Ante el cambio de año: Navidad Judía, Navidad Cristiana (con Hannah Arendt)
— Todo nacimiento humano es Navidad, presencia y promesa de Dios, en la fragilidad y riqueza de la vida, abierta al futuro de una esperanza que nos sobrepasa.
–-No hay nacimiento sin promesa de los padres y/o educadores, esto es sin compromiso de asistencia y de futuro. Sólo se nace por otros, es decir, donde hay personas (madre, padre, sociedad…) que dicen al niño “tú serás”, con comprometemos a que vivas, te daremos cuidado, palabra y asistencia, para que tú seas.
— Todo nacimiento es finalmente perdón, esto es, gratuidad, por encima de los mecanismos de violencia y de ira, de la lucha mutua y la venganza… Nacer humanamente es recibir vida gratuita, por encima de todos los “pecados”, los errores, las venganzas, poner en marcha una existencia nueva, una “ventana” de Dios en la tierra.
Así pueden resumirse los tres momentos principales del pensamiento maduro de Hanna Arendt (1906-1975), filósofa y antropóloga judía, que ha marcado el pensamiento del siglo XX, en torno al holocausto nazi (la anti-navidad) y a su superación, más allá de la pura justicia retributiva (vindicativa).
De esa forma, ella ha trazado, desde su tradición judía, de una manera básicamente laica, pero abierta al misterio de la Vida universal, los tres elementos básicos que la Navidad Cristiana ha desarrollado desde el mismo judaísmo, en clave religiosa.
Pienso que ella puede y debe presentarse como testigo privilegiado de la Navidad cristiana, repensada desde la más honda tradición judía, de un modo universal…como esperanza y tarea de Navidad, que es nacer, perdonar, pactar:
1. Ser hombre es nacer, ser hombre es Navidad (es decir, que te nazcan), en gratuidad, para iniciar un nuevo camino de vida, como Dios ha querido hacerse nueva vida humana en Jesús.
2. Ser hombre es prometer, esto es, que prometan darte vida: es pactar, recibiendo y dando la palabra… Ser hombre es palabra hecha carne, como dice Jn 1, 14, ofreciendo a cada niño que nace un espacio en la gran alianza de la vida.
3. Ser hombre es,finalmente perdonar…, no hallarse atado al pasado, comenzar de nuevo, cada vez, en cada nueva historia… superando incluso el holocausto nazi (nacimiento), esperando encontrar nuevos caminos de vida.
Éstos son los tres momentos de la “navidad” universal, tal como los ha puesto de relieve H. Arendt, judía ejemplar, en clave antropológica. Con ellos quiero evocar la Navidad Judía, en línea antropológica.
Hay cientos de libros sobre la “infancia judía” de Jesús, casi siempre en clave de piedad intimista y folclórica (cf. imagen 3: Presentación de Jesús en el templo, como aténtico israelita, navidad judía). Pero entre ellos (sobre ellos) destaca esta fuerte Navidad Israelita universal de H. Harendt.
Ciertamente, los judíos “ortodoxos” pueden sentirse a veces molestos por la Navidad cristianano creen en la “encarnación” radical de la Palabra de Dios en Jesús, ni creen en la “intimidad vital” de Dios (como Padre/Hijo en el Espíritu), y según ellos la verdadera Navidad prometida por Isaías no ha llegado aún.
— Y porque sienten que los defensores de la Navidad cristiana han sido a veces anti-semitas, han utilizado el nacimiento de Jesús-judíos para oponerse a los judíos..
Sea como fuere, los judíos más tradicionales siguen a la espera de la verdadera Navidad, admirados, emocionados… ante lo que será la Futura Presencia Universal de Dios, como cumplimiento del mesianismo del AT.
En esa línea, no en contra de los judíos, sino aprendiendo de ellos lo que nos parece “mejor” (su gran herencia mesiánica) y creyendo humilde pero intensamente que su esperanza ha empezado a cumplirse en Jesús de Nazaret, los cristianos celebramos la Navidad de Dios (y de los hombres) en Jesús de Nazaret.
