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“Fiducia Supplicans: los que comen con las manos limpias”, por Leandro Gaitán

Miércoles, 31 de enero de 2024
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IMG_2484“¿No es una monstruosidad bendecir a la tripulación de un bombardero nuclear para que tenga éxito en su misión?

Para muchos laicos, sacerdotes, obispos y cardenales, dicha declaración es una suerte de puerta abierta al mismísimo Averno (las redes sociales son un testimonio lapidario de tales reacciones)”

Ante semejante conmoción, no puedo evitar recordar cuando, en el año 1945, el padre George Zabelka bendijo a la tripulación del Enola Gay y del Bockstar para que tengan éxito en su misión: arrojar sendas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki”

“Los laicos y sacerdotes que ahora juntan firmas en Change.org para hacer lobbismo mediático contra el Papa Francisco y presionarle para que anule FS (como si la Iglesia fuera una democracia y no una institución jerárquica), ¿dónde estaban en aquel momento?”

“Cuando alguien se horroriza fácilmente con los pecados ajenos nunca está demás responderle con un ‘tu quoque’ (tú también) o dicho de manera coloquial, ¿y por casa cómo andamos?”

Recuerdo que hace algunos años, cuando redactaba mi tesis doctoral, estudié el surgimiento de la llamada generación Beat, un movimiento contracultural formado por jóvenes que se revolvían, entre otras cosas, contra el moralismo hipócrita de la sociedad estadounidense de aquellos años (50’ y 60’). Una sociedad en la que una joven podía ser señalada y criticada si utilizaba una falda un poco más corta de lo “permitido” o en la que se retiraba el saludo a una pareja de novios que decidía convivir antes del matrimonio.

Una sociedad que, no obstante, aplaudía como foca la frenética carrera armamentista, las carnicerías humanas de Corea y Vietnam o que perdía la compostura si una persona de color no cedía el asiento a una persona blanca en el autobús (porque muchos estaban a favor de la segregación racial). Eso sí, una sociedad que, al mismo tiempo, jamás faltaba a los servicios religiosos los días domingos.

Con similar perplejidad “beat” contemplo la forma escandalosa con que han reaccionado algunos sectores de la Iglesia por la declaración Fiducia Supplicans(desde ahora, FS). Para muchos laicos, sacerdotes, obispos y cardenales, dicha declaración es una suerte de puerta abierta al mismísimo Averno (las redes sociales son un testimonio lapidario de tales reacciones).

Ante semejante conmoción, no puedo evitar recordar cuando, en el año 1945, el padre George Zabelka bendijo a la tripulación del Enola Gay y del Bockstar para que tengan éxito en su misión: arrojar sendas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. No eran una pareja, eran un grupo. Según parece, se puede bendecir a un grupo que se une para utilizar armas de destrucción masiva contra población civil.

Y también se pueden bendecir armas, aunque recientemente el Papa Francisco recomendara dejar de hacerlo (¡otra vez el progre y buenista de Bergoglio metiendo sus narices donde nadie le llama!). No tengo noticias de que ese acontecimiento haya generado peticiones tan airadas al entonces Papa Pío XII para que se prohibieran ese tipo de bendiciones. No tan airadas como las que generó FS. Según declara el mismo padre George Zabelka: “Que yo sepa, ningún cardenal ni obispo estadounidense se opuso a estos bombardeos masivos. El silencio en estos asuntos resulta ser aprobación”.

IMG_2480¿Dónde estaban los conservadores en aquel momento para oponerse a semejante monstruosidad? ¿O no es una monstruosidad bendecir a la tripulación de un bombardero nuclear para que tenga éxito en su misión (más aún en un contexto de guerra no-nuclear)? Pues eso aconteció antes del rupturista, discontinuista y cuasi-cismático Concilio Vaticano II (perdón por la ironía). Sospecho entonces que, para los que todavía guardan cierta nostalgia de aquellos tiempos pretéritos, la bendición del padre Zabelka estuvo de maravillas, no así —faltaría más— las bendiciones que permite FS.

También recuerdo que, en el año 1999, el Papa San Juan Pablo II besó solemnemente el Corán delante del imán chiíta de la mezquita de Khadum. Pregunto entonces: si permitir la bendición de parejas irregulares o del mismo sexo es una forma de aprobación, el beso solemne del Corán por parte del Santo Padre, ¿no fue también una especie de aprobación?

