Jueves, 8 de febrero de 2024
Hay lugares donde sopla el Espíritu, pero hay un Espíritu que sopla en todos los lugares.
Hay personas a las que Dios toma y pone aparte. Hay otros a los que deja en medio de la gente, a los que «no retira del mundo».
Esta es la gente que tiene un trabajo ordinario, que tiene un hogar ordinario o son solteros ordinarios. Gente que tiene enfermedades ordinarias, con su pena ordinaria. Gente que tiene una casa ordinaria, que viste ropas ordinarias. Es la gente de la vida ordinaria.
La gente que se encuentra en cualquier calle. Aman la puerta que da a la calle, como sus hermanos invisibles al mundo aman la puerta que se cierra definitivamente tras ellos.
Nosotros, la gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, que este mundo donde Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad.
Creemos que no carecemos de nada, porque, si algo de lo necesario nos faltara, Dios ya nos lo habría dado
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Madeleine Delbrêl
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Jueves, 8 de noviembre de 2018
Recibir el mensaje evangélico en la vida significa dejar que nuestra vida llegue a ser, en el sentido más amplio y real de la palabra, una vida religiosa, una vida referida a Dios, en estrecha relación con él. La revelación esencial del Evangelio es la presencia dominante e invasora de Dios. Se trata de una invitación a encontrar a Dios, y a Dios no se le encuentra más que en la soledad. Esta soledad parece estar negada a aquellos que viven con los hombres. Sería como creer que nosotros podemos entrar en la soledad antes de que Dios nos llame. En realidad, es él quien nos espera. Encontrarle significa encontrar la soledad, porque la verdadera soledad es espíritu, y todas nuestras soledades humanas son sólo un modo de encaminarnos hacia la fe, que es la perfección de la soledad. La verdadera soledad no es la ausencia de los hombres, sino la presencia de Dios. Poner nuestra propia vida frente a Dios, dejar que la noción de Dios transforme nuestra propia vida, significa entrar en una región donde se nos da la soledad.
Es la altura lo que procura la soledad de las montañas, no el lugar donde se apoyan sus bases. Si el manar de la presencia de Dios en nosotros acaba en el silencio y en la soledad, entonces nos deja en la paz, conscientes de estar profundamente unidos a todos los hombres, hechos de la tierra como nosotros… «Bienaventurado el que recibe la Palabra de Dios y la guarda» (Lc 11,28).
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Madeleine Delbrêl,
Nosotros, gente de la calle,
Estela, Barcelona 1971.
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