En esa línea, entre los judíos que nos enseña mejor a celebrar la Navidad quiero citar a H. Aredt, discípula de Heidegger,perseguida por el nazismo, quizá la mejor antropóloga del siglo XX. Ella nos dice que la Navidad no es un fiesta particular de algunos cristianos, sino fiesta y tarea universal de todos los hombres y mujeres del siglo XXI
Un camino universal de Navidad.
Estos días he venido tratando de la Navidad, entendida en sentido cristiano y de esa forma he presentado a Jesús como Hijo de Dios, nacido de María, a partir de Gal 4, 4 y Jn 1, 13. Desde ese fondo se entienden y avanzan algunas observaciones y propuestas de Hanna Arendt, filósofa e historiadora judía, experta en violencias y totalitarismos.
Nadie ha trazado como ella, que yo sepa, una teoría personal y social del ser humano como nacimiento, promesa y alianza, esto es, del hombre como ser que puede y debe nacer de nuevo, pues no está condenado a repetir siempre lo anterior.
Hanna Aredt es radicalmente judía, pero desde sus bases judíos (que nosotros, los cristianos, entendemos como primer testamento y camino) ha trazado una experiencia clave de la navidad cristiana. Por eso he querido hablar hoy, en el paso entre el 2017 el 2018, en un tiempo de grandes riesgos y deseos de paz, los tres rasgos principales de eso que he llamado la Navidad Judía.
Sí, ya sé que los judíos “tradicionales” (rabínicos, nacionales…) no celebran la Navidad Cristiana, pues dicen que ella va en contra de la pura trascendencia y separación del Dios Uno, de Yahvé, Dios de Israel. Pero eso no quita que la Navidad Cristiana sea la más honda experiencia y culminación del camino judío, tal como lo ha formulado H. Arendt.
Sólo podemos recuperar la Navidad volviendo a su fondo judío, volviendo a los tres rasgos que H. Arendt ha destacado: La Natalidad, el Perdón y la Promesa
El judaísmo tradicional sigue centrado en la promesa (testimonio y esperanza de futuro). Los cristianos, partiendo del judaísmo, hemos destacado de un modo especial los otros dos elementos judíos de la vida, que son el perdón y la natalidad.
Quiero unir aquí esas tres actitudes, culminando en la Natalidad (que se expresa de un modo especial en la Navidad cristiana). Que estas palabras sirvan de homenaje a todos los judíos de paz que han existido y siguen existiendo, que ellas sirvan de testimonio de eso que quiero llamar la Navidad Judía, tiempo de perdón y de promesa de la vida
1. Perdón.
El primer requisito para alcanzar la paz, en las condiciones actuales de la humanidad, dividida por la imposición de unos, el deseo de revancha de otros y el odio de todos, es el perdón, que viene a revelarse como el único poder que rompe el círculo del eterno retorno del pasado (con su ley de acción y reacción) que encierra a los hombres en su destino de violencia. Dios mismo ha roto ese eterno retorno de la violencia, naciendo entre los hombres (según los cristianos, que culminan y recrean así una profunda tradición judía). En esa línea dice H. Arendt (sin dejar de ser judía):
El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular (H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 258.)
El perdón rompe la “lógica” de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente); de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se transforma. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gratuidad creadora. El perdón es gracia; de esa forma supera el pasado y abre un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder .
H. Arendt contrapone el perdón al castigo (que actúa según ley), añadiendo que los hombres sólo pueden perdonar aquello que son capaces de castigar. La ley tiene un valor, pero el perdón lo sobrepasa. Hay, sin embargo, un “mal radical” que los hombres no pueden castigar ni perdonar, pues se sitúa más allá de sus potencialidades.
“Aquí, donde el propio acto nos desposee de todo poder, lo único que cabe es repetir con Jesús «Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar»” (Ibid 260). La cita está tomada de Mc 9, 42 par. En esa línea se sitúan las reflexiones de otro pensador judío muy significativo: V. JANKÉLÉVITCH, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999.
