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“ Nicodemo: el hombre que nació de nuevo”, por Dolores Aleixandre

Jueves, 28 de abril de 2022
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nicodemoDe su blog Un grano de Mostaza:

En el interior de Nicodemo luchaban dos fuerzas opuestas

01.04.2022

Evitaba pasar junto aquella puerta y, por supuesto, atravesarla. Frente a ella y fuera de la ciudad, se alzaba el pequeño promontorio en el que crucificaban a los condenados y a Nicodemo le repugnaba la sola idea de pasar cerca aquellos malditos. Se jactaba de ser un fariseo íntegro, dedicado al estudio de la ley y su conducta intachable constituía su orgullo.

Movido por el deseo de progresar en el saber, había ido a visitar a aquel maestro de Galilea de quien todos hablaban. Lo hizo de noche: había murmuraciones en torno a aquel hombre y quería evitar que su visita desatara sospechas de complicidad con él. Pero la entrevista no discurrió como esperaba: él iba buscando un intercambio de opiniones entre sabios, algún progreso en el saber que los enriqueciera a ambos y le desconcertó el planteamiento abrupto de Jesús sobre la necesidad de nacer de nuevo. No era eso lo que él iba buscando y se escabulló en la noche con una molesta sensación de inquietud. Sin embargo, no pudo evitar después seguir de lejos sus idas y venidas, e incluso preguntar con discreción sobre lo que Jesús hacía y decía. Algunos dichos suyos le parecían muy hermosos, como el masal del hombre que encontró un tesoro y lo vendió todo para hacerse con él y, en el fondo, le parecía una obcecación ver a sus compañeros fariseos empeñados en difamarle. Por eso se negó desde el principio a participar en la conspiración que tramaban contre él.

En una ocasión y muy a pesar suyo, sintió que debía levantar la voz en su defensa en la reunión del Sanedrín. Se daba cuenta de que, al hacerlo, estaba arriesgando su prestigio y por eso adoptó un tono de moderada prudencia pero, a pesar de ello, mereció un doble desprecio: el de quienes le escuchaban y el suyo propio por su cobardía.

Una extraña angustia se instaló en él a partir de ese momento y vivió después con tensa expectación los preparativos de aquella Pascua: rogaba a Dios que Jesús no subiera a Jerusalén, donde se cernían sobre él sombríos presagios. Pero él subió, lo prendieron de noche y comenzó aquel juicio inicuo mientras él permanecía encerrado en su casa. En su interior luchaban dos hombres: el fariseo Nicodemo, aferrado convulsamente a sus viejas ideas, costumbres, saberes y prestigio, y otro hombre desconocido para él que, allá en lo más hondo, sabía que había encontrado un tesoro y tenía que venderlo todo si quería conseguirlo.

Al atardecer de la víspera de la fiesta de Pascua, antes que sonara el sofar que anunciaba el comienzo del Sábado más solemne del año, una misteriosa tranquilidad se apoderó de él: salió de su casa, fue a comprar cien libras de perfume y se dirigió con decisión hacia la puerta oeste de la muralla. Se detuvo un instante en el umbral, consciente de que, si la atravesaba y se acercaba a aquel hombre maldito que colgaba de un madero, su vida ya nunca volvería a ser la misma. Sentía un desgarramiento en sus entrañas, como si una vida nueva, aprisionada en la matriz de su pasado, estuviera empujando para salir fuera de lo conocido.

Del otro lado estaba el campo que escondía el tesoro y el crucificado ejercía sobre él una poderosa atracción, más fuerte que todas sus resistencias. Cruzó el umbral y se fue acercando, cargado con sus perfumes, al montecillo rocoso donde estaban clavadas las cruces.

Estaba vendiéndolo todo para poseer aquel tesoro. Estaba naciendo de nuevo.

