Leído en la página web de Redes Cristianas
Estamos en época de Navidad, pero el aura no es de Navidad, sino más bien de Viernes Santo. Tantas son las crisis, los ataques terroristas, las guerras que las potencias belicosas y militaristas (EE.UU., Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) conducen juntas contra el estado islámico, destruyendo prácticamente Siria, con una muerte espantosa de civiles y niños, como la misma prensa ha mostrado, la atmósfera contaminada de rencores y espíritu de venganza en la política brasileña, por no hablar de los niveles astronómicos de corrupción: todo esto apaga las luces de Navidad y ensombrece los pinos que deberían crear el ambiente de alegría y de inocencia infantil que todavía existe en toda persona humana.
Quién pueda ver la película Niños Invisibles, en siete escenas diferentes, dirigidas por directores de renombre como Spike Lee, Katia Lund, John Woo, entre otros, puede darse cuenta de las vidas destruidas de los niños en muchas partes del mundo, condenados a vivir de la basura y en la basura; y sin embargo, hay escenas conmovedoras de camaradería, de pequeñas alegrías en los ojos tristes, y de solidaridad entre ellos.
Y pensar que son millones en el mundo de hoy y que el propio niño Jesús, según las Escrituras, nació en un pesebre para animales, porque no había lugar para María, cercana al parto, en ninguna posada en Belén. Él se mezcló con el destino de todos estos niños maltratados por nuestra falta de sensibilidad.
Más tarde, ese mismo Jesús ya adulto dirá: “quien recibe a estos hermanos míos más pequeños, a mí me recibe”. La Navidad tiene lugar cuando se da esta acogida, como la que el Padre Lancelotti organiza en São Paulo para cientos de niños de la calle bajo un viaducto, que contó durante años con la presencia del presidente Lula.
En medio de todas estas desgracias en el mundo y en Brasil, me viene a la mente una pieza de madera con una inscripción pirograbada que un interno de un hospital psiquiátrico de Minas me dio durante una visita que hice allí para animar al personal. En ella está escrito: «Cuando nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano».
¿Puede haber un acto de fe y esperanza mayor que este? En algunas culturas de África se dice que Dios está de manera especialmente presente en los que nosotros llamamos “locos”. Por eso son adoptados por todos y todos cuidan de ellos como si fueran un hermano o una hermana. Así se integran y viven en paz. Nuestra cultura los aísla y no los reconoce.
La Navidad de este año nos remite a esta humanidad ofendida y a todos los niños invisibles cuyos padecimientos son como los del niño Jesús, que ciertamente en el invierno de los campos de Belén temblaba en el pesebre. Según una antigua leyenda, se calentó con el aliento de dos caballos viejos que, en recompensa, adquirieron después completa vitalidad.
Vale la pena recordar el significado religioso de la Navidad: Dios no es un viejo barbudo con ojos penetrantes, ni un juez severo que juzga todas nuestras acciones. Es un niño. Y como niño no juzga a nadie. Sólo quiere vivir y ser querido. Del pesebre viene esta voz: «¡Oh, criatura humana, no temas a Dios! ¿No ves que su madre ha envuelto sus pequeños brazos? Él no amenaza a nadie. Más que ayuda, necesita ser ayudado y llevado en brazos».
Nadie mejor que Fernando Pessoa entendió el significado humano y la verdad del niño Jesús:
«Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba. Es tan humano que es natural. Es el Divino que sonríe y juega. Por eso sé con toda seguridad que él es el Niño Jesús verdadero. Es un niño tan humano que es divino. Nos llevamos tan bien los dos, en compañía de todo, que nunca pensamos el uno en el otro… Cuando me muera, Niño mío, déjame ser el niño, el más pequeño. Tómame en tus brazos y llévame a tu casa. Desnuda mi ser cansado y humano. Acuéstame en la cama. Cuéntame historias, si me despierto, para que me vuelva a dormir. Y dame tus sueños para que juegue, hasta que nazca cualquier día que tú sabes cuál es».
¿Se puede contener la emoción ante tanta belleza? Por esto, todavía, a pesar de los pesares, podemos celebrar discretamente la Navidad.
Termino con este otro mensaje que tiene significado y que me encanta: «Todo niño quiere ser hombre. Todo hombre quiere ser rey. Todo rey quiere ser “dios”. Sólo Dios quiso ser niño».
Abracémonos unos a otros como quien abraza al Divino Niño que se esconde en nosotros y que nunca nos abandonó. Y que la Navidad sea todavía una fiesta discretamente feliz.
*Leonardo Boff es teólogo y columnista del JB online.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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