Encerrados en su círculo de acción y reacción eterna, los hombres no podían perdonar… Pero, naciendo en el mundo, Dios puede hacerlo. De esa forma, antes de la muerte en cruz, el nacimiento de Jesús es ya testimonio y promesa de un perdón posible, en línea de humanidad de Dios.
2. La facultad de prometer.
En ese sentido, como he dicho, nacer es prometer…abriendo un camino de perdón (de reconciliación) sobre la tierra. Todo nacimiento es una promesa de vida: Los padres y la sociedad dicen al niño “tú serás”, podrás vivir, te lo prometemos.
La promesa puede entenderse en sentido individual (¡yo prometo!) o sentido dialogal (¡nosotros nos com-prometemos y pactamos!). En un caso y en otro, ella capacita a los hombres para superar la fatalidad de aquello que vuelve siempre de forma necesaria (como puro destino), haciéndoles responsables y creadores de un futuro que, por un lado, les desborda (es don de Dios) y que, por otro, ellos mismos puedan realizar de una manera humana, renunciando a la imposición y a la arbitrariedad.
Nietzsche entendió la capacidad de prometer como el carácter específico del hombre, que (en contra del animal, prendido a un antes y después que no son suyos), puede asumir de manera personal su futuro, dándole un sentido; pero él no supo sacar las consecuencias. En contra de eso, H. Arendt ha mostrado que, más que voluntad de poder y eterno retorno de lo mismo, el hombre es persona porque puede prometer y pactar, trazando de esa forma un futuro nuevo y propio, que puede ser futuro de paz . Ibid 262-264.
Eso significa que la paz no es algo previo, dado ya, sino que puede y debe entenderse como un don, vinculado a la promesa. En esta línea viene avanzando, de un moco consecuente, el pensamiento de J. MOLTMANN, a partir de su Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 2002 (original de 1964).
Así, cada niño que nace, es una promesa de ida, como ha dicho de forma impresionante el mayor de todos los profetas de la Navidad, que fue Isaías, en el Libro y Pacto del Emmanuel (Is 7-12), en medio de la gran “guerra mundial” del Oriente antiguo, entre Egipcios y Mesopotamios: Una mujer ha concebido y dará a luz y cuidará a su hijo… Esa es la promesa y garantía de la Navidad, perdón y vida, en medio de la guerra.
En ese contexto ha prometido Isaías la llegada del gran pacto ecológico (morarán juntos el lobo y el cordero, la víbora y el niño…) y político: Un niño nos ha nacido, un niño que será el “gran soberano”. Esta es la promesa de crear un reino nuevo para que los niños vivan y crezcan en paz, en Navidad.
3. Natalidad.
Los hombres pueden liberarse de la esclavitud del pasado (perdón) y del futuro (promesa, pacto) porque son cada vez, cada uno, una nueva creación y así nacen: no están hechos desde siempre o fabricados (como cosas), definidos de antemano. Ellos se definan, más bien, a sí mismos como seres natales, que no están fijados de antemano, sino que pueden trazar su trayectoria y ser distintos, lo que ellos mismos quieran:
Sin la articulación de la natalidad estaríamos condenados a girar para siempre en el repetido ciclo del llegar a ser, sin la facultad para deshacer lo que hemos hechos y controlar parcialmente los procesos que hemos desencadenado (H. Aredt, Ibid 265).
La mayor parte de la filosofía y sociología moderna supone que los hombres están hechos, como realidades que en el fondo pudieran intercambiarse. En contra de eso, H. Arendt, lo mismo que H. JONAS, otro testigo y promotor judío de la paz (cf. El principio de la responsabilidad, Herder, Barcelona 1995) ha fundado la paz futura sobre la fragilidad y grandeza del hombre, como ser que nace del cuidado de los otros, para iniciar una existencia cualitativamente nueva.