Quizás algún lector pensará que estoy incurriendo en falsa analogía, o para decirlo de otra manera, que estoy mezclando “churras con merinas”. Pues no me parece una comparación desacertada. Vamos unos años más adelante. En 2006 el Papa Benedicto XVI bendijo a los exponentes de las comunidades musulmanas de Italia y a los embajadores de los países de mayoría islámica acreditados ante la Santa Sede. Sus palabras fueron éstas: “¡Que el Dios de la paz os llene con la abundancia de sus bendiciones, al igual que a las comunidades que vosotros representáis!”.

¿Fue una bendición litúrgica o de corte pastoral-informal (según el distingo de FS)? Entiendo que fue una bendición pastoral. Los musulmanes que, por su misma condición, no reconocen a Jesucristo como segunda persona de la Trinidad (habiendo tenido, en muchos casos, la posibilidad de conocer el cristianismo), ¿viven o no en pecado? ¿Se puede bendecir una comunidad que no manifiesta ninguna intención de arrepentimiento por negar la divinidad de Jesucristo, ni mucho menos, de conversión al cristianismo? Pues parece que sí se puede, al menos sí de manera informal.

A pesar de eso me pregunto: ¿dónde estaban los conservadores para rechazar en masa la bendición de musulmanes? ¿dónde estaban las Conferencias Episcopales de África para oponerse al Papa Benedicto XVI por bendecir a miembros de una religión que, aún hoy, persigue, secuestra, tortura y asesina masivamente a los cristianos en distintas regiones de aquel continente (y fuera también)? ¿por qué nadie alzó la voz para advertir que un católico no puede besar un libro que legitima toda forma de violencia contra los “infieles” (es decir, contra los mismos católicos)? Qué es más “pecaminoso”, ¿rechazar la divinidad de Jesucristo y combatir a quienes la afirman, o ser homosexual, reconocer la divinidad de Jesucristo y pedir una bendición informal para que el mismo Señor Jesucristo le otorgue su ayuda?

Hago aquí un breve paréntesis para aclarar que no es mi intención emitir juicios de valor sobre el actuar de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino poner en evidencia una contradicción o, por qué no decirlo con todas las letras, una hipocresía. De lo hecho por estos papas, podría decirse que un gesto de caridad no conlleva la aceptación del error.

Ejemplos en sintonía con los recién mencionados hay para hacer dulce. Recordaré uno más. Las bendiciones de narcotraficantes, mafiosos y delincuentes de toda índole. En 1991, el padre Rafael García Herreros bendijo al narco-criminal Pablo Escobar Gaviria y a su séquito de sicarios. Fue otra bendición en grupo, no en pareja. Todos asesinos que fueron bendecidos a pesar de no dar señales de arrepentimiento por el mal cometido y de perseverar en su conducta nefanda. Sí, hablo de Pablo Escobar Gaviria, el mismo que apenas dos años antes, había ordenado hacer estallar un avión de Avianca en pleno vuelo para asesinar a un candidato presidencial. No hubo sobrevivientes de aquel atentado (110 fallecidos).

Otra vez pregunto: ¿estaba el padre García Herreros aprobando solapadamente el actuar de esos criminales con su bendición? Los laicos y sacerdotes que ahora juntan firmas en Change.org para hacer lobbismo mediático contra el Papa Francisco y presionarle para que anule FS (como si la Iglesia fuera una democracia y no una institución jerárquica), ¿dónde estaban en aquel momento? ¿dónde estaban todos los que hoy actúan como auténticas estrellas del lobby “anti-Bergoglio” en las redes sociales para gritar a voz en cuello que esa bendición grupal era inaceptable? Insisto, podría seguir con la casuística ad infinitum. No quiero meterme, por ejemplo, en el oscuro terreno de la política. Bendiciones y comuniones concedidas a dictadores, líderes y miembros de grupos terroristas, etc., en la mayoría de los casos sin que esta gente muestre signos de arrepentimiento ni abandone sus actividades delictivo-criminales.

IMG_2485No puedo evitar experimentar perplejidad “beat” al observar cómo aquellos que callaron ante las situaciones recién descriptas, hiperventilan al pensar que una pareja en situación irregular o del mismo sexo pueda acercarse al despacho parroquial para pedir una bendición e invocar la asistencia de la Gracia. Se parecen a los ortodoxos rusos quienes, por boca del Obispo Hilarión Alfeyev, han afirmado que, a causa de FS, ya no será posible “esperar una futura unidad entre católicos y ortodoxos”.

