Comentarios desactivados en Agrelo: “Nuestro grito desde la cruz hasta Dios no es la suerte de los pobres sino la de los ricos, no es la suerte de las víctimas sino la de los verdugos”
“Nos dimos la mano, formamos el corro, éramos muchos, éramos uno”
“Eran muchos los heridos, muchos los naufragados, muchos los supervivientes, muchos los agotados, muchos los desaparecidos, muchos los muertos; éramos muchos; éramos uno”
“Somos muchos; somos uno; somos él, y con él nos han crucificado. Pero no pueden quitarnos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, todo lo ha pedido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha la oración de ese único Hijo”
Nos dimos la mano, formamos el corro, éramos muchos, éramos uno.
Eran muchas las lenguas, muchos los colores, muchas las esperanzas, muchos los sueños; eran muchas las tristezas, muchas las alegrías, muchas las lágrimas, muchos los lamentos; éramos muchos; éramos uno.
Eran muchos los heridos, muchos los naufragados, muchos los supervivientes, muchos los agotados, muchos los desaparecidos, muchos los muertos; éramos muchos; éramos uno.
Éramos la humanidad pobre, la humanidad nueva, el cuerpo del Hijo, el cuerpo herido de Cristo Jesús; éramos muchos, éramos uno, éramos él.
En la confesión de amor, en la eucaristía, en la vida, aun siendo muchos, somos siempre uno, somos siempre él.
Y con él, con Cristo Jesús, aprendimos a decir “Padre”: Dios Padre de heridos, Dios Padre de náufragos, de supervivientes, de agotados, de desparecidos, de muertos, Dios Padre de hijos amados y crucificados.
Con el más amado aprendimos a pedir: “Santificado sea tu nombre”, “venga tu reino”. Con aquel Hijo aprendimos a creer, a llevar en el corazón la pasión del Padre porque su reino se haga cercano a los pobres; con aquel Hijo aprendimos la certeza de que el Padre lo ha puesto en nuestras manos el milagro del reino que pedimos.
Somos muchos; somos uno; somos él, y con él nos han crucificado. Pero no pueden quitarnos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, todo lo ha pedido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha la oración de ese único Hijo.
Y es ese único –nosotros en él, él en nosotros-, el que, con más fuerza que Abrahán, también hoy regatea con Dios la suerte del mundo, la suerte de los verdugos, la suerte los que matan, la suerte de los que no saben lo que hacen.
Con Cristo Jesús somos los compadecidos que llevan el corazón lleno de compasión.
Con Cristo Jesús somos los crucificados a quienes el amor empuja a reclamar del Padre el perdón para quien los crucifica.
El motivo de nuestro grito desde la cruz hasta Dios, no es la suerte de los pobres sino la de los ricos, no es la suerte de las víctimas sino la de los verdugos.
Los náufragos que el mar lanzaba a las playas no quedaban sin entierro cristiano.
Los discípulos dijeron a Jesús: “Enséñanos a orar”. Y de Jesús aprendieron quién era Dios para ellos, y lo llamaron Padre; y aprendieron al mismo tiempo quiénes eran ellos para Dios, y se reconocieron hijos, que han “recibido el Espíritu de hijos adoptivos, por medio del cual gritamos: Abba, Padre”.
De Jesús, de su oración, de su vida entregada, aprendemos qué hemos de buscar, qué hemos de pedir, cómo hemos de vivir, cómo hemos de amar, de modo que, siendo muchos, seamos siempre uno, seamos siempre él.
El socorrer, asistir y enterrar los cadáveres de los náufragos –nafrats- que el mar lanzaba a las playas de Valencia fue misión también de la Confraria de Nostra Donna Sancta dels Ignoscens, privilegio real que se le otorgó a manera de concesión. En los archivos históricos de la Cofradía de la Virgen, Catedral y Ayuntamiento de Valencia hay abundantes noticias acerca de este tipo de sucesos.
