Jairo del Agua: El “hueco” de Dios y el egoísmo religioso.
De la idolatría del “becerro de oro” a la actual de la “vaca lechera”
Me he preguntado munchas veces por qué los humanos nos conformamos con ídolos, con supercherías, con magias, con irracionalidades… Es decir, con una religión falseada.Todos necesitamos un Dios, con el nombre e imagen que sea. Sabemos que somos frágiles, limitados, necesitados, que tenemos un inicio y un fin, que somos caducos. Nuestra propia naturaleza pequeña clama por un Dios trascendente al que poder agarrarnos.
Se trata de la “religión primaria” de todos los seres humanos de todos los tiempos. Necesitamos “dioses” más poderosos que nosotros que ayuden nuestra limitación y expliquen nuestro origen. En principio es un “movimiento egoísta”. Queremos conseguir que los “dioses” nos sean propicios y nos libren de los peligros de este mundo.
Tanto necesitamos ese auxilio que hasta matamos para conseguirlo. No necesito citar las múltiples religiones que practicaron “sacrificios humanos”.En un momento dado de la evolución humana se empieza a vislumbrar que un Dios auténtico tiene que ser único. Poco “dios” sería si tiene que compartir su poder. Poco racional nos parece hoy lo del Olimpo.
Y de la tradición del Dios único de Abraham venimos los cristianos y demás religiones monoteístas. Nosotros, además, contamos con la ratificación de Jesús al que consideramos Hijo de Dios. De su seguimiento nace la Iglesia Católica con todos sus avatares, exageraciones, putrefacciones y disgregaciones.
Lo que hoy resulta tremendamente chocante es que la mayoría católica siga siendo de “creyentes primarios”, es decir, totalmente adheridos a la “religión egoísta”, como lo fueron nuestros ancestros de cualquier creencia religiosa.
Más absurdo todavía es que nos hayamos construido nuestro Olimpo particular o “imaginario Cielo”. En el que reina un teórico y limitado Dios único, auxiliado por una pléyade de “diosecillos menores” (vírgenes y santos) cuya intervención y súplicas necesita para actuar. Nos parece normal porque lo hemos mamado y nadie nos saca del error, pero en realidad practicamos un “politeísmo asimétrico” y una “piedad mitológica”.
Y es que lo que nos interesa es tener “dioses” que nos den seguridad, cubran nuestras necesidades y nos libren de los peligros. Nos hemos construido “dioses manejables y utilitarios” que nos sean propicios, exactamente lo mismo que buscaban los primitivos homínidos.
Hemos emulado el “becerro de oro” de los israelitas y nos hemos construido una invisible “vaca lechera” a la que poder ordeñar con nuestras peticiones o las “ficticias intercesiones” de nuestros santos vaqueros o de la gran vaquera, mediadora de todos los lácteos.
¿Y qué hemos hecho con Jesús de Nazaret? Pues nos hemos quedado en su frase “más primaria”: “Pedid y recibiréis” (Mt 7,7), totalmente acorde con la cultura y mentalidad de sus oyentes. Y la hemos interpretado en su sentido más aprovechado: lo básico es “pedir”, así conseguiremos saciarnos. La lección previa: “no seáis como los paganos…” (Mt 6,5 y ss) la hemos despreciado.
Así hemos llegado, tras XXI siglos, al eje actual de nuestra religión: PEDIR para CONSEGUIR. No importa si nos fabricamos ídolos, si somos irracionales, si nos separamos de las enseñanzas de Jesús, lo importante es CONSEGUIR que Dios baje y nos colme. ¿Eso no es egoísmo infantil puro y duro?
No es verdad que amemos a Dios. Lo que amamos es su supuesta capacidad de auxiliarnos. Lo que nos interesa son “el pan y los peces”. Lo mismito que aquellos israelitas que querían hacer rey a Jesús después de la multiplicación (Jn 6,26).En quien de verdad estamos interesados es en un ídolo: “el dios intervencionista”, al que intentamos contentar y convencer directa o indirectamente.
¿Cuántos piensan y actúan hoy como si todo dependiera de nosotros? Pues muy pocos. Los Guías nos empujan a colgarnos del “ídolo intervencionista”. ¿En esa actitud no subyace otro “movimiento egoísta”? Si viven del Pueblo, han de convencernos de que son “útiles materialmente” para que no les abandonemos. Hace unos días me han hablado del cobro de sacramentos en algunas Parroquias e, incluso, del pago previo de las formas para las primeras comuniones.