Sí, ha leído correctamente, lo afirmaron los ortodoxos rusos, que han bendecido submarinos nucleares con misiles balísticos intercontinentales y plataformas de lanzamiento de misiles nucleares desde tierra que podrían convertir una ciudad con millones de habitantes en un páramo infernal sin posibilidades de supervivencia siquiera para las cucarachas. Sin ir más lejos, el patriarca ortodoxo ruso Kirill dijo, el pasado mes de octubre, que las bombas y las ojivas atómicas rusas están bajo la protección de San Serafino de Sarov. ¡Menos mal! Muy tranquilos estarán ahora sus potenciales víctimas sabiendo que, eventualmente, serán borrados de la faz de la Tierra por misiles que se encuentran bajo la protección del santo ruso. Si estas absurdidades no fueran hechos reales, pensaría que son bromas típicas de un 28 de diciembre.

Continúo con mi perplejidad “beat”. Una perplejidad que asume dimensiones mastodónticas cuando pienso en los pecados cometidos “de la cintura para arriba”. Cuando pienso, por ejemplo, si puede un sacerdote bendecir a un comunista, a un fascista o a un capitalista recalcitrante. Sí, también leyó bien, a un capitalista de esos que comulga de rodillas, pero luego te quiere convencer de que está muy bien que una multinacional instale una fábrica en un pueblo perdido de Honduras, para contratar gente a la que hace trabajar 12 hs. por día (de lunes a lunes) produciendo polos que la empresa vende a 60 € en Madrid, Berlín o Londres, mientras les paga (a esos “empleados”) 1 € al mes. Vuelvo sobre lo mismo: parece que es correcto bendecir a gente que defiende y promueve ideas/políticas que justifican, de diferentes maneras, el abuso desmedido de poder sobre otros (frecuentemente en condiciones de vulnerabilidad extrema). ¿Será que me estoy fijando en menudencias? ¿Será que, a fin de cuentas, lo único importante es que sean heterosexuales?

Mi perplejidad “beat” alcanza cotas insospechadas cuando observo que, el gran escándalo de FS, parece deberse a que se mete en un tema de índole sexual. Recuerdo, en este sentido, las reacciones que provocó en su tiempo la publicación de la encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI. Humanae Vitae y Fiducia Supplicans son, probablemente, los dos documentos del post-concilio que mayor cantidad de reacciones negativas han provocado. En el primer caso, por parte del sector “progresista” y en el segundo caso, del sector “conservador”.

Difícilmente se puedan encontrar documentos o situaciones en la historia reciente de la Iglesia que hayan generado tanto “pataleo” como cuando los Papas se pronunciaron sobre temas vinculados a la sexualidad. Parece que los católicos nos empeñamos porfiadamente en dar la razón a quienes afirman que, para la Iglesia, el tema sexual es materia de escándalo. Abro aquí otro paréntesis para decir que de ningún modo estoy minimizando la importancia antropológico-teológica de la sexualidad, solo pretendo expresar la sorpresa que me produce este particular fenómeno. Los papas han escrito documentos sobre diversidad de temas muy sensibles y complejos. Sin embargo, nunca han logrado suscitar reacciones tan destempladas como cuando han hablado sobre temas relacionados con la sexualidad.

Esto sigue, mi estado de desconcierto y estupefacción casi supera al de los jóvenes “beat” cuando pienso en las contradicciones de la propia vida, esas que quizás no se ven ni son evidentes para los que nos rodean (y de las que nadie está exento, yo el primero). Me refiero, por ejemplo, al varón o mujer heterosexual, eventualmente casado/a por iglesia y con hijos (modelos arquetípicos del laico “bendecible”), que quizás mira pornografía en momentos de soledad, engaña directa o indirectamente a su cónyuge, le maltrata psicológica o físicamente, ignora a sus hijos porque prioriza el éxito profesional y el dinero, difama a los demás, es avaro, soberbio, mentiroso, envidioso, etc.

Todos pecados que confiesa ante el sacerdote cada quince días, pero en los que sistemáticamente vuelve a caer, frecuentemente sabiendo que los repetirá y sin hacer demasiado esfuerzo (o ninguno) para evitarlos, y sin que eso le afecte o provoque una particular crisis de conciencia.

Esa persona, incluso asiste a misa, comulga y recibe la bendición todos los domingos y fiestas de guardar. Situaciones como la recién descripta constituyen el pan nuestro de cada día en la vida de la Iglesia, y todos lo aceptamos porque tiene que ver con la impronta paradojal y dramática de la existencia humana. Tiene que ver, en definitiva, con el hecho fácilmente verificable de que todos somos pecadores, de que nuestra naturaleza está herida por el pecado.