Nacer significa ser creado y vivir sobre una ley que nos ata a lo que ha sido y debe ser, definiéndonos desde fuera, en un todo que nos determina. Todo nacimiento se define como creación: Es el surgimiento de un ser autónomo, que puede asumir su propia realidad (su destino) y realizarse de esa forma, de manera distinta, autónoma. Por eso, cada nacimiento es una promesa de vida
Ampliación: Un nuevo Nacimiento
H. Arendt ha conducido así las tradiciones de Israel hasta el lugar donde ellas pueden volverse más fecundas, de un modo mesiánico, vinculadas de manera intensa con la raíz del cristianismo (que es, ante todo, mesianismo). No existirá paz sin Navidad, es decir, sin nuevo nacimiento, como aquel que los cristianos celebran en Jesús.
H. Arendt piensa que el futuro de la paz, es decir, de vida humana (porque una nueva guerra mundial puede llevarnos a la destrucción de todos), sólo es posible en coordenadas de gracia, esto es, allí donde los hombres superan el nivel de la pura ley y de la guerra del sistema, abriéndose al milagro de una vida que es don de Dios y que puede ser distinta de aquello que ha sido previamente. La paz es posible si brota, según eso, del milagro del perdón y de la palabra de promesa de los hombres, que sitúan su vida en un nivel donde los gestos primordiales son la fe y la esperanza. Sólo será posible la paz si hay un nuevo nacimiento
–La razón es necesaria, en plano de sistema. Ella funciona en un nivel organización económica y social, pero en sí misma resulta insuficiente. La pura razón cierra a los hombres en aquello que siempre es lo mismo, en la batalla incesantemente repetida por los poderes de la vida, dentro de un todo de violencia. Esto significa que los hombres no viven sólo de pan, ni pueden resolver sus problemas en un plano de argumentación y de poder.
– Más allá de la razón del sistema se extiende un espacio de racionalidad humana más profunda, vinculada al perdón, a la palabra de promesa, a la natalidad. Estos rasgos nos sitúan en un plano más hondo de humanidad. Ellos no niegan el valor de la Ilustración, ni se oponen en modo alguno a los principios de la ciencia y de sus leyes. Pero nos muestran que en un plano de pura ciencia y sistema la vida de los hombres se destruye. O se despliegan como gracia o mueren.
Por eso, para que sea posible la vida de los hombres como tales, para que exista un futuro para ellos, tenemos que pasar del plano de la pura ciencia y ley (que se encarna en forma de sistema) al plano de la comunión en libertad, donde la vida del hombre se define como fe y como esperanza. Sólo en ese contexto (de fe y esperanza personal), es posible el despliegue del perdón, que capacita a los hombres para regalarse gratuitamente la vida, superando el orden del destino, abriéndose a la promesa de la vida que no está fijada de antemano.
Nacer como Jesús. Os ha nacido hoy un salvador
Esto significa que el hombre es más que elemento de un “todo” que se organiza de un modo legal. Los viejos y los nuevos imperios corren el riesgo de encerrar al hombre en el nivel de sus conquistas sociales y económicas, que acaban destruyendo su existencia. Pues bien, la esperanza mesiánica, que nos abre a la paz de la vida compartida (del don de la vida) se expresa y despliega en un nivel más alto, por encima de los cálculos legales y de las coordenadas de un sistema que se impone sobre todos.
Esa paz mesiánica no puede establecerse ni asentarse sobre bases de imposición, sobre un tipo de racionalismo ontológico, como el que ha venido dominando en Occidente a partir de los griegos. Esa paz sólo es posible allí donde los hombres, superando la racionalidad instrumental del sistema, con la pura ley de acción y reacción, dejan que su vida se ilumine y se vuelva creadora en claves de perdón y de promesa, es decir, de fe y de esperanza.
Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: «Os ha nacido hoy un Salvador» (H. Arendt, 266). Las palabras del evangelio (Lc 2, 11) recogen la proclamación mesiánica de Israel, sobre todo la que aparece vinculada al Libro del Emmanuel (Is 7-11) y al Segundo Isaías (Is 40-55).
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