espiritual: una fuente más sana vinculada con la mística cristiana que alimenta la revalorización del ser humano y su libertad y una fuente gnosticista, que dio lugar a las visiones racionalistas, idealistas, y por reacción, empiristas y materialistas, hasta llega al nihilismo, la tecnocracia y al capitalismo radical que vivimos, y que parece caminar hacia el transhumanismo deshumanizado.

Fue Hans Jonas quien ha vinculado la cultura y sociedad antiecológica, patriarcal, logocéntrica, mentalista e individualista que parece dominar occidente, con la influencia del intelectualismo gnóstico.

Caminar hacia una cultura y sociedad más ecológicas, más justas, menos patriarcales, menos logocéntricas y más integrales supone recuperar la mística del Ser, la libertad y el amory para ello, la aportación del cristianismo es esencial. Salir del inmanentismo (el encerramiento en la conciencia como única realidad) hacia la transcendencia, la apertura más allá de nosotros mismos hacia el Otro y los otros, respetando su alteridad y su comunión con nosotros es la verdadera espiritualidad no-dual, trinitaria, mística.

Hoy corremos el riesgo de querer salir de la “religiosidad burguesa” por medio de una “espiritualidad gnosticista”, que olvida el Ser o lo identifica con la conciencia. Una espiritualidad que dice ser «esotérica», transreligiosa o metarreligiosa, creyendo que así está más allá de la religión burguesa y que, en realidad, es otra cristalización más de la misma enfermedad.

Filósofos judíos como Levinas o Jonas han visto en este gnosticismo, que niega la alteridad y el Ser transcente, el error que conlleva unas consecuencias éticas graves (estaría en la base que terminó llevando al nazismo, una ideología que negó al otro su valor central). Como decía Santo Tomas: “parvus error in principio, magnus est in fine”. La reducción del Otro a ser solo una expresión de la conciencia supone fácilmente el descompromiso con el cuidado de la dignidad humana y el sentimiento de responsabilidad para con él. Si solo es importante la conciencia, que es la que nos salva, lo importante puede terminar siendo solo llevar a los demás a una experiencia de iluminación de la conciencia y no tanto de cuidado en la historia, más allá de la conciencia o la interioridad, de la justicia y la dignidad.

Sin ética y compasión la iluminación es una ilusión y, para que haya ética, el otro debe ser real, la realidad debe fundamentarse en el Ser transcendente que está más allá de la conciencia. Si solo hay conciencia, el otro desaparece engullido por una espiritualidad narcisista, que no reconoce al otro su alteridad sagrada.

José Antonio Vázquez

Fuente Cristianía

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La nada del olvido

Miércoles, 4 de marzo de 2020
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Del blog Nova Bella:

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“El libro es sobre todo un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que lleva la experiencia del vivir hacia la nada del olvido.”


*

Emilio Lledó

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Olvido

Miércoles, 6 de noviembre de 2019
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Del blog Nova Bella:

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El olvido está lleno de memoria

*

Mario Benedetti

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La perla preciosa

Miércoles, 20 de agosto de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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¡ Y cuando se está seguro de amarse, cuando  se ha reconocido en el ser amado la fraternidad que buscaba allí, qué serenidad en el alma!

La palabra misma expira; sabemos por anticipado lo que van a decirse; las almas se entienden, los labios se callan.

¡ Oh! ¡ Qué silencio! ¡ Qué olvido de todo!

 

*

Alfred de Musset, en “La Confesión de un hijo del siglo”

*

(Nota)

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