[1] Jn 3,1-21; 7,50-53; 19,38-42

Biblia, Espiritualidad ,

“El viento sopla”, por Gema Juan OCD

Domingo, 15 de febrero de 2015
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15546344562_311b260b4e_mDe su blog Juntos Andemos:

A Nicodemo, un hombre que parece del siglo XXI, a pesar de ser coetáneo de Jesús, le parecía imposible que Dios fuera capaz de hacer renacer a los seres humanos. Y Jesús le decía que sí podía, que es posible «nacer de nuevo», pero que hay que dejar al Espíritu de Dios que sople, que sea Él quien lo haga.

Por eso, le decía: «No te cause tanta sorpresa lo que te digo… El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». Y, tan cabal y prudente como escurridizo, Nicodemo no entendía. A pesar de que intuía en Jesús una luz nueva y un soplo fresco; quizás había percibido algún rumor.

La vida está llena de planes, organigramas, proyectos. Son necesarios, y hasta imprescindibles; van dando forma al quehacer cotidiano, propiciando una eficiencia que hace avanzar al mundo. Pero, de pronto, «oyes su rumor»… ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

La historia sigue su curso. Trabajos y fatigas, deseos y esperanzas, logros y reveses, encuentros y despedidas, barbechos y vegas… un amasijo de fuerzas vivas parece mover el universo. Pero, de pronto, «oyes su rumor». ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

Algo se mueve, en otra dirección. No contra la dirección del mundo, que está en permanente creación, sino atravesándolo. Y solo se percibe un rumor, como un misterio que horada la realidad y llama a renacer.

Teresa de Jesús decía que, a veces, estaba leyendo, o haciendo otras cosas y le venía «a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él». Sentía el rumor, sin saber de dónde venía, ni a dónde la podía llevar.

Dios no solo se deja encontrar, sino que busca. Eso es lo que entendió Teresa. No solo espera con una larga e inagotable paciencia, sino que otea y sale al encuentro, y se apresura a veces. «El viento sopla», Dios no está quieto. No es el ser inmóvil e impasible que observa el universo, se mueve, su Espíritu actúa y se puede sentir.

«Muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y… penetra toda el alma en un punto», apuntaba ella en sus papeles. A ese deseo lo llamaba Gregorio de Nisa «deseo universal» y decía a Dios: «El deseo universal, el gemido de todos, tiende a Ti. Todo lo que existe te reza, y todo ser que piensa tu universo hacia Ti eleva un himno de silencio».

Así es como sopla el viento, el Espíritu… donde quiere y como quiere. En el gemido de todos, en los anhelos que transitan invisiblemente el mundo, en el silencio del pensamiento que trabaja diariamente. Viene a deshora, irrumpe más que interrumpe y se queda sin instalarse porque su misión es mover y llamar a un nuevo nacimiento.

Mueve los miedos y las oscuridades –dirá Teresa¬– de modo que basta «aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo». «El viento sopla».

Mueve la vida para crear con el Dios creador y servir con el Cristo de los caminos: «Parece viene una inflamación deleitosa… mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos» y eso, aunque esté «con descuido de cosa interior». Porque «sopla donde quiere».

«No sabes de dónde viene ni a dónde va», pero «así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien» —repetía Teresa, al sentir el rumor que movía su vida.

El evangelio dice que el viento sopla, que su rumor se siente y que no se deja predecir ni apresar, pero añade que «lo mismo sucede con el que nace del Espíritu»: se mueve, no se estanca ni tampoco alardea del viento que le mueve. No se aprovecha ni se detiene, se deja llevar porque ha sido alcanzado por el rumor de Dios.

«Estas almas» –dice Teresa– «el sosiego que tienen en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Son como el viento, se van asemejando a Dios, a quien el amor le hace estar activo a favor de todos. Son del Espíritu y dejan oír su rumor porque «su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» y porque saben que «nacer de nuevo» es dejar nacer en ellos el deseo de Jesús: «el deseo del bien de las almas».

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