El problema es cuando, quienes así viven, se creen legitimados para actuar como guardias en un panóptico desde donde miran, juzgan y deciden a quién se sube o se baja el pulgar. Y desde ese panóptico, se han lanzado a las redes sociales para escupir sus venenos contra FS y el Papa Francisco. Cuando alguien se horroriza fácilmente con los pecados ajenos nunca está demás responderle con un “tu quoque” (tú también) o dicho de manera coloquial, ¿y por casa cómo andamos?

Hagamos una revisión exhaustiva de nuestras propias vidas y luego veamos qué autoridad tenemos para “tirar la primera piedra” (Jn 8,7). En efecto, ¿es éticamente plausible vivir señalando a quienes “no comen con las manos limpias”, como relata el conocido pasaje evangélico (Mc 7, 1-8 y 14-23), sin atender al estado del propio corazón (quizás convertido en un auténtico lodazal)?

Ante esta lamentable situación de inflexibilidad y vehemente rechazo hacia FS, y ya en el paroxismo de la perplejidad “beat”, me viene a la mente una frase de San Josemaría Escrivá sobre la que creo, modestamente, que convendría reflexionar: “Ten entrañas de piedad, y no olvides que [ese pecador] aún puede ser un Agustín, mientras tú no pasas de mediocre” (Camino, nº 675). Hago un pequeño añadido a esta frase para terminar: tal vez, recibida en el momento adecuado, el tipo de bendición “al paso” que permite FS, podría suponer un antes y un después en la aparición de ese nuevo “Agustín”.

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Pedro Arrupe: “Yo viví la bomba atómica”

Martes, 13 de agosto de 2019
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9788427116955-esEl general jesuita fue testigo directo de la catástrofe nuclear  

 Arrupe, que había estudiado medicina, y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano

Lamet: “La bomba atómica marca el centro del itinerario espiritual de Pedro Arrupe”

Hace 74 años, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki experimentaron la fuerza destructiva de las bombas atómicas lanzadas por los Estados Unidos. Con esta acción se puso fin a la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. El padre Arrupe, quien fue superior general de los jesuitas entre 1965 y 1983, fue testigo de aquella catástrofe.

La Bomba atómica

Uno de los hechos más terribles que ha vivido la humanidad es la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Allí la humanidad se dio cuenta del poder destructor que tenía entre sus manos. En pocos segundos, horas, semanas, el número de víctimas entre las dos ciudades rondaba el medio millón de personas muertas. A continuación, reproducimos algunos fragmentos de cómo el p. Pedro Arrupe cuenta su experiencia en Hiroshima, quien tras llegar a este país asiático en 1938 se puso inmediatamente a aprender la lengua y costumbres japonesas.

El 8 de diciembre de 1941, unas horas después de la entrada de Japón en la contienda, fue arrestado y encarcelado por las autoridades locales bajo la acusación de ser espía. Fue liberado al cabo de unas semanas y al poco tiempo, nombrado maestro de novicios en Nagatsuka, una pequeña localidad situada a siete kilómetros de lo que luego sería el epicentro de la explosión nuclear en el centro de Hiroshima.

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Vivencia

Pedro Arrupe recogió en el libro –‘Yo viví la bomba atómica’– sus vivencias del día de la tragedia y los meses posteriores. El 6 de agosto de 1945 se encontraba en una casa con 35 jóvenes y varios padres jesuitas, cuando a las 08:15 horas vio «una luz potentísima, como un fogonazo de magnesio, disparado ante nuestros ojos.

Al abrir la puerta del aposento, que daba hacia Hiroshima, “oímos una explosión formidable, parecido al mugido de un terrible huracán, que se llevó por delante puertas, ventanas, cristales, paredes endebles…, que hechos añicos iban cayendo sobre nuestras cabezas”. Fueron tres o cuatro segundos “que parecieron mortales”, aunque todos los allí presentes salvaron sus vidas. Sin embargo, no había rastro de que hubiera caído una bomba por allí.

 Ante ellos se extendía “un enorme lago de fuego” que con el paso de los minutos dejó a Hiroshima “reducida a escombros”. Los que huían de la ciudad lo hacían “a duras penas, sin correr, como hubieran querido, para escapar de aquel infierno cuanto antes, porque no podían hacerlo a causa de las espantosas heridas que sufrían”.