¿Por qué los fieles aguantan y toleran estas inmundicias? Respuesta sencilla: “Porque nos han inculcado que desafiar a los curas es desafiar a Dios”. Error garrafal.
No pongo en duda la buena intención de la mayoría de Curas y Religiosos con galones o sin ellos. Lo que denuncio es que su rancia doctrina, sus ritos y sus devociones NO se orientan a hacernos más “libres y autónomos” sino todo lo contrario. La religión católica de hoy tiende a hacernos “dependientes” de ese “dios intervencionista” y de quienes se consideran sus administradores.
¿Por qué, entonces, hay personas que se sienten consoladas, apoyadas y hasta felices con nuestra religión?
1º) Porque el “ambiente humano” es decisivo para las creencias religiosas. Hemos mamado que somos los verdaderos, los fetén, los hijos predilectos, los que tenemos asegurado el cielo y el amparo divino (si no crees eso, eres un hereje o un ateo). Es una primera etapa elitista y poco religiosa. Muchos no pasan de ahí y se acomodan en una “religión infalible, ritual y estética”.
Eso mismo creen o creían, por ejemplo, los adoradores del “tótem pájaro”, del “dios sol” o de la “diosa Anubis”. Eso mismo creen los seguidores de otras religiones o sectas.CREER da “seguridad sicológica”, una de las fuentes de la felicidad. Y si creo junto con millones de personas (ambiente humano), más seguridad.
Con ello se cubre una de las necesidades básicas del ser humano: la SEGURIDAD sicológica. Aunque aquello en que creemos sea más falso que un gato con cinco patas.
2º) En una etapa progresiva los creyentes descubren “el hueco”. Puede ser tarea de años y de intensidad diversa. Es una experiencia confirmada por millones de seres humanos a lo largo de los siglos. Nos han creado con inteligencia para que aprendamos a construirnos, perfeccionarnos a lo largo de la vida y ayudarnos. Somos seres evolutivos y sociales.
Cuando minoramos la imagen del “dios intervencionista” (la “vaca sagrada” que nos provee cuando la ordeñamos con nuestras oraciones y sacrificios) y el “egoísmo religioso” (que solo busca auxilios puntuales) algunos profundizan y descubren “el hueco”. Sobre todo los profesionales de la religión y personas más piadosas.
Ese “hueco” es una especie de “hambre” o “nostalgia” que se siente en el interior y busca instintivamente a la Madre de la que salió.Ese “instinto espiritual” se siente en el fondo de la persona, en la zona profunda de la sensibilidad anexa al ser, lo íntimo y constituyente de cada persona. Y se somatiza en el bajo vientre.
Quizás entonces observes la creación y te des cuenta que ya contiene todo lo que necesitas para vivir, aunque tengamos que trabajar para conseguirlo. Puede que algunos desembarquen en el “ateísmo” al no necesitar un “dios” que les consiga las naranjas o el pescado.
Quizás entonces descubras la fuerza de la interioridad y en ella unos “valores”, que no hemos sembrado, pero están ahí y son parte de nuestra personalidad. Sumergido en esa interioridad, percibirás unas “aspiraciones” (también en el fondo de la sensibilidad) que van más allá de conseguir el cocido de cada día.
Quizás empieces a vivir la seducción de ese “hueco interior” y a disfrutar de su atracción gravitatoria. Quizás descubras que la bondad, la paz, la compasión, el amor están en ese interior como “aspiraciones” que jamás se colman, siempre te dejan con hambre. Es inevitable que te percibas limitado, pobre, pequeño. Algunos a esa sensación de finitud la llaman erróneamente “pecado” y se culpabilizan, probablemente fruto de una tenebrista formación religiosa.
Cuando descubres esto “vivencialmente” intuyes que Alguien debe tener todo eso sin límites. Es entonces cuando te das de bruces con el Dios Trascendente, que es más que tú, y el Dios Inmanente que inunda tus limitados cimientos y tiende a expandirse dentro de ti.Has desembarcado en el “hueco”. Has comprobado tus límites pero también tus potencialidades. Has descubierto la “experiencia mística”. “Nos hiciste Señor para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Agustín de Hipona).
Esto es común a todos los seres humanos. Desde ahí se vive la universalidad, la fraternidad, el ecumenismo, la vivencia de un único Dios. Te sentirás “ínfimo y efímero, pero necesario” para construir una Humanidad más humana.
Quizás llegues a definir a ese Dios que te inunda y circunda, como “Infinitud de las aspiraciones profundas del hombre”, sin más connotaciones, separaciones, privilegios o absolutismos.
