Pascua 7. Cristo es navegar, presencia e impulso de Dios en la tormenta
Vuelvo al tema de la Pascua, tras unos días bien entretenidos con otros motivos inmediatos. Y vuelvo con un refrán latino decía que no es preciso vivir, pero que si vivimos debemos navegar, es decir, arriesgarnos:
Navigare necesse est, vivere non necesse.
Vivir simplemente sería arrastrarse, aferrados al miedo, repitiendo lo mismo y muriendo sin haber vivido. Navegar en cambio es subir a la cresta del mar y arriesgarse, en amor, buscando experiencias y fortuna, nuevos amores y tierras de libertad y futuro.
En esa línea, la primera pascua de los israelitas fue “una navegación” sobre el Mar Rojo, saliendo de la esclavitud, buscando nueva tierra. De aquella pascua seguimos viviendo, ella nos permite soñar y arriesgarnos todavía.
La segunda pascua, la de Jesús, está vinculada a su entrega hasta la muerte, ; él ha iniciado así la nueva y más alta navegación de los creyentes mesiánicos. Por eso, por Jesús, sus discípulos fueron capaces de lanzarse al mar y buscar nuevas orillas, tierras nuevas de experiencia y futuro.
Todos los exegetas cristianos saben que los relatos de la tempestad calmada y del paso al otro lado son símbolos pascuales, experiencias de Jesús en la tormenta; ellos se fundan en la historia del propio Jesús que atravesó, sin duda, el lago con sus compañeros pescadores, en días y noches de tormenta, pero la cuentan de un modo pascual, como signo de la travesía de la Iglesia.
Son símboloz, y por eso son reales, más reales que la materia física. Ellos marcan la novedad del ser humano, el impulso de la pascua.Pues buen, tras veinte siglo, la Iglesia se encuentra donde estaba: Tiene ante sí el reto de atravesar la gran tormento, y de hacerlo ya pronto,pues la vida apremia. En el mar está la pascua, en la orilla, al otro lado de las olas, está la esperanza del Cristo verdadero.
Una iglesia miedosa
La Iglesia del principio, fundada en la pascua de Jesús, fue una iglesia valiente, capaz de atravesar el mar embravecido, buscando nuevas tierras, caminos y experiencias. Actualmente parece que muchos se aferran a un pasado que se acaba. Son incapaces de arriesgarse sobre el nuevo mar y de buscar experiencias nuevas, más allá de la tormenta. Vivimos en una iglesia de poca pascua, de poco paso por el mar, de poco riesgo y valentía. Por eso será bueno releer los relatos pascuales del paso por el mar y la tempestad calmada, tal como han sido recogidos por el evangelio de Marcos, el evangelio de la pascua en el mar.
El evangelio de Marcos ha situado el evangelio de Jesús en torno al mar de Galilea, entendido como lugar de llamada (Mc 1, 16-20; 2, 13-17) y reunión de las muchedumbres (3, 7-12); este es el campo donde Jesús ha ido sembrando su semilla de palabra (4, 1-2) y curando a los enfermos (6, 53-56). Pues bien, ese mismo mar aparece para Jesús y sus discípulos como lugar de paso, espacio de peligro que debe cruzarse para llegar al otro lado.
El sentido que tiene ese cruzar el mar y la valoración del otro lado varía en cada uno de los casos, pero hay una constante: siendo signo de peligro, el mar es también fuente de exigencia; tanto Jesús como sus discípulos han de ir más allá, deben superar los lugares conocidos, para introducirse de esa forma en la novedad de una experiencia distinta, de un mundo renovado.
Junto al signo del mar es importante la barca. Se dice al principio que Jesús llamó a unos pescadores que, siguiéndole, dejaron lancha y redes (1, 16-20). Pero después vemos que esos mismos discípulos siguen disponiendo de barca para el servicio de Jesús (3, 9). Pues bien, ella será un signo privilegiado de la comunidad de Jesús, lugar fuerte de experiencia pascual, como iremos indicando.