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El padre Arrupe, interrogado sobre los efectos de la explosión de Hiroshima CNS

Responder al sufrimiento

 Arrupe, que había estudiado medicina, y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano. Más de 70.000 personas murieron el día de la bomba en Hiroshima y otras 200.000 quedaron heridas. A finales de 1945, la cifra de muertos había ascendido a 166.000 personas.

Pedro Miguel Lamet, biógrafo de Arrupe, refiriéndose a cómo esta experiencia lo marcó afirma: “La bomba atómica marca el centro del itinerario espiritual de Pedro Arrupe. Aquel instante eterno en la capilla, frente al reloj parado por la explosión, desata en su interior otro estallido de amor. Pedro transfor­ma la fuerza destructora, que acabó con 200.000 japoneses, en energía para la creatividad.

Arrupe experimentó en Japón lo que en lenguaje oriental se denomina la “iluminación”. Una y mil veces repetía: “Lo vi todo claro. Lo veo todo claro. Siempre fui feliz”.

Del libro Yo viví la bomba atómica, reproducimos el siguiente relato: Todos quedaban en las afueras de la ciudad, y cuando les preguntábamos qué era en realidad lo que había pasado, nos contestaban con mucho misterio:

–       Ha explotado la bomba atómica.

Y al instante:

–       Pero ¿qué es la bomba atómica?

–       La bomba atómica es una cosa terrible.

–       Que es terrible ya lo hemos visto; pero díganos qué es.

Y terminaban diciendo:

–       La bomba atómica es… la bomba atómica.

Porque ellos tampoco sabían más que el nombre. Era una palabra nueva que entonces entraba por primera vez en el diccionario. Además, saber que era la bomba atómica la que había explotado, no nos ayudaba nada, desde el punto de vista médico, ya que nadie en el mundo conocía sus efectos en el organismo humano; nosotros éramos en realidad los primeros conejillos de Indias de experimentación.

Pero sí nos ayudó, y mucho, desde el punto de vista misionero. Porque nos dijeron:

–       No entren en la ciudad porque hay un gas que mata durante setenta años.

Y entonces es cuando uno parece sentirse más sacerdote, cuando sabe que hay dentro de la ciudad cincuenta mil cadáveres que de no ser cremados, originarían una peste terrible. Además, había ciento veinte mil heridos que curar. Ante este hecho un sacerdote no puede quedarse fuera para salvar su vida.

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Los jesuitas “bendicen” la película de Scorsese sobre su persecución en Japón

Jueves, 12 de enero de 2017
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silence-poster“Silencio” es una excelente película que no deja a nadie indiferente, según la Compañía

Varios religiosos asesoraron el rodaje del filme, que se estrenó este 6 de enero

Novela Silencio de Shūsaku Endō ( PDF)

Un total de 93 jesuitas dieron su vida por la fe; de ellos tres han sido canonizados (Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai), 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación

(Jesuitas).- La película Silencio se estrenó en España el pasado 6 de enero. Basada en la novela histórica del escritor japonés católico Shūsaku Endō, es un proyecto personal de Scorsese que ha tardado veinte años en materializar. Se enmarca en los duros años de persecución del cristianismo que llegó a Japón de la mano de San Francisco Javier y dos compañeros jesuitas en 1549. Considerada por muchos jesuitas y laicos ignacianos que ya la han visto una excelente película, cargada de espiritualidad y profundidad, a pesar de su crudeza, no deja indiferente.

Jay Cocks, guionista que ha colaborado con Scorsese en La edad de la inocencia y Gangs of New York, firma la adaptación de la novela a la gran pantalla, protagonizada por Liam Neeson (La Lista de Schindler), Andrew Garfield (La red social, Hasta el último hombre) y Adam Driver (Star Wars Episodio VII: El despertar de la fuerza, ‘Girls’), Tadanobu Asano (Thor, Ichi the killer) y Ciarán Hinds (Camino a la perdición).

La apasionante historia de sacrificio y fe que narra traslada al espectador a la segunda mitad del siglo XVII. Dos jóvenes jesuitas viajan a Japón en busca de un misionero, su mentor, que tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia que los japoneses ejercen sobre los cristianos. Como telón de fondo planea el silencio de Dios ante el martirio que pesa sobre uno de los protagonistas, silencio al que alude el título de la novela y la película.