Quizás te des cuenta que ese “Dios Infinito” que tiende a expandirse en tu “hueco” no puede ser el “dios tacañón” al que invocamos continuamente para que suelte la lluvia, el pan o la salud.
Quizás llegues a la certeza de que todas nuestras necesidades están atendidas en la Creación, que nada hay que pedir, que solo hay que “trabajar y administrar” lo que se ha confiado a nuestra “libertad y autonomía”.
Si te quedas en la superficie, solo sentirás tus necesidades biológicas y sicológicas. Te estancarás en la oración de petición y permanecerás siendo un creyente infantil, dominado por los clérigos (de cualquier religión).Nunca serás realmente “libre y autónomo” ni conocerás la dulzura de los frutos del Espíritu.
Esa vivencia del “hueco” alegra el corazón de los católicos y de todos los místicos de cualquier religión.
Cuando vives desde ahí poco importa que interiorices ante el “tótem pájaro”, el “sol” o un “sagrario”. La “vivencia religiosa” con sus consuelos y deleites están ahí para todos los seres humanos. Empezarás a entender lo que significa “adorar en espíritu y verdad” (Jn 4,23).
3º) La etapa de la coherencia.
Una vez descubierta vivencialmente la existencia de un Dios trascendente e inmanente, posible para cualquier ser humano, entran en juego dos factores: el “ambiente religioso” y la “búsqueda de coherencia” (somos seres que pensamos).
El “ambiente religioso” pesa muchísimo, sobre todo en etapas inmaduras (domina el creer en lo que otros te dicen: “fe de paja”). Pero la “búsqueda de coherencia”, propia de seres inteligentes, te conduce a descubrir el “Dios coherente”. Será un motor de progreso no solo para saltar de una religión a otra, sino para evolucionar en la propia religión.Los primeros cristianos no se convirtieron por una gracia especial, ni por un bautismo transformante, sino porque sintieron desde dentro que la “luz de Jesús” era coherente con sus vivencias profundas.
Puede que los textos escriturarios describan mágicamente algunas conversiones, como tantas y tantas cosas de la Biblia, escrita en una etapa mítica y mágica de la humanidad, incluido el NT.
Pero el acercamiento al “Dios coherente” te lleva a deducir que el Espíritu Santo -con tanto trajín en nuestro cristianismo- no tiene ningún “elegido” y se derrama igualmente TODO en TODOS.Lo dice el Evangelio: “Hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). “Está escrito en los profetas: TODOS serán enseñados por Dios” (Jn 6,45).
Es la “disposición personal” de cada uno y el “ambiente humano” (de lo que vengo hablando) lo que consigue que te moje o te resbale ese Espíritu que llueve sobre TODOS. Lo describe claramente la “parábola del sembrador” (Mt 13,3).
Muchos cristianos mantienen una “fe de paja”, muy frágil, muy insegura, muy postiza. Creen en “otros seres humanos” y solo siguen ritos, rúbricas, peticiones, doctrinas y conductas impuestas por seres humanos. Lo mismo ocurre en otras religiones.
Esto, que es normal en una primera etapa, es una barbaridad en la edad madura. En realidad son “robots” programados que buscan cubrir unas necesidades humanas. O “bebés” conducidos por otros en sus carritos, sin apoyo en las certezas y evidencias interiores. Es totalmente explicable que abandonen el carrito cuando se dan cuenta de que están siendo conducidos o manipulados. Los responsables cultivaron árboles sin raíces, construyeron “casas sobre arena” (Mt 7,26).
No basta creer o someterse a alguien que te dice lo que has de creer. Hay que utilizar la luz que el Creador nos ha dado: la inteligencia. Ella nos afirma que un “dios manipulable e imperfecto” no puede ser Dios.
La maduración religiosa (la vivencia) te conduce a la coherencia. Entonces te preguntas, contrastas, te dejas interpelar con libertad. Tu inteligencia coherente y tu vivencia interior se alían para llevarte a la “adhesión” de lo que coincide (es coherente) con tus “aspiraciones profundas”.Cuando hace unos años, en el Sínodo de mi Diócesis, me dejaron intervenir por 3 minutos (máximo permitido a los laicos) ante la Asamblea General presidida por todos los Obispos y Curas de graduación les espeté este comentario: “Yo no creo por lo que me han enseñado o me mandan creer los Obispos. Creo porque mis “aspiraciones profundas” coinciden con la predicación y ejemplo de Jesús de Nazaret”.