Hemos escogido tres escenas que contienen el motivo del mar y de la barca. Las dos primeras pueden entenderse en clave de milagro pascual, narrado a partr de un posible fondo histórico: los discípulos sintieron muchas veces la presencia confortadora de Jesús mientras cruzaban el mar de Galilea; la tradición posterior o el mismo Mc ha recreado ese recuerdo en clave de resurrección, como veremos. La tercera escena alude al signo pascual por excelencia: el pan de Jesús.
Primera escena: tempestad calmada (Mc 4, 35-41).
A la orilla del mar, Jesús ha sembrado su semilla de palabra, ofreciendo a todos el mensaje del reino dentro de la misma tierra israelita de Galilea (4, 1-34). Pues bien, al terminar su discurso, Jesús necesita llevar su mensaje más allá del mar, a la zona de la Decápolis donde habitan los paganos. Por eso dice a sus discípulos, caida ya la tarde: ¡Crucemos al otro lado! (4, 35).
Parece una breve travesía, sus discípulos marinos debieran estar acostumbrados a realizarla. No van a pescar como en Lc 5, 1-11 o Jn 21, 1-14 (escenas ambas de tipo pascual). Quieren simplemente cruzar al otro lado, al lugar donde se encuentra el poseso geraseno (Mc 5, 1-20), que es un símbolo de todos los gentiles que están necesitados de la curación.
Y se alzó una gran tormenta de viento, y las olas chocaban contra la barda, de tal forma que la barca se llenaba;y él estaba dormido en la proa, sobre el cabezal. y le despertaron y dijeron:
Maestro ¿no te importa que perezcamos?
Y levantándose increpó al viento y dijo al mar ¡calla! Y calló el mar y cesó el viento y se hizo una gran calma (Mc 4, 37-39).
Todo esto sucede mientras la barca de la iglesia realiza la más fuerte travesía misionera, en medio de la noche. Jesús duerme, se levanta la tormenta. Todo nos permite suponer que en el fondo hay un recuerdo de pascua: Marcos ha querido mostrar por medio de ella el sentido de la presencia de Jesús resucitado en el camino de la iglesia.
– La travesía ha comenzado a la caída de la tarde (4, 35), navegan en la noche, pues Jesús duerme en la popa (4, 38). Esta es la oscuridad de la muerte de Jesús, la noche de su ausencia. Los discípulos tienen que cruzar al otro lado, para ofrecer allí su mensaje. Jesús duerme.
– Se eleva la tormenta del viento y de las olas (4, 37). Se trata evidentemente de un símbolo de los riesgos que deben superar los discípulos para iniciar y realizar la travesía misionera de la iglesia, en una frágil barca, amenazada en el centro de la noche.
– Los discípulos miedosos despiertan a Jesús, pidiéndole ayuda (4, 38). La palabra despertar (en griego egeirein) es la misma que se emplea muchas veces para hablar de la resurrección. Los discípulos le llaman, Jesús despierta se levanta y aplaca la tormenta (4, 39). Este es el centro de la experiencia pascual.
La visión pascual va unida, según eso, al paso por el mar: al gesto y compromiso de los discípulos que se esfuerzan por atravesar el agua adversa, llevando al Cristo de la salvación al otro lado, al ancho mundo donde esperan los gentiles. Jesús mismo les ha ordenado que vayan, pero luego parece que les deja abandonados: se desentiende, duerme. Esta es la paradoja de la vida de la iglesia.
Pues bien, Jesús duerme (= ha muerto), pero sigue vivo, más vivo y poderoso que antes, en el cabezal de la barca, presidiendo y guiando su movimiento en medio de la tormenta de la noche. Ha muerto, pero se le puede despertar: los mismos gritos de miedo de los discípulos aterrados le llaman y elevan en la noche.
Este Jesús pascual es Señor victorioso: ¡hasta el viento y el mar le obedecen! Sus milagros han cambiado de nivel: no son ya curaciones de enfermos (tema fundamental del evangelio de Mc) sino una especie de transformación cósmica. Jesús aparece como dueño de un poder que desborda todos los poderes de este mundo, poniéndose al servicio de la misión de la iglesia, es decir, de la travesía de la barca hacia la otra orilla. Leer más…
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