Jesuitas en el rodaje

silencio-de-scorsesePara preparar mejor a los actores y hacer creíbles a los personajes, Scorsese pidió ayuda a los jesuitas. El estadounidense James Martin SJ fue asesor del director durante todo el rodaje. El jesuita español Alberto Núñez fue consultor técnico del set y su misión fue preparar a los actores sobre los modos de proceder jesuita y supervisar las escenas de carácter religioso. Por su parte, dos jesuitas de los Estudios Kuancgchi de Taipei, el americano Jerry Martinson y el italiano Emilio Zanetti, también estuvieron en el set, e incluso este último aparece de extra. Asimismo el actor Andrew Garfield hizo Ejercicios Espirituales para interiorizar mejor la espiritualidad ignaciana.

La novela

silencio-endoEl escritor japonés Shūsaku Endō (1923-1996) publicó la novela Silencio en 1966 y fue reconocida ese mismo año con el premio Tanizaki, uno de los más prestigiosos galardones literarios japoneses. Es el trabajo más conocido de su autor y suele citarse como su obra maestra. Shūsaku Endō es uno de los grandes escritores japoneses del siglo XX, con la particularidad de ser cristiano católico, en un país en el que la población cristiana no llega al 1%. La religión es un tema presente en varias de sus obras.

El personaje central de la novela está basado en la figura histórica de Cristóvão Ferreira, un misionero jesuita portugués de principios del siglo XVII que durante la época de las persecuciones contra los cristianos, tras sufrir terribles torturas, se convirtió en un apóstata.

La publicación del libro causó una gran conmoción en Japón, donde nunca hasta entonces se había tratado de modo tan la brutal la persecución sufrida por los cristianos.

La Compañía de Jesús en Japón

El cristianismo llegó a Japón de la mano del jesuita San Francisco Javier en 1549. Las conversiones fueron abundantes en esos primeros dos años que Javier permaneció en Japón, antes de partir hacia su ansiada China, a cuyas puertas moriría. En pocas décadas nació una Iglesia floreciente cuya labor se tornó cuando el 25 de julio de 1587 el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas. A partir de 1600 pasó a ser una Iglesia clandestina, perseguida y plagada de mártires pero que logró mantenerse, oculta, durante 250 años.

fotograma-de-silencioEn 1590 la Compañía contaba en Japón con 140 jesuitas entre japoneses y extranjeros, que estaban ilegalmente en suelo japonés. A partir de 1600 y con una situación política crítica se empezaron a ejecutar a varios cristianos de relieve. La situación empeoró con la llegada de la administración Tokugawa en Edo (actualmente Tokio) en 1603, cuando la persecución a los cristianos se hizo mucho más severa. En aquel tiempo los católicos de Japón eran unos 400.000 y en los comienzos del periodo fueron martirizados varias decenas de miles. Un total de 93 jesuitas dieron su vida por la fe; de ellos tres han sido canonizados (Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai), 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación.

Durante 250 años 50.000 “católicos ocultos” de Nagasaki y Goyo en el norte de Kyshu, mantuvieron la fe en la clandestinidad y la sostuvieron de generación a generación. Los padres bautizaban a sus hijos y los educaban en la fe, enseñándoles la doctrina cristiana y las oraciones en latín, sin sacerdotes que les administraran los sacramentos, y con una transmisión oral de la Biblia. La pervivencia de la fe durante estos siglos es un milagro de la fidelidad de la Iglesia japonesa.

fotograma-de-silenceHasta 1908 no regresan los jesuitas a Japón. Lo hicieron tres religiosos procedentes de EE.UU., Alemania y China. La provincia jesuita de Alemania Oriental desde 1933 y la de Toledo (España) desde 1934 comenzaron a colaborar con la misión enviando jesuitas y otras ayudas. Años más tarde se incorporará otra provincia española, la Bética (Andalucía y Canarias).

Dos jesuitas españoles misioneros en Japón han sido Padres Generales de la Compañía de Jesús, el P. Arrupe (1965-1985) y el P. Adolfo Nicolás SJ (2008-2016).

Hoy residen en Japón unos 200 jesuitas, el 30% de ellos nativos. La educación es uno de los pilares de su trabajo. Cuentan con casas de ejercicios, centros de pastoral, parroquias, colegios y la Universidad Sophia. En Nagasaki, la Compañía cuenta con el Museo de los Mártires. Centrado en la historia cristiana de Japón, presenta el testimonio de sus mártires. En la colina en la que se levanta y sus alrededores murieron unos 600 cristianos, de muchas nacionalidades; de ellos, 45 eran jesuitas. Hace unos años fue elevado a santuario diocesano.

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Fuente Religión Digital

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