Esa misma coherencia te lleva a ajustar las imágenes distorsionadas de Dios que corren por nuestro Pueblo. Muchas promovidas o consentidas por quienes deberían iluminar y guiar.
Por esa coherencia jamás imaginarás que Dios está contenido o se identifica con algo material. Ni en el tótem, ni en el sol, ni en una escultura, ni en una custodia.
Te percatarás de la cantidad de ídolos y seudoreligión que arrastramos. Te darás cuenta que los “signos” (sacramentos) solo son eso, signos, algo que te remite al Dios que te inunda, te circunda y te trasciende. La única criatura que es recipiente de Dios es el ser humano. “Cuanto hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
Sin embargo, hemos llenado nuestras iglesias de imágenes, reliquias, sagrarios, etc., cuanto más preciosistas mejor. Hemos materializado la religión, hemos construido una cantidad ingente de ídolos.Los símbolos son útiles para conducirte a lo que simbolizan. Los carteles del camino son muy útiles, pero si te paras a rezarlos o adorarlos frustras totalmente tu viaje.
He orado horas y horas delante de cualquier sagrario, todavía me encanta doblar la rodilla y sentirme en adoración. Pero sé que esa lamparilla encendida y el sagrario solo es el recordatorio de que Dios está con nosotros, dentro de ti y de mí, manteniendo la creación en su esencia. Si por un momento se distrajese y retirase su potencia creadora, todo desparecería, hasta los adoquines de la calle que transito a diario.
Por eso el mejor templo para contemplar, profundizar y ver a Dios es tu interioridad, la naturaleza y tu semejante. Si no corriera el riesgo de que me encerrasen en un manicomio, me arrodillaría ante un ser humano (de cualquier religión) para adorar a Dios, sobre todo si es alguien que sufre. Ahora sé que el Dios Inmanente que nos constituye a los dos (y a toda la humanidad) solo se puede mostrar por mi corazón y mis manos.
Cuando llegas a este punto poco importa cómo llames a ese Ser ignoto (al que nunca abarcarás) con tal de que sea coherente con tu inteligencia. Y nada te separará de los otros seres humanos o criaturas de este mundo. Todos y todo lo vivirás con esa fraternidad de criaturas del mismo Padre.
Una religión que separa, acapara, se apropia y esclaviza en nombre de un “dios” (se llame como se llame) es racionalmente falsa. “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16), incluidas sus “manifestaciones religiosas”. Y ahí los católicos hacemos agua.
No basta vivir el “hueco”, ese “ansia de Dios” que nos habita. Hay que ser coherentes en lo que oramos y en lo que obramos. Es decir, cabeza, manos y corazón deben estar sintonizados. Eso es lo que llamamos “unificación de la persona”.
He llegado a comprender que toda manifestación religiosa oficial debería tener la finalidad de “ILUMINAR” nuestra inteligencia para acertar a administrar nuestra vida y vislumbrar (creer) a ese Dios que ya nos lo ha dado TODO.
Y por otro lado a “MOTIVAR” nuestra voluntad para seguir lo que ya llevamos dentro, el parecido con ese Creador, su “imagen y semejanza”.
Me consta que muchos católicos, cuando leen lo que voy publicando, piensan: “Este modo de hablar es duro, ¿Quién puede hacerle caso?” (Jn 6,60). Y se vuelven a sumergir en las jaulas, en que nos tienen encerrados los jerarcas, con el precioso don de la razón bien adormecido.Nos han vendido con fraude que superar a los que mandan es pecado, herejía, falta de fe, condena segura…
Sin embargo, Aquél al que sigo prefiere la libertad: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67). Porque sin libertad, sin apertura al “espíritu y vida” (Jn 6,63) no puede existir una religión auténtica.
Lo enseñan lo maestros espirituales: Hay que “desinstalarse” para progresar. Pero la mayoría de los católicos viven cómodamente “instalados”. Y si alguien se mueve libre como una veleta al viento de la “Ruah”, se le proscribe o expulsa.
Los nuevos “arrendatarios de la viña” se han adueñado de la viña, como los de antaño. No hay más que ver cómo se encumbran ante el Pueblo y cómo exigen reverencias, inciensos y sometimientos.
Cuando veo estas imágenes me pregunto: ¿Éstos son de verdad “servidores”, “discípulos de Jesús”, o prepotentes impostores?
Leo estos días una frase del Papa Francisco: “¡Si Jesucristo no nos pone en crisis, quizás hayamos aguado su mensaje!”
Jairo del Agua
Fuente Blog de Jairo del Agua https://jairoagua.blogspot.com/
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