Sería primero el rey Alfonso V el Magnánimo y luego la reina Doña María, en la primera mitad del siglo XV quienes concedieran a la Cofradía la Virgen los Privilegios de enterrar a desamparados y náufragos, especialmente consolidados estos derechos mediante el Privilegio de la reina de 22 de febrero de 1441, en el que, además, se les autorizaba a descolgar los cadáveres de los ajusticiados que pendían de las horcas del Carraixet para ejemplaridad pública, “suspensorum in patíbulo dicte civitatis vocato de Carraxet”, y enterrarlos cristianamente en el cementerio del lugar.
Junto a la Catedral estaban el cementerio de náufragos y desamparados y su enterramiento corría con anterioridad a la fundación de la Cofradía a cargo de la Ciudad, que solía hacer colectas para pagar los gastos que ello conllevaba, tal y como consta en el Manual del Consell de la Ciutat de 1319 o en el Libro de Claveria de 1383 donde se dispone una partida de dinero “per a comprar de drap de li per a les mortales dels cossos dels pobres”.
Hasta 1417 en que renunció a ello, la Catedral cobraba por los derechos de enterramientos en los vasos sepulcrales externos, calle de la Barchilla, que tenía para los fallecidos en naufragios y pobres de solemnidad, dado que los sepelios los iba a hacer por caridad los “confrates Confratiae Batae Mariae Innocentium civitatis Valentiae cadavera hominum qui per naufragia moriuntur in mari”.
La Cofradía de la Virgen de los Desamparados enterraba los náufragos.
El primer caso documentado de atención a náufragos de la Cofradía de la Virgen aparece en los archivos datado en 1432. Lo encontró José Rodrigo Pertegás, quien analizó y clasificó cada uno de los papeles y pergaminos en él obrantes. El pagador de la institución benéfica anota en el libro de cuentas: “Primerament doni als andadors que anaren a mar per los cosos del neufreg per veure quants hi havia 1s… Doni al careter que porta los VI cosos VIII r.s”.
En 1443, un fuerte temporal de mar ocasionó la muerte ahogados de varios marineros en distintos puntos de la costa de la ciudad, entre ellos en el puerto y en la playa de Alboraya. En el Libre de Claveriats se habla de “un cos lançat al mar a l´aygua d´en Bonanat” y “un cos de la galera dels nicarts lo qual fon duyt de mar davant Alboraya”.
La Cofradía, en ocasiones, solía llevar los cadáveres de náufragos y desamparados, hoy serían llamados cadáveres judiciales, al cementerio que tenía en el Spital de Folls. Como había que pagar a los rescatadores y a los carreteros que transportaban los muertos hasta el lugar de enterramiento, fue autorizada la Cofradía de hacer colectas por la calle con tal fin. En el cementerio de la catedral, vaso sepulcral le llamaban, la Cofradía hizo una capilla, protegida con una reja, donde colocó una “post de fusta” sobre la que estaba pintada la imagen de la VIrgen, su Patrona, resultando ser una de sus primeras iconografías.
Cuenta el P. Emilio Aparicio Olmos que “el año que más ahogados se registraron en la primera época de la Cofradía fue, sin duda, el de 1447, por los frecuentes asistencias a estos desgraciados” y cita el libro “Diversorum Valentiae” conservado en el Archivo General el Reino de Valencia como testimonio de aquellos sucesos.
Sanchis Sivera a este lugar de enterramiento junto a la Catedral le denomina “el fossaret”, “el cual se extendía desde las espaldas de la capilla de san Miguel hasta el Aula Capitular vieja, alrededor del campanario (viejo), entrando dentro de la misma iglesia por la parte donde es hoy la parroquia de san Pedro. Un trozo de dicho cementerio se utilizó para construir la capilla de san Esteban… y otro trozo para edificar lo que se llamó Librería nova… El resto continuó utilizándose para enterramientos, hasta que nuevas edificaciones lo hicieron desaparecer, destinándose una parte a jardín, en el que hubo varios limoneros, una parra y muchos jazmineros.”
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